12. “Las (ciudades de la Turdetania) que más auge
han adquirido son Corduba, fundación de
Marcelo, y por su fama y pujanza también la
ciudad de los gaditanos, ésta por sus
empresas navales y por haber estrechado lazos
con los romanos mediante alianzas y aquélla
(Corduba) por la fertilidad y amplitud de su
campiña, a lo que contribuye en gran medida el
río Betis. Desde un principio la habitaron
gentes escogidas de los romanos y los
indígenas, y además fue ésta la primera colonia
que enviaron a estos territorios los romanos.
Después de esta ciudad y la de los gaditanos
descuella ciertamente Hispalis, colonia también
ella de los romanos” (Estrabón, III, 2, 1). 12
13. CIL II2/7, 273, Corduba: L. Axio l. f.
Pol(lia) Nasoni q(uaestori) trib(uno)
milit(um) pro leg(ato) X viro stlit(ibus)
iud(icandis), vicani vici Hispani
14.
15. Córdoba, suelta tus cabellos y pon triste semblante;
llorando envía flores a mi tumba. Ahora, Córdoba
lejana derrama lágrimas por tu poeta. Córdoba
nunca tan triste como ahora. Ni en aquél tiempo, en
que volcadas las fuerzas del orbe, cayó sobre ti la
ruina total de la guerra; cuando oprimida por males
iguales, perecías por ambos bandos y te eran
enemigos César y Pompeyo. Tampoco en aquel
tiempo en que una noche !ay dolor!, fue testigo de
trescientos funerales: noche suprema para ti. Ni (fue
mayor tu tristeza) cuando el ladrón lusitano sacudía
tus murallas y su lanza disparada traspasaba tus
puertas. Yo, tu ilustre ciudadano de otros tiempos,
gloria tuya seré sujetado a una roca (desterrado)
Séneca, De se ad patriam
18. “En cambio Metelo, al regresar a la Hispania Ulterior después de un
año, era saludado con gran honor por quienes acudían de todas
partes, tanto de uno como de otro sexo, por los caminos y poblados.
Cuando el cuestor Gayo Urbino y otros, conocidos sus deseos, lo
invitaban a una cena, mostraban un cuidado que sobrepasaba el
estilo de los romanos e incluso el de los demás hombres, adornando
la casa con tapices y gallardetes y levantando escenarios para la
representación de los actores; también, la tierra estaba salpicada de
azafrán, y otros detalles recordaban un templo concurridísimo.
Además, luego, estando el sentado, una estatua de la Victoria, hecha
descender con una cuerda en medio de un estrepito artificial de
truenos, le ponía en la cabeza una corona; y, cuando a continuación
caminaba, se le suplicaba con incienso como a una divinidad. Por lo
general, cuando se sentaba a la mesa, llevaba la toga bordada como
indumentaria, disfrutando ciertamente de exquisitos banquetes con
muchas especies de aves y fieras anteriormente desconocidas,
buscadas no solo por toda la provincia sino también al otro lado del
mar, en Mauritania. Con esta conducta redujo en buena parte su
gloria, en especial entre los señores ancianos y honorables que
consideraban aquellas maneras arrogantes, impertinentes e indignas
de la autoridad romana” (Salustio, Historia, II, 70). 18
20. “Así, pues, habiendo mandado a la
Ulterior dos legiones con Quinto Casio, tribuno de la
plebe, él con seiscientos caballos marcha a grandes
jornadas, y envía delante un edicto señalando el día
en que quiere que los magistrados y principales de
todas las ciudades se presenten ante él en Córdoba.
Promulgado este edicto por toda la provincia, no
hubo comunidad que no mandase a Córdoba parte de
su senado, ni ciudadano romano de alguna distinción
que no concurriese el día señalado. Al mismo tiempo
la comunidad de Córdoba por sí misma cerró a
Varrón las puertas de la ciudad, y las dos cohortes
llamadas coloniales, que por azar habían ido allá, las
retuvo para defensa de la plaza.”
CÉSAR, Bellum Civile, II, 19, 1-3
20
22. “Tras la asamblea vuelve a Córdoba y ese mismo día, por la tarde,
mientras se dirigía a la basílica, un tal Minucio Silón, cliente de
Lucio Racilio, le entrega un escrito, como haciéndole llegar en
cuanto que soldado alguna petición e, inmediatamente, so pretexto
de esperar la respuesta, se escurrió raudo por detrás de Racilio
con el consentimiento de éste (pues Racilio le cubria el costado a
Casio) y, sujetando al pretor por detrás con la mano izquierda, con
la derecha le asesto dos punaladas. En medio del griterío que se
levantó, se produjo la acometida de todos los conjurados. Munacio
Flaco atraviesa con su espada al lictor más cercano; muerto éste,
hiere al legado Quinto Casio. Entonces Tito Vasio y Lucio Mercelón
secundan con parecida audacia a su conciudadano Flaco: pues
todos eran de Itálica. Lucio Licinio Esquilo acude raudo hacia el
propio Longino, que ya se encontraba tendido en el suelo, y lo
hiere levemente. Acude gente en socorro de Casio, pues desde
siempre se habia acostumbrado a llevar consigo una guardia de
berones y un importante contingente de veteranos reenganchados
con el armamento correspondiente. Éstos cierran el paso a los que
venian detrás para participar en la masacre; se encontraban entre
ellos Calpurnio Salviano y Manilio Túsculo.” (B. Alex., 52-53;
Calonge-Quetglas, 2005, 334-335). 22
32. “Escápula, cabeza de toda la
sedición, que después de la batalla había
venido a Córdoba, junto a su familia y
libertos, se hizo levantar una pira, mandóse
servir una espléndida cena, y revestido de
sus mejores arreos, distribuyó allí mismo su
dinero y alhajas entre su familia; cenó
temprano, y se ungió con una mezcla de
resina y esencia de nardos; finalmente, llamó
a un esclavo y a un liberto que había sido su
concubino, ordenando al uno que le
degollase, al otro que encendiese la pira.”
CÉSAR, Bellum Hispaniense, 33
32
33. “Tan pronto como Cesar instalo su campamento enfrente
de la ciudad, empezaron en ésta las disensiones entre
cesarianos y pompeyanos, hasta el punto de que el
griterío llegaba casi hasta nuestro campamento. Se
encontraban allí las legiones formadas con la recluta de
desertores de nuestro ejército y, en parte también, con la
de los esclavos urbanos que habian sido manumitidos
por Sexto Pompeyo; éstos, con la llegada de César, se
avinieron a combatir. La legión XIII asume la defensa de la
ciudad; los nuestros, entablado el combate decisivo, se
apoderaron de parte de las torres y de la muralla. Los
partidarios de César le enviaron de nuevo emisarios, para
que hiciera entrar las legiones en su ayuda. Cuando los
desertores se dieron cuenta de esto, empezaron a quemar
la ciudad. Derrotados por los nuestros, murieron unos
veintidos mil hombres, aparte de los que sucumbieron
fuera de la muralla. Asi, César se apodero de la ciudad.”
(B. Hisp., 34; Calonge-Quetglas, 2005, 496). 33
34. Tabla de la Ley Colonial de Urso (Osuna, Sevilla)
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