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Manuel Alcaide Romero
CAPÍTULO 1
HALLSTATT 1705 d.C
Un carruaje avanzaba.El trote de unos caballossonaba con
fuerza mientras pasabapor delante de una casita de color
ladrillo.Esto era en Hallstatt, una pequeña región montañosa
de Austria. Hallstatt no es un pueblogrande y sus casi dos mil
ciudadanosviven más o menos despreocupados,contentos
de vivir en un lugar en donde los paisajes cercanos rebosan
de colinas, lagos y riachuelos. Está localizadoen la parte baja
de un vallesobre una cuesta pronunciada,que serpentea
hasta llegar a un enorme lago llamado“Lago Espejo”; el cual
está rodeado de unas altasy verdes montañasen las que hay
otros lagosmás pequeñosconocidoscomo “Los Lagos de
Salzkammergut”. Hoy era miércoles, y ese próximo sábado
por la noche se iba a celebrar “la fiesta de los cristianos”.
Esta era la mañanadel miércoles y el sol brillabacon la fuerza
del agosto en lo más alto del cielo. El aire bajabapor la calle
de Am Hof, que subía (y sube aun a día de hoy) serpenteando
por una de las laderasexteriores. Allí Ben entraba ahora a
comprar unas barras de pan en la panaderíade Le
Boulangerie,como cada día hacía. – ¡Buenos días! –dijo Ben
al entrar, mientras desbrochabasu chaleco. – ¡Hombre!
¡Buenos días! Dame un momento. Tengo que ir a coger una
cosa. *Ben era un joven habitantenativo de Hallstatt, de
unos veintiséisaños. Como cada mañana después de acabar
con su jornada laboraly hacer algo de ejercicio, pasaba a
comprar dos barras por la panaderíadel señor Auguste, y allí,
vio por la ventanapasar como cada mañanaveía desde hacía
ya algún tiempo, a una chica desconocidacon la que
cruzaban la mirada, quedándoseembobado.(Supongo que
quizá este sea un buen momento para contaros algunas
cosas sobre Ben. Benjamín se había criado casi desde
siempre con Doris, una de lassiete hijasde una antiguay
famosa cantante local, y habíasido siempre un chico alegre,
estaba siempre de aquípara allácomo se suele decir. –“El
crío es un culo de mal asiento”– comentabasu tía cuando
invitabaa tomar algo a sus amigas en la cafetería llamada
"The coffee bean" (“El frijol del café”). A Ben le encantabaver
desde un punto alto, el paisajede las luces centelleantesque
creaban los faroles, las casas y las luces de los carros en
movimiento por los caminos; mientras medía su puntería
lanzandopiedras. Podía pasarse horas sin pensaren nada en
especial. La verdad es que le encantabanlasverdes y largas
vistas de Hallstatt, incluso la arquitectura en general del
puebloen sí, la cual era pintoresca, rústica, o incluso
medievalpor momentos. Compuesta por una larga veintena
de agrupaciones de viviendasde no más de dos pisos, y
hechas en madera la gran mayoría. Pintadascon colores
rojizos, naranjaso amarillentos;junto a lasruinas de las
antiguasedificaciones,por donde Ben vivía con sus amigos
las aventurasmás insólitase imaginables.¡Ah!, y antes de
que me olvide os diré que tenía el cabellocastaño y losojos
oscuros.
Apenas unos momentos después volvióAuguste de la
trastienda con unos saquillosde harinaen los que ponía
“Nifelheim”. – ¡Uy! ¿Y esa cara? Diría señor Ben que esa
señorita llama su atención – dijo arqueandouna ceja
pícaramente. – ¿Eh?… –respondió devolviéndolela mirada. –
Ja, ja, ja, ves como no me equivoco.Ay señor… el paso de los
años otorga a uno buen ojo con ese tipo de cosas Benjamin –
comentó–. Aunquetampoco me habría costado darme
cuenta si fuera unos añosmás joven, la verdad.
–Ja, ja, bueno supongo que si –sonrió–. Sí, podría decirse
que esa chica es mi tipo, vaya. –Uuuy… –dijo mientras se
poníaa amasar la pasta del pan con lasmanos sobre una
tabla de madera más que desgastada por el uso–. Pues si
tanto le interesa, he escuchado algo acerca de ella –entonces
hizo una pausa quizáspara aumentarsu curiosidad,y
enseguida siguió–. Se ve que esa chica ha venidoa vivir por
aquí hace poco tiempo, como cosa así de un mes –dijo ahora
comprobandounas barras de pan que estaban horneándose
a sus espaldasen un viejo horno de leña–. Lo sé porque
bueno…mi sobrina Millapara lo jovencitaque es, es una
cotillade mucho cuidado,y me dijo que alguna vez hablacon
ella, y dice que es muy agradable, aunqueun tanto peculiar…
– ¿Cómo peculiar? ¿Qué quieres decir con eso? –dijoel
acariciándosela barbillacon una mano mientras metía la otra
en el bolsillo.–Pues ya sabe usted, que está en otra onda
supongo. Gente de ciudad como dicen por ahí... ¡ya sabe! –
Aha.Vale,vale... ¿Y sabes algo más? –No. Lo siento, señor
Ben. Nada más por hoy. – ¡Bueno! Y dime Auguste, ¿cómo va
la huerta?, ¿van saliendoya esos tomates, o qué? –dijo Ben
cambiandode tema mientras jugueteabapasándose unas
monedasentre los dedosen el interior de su bolsillo. – ¡Ay
señor Ben...! Pues parece que se van a resistir los muy
malditos, la madre que los parió... Las coles, las zanahorias,
los rábanos, las berenjenas, los repollosy todo esto… las
habasvan bastante bien. Y todos los frutos también. Pero las
tomateras no pasan de los dos palmosde altura, y no me
gusta el verde que tienen. ¡No sé la verdad qué diablosles
pasa! –comentó. –Ya le dije yo que no iban a coger bien en
esa tierra, no se lo decía por decir... La tenía que haber
abonadoy haber echado algo de azufre –dijo sonriendo, pero
como con una cierta autoridadal coger las barras de pan–. Ya
me pasaré un día de estos y le echamos un vistazo a ver qué
podemos hacer. – ¡Bah! da igual. No se moleste. Total, la
cosecha no está ya muy lejos. No hay nadaque hacer. –No es
molestia –dijo–. Ya sabes que me gustan estas cosas y a lo
mejor hasta aprendo algo. ¡Venga! a ver si puedo pasarme
este sábadocuando venga de la excursión. –Como quiera
entonces –respondió el panadero metiéndose un jugoso
trozo de pastel en la boca. –Claro, ¡y no me digasnada más,
que me marcho! –comentó mirándose su reloj y dejandoun
par de monedassobre la mesa–Ya hablamos.¡Hasta luego! –
Ja. Muy bien. Pero no se preocupe, que no hace falta. ¡Ah!, y
dele recuerdos a Doris de mi parte –dijo el viejo
despidiéndosejusto en el momento en el que entrabandos
señoras charlandode algo por la puerta. –La verdad es que
esos chicos han cogido la gripe con mucha oportunidad –dijo
la más mayor de las dos, mientras desempaquetabaunacosa
que habíasacado del bolso –Sin duda… ¡Pero qué amable ha
sido Besian no olvidando loque nos dijo! Debe ser magnífico
tener una semana entera de recreo –respondió la otra, la
cual era mucho más alta y joven. –Sí, y el tiempo acompaña.
Me alegro mucho de eso –añadióarreglandola mayor unos
lazos para el cuello y el pelo, en un estuche que le habían
prestado para una ocasión tan importante. –Me gustaría
vestirme con esta ropa tan bonitaya –dijo la joven, con la
boca llena de alfileres mientras los iba poniendoen el
alfiletero–. Aaay… Ojalápudieraisvenirtodas conmigo… pero
guardaré mis aventuraspara contarlascuando vuelva.Es lo
menos que puedo hacer, cuandohan sido todas tan buenas
prestándome tantas cosas y ayudándomeen todo. ¡Buenos
días, Auguste! Póngame cuatro barras, por favor –dijo la
señorita cuando llegó al mostrador. Ben iba camino arriba
con cara de circunstanciashaciasu casa, pensandoen voz
alta y diciéndose a sí mismo: –Un día de éstos tengo que
decirle algo a esa chica, pero ¿qué podría decirle? Un poco
más adelantese cruzó con su amigo Peter, que le dijo
gritando desde lejos sorprendiéndolo:– ¡Ey Ben! Mañanaa
las siete ¿no? –chilló desde la otra parte de la calle, y
corriendo a que le arreglaran unas cuerdas del violínde su
padre. – ¡Peter! ¡Sí, sí, a las siete sin falta Peter! ¡Sin falta, y
no faltes! – contestó saludándole conla palma de la mano.
CAPÍTULO 2
Ben y Peter (un chico alegre que siempre iba con un
sombrero) habíansalidoa buscar unas setas llamadas
Marzuoluscon unos cuantosamigos más. Estas Marzuolus
eran unassetas bastante caras y solo crecían en ciertos picos
montañososde aquellazona, y en esa estación del año. Era
en cierta manera una forma de entretenimiento que además
de buenísimas, se podíanvender a muy buen precio en la
capital.El jueves por la mañana tras reuniry repasar un par
de veces el material para la ascensión a la montaña, tomaron
un buen desayuno. Ben y Peter salieron a eso de las nueve de
la mañana junto a sus amigos Franz, Christian, Karl, Wolfang,
Walter y un chaval al que llamaban“Oso”. Tras una larga
caminata,no sabría deciros de cuantashoras, los chicos
llegaron por fin al pie del Alpe Austriaco; y allídescansaron
unas horas. Mediadala tarde comenzaron a subir por el
sendero más grande. Estaba más o menos allanadoporla
circulaciónde mucha gente e iba empinándosey
zigzagueando a medida que avanzabay subía. Tras subir unos
2000 m llegaron a lo que diremos que podría ser el “Campo
Base” en el argot alpinista.Tras recorrer ese largo tramo
llegaron a un llano, y vieron la cueva tan conocidapor los
buscadores de setas. En este momento estaba repleta de
muchas personas de los entornos, y allíes donde se reunían
todos los que tenían el mismo propósito. Nuestros amigos
llegadaya casi la noche se acomodaronen una esquinitade
esta cueva e hicieron un fuego donde cocinaronunas cuantas
longanizasy unasmorcillas que habíantraído con ellosjunto
a una sartén. Muchas de las personasque les rodeaban por
allíjugaban a las cartas o a los dados, mientras otros
hablaban sobreel tiempo. Cada uno mataba el tiempo como
podía.Otros, seguramente los más expertos, se encargaban
de remendar algunacosa rota como un zapato, o poner a
punto el equipo.Podéis imaginarosel follón que podía
escucharse con tanta gente haciendotantascosas diferentes
en una cueva donde el eco rebotabade un lado al otro, y al
otro no menos de tres veces. – Perdone ¿el agua? Tengo
entendidoque hay un pozo por aquí – pregunto Peter a un
hombre que estaba cambiandolassuelas de sus botas. –Allá,
allá. El pozo está en esa brecha –contesto el hombre como
haciendouna broma, asintiendoy aprobandocon un
movimiento de cabeza el lugar en concreto. Esa noche
conocieron así a Ernest, un hombre simpático y charlatánque
les dio algunaslecciones útiles sobre la montaña y de cómo
cocinarcorrectamente las setas. Uno de los mayores orgullos
gastronómicos de por allíeran estas setas, y Ernest les
explico de qué manera tan fácil podíanpreparar unas setas a
la planchacon todo el sabor. El truco estaba, decía sentado
junto a una hoguera; que teníanque tener muy caliente la
plancha,para que las setas quedaran sabrosas por dentro y
tostaditaspor fuera. Los ingredientesdecían que debíanser
al menos 1 kilo de setas frescas, 1 cabeza de ajo entera, un
poco de zumo de limón, pimientanegra, perejil picado, sal y
aceite de oliva.La preparacióncorrecta dijo que era que
antes que nadalimpiarbien las setas, metiéndolasen agua.
Luego picar los ajosy el perejil y reservarlos. Poner en un
recipiente las setas y entonces echarles los ajosy el perejil
picados, un poco de sal, la pimienta el zumo de medio limón,
y dejarlasmacerar una media hora. A continuación,había
que poner la planchaa fuego fuerte, y echarle un poco de
aceite por encima. Esperar un poco a que la plancha
estuviera muy calientepara ponerlas, y que cuandollevaran
dos o tres minutos, darles la vuelta y dejar que se hicieran
por el otro lado. A Ben le hizo mucha gracia la cara con la que
explicabatodo esto. Ernest era un hombre fornido y alegre,
que parece ser habíasubido al menos unas doce veces a la
cima. Todo un campeón podríadecirse, y tras llenarel buche
saco una botella de licory converso alegremente hasta tarde.
Al despertarse al día siguiente la hoguera ya era solo cenizas,
y tras un pequeñodesayuno, retomaron la ascensión
subiendopor la que llamaban “Lacascada de Piedra”, una
marcha casi vertical y extremadamente dura de unasseis
horas a buen ritmo. Aquello fue duro, duro de verdad. Allí
sería el “Campamento 1”, y llegaronmuy cansados, con las
piernasdoloridas. ¿No sé si conocéisesa sensación? Las
piernaspesaban como sesenta kilos cada una y los riñones se
sentían como si te hubierancolocadouna patadaen cada
costado. Ben dejo caer su mochilaen el suelo, suspiro con
alivioy se tiró un rato sobre una roca plana cubierta por
musgo. Las vistas allí eran casi surrealistas y los chicos las
disfrutaron. El horizonte se extendía hasta perderse en
algunospuntossobre el horizonte. La silueta de otra
montaña se adivinabaentre lo que parecía una especie de
niebla,un efecto visual producidopor la distancia,y tras
ellos, había tambiénunas cuevas. “Las cuevas del Castaño”
las llamabanporallí. Dicen que recibíaneste nombre porque
los únicostres o cuatro árboles que alguna vez crecieron por
allí,eran efectivamente, unosCastaños, que gracias a sus
frutos y a su madera salvaron a más de una persona en
apuros. Se trataba de unas cavidadesde aproximadamente
unos ochocientosmetros de recorrido cada una, y constaban
de tres galerías paralelasque se unían. Casi se podría hablar
de dos pisos, y estaban comunicadaspor un pasillo inclinado
de piedra pulida.Al igual que otras cuevas, estas se habían
formado por la interacción de las calizascon el agua fría
cargada de dióxido de carbono que circuló durante siglos.
Dentro de ella habíacasi por todos lados bancosy una
decena larga de mesas con sus respectivas sillas, una
pequeñamezquita, dos hornosgrandes de leña, y algunos
jarrones gigantes de arcilla en el que se almacenaban
legumbres. También habíavarias pieles y mantas, y un
número indeterminadode perchas. Esta sala estaba
iluminadaporunas pequeñasalmenaras(por así decirlo). La
verdad es que era un lugarmuy bonito que sobrecogía
amenos la primera vez que lo veías. Ben entro en la cueva, y
escuchó el crujido de muchísimaspisadasaplastando
pequeñaspiedrecitassobre el suelo. Uno de los cocineros
que habíapor allísalió a recibirlos ofreciéndoles una taza de
té y una palmaditaen la espaldaa cada uno. Allí comieron
bien por solo unaspocas monedas, y descansaron las piernas
de subir por la Cascada. Los muchachospasaron unos ratos
muy agradables. Por desgracia todo no iba a ser todo tan
bonito, y esa noche el tiempo empeoro. Empezó a llover
fuertemente, incluso a granizar por momentos. Los vientos se
volvieronterribles de repente haciendoarriesgado incluso
salir al borde de la cueva. Un día después, los más mayores
comentaron que fue una de las peores tormentas que
recordaban. Cundióun poco el pánico cuandoafuera hubo
una pequeñaavalanchaque por fortuna parece ser que no
daño a nadie.Muchos perdieron parte del equipo de
escalada que habíandejadofuera, y al llegar esa noche Ben,
Peter y sus amigos tras largas horas de preocupación
durmieron poco. Algunasde las personas que habíapor allá
al amanecer decían: —Ningunode estos parajes es ya seguro,
y el mal tiempo está demasiadocerca otra vez y empeora.
Rara vez algún viajero se aventuraría ahora por estos lados.
Los mapasahora ya no sirven. —Uno dijo: —Y no somos
muchos aquí. —Otros: — ¿Dónde está Ernest? —
Preguntaron— ¡Eso! Al fin y al cabo, él es un escaladorde
verdad —dijeron otros como aferrándose a un clavo
ardiendo.Y entre unascosas y otras, paso un buen rato antes
de que se dieran cuenta de que el tiempo no era menos duro
que al comienzo de la noche anterior. La moral de casi todos
empezaba a decaer y el silencio se hacía mayor por
momentos. Llovía tan fuertemente, que el día parecía
prácticamente la noche; y algunosincluso empezaron a rezar;
pero tras unaslargas horas finalmente pareció amainarun
poco. Casi todos se dieron la vuelta y no miraron atrás
mientras descendían,Pero Ben y Peter no sabían qué hacer.
Estaban jodidosy el tiempo se les estaba metiendo encima
de nuevo para tomar una decisión, pero no sabían que hacer.
No sabíansi habría cima, pero decidieronquedarse al final.
“Estáis locos”, les dijeron sus amigos antes de descender.
Pasaron dos horas lentasy entonces en apenasun momento
hablandojuntoa los cuatro gatos que quedaban,y gracias a
Ernest que apareció de repente como un héroe (y que decía
que a él -unas gotas de lluvianuncale habíanbajadode la
montaña, y que no lo haríanahora-); decidieron intentarla
cima. Al final se formó un equipopequeñopero fuerte.
Ernest el alpinistaexperto abriría la ruta, decía que llegarían
arriba al 100%, y que detrás de él irían dos hombres más
llamadosDurc, Safier, y nuestros dos amigos. Justo en el
momento en que empezaron a subir el tiempo parece ser
que se apiadoy les dio una oportunidadque no
desaprovecharonhasta el final. Empezaron la marcha con el
plus de la motivaciónde ser los únicos que habíanquedado,y
esto les dio fuerzas extras para la dura caminataque
quedabapor delante. Llegaron así casi en tiempo récord al
Espolón de los Austriacos, a unos 4000 m de altura, y allí
hicieron un breve descanso para comer algo rápidamente.
Durc, uno de los que formaban el pequeño grupo, saco
entonces una cajita de madera que conteníauna pasta verde
y viscosa, hecha a base de aloe vera y aceite de oliva y se
pasó de mano en mano diciendoque la pusieran sobre las
rozaduras. Peter el amigo de Ben se sintió mucho más
aliviadotras esto, pues tenía sobre los hombros todo
escaldadopor los tirantes de su mochila.Pero pronto se
dieron cuenta que no habíamucho más tiempo que perder o
la noche se les echaría encima. Así que seguidamente
subieron por la parte Oeste y el tiempo se calmó aún más.
Abrieron la líneay llegaron a la cima finalmentedel tirón.
Casi a 5000 m de altura. Fue toda una experiencia
tremendamente dura y bonita;y el botín de setas a repartir,
bien valió la pena. Fue algo de lo que Ben nunca se olvidaría.
Hicieron noche bajo una ampliacornisa que los cubrió del
viento y de una fina lluvia.Los cinco hombres, tomaron una
cena de setas tan grande que daba para que cenaran a
menos diez; y se divirtieronmucho con Ernest, que era un
bromista. Al día siguiente decidieronvolver a Hallstatt con el
ánimo y los sacos llenostras una noche francamente genial.
Así, que tras horas Ben dijo:Menos mal… ya estamos abajo –
comentó Ben estirando la espalda mientras se despedíade
aquelloshombres.
Para la vuelta, tomo con su amigo otro camino, por donde
vieron era del rio Isar. Con el rumbo presente caminaron
intentandodescubrir algún atajoentre los montículos.
Anduvieronmucho más, y a las primeras luces naranjas,
vieron otro atajoque llegaría hasta el llamado“caminito del
castillo”. O al menos eso pensó Peter. –Recto hacia allá,recto
hacia allá...–dijo Ben un buen rato después sabiéndose
totalmente perdidos. –Ja, ja, ja... eso digo yo... Me parece
que la hemos liado un poco –respondiócon las cejas
arqueadasmientras se acomodabael sombrero. Resulta que
con la tontería se habíanperdido bastante, y tenían las
piernasya muy fatigadas.Llevaban largas horasy las agujetas
empezaban apretar, probablementeal borde de una lesión
muscular. Fue entonces cuandotuvieron los dos amigos la
suerte de que un hombre canoso, con aspecto huesudo y que
llevabauna larga vara con la que se ayudabaa caminar, se les
ofreció para guiarlos. Parece ser que esa persona adivinosu
situaciónya de lejos, y además iba en la misma dirección. El
hombre parece que conocía bien todos los caminosque
habíapor allí a lo largo de muchas millas, o eso dijo. Les
conto que los dejaría en la entrada de otro camino por el que
llegaríana la zona de Hallstatt si no se desviabanmucho, y lo
seguían siempre lo más recto posible – ¿Es aquel el sendero
el que decía señor? –preguntó Peter tras un rato con una
ampliay dentudasonrisa. –Ha, ha... Desde luego que no
joven –respondió el hombre lentamente–. Escúcheme hijo,
tenemos aún que cruzar por encima de aquellocomo unas
tres o cuatro veces más. Queda un largo camino, tómeselo
con calma. Y caminaron. Tras un buen rato se hizo tarde. La
hora contraria a la que el gallo rompería a cantar “si
entendéislo que quiero decir”, y con el sol sobre el
horizonte, vieron cómo se empezaba a oscurecer
progresivamente el campo por el que se internaban. – ¿Va a
ser una buena noche muchachos, o no? –dijo el hombre.
Aunque ya no se veía, aún se sentía en el aire la calidezdel
sol y soplaba una brisa refrescante que bajabacon
parsimoniapor las montañas. Sorprendentemente no
quedabani un solo charco de la tormenta que Ben había
vividohace poco. El viejo apenasapretaba el paso, y de
repente se
sentó apoyándoseen un tronco que habíaal borde del
camino junto a una concentración de una gran variedadde
plantas. – ¡Eh, vosotros! –Gritó el viejo–. ¡Eh! ¡Venid, venid
aquí!¿Adónde ibais? –dijo. Entonces les ofreció unas piezas
de fruta que llevaba.–Tengan, no tengo mucha hambre yo
esta tarde –dijo toqueteandoel agujereadosaquilloque
llevabay acomodándosesobre la hierba– ¡Y aaaayde
vosotros... como os atreváis a decir que no os gusta! – ¡Y de
paso podríamoshacer tambiénunas setas al fuego, y medio
cenamos ya Ben! –dijoPeter salivandoy buscando unas
ramas secas antes de que pudierandecirle lo contrario. Así
que, para no hacerle un desprecio a aquel hombre, o a Peter,
nuestros amigos merendaron y o cenaron, unas pocas setas
junto a un trozo de pan que habíancomprado en la Cueva del
castaño y que aún conservaban. El caso es que las
saborearon ampliay gustosamente la fruta y todo lo demás,
y la merienda/cenalos reconfortó.
CAPÍTULO 3
Había llegadoel atardecer. – Ye ¡Si fumáis, tomad algo de mi
tabaco! –comentó el hombre que les estaba enseñando el
camino de regreso, mientras se enchufaba una pipa.Y así lo
hicieron. Fumaron y hablaronun buen rato de lo que
quedabade camino y de otras cosas. –Ay... Se me olvidaba.
Que cabeza señor... Id con cuidado,se dice que últimamente,
por aquí se han visto a viajeros extraños. Abrid bien los ojos–
-Vale, vale, gracias. La tarde fue pasandoy se convirtió en
una noche clara. Tras despedirse un par de veces en un
cruce, a los dos amigos les gustó caminar por la noche
amenos un rato más. Adelanteempezaron a ver de lejosa
gente que iba en dirección contraria en carro, y otros que
iban en su dirección. Así que mientras descendíanpor el
margen del camino, Ben oyó como se acercaba un trote
ligero. Se giró y oyó a un hombre cantandotras los árboles.
De repente un carro pequeño apareciógirando por la curva.
Tenía con una capota marrón y un farolillo.Este era tirado
por dos caballosde fuertes lomos, y los chicos se quedaron
mirando al conductor, el cual paró a su lado. – ¡Sooooooo!
¿A dónde vais muchachos? –les dijo una mujer desde el
asiento delantero del carro. – ¡A Hallstatt! –dijeron los
chicos. –Pues venga, subid. – ¿Sí? ¡Gracias! –respondieron.
Subieron sin pensárselo dos veces, pues estaban cansados.
Se sentaron del tirón en unos fardos de paja que había
atadosatrás, y el conductorenseguida los miró.
–Venimosdel Alpe. Ahora volvíamosya a ver si tomamos
unas cervezas o algo antes de la fiesta. Esta noche es la fiesta
de los cristianos ahí en Hallstatt. –Ah, muy bien –dijo la
mujer–. Nosotros también salimos a tomar algo. Hemos
quedadocon unos amigos en una aldeaque están haciendo
tras esos picos –dijo señalandoa unas montañasque
aparecíanahora al tomar una curva–. Supongo que
podríamosdesviarnosun poco y dejarlosen su pueblo, solo
perderíamos unospocos minutos Franzy. Parece que están
muy cansados… – ¡Claro! ¡No hay problema! –respondió
expulsandouna bocanadade humo. – ¿Sí? ¡Pues muchas
gracias! –dijo Peter con su típica sonrisa dentudacasi de
oreja a oreja –. Genial.Vale, pero Anna, no te olvides que hoy
tendríamosque ir a ver a los Hicksberger –dijoFranzy, quien
tenía el pelo largo y unos ojos lánguidos. –Puf… Esta noche
estoy demasiado cansadapara ir Franzy…–respondióAnna,
meciéndose–. ¿No puedes ir tú solo? –Qué remedio… –
contesto echandootra bocanadade humo a un lado. Y así,
los acercaron haciaHallstatt entre las muchaspreguntas de
la charlatanaAnna. Tras un rato Franzy cantabauna canción
extraña a los oídosde Ben. Se llama"Natalie" –dijoel
hombre–, mientras Peter charlabacon la chica. –Si quieren
les pagamos algo por las molestias –dijo Peter–. Nos habéis
ahorrado una pateada.– No te digo... Ni se moleste en
intentarlo¡Mira! Haré como que no he escuchado eso –
respondió Franzy–. Hoy por ti y mañana por mí. ¿O no Anna?
– ¡Cierto! –Dijo Anna, dándoleun beso en la mejilla–.Cuando
finalmente llegaronal llanoque dabaa la entrada del pueblo,
Ben y Peter se bajaron y se despidieronde aquellapareja
como de unos amigos a los que sabían que tardarían en
volver a ver, si es que volvíana hacerlo. Habíansimpatizado
bastante con ellospese al poco tiempo que habían
compartido. Tras eso, Franzy reanudo la marcha arreando a
los caballos,haciendoque Anna tuviera que volver corriendo
para montar de un salto. Se alejaronformando una
polvaredade tierra por el camino por el que habíanvenido.
Entonces se giraron y empezaron a andarcomentando
algunascosas, como por ejemplo la forma tan obsesiva con la
que fumaba Franzy. – ¡Fuma demasiadoese hombre! ¡En
serio! –comento Peter encasquetándosesu sombrero. Poco
más hay que contarsobre esto. Ambos decidieron irse en
poco tiempo a sus casas, pues en unas pocashoras
empezaría la fiesta. Caminaroncomo unas calles hasta llegar
al punto más elevadodel pueblo,desde donde se veían las
ruinasde un antiguo monasterio. Poco después pasaron por
una pendienteque pasaba por la entrada de una pequeña
plaza rodeada de casas. Allí es donde vivíaPeter, que se
despidióde Ben citándolopara verse más tarde. –Venga,
pues ya nos vemos más tarde. Quedamoscerca del roble
¿no? –Vale, quedamosasí Peter. Venga, nos vemos –dijo Ben
levantandoel pulgar.
CAPÍTULO 4
Como todos los años, la gente habíadecorado las paredes,
los árboles y los tejadosde la calle principal. Habíallegadola
noche y con ella“la fiesta de los cristianos”. Eran algo así
como las doce de la noche, y el pasacallegiraba por la calle
mayor. Frente a los músicos, ibanmuchos hombres y mujeres
con vestidos de pastores parecidosa los que veríaisen el
portal del belén. – ¡Mire, mire a mi nieta como lo hace
Doctor! ¡Ay madre! ¿Es o no la más guapa de todas? –decía
eufórica Juliett,la que era abuelatambién de Peter. – Lo es
en verdad ¡Pero cálmese! –El doctor medito un segundo y
dijo en seguida– Me alegra ver que ya está de mejor ánimo,
ya vera como todo se va arreglando Juliett. – Seguro que, si
¡Hay que ver qué buen médico eres, Fibrethl! No tengo ni
idea de cómo podré pagarte todo lo que has hecho por mí. –
No se preocupe y no padezca por eso –dijo tranquilamente,
pues era un doctor digamosespecial. Su particularfilosofía
solo le permitía cobrar a algunaspersonas–. Por cierto, hace
unos díastelegrafié a la capital, y Arnold ha contestado que
vendrá; al fin le han dado permiso y mañana estará aquí y
todo irá bien. ¿No te alegrasde que lo haya hecho? Juliett se
levantó de la silla, y le echó los brazos al cuello – ¡Oh,
Fibrethl! ¡Que dioste bendiga! –Reía abrazandoa su amigo (y
es que hacía dos años que no habíapodidover Arnold. A
pocos metros de ellosestaba Ben. Este año habíadecidido
que no iba a disfrazarse, y estaba sentado en el parque,
saboreandoun poco de “Gluhwein” mientras observaba
tranquilamenteel pasacalle.*Para estar un poco más al
tanto de esta fiesta, diré algo más al respecto. Resulta que
habíacuatro grupos en el pueblo, y solo tres marchaban.
Iban a diferentes horas de pasacalles y se citabanen el
"Kalerre", que es y era el lugarde llegada común. Cuando se
juntan allí,tendíana beber sin compasión el sabroso
"Gluhwein"(una bebidaalcohólicatípicade Austria, hecha
con vino tinto, canela, clavo, naranjay hielo). Ben movía su
cabeza de un lado a otro al ritmo de la música, y bebía a
pequeñossorbos de su cuenco. De repente vio sacudiendo
una pandereta a esa chica que vio pasar por la ventanade la
panadería.–Fíjate…–se dijo–. Sí que lo hace bien… Un rato
más tarde, la marcha se encontraba ya mediadala calle
Badergraben, y por allíhabíanmontado entre una multitud
de árboles de hojas amarillentasy troncos grises, unos
puestos ambulantesde comida. Sobre no sabría cuántas
mesas llenasde tazas y platos, habíamanzanasde caramelo,
pescaditosfritos, costillasa la brasa con miel, y huevos
escalfadosy salpimentadoscon hierbas. Ben compro
rápidamenteentre los vapores un aperitivoque devoro al
instante junto a un muro de piedra pulida.Tras eso, Ben miró
por allí a ver si volvía a verla, pero no.
CAPÍTULO 5
Unos añosmás tarde, la noche era fría en Holanda.Una lluvia
que habíaempezado de madrugada, no había parado en
todo el día y se había intensificadohacíaunas horas, en una
tormenta. La humedadcalaba hasta los huesos; y el viento
soplabafuerte entre los árboles, haciéndolosrechinar. Desde
las afueras de la ciudad, la visión del viejo puerto marítimo
parecía desde cierta distancia,una especie de mosaico de
colores amarillos, naranjasy azulados;mediante lasluces que
salíande las casas a través de una neblinaque se escampaba
hasta la marisma. Este lugarera el puerto de la ciudadde
Den Helder, en Holanda,y estaba en la costa junto a un
pequeñocerro repleto de unos pinosaltosy de amplias
ramas que iban bordeandoel camino principaldel puerto y
se internabanpor muchos de los diques que facilitabanel
acceso a los barcos. Había a la izquierda un amplio círculo de
agua rodeado por unos grandes pilotes. Un poco más
adelante,tras una valladerruida, se levantabanlasviejas
casas de piedra y madera, con sus peculiares tejadospicudos
con largas chimeneas. Casi en el centro del puerto, la torre
del reloj del astillero marcaba cuatro minutossobre las once
de la noche, cuandoalgo empezó a verse a lo lejos, en el mar.
Al mismo tiempo, un bulliciose estaba escapandopor todo el
muelle. La gente estaba gritando dentro y fuera de los
recintos. Unos pasos apresuradosrecorrían el muelle. – ¡Se
acerca un monzón!, ¡se acerca un monzón! –gritaban
preocupados. Un momento después se vio amarrar en el
muelle un barco, una fragata, que podía cargar hasta unas
300 toneladas.–Oye Marlon, mira que barco más bonito...
¿verdad, amor mío? Cómo me gustaría poder viajaralgún día
en uno así –murmuró una señora con una larga falda floreada
que estaba agarrada al brazo de un hombre. La bruma se
habíaescampado y ahora ya estaba por toda la costa, por en
medio de las casas y por los caminosdel puerto. Muchas
personas ataviadascon fardos corrían de un lado para otro
buscando su barco bajo la lluvia,mientras un agradableolor
mezcla de café tostado, leña y carne a la brasa flotaba en el
aire, provenientede algunasde las cantinas que había por
allí. Pasaron entre unascosas y otras dos horas largas.
Alexandra, a la que llamaremosAlex, estaba tomandoun café
caliente sentada junto a la ventana en el interiorde la
cantina.Allí miraba mientras sacudía la ceniza de su cigarro,
viendo cómo la luz de los faroles que habíaafuera, iluminaba
cientos o miles de gotas de lluvia.Tras ella,unos marineros
con las ropas empapadasy llenasde barro, apostabansus
pagas jugandoa las cartas y riendo. – ¡Escalera de color! –
dijo nervioso uno de los marineros mostrando sus cartas
sobre la mesa. –Es escalera de colorRob… ¡Ja, ja! –Dijo otro
partiéndose de risa– ¡Rob, serás idiota!Ja, ja, ja. – ¡Maldito
embustero! Es la segunda vez que me sacas a la Reyna de
rombos –gritó el tal Rob golpeandola mesa–. No dices una
verdad en toda la partida y ¿ahora me jodes con esto? – dijo
estampando una jarra de cerveza contra el suelo. –Vale,vale,
tranquilo.Y págame • La señorita Alex era una mujer de
rasgos finos y metro ochenta de altura. Tenía unosojos
afiladosde color verde claro tras unasgafas y un pelo liso y
largo entre rubio y castaño hasta la cintura. Era de carácter
decidido,afable y arrollador;y tenía un tono de voz meloso a
la vez que desprendíainteligencia.Normalmente utilizaba
una forma de vestir elegante. Mientras Alex se calentabael
cuerpo con el café y el brasero que tenía bajo la mesa,
afuera, Benjaminaclarabalos últimos puntosdel viaje a unos
marineros. – Queremos saber que sacaremos de esto! –le
dijo receloso uno de los tripulantespor la espalda. –Si Pecas,
si… –respondió. – Yo ya no entiendo nada. ¿Podría decirme a
que viene ahora todo esto Ben? –dijo otro. –Estoy pensando
en ir a Austria –respondió cruzando los brazos de nuevo
mientras apoyabala espalda sobre un tronco que estaba
recubierto de una resina endurecida.•Ben se había
convertido en alguienbastante estricto con las normas y
seguía su trabajo siempre al pie de la letra. Como persona, no
era tan tenso, aunquesiempre manteníasu manera
profesional de trabajar. En este momento llevabauna
chaquetaoscura y medio andrajosa, pero que le encantaba,y
una camisa blanca,unos pantalonesnegros y anchos; y un
cinturón.
¡De eso nadacapitán!, ¡ese no era el trato! Además, no
pienso trabajarcon este –dijo Tizano (que era casi con toda
seguridad el hombre con el carácter más agrio de todo el
barco) –Oigamos que tiene que decir Ben al respecto –
respondió otro. –Tenemos poco tiempo. Podemos pasar la
noche aquí discutiendo,o tomar una decisióntodos juntos. –
¿A si? –pregunto el Pecas nuevamente. – ¡Sí! Si vamos a
seguir adelantetiene que ser ahora. – ¡Llevo en este barco
por lo menos cuatro añosy aún sigo sin poder montarmi
negocio! –dijoun tal Bermondsey con el tono más irónico
que pudo. – ¡Compórtate Bermondsey! –Dijo Ben– Solo
quiero que me ayudéisa llegar hasta allí. Yo me ocupare del
resto, y seréis recompensados de sobra. Tienes mi palabra.
Paso un buen rato mientras conversabany llegabana un
acuerdo que convenciera a todos, y así entre unascosas al
final, los últimosen subir al barco fueron Alex y Ben. –Rápido
y embarquemos cuanto antes por favor, no hay tiempo que
perder. Estoy helada –dijo Alex subiéndoseel cuello del
abrigo. Enseguida –dijo Ben–. Parece que al final se ha
decididoacompañarnos.Pero, antes de nada, permíteme
decirte que siento que ya nos hemos visto antes. ¿Nos
conocemos quizás? –Tambiéntengo esa sensación, pero no
lo creo, la verdad. –Bueno... ¿Ya han sido cargadas todas
provisiones? –grito Ben girándose haciala tripulación,la cual
estaba ya casi en su totalidaden la cubierta, esperando. – ¡Si
hombre, sí! –respondió girándose el cocinero jefe (Un
hombre grande y rubio con un bigote largo y trenzado). – ¿Y
todo lo demás? – ¡También,también! ¡Todoestá como usted
deseaba! – respondió un hombre. –De acuerdo. ¡Pues
partamos ya, aquí ya no hacemos nada!¡Vámonos!
Levaron las anclasy zarparon a toda prisa hacia la ruta
prestablecida.El barco salió escopeteado impulsadopor un
fuerte viento, cogiendo más y más velocidad
progresivamente rumbo sur, dejandotras de sí una estela
blancay espumosa que se manteníaflotandounos segundos
bajo la tormenta.
El mar estaba embravecido.La verdad es que pocas veces un
barco se había aventuradoa zarpar en estas circunstancias.
Los rayos se multiplicaban, mientras las nubes se
desplazabana toda velocidad,aunqueno se alcanzabaa
verlas salvo por algún destello. El viento era huracanado.Las
olasmás pequeñasrompían sobre el casco y pasaban por
encima de las velas, mientras las más grandes hubieran
tumbado al barco de seguro de no ser por sus dimensiones. –
¡Esto no irá bien! –Dijo el navegante no mucho después tras
apretarse el gorro –Si no nos hace un agujero una roca, o nos
alcanza un rayo, nos tumbara algunade esas olasgigantes… y
yo soy nuevo en esto, o vamos a coger un frio ártico
procedente de Islandia…mala cosa Ben… –Bien, si sabes un
camino mejor, ¡llévanospor allíy no te quejes! –dijo
Benjamin. –En fin… que el Klabautermannnos ayude…
*Un “Klabautermann”es un personaje de la mitologíade
Europa, descrito como un Nixe (o también llamadoNeck o
Nyx, un tipo de espíritu del agua); que según la mitología
asiste en sus funciones a los marineros y a los pescadores del
Mar Báltico. Es una criatura alegre y diligente, con un
conocimientoprofundo de la mayoría de embarcaciones,y
un talentomusical insuperable.Tambiénse dice que rescata
a los marineros*
Tras un día entero de navegacióndejaron atrás el mal
agüero, por donde se veíanalgunospequeñospueblos
iluminadospor unasminúsculasluces que parpadeaban.Esto
era Inglaterra, cerca de la región de Londres. Al día siguiente,
el cielo habíaamanecidoen un tono claro, donde unas nubes
en el horizonte tenían unos colores amarillentosy rosáceos.
La noche anterior habíaparecido solo una pesadilla. Pasaron
dos días más. Casi al caer la cuarta noche, alguiendijo que ya
no faltabamás de dos o tres díassi el viento ayudabaun
poco. El navegante en ese momento dijo que necesitaba
dormir al menos unashoras, por lo que se retrasaron un
poco más. Así, fueron recorriendo la ruta trazada rumbo a
Austria, con la costa a lo lejos.
CAPÍTULO 6
En el salón comedor del barco estaba pasada la hora de la
cena. Algunosde los hombres que habíapor allí empezabana
cantar. *Habíahasta unoscuarenta marineros repartidospor
todo el salón. –Viajaraquí es una gozada mochuelo, te lo
digo yo –dijo Phil, quien tenía a un niño muy revoltoso sobre
sus rodillas.
El niñoobservaba la decoraciónen el regazo de aquel
hombre mientras masticaba una manzana. Mirabacon ojos
de búho las paredes, lascuales estaban entabladascon una
madera oscura en lasque habíaventanales redondoscada
poco. Por el centro del salón habíauna alfombra que iba de
punta a punta desde la puerta de entrada hasta la escalera
que llevabaa los dormitorios. Al fondo habíancolocados
también unos tapices. Nnie, se paseabade un lado a otro
tocando una melodíacon una armónica que le había
regalado una mujer que habíaconocido en el puerto. Fue a
dar al balcón, y se quedó allícon la mirada perdidaen el
horizonte con una sonrisa. A la izquierda de ese balcón
estaba la zona de los sillones, y allíse manteníauna
conversación. –Teníasrazón... ¡realmente me hacía falta! –
fue lo primero que dijo Ben al volver al sofá. Se habían
conocidohace tan solo unos días, pero habíaalgo en él que
le inspirabaconfianza. – ¿En qué piensas? La voz de Ben la
apartó de sus pensamientos. –Nadaen especial... –respondió
sorprendida al verse bebiendode su vaso. – ¡Músico!
Cántanosesa canciónque hiciste la última vez. Solo deme un
minuto para prepararme, contesto.
– Estamos camino haciaHallstatt, y no queda ya mucho para
llegar.
Pasaron unos díasy el barco llego a eso de lastres de la
mañanaa Esloveniay hecho amarres.
En la parte exterior del puerto, y dejandoatrás ya el barco,
les esperaba una diligencia.Estaba enlazadaa cuatro caballos
oscuros y solamente Alex y Ben subieron para dirigirse hacia
Hallstatt. – Bueno… si me disculpas… –dijo Ben, y cerró los
ojos para dormir un poco. Marcharontoda la noche y todo el
día. Llegada la tarde decidieron hacer ya una buenaparada
en un área arboladapara que los animales bebieran,
comieran del pasto y descansaran un rato. En aquellazona de
pronto encontraron un grupo de caravanasque estaban
acampadasal otro lado del camino. Ben no se lo pensó dos
veces y fue a hablarcon ellos, probablementepara ver si
podíaconseguir algo de comida, si es que eso era posible.
Mientrasse presentaba a aquellosviajantes, de repente el
olor de té recién hecho le cosquilleóen la nariz, y le
transmitió como por encanto una sensación de bienestar,
igual a la que sentía cuando estaba en su casa. El caso es que
tras hablarun rato con la gente de lascaravanasle sirvieron
una taza de té ligeramente ahumado,aromatizadacon
pétalosdiminutosy las hojitasde unasplantasde naturaleza
imprecisa que crecían a orillasde los lagosde Austria.
Allí hablaronsobre una alfombra gigantesca de color rojo,
que estaba llena de dibujos,junto al jefe de la gran
expedición.Parece ser que la expedición era cercana a lasmil
personas, y allí el jefe contabahistorias que la gente
escuchaba con atención.Se puede decir que saboreabaahora
uno de los momentos más agradables de la jornada:la
escandalerade los últimos remates de la instalacióndel
campamento de aquellasgentes, y la degustación del té.
Después de un día de viaje agotador, que seguramente le
habíaparecido extraordinario,había escogido un sitio para
descansar con mucha fortuna. •Thomas: Van a pasar la
noche en un lugar especial. Este lugar se nota que rebosa de
calma, y si se fija, hasta el entorno parece proporcionarbuen
refugio. •Ben: Desde luego, es un sitio francamente bonito.
Falta mucho de aquía mañana y tenemos toda la noche para
charlar. Tendré paciencia,vaya con sus hijosa terminar de
aparejara los animalessi quiere.
Paso un buen rato. Tras acabarla faena los viajeros,
encendieronunas pequeñashoguerascada poco, y se
pusieron a ahumarcarne. Puede decirse que se lo montaban
bien. Algunos de los hombres jugabanal ajedrez por allío a
las cartas. Un poco más alláunas mujeres se masajeabanlas
unas a las otras o se lavabany peinabanmientras charlaban
animosamente. O simplemente descansaban los pies en un
barreño de agua.
– Hola… –dijo Alex a una de las mujeres que parecía disfrutar
del tiempo, la cual estaba con un niño de unos cuatro años. –
Hola. – Madre mía, menudaexpedición tenéis aquímontada.
– Si, ya ves, somos unos cuantos ¿verdad? –respondió
sonriente. – Pues sí, demasiadospara mí. Y menudo olora
carne asada, me van a rugir las tripas. – Ja, ja, si somos un
montón de bocas a alimentar. Tranquila quealgo abra para
todos. – Ojalá. De donde yo vengo no se ve nada parecido a
esto. Mira que guapo es tu niño ¿Cuánto tiempo tiene? –
Cuatro años. – Que alto que esta. Madre mía… – Je, je. Si.
Será porque no para de comer, es un glotón. Se puede comer
una bola de queso entera él solo de una sentada, le encanta
–dijo la señora acomodándosemientras Ben se unía ahora a
elloscon un plato de guiso en una mano.
Mas tarde hablarontoda la noche con aquellaspersonas, y
casi sin darse cuenta llego la mañana. El tiempo paso
asombrosamente rápidamente para Alex, quien se sentía
muy a gusto en la compañíade las mujeres de aquella
expedición.De algunamanera se sentía como en casa, y
probablementefue la mejor noche de todo aquel viaje para
ella. Tras amanecer, la partida de aquellaspersonas ya era
cercana. En la inmensidaddel bosque los laboriososviajeros
además de estar de expedición por razones que no quisieron
compartir, manteníana raya los caminos y sembraban
árboles y toda suerte de plantas,regadas con un sistema de
canales que conducíasabiamente el agua desde algún lugar.
Ben nunca supo nadamás de ellos, ni por qué hacíanaquellas
cosas, pero en aquelmomento pensó en su labor, y le
asombro la tupida barrera casi a escuadra de álamosaltos y
elegantes árboles que esa gente cuidabacon tanto esmero.
Escucho decir que aquellomarcaba la frontera entre la
aparente quietuddel bosque y la animacióndel reino de los
hombres, según ellos. A las órdenes de Thomas, jefe de la
caravana,y de sus asistentes principales,Aiem y Kheo, los mil
viajerosse pusieron en marcha tras despedirse del Don y de
los demás con mucha cortesía. Thomas tenía animales bien
cuidadosy mejor alimentadosque tirabancon fuerza sin
mucho esfuerzo, y enseguida desaparecieron por el camino.
Al mediodíaalmorzaron pan tostado, café y mantequilla.Ben
habíacanjeadotodo esto por un pequeñoanillode oro la
noche anterior. Después de darse un baño frio en un
estanque natural que Thomas les habíanenseñado,
montaron en el carruaje y marcharon para llegara Hallstatt
ya del tirón.
CAPÍTULO 7: FINAL
El carruaje paró en Hallstatt , y Alex bajó y se marchó calle
abajo. Teníaalgunascosas que hacer. Ben bajó y camino
hacia el mayor recinto de los que habíaallí. Tras subir unos
pocos escalones, vio un largo jardín lleno de setos podados,
plantasy flores. Allíse respiraba un agradableolor a césped
recién cortado. Luego entro en una pequeñacasa muy
iluminadaque estaba bajo unas escaleras, donde un hombre
se levantóal ver entrar a Ben. – ¡Cuánto tiempo! –dijo
estrechándole la mano. Lamento la tardanza Peter. No hace
falta que te disculpes, contesto. – ¿Quieren una copa de
algo? –Quizá después. Y hablaronun buen rato de cosas
irrelevantespara esta historia. Mas tarde se les uniría Alex
tras finalizartanto ella como Ben las cosas que cada uno
habíanvenidohacer, uno de índoleprofesional, y otro
personal. Como son las cosas, que muchas veces las razones
por las que vamos a un lugar pasan volandoy recordamos
más el tiempo restante ¿Verdad?
Así pues, Ben abrió los ojos y se encontró acostado en una
cama. Vio que estaba en una habitaciónque tenía unas
irregulares paredes de ladrillos.La habitaciónestaba
compuesta por una cama y un armario de puertas grandes.
Más alláhabíauna mesilla con una sillay un sillón. Ben se
levantó y camino descalzo sin demasiadaprisa haciala
puerta. Abrió con suavidady vio que el cuarto en el que
estaba, daba a un gran salón que estaba iluminadopordos
chimeneasconstruidas en lasparedes este y oeste del hogar.
Tras un minuto, salió de la habitación,y allívio a Peter que
habíamedio acostadoal lado de una de las chimeneas, al
cual las luces del fuego y las sombras le cubrían o descubrían
la silueta por instantes. Ben se acercó a él. –Buenas. Parece
que ayer bebiste un poco de más. –Eso me parece ¿Dónde
estamos? –dijo agarrándose la cabeza y mirando a su
alrededor. –En mi casa –respondió. – Alex vendrá enseguida.
Dime ¿De qué te gustaría hablar?–dijo Peter –No sé.
Cuéntame algo de ti –dijo Ben. – ¡Ja, ja! –rio–. Como quieras.
A ver qué podríacontarte...
Le contó seguidamente algunascosas alegres, y otras no
tanto; de unoslugares lejanosde los que Ben nunca había
escuchado hablar, y bajo la desliñadabarba que tenía Peter,
hablóde algunascosas complejasy de otras simples. Luego
fueron a la bodega de Peter, dondeencendió un fuego que
empezó a chisporrotear rápidamenteen un pequeñohorno
que habíacon unastablas. Así iluminó la habitaciónhasta
que se marcharon un buen rato más tarde a la cocina.
Ben se asomó por la ventana de la habitación.Era tarde ya y
desde allítodo parecía fresco. ¿Si quieres algo? –Tomare un
café. Alex llego poco después y se puso a cocinar junto a
Peter unos trozos de pollosobre unasparrillas. El olorde la
carne habíallenadotoda la cocina. Ben se sentó en una silla
que habíafrente a una mesa alargaday Alex hizo lo mismo
poco después. Peter charlabay se quejabaa Ben porque
tenía hambre. Al rato cenaron. –Bueno, disculpadme,voy a
tumbarme un rato –dijoPeter tras dar el último bocado a una
manzana y echarla a una cesta. –Vale. Yo creo que también
me acuesto ya –dijo Alex. –Y yo también.
La noche pasó y llego el día. Y otro día, y otro. Y los meses, y
los años.
Lo que sucedió para ir finalizando,he de deciros que es que
tanto Ben como Alex tras esa breve instanciaen Hallstatt,
labraron una buenaamistad, y siempre conservaron un buen
recuerdo de aquel lugar. Frente a las ventanasde casa de
Peter, Ben volvíade tanto en tanto para finalizarun jardín
que se habíanpropuesto hacer junto a Peter. Seguramente
como excusa para ir a visitarlo más a menudo.
Habíanpasado alrededorde tres años de aquellacena, y Alex
fue allí, en Hallstatt, donde la hasta entonces incansable
viajera, decidióvivir salvo por alguna escapadaocasional.
En el primer día de mayo de 1708, llego a Hallstatt una
noticia.Ben y Alex habíanregresado juntos con la intención
de comprar una casa y vivirallí. Ambos ya habíantenido
todas lasaventuras que podíanhaber esperado. Así, que
finalmente, y en parte gracias a la insistencia de Alex,
encargaron construir una casa a medio camino de la casa de
Peter y las montañas. Eran ya muy amigos de él, y pronto
simpatizaron con su pareja. De hecho, no era raro verlos de
visita acá o allá,o haciendoalguna comida en el jardín. Una
de las conversaciones más comunes que podíaescucharse en
una de esas cenas era tal que así:
•Peter: Pues sí, si… por fin tendremos un querubín. Que dura
fue la espera.
•Alex: Eso dices ahora, pero ya veremos.
•Ben: No, ni siquieralo pienses. No hagasni caso a esta
mujer Peter, es una quisquillosa...
Unos meses más tarde todos recibieron con afecto al niño
que la mujer de Peter dio a luz, y le pusieron Ethan de
nombre.
En Hallstatt hubo otras historiasmenores todavíaque Ben y
Alex compartieron. Historias de antañocomo se suele decir,
pero el caso es que fue algunosunosaños después, en un día
soleado de agosto, en el que Ben y Alex se casaron. Lo
hicieron junto al Lago. La compañía era reducida, pues así es
como Alex quiso que fuera, y el clima se comportó hasta las
últimashoras de la noche.
– ¿Querrías casarte conmigo, Alex?
Ella sonreía.
– Si Ben. Me casare contigo –respondió.
En este punto,ya cerca del final de la historia, nos
encontramos en un día de principiosde invierno.Ben estaba
acostado en el sofá comiéndose una pieza de fruta. El viento
entraba por las ventanasy era mucho más agradablede lo
que lo habíasido inviernosanteriores, o a menos eso le
pareció, y Ben recordó el primer día en que habíavisto a
Alex.
Así acaba esta historia. Podría contaros brevemente algunas
cosas sobre algunosde los viajes que Ben vivió, y seguro que
algo acabaríapor sorprenderos. Hizo alrededorde una
veintenamás de viajes a diferentes puntos, pero esas cosas
quizá, serán para otra ocasión. Para poner un punto final a
esta historia, lo más importante a decir supongo que seria, es
que allí;fueron Alex y Ben.
FIN

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En otro tiempo

  • 1.
  • 2. Manuel Alcaide Romero CAPÍTULO 1 HALLSTATT 1705 d.C Un carruaje avanzaba.El trote de unos caballossonaba con fuerza mientras pasabapor delante de una casita de color ladrillo.Esto era en Hallstatt, una pequeña región montañosa de Austria. Hallstatt no es un pueblogrande y sus casi dos mil ciudadanosviven más o menos despreocupados,contentos de vivir en un lugar en donde los paisajes cercanos rebosan de colinas, lagos y riachuelos. Está localizadoen la parte baja de un vallesobre una cuesta pronunciada,que serpentea hasta llegar a un enorme lago llamado“Lago Espejo”; el cual está rodeado de unas altasy verdes montañasen las que hay otros lagosmás pequeñosconocidoscomo “Los Lagos de Salzkammergut”. Hoy era miércoles, y ese próximo sábado por la noche se iba a celebrar “la fiesta de los cristianos”. Esta era la mañanadel miércoles y el sol brillabacon la fuerza del agosto en lo más alto del cielo. El aire bajabapor la calle de Am Hof, que subía (y sube aun a día de hoy) serpenteando por una de las laderasexteriores. Allí Ben entraba ahora a comprar unas barras de pan en la panaderíade Le Boulangerie,como cada día hacía. – ¡Buenos días! –dijo Ben al entrar, mientras desbrochabasu chaleco. – ¡Hombre! ¡Buenos días! Dame un momento. Tengo que ir a coger una cosa. *Ben era un joven habitantenativo de Hallstatt, de unos veintiséisaños. Como cada mañana después de acabar con su jornada laboraly hacer algo de ejercicio, pasaba a comprar dos barras por la panaderíadel señor Auguste, y allí,
  • 3. vio por la ventanapasar como cada mañanaveía desde hacía ya algún tiempo, a una chica desconocidacon la que cruzaban la mirada, quedándoseembobado.(Supongo que quizá este sea un buen momento para contaros algunas cosas sobre Ben. Benjamín se había criado casi desde siempre con Doris, una de lassiete hijasde una antiguay famosa cantante local, y habíasido siempre un chico alegre, estaba siempre de aquípara allácomo se suele decir. –“El crío es un culo de mal asiento”– comentabasu tía cuando invitabaa tomar algo a sus amigas en la cafetería llamada "The coffee bean" (“El frijol del café”). A Ben le encantabaver desde un punto alto, el paisajede las luces centelleantesque creaban los faroles, las casas y las luces de los carros en movimiento por los caminos; mientras medía su puntería lanzandopiedras. Podía pasarse horas sin pensaren nada en especial. La verdad es que le encantabanlasverdes y largas vistas de Hallstatt, incluso la arquitectura en general del puebloen sí, la cual era pintoresca, rústica, o incluso medievalpor momentos. Compuesta por una larga veintena de agrupaciones de viviendasde no más de dos pisos, y hechas en madera la gran mayoría. Pintadascon colores rojizos, naranjaso amarillentos;junto a lasruinas de las antiguasedificaciones,por donde Ben vivía con sus amigos las aventurasmás insólitase imaginables.¡Ah!, y antes de que me olvide os diré que tenía el cabellocastaño y losojos oscuros. Apenas unos momentos después volvióAuguste de la trastienda con unos saquillosde harinaen los que ponía “Nifelheim”. – ¡Uy! ¿Y esa cara? Diría señor Ben que esa señorita llama su atención – dijo arqueandouna ceja pícaramente. – ¿Eh?… –respondió devolviéndolela mirada. –
  • 4. Ja, ja, ja, ves como no me equivoco.Ay señor… el paso de los años otorga a uno buen ojo con ese tipo de cosas Benjamin – comentó–. Aunquetampoco me habría costado darme cuenta si fuera unos añosmás joven, la verdad. –Ja, ja, bueno supongo que si –sonrió–. Sí, podría decirse que esa chica es mi tipo, vaya. –Uuuy… –dijo mientras se poníaa amasar la pasta del pan con lasmanos sobre una tabla de madera más que desgastada por el uso–. Pues si tanto le interesa, he escuchado algo acerca de ella –entonces hizo una pausa quizáspara aumentarsu curiosidad,y enseguida siguió–. Se ve que esa chica ha venidoa vivir por aquí hace poco tiempo, como cosa así de un mes –dijo ahora comprobandounas barras de pan que estaban horneándose a sus espaldasen un viejo horno de leña–. Lo sé porque bueno…mi sobrina Millapara lo jovencitaque es, es una cotillade mucho cuidado,y me dijo que alguna vez hablacon ella, y dice que es muy agradable, aunqueun tanto peculiar… – ¿Cómo peculiar? ¿Qué quieres decir con eso? –dijoel acariciándosela barbillacon una mano mientras metía la otra en el bolsillo.–Pues ya sabe usted, que está en otra onda supongo. Gente de ciudad como dicen por ahí... ¡ya sabe! – Aha.Vale,vale... ¿Y sabes algo más? –No. Lo siento, señor Ben. Nada más por hoy. – ¡Bueno! Y dime Auguste, ¿cómo va la huerta?, ¿van saliendoya esos tomates, o qué? –dijo Ben cambiandode tema mientras jugueteabapasándose unas monedasentre los dedosen el interior de su bolsillo. – ¡Ay señor Ben...! Pues parece que se van a resistir los muy malditos, la madre que los parió... Las coles, las zanahorias, los rábanos, las berenjenas, los repollosy todo esto… las habasvan bastante bien. Y todos los frutos también. Pero las tomateras no pasan de los dos palmosde altura, y no me
  • 5. gusta el verde que tienen. ¡No sé la verdad qué diablosles pasa! –comentó. –Ya le dije yo que no iban a coger bien en esa tierra, no se lo decía por decir... La tenía que haber abonadoy haber echado algo de azufre –dijo sonriendo, pero como con una cierta autoridadal coger las barras de pan–. Ya me pasaré un día de estos y le echamos un vistazo a ver qué podemos hacer. – ¡Bah! da igual. No se moleste. Total, la cosecha no está ya muy lejos. No hay nadaque hacer. –No es molestia –dijo–. Ya sabes que me gustan estas cosas y a lo mejor hasta aprendo algo. ¡Venga! a ver si puedo pasarme este sábadocuando venga de la excursión. –Como quiera entonces –respondió el panadero metiéndose un jugoso trozo de pastel en la boca. –Claro, ¡y no me digasnada más, que me marcho! –comentó mirándose su reloj y dejandoun par de monedassobre la mesa–Ya hablamos.¡Hasta luego! – Ja. Muy bien. Pero no se preocupe, que no hace falta. ¡Ah!, y dele recuerdos a Doris de mi parte –dijo el viejo despidiéndosejusto en el momento en el que entrabandos señoras charlandode algo por la puerta. –La verdad es que esos chicos han cogido la gripe con mucha oportunidad –dijo la más mayor de las dos, mientras desempaquetabaunacosa que habíasacado del bolso –Sin duda… ¡Pero qué amable ha sido Besian no olvidando loque nos dijo! Debe ser magnífico tener una semana entera de recreo –respondió la otra, la cual era mucho más alta y joven. –Sí, y el tiempo acompaña. Me alegro mucho de eso –añadióarreglandola mayor unos lazos para el cuello y el pelo, en un estuche que le habían prestado para una ocasión tan importante. –Me gustaría vestirme con esta ropa tan bonitaya –dijo la joven, con la boca llena de alfileres mientras los iba poniendoen el alfiletero–. Aaay… Ojalápudieraisvenirtodas conmigo… pero
  • 6. guardaré mis aventuraspara contarlascuando vuelva.Es lo menos que puedo hacer, cuandohan sido todas tan buenas prestándome tantas cosas y ayudándomeen todo. ¡Buenos días, Auguste! Póngame cuatro barras, por favor –dijo la señorita cuando llegó al mostrador. Ben iba camino arriba con cara de circunstanciashaciasu casa, pensandoen voz alta y diciéndose a sí mismo: –Un día de éstos tengo que decirle algo a esa chica, pero ¿qué podría decirle? Un poco más adelantese cruzó con su amigo Peter, que le dijo gritando desde lejos sorprendiéndolo:– ¡Ey Ben! Mañanaa las siete ¿no? –chilló desde la otra parte de la calle, y corriendo a que le arreglaran unas cuerdas del violínde su padre. – ¡Peter! ¡Sí, sí, a las siete sin falta Peter! ¡Sin falta, y no faltes! – contestó saludándole conla palma de la mano. CAPÍTULO 2 Ben y Peter (un chico alegre que siempre iba con un sombrero) habíansalidoa buscar unas setas llamadas Marzuoluscon unos cuantosamigos más. Estas Marzuolus eran unassetas bastante caras y solo crecían en ciertos picos montañososde aquellazona, y en esa estación del año. Era en cierta manera una forma de entretenimiento que además de buenísimas, se podíanvender a muy buen precio en la capital.El jueves por la mañana tras reuniry repasar un par de veces el material para la ascensión a la montaña, tomaron un buen desayuno. Ben y Peter salieron a eso de las nueve de la mañana junto a sus amigos Franz, Christian, Karl, Wolfang, Walter y un chaval al que llamaban“Oso”. Tras una larga caminata,no sabría deciros de cuantashoras, los chicos
  • 7. llegaron por fin al pie del Alpe Austriaco; y allídescansaron unas horas. Mediadala tarde comenzaron a subir por el sendero más grande. Estaba más o menos allanadoporla circulaciónde mucha gente e iba empinándosey zigzagueando a medida que avanzabay subía. Tras subir unos 2000 m llegaron a lo que diremos que podría ser el “Campo Base” en el argot alpinista.Tras recorrer ese largo tramo llegaron a un llano, y vieron la cueva tan conocidapor los buscadores de setas. En este momento estaba repleta de muchas personas de los entornos, y allíes donde se reunían todos los que tenían el mismo propósito. Nuestros amigos llegadaya casi la noche se acomodaronen una esquinitade esta cueva e hicieron un fuego donde cocinaronunas cuantas longanizasy unasmorcillas que habíantraído con ellosjunto a una sartén. Muchas de las personasque les rodeaban por allíjugaban a las cartas o a los dados, mientras otros hablaban sobreel tiempo. Cada uno mataba el tiempo como podía.Otros, seguramente los más expertos, se encargaban de remendar algunacosa rota como un zapato, o poner a punto el equipo.Podéis imaginarosel follón que podía escucharse con tanta gente haciendotantascosas diferentes en una cueva donde el eco rebotabade un lado al otro, y al otro no menos de tres veces. – Perdone ¿el agua? Tengo entendidoque hay un pozo por aquí – pregunto Peter a un hombre que estaba cambiandolassuelas de sus botas. –Allá, allá. El pozo está en esa brecha –contesto el hombre como haciendouna broma, asintiendoy aprobandocon un movimiento de cabeza el lugar en concreto. Esa noche conocieron así a Ernest, un hombre simpático y charlatánque les dio algunaslecciones útiles sobre la montaña y de cómo cocinarcorrectamente las setas. Uno de los mayores orgullos
  • 8. gastronómicos de por allíeran estas setas, y Ernest les explico de qué manera tan fácil podíanpreparar unas setas a la planchacon todo el sabor. El truco estaba, decía sentado junto a una hoguera; que teníanque tener muy caliente la plancha,para que las setas quedaran sabrosas por dentro y tostaditaspor fuera. Los ingredientesdecían que debíanser al menos 1 kilo de setas frescas, 1 cabeza de ajo entera, un poco de zumo de limón, pimientanegra, perejil picado, sal y aceite de oliva.La preparacióncorrecta dijo que era que antes que nadalimpiarbien las setas, metiéndolasen agua. Luego picar los ajosy el perejil y reservarlos. Poner en un recipiente las setas y entonces echarles los ajosy el perejil picados, un poco de sal, la pimienta el zumo de medio limón, y dejarlasmacerar una media hora. A continuación,había que poner la planchaa fuego fuerte, y echarle un poco de aceite por encima. Esperar un poco a que la plancha estuviera muy calientepara ponerlas, y que cuandollevaran dos o tres minutos, darles la vuelta y dejar que se hicieran por el otro lado. A Ben le hizo mucha gracia la cara con la que explicabatodo esto. Ernest era un hombre fornido y alegre, que parece ser habíasubido al menos unas doce veces a la cima. Todo un campeón podríadecirse, y tras llenarel buche saco una botella de licory converso alegremente hasta tarde. Al despertarse al día siguiente la hoguera ya era solo cenizas, y tras un pequeñodesayuno, retomaron la ascensión subiendopor la que llamaban “Lacascada de Piedra”, una marcha casi vertical y extremadamente dura de unasseis horas a buen ritmo. Aquello fue duro, duro de verdad. Allí sería el “Campamento 1”, y llegaronmuy cansados, con las piernasdoloridas. ¿No sé si conocéisesa sensación? Las piernaspesaban como sesenta kilos cada una y los riñones se
  • 9. sentían como si te hubierancolocadouna patadaen cada costado. Ben dejo caer su mochilaen el suelo, suspiro con alivioy se tiró un rato sobre una roca plana cubierta por musgo. Las vistas allí eran casi surrealistas y los chicos las disfrutaron. El horizonte se extendía hasta perderse en algunospuntossobre el horizonte. La silueta de otra montaña se adivinabaentre lo que parecía una especie de niebla,un efecto visual producidopor la distancia,y tras ellos, había tambiénunas cuevas. “Las cuevas del Castaño” las llamabanporallí. Dicen que recibíaneste nombre porque los únicostres o cuatro árboles que alguna vez crecieron por allí,eran efectivamente, unosCastaños, que gracias a sus frutos y a su madera salvaron a más de una persona en apuros. Se trataba de unas cavidadesde aproximadamente unos ochocientosmetros de recorrido cada una, y constaban de tres galerías paralelasque se unían. Casi se podría hablar de dos pisos, y estaban comunicadaspor un pasillo inclinado de piedra pulida.Al igual que otras cuevas, estas se habían formado por la interacción de las calizascon el agua fría cargada de dióxido de carbono que circuló durante siglos. Dentro de ella habíacasi por todos lados bancosy una decena larga de mesas con sus respectivas sillas, una pequeñamezquita, dos hornosgrandes de leña, y algunos jarrones gigantes de arcilla en el que se almacenaban legumbres. También habíavarias pieles y mantas, y un número indeterminadode perchas. Esta sala estaba iluminadaporunas pequeñasalmenaras(por así decirlo). La verdad es que era un lugarmuy bonito que sobrecogía amenos la primera vez que lo veías. Ben entro en la cueva, y escuchó el crujido de muchísimaspisadasaplastando pequeñaspiedrecitassobre el suelo. Uno de los cocineros
  • 10. que habíapor allísalió a recibirlos ofreciéndoles una taza de té y una palmaditaen la espaldaa cada uno. Allí comieron bien por solo unaspocas monedas, y descansaron las piernas de subir por la Cascada. Los muchachospasaron unos ratos muy agradables. Por desgracia todo no iba a ser todo tan bonito, y esa noche el tiempo empeoro. Empezó a llover fuertemente, incluso a granizar por momentos. Los vientos se volvieronterribles de repente haciendoarriesgado incluso salir al borde de la cueva. Un día después, los más mayores comentaron que fue una de las peores tormentas que recordaban. Cundióun poco el pánico cuandoafuera hubo una pequeñaavalanchaque por fortuna parece ser que no daño a nadie.Muchos perdieron parte del equipo de escalada que habíandejadofuera, y al llegar esa noche Ben, Peter y sus amigos tras largas horas de preocupación durmieron poco. Algunasde las personas que habíapor allá al amanecer decían: —Ningunode estos parajes es ya seguro, y el mal tiempo está demasiadocerca otra vez y empeora. Rara vez algún viajero se aventuraría ahora por estos lados. Los mapasahora ya no sirven. —Uno dijo: —Y no somos muchos aquí. —Otros: — ¿Dónde está Ernest? — Preguntaron— ¡Eso! Al fin y al cabo, él es un escaladorde verdad —dijeron otros como aferrándose a un clavo ardiendo.Y entre unascosas y otras, paso un buen rato antes de que se dieran cuenta de que el tiempo no era menos duro que al comienzo de la noche anterior. La moral de casi todos empezaba a decaer y el silencio se hacía mayor por momentos. Llovía tan fuertemente, que el día parecía prácticamente la noche; y algunosincluso empezaron a rezar; pero tras unaslargas horas finalmente pareció amainarun poco. Casi todos se dieron la vuelta y no miraron atrás
  • 11. mientras descendían,Pero Ben y Peter no sabían qué hacer. Estaban jodidosy el tiempo se les estaba metiendo encima de nuevo para tomar una decisión, pero no sabían que hacer. No sabíansi habría cima, pero decidieronquedarse al final. “Estáis locos”, les dijeron sus amigos antes de descender. Pasaron dos horas lentasy entonces en apenasun momento hablandojuntoa los cuatro gatos que quedaban,y gracias a Ernest que apareció de repente como un héroe (y que decía que a él -unas gotas de lluvianuncale habíanbajadode la montaña, y que no lo haríanahora-); decidieron intentarla cima. Al final se formó un equipopequeñopero fuerte. Ernest el alpinistaexperto abriría la ruta, decía que llegarían arriba al 100%, y que detrás de él irían dos hombres más llamadosDurc, Safier, y nuestros dos amigos. Justo en el momento en que empezaron a subir el tiempo parece ser que se apiadoy les dio una oportunidadque no desaprovecharonhasta el final. Empezaron la marcha con el plus de la motivaciónde ser los únicos que habíanquedado,y esto les dio fuerzas extras para la dura caminataque quedabapor delante. Llegaron así casi en tiempo récord al Espolón de los Austriacos, a unos 4000 m de altura, y allí hicieron un breve descanso para comer algo rápidamente. Durc, uno de los que formaban el pequeño grupo, saco entonces una cajita de madera que conteníauna pasta verde y viscosa, hecha a base de aloe vera y aceite de oliva y se pasó de mano en mano diciendoque la pusieran sobre las rozaduras. Peter el amigo de Ben se sintió mucho más aliviadotras esto, pues tenía sobre los hombros todo escaldadopor los tirantes de su mochila.Pero pronto se dieron cuenta que no habíamucho más tiempo que perder o la noche se les echaría encima. Así que seguidamente
  • 12. subieron por la parte Oeste y el tiempo se calmó aún más. Abrieron la líneay llegaron a la cima finalmentedel tirón. Casi a 5000 m de altura. Fue toda una experiencia tremendamente dura y bonita;y el botín de setas a repartir, bien valió la pena. Fue algo de lo que Ben nunca se olvidaría. Hicieron noche bajo una ampliacornisa que los cubrió del viento y de una fina lluvia.Los cinco hombres, tomaron una cena de setas tan grande que daba para que cenaran a menos diez; y se divirtieronmucho con Ernest, que era un bromista. Al día siguiente decidieronvolver a Hallstatt con el ánimo y los sacos llenostras una noche francamente genial. Así, que tras horas Ben dijo:Menos mal… ya estamos abajo – comentó Ben estirando la espalda mientras se despedíade aquelloshombres. Para la vuelta, tomo con su amigo otro camino, por donde vieron era del rio Isar. Con el rumbo presente caminaron intentandodescubrir algún atajoentre los montículos. Anduvieronmucho más, y a las primeras luces naranjas, vieron otro atajoque llegaría hasta el llamado“caminito del castillo”. O al menos eso pensó Peter. –Recto hacia allá,recto hacia allá...–dijo Ben un buen rato después sabiéndose totalmente perdidos. –Ja, ja, ja... eso digo yo... Me parece que la hemos liado un poco –respondiócon las cejas arqueadasmientras se acomodabael sombrero. Resulta que con la tontería se habíanperdido bastante, y tenían las piernasya muy fatigadas.Llevaban largas horasy las agujetas empezaban apretar, probablementeal borde de una lesión muscular. Fue entonces cuandotuvieron los dos amigos la suerte de que un hombre canoso, con aspecto huesudo y que llevabauna larga vara con la que se ayudabaa caminar, se les ofreció para guiarlos. Parece ser que esa persona adivinosu
  • 13. situaciónya de lejos, y además iba en la misma dirección. El hombre parece que conocía bien todos los caminosque habíapor allí a lo largo de muchas millas, o eso dijo. Les conto que los dejaría en la entrada de otro camino por el que llegaríana la zona de Hallstatt si no se desviabanmucho, y lo seguían siempre lo más recto posible – ¿Es aquel el sendero el que decía señor? –preguntó Peter tras un rato con una ampliay dentudasonrisa. –Ha, ha... Desde luego que no joven –respondió el hombre lentamente–. Escúcheme hijo, tenemos aún que cruzar por encima de aquellocomo unas tres o cuatro veces más. Queda un largo camino, tómeselo con calma. Y caminaron. Tras un buen rato se hizo tarde. La hora contraria a la que el gallo rompería a cantar “si entendéislo que quiero decir”, y con el sol sobre el horizonte, vieron cómo se empezaba a oscurecer progresivamente el campo por el que se internaban. – ¿Va a ser una buena noche muchachos, o no? –dijo el hombre. Aunque ya no se veía, aún se sentía en el aire la calidezdel sol y soplaba una brisa refrescante que bajabacon parsimoniapor las montañas. Sorprendentemente no quedabani un solo charco de la tormenta que Ben había vividohace poco. El viejo apenasapretaba el paso, y de repente se sentó apoyándoseen un tronco que habíaal borde del camino junto a una concentración de una gran variedadde plantas. – ¡Eh, vosotros! –Gritó el viejo–. ¡Eh! ¡Venid, venid aquí!¿Adónde ibais? –dijo. Entonces les ofreció unas piezas de fruta que llevaba.–Tengan, no tengo mucha hambre yo esta tarde –dijo toqueteandoel agujereadosaquilloque llevabay acomodándosesobre la hierba– ¡Y aaaayde vosotros... como os atreváis a decir que no os gusta! – ¡Y de
  • 14. paso podríamoshacer tambiénunas setas al fuego, y medio cenamos ya Ben! –dijoPeter salivandoy buscando unas ramas secas antes de que pudierandecirle lo contrario. Así que, para no hacerle un desprecio a aquel hombre, o a Peter, nuestros amigos merendaron y o cenaron, unas pocas setas junto a un trozo de pan que habíancomprado en la Cueva del castaño y que aún conservaban. El caso es que las saborearon ampliay gustosamente la fruta y todo lo demás, y la merienda/cenalos reconfortó. CAPÍTULO 3 Había llegadoel atardecer. – Ye ¡Si fumáis, tomad algo de mi tabaco! –comentó el hombre que les estaba enseñando el camino de regreso, mientras se enchufaba una pipa.Y así lo hicieron. Fumaron y hablaronun buen rato de lo que quedabade camino y de otras cosas. –Ay... Se me olvidaba. Que cabeza señor... Id con cuidado,se dice que últimamente, por aquí se han visto a viajeros extraños. Abrid bien los ojos– -Vale, vale, gracias. La tarde fue pasandoy se convirtió en una noche clara. Tras despedirse un par de veces en un cruce, a los dos amigos les gustó caminar por la noche amenos un rato más. Adelanteempezaron a ver de lejosa gente que iba en dirección contraria en carro, y otros que iban en su dirección. Así que mientras descendíanpor el margen del camino, Ben oyó como se acercaba un trote ligero. Se giró y oyó a un hombre cantandotras los árboles. De repente un carro pequeño apareciógirando por la curva. Tenía con una capota marrón y un farolillo.Este era tirado por dos caballosde fuertes lomos, y los chicos se quedaron
  • 15. mirando al conductor, el cual paró a su lado. – ¡Sooooooo! ¿A dónde vais muchachos? –les dijo una mujer desde el asiento delantero del carro. – ¡A Hallstatt! –dijeron los chicos. –Pues venga, subid. – ¿Sí? ¡Gracias! –respondieron. Subieron sin pensárselo dos veces, pues estaban cansados. Se sentaron del tirón en unos fardos de paja que había atadosatrás, y el conductorenseguida los miró. –Venimosdel Alpe. Ahora volvíamosya a ver si tomamos unas cervezas o algo antes de la fiesta. Esta noche es la fiesta de los cristianos ahí en Hallstatt. –Ah, muy bien –dijo la mujer–. Nosotros también salimos a tomar algo. Hemos quedadocon unos amigos en una aldeaque están haciendo tras esos picos –dijo señalandoa unas montañasque aparecíanahora al tomar una curva–. Supongo que podríamosdesviarnosun poco y dejarlosen su pueblo, solo perderíamos unospocos minutos Franzy. Parece que están muy cansados… – ¡Claro! ¡No hay problema! –respondió expulsandouna bocanadade humo. – ¿Sí? ¡Pues muchas gracias! –dijo Peter con su típica sonrisa dentudacasi de oreja a oreja –. Genial.Vale, pero Anna, no te olvides que hoy tendríamosque ir a ver a los Hicksberger –dijoFranzy, quien tenía el pelo largo y unos ojos lánguidos. –Puf… Esta noche estoy demasiado cansadapara ir Franzy…–respondióAnna, meciéndose–. ¿No puedes ir tú solo? –Qué remedio… – contesto echandootra bocanadade humo a un lado. Y así, los acercaron haciaHallstatt entre las muchaspreguntas de la charlatanaAnna. Tras un rato Franzy cantabauna canción extraña a los oídosde Ben. Se llama"Natalie" –dijoel hombre–, mientras Peter charlabacon la chica. –Si quieren les pagamos algo por las molestias –dijo Peter–. Nos habéis ahorrado una pateada.– No te digo... Ni se moleste en
  • 16. intentarlo¡Mira! Haré como que no he escuchado eso – respondió Franzy–. Hoy por ti y mañana por mí. ¿O no Anna? – ¡Cierto! –Dijo Anna, dándoleun beso en la mejilla–.Cuando finalmente llegaronal llanoque dabaa la entrada del pueblo, Ben y Peter se bajaron y se despidieronde aquellapareja como de unos amigos a los que sabían que tardarían en volver a ver, si es que volvíana hacerlo. Habíansimpatizado bastante con ellospese al poco tiempo que habían compartido. Tras eso, Franzy reanudo la marcha arreando a los caballos,haciendoque Anna tuviera que volver corriendo para montar de un salto. Se alejaronformando una polvaredade tierra por el camino por el que habíanvenido. Entonces se giraron y empezaron a andarcomentando algunascosas, como por ejemplo la forma tan obsesiva con la que fumaba Franzy. – ¡Fuma demasiadoese hombre! ¡En serio! –comento Peter encasquetándosesu sombrero. Poco más hay que contarsobre esto. Ambos decidieron irse en poco tiempo a sus casas, pues en unas pocashoras empezaría la fiesta. Caminaroncomo unas calles hasta llegar al punto más elevadodel pueblo,desde donde se veían las ruinasde un antiguo monasterio. Poco después pasaron por una pendienteque pasaba por la entrada de una pequeña plaza rodeada de casas. Allí es donde vivíaPeter, que se despidióde Ben citándolopara verse más tarde. –Venga, pues ya nos vemos más tarde. Quedamoscerca del roble ¿no? –Vale, quedamosasí Peter. Venga, nos vemos –dijo Ben levantandoel pulgar. CAPÍTULO 4
  • 17. Como todos los años, la gente habíadecorado las paredes, los árboles y los tejadosde la calle principal. Habíallegadola noche y con ella“la fiesta de los cristianos”. Eran algo así como las doce de la noche, y el pasacallegiraba por la calle mayor. Frente a los músicos, ibanmuchos hombres y mujeres con vestidos de pastores parecidosa los que veríaisen el portal del belén. – ¡Mire, mire a mi nieta como lo hace Doctor! ¡Ay madre! ¿Es o no la más guapa de todas? –decía eufórica Juliett,la que era abuelatambién de Peter. – Lo es en verdad ¡Pero cálmese! –El doctor medito un segundo y dijo en seguida– Me alegra ver que ya está de mejor ánimo, ya vera como todo se va arreglando Juliett. – Seguro que, si ¡Hay que ver qué buen médico eres, Fibrethl! No tengo ni idea de cómo podré pagarte todo lo que has hecho por mí. – No se preocupe y no padezca por eso –dijo tranquilamente, pues era un doctor digamosespecial. Su particularfilosofía solo le permitía cobrar a algunaspersonas–. Por cierto, hace unos díastelegrafié a la capital, y Arnold ha contestado que vendrá; al fin le han dado permiso y mañana estará aquí y todo irá bien. ¿No te alegrasde que lo haya hecho? Juliett se levantó de la silla, y le echó los brazos al cuello – ¡Oh, Fibrethl! ¡Que dioste bendiga! –Reía abrazandoa su amigo (y es que hacía dos años que no habíapodidover Arnold. A pocos metros de ellosestaba Ben. Este año habíadecidido que no iba a disfrazarse, y estaba sentado en el parque, saboreandoun poco de “Gluhwein” mientras observaba tranquilamenteel pasacalle.*Para estar un poco más al tanto de esta fiesta, diré algo más al respecto. Resulta que habíacuatro grupos en el pueblo, y solo tres marchaban. Iban a diferentes horas de pasacalles y se citabanen el "Kalerre", que es y era el lugarde llegada común. Cuando se
  • 18. juntan allí,tendíana beber sin compasión el sabroso "Gluhwein"(una bebidaalcohólicatípicade Austria, hecha con vino tinto, canela, clavo, naranjay hielo). Ben movía su cabeza de un lado a otro al ritmo de la música, y bebía a pequeñossorbos de su cuenco. De repente vio sacudiendo una pandereta a esa chica que vio pasar por la ventanade la panadería.–Fíjate…–se dijo–. Sí que lo hace bien… Un rato más tarde, la marcha se encontraba ya mediadala calle Badergraben, y por allíhabíanmontado entre una multitud de árboles de hojas amarillentasy troncos grises, unos puestos ambulantesde comida. Sobre no sabría cuántas mesas llenasde tazas y platos, habíamanzanasde caramelo, pescaditosfritos, costillasa la brasa con miel, y huevos escalfadosy salpimentadoscon hierbas. Ben compro rápidamenteentre los vapores un aperitivoque devoro al instante junto a un muro de piedra pulida.Tras eso, Ben miró por allí a ver si volvía a verla, pero no. CAPÍTULO 5 Unos añosmás tarde, la noche era fría en Holanda.Una lluvia que habíaempezado de madrugada, no había parado en todo el día y se había intensificadohacíaunas horas, en una tormenta. La humedadcalaba hasta los huesos; y el viento soplabafuerte entre los árboles, haciéndolosrechinar. Desde las afueras de la ciudad, la visión del viejo puerto marítimo parecía desde cierta distancia,una especie de mosaico de colores amarillos, naranjasy azulados;mediante lasluces que salíande las casas a través de una neblinaque se escampaba hasta la marisma. Este lugarera el puerto de la ciudadde
  • 19. Den Helder, en Holanda,y estaba en la costa junto a un pequeñocerro repleto de unos pinosaltosy de amplias ramas que iban bordeandoel camino principaldel puerto y se internabanpor muchos de los diques que facilitabanel acceso a los barcos. Había a la izquierda un amplio círculo de agua rodeado por unos grandes pilotes. Un poco más adelante,tras una valladerruida, se levantabanlasviejas casas de piedra y madera, con sus peculiares tejadospicudos con largas chimeneas. Casi en el centro del puerto, la torre del reloj del astillero marcaba cuatro minutossobre las once de la noche, cuandoalgo empezó a verse a lo lejos, en el mar. Al mismo tiempo, un bulliciose estaba escapandopor todo el muelle. La gente estaba gritando dentro y fuera de los recintos. Unos pasos apresuradosrecorrían el muelle. – ¡Se acerca un monzón!, ¡se acerca un monzón! –gritaban preocupados. Un momento después se vio amarrar en el muelle un barco, una fragata, que podía cargar hasta unas 300 toneladas.–Oye Marlon, mira que barco más bonito... ¿verdad, amor mío? Cómo me gustaría poder viajaralgún día en uno así –murmuró una señora con una larga falda floreada que estaba agarrada al brazo de un hombre. La bruma se habíaescampado y ahora ya estaba por toda la costa, por en medio de las casas y por los caminosdel puerto. Muchas personas ataviadascon fardos corrían de un lado para otro buscando su barco bajo la lluvia,mientras un agradableolor mezcla de café tostado, leña y carne a la brasa flotaba en el aire, provenientede algunasde las cantinas que había por allí. Pasaron entre unascosas y otras dos horas largas. Alexandra, a la que llamaremosAlex, estaba tomandoun café caliente sentada junto a la ventana en el interiorde la cantina.Allí miraba mientras sacudía la ceniza de su cigarro,
  • 20. viendo cómo la luz de los faroles que habíaafuera, iluminaba cientos o miles de gotas de lluvia.Tras ella,unos marineros con las ropas empapadasy llenasde barro, apostabansus pagas jugandoa las cartas y riendo. – ¡Escalera de color! – dijo nervioso uno de los marineros mostrando sus cartas sobre la mesa. –Es escalera de colorRob… ¡Ja, ja! –Dijo otro partiéndose de risa– ¡Rob, serás idiota!Ja, ja, ja. – ¡Maldito embustero! Es la segunda vez que me sacas a la Reyna de rombos –gritó el tal Rob golpeandola mesa–. No dices una verdad en toda la partida y ¿ahora me jodes con esto? – dijo estampando una jarra de cerveza contra el suelo. –Vale,vale, tranquilo.Y págame • La señorita Alex era una mujer de rasgos finos y metro ochenta de altura. Tenía unosojos afiladosde color verde claro tras unasgafas y un pelo liso y largo entre rubio y castaño hasta la cintura. Era de carácter decidido,afable y arrollador;y tenía un tono de voz meloso a la vez que desprendíainteligencia.Normalmente utilizaba una forma de vestir elegante. Mientras Alex se calentabael cuerpo con el café y el brasero que tenía bajo la mesa, afuera, Benjaminaclarabalos últimos puntosdel viaje a unos marineros. – Queremos saber que sacaremos de esto! –le dijo receloso uno de los tripulantespor la espalda. –Si Pecas, si… –respondió. – Yo ya no entiendo nada. ¿Podría decirme a que viene ahora todo esto Ben? –dijo otro. –Estoy pensando en ir a Austria –respondió cruzando los brazos de nuevo mientras apoyabala espalda sobre un tronco que estaba recubierto de una resina endurecida.•Ben se había convertido en alguienbastante estricto con las normas y seguía su trabajo siempre al pie de la letra. Como persona, no era tan tenso, aunquesiempre manteníasu manera profesional de trabajar. En este momento llevabauna
  • 21. chaquetaoscura y medio andrajosa, pero que le encantaba,y una camisa blanca,unos pantalonesnegros y anchos; y un cinturón. ¡De eso nadacapitán!, ¡ese no era el trato! Además, no pienso trabajarcon este –dijo Tizano (que era casi con toda seguridad el hombre con el carácter más agrio de todo el barco) –Oigamos que tiene que decir Ben al respecto – respondió otro. –Tenemos poco tiempo. Podemos pasar la noche aquí discutiendo,o tomar una decisióntodos juntos. – ¿A si? –pregunto el Pecas nuevamente. – ¡Sí! Si vamos a seguir adelantetiene que ser ahora. – ¡Llevo en este barco por lo menos cuatro añosy aún sigo sin poder montarmi negocio! –dijoun tal Bermondsey con el tono más irónico que pudo. – ¡Compórtate Bermondsey! –Dijo Ben– Solo quiero que me ayudéisa llegar hasta allí. Yo me ocupare del resto, y seréis recompensados de sobra. Tienes mi palabra. Paso un buen rato mientras conversabany llegabana un acuerdo que convenciera a todos, y así entre unascosas al final, los últimosen subir al barco fueron Alex y Ben. –Rápido y embarquemos cuanto antes por favor, no hay tiempo que perder. Estoy helada –dijo Alex subiéndoseel cuello del abrigo. Enseguida –dijo Ben–. Parece que al final se ha decididoacompañarnos.Pero, antes de nada, permíteme decirte que siento que ya nos hemos visto antes. ¿Nos conocemos quizás? –Tambiéntengo esa sensación, pero no lo creo, la verdad. –Bueno... ¿Ya han sido cargadas todas provisiones? –grito Ben girándose haciala tripulación,la cual estaba ya casi en su totalidaden la cubierta, esperando. – ¡Si hombre, sí! –respondió girándose el cocinero jefe (Un hombre grande y rubio con un bigote largo y trenzado). – ¿Y todo lo demás? – ¡También,también! ¡Todoestá como usted
  • 22. deseaba! – respondió un hombre. –De acuerdo. ¡Pues partamos ya, aquí ya no hacemos nada!¡Vámonos! Levaron las anclasy zarparon a toda prisa hacia la ruta prestablecida.El barco salió escopeteado impulsadopor un fuerte viento, cogiendo más y más velocidad progresivamente rumbo sur, dejandotras de sí una estela blancay espumosa que se manteníaflotandounos segundos bajo la tormenta. El mar estaba embravecido.La verdad es que pocas veces un barco se había aventuradoa zarpar en estas circunstancias. Los rayos se multiplicaban, mientras las nubes se desplazabana toda velocidad,aunqueno se alcanzabaa verlas salvo por algún destello. El viento era huracanado.Las olasmás pequeñasrompían sobre el casco y pasaban por encima de las velas, mientras las más grandes hubieran tumbado al barco de seguro de no ser por sus dimensiones. – ¡Esto no irá bien! –Dijo el navegante no mucho después tras apretarse el gorro –Si no nos hace un agujero una roca, o nos alcanza un rayo, nos tumbara algunade esas olasgigantes… y yo soy nuevo en esto, o vamos a coger un frio ártico procedente de Islandia…mala cosa Ben… –Bien, si sabes un camino mejor, ¡llévanospor allíy no te quejes! –dijo Benjamin. –En fin… que el Klabautermannnos ayude… *Un “Klabautermann”es un personaje de la mitologíade Europa, descrito como un Nixe (o también llamadoNeck o Nyx, un tipo de espíritu del agua); que según la mitología asiste en sus funciones a los marineros y a los pescadores del Mar Báltico. Es una criatura alegre y diligente, con un conocimientoprofundo de la mayoría de embarcaciones,y un talentomusical insuperable.Tambiénse dice que rescata a los marineros*
  • 23. Tras un día entero de navegacióndejaron atrás el mal agüero, por donde se veíanalgunospequeñospueblos iluminadospor unasminúsculasluces que parpadeaban.Esto era Inglaterra, cerca de la región de Londres. Al día siguiente, el cielo habíaamanecidoen un tono claro, donde unas nubes en el horizonte tenían unos colores amarillentosy rosáceos. La noche anterior habíaparecido solo una pesadilla. Pasaron dos días más. Casi al caer la cuarta noche, alguiendijo que ya no faltabamás de dos o tres díassi el viento ayudabaun poco. El navegante en ese momento dijo que necesitaba dormir al menos unashoras, por lo que se retrasaron un poco más. Así, fueron recorriendo la ruta trazada rumbo a Austria, con la costa a lo lejos. CAPÍTULO 6 En el salón comedor del barco estaba pasada la hora de la cena. Algunosde los hombres que habíapor allí empezabana cantar. *Habíahasta unoscuarenta marineros repartidospor todo el salón. –Viajaraquí es una gozada mochuelo, te lo digo yo –dijo Phil, quien tenía a un niño muy revoltoso sobre sus rodillas. El niñoobservaba la decoraciónen el regazo de aquel hombre mientras masticaba una manzana. Mirabacon ojos de búho las paredes, lascuales estaban entabladascon una madera oscura en lasque habíaventanales redondoscada poco. Por el centro del salón habíauna alfombra que iba de punta a punta desde la puerta de entrada hasta la escalera que llevabaa los dormitorios. Al fondo habíancolocados también unos tapices. Nnie, se paseabade un lado a otro
  • 24. tocando una melodíacon una armónica que le había regalado una mujer que habíaconocido en el puerto. Fue a dar al balcón, y se quedó allícon la mirada perdidaen el horizonte con una sonrisa. A la izquierda de ese balcón estaba la zona de los sillones, y allíse manteníauna conversación. –Teníasrazón... ¡realmente me hacía falta! – fue lo primero que dijo Ben al volver al sofá. Se habían conocidohace tan solo unos días, pero habíaalgo en él que le inspirabaconfianza. – ¿En qué piensas? La voz de Ben la apartó de sus pensamientos. –Nadaen especial... –respondió sorprendida al verse bebiendode su vaso. – ¡Músico! Cántanosesa canciónque hiciste la última vez. Solo deme un minuto para prepararme, contesto. – Estamos camino haciaHallstatt, y no queda ya mucho para llegar. Pasaron unos díasy el barco llego a eso de lastres de la mañanaa Esloveniay hecho amarres. En la parte exterior del puerto, y dejandoatrás ya el barco, les esperaba una diligencia.Estaba enlazadaa cuatro caballos oscuros y solamente Alex y Ben subieron para dirigirse hacia Hallstatt. – Bueno… si me disculpas… –dijo Ben, y cerró los ojos para dormir un poco. Marcharontoda la noche y todo el día. Llegada la tarde decidieron hacer ya una buenaparada en un área arboladapara que los animales bebieran, comieran del pasto y descansaran un rato. En aquellazona de pronto encontraron un grupo de caravanasque estaban acampadasal otro lado del camino. Ben no se lo pensó dos veces y fue a hablarcon ellos, probablementepara ver si podíaconseguir algo de comida, si es que eso era posible. Mientrasse presentaba a aquellosviajantes, de repente el
  • 25. olor de té recién hecho le cosquilleóen la nariz, y le transmitió como por encanto una sensación de bienestar, igual a la que sentía cuando estaba en su casa. El caso es que tras hablarun rato con la gente de lascaravanasle sirvieron una taza de té ligeramente ahumado,aromatizadacon pétalosdiminutosy las hojitasde unasplantasde naturaleza imprecisa que crecían a orillasde los lagosde Austria. Allí hablaronsobre una alfombra gigantesca de color rojo, que estaba llena de dibujos,junto al jefe de la gran expedición.Parece ser que la expedición era cercana a lasmil personas, y allí el jefe contabahistorias que la gente escuchaba con atención.Se puede decir que saboreabaahora uno de los momentos más agradables de la jornada:la escandalerade los últimos remates de la instalacióndel campamento de aquellasgentes, y la degustación del té. Después de un día de viaje agotador, que seguramente le habíaparecido extraordinario,había escogido un sitio para descansar con mucha fortuna. •Thomas: Van a pasar la noche en un lugar especial. Este lugar se nota que rebosa de calma, y si se fija, hasta el entorno parece proporcionarbuen refugio. •Ben: Desde luego, es un sitio francamente bonito. Falta mucho de aquía mañana y tenemos toda la noche para charlar. Tendré paciencia,vaya con sus hijosa terminar de aparejara los animalessi quiere. Paso un buen rato. Tras acabarla faena los viajeros, encendieronunas pequeñashoguerascada poco, y se pusieron a ahumarcarne. Puede decirse que se lo montaban bien. Algunos de los hombres jugabanal ajedrez por allío a las cartas. Un poco más alláunas mujeres se masajeabanlas unas a las otras o se lavabany peinabanmientras charlaban
  • 26. animosamente. O simplemente descansaban los pies en un barreño de agua. – Hola… –dijo Alex a una de las mujeres que parecía disfrutar del tiempo, la cual estaba con un niño de unos cuatro años. – Hola. – Madre mía, menudaexpedición tenéis aquímontada. – Si, ya ves, somos unos cuantos ¿verdad? –respondió sonriente. – Pues sí, demasiadospara mí. Y menudo olora carne asada, me van a rugir las tripas. – Ja, ja, si somos un montón de bocas a alimentar. Tranquila quealgo abra para todos. – Ojalá. De donde yo vengo no se ve nada parecido a esto. Mira que guapo es tu niño ¿Cuánto tiempo tiene? – Cuatro años. – Que alto que esta. Madre mía… – Je, je. Si. Será porque no para de comer, es un glotón. Se puede comer una bola de queso entera él solo de una sentada, le encanta –dijo la señora acomodándosemientras Ben se unía ahora a elloscon un plato de guiso en una mano. Mas tarde hablarontoda la noche con aquellaspersonas, y casi sin darse cuenta llego la mañana. El tiempo paso asombrosamente rápidamente para Alex, quien se sentía muy a gusto en la compañíade las mujeres de aquella expedición.De algunamanera se sentía como en casa, y probablementefue la mejor noche de todo aquel viaje para ella. Tras amanecer, la partida de aquellaspersonas ya era cercana. En la inmensidaddel bosque los laboriososviajeros además de estar de expedición por razones que no quisieron compartir, manteníana raya los caminos y sembraban árboles y toda suerte de plantas,regadas con un sistema de canales que conducíasabiamente el agua desde algún lugar. Ben nunca supo nadamás de ellos, ni por qué hacíanaquellas cosas, pero en aquelmomento pensó en su labor, y le asombro la tupida barrera casi a escuadra de álamosaltos y
  • 27. elegantes árboles que esa gente cuidabacon tanto esmero. Escucho decir que aquellomarcaba la frontera entre la aparente quietuddel bosque y la animacióndel reino de los hombres, según ellos. A las órdenes de Thomas, jefe de la caravana,y de sus asistentes principales,Aiem y Kheo, los mil viajerosse pusieron en marcha tras despedirse del Don y de los demás con mucha cortesía. Thomas tenía animales bien cuidadosy mejor alimentadosque tirabancon fuerza sin mucho esfuerzo, y enseguida desaparecieron por el camino. Al mediodíaalmorzaron pan tostado, café y mantequilla.Ben habíacanjeadotodo esto por un pequeñoanillode oro la noche anterior. Después de darse un baño frio en un estanque natural que Thomas les habíanenseñado, montaron en el carruaje y marcharon para llegara Hallstatt ya del tirón. CAPÍTULO 7: FINAL El carruaje paró en Hallstatt , y Alex bajó y se marchó calle abajo. Teníaalgunascosas que hacer. Ben bajó y camino hacia el mayor recinto de los que habíaallí. Tras subir unos pocos escalones, vio un largo jardín lleno de setos podados, plantasy flores. Allíse respiraba un agradableolor a césped recién cortado. Luego entro en una pequeñacasa muy iluminadaque estaba bajo unas escaleras, donde un hombre se levantóal ver entrar a Ben. – ¡Cuánto tiempo! –dijo estrechándole la mano. Lamento la tardanza Peter. No hace falta que te disculpes, contesto. – ¿Quieren una copa de algo? –Quizá después. Y hablaronun buen rato de cosas irrelevantespara esta historia. Mas tarde se les uniría Alex
  • 28. tras finalizartanto ella como Ben las cosas que cada uno habíanvenidohacer, uno de índoleprofesional, y otro personal. Como son las cosas, que muchas veces las razones por las que vamos a un lugar pasan volandoy recordamos más el tiempo restante ¿Verdad? Así pues, Ben abrió los ojos y se encontró acostado en una cama. Vio que estaba en una habitaciónque tenía unas irregulares paredes de ladrillos.La habitaciónestaba compuesta por una cama y un armario de puertas grandes. Más alláhabíauna mesilla con una sillay un sillón. Ben se levantó y camino descalzo sin demasiadaprisa haciala puerta. Abrió con suavidady vio que el cuarto en el que estaba, daba a un gran salón que estaba iluminadopordos chimeneasconstruidas en lasparedes este y oeste del hogar. Tras un minuto, salió de la habitación,y allívio a Peter que habíamedio acostadoal lado de una de las chimeneas, al cual las luces del fuego y las sombras le cubrían o descubrían la silueta por instantes. Ben se acercó a él. –Buenas. Parece que ayer bebiste un poco de más. –Eso me parece ¿Dónde estamos? –dijo agarrándose la cabeza y mirando a su alrededor. –En mi casa –respondió. – Alex vendrá enseguida. Dime ¿De qué te gustaría hablar?–dijo Peter –No sé. Cuéntame algo de ti –dijo Ben. – ¡Ja, ja! –rio–. Como quieras. A ver qué podríacontarte... Le contó seguidamente algunascosas alegres, y otras no tanto; de unoslugares lejanosde los que Ben nunca había escuchado hablar, y bajo la desliñadabarba que tenía Peter, hablóde algunascosas complejasy de otras simples. Luego fueron a la bodega de Peter, dondeencendió un fuego que empezó a chisporrotear rápidamenteen un pequeñohorno
  • 29. que habíacon unastablas. Así iluminó la habitaciónhasta que se marcharon un buen rato más tarde a la cocina. Ben se asomó por la ventana de la habitación.Era tarde ya y desde allítodo parecía fresco. ¿Si quieres algo? –Tomare un café. Alex llego poco después y se puso a cocinar junto a Peter unos trozos de pollosobre unasparrillas. El olorde la carne habíallenadotoda la cocina. Ben se sentó en una silla que habíafrente a una mesa alargaday Alex hizo lo mismo poco después. Peter charlabay se quejabaa Ben porque tenía hambre. Al rato cenaron. –Bueno, disculpadme,voy a tumbarme un rato –dijoPeter tras dar el último bocado a una manzana y echarla a una cesta. –Vale. Yo creo que también me acuesto ya –dijo Alex. –Y yo también. La noche pasó y llego el día. Y otro día, y otro. Y los meses, y los años. Lo que sucedió para ir finalizando,he de deciros que es que tanto Ben como Alex tras esa breve instanciaen Hallstatt, labraron una buenaamistad, y siempre conservaron un buen recuerdo de aquel lugar. Frente a las ventanasde casa de Peter, Ben volvíade tanto en tanto para finalizarun jardín que se habíanpropuesto hacer junto a Peter. Seguramente como excusa para ir a visitarlo más a menudo. Habíanpasado alrededorde tres años de aquellacena, y Alex fue allí, en Hallstatt, donde la hasta entonces incansable viajera, decidióvivir salvo por alguna escapadaocasional. En el primer día de mayo de 1708, llego a Hallstatt una noticia.Ben y Alex habíanregresado juntos con la intención de comprar una casa y vivirallí. Ambos ya habíantenido
  • 30. todas lasaventuras que podíanhaber esperado. Así, que finalmente, y en parte gracias a la insistencia de Alex, encargaron construir una casa a medio camino de la casa de Peter y las montañas. Eran ya muy amigos de él, y pronto simpatizaron con su pareja. De hecho, no era raro verlos de visita acá o allá,o haciendoalguna comida en el jardín. Una de las conversaciones más comunes que podíaescucharse en una de esas cenas era tal que así: •Peter: Pues sí, si… por fin tendremos un querubín. Que dura fue la espera. •Alex: Eso dices ahora, pero ya veremos. •Ben: No, ni siquieralo pienses. No hagasni caso a esta mujer Peter, es una quisquillosa... Unos meses más tarde todos recibieron con afecto al niño que la mujer de Peter dio a luz, y le pusieron Ethan de nombre. En Hallstatt hubo otras historiasmenores todavíaque Ben y Alex compartieron. Historias de antañocomo se suele decir, pero el caso es que fue algunosunosaños después, en un día soleado de agosto, en el que Ben y Alex se casaron. Lo hicieron junto al Lago. La compañía era reducida, pues así es como Alex quiso que fuera, y el clima se comportó hasta las últimashoras de la noche. – ¿Querrías casarte conmigo, Alex? Ella sonreía. – Si Ben. Me casare contigo –respondió. En este punto,ya cerca del final de la historia, nos encontramos en un día de principiosde invierno.Ben estaba
  • 31. acostado en el sofá comiéndose una pieza de fruta. El viento entraba por las ventanasy era mucho más agradablede lo que lo habíasido inviernosanteriores, o a menos eso le pareció, y Ben recordó el primer día en que habíavisto a Alex. Así acaba esta historia. Podría contaros brevemente algunas cosas sobre algunosde los viajes que Ben vivió, y seguro que algo acabaríapor sorprenderos. Hizo alrededorde una veintenamás de viajes a diferentes puntos, pero esas cosas quizá, serán para otra ocasión. Para poner un punto final a esta historia, lo más importante a decir supongo que seria, es que allí;fueron Alex y Ben. FIN