Este documento presenta el mensaje de Pascua de los obispos paraguayos y anuncia el inicio del Año Santo declarado por el Papa Juan Pablo II. El Año Santo tiene como objetivo una renovación espiritual de toda la Iglesia y una oportunidad para que los fieles descubran las riquezas de la salvación recibidas en el bautismo. Los obispos exhortan a los paraguayos a aprovechar este tiempo para la reconciliación, la conversión y la construcción de una sociedad más justa.
1. Mensaje por Pascua y el inicio del Año Santo
LA PASCUA Y EL INICIO DEL AÑO SANTO
1. Una vez más la celebración de la Semana Santa convocó al pueblo creyente de este tierra paraguaya.
Las calles de pueblos y ciudades, lo mismo que los caminos y senderos del campo, vieron pasar
a jóvenes y adultos, ancianos y niños, ricos y pobres, unidos todos en la fe y dispuestos a evocar con
ánimo agradecido el gran misterio de un Dios hecho hombre que murió y resucitó para salvarnos. La
Pascua gozosa, en el ámbito familiar y social, nos infunde nuevo espíritu para reiniciar la vida ordinaria
por los caminos del bien y la verdad, la justicia y la comprensión, la paz y el amor. Los Obispos
del Paraguay, con sinceros sentimientos de afecto, formulamos los mejores votos de felicidad a todos los
miembros de la Iglesia y a cuantos habitan esta tierra.
Este saludo y mensaje coinciden con el inicio del Año Santo. Nos ha parecido conveniente, por eso,
compartir con todos ustedes algunas reflexiones y sugerencias inspiradas en este gran acontecimiento
y en la enseñanza del Sumo Pontífice Juan Pablo II.
ANTECEDENTES DE ESTA FELIZ INICIATIVA
2. La celebración del Año Santo arranca de una iniciativa del Papa Bonifacio VIII que ordenó un Jubileo
en el año 1300. El origen de este iniciativa esta ya en el Antiguo Testamento, que en el Libro del Levítico
prescribía que el Año Jubilar dejaría en suspenso todas las deudas y obligaciones. Los fieles tendrían, en
el Año Santo, oportunidad de obtener una remisión particularmente extensa y solemne de sus culpas.
Para obtener la gracia de la indulgencia, se mandaba visitar el sepulcro de los Apóstoles Pedro y Pablo,
en la Ciudad Eterna.
La iniciativa papal constituyó un éxito pastoral. Al comienzo se repetía la iniciativa cada 50 años. Más
tarde cada 25 años. Y no han faltado Jubileos extraordinarios, como el establecido por Pío XI en
1933 para celebrar el décimo noveno siglo de la Redención, “con feliz intuición”, según palabras del actual
Pontífice, y sin entrar en la cuestión de la fecha precisa en que fue crucificado el Señor.
A medio siglo del mismo, el Santo Padre promulga este nuevo Jubileo extraordinario de la Redención,
para que – son palabras suyas -ésta penetre más a fondo en el pensamiento y en la acción de toda
la Iglesia. La gran finalidad asignada a este Jubileo es una “oleada de renovación espiritual a todos los
niveles de la Iglesia”, que alcance a cada uno de sus miembros, niños, jóvenes, adultos y ancianos, a
las familias, a los Obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, a las personas de vida consagrada, a las
asociaciones apostólicas de laicos, a los grupos juveniles…
LLAMADA A LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE
3. Vale la pena recordar que toda la vida de la Iglesia esta inmersa en la redención. Para redimirnos vino
Cristo al mundo, se ofreció en la Cruz y dejó a su Iglesia su Cuerpo y su Sangre. Para redimirnos hizo a la
Iglesia ministro de la reconciliación con poder de perdonar los pecados. Esta redención se comunica al
hombre por la proclamación de la Palabra de Dios y por los Sacramentos. El Concilio Vaticano II nos
recuerda que la Iglesia es “sacramento universal de salvación”.
Los mismos elementos de la práctica religiosa cristiana y las expresiones de la genuina piedad popular
facilitan a los fieles un contacto siempre renovado y vivificado con el Señor, muerto y resucitado.
Toda la actividad de la Iglesia está marcada por la fuerza transformadora de la redención.
Bien dice el Papa que éste debe ser “un año ordinario celebrado de modo extraordinario”. La vida y
actividad de la Iglesia debe procurar en este año jubilar que todos los cristianos sepan descubrir de
nuevo en su propia vida todas las riquezas de la salvación, recibidas desde el bautismo.
2. De ahí surge el carácter pastoral del Jubileo. Pues el llamado que a todo cristiano se hace de vivir su
vacación a la reconciliación con el Padre, necesariamente debe desembocar en un compromiso al
servicio de la reconciliación con los hermanos en la fe y con todos los hombres, al servicio de la paz entre
todos los pueblos. Lo dice bellamente Juan Pablo II: “Una fe y una vida auténticamente cristianas
deben desembocar necesariamente en una caridad que lleva a la verdad y promueve la justicia”.
LA IGLESIA, CAMINO DE REDENCIÓN
4. Este es el primer llamado del Año Santo: todos debemos sentirnos comprometidos a buscar la
penitencia y la renovación. No se puede hablar de renovación sin este esfuerzo de penitencia y
conversión.
Nuestra condición de miembros de la Iglesia y nuestra debilidad humana nos exigen, a todos, un
permanente esfuerzo por no caer en el pecado y por ser así de provecho para toda la Iglesia. Fruto
y exigencia de la fe en Cristo Redentor es la libertad del pecado. Al servicio de esta libertad el Señor
Jesús instituyó en su Iglesia el sacramento de la Penitencia. Por él, quienes pecamos después del
bautismo podemos ser reconciliados con Dios, al que ofendemos, y con la misma Iglesia, a la que
herimos. Todos somos pecadores. Todos necesitamos ese cambio radical de espíritu, de mente y de vida,
que llamamos conversión.
La conversión es suscitada y alimentada por la Palabra de Dios, dice el Papa. Se actúa sobre todo por el
sacramento de la Penitencia y se manifiesta en múltiples formas de caridad y de servicio a los hombres.
No basta, por tanto, reconocer internamente la propia culpa ni hacer una reparación externa. Cristo
instituyó la Iglesia como “sacramento universal de salvación” y por medio de ella nos comunica el
comienzo de nuestra salvación, que es la fe. Así también estableció que dentro de la Iglesia y mediante el
ministerio de la Iglesia se verifique la salvación de cada uno.
No desconocemos que los caminos de Dios son inescrutables y es insondable el misterio del encuentro
con Dios en la conciencia. Pero hay un camino que Cristo nos enseñó: el de la Iglesia. Mediante
el sacramento se restablece, así, un nuevo contacto personal entre el hombre pecador y el Redentor. Y
este es, siempre, un acontecimiento eclesial. Por eso la confesión sacramental, realizada en el
contexto de la comunión de los santos, es un acto de fe en el misterio de la redención y de su realización
en la Iglesia.
El ministerio de la reconciliación, confiado por Dios a los Pastores de la Iglesia, se realiza naturalmente en
el sacramento de la Penitencia.
De ello somos responsables los Obispos y los Sacerdotes. El próximo Sínodo de los Obispos que se
reunirá en Roma en setiembre de este año, estudiaría precisamente este tema. Se trata de procurar de
la mejor manera posible la edificación del Cuerpo de Cristo. Se trata de ser fieles a los dones recibidos de
Dios. Se trata de buscar que disminuya el número de las ovejas errantes y que todos retornen al Padre
que espera, y a Cristo, pastor y guardián de todos.
LA INDULGENCIA EN LA PERSPECTIVA DE LA GRACIA
5. El don de la indulgencia, propio y característico del Año Jubilar, se comprende y valora en la
perspectiva de la gracia. Se trata del ofrecimiento que hace la Iglesia a todos los fieles de acercarse al
don total de la misericordia de Dios, siempre que haya plena disponibilidad y la necesaria purificación
interior. La indulgencia no puede separarse de la virtud y del sacramento de la penitencia. Mucho menos
puede identificarse con la simple práctica externa de alguna formalidad. A una renovada conciencia del
pecado y de sus consecuencias debe corresponder una revaloración de la vida de gracia. En
su descubrimiento y en la práctica vivida de la misma, a cada uno y a la comunidad eclesial entera debe
llegar la gracia de Dios en Cristo.
3. La Iglesia, en virtud del poder que Cristo le confirió, ofrece la indulgencia del Jubileo a quienes cumplen
las prescripciones propias con las debidas disposiciones. Es necesario recordar que tales prescripciones
están de tal modo facilitadas que bien puede afirmarse que nadie está excluido del llamado. Ya no se
trata de peregrinar a Roma. Cada una de las Catedrales y los templos que cada Obispo señale están
habilitados para recibir a los fieles todos. Con toda razón el documento del Papa se inicia con una
invitación a “Abrir las puestas al Redentor!”
EL AÑO SANTO EN EL PARAGUAY
6. En el umbral del nuevo año, el 31 de diciembre de 1982, formulábamos un vehemente llamado a todos
los creyentes y hombres de buena voluntad que habitan este suelo. Invitábamos entonces, a la gran
empresa de la reconciliación en el amor y de la paz en la verdad y en la justicia. Particularmente apto
consideramos, por eso mismo, la invitación que ahora nos hace a todos el Santo Padre.
Debemos liberarnos de todo lo que en el orden personal, familiar y social, impide que el Reino de Dios se
construya entre nosotros. El Jubileo de la Redención puede ser la gran ocasión para el reencuentro de la
familia paraguaya. No podemos ni debemos permanecer aferrados a tanto egoísmo, a tanto
resentimiento, a tanta soberbia.
Los frutos de todo ello están a la vista y es insensato negarlos. De ahi que reiteramos hoy, con
preocupación pero también con esperanza, el propósito y la invitación a construir un Paraguay mejor.
EXHORTACIÓN FINAL
7. El Año Santo de la Redención no es, en verdad, un conjunto de ceremonias ni una serie de acciones
extraordinarias. Es, y debe ser, el esfuerzo de toda nuestra Iglesia de vivir su vocación propia a ser santa
y a extender el Reino de Dios que es de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, la paz
y el amor. El Plan de Pastoral Orgánica señala los cauces adecuados para vivir este llamado.
Los Obispos del Paraguay, al hacer nuestro el llamado del Papa, reiteramos nuestro anhelo: que el Año
Santo sea en nuestra patria una bella realidad!
Que todos comprendamos la necesidad personal y comunitaria de conversión y de reconciliación. Que
todos procuremos ayudarnos en el gran retorno hacia Dios, nuestro Padre. Que María sea, para todos, el
modelo de escucha y respuesta al llamado del Redentor.
Nadie puede considerarse ajeno a esta convocatoria. Ninguno de nosotros puede permanecer indiferente.
De todos depende que en este Jubileo de la Redención sea realidad el gran objetivo de nuestro Plan de
Pastoral: la construcción de una sociedad más fraterna y justa, abierta a Dios.
En las distintas jurisdicciones se irán dando a conocer disposiciones concretas y emprendimientos
pastorales que permitan la consecución del gran objetivo del Año Santo. Exhortamos a todos a dar
respuesta generosa a este llamado. Será para bien de todos. Y será también la mejor manera de
comenzar a prepararnos para recibir la esperada visita de Juan Pablo II, nuestro Santo Padre, el Papa.
Asunción, 5 de Abril de 1983
Por la Presidencia de la CEP.
+ Jorge Livieres Banks
Obispo Auxiliar de Asunción y Secretario General de la CEP