1. Hoy me siento a tu lado; Ayer
solo sentí la destroza que hirió
mis venas y el escalpelo que
nunca cortó un agregado a mi
cuerpo. Hoy solo veo mi forma
profana reducida al aspecto
cósmico de mi esencia.
2. Un triage de apariencia ambulatoria determinó el
apocalipsis de mi vida.
Estaba de paso por una clínica con un dolor de estómago.
5 días antes, había pagado mi seguro de salud. Me pidieron
mi cédula. Dije que no la tenía a la mano por qué tres días
antes me la habían robado. Se me habían perdido todos mis
papeles. Me dijeron; “Espere un momento y le atendemos”.
Una hora más tarde, pregunté por mi turno de servicio. Me
dijeron que debía esperar a que me llamaran. Me puse a ver
televisión y a disputar con el etílico fúnebre de los centros
de salud. A las dos horas y media de estar allí, sentí que el
dolor se me corría por todo el abdomen y era entonces más
agudo.
3. Advertí a una enfermera de turno, que parecía más bien
un político electo en su discurso, acerca de mi penumbra.
A las tres horas ya no aguantaba las punzadas en mi
estomago. Me dirigí con rapidez a una enfermera que
pasaba, y le dije mi situación y, con toda la tranquilidad
de alguien que no espera nada, me arrastró para un
consultorio hasta que llamaron al médico de turno para
que me revisara. Éste llegó después que llenó el formato
de 5 historias. Y me dijo; después de en chazarme los
dedos en el bajo abdomen, “puede ser apéndice, debemos
llamar al cirujano para que te valore”.
Ya eran las 10 de la noche.
A la media hora llegó el cirujano, me valoró y me dijo;
“Necesitamos hacerte otros exámenes (ecografía) para
descartar otras patologías”.
4. Expidió la orden, y el jefe de turno dijo que teníamos que
espera hasta al día siguiente por que el ecógrafo no
estaba en la clínica y llegaba hasta por la mañana, ya
había terminado su turno. Mientras llegaba el
ecógrafo, Una vez dada la orden, procedieron con la
papelería correspondiente y cuando me preguntaron por
mis documentos, de nuevo dije que se me habían
perdido.
“Necesitamos una copia de tu cédula ¿De qué entidad
prestadora de salud viene?”; me preguntaron. Les dije de
la XXXXXXX. “Por qué?” Pregunté. Apareces inactivo por
el pago. “Pero yo pagué hace tres días”. Busqué el papel
de extracto, pero recordé que se me había perdido junto
con los otros documentos. “Entonces cómo hacemos”, le
dije, mientras sentía que algo se me estaba
desprendiendo.
5. Sentí una inmensa contracción en mi estomago. Si ello
no podemos hacer nada. Luego, vino el cirujano y me
dijo si usted da la orden lo operamos, y yo le dije, eso
lo decide usted porque yo no soy médico yo lo único
que quiero es sentirme mejor. Me dijo, sería mejor
descartar otras patologías posibles, pero si usted da la
orden lo opero. Yo creía que eso lo determinaba el
médico profesional.
“Hay procedimiento legal”. Dijo.
Sentí como quien quiere librar la responsabilidad de
una muerte, a través de un papel firmado. “Se necesita
de un papel para determinar la vida y muerte de
alguien”, Pensé .
Allí estaba yo, tendido en una camilla, con el dilema, de
esperar por el ecógrafo o firmar para la aventura de
una operación.
6. Llamé a la jefa de turno y le dije que iba a firmar para
que me operaran. Me dijeron que necesitaban la copia
de mi documento de identidad; “como le dije ya,
señora, los papeles se me perdieron”. “Entonces busqué
a alguien para que le firme el documento”. Pedí el favor
a una señora que estaba cuidando a su hija y me dijo
que no y así a tres mas y todos se negaron. Mientras
tanto, el dolor incrementaba. Poco después llegó un
pariente para firmar. Entonces dijeron que no podían
expedir la orden porque no estábamos al día con el
seguro; que debíamos consignar un fondo de un millón
de pesos, los cuales los devolverían cuando se haya
arreglado el problema del seguro.
7. A las seis de la mañana, cuando decidieron operarme, ya no
podía con el dolor, era tanto que ya no sentía nada; me
internaron en la sala de cirugías y lo último que recuerdo es
una aguja: que se adentraba en mis venas y que además me
quemaba por dentro y me perforaba el bajo vientre. De
pronto, un grito preludio despertó el llanto, la angustia, la
desesperación, el no me hallo y los clamores de aquellos
plasmaron una vez mi nombre en un papel.
A los cuarenta y cinco minutos ya me sentía muy
bien, nunca antes me había sentido de esa manera. No
sentía hambre ni calor, ni sueño, ni ningún rasgo de
penumbra; todo lo contrario, me sentía libre, alegre...
La inhibición de mi cuerpo quedó reducida a su forma
original, al instrumento de vida de Dios. Solo por el papel
de Abel ¿qué se pidió?