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Como su mayor orgullo, Hildebrando Vélez porta su chaqueta como veterano de la
Guerra de Corea.
Foto: Juan David Posada G.
Medellín, Abril 16 de 2010
Una historia entre ojos rasgados, carriel y machete
“Valor” se escribe en
coreano
Hildebrando Vélez fue uno de los colombianos que participó en
la Guerra de Corea, algo que marcó su vida para siempre.
Por: Juan David Posada Garzón
Vélez es la marca de su chaqueta, un
apellido heredado de las montañas
del suroeste antioqueño que, al lado
de banderas, escudos, medallas e
insignias coreanas, hacen parte de su
mayor orgullo.
Su nombre es Hildebrando Vélez
Velázquez, quien a sus 75 años,
recuerda cada batalla y disparo de la
Guerra de Corea, de la cual participó
cuando apenas alcanzaba los 17.
Sus ojos brillan cuando sus labios
balbucean la palabra Corea, al relatar
con datos precisos, haciendo uso de
su memoria enciclopédica, cada
segundo del año que permaneció en
esta zona.
Sus palabras y expresiones evocan
escenas y situaciones de los momentos que vivió
como soldado colombiano adscrito al batallón 7
que apoyó a Corea del Sur.
Una espigada mujer blanca, de ojos rasgados y
con facciones delicadas, pintada sobre un lienzo,
adorna la sala de la casa de Hildebrando.
Cuadros, banderas, escudos, libros, diplomas,
porcelanas, sombrillas; son algunos de los
elementos que desde cada esquina de su
residencia recrean la cultura de este país oriental.
Hildebrando nació en Betulia, en el suroeste de
Antioquia, en el seno de una familia tradicional,
dueña de la jabonera más reconocida de la
región.
Él, al igual que sus siete hermanos, creció
adoctrinado por un padre conservador que lo
educaba por medio de la fuerza y la represión,
pero era de esperarse, pues su descendencia era
propiamente de familia de locos, como lo afirma
el propio Hildebrando.
La cifra
5100
militares colombianos
participaron en la Guerra
de Corea, de los cuales
648 fueron dados de baja.
Era el año de 1952 y la guerra ya había
empezado. Los abusos, castigos y maltratos de
su padre, José Domingo Vélez, lo llevaron a
escapar de su casa y a prestar luego el servicio
militar.
Ante la pregunta de un comandante
sobre qué soldados querían batallar
en Corea, Hildebrando no dudó ni
un segundo en asentir.
“Lo único que yo quería era estar
lejos de mi padre. Lastimosamente
mi mamá, mis hermanos y mi novia
sufrieron mucho por mi ausencia”,
aseguró Hildebrando Vélez,
mientras a su memoria llega otro
recuerdo de la guerra.
Antes de que el barco General Balú,
de la Armada de Estados Unidos,
zarpara desde Cartagena hacia
Corea, Hildebrando recibió un
telegrama de su padre,
maldiciéndolo y pidiéndole a todos
los santos que lo mataran en la
guerra por ser el peor hijo.
Entre puertorriqueños y estadounidenses, 217
colombianos viajaron durante un mes,
atravesando el Canal de Panamá y luego el
Pacífico, hasta llegar a Yokohama, en el occidente
de Japón.
“Al inicio el mareo fue muy duro,
permanecía mucho tiempo acostado y
no paraba de vomitar”, afirmó
Hildebrando, quien reconoció que el
hecho de estar frente al mar por
primera vez lo hacía pasar tardes
enteras admirándolo.
Como él, muchos de los 1.500 soldados que
estaban en el barco, no tenían ni la menor idea
de dónde quedaba Corea ni mucho menos de los
motivos por los cuales se iba a combatir. Lo
único claro era el enemigo: chinos y coreanos
del norte.
El soldado Vélez recuerda, como si fuera hoy, su
llegada a Japón. Un país de grandes avenidas,
con una cultura diferente y, sobre todo, con
mujeres muy lindas.
Michiko es el nombre de la japonesa que
despertó muchos deseos en él. La conoció en
Yokohama en la base militar donde fueron
alojados por tres días.
“Sus ojos picarones, su risa
coqueta y la rareza de su belleza,
me llevaron a conquistarla, a
través de señas porque ni yo
hablaba coreano y ni ella
español”, recuerda el veterano.
La primera noche fue más que
suficiente para que dejara su
primera huella en el Oriente: un hijo japonés del
cual no tiene información hasta la fecha.
Libros, videos, fotos, medallas y uniformes hacen parte de la “habitación de la guerra”,
como Hildebrando Vélez denomina a este cuarto lleno de recuerdos.
Foto: Juan David Posada G.
Ser veterano de la guerra es su
estilo de vida
Hildebrando Vélez pertenece a la Asociación de
Veteranos de la Guerra de Corea, de la cual
hacen parte otros 15 veteranos.
Hildebrando ha estado dos veces en el país
oriental. La primera en el 2001 como invitado
especial para la conmemoración de los 50 años
de la guerra y la segunda en el 2005, como
ponente de varias conferencias en diferentes
universidades de Corea.La frase:
“El único combatiente
que no deseaba que la
guerra terminara era
yo, por algo muy
sencillo: no quería
regresar a mi casa”
Hildebrando Vélez
Veterano de la Guerra de Corea
Con emoción y sentimiento, Hildebrando sigue
narrando día a día, disparo por disparo y hazaña
tras hazaña su historia de la guerra de Corea.
Entre el relato se tejen ciudades como Búsan,
Naktong y Seúl. Cerros empinados como el 180,
Old Baldy y Calvo. Momentos alrededor de
bombas, esquirlas y campamentos, y anécdotas
que seguramente sus hijos y nietos se saben de
memoria.
Una sonrisa en su cara, curtida por el pasar de los
años, se dibuja cuando recuerda que en
diciembre, en plena zona de combate, los chinos
dejaban regalos entre los alambrados que
dividían los dos campos de batalla.
Peinillas, espejos y dulces, eran algunos de los
detalles que estaban acompañados de mensajes
que invitaban a los colombianos a retirarse de la
guerra, pero ellos, con el adoctrinamiento
anticomunista, seguían batallando sin piedad.
“En Corea yo me convertí en una máquina de
matar gente”, afirmó Hildebrando, mientras
reconoce que no sabe a cuántas personas abatió.
Los fusiles y ametralladoras se silenciaron en
1953, luego de la
firma del armisticio.
“El único
combatiente que no
deseaba que la
guerra terminara era
yo, por algo muy
sencillo: no quería
regresar a mi casa”,
dijo Vélez, que
solamente sufrió,
durante la guerra, heridas leves en sus piernas y
manos producto de las esquirlas de una bomba.
En el cuarto más alejado de su casa está su
mayor tesoro. Allí Hildebrando luce con orgullo
su chaqueta que lo identifica como veterano de
la guerra de Corea.
Entre libros, medallas, gorras, uniformes,
videos, fotografías, condecoraciones y cartas de
importantes personalidades, Hildebrando Vélez
Velásquez reconstruye cada día, luego de
levantarse, su hazaña en Corea.

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Valor se escribe en coreano

  • 1. Como su mayor orgullo, Hildebrando Vélez porta su chaqueta como veterano de la Guerra de Corea. Foto: Juan David Posada G. Medellín, Abril 16 de 2010 Una historia entre ojos rasgados, carriel y machete “Valor” se escribe en coreano Hildebrando Vélez fue uno de los colombianos que participó en la Guerra de Corea, algo que marcó su vida para siempre. Por: Juan David Posada Garzón Vélez es la marca de su chaqueta, un apellido heredado de las montañas del suroeste antioqueño que, al lado de banderas, escudos, medallas e insignias coreanas, hacen parte de su mayor orgullo. Su nombre es Hildebrando Vélez Velázquez, quien a sus 75 años, recuerda cada batalla y disparo de la Guerra de Corea, de la cual participó cuando apenas alcanzaba los 17. Sus ojos brillan cuando sus labios balbucean la palabra Corea, al relatar con datos precisos, haciendo uso de su memoria enciclopédica, cada segundo del año que permaneció en esta zona. Sus palabras y expresiones evocan escenas y situaciones de los momentos que vivió como soldado colombiano adscrito al batallón 7 que apoyó a Corea del Sur. Una espigada mujer blanca, de ojos rasgados y con facciones delicadas, pintada sobre un lienzo, adorna la sala de la casa de Hildebrando. Cuadros, banderas, escudos, libros, diplomas, porcelanas, sombrillas; son algunos de los elementos que desde cada esquina de su residencia recrean la cultura de este país oriental. Hildebrando nació en Betulia, en el suroeste de Antioquia, en el seno de una familia tradicional, dueña de la jabonera más reconocida de la región. Él, al igual que sus siete hermanos, creció adoctrinado por un padre conservador que lo educaba por medio de la fuerza y la represión, pero era de esperarse, pues su descendencia era propiamente de familia de locos, como lo afirma el propio Hildebrando.
  • 2. La cifra 5100 militares colombianos participaron en la Guerra de Corea, de los cuales 648 fueron dados de baja. Era el año de 1952 y la guerra ya había empezado. Los abusos, castigos y maltratos de su padre, José Domingo Vélez, lo llevaron a escapar de su casa y a prestar luego el servicio militar. Ante la pregunta de un comandante sobre qué soldados querían batallar en Corea, Hildebrando no dudó ni un segundo en asentir. “Lo único que yo quería era estar lejos de mi padre. Lastimosamente mi mamá, mis hermanos y mi novia sufrieron mucho por mi ausencia”, aseguró Hildebrando Vélez, mientras a su memoria llega otro recuerdo de la guerra. Antes de que el barco General Balú, de la Armada de Estados Unidos, zarpara desde Cartagena hacia Corea, Hildebrando recibió un telegrama de su padre, maldiciéndolo y pidiéndole a todos los santos que lo mataran en la guerra por ser el peor hijo. Entre puertorriqueños y estadounidenses, 217 colombianos viajaron durante un mes, atravesando el Canal de Panamá y luego el Pacífico, hasta llegar a Yokohama, en el occidente de Japón. “Al inicio el mareo fue muy duro, permanecía mucho tiempo acostado y no paraba de vomitar”, afirmó Hildebrando, quien reconoció que el hecho de estar frente al mar por primera vez lo hacía pasar tardes enteras admirándolo. Como él, muchos de los 1.500 soldados que estaban en el barco, no tenían ni la menor idea de dónde quedaba Corea ni mucho menos de los motivos por los cuales se iba a combatir. Lo único claro era el enemigo: chinos y coreanos del norte. El soldado Vélez recuerda, como si fuera hoy, su llegada a Japón. Un país de grandes avenidas, con una cultura diferente y, sobre todo, con mujeres muy lindas. Michiko es el nombre de la japonesa que despertó muchos deseos en él. La conoció en Yokohama en la base militar donde fueron alojados por tres días. “Sus ojos picarones, su risa coqueta y la rareza de su belleza, me llevaron a conquistarla, a través de señas porque ni yo hablaba coreano y ni ella español”, recuerda el veterano. La primera noche fue más que suficiente para que dejara su primera huella en el Oriente: un hijo japonés del cual no tiene información hasta la fecha. Libros, videos, fotos, medallas y uniformes hacen parte de la “habitación de la guerra”, como Hildebrando Vélez denomina a este cuarto lleno de recuerdos. Foto: Juan David Posada G.
  • 3. Ser veterano de la guerra es su estilo de vida Hildebrando Vélez pertenece a la Asociación de Veteranos de la Guerra de Corea, de la cual hacen parte otros 15 veteranos. Hildebrando ha estado dos veces en el país oriental. La primera en el 2001 como invitado especial para la conmemoración de los 50 años de la guerra y la segunda en el 2005, como ponente de varias conferencias en diferentes universidades de Corea.La frase: “El único combatiente que no deseaba que la guerra terminara era yo, por algo muy sencillo: no quería regresar a mi casa” Hildebrando Vélez Veterano de la Guerra de Corea Con emoción y sentimiento, Hildebrando sigue narrando día a día, disparo por disparo y hazaña tras hazaña su historia de la guerra de Corea. Entre el relato se tejen ciudades como Búsan, Naktong y Seúl. Cerros empinados como el 180, Old Baldy y Calvo. Momentos alrededor de bombas, esquirlas y campamentos, y anécdotas que seguramente sus hijos y nietos se saben de memoria. Una sonrisa en su cara, curtida por el pasar de los años, se dibuja cuando recuerda que en diciembre, en plena zona de combate, los chinos dejaban regalos entre los alambrados que dividían los dos campos de batalla. Peinillas, espejos y dulces, eran algunos de los detalles que estaban acompañados de mensajes que invitaban a los colombianos a retirarse de la guerra, pero ellos, con el adoctrinamiento anticomunista, seguían batallando sin piedad. “En Corea yo me convertí en una máquina de matar gente”, afirmó Hildebrando, mientras reconoce que no sabe a cuántas personas abatió. Los fusiles y ametralladoras se silenciaron en 1953, luego de la firma del armisticio. “El único combatiente que no deseaba que la guerra terminara era yo, por algo muy sencillo: no quería regresar a mi casa”, dijo Vélez, que solamente sufrió, durante la guerra, heridas leves en sus piernas y manos producto de las esquirlas de una bomba. En el cuarto más alejado de su casa está su mayor tesoro. Allí Hildebrando luce con orgullo su chaqueta que lo identifica como veterano de la guerra de Corea. Entre libros, medallas, gorras, uniformes, videos, fotografías, condecoraciones y cartas de importantes personalidades, Hildebrando Vélez Velásquez reconstruye cada día, luego de levantarse, su hazaña en Corea.