1. Función de la imagen en el antiguo Egipto
El artista-artesano era un ser anónimo al servició de las castas
privilegiadas (faraón-sacerdotes)
Función religiosa del arte, de exaltación del poder de los reyes y
faraones en una sociedad teocéntrica.
En Egipto la organización política surgió de la necesidad de
administrar, eficazmente, la construcción de canales de riego para el
cultivo. El primer rey fue a su vez el primer constructor de diques y
embalses. Tras las inundaciones periódicas se debían trazar de
nuevo los límites de las tierras. Era el rey quien personalmente
marcaba las líneas y cavaba la tierra, tal como se advierte en la
escritura de los monumentos más antiguos.
El mayor rango social lo
ostentaba el rey, quien
estaba dotado de los
poderes que garantizaban la
prosperidad del territorio.
Tras la unificación de las
Dos Tierras y la
concentración de autoridad
monárquica, fue necesaria la
delegación de cargos que
hiciesen efectiva la
administración. Los
representantes directos del
rey en los asuntos civiles
eran los visires, uno por
cada Tierra. Los sacerdotes
eran los delegados para el
servicio diario de culto
religioso en los templos. Se
organizó un aparato
burocrático con un cuerpo
de funcionarios,
estrictamente jerarquizado,
y se creó una amplia red
administrativa, que articulaba todas las actividades del estado. No
quedó práctica alguna que no estuviese bajo una fórmula de control
administrativo.
2. La vida del rey (faraón) estaba regida por un ceremonial
fastuoso. Era la encarnación suprema del dios. La idea cosmogónica
de la creación, mediante la intervención de un espíritu que ordenaba
la materia, fue transferida al faraón, quien personificaba el orden del
cosmos frente al caos. El mantenimiento del ciclo vital, entendido
como una sucesión temporal repetida hasta el infinito, quedaba
garantizado por el rey. Con cada nuevo reinado empezaba el «año
uno», un nuevo período que restauraba tres acontecimientos
fundamentales: el restablecimiento del orden, el triunfo de Horus
sobre el enemigo y la unificación de los dos Egiptos.
La sociedad estaba organizada de forma jerárquica y compuesta
por diversos grupos. La nobleza, altos funcionarios de la
administración y sumos sacerdotes percibían rentas en especies y
gozaban de los favores de una vida cortesana. Además, eran los
dueños de las tierras. Constituían la oligarquía gobernante y podían
garantizarse una resurrección, gracias a la construcción de lujosos
sepulcros. Ocupaban un rango inferior los funcionarios subalternos,
los técnicos, los escribas, los sacerdotes, los superintendentes, los
obreros especializados y los artesanos. El nivel social más bajo
estaba compuesto por los campesinos. Existían, por último,
diferentes formas de servidumbre, que limitaban la libertad
individual. Una práctica normal, realizada bajo contrato, era la
servidumbre de una familia completa comprada para el servicio de
una casa noble.
La esclavitud, entendida como la posesión de personas, se
practicó con los prisioneros de guerra, en especial durante el
Imperio Nuevo.
La religión en el antiguo Egipto
La religión egipcia se basaba en la observancia de unos ritos de
culto a los dioses y en la fe absoluta sobre la eficacia de los mismos.
La doctrina importaba menos y ni siquiera estaba compendiada en
un dogma sagrado. Lo definitivo era la liturgia en torno al panteón,
cuyos dioses eran los propietarios absolutos de la tierra de Egipto.
También tenía un carácter práctico-mágico que satisfacía la
necesidad de emplear los poderes superiores al hombre en beneficio
de unos fines temporales concretos.
A lo largo de la historia de Egipto, la elaboración del
pensamiento teológico y mitológico adquirió una gran complejidad,
ya que unas ideas se sobreponían a otras, sin que una nueva
argumentación invalidase las precedentes.
3. Los sacerdotes
Los sacerdotes eran quienes
organizaban la práctica de los
ritos, los oficiantes del culto
diario y los intermediarios en la
relación con lo sagrado.
Formaban parte de la jerarquía
estatal como funcionarios.
Dentro de sus obligaciones no se
incluía la asistencia espiritual a
los creyentes, pero sí las
actuaciones de carácter mágico,
pues eran depositarios de los
secretos de la vida y la muerte.
Los templos dedicados a las
divinidades formaban parte de la
religión oficial del Estado. El culto era dirigido por el faraón y tenía,
en realidad, carácter privado, ya que solamente el monarca tenía
acceso a la cella en la que estaba la estatua divina. Como no podía
presidir el culto en todos los templos, un sumo sacerdote le
representaba y realizaba el oficio en su nombre.
El pueblo no tenía acceso al templo, únicamente los más
privilegiados podían acceder hasta el patio mientras duraba la
ceremonia. Las celebraciones y rituales oficiales tenían un aire
espectacular. Las estatuas de las divinidades eran transportadas en
barcas desde centros religiosos locales, donde tenían su santuario
principal, para visitar otros templos. Estos traslados constituían
grandes acontecimientos en los que el pueblo era espectador y
partícipe del cortejo, aunque no podía ver las estatuas, que
permanecían ocultas durante todo el recorrido. Las fiestas
reafirmaban la desigualdad social y el rango de los faraones. No
obstante, el pueblo participaba de la religión oficial venerando a los
mismos dioses en capillas familiares, donde podían establecer un
contacto más cercano.
4. Los dioses egipcios
Los dioses surgen de un
espíritu ordenador que les da la
vida y esta idea se aplica a todas
las manifestaciones de la
naturaleza. Este dios a quien se
atribuye la fuente de toda vida es
Ra, el Sol, quien controla el ciclo
del río Nilo.
Osiris es el dios que asume el
ciclo vital de nacimiento, muerte
y resurrección. Siendo en un
principio el dios de la vegetación,
fue asesinado por su hermano
Seth, personificación del
desierto, quien, envidioso de su
prosperidad, lo despedazó. Pero
Isis, esposa y hermana de Osiris,
tras una larga búsqueda y la
realización de prácticas mágicas,
reconstruyó el cuerpo y le
devolvió la vida. Una vez resucitado, Osiris fecundó a Isis, sin
intervención carnal, dándole un hijo: Horus, el dios con cabeza de
halcón. Este luchó contra su tío Seth, venciéndole y restituyendo el
poder sobre todo Egipto. Con la adopción de este mito, los reyes se
consideraron hermanos de Horus, descendientes directos del dios y
con poder vitalicio sobre Egipto. Osiris se convirtió en el dios de los
muertos, ya que representaba el Sol poniente y su reino se situaba en
el oeste del Nilo. Durante la noche moría para volver a nacer. Horus
era el Sol naciente. El culto a Osiris se difundió desde los inicios del
período histórico y más tarde alcanzó una gran aceptación popular.
Osiris fue el dios más próximo y accesible a los hombres sin rango
divino. Éstos podían disfrutar de un más allá similar al del rey a
través de la figura de Osiris. Su leyenda se evocó con múltiples
variantes por todo Egipto. Los sucesivos cultos -en función de los
cambios políticos- se fueron yuxtaponiendo. La supremacía de un
dios sobre los otros dependía de las dinastías reinantes, quienes
daban prioridad al dios de su ciudad.
Muerte y vida de ultratumba
5. La muerte en el Egipto antiguo estaba considerada como un
pasaje hacia una segunda vida y esto le daba un sentido positivo.
Tras ella, el espíritu entraba en el mundo cósmico, un más allá
eterno e inmutable. El ser humano estaba compuesto por un soporte
material, el cuerpo, al que están ligados elementos inmateriales:
el ba, que corresponde al alma o a la personalidad, y el ka, o doble
de la persona, idéntico a su cuerpo pero sin forma material. Para
representar a un dios o a un faraón con su ka, se reproducían dos
figuras idénticas cogidas de la mano.
El espíritu tomaba la forma del cuerpo difunto y convivía con él
hasta volver a integrarse en el universo una vez el cuerpo había
desaparecido. Con una imagen o doble del difunto y a través de la
celebración de un
ritual,
el ka pasaba a la
imagen.
La muerte
significaba la
separación de
estos elementos
y, si el ser
humano quería
comenzar su
segunda vida, era
imprescindible
que el cuerpo se
reuniera con los
elementos
espirituales que le habían animado, el ba y el ka. Había, por tanto,
que preservarlo a la hora de su muerte; de ahí la importancia de los
ritos funerarios y de los lugares de enterramiento como moradas
imperecederas. Los rituales de momificación e inhumación eran más
importantes, incluso, que la propia existencia, dado que el otro
mundo se imaginaba como un lugar de renovación de la vida
terrenal, adquiriendo así una importancia primordial.
Para garantizar la continuidad en la otra vida se debían
construir tumbas seguras en las que habitaría el espíritu de los
difuntos, a quienes había que asegurar el mismo bienestar que
habían disfrutado en la vida terrenal. Para ello se depositaba un rico
ajuar y se realizaban ofrendas de alimentos, de las que se ocupaban
los vivos. Los alimentos eran indispensables, pues si faltaban el alma
tenía que vagar en su búsqueda.
El reino de los muertos se situaba en el oeste del valle del Nilo,
en el Sol poniente, donde se encuentran las más importantes tumbas
6. funerarias. Osiris era el dios tutelar de la vida de los muertos, a
quienes acogía a cambio de ciertos trabajos. Los espíritus vagaban
recorriendo el cosmos al igual que Ra, el dios solar, quien con su
barca surcaba el firmamento durante el día, atravesando por la
noche las doce regiones del mundo subterráneo de Osiris.
El Libro de los Muertos
Durante la época del Imperio Nuevo se impuso la costumbre de
depositar en el sarcófago de los difuntos el Libro de los Muertos,
recopilación de fórmulas mágicas para ayudar a superar los peligros
que acechaban a los difuntos en su viaje hacia el mundo de Osiris. Al
comenzar su segunda vida, el difunto debía pasar la prueba del juicio
ante un tribunal de cuarenta y dos representantes del otro mundo,
presididos por Osiris. Dicho juicio se celebraba en la sala de Maat,
diosa de la verdad y la justicia, y empezaba con el peso del corazón.
En el platillo de la balanza, el corazón del difunto debía ser
ligero como una pluma. En caso contrario, si éste tenía un peso
excesivo, es decir, si sus malas acciones superaban las buenas, la
persona sería devorada por demonios y se produciría su segunda
muerte, la definitiva. Si salía triunfador, el alma sería libre de vagar
por cielo, tierra y mundo inferior; podría sentarse en la barca de Ra y
disfrutar de la conversación con todos los dioses.
Por estas razones, desde los primeros tiempos, los egipcios
procuraron mantener los cuerpos de los difuntos en buenas
condiciones pues, guardando el cuerpo, prolongaban la vida del
alma indefinidamente. Los alimentos del ajuar funerario estaban
destinados al ka. Entre los rituales diarios ejecutados por los
sacerdotes, uno de los más importantes era el de la transmisión del
espíritu de los alimentos al alma del difunto. Estas ideas se
aplicaban a todo lo vivo, ya que la materia se animaba con el
espíritu.
Escena del Libro de los Muertos. El Tribunal de Osiris.Original en el Louvre