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Theudemir
Índice
Introito
Los visigodos 011
Final Imperio Romano 021
Primeros visigodos en Hispania 031
Capítulo I
Ambientes 033
Capítulo II
Chindasvinto 055
Capítulo III
Recesvinto 069
Capítulo IV
Wamba 077
Capítulo V
Ervigio 101
Capítulo VI
Égica 117
Capítulo VII
Égica-Witiza 131
Capítulo VIII
Witiza 137
8. 8
Theudemir
Capítulo IX
Rodrigo 151
Capítulo X
Theudemir 177
Capítulo XI
Conquista árabe, Achila. Damasco 187
Capítulo XII
Abd al-Aziz, Pelayo, Ardón. 201
Capítulo XIII
Pelayo, Guerra Civil, Final 217
Bibliografía 225
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Theudemir
Introito
Los visigodos
Tratando, como se pretende, hacer la reseña de
un personaje de la talla de Theudemir, visigodo ilustre
de finales de dicho imperio en Hispania, creo importante
realizar, aunque sea someramente, un resumen que
hable de quienes eran y de cómo y porqué llegaron a la
península ibérica y durante cuantos siglos
permanecieron en ella.
El visigodo fue un pueblo originariamente
asentado en la delta del Danubio y que emigró de sus
lares presionado por los hunos. Se adentró en Europa,
no sin el consentimiento del Imperio Romano, habiendo
pactado con el Emperador Teodosio I su
establecimiento en una región conocida por Moesia que
limitaba con Dalmacia, Dardania, Dacia, entre otras
provincias latinas. Lo hicieron como foederatus, pueblo
confederado. Hoy estos territorios pertenecen a Serbia y
Bulgaria.
Formaron, desde entonces, parte de las tropas del
Emperador y lo hicieron como mercenarios, a pago
convenido.
12. 12
Theudemir
Las primeras noticias de Alarico, colocándole al frente
de las mencionadas mesnadas, datan del año 394.
Alarico fue determinante para su pueblo y puede que
también lo fuera en la caída del Imperio Romano de
Occidente.
Cuando aconteció la muerte del Emperador
Teodosio I, año 395, los visigodos, motu propio,
rompieron la hasta entonces lealtad a Roma y sin
preocuparse por notificar novedades a los herederos del
Imperio, Honorio y Arcadio se desmarcaron como
foederatus y aprovecharon el momento para proclamar
Rey a Alarico, hasta entonces jefe militar.
Un año más tarde, 396, al mando de sus tropas, invadió
Macedonia, Tracia, Beocia y Fócida, destruyendo y
arruinando ciudades como Esparta, Corinto y Argos.
Atenas consiguió eludir asedio, destrucción y saqueo
previo pago de importantes cantidades de oro.
Fue esta una ocasión en la que pusieron en graves
apuros al Emperador de Oriente; pero Arcadio les
contuvo y frenó por medio del General Estilicón e hizo
que vieran las ventajas de replegarse, tras
determinados acuerdos, a unas tierras alejadas de
Bizancio.
El Emperador de Oriente, Arcadio, hijo mayor de
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Theudemir
Teodosio I, pactó con Alarico y consiguió asentar a los
visigodos en la Provincia de Iliria, lugar perteneciente al
Imperio de Oriente, pero muy cercano a Italia.
Esto fue lo más parecido a quitarse unos problemas de
encima para pasarlos a su hermano Honorio, como así
fue.
La estratagema del Emperador Arcadio molestó en gran
manera al General Estilicón que con su ejército
intervenía en los graves asuntos de ambos imperios
romanos separados y que él consideraba obligados a
defenderse mutuamente.
La desavenencia debió ser grave pues, desde entonces,
se desinhibió de los asuntos provenientes del de
Oriente.
Tuvo razón Estilicón y el tiempo se encargó de
dársela. El año 400 Alarico y sus visigodos,
descontentos con las tierras de Iliria, zona muy
montañosa, marchó con sus guerreros sobre Italia y fue
arrasando lo que le venía al paso y así hasta que, otra
vez Estilicón, consiguiera detenerle y vencer en Verona.
Algo más tarde le derrotó nuevamente en la Batalla de
Pollentia y le obligó a retirarse de Italia. Esto último
sucedía un 6 de Abril del 402.
Es probable que, esta vez, el Emperador Honorio
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Theudemir
y el General Estilicón llegaran a algún nuevo tipo de
acuerdo con Alarico, más justo sería decir alianza,
porque los problemas que ocasionaban las invasiones
bárbaras de norte eran cada vez más preocupantes en
el Imperio Romano de Occidente. Con suma urgencia
era necesario reducir el número de frentes de
confrontación y quitarse de encima uno tan importante,
como la presión visigoda, era muy aconsejable. Debían
frenar los acosos que llegaban por doquier.
A la insurrección de las tropas en Britania, se sumaba
que los suevos, vándalos y alanos, cruzaron el Rhin en
el 406, y se dedicaban a la devastación y recogida de
botín. Estos contratiempos lo fueron de mayor gravedad
cuando godos y vándalos hicieron acto de presencia en
el Norte de Italia.
En estos tiempos de encuentros y desacuerdos
entre romanos y visigodos, hubo un momento en el que
el Emperador Honorio, en definitiva Roma, convino con
Alarico unir sus ejércitos para ir contra el Imperio de
Oriente, pero al punto de llevar a efecto estos planes,
murió Arcadio y se abortaron los proyectos. Era el 408,
el mismo año en el que Alarico exigió al Senado
Romano, por medio de Estilicón, una compensación por
los planes fallidos y que el gobierno romano accediera a
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la petición. Pero muy poco después cayó en desgracia
Estilicón y el Emperador Honorio mandó su ejecución y
ordenó anular los acuerdos de pago por indemnización
a los visigodos.
Lo que sucedió posteriormente viene a confirmar que
fue una decisión desacertada. Alarico invadió Italia, otra
vez más, y forzó a Honorio a refugiarse en Rávena,
ciudad prácticamente inexpugnable.
Corriendo el año 410, tras varios intentos de
llegar a un acuerdo con Honorio, entre los que figuraba
el ser reconocido como Magíster Militum, General de los
Ejércitos del Imperio, cosa que nunca llegaría a lograr,
sitió y saqueó Roma, exigiendo un gran rescate,
además del botín adquirido, entre el cual se hallaba el
rapto de Gala Placidia, hermana de Honorio.
Al parecer el gran sueño de Alarico fue la
conquista del Norte de África, granero del Imperio
Romano. El abastecimiento de sus hombres le había
dado grandes quebraderos de cabeza hasta entonces.
Hizo alguna intentona de acercarse hasta allá, como
cuando se llegó a Reggiana con la intención de
embarcar y una larga y gran tormenta le disuadió del
cometido.
Murió Alarico siendo muy joven, a la edad de 35
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Theudemir
años en la ciudad de Cosenza y le sucedió en el cargo
su cuñado Ataulfo. Corría el año 410.
Los visigodos, con Ataulfo al frente, abandonaron
Cesena y se alejaron de Italia yendo a asentarse al sur
de La Galia.
El General Constancio, nombrado nuevo
Magíster Militum, amigo del Emperador Honorio e
interesado por la hermana tomada como rehén en
Roma, consiguió que el Emperador exigiera la entrega
de Gala Placidia, todavía en poder de los visigodos.
Ataulfo se negó en redondo a la petición y otra vez más
renació la guerra entre ellos. Los visigodos acosaron
Marsella, donde tenían intención de saquear los víveres
que tanto comenzaban a necesitar; pero sin éxito. El
Conde Bonifacio les venció en toda regla.
Se retiraron de la contienda y se dirigieron hacia el
oeste ocupando Tolosa, Narbona, Burdeos y otras
ciudades del Sur de Las Galias. A final del 413
dominaban Aquitania, Narbonense, también llamada
entonces Gallia Transalpina, y Novempulania o
Aquitania III.
El año 414, Ataulfo casó con Gala Placidia que lo
aceptó de buen grado, acaso pensado que de este
modo cesarían las hostilidades entre romanos y
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visigodos; aunque el efecto ocasionado fue el contrario.
El Emperador Honorio se sintió agraviado y no es que
continuara con su hostilidad hacia Ataulfo, sino que la
agrandó. Fue entonces cuando ofreció la mano de su
hermana Gala al General Constancio, siempre que
lograra hacer desaparecer de Las Galias a Ataulfo y sus
gentes
Constancio reunió un numeroso ejército, se enfrentó a
los visigodos y obtuvo una importante victoria en
Narbona, apoderándose de toda esa zona costera
mediterránea.
Por las noticias llegadas hasta nuestros días, se sabe
que Gala convenció a Ataulfo a renunciar a la lucha
para defender y retomar el gobierno de la Narbonense,
dejándola para otra ocasión más propicia. Así que a
finales del año 414 pasaron los Pirineos y se instalaron
en Barcino, ciudad de la Tarraconense, sin ni siquiera
intentar luchar para echar del lugar a Constancio.
Esta inacción enojó y enfrentó a más de un jefe
visigodo, esos que se mostraban contrarios a
abandonar la zona sin presentar oposición.
Este fue el año, el 415, en el que los visigodos pisaron
por vez primera las tierras de Hispania.
A finales o principios del siguiente, Gala Placidia dio a
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Theudemir
luz un niño al que puso por nombre Teodorico. Debido a
este acontecimiento se intentó otra nueva
reconciliación; pero Honorio se mantuvo en sus trece y
no aceptó. El pequeño Teodorico murió a las pocas
semanas.
Ataulfo, después de estos acontecimientos, no
gozó de larga vida. Fue asesinado por un esclavo de
nombre Dubius por, no existe certeza, mandato de un
tal Sigerico. Uno de esos disconformes con la actitud
tomada de abandonar Galia. Otros dicen que por orden
de un noble de nombre Barnulfo que pretendía la mano
de Gala Placidia.
Antes de morir Ataulfo nombró sucesor a su
hermano Walia. Pero el caso es que los descontentos
consiguieron llevar al trono a Sigerico.
Efímero reinado el del mencionado. Sigerico tan solo
estuvo en el poder durante una semana.
Asesinado Sigerico, Walia que era el hermano
a quien había señalado Ataulfo antes de su muerte, fue
proclamado Rey.
A Walia se le achacó el incitar la muerte del antecesor.
Puede que estos sean los primeros casos con los que
se diera comienzo al conocido Morbus gothorum.
Walia firmó un nuevo pacto de alianza con
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Honorio en el que figuraba, la obligación de los
visigodos a vigilar y defender las fronteras romanas,
además de liberar y entregar a Gala Placidia, hecha
prisionera por Alarico I y retenida por Ataulfo,
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Theudemir
Final del Imperio Romano
El otrora grande, invencible y todopoderoso
Imperio Romano se hallaba en horas bajas y acosado
por los cuatro costados. Dividido en dos, Imperio de
Oriente e Imperio de Occidente, ambas partes tuvieron
que soportar el acoso y las embestidas de las hordas de
los llamados bárbaros del norte.
El Emperador Teodosio I, Soberano de Roma del año
379 al 395, repartió el Imperio entre sus dos hijos. Al
mayor, Flavius Arcadius, que estuvo en el poder desde
el 395 al 408, año de su muerte, le puso al frente del
que se conoció como Imperio Romano de Oriente con
capital en Bizancio.
Bizancio había sido construida el año 330 por
Constantino I el Grande que la bautizó con el nombre
de Nueva Roma; pero el pueblo muy pronto comenzó
a denominarla Constantinopla, aunque por ambos
nombres fue conocida desde su fundación.
Este Imperio Romano de Oriente que más tarde cambia
de nombre y es conocido como Imperio Bizantino,
estuvo conformado por Los Balcanes, Anatolia y
Egipto. Fue capaz de resistir los embates de muchos y
diversos ataques, resistiendo múltiples invasiones .
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Theudemir
Arcadio rechazó repetidas veces, durante los años de su
reinado, a los visigodos. Y también Teodosio II que
hizo inexpugnable la capital reforzando sus murallas,
consiguió que los esfuerzos de los hunos fueran
infructuosos. Con estos llegó, por medio de
gravámenes, a pactos para que sus afanes de
conquista fueran desviados hacia otras tierras y sus
ejércitos se dirigieran a otras zonas.
Estas negociaciones se mantuvieron vigentes hasta la
muerte de Atila, momento en el que los hunos dejan de
ser motivo de preocupación.
Otro tanto consiguió el Emperador Zenón, en el poder
del año 474 al 491, con Teodorico El Grande, rey
ostrogodo, al que logró conjurar en su invasión y desviar
a Italia.
Este Imperio Romano de Oriente, Imperio Bizantino, se
alargó en el tiempo hasta el año 1.453, casi un milenio
más que el de Occidente.
Teodosio I entregó ese mismo año 395 la otra
parte, desde entonces Imperio Romano de Occidente,
con capital en Roma, a su hijo menor Flavius Honorius.
El territorio estaba integrado por Italia, Galia, Gran
Bretaña, Hispania, Magreb y las Costas de Libia.
Honorio, calamitosamente, reinó durante 28 años
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Theudemir
y durante éstos sucedieron todas las desdichas e
infortunios que pudieran darse.
La historia del Imperio de Occidente, como tal, es corta
y dolorosa. Se desvanece el año 476 cuando Rómulus
Augustus, llamado cáusticamente por el pueblo
Rómulus Augustulus, fue depuesto por el germano
Odoacro. Apenas ochenta y un años de duración.
En aquellos tiempos el Imperio tuvo que soportar las
invasiones de los suevos, vándalos haslingos, vándalos
silingos, alanos, godos, hunos, francos, gépidos,
sármatas, hérulos y otras diferentes tribus de las que
nunca pudo olvidarse por completo; algunas de ellas
venían hostigando a menor escala desde principios del
siglo primero.
En lo que respecta a los pueblos que invadieron
Hispania y de cómo llegaron los visigodos a asentarse y
hacerse con el dominio del suelo peninsular es en lo que
se centra este escueto resumen para dar ubicación a la
procedencia del personaje Theudemir y del medio social
en el que se llegará a encontrar. Theudemir fue un
importantísimo personaje en los finales del Imperio
Visigodo de Hispania.
Los Montes Pirineos no significaron un
importante obstáculo para los Bárbaros del Norte. A
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Theudemir
finales del 409, suevos vándalos y alanos pasaron la
barrera montañosa y entraron en Hispania por Somport
y Roncesvalles.
Durante un par de años anduvieron haciendo disparates
sin hallar freno a sus desmanes de saqueo, muerte y
destrozo de todo cuanto encontraban a su paso. Las
guarniciones romanas no pudieron hacer frente, ni tan
siquiera detener un poco, la barbarie de sus incursiones.
Fue entonces que el Emperador Honorio envió al
General Constancio, Magíster Militum, a frenar estas
embestidas sangrientas sobre los pueblos de la
península ibérica; aunque fuese a base de algún tipo de
tratado. Corría el año 411.
Como resultado de aquellos contactos surgió el
compromiso de que la provincia Tarraconense y las
zonas costeras del Mediterráneo no serían atacadas y
se respetarían como patrimonio romano bajo la tutela
del Emperador y que el resto peninsular sería distribuido
para el asentamiento de las diferentes tribus invasoras,
hallando, pues, un lugar donde establecerse, dedicarse
a la agricultura y ganadería abandonando la práctica del
acoso y saqueo.
Así fue que los suevos se acomodaron en lo que hoy es
Galicia con zonas de costa y en el norte de Portugal,
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Theudemir
Ocuparon los vándalos asdingos el resto de la antigua
Gallaecia, las zonas comprendidas en torno a Clunia,
región de los arévacos, localizada hoy en el término
municipal de Coruña del Conde, Burgos, importante
convento jurídico en tiempo romano, y las tierras
comprendidas en los conventos asturiacenses, Astúrica
Augusta, actual Astorga en la provincia de León. Los
otros vándalos, los silingos, fueron acomodados en el
sur de la península, en la Bética. Y los alanos quedaron
ubicados en la Lusitania y la Cartaginense.
El arreglo duró bien poco. A los nuevos mandatarios
peninsulares les dio por hostigar a la población
permanente, acosándola con impuestos en el mejor de
los casos y despojándola violentamente de sus
posesiones la mayoría de veces.
La situación empeoró cuando abiertamente se dieron a
la guerra y saqueo entre ellos.
El pacto del rey visigodo Walia, que se mantuvo
en el poder desde el 415 al 418, y tenía firmado con
Honorio, por medio del General Constancio, le puso al
frente de su ejército para marchar contra los vándalos
silingos de Bética.
Los visigodos vencieron y capturaron a su Rey
Fredevaldo. Los restos del pueblo vándalo silingo fueron
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diseminados por la geografía más cercana y muchos
se cobijaron y confundieron entre sus paisanos
asdingos del norte de la península.
También es verdad que esta gran dispersión no duró
mucho. Pocos años más tarde estaban de nuevo
congregados en la Bética y Roma de nuevo con la
intención de recuperar esta provincia.
Walia pretendió entonces pasar al Norte de
África, idea que desde Alarico rondaba en la cabeza de
los visigodos, pero desistió y lo dejó de considerar. Lo
más probable es que le faltara convicción. No es lo
mismo desplazar una población de 60.000 u 80.000
personas, formando una enorme y larguísima caravana
de carros, carretas, animales de corral, ganado,
mujeres, hombres de guerra y criaturas pequeñas por
caminos de tierra y empedradas vías romanas, que ya
era un abrumador trabajo, que todo ello pasarlo al otro
lado del mar. Llevaría mucho tiempo, aún hallando
naves para tal efecto. Esto debió ser muy importante
para anular un sueño de tantos años; aunque el peso de
la falta de abastecimiento para tan gran masa itinerante
siempre fue una losa preocupante para los visigodos
que ya se habían trasladado por toda Europa y
asentado, sin éxito, en varios lugares. La intendencia
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Theudemir
necesaria para abastecer a un pueblo errante tan
numeroso es, sin dudas, algo ímprobo.
Walia, al regreso de la Bética, la emprendió
contra los alanos de la Lusitania a los que venció
rotundamente. También en esta ocasión logró capturar
al rey, Adax, al que dieron muerte.
Como los vándalos silingos, también los alanos que
lograron sobrevivir, fueron a cobijarse en tierras del
norte peninsular y muchos de ellos se unieron a los
suevos de Galicia.
En reconocimiento, o acaso como parte de lo ya
pactado, el Emperador Honorio concede a Walia y su
pueblo, como confederados, un suelo donde poder
asentarse y olvidar la vida nómada que llevaban
arrastrando tantos años. Se trataba de La Aquitania II
con capital en Tolosa. Es entonces y ahí cuando se
inicia el Imperio Visigodo de Tolosa que se mantuvo en
vigor desde el 418 hasta el 507.
Poco más tarde en Tolosa, corriendo el año 419, murió
Walia. Le sucedió en el trono Teodorico I, conocido
también por Teodoredo y que reinó durante los treinta y
dos años siguientes, hasta el 451 que fue muerto en la
batalla de Los Campos Cataláunicos.
Entre tanto, en ese ínterin, vino a acontecer, tras
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Theudemir
la muerte en el 428 de Gunderico, Rey de los vándalos,
que el sucesor Genserico en el 429 pasó al Norte de
África y abandonó con sus gentes el sur peninsular,
dejando libre la Bética.
Pasados unos pocos años había formado un fuerte
reino con capital en Cartago. El sueño visigodo había
sido llevado a efecto por uno de sus enemigos.
A finales del siglo V los suevos galaicos habían
ampliado sus dominios a costa de la vecindad y se
habían anexionado todo el norte del actual Portugal y
también Asturias. Con el camino libre en Bética por la
salida de los vándalos hacia África, hacen incursiones
de saqueo en Bética, Lusitania y la zona cerealista del
norte de la Cartaginense.
Roma , por medio del General Aecio, pacta y frena
estas incursiones; pero no duran los acuerdos, hasta el
438.
Los suevos que ya eran muy poderosos, se habían
hecho con el control absoluto de toda la Gallaecia. Ese
mismo año 438, el Rey Hermerico abdica en su hijo
Requila y a este le falta tiempo para dedicarse a
saquear y conquistar Hispania. En el 439 se hace con
Mérida, en el año 441 con Sevilla y una extensa zona
bética.
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Theudemir
Muere Requila el año 448 y su hijo Requiario le sucede
en el trono. Al año siguiente ya estaba llevando a cabo
acciones militares contra Vasconia, Cartaginense, atacó
Zaragoza sin éxito, y la Tarraconense, conquistando
Lérida.
Parece ser que suevos y visigodos tuvieron esos
años alguna especie de tratado de no agresión. Los
visigodos seguían asentándose en Aquitania II y no
mostraban ganas de moverse, bastante tenían con
repeler a quienes aspiraban esos mismos territorios,
como los francos. Pero el año 453 muere el rey visigodo
Turismundo y le sucede en el trono Teodorico II.
Este año los suevos pactan con los romanos la
devolución de los territorios conquistados en
Tarraconense y Cartaginense. En teoría parecía que
iba a reinar la paz durante una larga temporada. Y no
fue así.
Dos años más tarde Requiario retoma las acciones de
rapiña, saqueo y asentamientos en la Cartaginense.
Roma exige que se le restituya los territorios invadidos y
Requiario no solo no hace caso sino que repite la acción
en la Tarraconense, penetrando y conquistando
territorios.
En esos momentos era Eparchius Avitus Augustus,
30. 30
Theudemir
conocido por Avito, el Emperador de Roma.
Avito y su mejor aliado Teodorico II, hay que tener en
cuenta que Avito había sido el preceptor de Teodorico,
unen sus fuerzas y deciden atacar a Requiario.
Cruza Teodorico a la península por Roncesvalles,
cuando los suevos se hallaban de saqueo en la
Tarraconense.
Ambas fuerzas acaban frente a frente en un punto del
río Órbigo, en la zona actual donde está ubicado el
pueblo Hospital de Órbigo y allí mismo, el 5 de Octubre
del 456, se libra la conocida Batalla del Río Órbigo que
supuso la derrota absoluta de los suevos.
El Rey huyó a Oporto; pero allí fue hecho prisionero y
ejecutado. En diciembre de ese año, Teodorico entró en
Braga y entronizó a Agiulfo
31. 31
Theudemir
Los primeros visigodos en Hispania
Aprovechando la campaña militar contra los
suevos, Teodorico II dejó varios asentamientos, en
determinados puntos que fueron conocidos en primera
instancia como Campus Gallaeciae. Más tarde esos
mismos lugares tomaron el nombre de Campi
Gothorum, Campus Gothorum, Campos Góticos y
Tierra de Campos. Este territorio no es otro que el Valle
del Duero cuando transcurre por el norte de la meseta.
La zona en cuestión fue ensanchando y repoblándose
paulatinamente, pero sin cesar, desde el primer
momento de su creación.
A la muerte de Teodorico II, asesinado por su
hermano Eurico, hechos que acontecieron el año 466,
los visigodos eran ya dueños de casi toda Hispania o , al
menos, de la mayor parte.
Eurico consolida los territorios que fueron
anexionándose y deja de depender del Imperio Romano
y firma con el suevo Remismundo el límite de fronteras
entre ellos, era el 468.
A excepción de las zonas norteñas de cántabros y
vascones el resto de Hispania estaba ya en manos
visigodas.
32. 32
Theudemir
Durante su reinado que se alargó hasta el 484, el
Imperio Romano de Occidente fue totalmente
desmantelado y finiquitado. El último Emperador,
Rómulo Augustulo, muere el 476.
Con Alarico II, 484 al 507, los visigodos pierden
la Aquitania II por los continuos ataques de burgundios
y francos. Los visigodos son derrotados y el Rey
muerto en la Batalla de Vouvillé. Encuentro que se
produjo el año 507.
De la Galia únicamente pudieron conservar la
Septimania y ello gracias al apoyo recibido de los
ostrogodos. Era el año 508. Es entonces que se da
inicio al Reino de Toledo y de esta manera que los
visigodos acaben de instalarse en la península.
Procedentes de Aquitania II, llegaron a Hispania
y se asentaron con preferencia en Campi Gothorum,
gran multitud de visigodos. La migración se mantuvo
latente casi veinte años, entre los del 490 y el 510.
33. 33
Theudemir
Capítulo - I
Ambientes
Cuando Theudemir tiene la suerte o desventura
de nacer, vivir y hasta morir fue por aquellos últimos
casi cincuenta años del siglo VII y otros cuarenta y tres
del VIII. Fueron tiempos repletos de acontecimientos
vitales para el reino visigodo que acabó yéndose al
garete por una alevosa traición witizana que lo puso en
manos del sarraceno.
Estas épocas depararon gran cantidad de hechos
relevantes que van a narrarse en torno al personaje que
no tuvo más opción u obligación que presenciarlos,
convivir con ellos o, al menos, ser coetáneo y conocedor
de tales noticias.
Es por esto que no se trata de novelar la vida de un
personaje famoso de esos años, sino de contar, dentro
de un orden cronológico, una serie de hechos
importantes que sucedieron en cada momento de su
larga vida.
El personaje que se glosa, con lo que hasta el
momento conocemos de él y su tiempo, queda ubicado
entre una supuesta fecha de nacimiento, año 653, y otra
contrastada por la crónica donde dice que murió siendo
34. 34
Theudemir
muy anciano en el 743. Se le ha dado un total de 91
años de vida, prácticamente los mismos que vivió
Chindasvinto. Su tiempo tuvo por escenario la Hispania
del final del reino visigodo y los siguientes 32 tras la
invasión árabe.
Hasta nuestros días ha llegado a nosotros con los
nombres de Theudemir, Teudimero, Theodomirus,
Theodomiro, Teodomiro, Tudmir, Tadmir y Todmir y es
posible que aparezca en algún cronicón de fecha
antigua con nombre parecido o similar grafía, según
proceda de textos árabes, latinos y más o menos
próximo al transcurso de los acontecimientos.
De la España de aquellos días se toman los
sucesos más cercanos a nuestro prócer, aquellos que
por su importancia tuvieron que incidir en él o en su
entorno más o menos próximo.
Por otra parte, a falta de más datos concretos de
nuestro personaje, parece oportuno hacer una ligera
exposición de los ambientes que imperaban en aquellos
años en los que fijamos su devenir histórico. Son los
que le tocó vivir. De algunos de aquellos momentos
existen suficientes noticias como para tener presente los
diferentes movimientos políticos, sociales e, incluso,
económicos y de salud que fueron imperando en cada
35. 35
Theudemir
período que transcurre.
Como inicio, es conveniente subrayar que el
reino visigodo era lo más parecido a un avispero, donde
cada magnate se movía casi a su antojo, con arreglo a
los poderes u oportunidades que en el momento tuviese
a mano.
Comenzando por la realeza, es importante manifestar,
en primer lugar, que el poder se dirimía entre dos
grandes grupos y en ocasiones en alguno más y,
también, que no siempre imperaban las buenas y
educadas formas que pudieran imaginarse tratándose
de lo más reluciente de la aristocracia goda. Aunque en
el proceso para acceder al trono se contemplara el paso
por la libre elección entre nobles, ocasionalmente se
hacía por vías poco democráticas. El uso de la fuerza o
envenenamiento también era un atajo utilizado para
acceder a la corona. Es obvio, por consiguiente, que los
desbarajustes estuvieran a la orden del día durante
muchos años.
Dicho esto, habrá alguien que pensará que los godos
eran firmes defensores de la democracia y algún otro
que opinará todo lo contrario a este aserto. Había para
todos los gustos. Sin dudas que las conjuras y
derrocamientos eran frecuentes y que, además, siempre
36. 36
Theudemir
se mantenía alguno al pairo de los vientos que pudieran
llegar al cabo de los años, dependiendo de quien
estuviese en el trono en ese instante, dispuesto al
asalto.
Más de uno ha llegado a creer que estos godos
andaban mal de la molondra y puede que fuera cierto.
Sobre el particular ya se comentaba en aquellos años,
lo dicen algunas crónicas, que este era el mal de los
godos: matarse entre ellos.
Tanto política como en ocasiones militarmente, los
seguidores de uno de esos grandes bandos declarados,
no cesaban en sus intrigas desde el instante de ser
entronizado el candidato diferente al que ellos hubiesen
deseado. Y si no fuera bastante, no hay que echar en el
cesto del olvido las discrepancias unilaterales de algún
que otro noble godo que, en la creencia del poder de
sus fuerzas y la fe ciega de que ha llegado su
oportunidad o en ambas cosas al mismo tiempo, atenta
por su cuenta y riesgo. Entonces se lanza a la aventura
del poder por la fuerza bruta, comprando voluntades de
algún que otro colega con promesas de honores y
dineros que es como se hace siempre.
Tampoco hay que dejar en el olvido que, de vez en
cuando, algún gobernante de provincia alejada de la
37. 37
Theudemir
corte, alentando deseos de mando supremo, se revela
autoproclamándose rey, como en el caso del duque
Paulo.
Y si no fuera suficiente para estar entretenidos haciendo
estas batallitas, también había otros que no remitían de
sus acostumbradas embestidas de recolección de botín
con feroces acometidas a los poblados de su entorno.
Era sistemático y casi anual que cántabros, vascones,
emeritenses o béticos anduvieran dando ejemplo de
hostigamiento a los pueblos de frontera, al tiempo que
se enriquecían con el botín usurpado a quienes hallaban
a su paso, arrasando con todo lo que se les enfrentaba
en sus encuentros de rapiña.
Dentro del grupo de nobles con capacidad de
mando existía siempre algún insatisfecho con su status
y que pretendía mayores reconocimientos. Pertenecían
éstos a una importante sección de la clase alta de
hispanos romanos o nativos peninsulares, algunos de
los cuales incluidos en el también dominante y culto
sector eclesiástico, los menos. Desde tiempo no muy
atrás, estos escogidos hispanos, por mor de una ley
hecha por godos y para godos, no tuvieron nunca más
la opción a reinar. No podían pertenecer al grupo
selecto de los escogidos para la corona. El trono
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Theudemir
quedaba para uso exclusivo de la clase de sangre noble
y alta que, desde entonces, no era otra que la de los
grandes magnates visigodos. Por algo tenían las armas
y eran quienes desalojaran a los bárbaros invasores de
la península y continuadores de Roma tras su caída.
Lo anterior referido exclusivamente a política,
porque a estos altos grupos todopoderosos se oponían,
con frecuencia sistemática, los religiosos que querían
obtener sus prebendas arrimando el favor interesado al
mejor postor. No en vano debían apoyar y ungir al
nuevo soberano, escogiéndole con sus votos y
bendiciéndole más tarde cómo legítimo Rey.
Es cierto que desde los tiempos de Recaredo,
gobernó del 586 al 601, que de los godos se afirma que
habían abandonado el arrianismo y abrazado las
creencias católicas romanas. No parece más que eso
de pasar de una creencia a otra era algo así como
cuando se hace un huevo frito: se echa en aceite
caliente y en un plis plas está hecho. O sea, que hoy te
acuestas creyendo lo contrario a lo que se profesará a
la mañana del día siguiente y todo ello pareciendo de lo
más normal.
La realidad fue que no dejó de ser un intento de
unificación entre arrianos y atanasianos para conseguir
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Theudemir
algún que otro gobierno con un poco más de sosiego y
algo menos de sobresaltos. Eran buenas intenciones
para evitar matarse entre ellos con algo menos de
asiduidad, pues era una realidad que venía
sucediéndose con mayor frecuencia de la deseada.
Cuando se fija la fecha de nacimiento de nuestro
prócer visigodo únicamente habían transcurrido
cincuenta años de este acontecimiento de unificación de
credos. Es evidentemente que no los suficientes para
echar en el cesto del olvido las creencias que venían
profesándose desde tiempo atrás, antes de invadir la
península. Los visigodos fueron siempre arrianos.
Estos grupos religiosos, parte de los escogidos que
siempre son unos pocos, con sus respectivas
disensiones internas, componían, a grandes rasgos, una
parte del entramado de la sociedad. Eran esa alta
sociedad que, para no desentonar y como desde que el
mundo es mundo, corre en pos del poder económico.
En general, una mayoría considerable de godos de
mayor edad, fuese en secreto o en privado, continuaban
fieles a su fe que era que la recibida de sus
antepasados y, sin dudas, que la transmitieron a sus
hijos y nietos.
La unificación del país, propuesta o implantada por
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Theudemir
Recaredo mediante la religión, sirvió para la tranquilidad
de unos pocos años. A la larga para nada, pues con el
tiempo causó el efecto contrario del que se buscó al
inicio.
Mención aparte para los de siempre, los judíos que,
desde que se conoce su existencia en Hispania,
sirvieron de convulsión. Fueron, en este caso, el cáncer
que se llevó a la tumba al Reino Visigodo. Los aliados
que sufragaron con sus bienes la campaña del invasor y
quienes les abrieron las puertas de las murallas, como
se comentará en su momento.
Estos clanes aristocráticos, el de los godos, el
romano indígena y el conocido como eclesiástico,
mezcla de ambos, mangoneaban a sus anchas por
aquellos años. Cohabitaban, por decirlo de manera
discreta, aunque no revueltos, en las grandes y bien
fortificadas ciudades ubicadas, por lo general, en el
interior del país.
El pueblo llano, compuesto en un considerable número
por la población libre, se desenvolvía, por lo general, en
el medio rural, donde vivía dedicado a la agricultura y
también a la ganadería, especialmente lanar, caprina y
caballar.
La autonomía de los hombres libres, importante
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Theudemir
subrayar, era un poco relativa, pues las provincias y
grandes ciudades tendían al auto abastecimiento y, por
ende, a enormes latifundios. Los magnates de entonces,
como los de ahora, disponían de grandes extensiones
de terreno donde cosechar y apacentar ganado y,
además de tener siervos propios, necesitaban también
de otros, semi libres, con los que trataban unos
rendimientos fijos a cambio de cultivos y cría de ganado.
En tiempos de Wamba se promulgó una ley en la que
se diferenciaba al pueblo laico haciendo una
especificación de clases: nobilis, mediocrior viliorque
persona (nobles, mediocres y siervos).
Esta división era importante para el tesoro real y de gran
trascendencia, pues los dignatarios godos, comparados
con la población en general, eran poquísimos en
número y no pagaban impuestos a la corona; pero sí lo
hacía los mediocres que eran muchos y tanto
propietarios como arrendatarios debían abonar los
cánones establecidos.
En época de Chindasvinto se definían a los mediocres
como “aquellos que acostumbran a suministrar caballos
y pagar impuestos a la Caja Pública” Eran libres, private
possessores, no teniendo en cuenta la dependencia
directa de quienes gobernaban, pero no formaban parte
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Theudemir
de la jerarquía.
Las labores de cuidado y pastoreo del ganado así como
el cultivo de la tierra eran los oficios practicados por la
mayor parte de la población en esas fechas.
En el grupo de mediocres están incluidos los mandos
medios empleados en el arte de la guerra y también los
pertenecientes a una larga lista de oficios, tanto laicos
como clericales. Entre otras profesiones liberales se
citan las de artesanos en sus múltiples especialidades:
ceramistas, herreros, fabricantes de armas, escultores,
canteros, orfebres, sastres así como la de los escribas,
clérigos dedicados a la enseñanza, pedagogos laicos,
recaudadores de impuestos, médicos y un largo
etcétera.
Respecto al comercio y actividades inherentes al caso,
era desarrollado, mayoritariamente, por judíos; aunque
también por algún cristiano. Especial hincapié a los
negocios de allende las fronteras. Se llevaba a efecto en
unas lonjas conocidas como cataplús. Entre las
actividades de estos comerciantes figuraba también la
de prestamista y el interés de cobro permitido se fijaba
en un sueldo de cada nueve, lo que vendría a suponer
el 11,11%
El comercio al por menor se realizaba en tiendas y
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Theudemir
mercados conocidos por conventus mercantium.
Hasta aquí la sociedad de altos dignatarios
visigodos, Seniores gothorum, altos dignatarios de casta
indígena o romana, Senatores, incluidos clérigos, y una
tercera de hombres libres; pero es obvio que no todos
los habitantes estaban encuadrados en esta trilogía de
privilegiados. Hay que citar a los semi libres y a los
siervos.
Hablar de semi libres es hacerlo de pequeños
propietarios o antiguos dueños que han quedado en la
nada o en poco y, por consiguiente, para poder
subsistir, deben prestar sus servicios a un poderoso.
Por lo general lo hacían como arrendatarios al frente de
cultivos, cuidado del ganado o cualquier otra actividad
pactada. Buena parte de estos trabajadores, a veces
considerados libres, lo fueron por cuenta ajena como
braceros o jornaleros asalariados. No eran siervos, es
verdad, pero tampoco totalmente libres al tener que
depender, para sobrevivir, de un superior. Esta clase
social sí era la que componía el grueso de la población
hispano goda.
A tener en cuenta, en este apartado de semi libres, la
gran cantidad de siervos que fueron emancipados y
pasaron a libertos sub obsequium. Dicho en otras
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Theudemir
palabras, siguen al servicio de su antiguo dueño pero en
vez de considerarle propietario, ahora lo hacen como
patrono.
Finalmente, otra parte numerosa de la población era la
de siervos.
Subrayar que algunos siervos vivían bastante mejor que
muchos libres y mediocres y que eran muy envidiados
según en qué puestos ejercían. A estos siervos se le
conocía como idóneos, entre los que se contarían
maestros, servidores domésticos, escribas y otros que
eran muy estimados. Sería, en caso súmmum, el de
algunos siervos del rey, duques, condes o altos cargos
de la Iglesia que gozaban de confianza total y ocupaban
cargos muy relevantes y delicados.
Gran mayoría de siervos estaban dedicados al cultivo de
tierras y, en este sentido, grandes extensiones
pertenecían a la Corona. A los empleados en estos
menesteres, a cargo del Tesoro Público, se les conocía
por fiscalinis. Al resto de propietarios como privati. Eran
la plebs de los latinos, plebeyos por oposición a
patricios, población sujeta a pago tributario.
Tanto fiscal como socialmente, comparando fiscalinis y
privatis, no existía diferencia.
Resaltar que dentro de las obligaciones de los siervos
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Theudemir
fiscalinis se contemplaba el deber de incorporarse al
ejército siempre que fueran convocados para repeler un
peligro, fuera rebelión interior o viniese del exterior.
También condes, duques y seniores en general debían
presentarse con sus siervos, adecuadamente armados,
a cualquier convocatoria real. Era éste un asunto
preocupante y por ello estaba altamente legislado e
inspeccionado.
Hubo determinadas épocas en que llegó a ser un factor
de gran desestabilización la enorme fuga de siervos
rurales, pues al quedar las tierras sin cultivo, terminaban
convirtiéndose en un erial, perdiendo gran parte de su
valor y las arcas, por consiguiente, los tributos. Amén de
reducir posibilidades de formación de un ejército de
emergencia. Los fiscalinis formaban el grupo social del
que dependía la magnificencia del reino.
La huida de siervos, a finales del siglo VII y
comienzos del VIII, se convirtió en un mal endémico
que preocupó en gran manera a los mandatarios de
esos tiempos. En anales de Égica se dictó una ley en la
que se podía leer: “No existe ciudad, castillo, aldea, villa
o posada donde no se oculte algún siervo fugitivo“.
También esta situación queda reflejada bastante años
antes cuando el obispo Braulio de Zaragoza deja
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Theudemir
constancia en alguna de sus epístolas que, en
ocasiones, los hombres temían dirigirse a determinados
lugares. Cabe pensar que la inseguridad lejos de las
ciudades no era causa determinante para evitar
desplazamientos, siempre que se hiciese custodiado por
una guardia suficiente de hombres armados.
A la fuga de siervos, generalmente dados al pillaje por la
geografía central de la península, había que sumar los
saqueos por causa de las incursiones llegadas por mar
y que de vez en cuando se daban en el territorio, en
especial en la franja mediterránea que va de Denia a
Cádiz.
Este último punto es para dejar constancia que los
desplazamientos a campo abierto, entre ciudades o
núcleos habitados, podría ser inseguro y que tal
sentimiento estaba arraigado en el ánimo de los
pobladores, especialmente en zonas donde fuera
necesario el paso por ciertas serranías.
Se da por sentado que, cuando se producían
alzamientos como los del Conde Froia u otros, aunque
no estén bien reseñados en las crónicas de antaño, o
incursiones de otros pueblos, como el bizantino, que por
esas zonas de encuentros no fuera aconsejable
transitar. Desplazarse sería tanto como pretender
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Theudemir
meterse en la boca del lobo o cruzar por mitad de un
campo de batalla.
El medio rural, esto parece evidente, estaba infectado
de rebeldes, fugados de la justicia, entre ellos judíos,
represaliados de purgas entre bandos que no pudieron
llegar al poder y todavía sin opción de dar el salto a la
otra ribera del Mediterráneo o allende los Pirineos,
Narbonense o M. Tingitana, que eran donde acababan
todos ellos y las gentes de mal vivir. Aunque no todos,
en honor a la verdad, subsistieran de asaltar caminos.
La inseguridad era un hecho generalizado en algunas
zonas muy determinadas para aquellos pocos que,
cargados con mercancías, debían hacer su traslado de
uno a otro lugar con los medios lentos del momento,
carros o carretas, salvo que marcharan debidamente
salvaguardados, por personal pertrechado de armas.
Grandes grupos de viajeros, cruzando por cualquier
zona, nada tendrían que temer, pues no existen
alusiones en este sentido en las crónicas y en aquellas
épocas hubo grandes y a veces continuos traslados por
toda la geografía. Se desprende por los múltiples
concilios celebrados que daban lugar a gran número de
viajes desde todas las provincias a Toledo y por el fluido
contacto comercial exterior, así como por los emisarios y
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Theudemir
carteros reales, ducales o clericales que también
tendrían un frecuente transitar a lo largo y ancho de la
Península.
Como mayor incidencia en los males que
acuciaron aquellos años, insisto, de apariencia nada
tranquilos por lo que ha llegado de entonces, referencia
hecha de los tiempos que van de Tulga a la invasión
árabe, el territorio, además de la escabechina llevada a
cabo por Chindasvinto, tuvo que sufrir varios
enfrentamientos armados con importantes bajas, así
como unas hambrunas que se enquistaron hasta
parecer endémicas, agravadas por las fugas de los
siervos que abandonaban los campos de labranza, con
la consiguiente depauperación de los terrenos, plagas
de langosta, sequías duraderas y lo peor del conjunto
de reveses que pudiera darse: la peste. Todo ello,
puede asegurarse porque existen crónicas que así lo
manifiestan, dejó el total de la población rebajada en un
tercio. Debacle tan descomunal se hace de difícil
comprensión y de arduo trabajo para encontrar en la
historia algo similar en cualquier otro pueblo del planeta,
aún teniendo en cuenta las plagas bíblicas que tuvo que
soportar el poderosísimo Egipto faraónico. Hay que
imaginar esos campos de la meseta cómo se
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Theudemir
presentarían a nuestros ojos semejando inmensas
praderas resecas o repletas de matorrales donde en la
lejanía, a lo sumo, se dejaría ver el verde prado de
algunas tierras de labranza que darían el punto de color
al desolado paisaje.
También señalar, porque fue de notable
influencia, el tema relativo a la religión o religiones del
país. La oficial, la dependiente de Roma, andaba de
capa caída en esos finales de siglo y principio del VIII.
Se diga lo que se diga y se predique como interese,
cuando los dioses no se muestran amigables y sólo se
dejan notar y aparecen con la cólera en una mano, la ira
en la otra y dejando hacer a sus representantes una
justicia poco o nada inteligible al ser humano, el pueblo
se aferra a cualquier esperanza en la forma que sea y
venga de donde venga. Y si hay que invocar a los
infiernos, pues al averno que se llega para tocar a la
puerta y ver si alguien sale que le mejore un poco el
panorama. Es comprensible que en las tierras apartadas
de los grandes núcleos urbanos, las más lejanas de las
capitales de provincias y Toledo que lo era del Reino,
renacieran todo tipo de viejas creencias, suponiendo
que alguna vez hubieran sido erradicadas.
Repetir que cuando los dioses del momento o las
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Theudemir
religiones del presente no solucionan problemas y estos
crecen en vez de menguar, todo núcleo urbano de
mayor o menor número de almas, apartado de las
influencias clericales, retoma sus antiguas creencias y
ritos ancestrales de forma descarada. En este caso, hay
que presumir con casi certeza absoluta, que nunca
fueron abolidos del fondo de las almas de aquel pueblo
que moraba en la península. Era evidente y lógico
pensar que la idolatría renacería con pujanza y sin
miramientos de ninguna clase. Era lo natural cuando se
está apartado de toda influencia eclesiástica, lejos de
las iglesias locales.
Los poblados rurales se convirtieron en focos de
idólatras y consumidores de todo tipo de magias
ancestrales. Estos, unidos a los que llamaban politeístas
romanos, a seguidores de Arrio y a judíos, formaban un
buen mosaico de creencias, donde cada cual marchaba
a su ritmo casi en una continua guerra y enemistad
abierta.
La división de Hispania en época romana que los
godos aceptaron como buena hasta la llegada de
Leovigildo, se componía de cinco provincias:
Tarraconense, Cartaginense, Bética, Lusitania y
Galecia. Posteriormente se anexionó Mauritania
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Theudemir
Tingitana, zona del norte de África (se podría decir que
comprendía el territorio del norte del Marruecos actual,
ídem del de Argelia y el de Tunicia) Amplia zona ancha
que llegaba desde el Atlántico, pasando por el Riff,
hasta aproximadamente lo que actualmente sería la
frontera con Libia. A partir de ahí comenzaba Mauritania
Cesárea.
Los visigodos perdieron esta provincia que fue
conquistada por los bizantinos; pero recuperaron la
Narbonense o Septimania situada a la otra parte de los
Pirineos.
La división de Hispania, realizada por Leovigildo
en el 579, modifica la de los antiguos romanos y la
amplía a ocho ducados o provincias y estos en un total
de 75 condados, de los que 7 pertenecían al Ducado de
Aurariola. Especial mención al de Aurariola porque
nuestro personaje Theudemir era Duque de esta zona.
Es seguro que los romanos hicieron la partición
pensando en su control administrativo, mientras los
visigodos necesitaban algo más. En aquellos momentos
era importantísimo la defensa del territorio. Así que de
una parte de la antigua Oróspeda, franja que
comprendía de Denia a Cádiz y gran parte de Bética y
estuvo en poder de los griegos bizantinos, posiblemente
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Theudemir
por los pactos habidos entre el Emperador Justiniano y
el Rey Atanagildo como pago a las ayudas recibidas
para el derrocamiento de Agila, se constituyó el ducado.
Agila fue Rey durante el periodo arriano comprendido
desde 549 al 555. Derrocado Agila y Atanagildo en el
poder, los bizantinos continuaron su particular estrategia
de guerrillas y pequeñas anexiones de territorio en la
Bética, lo que llevó a grandes quebraderos de cabeza a
Leovigildo, último Rey del período arriano español 571 -
586.
Tras grandes esfuerzos y lucha, logró conquistarla a los
bizantinos. Pero el territorio peninsular continuaba
metido en pequeños y continuos levantamientos
producidos por cántabros, navarros, vascones,
bizantinos, mauris en el Norte de África, hispanos
romanos en Lusitania y suevos en Galecia. Estas
constantes hizo que Leovigildo reestructurara el
territorio conquistado y se prometiera acabar con todas
ellas, cosa que, al menos en apariencia, tras arduos
esfuerzos, consiguió.
De ahí la nueva ordenación que dejó conformada en:
Gallecia, Astúrica, Austrigonia, Iberia, Lusitania, Bética,
Híspalis y Aurariola.
Tal como se apuntó más arriba, la provincia de Aurariola
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Theudemir
se formó con parte de la antigua Oróspeda arrebatada a
los bizantinos. Su razón de ser no fue otra que la de
contención a los asaltos que se venían produciendo por
mar y los de los bizantinos residentes en el territorio sur
de la península.
De ella comenta Ravenate al describirla: Etsi modica
existit, tamen omnio fertilis et speciosissima esse
dinoscitur (Aunque se creó pequeña, sin embargo en
todo lo fértil y excelente se distingue).
Parecido interés parece haberse suscitado para la
creación de las otras pequeñas provincias, dos al norte
y otra al sur: Austrigonia, Astúrica e Híspalis
respectivamente.
El territorio de Aurariola y las costas del sur de la
península es el hábitat por donde Theudemir más se
prodigó durante los muchos años de su larga vida.
Se van a relatar los hechos más preponderantes
de los reinados en los que Theudemir vivió. Se partirá
del anterior al nacimiento por su importancia y secuelas
que dejó sobre los reinados venideros. Por esto, aunque
se fija el 653, como fecha del natalicio, coincidiendo con
el comienzo en solitario del reinado de Recesvinto, se
dan inicio a los mencionados hechos relevantes con la
subida de Chindasvinto al poder en el año 642.
55. 55
Theudemir
Capítulo II
CHINDASVINTO ( Rey 642 a 649 / 653)
El disparatado convivir en el que se había
convertido aquella convulsa Hispania, necesitaba con
urgencia que alguien impusiera orden y paz. Tanto
Tulga, anterior Rey, como otros predecesores habían
sido incapaces de conseguir la tranquilidad que tanto
necesitaba el país. Gobernaron en medio del caos
producido siempre por el bando contrario de poderosos
magnates godos, eclesiásticos y alto linaje hispano que
en todo momento andaban dispuestos a la insurrección.
Y para evitarlo únicamente había o aplicaban un
remedio. Cualquier concesión era preferible antes de
poner en peligro la realeza que ostentaban o renunciar a
las prerrogativas dimanantes de ello. Dicho en otras
palabras: Nadie y nada por encima del Rey, ni tan
siquiera el reino con sus intereses.
Pero, comentando sobre Tulga, algo importante
hay que otorgar a favor de Tulga. No permaneció en el
poder gran número de años (639 - 642), pero en ese
tiempo promovió el plan contra el analfabetismo y lo
patrocinó durante su mandato. Las escuelas creadas
con anterioridad a su llegada al trono recibieron un
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Theudemir
fuerte impulso y a partir de entonces comenzaron a dar
resultados satisfactorios. Buena parte de la población
abandonó el analfabetismo por la potenciación de la
docencia con clérigos y doctos laicos y determinados
tipos de clases privilegiadas se prepararon para
desempeñar profesiones de estado como escribanos,
recaudadores o jueces.
Sucedió en Abril del 642 que Chindasvinto,
arropado con un elevado grupo de nobles, derrocaron a
Tulga.
Dicen algunos historiadores que veían en él la línea
familiar y continuista de su padre Khintila, anterior
monarca, y que ésta sería la causa principal; pero sin
olvidar que otro motivo añadido hubiera podido ser su
carácter poco o nada beligerante. Ambas cosas juntas,
para los godos hispanos, era poco menos que pecado
mortal.
Reunidos los nobles en Pampalica, Burgos,
Chindasvinto se proclamó rey contra la voluntad de los
obispos.
Cuando se produce un derrocamiento, aunque no sea
cruento, importa muy poco lo que opine el resto que
está enfrente.
Tulga abdicó de acuerdo con los sublevados,
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Theudemir
probablemente por temor a perder la vida y es por esto
que aceptaría vestir los hábitos monacales y ser
tonsurado.
Esta acción imposibilitaba tanto el acceso a la corona
como permanecer con ella, según lo establecido en el VI
Concilio de Toledo. El canon diecisiete establece que
los eclesiásticos no pueden reinar, deben dedicarse al
culto divino en exclusiva.
Tulga permaneció recluido en un monasterio hasta el
final de sus días.
Los godos estaban en contra de las dinastías
hereditarias, sin que mediara elección entre los
Seniores Gothorum y se regían, en este aspecto, por los
dictados del Aula Regia. Esto era admitido por todos
siempre que no se estuviese en el trono, porque todo el
que llegaba al poder pretendía perpetuar a la familia en
el ordeno y mando.
Chindasvinto sabía de la propensión de los
godos al derrocamiento; era muy mayor y habría
presenciado muchos de ellos. En los últimos cincuenta
años había conocido un total de nueve reyes: Liuva II,
Witerico, Gundemaro, Sisebuto, Recaredo II, Suinthila,
Sisenando, Khintila y Tulga. Lo que él acababa de
hacer, para los visigodos, debía ser de lo más normal.
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Theudemir
En solitario reinó Chindasvinto seis años y otros
cinco más que lo hizo compartiendo el poder con su hijo
Recesvinto. Once en total. Desde el primer momento,
puesto que el reino andaba envuelto en luchas,
revueltas y grandes males, intentó, apoyado por los
nobles que le habían aupado al poder, poner orden en
aquel maremágnum que se había convertido el reino
visigodo.
Ya cuando accedió al poder era muy añoso, contaba
setenta y nueve años, dicen las crónicas. En esos
momentos el poder real no era fuerte y quedaba
expuesto a los vaivenes de los intereses personales de
los nobles.
La alta aristocracia de los Seniores Gothorum, la
Eclesiástica y la de los Senatores tenía diferentes
puntos de vista políticos y todos ellos pretendían un alto
nivel de independencia territorial y económica.
Chindasvinto y el grupo de leales que le
encumbraron, entendieron que debían fortalecer el reino
y la figura regia. Posiblemente rememorando las
figuras, política, militar y legislativa, de Leovigildo y su
hijo Recaredo, a quienes deberían imitar en el gobierno
del reino.
Leovigildo ascendió al poder en el 572, aunque
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Theudemir
ya estuvo gobernando con su hermano Liuva I durante
los tres años anteriores.
Chindasvinto que había nacido en el 563, cuando a
Leovigildo le sucedía Recaredo en el 586 ya contaba
veintitrés. Era, por consiguiente, conocedor de primera
mano de lo mucho acaecido desde entonces y de los
grandes trabajos para conseguir la unidad.
Leovigildo había intentado recuperar la provincia en
manos de los bizantinos, la Bética. No logró sus
propósitos, pero consiguió que éstos quedaran
relegados en una estrecha franja mediterránea que iba
de Cádiz a Denia. También se enfrentó a vascones y
cántabros, a los que sometió y consiguió una
momentánea paz. Se las tuvo que ver con los suevos
afincados en Gallecia y norte de Lusitania a los que
dominó. Y si lo anterior no fuera suficiente, tuvo que
dirimir contra su hijo Hermenegildo que, aliado con los
bizantinos de la Bética, se le alzó en rebelión en Sevilla.
Tras el asedio de dos años cayó la ciudad y sometió a
los revelados; pero Hermenegildo consiguió huir a
Córdoba. Aquí fue vencido y hecho prisionero.
Hermenegildo pide perdón a su padre y consigue que
Leovigildo se lo conceda y lo exilie a Valencia.
El revolucionario hijo que no ha escarmentado, se
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Theudemir
compincha con los francos en un nuevo intento de
derrocar al padre. Otro nuevo baño de sangre que sólo
sirvió para ganarse la irremisible ejecución que fue
llevada a efecto en Tarragona. Año 585.
De hecho, salvo la franja bizantina mediterránea,
Leovigildo consolidó y estabilizó el reino. También
legisló e hizo promulgar el Códex Revisus que sustituía
el vigente Código de Eurico.
Sabido que los visigodos eran mayoritariamente
arrianos y que los hispanos romanos eran católicos.
Todo un problema. La unión de credos, conseguida más
tarde por Recaredo, facilitaría el convivir de los
españoles de entonces y consolidaría los trabajos de
Leovigildo. Era una excelente idea, al menos en
apariencia, la proyectada unión de pueblos y credos.
No todos los visigodos estuvieron conformes con la
obligación de renunciar de la fe que siempre profesaron
y menos que lo fuera por decreto. Y no fueron pocos los
que se alzaron en armas, especialmente en Septimania,
pero Recaredo derrotó a todos ellos.
El hecho de conversión al catolicismo debía servir para
un mejor entente de la alta sociedad reinante y al menos
en apariencias así fue. A partir de entonces los
visigodos intervinieron en los Concilios y también la
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Theudemir
Iglesia, representada por sus Obispos, en cuestiones
políticas.
A la muerte de Recaredo en 601 se sucedieron
la larga retahíla mencionada anteriormente de Reyes
Godos. En ese año, el 601, Chindasvinto contaba
veintiocho años.
Chindasvinto accedió al poder y de inmediato
acometió con gran saña contra quienes perturbaban la
integridad del reino u osaron conspirar algo más tarde.
Algunos Condes y Duques, como altos mandatarios de
la Iglesia y sociedad hispano romana llegaban a
reconocer la realeza siempre que les fuera bien a sus
intereses. Se comentaba por entonces que, al fin y al
cabo, el Rey podría dejar de serlo siempre que ellos le
retirasen sus apoyos y esto, dicho sea de paso, con
Chindasvinto, que únicamente confió en quienes le
auparon al poder, no tuvo ni mucho ni poco éxito. No se
ajustaba a la nueva realidad del anciano Rey.
Chindasvinto intentó frenar el declive controlando
a los nobles y, en esta misión, se comportó implacable.
Desde el primer instante pensó que debía existir una
sola ley por la que se rigieran todos los estamentos del
reino y en ello puso todo su empeño. En primer lugar y
con especial énfasis eliminando los obstáculos que
62. 62
Theudemir
impidieran el normal desarrollo de la monarquía para
que nadie pensara en la destrucción de la unidad que
tanto costó conseguir.
No dudó, para conseguir su propósito, hacer una gran
campaña que resultó brutal, incluso cruel, que llegó
hasta la eliminación de muchos de ellos, amén de la
confiscación de bienes que pasaron a engrosar los de la
corona para sufragio de grandes campañas y otros
gastos de mantenimiento de la corte. Y, por supuesto,
también para premiar a los nobles fieles que le
mantenían en el trono.
De manera cruel y a veces inicua, ordenó la muerte de
muchos que habían conspirado contra anteriores reyes
y contra aquellos que conocía que no estaban de
acuerdo con su designación y elección al trono. A otros
les desterró y a todos ellos confiscó los bienes, mujeres,
hijas y siervos que entregó a sus fideles.
Represalió levantamientos de muchos de ellos y no
dudó ni le tembló el pulso llevando a cabo crueles
matanzas y confiscaciones que llegaron a prolongarse
durante largos años.
A lo largo de su reinado llegó a ejecutar setecientos
nobles. Según la crónica de Pseudo Fredegario,
doscientos optimates godos y quinientos mediocres
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Theudemir
perdieron la vida y otros tantos fueron condenados a
destierro. Esta descomunal purga causó gran impacto,
escándalo y temor en los ánimos de los nobles, algunos
de los cuales buscaron aterrorizados la tranquilidad y
paz en el exilio voluntario. Muchos se cobijaron en la
Narbonense, tras los Pirineos, otros pasaron al Norte de
África.
Sin embargo ni los más leales veían con buenos ojos
que esta represión fuera tan severa ni que el Rey
llegara a ser tan fuerte y poderoso que pudiera
prescindir, en un momento dado, de alguno de ellos,
simplemente porque entendiese que ya no le
necesitara.
Durante el segundo año de reinado fue cuando
publicó la Ley contra la Traición. En ella aparecía la
obligación de juramento de fidelidad a la corona tanto
por obispos como por los grandes mandatarios. Severas
y cruentas sanciones se establecieron para quienes
fueran descubiertos conspirado contra el Rey. Se
legislaba, entre otras medidas, que los conspiradores
sufrieran rigurosos castigos que iban de la ceguera a la
muerte. Amén de la confiscación de bienes propios y de
los que hubiesen sido donados a familiares o, incluso, a
la misma iglesia.
64. 64
Theudemir
Para los godos, esta fue una severísima normativa que
al fin y a la postre no sirvió, ni tan siquiera, para
granjearse el aplauso de sus seguidores, más bien al
contrario.
En un conato de suavizar la aplicación de esta ley que
hacía cumplir a raja tabla, llegaron a alegar, contra la
vocación de elección por mayoría de un nuevo Rey, que
era necesario por su elevada edad que anexionara al
trono a su hijo Recesvinto, medida de continuidad
familiar nunca bien vista por la nobleza goda. Incluso el
Obispo Braulio de Zaragoza y el Obispo Eutropio,
conjuntamente con sus sacerdotes y diáconos y también
Celso, Dux de la Tarraconensis, se unieron a la petición
de los muchos que lo solicitaron encarecidamente.
Las razones alegadas, como se ha dicho, eran la alta
edad del Rey y los cuidados necesarios para mantener
el orden fuera de la corte.
Convencieron a Chindasvinto para que atendiese sólo
los aspectos políticos del reino y dejara en manos de su
hijo Recesvinto los temas militares.
De hecho, lo que magnates y el clero deseaban
ardientemente era un régimen menos severo. El
anciano Rey se mostraba inflexible.
Cierto que el ejército godo tenía gran trabajo debiendo
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Theudemir
pacificar las múltiples y casi sucesivas insurrecciones
que por la geografía hispana aparecían. Y ello sin contar
los continuos asaltos a las poblaciones costeras del
Mediterráneo que acostumbraban a realizar tanto los
beréberes como los bizantinos.
Finalmente, Chindasvinto aceptó la anexión al trono de
su hijo y desde el año 649 correinó con él.
Esta asociación, atisbaba el Rey y sus más fieles
allegados, era una forma de continuidad familiar en el
trono y un paso para que la nobleza alzara a Recesvinto
al trono sin grandes contratiempos. Como así fue.
Chindasvinto, basándose en el Códex Revisus
de Leovigildo, intentó unificar las leyes para que todos
pobladores del reino fueran iguales. Pero tuvo la
desgracia de quedar en eso, en intención.
El 30 de Septiembre del 653 muere el anciano Rey; dos
meses y medio antes de ser aprobadas en el VIII
Concilio de Toledo. Habían pasado cuatro años
correinando con su hijo.
Gran parte de La Iglesia que estuvo
enconadamente en contra de tan implacable e inflexible
figura regia, respiró con su muerte. Tan es así que el
Obispo Eugenio II de Toledo escribió para Chindasvinto
un injurioso epitafio que rezaba:“Amigo de los hechos
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Theudemir
malvados, responsable de crímenes, impío, obsceno,
infame, repulsivo y malvado que no procuraba lo mejor y
valoraba lo peor”
Parece ser, por lo evidente, que le tenía ganas y estuvo
reteniéndose hasta que no pudiera ponerle la mano
encima.
Apenas contaría Theudemir unos pocos meses
cuando murió Chindasvinto. De su reinado, 642 - 653,
no podría recordar momento alguno, pues se estima
que naciera en esas fechas en las que se produjo el
óbito del soberano.
Sus vivencias, en realidad, empezaban con Recesvinto,
el hijo; pero supo desde la niñez que hubo una época en
la que había correinado con el padre. Fueron tiempos
difíciles y dolorosos, con momentos duros para quienes
los vivieron, como para intentar olvidar lo antes posible.
Aunque lo importante, por comentarios que nos han
llegado, parecía lo contrario, que fueran difíciles de
olvido.
Los primeros recuerdos que hubieran podido
llegar a la memoria de Theudemir se perderían entre las
mil historias escuchadas, comentando las hazañas del
Rey Chindasvinto y esto de boca de sus maestros u
otras personas que le conocieron.
67. 67
Theudemir
De Theudemir, por los elogiosos comentarios de
estratega y esforzado guerrero, amén de sabio, que de
sus enemigos nos han llegado de él, podría afirmarse
que, desde la niñez, básicamente nada existiría con
tanta fuerza en su interior como el fervor hacia estas
disciplinas.
Es evidente que se debía a la educación recibida de sus
doctos mentores y de la que entonces se impartía sobre
las artes de guerreras.
No podría enajenarse de las acciones de lucha que a
diario corrían de boca en boca. Eran frecuentes las
noticias que llegaban de toda la geografía de las
continuas reyertas.
Con anterioridad a Recesvinto, en su pequeña memoria
no cesaban de dar vueltas los inquietantes informes con
Chindasvinto como protagonista.
69. 69
Theudemir
Capítulo III
RECESVINTO ( Rey 649/653 a 672)
A la muerte de Chindasvinto continuó Recesvinto
ejerciendo el poder en solitario; aunque los visigodos,
consecuentes con la inflexible política de intransigencia
que de repente había invadido el ámbito de cierta
nobleza goda desde la elección y subida al poder de su
padre, a la desaparición de éste, comenzaron a surgir
grupos disidentes. Los disconformes eran muchos y
esperaban agazapados el momento idóneo para dar el
salto al poder.
No todos estuvieron conformes con la continuidad de
Recesvinto en el trono. Como se comenta, esto se
produce a la muerte del implacable Rey. A partir de
entonces eran pocos los que aparentaban estar
integrados entre los fieles seguidores del hijo y muchos
no querían serlo ni en apariencias. Esperarían mejor
postor. Estos godos oposicionistas, muchos de ellos
continuaban siendo poderosos, se unieron y en grandes
hordas se dieron a hostigar los territorios peninsulares,
alzándose contra todo lo establecido y contra el nuevo
Rey.
Este es el caso del levantamiento del noble Froya que
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Theudemir
intentó derrocar con todas sus fuerzas al reciente y
solitario poder establecido.
Unidos en la sedición se hallaban los descontentos de
mandatos anteriores, un buen número de prófugos,
narbonenses y algunas tribus vasconas siempre
dispuestas con tal de que hubiese botín de por medio.
Con absoluto descaro e indudable enfrentamiento,
iniciaron sus despropósitos lanzándose al pillaje y
devastación a todo lo largo del Valle del Ebro. Pueblos,
campos, aldeas, iglesias y lo que hallaron al paso quedó
arruinado.
En esta penetración llegaron y sitiaron Cesar Augusta
(Zaragoza) que estuvo cercada por algún tiempo.
Recesvinto, advirtiendo la grave importancia de los
hechos, montó un gran ejército y, al frente del mismo,
se plantó en pocas fechas en aquellas tierras.
Los insurrectos no debieron calibrar muy bien sus
efectivos y la lucha no debió estar muy nivelada.
Recesvinto, en pocos días, les propinó una severa
derrota. En la refriega Froya fue prendido y, aplicada la
Ley de Traición promulgada por su padre, decapitado.
Es de pensar que esta insurrección y otras
muchas de menor calado que se fueron propagando con
asiduidad, fueron motivo suficiente para que Recesvinto
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Theudemir
se diera a pensar y, aconsejado por sus allegados,
tomara suficiente conciencia de lo conveniente de
suavizar el estado de exigencias impuesto desde el
reinado anterior. Verdaderamente, Recesvinto deseaba
un mandato menos cruento y más tranquilo. Quería
consolidarse en el trono atrayéndose a nobles e iglesia.
El 16 de Diciembre del 653, dos meses y medio
tras la muerte de Chindasvinto, convocó el VIII Concilio
de Toledo donde, entre otras, expone muchas
modificaciones acerca de la Ley de Traición dictada por
su padre y propone y hace que se apruebe el Fuero
Juzgo, Líber Iudiciorum o Lex Visigothorum, que de las
tres maneras es conocida.
Se trata de un conjunto de leyes que anula las dictadas
con anterioridad y sobre las cuales estuvo trabajando
largo tiempo su padre y no pudo promulgar al llegarle la
muerte antes que estuvieran aceptadas y corregidas por
los hombres del saber de entonces; entre ellos Braulio,
Obispo de Zaragoza.
Las presenta Recesvinto como de obligado
cumplimiento para toda la población.
Con estas nuevas leyes se establecen, entre otras
muchas, la diferencia esencial entre hispano romano y
visigodo que, resumiéndola básicamente, consistía en
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Theudemir
que los segundos podían optar a los altos cargos
públicos y ser elegidos Reyes, mientras que de los
primeros continuarían saliendo únicamente, altos
dignatarios y, principalmente, rectores de la Iglesia.
De alguna manera pudiera decirse que el proceso de
reunifación que comenzó Recaredo alejándose
oficialmente del arrianismo, llegaba a término con el
Fuero Juzgo para todos. Ahora bien, sólo oficialmente.
Entre estos dos grandes bloques sociales con el tiempo
se produjo un público y profundo distanciamiento.
No se conocen muchos más acontecimientos
destacados durante este largo reinado de Recesvinto,
por lo que se deduce que se trataría de un período
floreciente para el pueblo visigodo.
El único inconveniente mayor entre ellos debía tratarse
de la sucesión al trono, pues más de uno estaría a la
expectativa pensando en evitar la continuidad familiar.
Hasta el momento los hijos podían, aunque no todos,
contando con el beneplácito del Aula Regia, correinar
ayudando a su padre en las tareas del reino. Incluso
continuar en el poder en solitario; pero una tercera
generación consecutiva no era probable que se diera.
Sería como perpetuar en el poder a una familia en
detrimento de las del resto de magnates. Una sucesión
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Theudemir
dinástica era impensable en esos momentos. Existían
muchos importantes y poderosos godos pensando
ostentar la dignidad real. Las cábalas de muchos de
ellos, conforme pasaban los años de reinado de
Recesvinto, debían ir encaminadas en este sentido.
Antes de su muerte, entre lo mucho que durante
su reinado de 19 años legisló, cabe sobresacar la norma
sobre la sucesión al trono que debía ser electiva; pero
puntualizando que dicha elección debía realizarse en
Toledo o en el lugar donde falleciera el Rey. Esta opción
pudo ser aplicada en la primera ocasión, pues el día uno
de Septiembre del 672, Recesvinto muere en Gérticos,
pueblo cercano a Salamanca donde se había
desplazado con numeroso séquito de nobles palatinos.
Al parecer era ahí donde tenía instalada su residencia
de verano. Allí mismo fue electo el futuro Rey de los
Godos.
Cuando el 1 de Septiembre del 672 muere
Recesvinto, Theudemir había alcanzado la edad de 20
años. Para entonces había recibido instrucción con
arreglo a las normas que regían, recogidas en el tratado
Institutionun disciplinae. Durante la niñez el aprendizaje
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Theudemir
de las primeras letras y, posteriormente, el trivium
(gramática, retórica y dialéctica) y el quatrivium
(aritmética, geometría, música y astronomía). La
formación también comprendía deportes y ejercicios
físicos.
El Obispo Isidoro de Sevilla hace resaltar la destreza
militar de los godos, dice: Son notables en el arte de la
guerra y entran en combate ecuestre no sólo con las
lanzas sino con los dardos; pero confían sobre todo en
la carrera veloz de sus caballos.
El adiestramiento militar era disciplina importantísima.
Continúa el Obispo Isidoro: Se dedican con gran esmero
al entrenamiento en el manejo de las armas y al ensayo
de sus combates. A diario realizan competiciones
deportivas.
Las continuas refriegas entre visigodos, narbonenses,
vascos y bizantinos servían para los jóvenes en su
última etapa de formación, como ejercicios de
entrenamientos en los que adquirían experiencia en el
arte de la guerra.
Culturalmente existía un modelo pedagógico para
jóvenes laicos y otro que se impartía a los dedicados a
la vida eclesiástica. Las escuelas monásticas rivalizaban
con las de las catedrales y los estudiantes, al llegar a la
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Theudemir
edad de catorce años, debían optar por continuar
perteneciendo al clero o abandonar la escuela y
contraer matrimonio, según lo establecido en el II
Concilio de Toledo en el canon 1.
Cuando Theudemir contaba los veinte años,
además de gran formación escolar, había ya
demostrado grandes dotes y capacidades de mando en
la milicia, así como una pericia especial en rechazar
pequeños adentramientos, procedentes del norte de
África, que se producían en las costas.
La ribera opuesta del Mediterráneo estaba habitada,
además de los nativos beréberes, por gran cantidad de
siervos, libertos, judíos, bizantinos y nobles que,
perseguidos en reinados anteriores, se vieron obligados
al destierro para salvar la vida o reiniciar otra nueva.
Con relativa frecuencia montaban expediciones de
saqueo que llevaban a efecto en ciudades no
fortificadas, haciendas rurales y pequeños núcleos
campesinos compuestos de varias alquerías.
Estas incursiones no duraban más de dos o tres días.
Desembarcaban antes de las luces del alba, llevaban a
cabo sus pillajes durante dos jornadas de luces y otra
de noche de manera que, con las sombras nocturnas
del segundo o tercer día, retomaban las barcazas y,
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Theudemir
cargados con el botín, se retiraban a sus montañosos
territorios a disfrutar de la cosecha. Atrás dejaban un
gran reguero de muertes, lisiados, violaciones, aldeas y
viviendas quemadas y una larga suma de iniquidades.
Theudemir, desde tan joven edad, comenzó a repeler
con éxito y fiereza los usuales desmanes y a adquirir
fama y temor entre aquellos que habían hecho del pillaje
mediterráneo su forma de vida.
El que sería poco más tarde Conde de la pequeña
Provincia de Aurariola ya daba señales de estratega,
saber y valor.
Hasta aquí una ligera semblanza, con los hechos
más sobresaliente de los reinados de Chindasvinto y su
hijo Recesvinto, épocas, como se ha comentado, de las
que no son muchos los datos que nos llegaron y en las
que no se profundizó dado a que, en esos entonces, la
vida de nuestro personaje había discurrido entre las
distintas disciplinas educacionales que ya comentadas.
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Theudemir
Capítulo IV
WAMBA ( Rey 672 a 680)
La subida de Wamba al poder se llevó a efecto
con, al menos, aparente urgencia. Los nobles palatinos,
el mismo día de la muerte de Recesvinto, le eligieron
Rey. Era el uno de Septiembre del año 672 y parecía
que tuviesen prisas, como si quisieran evitar la posible
continuidad en el trono de algún familiar o, por lo
sucedido casi de inmediato tras estos luctuosos hechos,
que pudieran estar esperando la muerte del soberano
para dar un golpe de estado. Debía conocerse, al
menos presumir, que algo importante estaba a punto de
llegar o cabían serias opciones de que pudiera suceder.
O también pudieran barajar la posibilidad de tanta
urgencia por evitar la posible elección de algún otro
magnate no palatino que les despojara de sus
prerrogativas actuales.
Wamba, además de fiel amigo y hombre de
confianza del difunto Rey, era un importante y
sobresaliente magnate de la corte que ya al cuarto año
de mandato en solitario de Recesvinto, que se alargó a
15, le encargó la lectura, en el Concilio X de Toledo, de
las disposiciones de Martín de Dumio, también conocido
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Theudemir
como Martín Dumiense y Martín de Braga, haciendo
hincapié que la responsabilidad de su cumplimiento
recaía en los reyes sucesivos en el trono godo.
San Martín de Braga nació en Panonia, actual Hungría,
en torno al 510, murió en Braga sobre el 580. La obra
de éste, De correctione rusticorum, condena la idolatría,
adivinación, brujería y augurios. Llegó Martín a Gallecia
alrededor del 550. Funda un monasterio en Dumio y
aproximadamente en el 556 es nombrado Obispo de
esta ciudad. Consiguió que el suevo Rey Teodomiro
abjurase del arrianismo y que se bautizase católico.
Wamba no quería ser Rey y se opuso
enérgicamente a su elección alegando los muchos años
que ya tenía encima; pero nada consiguió. Puede que
sea verdad o no lo sea, pero existe la leyenda de que un
noble, con el espadón en la mano, le apremió con la
frase: De aquí sales Rey o sales muerto.
Aceptó Wamba la elección de sus compañeros que era
legal y le constituía como legítimo Rey, aunque con la
condición de ser confirmado y ungido por los magnates
eclesiásticos en Toledo. Al parecer ya preveía ciertos
desacuerdos que de inmediato no llegaron pero no
tardaron en hacer acto de presencia.
En la residencia veraniega de la corte, Gérticos,
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Theudemir
Wamba se encargó de las reales pompas fúnebres de
Recesvinto.
La ratificación de la elección y unción real en
Toledo se pospuso hasta el 19 de Septiembre y fue
oficiada por el Obispo Quirico en la iglesia de San Pedro
y San Pablo.
Según su contemporáneo Julián de Toledo que fue
quien escribió y dejó constancia de estos eventos en su
Historia Wambae, el nuevo Rey deseaba ardientemente
confirmar su cargo públicamente y dejar constancia ante
todos que no había usurpado el poder y que su elección
era por libre resolución de los nobles y que estaba
bendecida y ungida por la iglesia y también refrendada
por el ejercito.
No erró el recién electo monarca ni quienes le
auparon al poder, puesto que si lo hicieron pensando en
inmediatos posibles problemas, estos llegaron de
repente y sin anunciar.
En la primavera de año siguiente, el 673, surge el
conflicto casi endémico y anual del norte peninsular. En
esta ocasión debió ser de cierta magnitud y mayor de lo
que generalmente venían permitiéndose a los vascones,
pues habían realizado una amplia incursión en el Valle
del Ebro y Cantabria cobrando fuerte botín en sus
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Theudemir
correrías y quemando y destruyendo todo lo que les
salía al paso.
El mismo Rey, tras la convocatoria para formar un
importante contingente armado, marchó al frente del
ejército con la intención de propinar un gran
escarmiento que no olvidasen durante algún tiempo.
A los pocos días de hacer frente a las
escaramuzas y antes que se retiraran a las montañas,
donde la orografía del terreno hacía más difícil el control
de los asaltantes, se recibieron noticias poco
agradables. En la Narbonense se habían sublevado y
estallado una gran revuelta al mando del Comes de
Nimes Hilderico, apoyado por el Obispo Gumildo de
Maguelone, el Abad Ranimiro, gran número de judíos
exiliados de gobiernos anteriores y otros. A ellos debía
unirse una importante fuerza de ayuda de parte de los
francos.
Durante siete días el ejército de Wamba atacó
con gran ferocidad a los vascones con la intención de
acabar lo antes posible e ir a sofocar la sublevación y al
cabo de la semana ellos mismos fueron quienes
pidieron el cese de hostilidades.
Se hizo la paz, se fijaron condiciones, entre las que se
contaba con la promesa de no más incursiones, entrega
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Theudemir
de rehenes y la fijación de una cuota de tributos.
Según lo anterior, se deduce que era esta una pequeña
zona donde los visigodos no mantenían su total
autoridad real y los núcleos de pobladores de la
montaña iban a su aire y con un permitido descontrol,
siempre que no se excediesen en sus correrías.
Encargó entonces Wamba a un noble de su
confianza, el Dux Paulo, según algunos emparentado al
Rey y miembro de la alta aristocracia goda, que
sofocara la insurrección de la Narbonense.
Paulo, como sin prisas en llevar a término el encargo
real, se tomó su tiempo para llegar a la zona de los
insurrectos. Hizo el camino sin prisas y hoy, con las
perspectivas que da el tiempo, podrían intuirse los
motivos.
El Duque Paulo, en su partida hacia Narbona,
aprovechaba la ocasión para ir ganando prosélitos que
le auparan y fortalecieran en el poder. Sabe Dios con
qué promesas; aunque no hay que esforzarse gran cosa
para adivinar que se trataría, como de costumbre, de
enormes prebendas.
Conocidas las intenciones de Paulo, que no eran otras
que las de alzarse contra el poder y proclamarse Rey de
una zona bajo la influencia visigoda, el Obispo de
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Theudemir
Narbona, Argebado, envió misivas a Wamba poniéndole
a corriente de los hechos, al tiempo que intentó
resistirle. Es evidente que no lo consiguió y que todo
parece indicar que no tuvo más que aliarse con él.
Probablemente fuera quien le ungió como Rey Oriental.
Conseguido sus propósitos, al menos de
momento, envió un mensaje a Wamba en la que le
nombraba Rey del Mediodía y él se autoproclamaba Rey
Oriental. Así lo reafirmaba con su firma a final del
despacho: Flavius Paulus unctus Rex Orientalis.
Paulo había estado buscando aliados y los
encontró en los amotinados de Nimes con Hilderico, en
Narbona, aunque al principio se le resistiera y también
en otros rebeldes exiliados de mandatos anteriores, en
el Dux Ranosindo de la antigua Tarraconense, en esos
momentos llamada Iberia (suma de la Cartaginense y
Tarraconense) en las plazas de Barcelona y Gerona, así
como los puestos de acceso a los Pirineos, de los que
sobresalían Calahorra y Huesca.
Fue entonces que, habiendo conocido Wamba la
misiva, reunió a sus principales y pidió a los magnates
godos el reclutamiento de un gran ejército para achantar
el levantamiento que amenazaba con la división del
imperio. Y con la idea puesta en una campaña con visos
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Theudemir
de ser larga, se proveyó de una fuerte intendencia
capaz de mantener en pie de guerra a un numeroso
contingente de hombres armados.
Wamba partió desde Cantabria con su numeroso
y recién y formado ejército con la intención de sanear el
territorio norte peninsular mientras se dirigía a
Barcelona. En el trayecto, no queriendo dejar enemigos
a sus espaldas, atacó y se hizo con el control de
Calahorra, Huesca y varias ciudadelas y castillos
militares (castra) Ganó Barcelona (Barcino) y Gerona
(Gerunda) e hizo prisioneros a sus jefes rebeldes.
Fue entonces que al llegar a Lérida (Ilerda)
decide atravesar los Pirineos tomando del grueso del
ejército tres numerosas columnas de diez mil guerreros
cada una de ellas, para que accedieran a la Narbonense
por otros tantos puntos diferentes.
Cada una de ellas tendría la misión de ir dejando sin
capacidad de agresión todo tipo de ciudadelas, castillos,
pueblos y aldeas. Se trataba de apaciguar a los
insurrectos sin dejar tras sus espaldas alguna posible
resistencia que les pudiera atacar por retaguardia,
según se iba avanzando y adentrándose en el interior de
la Galia Narbonensis.
Una columna remontó Los Pirineos y penetró por el valle
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Theudemir
del río Tech. Otra, la segunda, accedió a la Galia
Narbonense, pasando por Vich, y por La Cerdeña
subiendo los montes para recorrer las laderas
septimanas en dirección a Ceret. La tercera columna lo
haría por la costa, donde se hallaba la calzada romana.
Con todos los núcleos pirenaicos hallados al paso
sometidos, las tres divisiones que se habían dado cita
previa en Ceret, fueron unidas al cuerpo general del
ejército y volvieron a constituir una sola fuerza de
ataque.
El número de soldados congregados en el ejército de
Wamba ascendía a setenta mil guerreros.
Todo salió según la estrategia programada y los
acontecimientos fueron sucediéndose con celeridad.
Wamba, allende Los Pirineos, tomó Clausurae,
Castrum Libiae, Manguelone. Berziers y Narbona. Ésta
última fue muy reciamente atacada por tierra y mar. Es
posible que sea esta la primera vez de la que existe
constancia de la Armada Visigoda en acciones de
guerra.
Entre tanto el Dux Paulo, cuando hubo conocido que
Wamba con sus leales había cruzado la cordillera
pirenaica y se encontraba en la Septimania, abandonó
Narbona para recluirse con sus mejores tropas en
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Theudemir
Nimes, además de con los cómplices de su rebelión,
sus mercenarios y un fuerte continente de francos
armados.
Otra vez, al igual que hizo en Narbona, Wamba envió
por delante un fuerte cuerpo de ejército al mando de
cuatro Duces y al alba del 31 de Agosto, tras una rápida
marcha nocturna, se hallaban a las puertas de la ciudad.
Los defensores, acampados en las afueras de Nimes,
en vez de atacar o hacer frente a los hombres de
Wamba optaron por resguardarse tras las murallas en
espera de la ayuda, al parecer prometida, de los
francos.
Tras un largo día de ataques sin conseguir algo positivo,
temiendo que los esperados refuerzos francos llegaran,
Wamba envió otros diez mil hombres que también
hicieron el camino durante la noche y antes que acabara
el segundo día de asedio, habían llegado a Nimes.
La lucha continuó toda esa noche hasta que a las
primeras horas del alba pudieron quemar las puertas de
la ciudad y penetrar en ella.
Un buen número de sitiados, con el Dux Paulo, se
refugiaron en el anfiteatro, donde llegaron a producirse
grandes altercados entre ellos.
Sus previsiones no les habían salido bien y conocían
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Theudemir
que el pago por la derrota era una muerte que se
presentaba con las nuevas luces.
El día 2 de Septiembre Paulo envió al Obispo Argebado
a parlamentar con Wamba. Pedía suspender el
derramamiento de sangre y que los rebeldes no fueran
castigados.
El Rey ciertamente aceptó parte de lo solicitado.
Únicamente accedió a lo primero, el no más
derramamiento de sangre, y mandó suspender todos los
ataques y el saqueo a la ciudad.
El Dux Paulo y cerca de una treintena de
exmagnates visigodos fueron duramente castigados.
Algunos historiadores hablan de más de cincuenta que,
aunque salvaron la vida cuando esperaban la muerte,
cuanto menos les sacaron los ojos, sufrieron
decalvación, fueron depuestos de sus cargos y a todos
les confiscaron los bienes.
Seis meses duró la campaña de Wamba desde
que saliera de Toledo para la pacificación de vascones y
prosiguiera la lucha hasta conseguir la derrota de los
insurrectos de la Narbonense. Todo un paseo militar en
el que no tubo necesidad de emplear la totalidad de su
ejercito.
Según el Obispo Julian de Toledo en su Historia
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Theudemir
Wambae todo había salido a pedir de boca; pero no
parece que el Rey pensara lo mismo, pues apenas unos
meses más tarde, el 1º de Noviembre, dicta su famosa y
dura Ley Militar. Distingue en ella dos tipos de
agresiones al estado. Uno referido a levantamientos
internos y otros a los provenientes del exterior, de
afuera las fronteras.
¿Con qué problemas debía enfrentarse el Rey a la hora
de afrontar una rebelión o rechazar al enemigo?
Se comentó más atrás que cada alto dignatario,
eclesiástico o laico, tenía su personal armado. También
que perteneciente a la corona, había siervos dedicados
a las tareas del campo, conocidos por fiscalinis, con la
obligación de incorporarse al ejército cuando fueran
requeridos; pero cada vez era menor el número que
acudía a las convocatorias y mayor el que hacía oídos
sordos o el magnate que se presentaba con unos pocos
hombres armados para engrosar el ejército.
La nueva ley especificaba, en referencia a incursiones
extranjeras, que correspondería a cualquier funcionario
o gran propietario, sea eclesiástico o seglar que tuvieran
residencia en un radio de 100 millas hacer frente de
inmediato, en primera instancia, al enemigo.
Una milla terrestre en tiempos romanos equivalía a
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Theudemir
1.478,5 m. y debían ser las que continuaran en vigor. En
la actualidad equivale a 1.609 m.
Quiere esto decir que la nueva ley ordenaba que
todos los que estuviesen en un radio de unos 150
kilómetros, desde el punto de incursión, tenían la
obligación de acudir armados, una vez conocida la
noticia, o a la convocatoria de un Dux Provinciae,
Comes Civitatis o un Thiufadus (General de tropa y Juez
militar).
La ley especificaba que debían presentarse con la
totalidad de sus fuerzas armadas y ampliaba la
obligatoriedad a Vicarius, Obispos, clérigos en general y
a todo lo hombre libre, fueran nobles, mediocriores o
viliores.
Para las rebeliones internas, segundo caso, quedaban
establecidas las mismas normas. Las diferenciaciones
estaban en las penas a cumplir. Todas muy severas.
En aquellas fechas, era el año 675, la expansión
y conquista del Norte de África por los árabes era todo
un hecho.
Parece obvio que los visigodos estuvieran al tanto de las
novedades que venían sucediéndose en esas zonas
que podrían constituir verdadero peligro para su
integridad. Por lo tanto, también es indudable que de
89. 89
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alguna manera se estuviese a la expectativa para
sopesar el desenvolvimiento de los hechos y se
anduviese preparado para alguna posible intervención
más o menos rápida.
Según la Crónica Rotense, las costas españolas
sufrieron ese año el primer conato de invasión a la
península a través del estrecho y por medio de una
armada compuesta de 270 naves.
Esta primera vez los musulmanes sufrieron tal derrota
que les costó la destrucción e incendio del total de la
flota.
Wamba parece que había accedido al trono con
buen pie, en lo que a la resolución de problemas se
refiere; pero el reino no acababa de conseguir una
tranquilidad estable. Por si acaso no fuera suficiente con
lo ocurrido y necesitara un poco más de acción,
navarros, cántabros y vascones continuaron con sus
incursiones de pillaje anual. De momento sin atreverse a
alejarse mucho de sus montañas y sin llevar a cabo las
largas correrías de años atrás.
Wamba, aunque de edad, era hombre fajador,
guerrero infatigable y dotado de fuerte carácter, esto
nos lo ha dejado patente la historia, pero aún así, entre
el grupo que le tenía aupado en el poder, había
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seguidores que ardían en deseos de implantar medidas
tan drásticas y severas como las que recordaban de
Chindasvinto. Había que hacer una purga tan profunda
que acabase con todos los posibles descontentos e
insurrectos, incluidos los familiares más directos.
Por suerte algunos otros nobles fieles, menos belicosos,
comentaban que se habían adoptado ciertas
prevenciones para evitar enfrentamientos y no se debía
hacer mucho más. De haber un traidor, este podía estar
agazapado entre ellos y ser quien menos se espera.
¿Qué mejor ejemplo que el de Paulo, hombre de la total
confianza del Rey que fue enviado a sofocar una
rebelión y resultó que se auto proclamó Soberano de
Oriente y se alió con el enemigo?
De momento, todo lo que se debía hacer era esperar y
desenmascarar a los posibles inquisidores, cuando
hubiese pruebas.
Acaso porque la rectitud de Wamba se mostraba
severa e inflexible para todos, fueran cuales fueran las
inclinaciones políticas, la insatisfacción en algunos
nobles comenzó a dar muestras de presencia. Parecía
palpable, demasiado clara.
Los remedios para evitarlo seguían siendo los mismos:
otorgarles más poder, más prebendas, más bienes.
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Esta solución no era de resultado final inequívocamente
positivo. Aunque causara efecto favorable al primer
instante, únicamente podría servir para exacerbar más
los ánimos de aquellos que no se vieran reconfortados
satisfactoriamente. No era la panacea.
Lo evidente era que determinados magnates
continuaban ansiosos de poder y que las gentes del
pueblo, marginadas y sin decisión, veían impotentes sus
luchas intestinas. También es verdad que no les
importaba ni mucho ni poco y eran meros observadores
de cómo se lo repartían todo entre ellos. No estaban
pendientes de unas esferas, tan lejanas que era mejor
divisarlas desde la lontananza.
La indiscutible verdad de aquel momento era que, el
Rey y su grupo de fideles, no lograban ponerse de
acuerdo con el resto de los poderosos del Reino.
A los pocos años de gobierno ya corría el rumor que
Wamba no gobernaba bien porque nunca quiso ser rey.
Que había sido electo contra su voluntad y no tuvo otra
opción que la de aceptar una corona impuesta.
El desagrado de unos cuantos, exagerando un mal
devenir diario, exaltando los malos resultados del
gobierno, era la expresión clara de algo por llegar en un
futuro inmediato. Era falso, Wamba fue uno de los
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grandes reyes visigodos; pero la oposición siempre es
así. Exagera o miente contra todo lo que está por arriba
con tal de alcanzar el derrocamiento. Es aquello de toda
la vida: “Quítate tú que me pongo yo”
Es sabido, por otra parte, que el deporte favorito
de los visigodos estaba por darse una vez más. Si no
me quitas te quito o lo que es igual, si no me apartas te
aparto. Y así fue.
Llevaba Wamba en el poder ocho años y aquella
tarde algo importante debía suceder o había acontecido.
Muchos eran los que esperaban el advenimiento de un
suceso especial o raro, porque, tras las murallas que
circundaban a la imperial capital del estado, parecía
vivirse un ambiente distinto al de un día normal.
Con el alba nuevo día se confirmaron los augurios. El
rumor de la tarde anterior tomó cuerpo. La comidilla
estaba servida. El Rey Wamba, sucesor de Recesvinto,
había sido envenenado.
De nada sirvió su demostrado valor y sus buenos oficios
de gobernante ni sofocar la rebelión de la Narbonense
ni derrotar a Paulo que se había proclamado
independiente ni, tampoco, salir victorioso de cuantas
campañas emprendió contra francos, vascones u otros.
La envidia y el ansia de poder de algunos nobles estuvo
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en esos momentos primando sobre todas las cosas.
El enemigo estaba en casa, entre ellos, como en
otros lejanos tiempos o, por mejor decir, como siempre,
como en todos los tiempos.
Determinados nobles eran partidarios de
mantener siempre a la misma familia real en el trono.
Siempre que fueran sus elegidos. Se alegaba que con
esta medida se evitaba tener que forzar promesas de
favores, exención de impuestos y prebendas de quienes
pretendieran acceder al trono derrocando al Rey de
turno para ganarse los votos de una facción. Desde
luego que ese monarca, así colocado en el trono,
premiaría únicamente a sus prosélitos dejando en el
olvido a los demás. Pero esto lo pensaban, como
mínimo, dos familias descendientes de antiguos reyes;
pero no eran los únicos. Había quien, no perteneciendo
a ninguna de ellas, también quería tener opción de ser
rey.
Aunque resultara peligroso para la seguridad del Reino
y sus gentes que por medio de la conjura, tan habitual,
se pudiera acceder al trono, era éste el mejor
procedimiento.
Estos razonamientos se escuchaban con frecuencia y
eran más audibles cuanto más cercana estaba la fecha
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de un Golpe de Estado. Eran los emisarios que llegan
adelantados anunciando el evento.
En esta ocasión, nunca mejor dicho,
embromaron malamente al Rey.
Wamba esa tarde tomó una infusión de hierbas, a casi
todos los que se han interesado por este Monarca dicen
que era su costumbre; pero que el brebaje estaba
emponzoñado con una fuerte carga de esparteína.
Esparteína es el nombre científico de la retama.
Contiene un alcaloide usado como medicamento tónico
del corazón y regularizador de su movimiento.
Dicho esto, es de pensar que algún despistado le
suministró una súper dosis que le dejó privado de
sentido y a las puertas del paraíso.
El Rey tomó la tisana y casi en el acto cayó al suelo en
estado de coma.
Los magnates palatinos leales llegaron a creer
que el Monarca se había situado en el umbral de la
muerte y, con el fin de que lo hiciese como buen
cristiano, decidieron, de acuerdo con el Obispo Julián de
Toledo, que fuese tonsurado, convertido en monje y
vestido con el hábito de penitente.
El Obispo Julián, el médico real y algunos nobles, entre
ellos Ervigio, formaban parte de la conjura.
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No se ha dicho, pero es importante subrayar ahora que,
desde el IX Concilio de Toledo, Wamba andaba
fuertemente enfrentado a los eclesiásticos.
Se obró el milagro. Poco a poco al Rey le fue
pasando el colocón y la recuperación llegó hasta el
punto de hallarse bien del todo. El pesar llegó cuando
se encontró con el chasco de, al pertenecer a la iglesia,
ya no podía continuar siendo el Rey. Estaba cesado de
todas sus funciones.
Intentó, sin duda, incluso con algunos allegados a dejar
las cosas en el lugar donde se encontraban; pero nada
se pudo hacer. La propia Ley de los Visigodos estaba
en contra. Por más que se esgrimió la involuntariedad
del monarca al contraer los hábitos monacales, el
Obispo y sus prosélitos no claudicaron y se mantuvieron
en sus trece.
Al día siguiente, lunes, Ervigio era elegido Rey
de los visigodos por una fracción de magnates
palatinos, pese a la resistencia de unos pocos.
Wamba, esa semana, desprotegido y sin apoyos
suficientes, suscribió dos documentos preparados por
los maquinadores de la trama. Uno de ellos era el que
designaba a Ervigio como sucesor al trono y el otro
dirigido al Obispo Julián para que le ungiera con la
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fórmula real.
También debió realizarse un tercer documento que más
tarde fue exhibiéndose en el Concilio. Se trataba de una
declaración firmada por los grandes de la corte en la
que se certificaba la toma de hábitos clericales de
Wamba y su tonsura. Era el Domingo 14 de Octubre del
680.
Wamba se retiró al Monasterio de los Monjes
Negros de San Vicente en Pampliega, donde fallecería
ocho años más tarde.
Durante los años que se mantuvo en vida, estuvo
en contacto con muchos de sus fieles, reclamó su
puesto y se quejó de la impiedad de quienes,
apoyándose en ardides, le apartaron de su lugar.
Aparentemente no tuvo éxito en sus reclamaciones;
pero todavía incidió y mucho en la política y devenir del
futuro, como se verá.
Cuando Wamba se vio destronado de tan
torticera manera, Theudemir tenía 28 años y hay que
resaltar que, desde los últimos del reinado de
Recesvinto, Theudemir había entrado de pleno en la
vida y quehacer del reino. El punto de apogeo en la vida
del hombre, en aquellos tiempos, era el período
comprendido entre los veinte y cincuenta años.
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Cuando fue ungido Rey, Theudemir contaba veinte
años. Vivió pues en directo y posiblemente muy
intensamente todos los sofocamientos de reyertas de la
época.
Unos cuantos años más tarde, como en su
momento se dirá, aparece Theudemir infringiendo duras
derrotas, como Almirante de la armada visigoda en el
Mediterráneo, a sarracenos que hacían intentos de
penetración en la península.
Es por ello que, en la tan brillante intervención que
desde el mar hiciera la armada en el sitio de Narbona,
fuera lo más racional concebir que estuviese al mando
de ella nuestro personaje. Como es sabido por crónicas
árabes, era famoso y de gran nombradía desde mucho
tiempo atrás, antes de la irrupción sarracena en
Hispania.
Theudemir, sin dudas, conoció las leyes dictadas
por Wamba en las que pretendía frenar los abusos que
los Obispos y buena parte del clero y por las que más
tarde llegaría a pagar con la conjura y el trono. Era
patente el descontento general de la clase rectora de la
Iglesia, pues les hizo perder por decreto grandes
privilegios de los que no estaban dispuestos a ceder en
favor de la corona.
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Y desde luego, Theudemir, por vivir esa época, fue
conocedor de primera mano de los grandes estragos
que, para más inri, causó durante los tres o cuatro
últimos años de mandato de Wamba, la sequía pertinaz
y la devastadora plaga de langosta que anualmente se
había acostumbrado a campar a sus anchas
recrudeciendo estragos.
Los campos se transmutaron en pedregales puros,
áridos, con resquebrajadas tierras liberadas de matas,
arbustos y árboles.
La anterior devastación, unida a la huída sistemática de
siervos encargados de las labores, abandonando
cultivos, rebaños, apriscos y viviendas, que poco a poco
el tiempo se encargaba de ir desmoronando, mostraba
una devastada panorámica del agro español.
Sólo en franjas de terreno limítrofes con ríos o
humedales podía lucir el verde de los árboles y el color
de sus frutos y cosechas.
De dichas cuestiones, si bien de estos destrozos nadie
sale de rositas, nuestro personaje en cuestión quedaba
mejor librado que otros compañeros. Estos embates
climáticos o de plagas devastadoras quedaban
suavizados en su Ducado, porque la mayor parte del
territorio estaba ubicado en tierras fértiles y bien