En esta carta abierta, el pianista y escritor James Rhodes expresa su gran entusiasmo por España, el país que ahora considera su hogar. Describe las muchas cosas que ama de España, como la gente amable, la vida más tranquila, la cultura y la comida. Aunque reconoce que España también tiene problemas, cree que los españoles han mantenido su bondad y hospitalidad a pesar de las dificultades. Finalmente, expresa su profunda gratitud hacia España por hacerlo sentir seguro y bienvenido.
1. “A lo mejor no me creéis, pero no os miento si os digo que en España
todo es mejor”
JAMES RHODES
EL PAÍS
19 MAY 2018
En esta carta abierta, el pianista y escritor James Rhodes, que se instaló
en Madrid en 2017, muestra verdadero entusiasmo con su país de
acogida. Consiguió un enorme éxito con 'Instrumental', libro en el que
narra cómo la música le ayudó a superar el trauma de los abusos sexuales
cuando era niño
Nunca he entendido del todo eso de tener un hogar. Vale, es el sitio donde
duermes y estás a cubierto, pero, al margen de eso, el concepto hogar no
tenía para mí demasiado sentido. Supongo que me he pasado media vida
huyendo. De mí o de los desastres que yo mismo he provocado, por norma
general. Pero hace nueve meses dejé de huir. Me instalé en Madrid.
Encontré un hogar. Y descubrí en qué consiste tenerlo.
Una cosa es conocer ese Madrid que nos ofrece el Prado, el Thyssen, el
Reina Sofía. Escaparte a la hora de la comida para ir a ver el Guernica y
después hacer un picnic en el Retiro, visitar el Palacio Real y tomarte una
caña en la plaza Mayor. Pero enamorarse de la Cava Baja o de la calle del
Espíritu Santo, que a vosotros os parecerán de lo más normal pero que
para mí están llenas de magia, es otro nivel.
Ver a la gente de paseo, tan tranquila (imposible en Londres), o
esperando a que el semáforo se ponga en verde (no lo había visto en la
vida). Contar la cantidad de parejas que van por ahí de la mano. Sonreír al
contemplar la majestuosidad de Serrano, donde una chaqueta cuesta lo
mismo que un coche. Ver una obra increíble en “El Pavón Teatro
Kamikaze”, picar unas croquetas que literalmente pueden cambiarte la
vida en el restaurante “Santerra”, reírte de lo buenos que están los
cruasanes del “Café Comercial”, presenciar cómo los profesionales de
“Sálvame” analizan el lenguaje corporal de Letizia frente a un público
embelesado.
Las diferencias entre este país y el Reino Unido son incontables. Estoy
escribiendo esto enfermo, desde la cama, a las dos de la madrugada, tras
un viaje de tres días en Reino Unido en el que he pillado la gripe del
Brexit. Al llegar a Madrid, llamé a mi seguro médico. Una hora después un
médico se presentó en mi casa y me recetó antibióticos. Aquí pago 35
euros al mes por el seguro médico (puede parecer un lujo, pero lo necesito
por mis operaciones de espalda pasadas). En Londres pagaba 10 veces
más. Y allí las visitas médicas en tu domicilio cuestan unos doscientos
euros.
2. Estoy escribiendo esto enfermo, desde la cama, a las dos de la madrugada,
tras un viaje de tres días en Reino Unido en el que he pillado la gripe del
Brexit
A lo mejor no me creéis, pero no os miento si os digo que aquí todo es
mejor. Los trenes, el metro, los taxistas, los desconocidos amabilísimos, el
ritmo de vida tranquilo, la asombrosa capacidad de insultaros los unos a
los otros (pasando de la madre o de la actividad sexual de nadie, vosotros
recurrís a peces, espárragos y leche, un arte digno de Cervantes), el
idioma increíble (contáis con quisquilloso, rifirrafe, ñaca-ñaca, sollozo,
zurdo o tiquismiquis, que podría ser mi apodo). Vuestro diccionario es el
equivalente verbal de Chopin. Me parece guay del Paraguay la cantidad de
fumadores empedernidos que hay aquí, mandando a la mierda a todos los
médicos y a los gilipollas moralistas de Los Ángeles. Son asombrosas la
cordialidad del vive y deja vivir y la generosidad. El premio a la croqueta
del año. El respeto que os inspiran los libros, el arte, la música. El tiempo
que dedicáis a la familia y al descanso. A las cosas que importan.
Impresiona también la cantidad de gente con talento que se llama Javier
(Bardem, Cámara, Calvo, Ambrossi, Manquillo, Del Pino, Marías,
Perianes, Navarrete, entre muchos otros. Adivinad cómo voy a llamar a
mi próximo hijo).
Me parece guay del Paraguay la cantidad de fumadores empedernidos que
hay aquí, mandando a la mierda a todos los médicos y a los gilipollas
moralistas de Los Ángeles
Vosotros inventasteis la siesta, y aun así trabajáis más horas que casi en
cualquier otro país de Europa.
He conocido a extraños en el metro con los que he acabado interpretando
a Beethoven, a abuelas que me han hecho torrijas y me han hablado de
cuando tocaban el piano, a pacientes de psiquiátricos cuya valentía me ha
dejado flipado, a un chaval que toca el piano muchísimo mejor que yo a su
edad y a quien he podido dar algunas clases gratis. Hasta “Despacito”
suena de puta madre en el metro a las ocho y media de la mañana si la
toca un anciano que sonríe, y al observar a los demás pasajeros me doy
cuenta de que es una sonrisa contagiosa. Me he tirado horas en el
“Carrefour” de Peñalver abrumado por los colores, los sabores, los olores
y lo fresco que es todo (en Londres algo así es impensable), he visto
tomates del tamaño de un balón de fútbol en la frutería de mi calle, he
recibido bizcochos de unos vecinos que, en lugar de quejarse por el ruido,
me piden que toque el piano un poco más fuerte. He descubierto las
natillas.
Y así podría seguir horas.
3. Aquí hay un montón de cosas buenas, a veces escondidas. He sido testigo
de la extraordinaria labor que llevan a cabo organizaciones como la
Fundación Manantial, Save the Children, la Fundación Vicki Bernadet,
Plan International y tantas otras, grandes y pequeñas, capaces de aliviar
parte del dolor que hay en este mundo. Y no piden elogios, premios ni
agradecimientos.
Vosotros inventasteis la siesta, y aun así trabajáis más horas que casi en
cualquier otro país de Europa.
Evidentemente, también hay problemas. Cómo no iba a haberlos. Las
leyes espantosas, ofensivas e inhumanas que se aplican a las agresiones
sexuales (vistas en el caso de La Manada) que desde luego tienen que
cambiar. Las drogas, la indigencia, el tráfico de personas, los abusos, los
recortes en sanidad, las enfermedades mentales, los problemas
económicos. La corrupción en el poder. Los políticos (en serio: ¿por qué
no dejamos que Manuela Carmena, la superabuela, se encargue de España
unos años y la arregle?). Los azotes diarios y desde tiempos
inmemoriales. Sin embargo todo esto no os ha vuelto insensibles, fríos,
desagradables y cerrados como ha pasado en tantos países, sino que os ha
hecho abiertos, ha sacado a la luz un poquito de la pureza y de la bondad
que hay en el mundo, y, joder, qué orgulloso estoy de ser una figura
diminuta y solitaria que deambula por este país asombrándose por su
vitalidad colectiva.
Este año, por trabajo, voy a ir a Ibiza, Sitges, Sevilla, Granada, la Costa
Brava, Cuenca, Vigo, Vitoria, Zaragoza y a muchos otros sitios increíbles.
He visitado docenas de ciudades a lo largo de los últimos dos años. Soy un
extranjero, un huésped, y, en tanto que anglosajón, no creo que tenga el
derecho de hablar de política, pero lo que sí puedo decir es que en
Barcelona, Gijón, Madrid, Santiago o Girona, en todas partes, siempre me
he encontrado lo mismo: cariño, hospitalidad, sonrisas, generosidad.
También distintas gastronomías: la paella valenciana es la única de
verdad, obvio, y lo mismo pasa con los churros en Madrid y el salmorejo
en Andalucía. Lo mejor que puedes llevarte a la boca lo encontrarás en
San Sebastián (bueno, a lo mejor la estoy liando, así que mejor lo dejo). He
encontrado diferentes acentos (Galicia, lo siento, pero no entiendo ni una
sola palabra de lo que dicen tus habitantes, ni siquiera cuando veo “First
Dates” con subtítulos; la culpa es mía, pero es que hablan demasiado
deprisa), pero tras cada acento siempre había un corazón enorme,
dedicación al trabajo, abrazos, una tremenda hospitalidad.
Antes nunca miraba hacia arriba; caminaba con la vista clavada en la
acera o el móvil. Aquí en España lo miro todo con asombro
Me encanta este país. Para mí, está en lo más alto. Metafórica y
literalmente. Antes nunca miraba hacia arriba; caminaba con la vista
clavada en la acera o el móvil. Aquí en España lo miro todo con asombro.
Os miro a vosotros y vuestra belleza me ciega. Ahora sí miro hacia arriba.
Porque me siento a salvo. Y visible. Y apoyado. Y bienvenido.
4. Hace poco estuve en Londres y visité a Billy, mi psiquiatra. Me dijo que
hace 10 años dudaba de mi supervivencia. Que incluso hace un año no lo
tenía nada claro, y con razón. Y que jamás me había visto tan bien como
me ve ahora. Y ¿sabéis qué? Mucho se lo debo a España.
Algunos dirán que la gente me trata distinto debido a mi éxito relativo, al
hecho de que me alojo en hoteles bonitos y ceno en buenos restaurantes.
Así que permitidme que acabe con un recuerdo.
Qué orgulloso estoy de ser una figura diminuta y solitaria que deambula
por este país asombrándose por su vitalidad colectiva
Hace mucho tiempo (demasiado), cuando era muy pequeño,
veraneábamos en Mallorca todos los años. En agosto nos alojábamos un
par de semanas en un apartamentito de mierda que estaba en la playa de
Peguera. En mi memoria, esas vacaciones son el refugio más seguro,
perfecto e increíble de mi infancia. Significaba alejarme de la zona en
guerra que era mi vida en Londres: violenta, monocromática, dominada
por las violaciones que sufría. Durante un breve período de tiempo, con
ocho o nueve años, pude comprar tabaco (un paquete de Fortuna por
pocas pesetas), en la tiendecita de la playa de Pedro. Pude beber Rioja
calentorro (gracias de nuevo, Pedro), contemplar las estrellas, bañarme
en el mar, engañar de vez en cuando a alguien para que me invitara a
hacer esquí acuático, disfrutar del sol. Y, sobre todo, disfrutar de la
sensación de estar a salvo, protegido. 30 años después, me brindáis lo
mismo. Y nunca podré expresaros mi gratitud por ello.