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2do tema vida consagrada
1. LA VIDA CONSAGRADA, VOCACIÓN AL AMOR
INTRODUCCIÓN
La categoría “consagración” es clave para hablar de la vida
religiosa o consagrada. La Perfectae caritatis del Magisterio conciliar y
la exh. apost. Vita Consecrata de San Juan Pablo II y otros documentos
recientes de la Sagrada Congregación para los institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, constituyen el punto de
referencia constante sobre la vida de los religiosos. La lectura detenida
de estos documentos nos mostrará que algunos interpretan la
«consagración» como el camino adecuado que debe profundizarse; y
otros que consideran la necesidad de reinterpretar esta categoría o
incluso superarla, sin otorgarle especial significado teológico, de manera
que se eviten inoportunas discriminaciones en el Pueblo de Dios.
El concepto “especial consagración” hay que interpretarlo en un
contexto de comunión, en el que las diversas vocaciones cristianas se complementan para dar razón
de la insondable riqueza del misterio de Cristo y de su Iglesia: las vocaciones a la vida laical, al ministerio
ordenado, a la vida consagrada. Es una «consagración» basada en la originaria consagración bautismal,
diferente de ella por cuanto se origina en un carisma particular, que se expresa en los tres votos, y que
sitúa en una nueva relación con Cristo y por ello también en su posición en la Iglesia y en el mundo1
.
Esta aproximación implica, en consecuencia, comprender la Vida consagrada en su relación con las
demás formas cristianas de responder a la llamada universal a la santidad. Un rasgo principal orienta,
por tanto, su reflexión, a saber, el origen y la naturaleza carismática de esta forma de vida cristiana.
Todos tenemos conocimiento de la
entrega de las personas que consagran su
vida a Dios y, por eso mismo, a los demás,
bien sea en Órdenes e Institutos religiosos,
Sociedades de vida apostólica, Institutos
seculares, etc. En los más diversos campos
podemos encontrarlos: en la catequesis; en
la educación; en la promoción de aspectos
culturales; en la obra de evangelización en
sentido estricto; en la ayuda a los
necesitados de las naciones más empobrecidas o pobres; en la contemplación y en la oración. También
podemos encontrarlas, a estas personas, junto a las familias; junto a los enfermos y a las personas que
se encuentran solas (sean ancianos o no lo sean); junto a quienes quieren tener conocimiento de la
Palabra de Dios; en la promoción de la Verdad y la difusión, en el mundo, del encuentro con el otro;
junto a quienes necesitan un amor que les guarde de las asechanzas del mundo y de su vida; junto a
quienes desean conocer el verdadero rostro de Dios que conocen por su cercanía buscada y aceptada
y, también, junto a quienes son, por su fraternidad, hermanos todos hijos del mismo Padre.
1
“La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un
don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos
característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio
del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero
espera su plena realización en el cielo. Cfr. Vita Consacrata 18 . 33
2. LA VIDA CONSAGRADA Y LA FAMILIA
Este año dedicado a la «Vida consagrada»
nos trae a la memoria la Exhortación apostólica post-
sinodal de San Juan Pablo II sobre la vida consagrada
y su misión en la Iglesia y en el mundo (Vita
consecrata) donde se dice que «La vida consagrada es
anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el
Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza».
También tendremos el Sínodo sobre la familia y tiene,
quizá, como intención, el hecho de que esa célula
básica de la sociedad como es la familia, sea reflejo
de ese amor a Dios y, entonces, sea consecuente con
esos valores y esas virtudes que se le son donadas por
Dios y que permiten que algunos de sus miembros se dediquen a esta vida consagrada.
También en esta Exhortación se dice se da gracias, «por todos aquellos que, en el secreto de
su corazón, se entregan a Dios con una especial consagración». Y esto enlaza a la perfección con este
subtítulo ya que, así, también se nos incluye a todas aquellas personas que, a pesar de no formar parte
de ningún grupo de consagrados sí constituimos, en su seno, una familia donde, también, también, esa
especial dedicación a Dios y, por tanto, a los demás, es posible, es necesaria y es, por último, obligada
por nuestro creer.
LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS
La vida consagrada, identificada
como vida según los consejos
evangélicos, es un don del Espíritu Santo
a la Iglesia. Un camino de santidad
cristiana, que forma parte de la
dimensión carismática esencial de la
Iglesia. La teología posconciliar hablará ya
directamente de la Vida consagrada
como “carisma” dado a la Iglesia, que
pertenece no a su estructura jerárquica,
sino a su vida y santidad, y que se
concretará en formas diversas en los carismas de los fundadores y de los Institutos.
“Los consejos evangélicos son la pobreza, la castidad y la obediencia. Se les llama consejos
evangélicos porque fueron predicados por Cristo en el evangelio y aparecen como una invitación para
seguir más de cerca el camino que Él recorrió en su vida. Si bien todos los católicos estamos llamados
a vivir estos tres consejos, la persona consagrada lo hace como una manera de vivir una consagración
“más íntima” a Dios, motivado siempre por dar mayor gloria a Dios. La pobreza es el desprendimiento
de todo lo creado para utilizarlo de forma que pueda dar mayor gloria a Dios. La castidad es lograr que
toda nuestra persona: inteligencia, voluntad, afectos y cuerpo estén dominados por nosotros mismos.
Y por último, la obediencia, es el sometimiento de la voluntad propia a la voluntad de Dios, a través de
los superiores legítimos, representantes de Cristo para el alma consagrada”2
.
2
SÁNCHEZ GRIESE, Germán. Vida consagrada. Recuperado de Catholic.net.
3. LA OBEDIENCIA3: Es un «sí» al plan de Dios, que ha confiado una peculiar tarea a un grupo de
personas. Implica un vínculo con la misión; pero, también con la comunidad, que debe realizar aquí y
ahora, y también juntos, su servicio; exige además mirar lúcidamente con fe tanto a los superiores que
«desempeñan una tarea de servicio y de guía» y deben tutelar la conformidad del trabajo apostólico
con la misión. Y así, en comunión con ellos, se debe cumplir la voluntad de Dios, que es la única que
puede salvar.
LA POBREZA4, o sea, la comunicación de bienes -incluso de los bienes espirituales-, ha sido desde el
principio la base misma de la comunión fraterna. La pobreza de cada uno, que implica un estilo de vida
sencillo y austero, no sólo libera de las preocupaciones inherentes a los bienes personales, sino que
siempre ha enriquecido a la comunidad, que ha podido, de este modo, dedicarse más eficazmente al
servicio de Dios y de los pobres.
También la «pobreza de espíritu», la humildad, la sencillez, el reconocimiento de los dones de
los otros, el aprecio de las realidades evangélicas, como «la vida escondida con Cristo en Dios», la
estima por el sacrificio oculto, la valoración de los postergados, la dedicación a tareas no retribuidas
ni reconocidas..., son otros tantos aspectos unitivos de la vida fraterna realizados por la pobreza
profesada.
Una comunidad de «pobres» es capaz de ser solidaria con los pobres y de manifestar cuál es
el corazón de la evangelización, porque presenta, en concreto, la fuerza transformadora de las
bienaventuranzas.
LA CASTIDAD CONSAGRADA5: Implica una gran pureza de mente, de corazón y de cuerpo,
expresa una gran libertad para amar a Dios y todo lo que es suyo con amor indiviso, y por lo mismo
una total disponibilidad de amar y servir a todos los hombres haciendo presente el amor de Cristo.
Este amor no egoísta ni exclusivo, no posesivo ni esclavo de la pasión, sino universal y desinteresado,
libre y liberador, tan necesario para la misión, se cultiva y crece en la vida fraterna. Así los que viven el
celibato consagrado «evocan aquel maravilloso connubio, fundado por Dios y que ha de revelarse
plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene por esposo único a Cristo».
3
CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA
APOSTÓLICA, La vida fraterna en comunidad 44, Roma, 2 de febrero de 1994.
4
Idem
5
Idem
4. LA VIDA CONSAGRADA Y LA IGLESIA LOCAL
La presencia de la vida consagrada, que «desde
el período de la implantación de la Iglesia» ha sido un
requisito para poder tener una Iglesia local de pleno
derecho6
, enriquece la catolicidad de la Iglesia
realizada en un lugar: no sólo la complementa, sino que
la estimula. En una diócesis, debería desempeñar el
papel de catalizador de la santidad de los bautizados,
incluidos ministros y pastores. He ahí por qué ese don
de la vida consagrada debe ser acogido por todos con
una gran estima7
. Como presidente de la Iglesia en un
lugar, el obispo diocesano debe proteger este don, del
cual depende la salud espiritual de su pueblo, y
promoverlo, siendo solícito para darlo a conocer,
esforzándose en resaltar la singularidad de la
aportación espiritual y apostólica de los institutos de
vida consagrada presentes en su diócesis, sacando
provecho de la contribución propia de sus propias
obras de apostolado. El diálogo cordial y abierto entre
el obispo y los superiores de los institutos de vida
consagrada será la garantía de una buena inserción en
la diócesis y de una colaboración fecunda al servicio del
Evangelio.
¿Cuál es el papel de los consagrados en la vida parroquial?
La articulación de la vida consagrada
con las parroquias depende en primer lugar de
la identidad de cada instituto, de su carisma, de
su patrimonio espiritual, de sus constituciones,
etc. Y así, desde el punto de vista de la
comunidad parroquial, el respeto de la justa
autonomía de los institutos de vida consagrada
determinará lo que se pueda pedir
concretamente a sus miembros y a la
comunidad religiosa (CIC 1983). Unos, los
feligreses, los sacerdotes y otros ministros,
tendrán mucho que ganar si conocen y aprecian
lo que los consagrados pueden compartir con
ellos; otros, los consagrados, no deberán aislarse en sus casas, sino que, en función de su propio
carisma, aprovecharán todas las ocasiones oportunas para insertarse en la comunidad local y, si llegare
el caso, tomar parte en ciertos aspectos de su misión asumiendo responsabilidades eclesiales8
.
6
Cfr Ad Gentes 18.
7
Cfr Vita consecrata 13.48.
8
Cfr Christus Dominus 35, Vita Consecrata 49
5. El papel de los consagrados no se
limita solamente a lo que puedan hacer.
Consiste en primer lugar en el signo que
ellos ofrecen en conformidad con su
Instituto9
. Y por eso conviene, hoy más
que ayer, que los bautizados consagrados
por la profesión de los consejos
evangélicos desarrollen en ellos el
legítimo orgullo de su vocación y de su
misión: que tomen conciencia del don
precioso de la vida consagrada para la
Iglesia y para el mundo.
ACTIVIDAD - REFLEXIÓN:
Después de haber leído, reflexionado y orado el texto responde a las siguientes preguntas:
1. ¿Crees en la Vida Consagrada? Razona tu respuesta.
2. ¿Crees que la Vida Consagrada en tu ámbito está respondiendo a una vocación de amor?
3. Razona tu respuesta.
4. En tu opinión, ¿Qué falta en la Vida Consagrada para ser una llamada de amor?
5. Según el mensaje de San Juan Pablo II a los jóvenes, prepara un tríptico vocacional de
acompañamiento a un joven que te indica o que tu descubres que siente inquietud por una
vida de servicio en la opción de Consagrado/da
6. Escribe una carta a algún consagrado de los que conoces dándole un mensaje según lo
reflexionado en este tema.
9
Cfr Vita Consecrata 20. 24. 25b.)