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1
Salvaje
filosófico
Patricio Hernández R.
2
Índice
Mi poesía............................................................................. 7
Niña-mujer..........................................................................8
Ñocos....................................................................................9
Voy soñando por las calles de Quito...............................11
Ese río no cesa de fluir......................................................12
12 de marzo....................................................................... 14
Salvaje filosófico................................................................17
Deshojando a Margarita.................................................. 18
Plan romántico de un gourmet........................................21
¿Por qué no?......................................................................22
Al rozar tu pubis…............................................................23
Vanamente erigido sobre una sospecha........................24
La Infinita Transparencia................................................26
Tierra, cielo, agua............................................................. 27
Inducción de la gallina ciega...........................................28
Platónico, nada convencional..........................................29
Un beso de cucaracha......................................................32
Matemático evaluador de vivencias...............................34
Hay preguntas que matan...............................................35
Nubesol .............................................................................39
El apagón.......................................................................... 40
Rutilante se desliza..........................................................44
El Máster...........................................................................45
Espera................................................................................49
Whitman............................................................................50
Un estúpido imprevisto...................................................52
Naturaleza de los insaciables..........................................54
Sal y arena.........................................................................56
La mariquita gris..............................................................58
En busca de Mar Bravo....................................................59
6
Mi poesía
(1986 – 1989)
7
Todo lo que merece llamarse,
lo que la luz y el viento abrazan,
los ojos de un niño al nacer,
un corazón despertando en pubertad,
la cadencia de dos cuerpos que se aman,
el galope de un caballo salvaje,
o el dolor del joven amante rechazado;
también las sombras de la guerra,
las esperanzas de un pueblo marginado,
y el grito del rebelde,
que al alba fusilarán
como un sonoro presagio
de alzadas voces miles
que proclamarán la libertad.
Mi poesía
8
Te rehúsas a morir
indómita errante en mis neuronas
causas embolias en mis presentes
con la misma audacia de tus piernas
esas de tu sabia adolescencia
y me retrotraes hasta allí
al mismo rincón al mismo olor
a esas mañanas de eterna ansiedad
alborotando mi instinto
reiteras la tácita inquietud
¿cuándo haremos el amor?
y tu valor y mi niñez
se enfrentan para repensar el mundo
para olfatearnos desde lejos
y atisbar lo que mutuamente perdimos
frívolamente
impecables héroes de cera
aunque mi espada y tu trinchera
se derretían en el sol de la espera
guardándonos para la historia
de laberínticas celadas
en el jardín del deseo
en el salsipuedes de la edad
hasta que la respuesta desvencijada
abandonas en mi lengua
reflejado en sinuosos lugares
de perfectas construcciones muertas
respirando días triviales
allí desapareces poco a poco
atravesando mi retina sin despedirte
sin prometer volver
eternamente niña-mujer
Niña-mujer
9
“A todos ellos...donde estén”
Jugando ñocos con el Pambazo y con el Fredy, o con el Lucho y
el Pulga, o con el Hugallo y el Mafo, o con el Filete; era como explorar
algo secreto. Como buscar un tesoro escondido entre las piedras. Se-
guramente muchos más deben haberlo experimentado. Lo sentíamos
cuando tingábamos con apasionada precisión. Yo jugaba con la bola
“china”, mi preferi¬da, pegándole con el índice de mi mano derecha,
mientras con la iz¬quierda la retenía entre el pulgar y el índice.
Eran paisajes grotescos. La bola rodaba y se depositaba en
“cavernas” que parecían haberse formado en la calle empedrada solo
para que nosotros las encontremos y las usemos. Cada vez que jugá-
bamos era una aventura. Incluso, a veces, salvábamos el pellejo esqui-
vando los pocos carros que por ahí transitaban.
Al final estaba el “trono”, el sitio más recóndito y codiciado.
Era el hueco más espectacular de la Tierra, generalmente ubicado a
corta distancia del penúltimo agujero, pero con características diferen-
tes, porque su diseño siempre hacía especialmente difícil que la bola, al
ser lanzada, se deposite en él y se corone. Al conseguirlo se aplacaba la
ansiedad que se acumulaba en nuestros pulmones, turno a turno, con-
teniendo la respiración en cada golpe para intentar ser más precisos.
Recuerdo que mi hermano era el mejor, incluso que el Lucho,
que era “viccio”. Mi hermano era “triccio”, pegándole a su bola con
la uña del pulgar de su mano derecha. Y !pas!, la bola viajaba segura,
pausada, artísticamen¬te, y al topar el centro mismo del “trono”, ape-
nas rebotaba, y se coronaba majestuosa. Entonces, por unos segundos,
el ganador saboreaba la felicidad. Los demás no sabíamos qué de-
cir ante la maestría del coronador. De pronto, caían nuevos panas, el
Ñocos
10
Coba, el Palomeco, el Chantizo, el Llova, los Gemelos, el Ojoevidrio; y
empezábamos a jugar de nuevo. Pero esta vez los ñocos debían variar.
Entre más éramos, mayor debía ser el grado de dificultad, con más
obstáculos, había que esforzarse más. Para eso, no sé cómo aparecían
nuevos huecos inverosímiles entre las piedras de río que hacían la calle,
aunque a veces solo era cuestión de escarbar con los dedos y expulsar
el musgo y tierra que aprisionaban.
Si era de día, cuando se extendía el juego, de repente teníamos
que oír el grito de alguien diciendo algo como “Ve, Fredy, ahora si te va
a matar mi mami, te ha dicho que compres los huevos para el almuer-
zo y vos ni caso”; o un “Eduarrdooo, a comer mijo”. Allí, sin prisa pero
de forma inevitable, uno a uno salían los jugadores, hasta que todos
íbamos a “jamar”. Se deshacía el juego y el sol caía torturantemente
sobre los ojos tristes de los perdedores, y alumbraba mejor que nunca
el camino de regreso a casa de los ganadores.
Si era tarde, el juego transcurría hasta que llegaba la noche,
aunque de vez en cuando no nos importaba y seguíamos jugando a
tientas, bajo la luz blanquecina de los postes del alumbrado público.
11
Si imagino encrucijadas
donde dos estirpes lidian
la batalla que da origen
a una indócil raza mixta;
Donde el sur y el norte se unen
y una luz rebelde brilla
despertando un continente
a erguirse en soberanía;
Donde el cielo con la tierra
quiere unirse en las colinas,
y un cerrito de leyendas
en un valle se extravía;
Donde a tradición urbana
se une un gran raudal de vidas
tras una revolución
que en igualdad y justicia
transforme su sociedad
que por historia ya es digna;
Si imagino encrucijadas
sueño en mi ciudad nativa.
Voy soñando por las calles de Quito
12
A Felipe Cciufardi
Ese río no cesa de fluir.
Ese que encontramos en Pucará,
sus aguas nos acompañan,
extienden su cauce por nuestras vidas,
nos recorren todo el cuerpo,
y el espíritu.
Nos purifican.
Ese rio con sus aguas,
nos cambió para siempre.
Al sumergirnos en él
logramos ser una parte suya,
espuma, burbuja, corriente repentina.
Logramos hacer un pacto con él
y entre los dos.
Ese pacto no cesa de fluir,
no cesará nunca.
Ahora sin tu presencia de juventud,
fluirá y revivirá
en cada noche, en cada día,
en cada río,
en cada risa y aventura,
en todas las vivencias,
cálidas y salvajes,
en todos los buenos amigos,
y en ese afán impetuoso
de ser joven y vivir.
Ahora es evidente,
Ese río no cesa de fluir
13
cuando nos dejas
te quedas para siempre,
conmigo y con todos
en esa orilla,
en ese río
repentinamente doloroso
de nuestra amistad.
14
12 de marzo
Qué pasó con la amena chupetiza,
las frases irreverentes,
tan cándidas,
y las maliciosas miradas
en las situaciones cotidianas
al subir el bus o desde él,
al volar desde el aula,
no precisamente hasta el conocimiento,
ni por motivaciones altruistas,
ésas que nos desnudaban para jugar
así, quietos, por un buen rato
con el sexo que se reía y se sentaba a mirarnos
con su rostro de espera;
esas miradas que no eran nuestras,
que eran del mañana,
de tu estirpe, de la mala sangre que llevabas,
y de esas muchachas que eran aptas para todo,
tan solo un ensayo y eran estrellas,
de tu vida o de tu muerte;
de esos secretos que no eran solo tuyos,
ni de tu calle o de tu barrio,
que eran las verdades de tu cosmos
al que te tocó cargar
y fornicar,
que solo tu sabías
que debían ser,
tan seguro como que era 12
y era marzo,
aunque no tan importante
como los días que debían venir.
Quizás estemos volteados,
un breve viraje y
15
apostándoles a nuestros añorados incógnitos,
con el futuro y desde el pasado,
días como ese no volverán,
vendrán otros
con colores y olores, ritmos y ganas
nuevos,
vendrán con hermosas victorias,
serán los mejores días del universo.
16
Salvaje filosófico
(1990 – 1992)
17
Salvaje filosófico
Luciérnagas fúnebres parecemos empezar, cuando de pronto
hallamos y nos hallan, razones vitales, energéticas, que nos prenden, y
extasiados nos acariciamos creyendo haberle ganado la partida al cos-
mos, porque siendo tan grande el pajar, nosotros encontramos la aguja
para coser el telar de nuestros afanes esenciales.
Rumbos de hormigas escogemos, haciendo hileras de luchas
que nos superan en edad; de fantasías que en el devenir se van pulien-
do, empequeñeciendo, desapareciendo; de palabras ordenadas en for-
ma tal que estructuran portentosos muros de laberintos particulares de
nosotros y los nuestros, y continua la hilera porque si no, eso nadie lo
discute, qué hacemos en este rumbo que de plano está, como saco sin
fondo, donde hemos invertido demasiado para voltearlo y encontrar
que no hay lo suficiente para comprar el cielo de nuestra conciencia.
Elefantes aparecen una sola vez pero en todas nuestras vidas,
en forma de certezas ancestrales, enviados del tiempo, dando al traste
en dos pisadas, de una vez por todas, con las porfiadas intenciones,
humanas, ruborizándonos de razones vitales, de agujas, de rumbos;
atravesados certeramente, ahora sí, desde el centro de nuestras cabezas
hasta las plantas de los pies, por la filuda y cosmogónica sospecha de
que si ordenamos a nuestro entender el desorden selvático del tiempo,
talvez venzamos sus colosales devaneos; o puede ser que al hacerlo,
tejiendo nuestro rumbo de hormigas en hileras de intenciones, nos
acallen forzándonos, mientras se nos dibuja una tenue sonrisa, a con-
tinuar.
18
Deshojando a Margarita
I
Que desciendan tus parpados,
temblorosamente,
como hojas secas intocadas
sucumbidas por el viento
y se desintegren para siempre
sobre tus raíces;
Que penetre el sol y dore
tus pálidas ramas, tu verduzco tallo
para iluminar tus oquedades,
para resplandecer tus perfiles;
Que ahuyentes las heladas
depositadas en tus sinuosos rincones
a la sombra de la arboleda circundante.
II
Seré yo el jardinero
podador del follaje inútil y
ajeno a tu naturaleza tropical,
o el primer otoño sexual
de tu copa salvaje e inexcrutada;
Aquel que injerte sabia nueva
y coseche tus redondos deseos;
19
III
Prepararé tu primavera,
te meceré y te estremecerás
al son de los vientos cálidos
de mi aliento y,
como un sol espantando la niebla
que cubre tu selva,
liberaré el genuino perfume que en ella guardas;
humectaré una y otra vez las entrañas
de tus capullos, hasta abrirlos
espléndidamente;
También mudaré las hojas
papel periódico que te cubren,
invisiblemente,
de nociones de prensa roja y amarilla,
de página social y de etiqueta,
que blanquinegrisan los planes de tu cuerpo,
que congelan las contorsiones de tu alma;
Arrancaré a dentelladas
las rutilantes hojas de tus novelas rosas,
que a la larga son oscuras y mortales.
Sobre las definitivas hojas
de tu ser,
resaltaré los mandamientos de tu sangre,
tórrida,
interpretaré los caprichos de tu sexo,
la poesía de tus movimientos,
y grabaré mi olor,
20
que no olvidarás
en ningún lecho
que no sea aquel en el que mueras,
feliz.
Te cargaré de hojas vitales,
solo sensibles al sentirte,
y de frutos selectos y lozanos.
Serás una planta
firme, frondosa, sensual.
21
Plan romántico de un gourmet
Esta noche serás mi cena,
he acomodado el sartén de mi lecho
sobre la infernal hornilla de mis intenciones,
con la mantequilla de las sábanas está cubierto,
solo resta cautivarte
con los ecos de mi voz
y la Lima de mi aliento,
los respirarás hasta llamar a mi puerta,
abriré y contigo adentro
te envolverán las redes de mis brazos,
te prepararé con los utensilios de mis manos,
los limones de mis ojos, la sal de mis besos
y la pimienta de mi lengua.
Ya sumergida, disuelta e hirviendo,
irás tomando color, calor y sabor tan apetecibles
que no esperaré apagar el fuego,
ni servir la mesa,
allí resbalaré hasta estrecharte;
con el combustible de la noche
la temperatura ascenderá tanto,
que no podremos separarnos.
22
¿Por qué no?
Corriendo por los paisajes de tu rostro,
buceando en el agua de tu cuerpo,
llegando hasta tus profundidades
rescatando mi salud
de las sobredosis de nicotina,
de repente te vas
sin dubitar
con tu alegría consustancial.
Entonces pretendo pensar bien,
que no es cuestión de vida o muerte,
que volverás a tu tiempo
con mi tiempo,
sin explicaciones y con besos,
entre tanto yo flotaré
a través de bellas y largas noches,
entre calles y muros
pintados de frases que cobran sentido,
en el fondo de una mar de cerveza.
En fin, que no sabré qué hacer
y volveré a preguntarme
sosteniendo mi cabeza con mis manos
por qué no te olvido
imaginando por última vez
tu piel perfecta
ofreciéndote una serenata al amanecer
soberbiamente destemplada.
Pienso entonces que es buena idea,
y me duermo como un tonto
abandonado a tus recuerdos,
tus movimientos y devaneos,
aguardando a que vuelvas,
y luego te marches.
23
Al rozar tu pubis…
…con mi mano extendida y firme
controlo los hilos vitales,
el abracadabra de la historia,
los enigmáticos movimientos de la Tierra,
presiento acuosas contemplaciones
ávidas de un beso
que libere su caudal
y recree la noche del génesis.
Percibes el viaje de un cometa
que explotará en tu centro
y valientemente apuras el encuentro
transgredes la gravedad de los cuerpos,
y, al instante del impacto,
abrazas la manumisión de tu mundo.
24
Vanamente erigido sobre una
sospecha
Vanamente erigido sobre una sospecha
los encuentros de improviso se me agolpan,
y tenuemente te diviso escondida en distancias
endurecidas en el calendario de la espera,
aunque ingenuamente se resbalen en el tiempo,
ese tiempo eterno del encuentro,
ataviado de inconscientes afanes de caricias,
las que encuentran nuestros rincones
secretos y preferidos,
tan sensibles como un ósculo,
que se extiende al infinito
en cada comisura de los labios.
Entonces pretendo descubrirte a mi lado,
asistiendo inusitada como un suspiro,
porque los contrarios se atraen,
y todos los caminos llevan...
aunque no estén construidos,
allá... donde tú estas
y yo,
con esa sospecha que no se desvanece,
que se recrea cuando te imagino,
y te dibujo en mi boca, haciéndote viento
esparcido en todo lo respirable,
y en todas mis asfixias cotidianas,
detenidas solo por un capricho,
salvar mi salud y relegarte
en el desván interminable de mis noches,
cuando ya nada puedo hacer.
Es cuando cerraría los ojos
acosado por el silencio de un exilio lunar,
25
y de dentro reapareciéndome
una sospecha cálida
que me sopla al oído
tu nombre.
26
La Infinita Transparencia
La Infinita Transparencia
aferrado a sus senos de esposa,
descubrí,
ella guareciéndome bajo ellos
y yo, adicto a sus caricias,
ella tornándose cósmica con mi apego
y yo, en parte, poro, tejido de su envoltura.
Desoladora realidad en la que anochecía
y despertaba...
solo yo
perdido en un laberinto
de figuras eréctiles caminantes,
reo atrapado en los escombros amontonados
tras la fachada de mis pupilas.
27
Tierra, cielo, agua
Se respiran las sustancias,
apenas amanecidos los colores,
como dos amantes
extasiados sobre una sábana
yacen hojas secas sobre la playa;
unas nubes escapan del mar
allá a lo lejos;
el astro rey abre sus brazos
queriendo aprehenderlo todo,
aún las diminutas sales
expulsadas del océano;
Una orgía microcósmica
escenificada sobre mis sentidos,
danzando y cantando a placer;
yo la veneraba
desde el ardiente perfil de mis
párpados,
hasta mi aislada
presencia en el mundo.
28
Inducción de la gallina ciega
Al presente,
negación vana de lo real,
del futuro,
tangible burbuja de jabón,
en la espera
prolongada extensión del lunes,
de la desespera
ahogado de horas
por caricias
en un ascensor a reventar,
con suplicio
en la infinita hilera de semáforos,
desde el cuarto
acorralando las paredes
hasta la trinchera,
rendido ante el tedio,
para descifrar
jugando a la gallina ciega,
el acierto
entre el hueco o el charco,
a oscuras
lamiendo el ser
bajo la luz
de un seno de mujer
y redescubrir
la irreprochable sensación de estar vivo,
o acobijar
la desnuda razón del amor,
en fin, el rechazo
maldiciendo los granizos,
por fin el abrazo
de la tempestad
en la selvática composición del universo
29
Platónico, nada convencional
A cada paso que das,
en mi mirada, reflejada, atrapada,
aunque el tiempo te libere tan pronto
yo solo acabando de pestañear,
te quiero.
Algo platónico, nada convencional y tú lo sabes;
pero callada, esquivas, finges,
te adelantas y al final del pasillo, viras,
te salvas, cuando aprisionabas con tus dientes la verdad,
pellizcándote la blancura de tus manos,
gozando en secreto mi cara de ahogadoenunvasodeagua.
Luego estás en el aula,
y en el cambio de hora,
lo repetiremos, enfermizamente dichosos,
tiernamente hastiados por este juego.
Me contentaré con imaginar tu mirada
y cubrirte con mi visión calorífica.
Te buscaré girando mi cabeza como un trompo,
como en círculos viciosos,
y aparecerás centellante
para no vernos más en la mañana.
Llegada la noche
se te hará fácil escabullirte,
obligándome a recrearte en mi mundo.
Entonces vivirás mejor que nunca
construyendo un universo paralelo.
Te llevaré hasta mi cuarto,
despertaremos con una taza de leche mañanera,
viajarás por las calles de la ciudad
30
sentada en el bolsillo interno de mi chompa
y al llegar a clases volverás a ser tú
y solo yo lejos de ti.
Es un buen tiempo que llevamos así
y por nuestra salud,
deberíamos convivir en un solo universo,
empezando por saludarnos más a menudo,
en los pasillos
con un beso ligero en la mejilla.
31
Un beso de
cucaracha
(1993 – 1995)
32
Un beso de cucaracha
Entonces me pregunte: ¿y si descubro que soy una cucaracha...her-
mosa, de un metro setenta de extensión, con un tono castaño resplan-
deciente, unos ojos profundos, unas patas bien largas y una pena en
el alma? Seguramente todo sería cuestión de desearlo. Ya lo dijo mi
buen amigo “al fin y al cabo, uno es lo que quiere ser”. Y lo restante
sería seguir una serie pasos para abrazar el vertiginoso camino a mi
realización personal.
Pensé que, sin dudar, convocaría a las masas cucarachescas y, sigilosa-
mente, atacaríamos la casa de ella tipo tres de la mañana. Nos esca-
bulliríamos bajo el portón principal, y antes de visitarle en su cuarto,
enfilaríamos hasta su cocina. Sobrepasando alfombras persas, mármo-
les de Carrara, pisos de madera fina, muebles Carlos Quinto y el so-
fisticado piano de cola de propiedad de su madre, todas mis hermanas
apoyadas en mi lomo, alcanzaríamos el platillo que a ella le fascina, el
moose de chocolate.
Con todas las de mi especie sobre tremendo banquete, provocaríamos
el festín de nuestras vidas: mordidas por allí, mordidas por allá ÿ orgías
espectaculares; siestas inigualables y desechos por doquier.
Nuestras proezas, sin tropezar con los pulcros ratones de la casa, conti-
nuarían al abordar el recipiente del azúcar. Dentro de él, en el esplén-
dido terreno, cientos de mis colegas se deleitarían con un sangriento
partido de fútbol. Yo lo espectaría hasta el final del primer tiempo.
Luego, solitario, treparía hasta su cuarto, sobre su cama. Ella tierna-
mente dormida y yo divisándola.
Pero, además, ante las evidencias, uno descubre que en realidad se es
lo que se quiere ser, tanto como aquello que los demás quieren que uno
sea. Porque recuerdo claramente que a ella le encantaba que la vea,
33
que la idolatre, que le sonría y reciba, si es posible agradecido, sus pa-
labras y miradas discretamente evasivas. Que la contemple pasear con
sus amigas. Que le haga plática de algo entretenido en sus pocos ratos
libres y solitarios. Y sobre todo, que no la intente besar. Ella no podía
ser besada en sus labios sino por el hombre adecuado, el hombre de sus
sueños, para quien ella se guardaba y, por tanto, cuidado con besarla.
De pronto un día, semiescondida, encontré a ella protagonizando el
beso más descarnado y estrepitoso que se haya visto en esta ciudad.
Y unas horas después, las palabras sinceras del hombre adecuado, el
afortunado en esa escena, mi “buen amigo”, que me decía: “Te hice
un favor. Descubrí que ella preferiría un beso de cucaracha, que recibir
uno tuyo”.
En este momento soy lo que quieres. Duerme mientras te abrazo con
mis patas, te cobijo con mis alas y te amo aprisionando tu boca con un
eterno beso de cucaracha, como lo preferías.
34
Matemático evaluador de vivencias
Matemático evaluador de vivencias,
tumbado en la noche me sueltas
rehaciendo la teleológica actitud,
recordando lo que nunca se olvida,
lo que el tiempo extrangula
tiermamente en el vilo del silencio
hasta que cruja en mi mente esa idea,
que talvez haya universos paralelos,
úteros paralelos, espermas paralelos,
abuelos que mueren y siguen viviendo,
pobrezas arrullantes y recursos que marginan,
caricias que nunca terminaron
que han seguido en forma inmisericorde
en un pasado abandonado,
de un tiempo que sigue vigente
y que, descifrado en su lógica pendulante
(o lo tomas o lo dejas),
puede ser que ya no importe
si tú ya planeaste el mundo en cada mañana,
para recoger¬me en hilos metálicos,
suavemente, mientras me contento con insultarte,
por darme la oportunidad de palparte,
de repasar tus futuros de terciopelo,
de inocentes jugarretas que no acaban,
que solo reproducen los presentes...matemáticamente.
35
Hay preguntas que matan
Entre mañanas de quién sabe qué, tardes de cualquier cosa,
noches de farra y madrugadas de estropajo, finalmente le llegó su hora.
Fue justo cuando inevitablemente tuvo que responder, elegir y decidir.
Y lo hizo, pero evidentemente a su manera muy personal.
Al siguiente día surgieron los rumores, los rostros interrogantes,
los llantos prematuros. Unos ya imaginaban que había muerto, talvez
víctima de un disparo o atropellado en alguna calle de la ciudad. En-
tonces empezaron a buscarlo sus amigos y enemigos, la vecina y el jefe,
los compañeros de la universidad y la novia, un profesor y el cantinero,
una tía y su perro, unos curiosos y también su madre. Pero fue en vano,
no encontraron rastro alguno de él. Llenos de ansiedad, empezaron a
atar cabos, a erigir sospechas, hipótesis complejas. Alguien pensaba,
sin atreverse a decirlo, que todo podía ser parte de una coartada per-
fecta de él mismo para desaparecer por un tiempo. Otro imaginaba
que pudo ser detenido en algún operativo policial nocturno sobre los
bares o fondas de mala muerte que solían frecuentar, y otros más pia-
dosos comentaban: “Talvez fue el Señor, que lo llevó a mejores días”.
En esas circunstancias, posiblemente lo más sensato hubiera sido ins-
peccionar detenidamente las laderas que bordean al río Machángara,
a la altura de las sinuosas curvas de la vía que conduce a la iglesia de
Guápulo.
Entonces, invadidos por la nostalgia, varios empezaron a recordar
anécdotas de los buenos momentos vividos con el ahora desaparecido
y, en un alarde de rezagado optimismo, aún intercambiaban posibles
desenlaces no fatales. El mejor amigo, inmutable y como siempre afec-
tado por las drogas a las que era adicto, afirmaba que había que per-
der cuidado porque seguro se trataba de un buen “vuelo” y que pronto
“aterrizaría”. Pero su novia, aplicando el sexto sentido que solía atri-
buirse, sospechaba dos cosas: o estaba francamente evadiéndola, o de
36
veras había muerto, y con la primera alternativa su indignación crecía
sin límite. Mientras tanto, la madre no podía concluir nada, se hallaba
en un profundo sueño inducido pues su médico le había recetado una
contundente dosis de tranquili¬zan¬tes. Mientras su padre decidió
que lo mejor era seguir buscándolo de manera oportuna, abriéndose
un espacio luego de que finalizaran sus jornadas diarias de trabajo.
En fin, nadie, excepto yo, conocía la verdad de lo ocurrido. Todo se
originó en una sola pregunta que sorprendió a mi amigo. Al escuchar-
la, durante unos segundos que luego se hicieron varios minutos, afloró
el niño solitario que llevaba en su interior y, presa de la desorientación,
prefirió que sea la suerte, o sea su “amiga” como él la llamaba, quien
le propinará la respuesta. Esa, además, era su costumbre para resolver
cualquier situación cotidiana, sin mayor drama, mientras solía sumer-
girse en su vehículo deambulando por las calles al ritmo de las cancio-
nes de rock sesentero que descargaba su radio.
Media hora antes había entrado a la iglesia de Guápulo, un santuario
católico ubicado en una hondonada de la escarbada geografía andina
que rodea a Quito, a pocos kilómetros del barrio donde él residía;
aprovechando que estaba abierta para la oración de cualquier feligrés
y que prácticamente estaba vacía, ya que era un horario de receso de
los ritos religiosos. Su intención era acomodarse en una de las bancas
de madera y discretamente deleitarse de la porción de ensalada que se
había preparado acompañada con unos cuantos hongos mágicos. Sin
inmutarse, a pocos metros del rostro desencajado del Jesús crucificado
que dominaba el atrio de la iglesia, empezó a disfrutar unos cuantos
bocados de su místico alimento. En esas, fue descubierto infraga nti
por un sacerdote que apareció de la nada. El religioso miró a mi amigo
con extrañeza y, casi enseguida, con ceño fruncido le recriminó di-
ciéndole: “La casa de Dios no es un comedor”. Mi amigo intentó ma-
nejar la situación con una leve mueca que asemejaba una sonrisa de
ingenuidad y una mirada de abajo hacia arriba como la de un pecador
que pide el perdón y se arrepiente. Aparentemente el cura se sensibi-
lizó con esa actitud, pero al mismo tiempo no perdió la oportunidad
37
para intentar que mi amigo redimiera plenamente su culpa, y le hizo
notar que ese era un lugar sagrado y patrimonial, en el que por meno-
res cosas en otros casos había pedido el apoyo de la policía comunitaria
para que aprehendieran a quienes ponen en riesgo la fe y los bienes
de incalculable valor histórico que albergaba ese recinto. “No llamaré
esta vez a la policía, hijo, pero necesito que me respondas una simple
pregunta” le dijo el sacerdote a mi amigo, y él empezó a pensar en lo
peor. De inmediato se alojó en su mente la imagen de la noche nausea-
bunda que le había tocado pernoctar en uno de los calabozos de la cár-
cel, al ser detenido por consumo de marihuana en un parque público.
En esa ocasión, una coima para el guardia de turno, con el poco dinero
que cargaba ese momento, había salvado su integridad y no ir a parar
en la celda de convictos reincidentes. En tales circunstancias, mi amigo
rápidamente concluyó que escuchar y responder a cualquier pregunta
más se parecía a una bendi¬ción y, por supuesto, aceptó.
“Hijo ¿qué camino piensas tomar?” inquirió el religioso, al tiempo de
esbozar una mirada de ternura mezclada con severidad. Enseguida
cundió el silencio. Pasados unos segundos, el cura empezó a incomo-
darse, sin percatarse que los hongos mágicos habían tomado el control
de la voluntad de mi amigo. Él escuchó la pregunta, pero de repente,
más que ver sintió la presencia del guardia de la cárcel al que había
coimado, y escuchó su risa sarcástica que le decía “oye chico ¿eres
virgen aún?, mira lo que te espera en esa celda”. Un súbito instinto de
sobrevivencia se apoderó de mi amigo y empezó a saltar las bancas del
santuario hasta salir atropelladamente por la puerta principal. El cura
se sintió engañado por esa actitud y mientras mi amigo escapaba le
advirtió que llama¬ría a la policía.
Por un sentido de ubicación providencial, mi amigo logró encontrar
su vehículo y lo puso en marcha de inmediato. En pleno escape, de
pronto sintió un gran remordimiento por su actitud. Reparó un poco
en la pregunta del cura y en la risa sarcástica del guardia, y pensó se-
guramente en tres cosas: que la pregunta no había sido difícil y que ya
no debía temer por su integridad; que en verdad hasta ese momento
38
no tenía una deci¬sión respec¬to al camino que su vida debía tomar;
y, por último, que tenía que hacer un mínimo intento por dilucidarla.
Fiel a su naturaleza y sin dejar de acelerar, soltó entonces el dedo índi-
ce de su mano izquierda con la que se sujeta el volante, y dejó que su
vieja aliada lo resolviera.
39
Nubesol
Abierto a los rayos de sol,
un lunes te desplazas por las avenidas
observando fachadas que transcurren,
bamboleantes, embriagadas, bulliciosas.
Presientes que vas a reventar las suelas,
pero armado de ironías miras
transeúntes que vienen, van y
con gestos cenizos, con ansias de viento,
se esfuman con el humo de automóviles,
aislando su razón para olvidar,
para romper las barreras del tiempo,
el sol de agosto,
el olor de paladares ebrios,
la cortina de cuerpos estresados
en sus trayectos, en sus guaridas, en sus tumbas
y oasis cotidianos,
con la nubosidad soleada sobre sus hombros.
Al fin y al cabo es un día ordinario,
el fin de semana es la excepción a la regla
que se extiende por las calzadas,
ancha o sinuosa, acorde a la situación
si te acomodas o planeas el escape.
Pero gozas a mandíbula batiente
esa realidad que te entra por la boca,
como vidrio molido hasta tu estómago
y que, resignado a ser un caso típico más,
siempre te encuentra amigos en la ciudad,
para que entre los resquicios que dejan
los chaparrones en ausencia de tempestades,
te sientas feliz.
40
El apagón
Repentinamente la oscuridad total lo rodeó. Aún desnudo y
bajo la ducha, se paralizó. Dejó que el agua que seguía cayendo expul-
sara los restos de jabón sobre su cuerpo. Segundos después, cerró las
llaves del agua y, entonces, recordó que estaba solo en su casa y que
había olvidado que a esa hora empezaba el apagón.
En plena oscuridad, dio pequeños pasos mientras palpaba len-
tamente las paredes para encontrar una toalla, pero al intentar hacerlo
logró escuchar el sonido de varios golpes secos en la puerta de ingreso
a su casa. Entonces volvió a estremecerse. A pesar de haber transcurri-
do algunas horas desde que llegara ebrio, volvió a sentir mareos, pero
esta vez por los líquidos secretados por su propio organismo. Sentía
desde niño un poderoso miedo por la oscuri dad y, encima, ahora al-
guien llamaba a la puerta.
Había sido la primera borrachera en su vida y ahora le asalta-
ba un vano arrepentimiento. Se dio cuenta de que a sus dieciséis años
no era un hombrecito hecho y derecho y lamentó, en esa situación,
parecerse a su padre. O a lo que todo el tiempo su madre le decía de
aquél: “Un débil que no podía afrontar los problemas sin el alcohol en
sus venas”.
Horas antes, entrada ya la tarde, cuando acababa de regresar
a su casa, en el apogeo de su ebriedad, él la había desafiado:
-mamá, ya no soy un bebé - le dijo -, me doy cuenta de las cosas y sé
lo que debo hacer. Si él viene a casa, como dicen, le abriré la puerta y
le exigiré que me diga de una vez por todas la verdad.
Es que las últimas semanas le habían sido imposibles. La pre-
dicción fatídica de su madre, de que su padre volvería en cualquier
41
rato, según ella se hacía realidad, por lo cual había enfatizado la nece-
sidad de tomar las máximas precauciones. Y para mayor pena de él,
esta situación coincidía justo cuando anhelaba de su madre, un per-
miso para acceder a las invitaciones de un grupo de compañeros del
colegio, a conversar y, quién sabe, por allí tomarse unas cervezas, antes
de que acabe la secundaria y, talvez, no se vuelvan a ver más. Era
un motivo justo, según él. Nunca antes lo había hecho, “pero ahora
mamá, es justo que yo...”, le había insistido y su madre no dudó en
responderle tajantemente, como siempre lo hacía, casi gritándole “No,
y peor ahora”.
Entonces tenía que “explotar”. Esas últimas tres semanas,
cuando ella le servía el desayuno, o cuando llegaba del colegio, o cuan-
do él quedaba en casa solo, su madre le insistía torturantemente la mis-
ma cantaleta de todos los años, pero esta vez incrementada a diario.
Que tenga cuidado, que sea firme porque ha oído que su padre volvió
al pueblo, que querrá venir hasta la casa para pedirle a él una segunda
oportunidad, pero que no debía dársela, porque en realidad su padre
solo querría hacerle daño. Y entonces le volvía a narrar esa confusa
escena de su infancia. Ella le decía:
- Te acuerdas esa noche en la casa antigua, cuando robaste una bo-
tella de licor en una de esas fiestas que organizaba tu padre. Quisiste
a escondidas tomártela, solo para hacerte el valiente delante de los
mocosos de tus primos. Tu padre te descubrió, te llevó a tu cuarto y te
encerró allí. Cuando terminó la reunión, fue de nuevo a tu cuarto en
la oscuridad cuando estabas dormido y...
Y aún él recordaba con cierto estupor, aquello que sigiloso e insospe-
chado como un sueño, le alzó las cobijas, le agarró por el cuello hasta
casi dejarlo sin respiración, para lue¬go repasarle sobre su estómago,
el cuerpo de un objeto frío y curvi¬líneo, del cual en cierta parte ema-
naban puntas filudas y cortantes.
- Era el borracho de tu padre -le decía la madre-. Tu no pudiste verlo,
42
quedaste inconsciente y yo lo detuve cuando te puso en el cuello una
botella de licor rota. Según él, solo quiso reprenderte. Desde entonces
nunca más volvimos a verlo.
En todos los años siguientes, su madre había sido todo para él, cuidan-
do severamente su crecimiento y sus necesidades. Mantuvieron una
estrecha relación de madre e hijo, en la que él seguía al pie de la letra
lo que ella disponía. Sin embargo, en esta última tarde, luego de la
discusión con su madre cuando él llegó ebrio a la casa, inesperada y
silenciosamente ella dejó escapar unas lágrimas. Pero enseguida, con
su constitución maciza otra vez enhiesta y con un tono de voz que de-
notaba resignación, le dijo:
- Tengo que salir. Regreso tarde. Recuerda que hoy en la noche habrá
un apagón. Ten cuidado. Si golpean la puerta, no abras.
Entonces volvieron a golpear a la puerta. Pensó que podía ser
su padre, pero por qué en la oscuridad. Por qué en esa circunstancia
en la cual su voluntad era inútil. Tomó algo de valor, se cubrió con una
toalla y lenta¬mente salió del baño evitando tropezar con los muebles
de la casa. Sintió el sudor empapando su piel y la gélida superficie del
piso bajo sus pies descalzos. Estando cerca de la puerta de entrada, le
arrinconaron las dudas. “Si es papá... y es verdad lo que mamá dice de
él”, sospechaba que podría ser la ocasión para que lo acabe de repren-
der como en esa extraña ocasión de su niñez; pero si no es él, “...si es
mamá, o cualquier otro...”, acabaría con esta ridícula situación.
Pero no contestaron. Transcurrieron unos segundos y no lo
pensó más. Abrió. Una ráfaga de viento frío azotó su rostro. Descon-
certado y con una sensación parecida al arrepentimiento por haber ig-
norado las advertencias de su madre, regresó hasta su cuarto y prefirió
recostar¬se en la cama.
No había nadie cuando abrió la puerta de calle, pero luego,
pasados unos minutos escuchó de nuevo algo. Aguantó su respiración
43
para poder oír con suma atención. Parecía que alguien abría la puerta
de entrada. Se oyó el rechinar pausado de las bisagras de la puerta se-
guido de suaves crujidos de madera del piso que parecían provocados
por unos pasos. Pensó esta vez que era su madre, pero transcurridos
unos segundos, el silenció se instaló nuevamente. Buscando serenarse
en la oscuridad de su habitación, respiró profundamente y estiró su
mano para jalar la sobrecama y cubrirse con ella.
Sin embargo, al rato volvió a asaltarle la imagen de su padre entrando
a su casa. En su mente lo veía ingresando a su casa como un delincuen-
te, aprovechando la noche y la ausencia de luz eléctrica, a hurtadillas
para evitar que su presencia sea advertida. Pensó en lo peor. No puso
resistirlo y repitió varias veces, como interrogando, “papá…papá”.
No hubo respuesta. Atrapado en sus miedos cultivados desde niño, no
pudo siquiera moverse. Solamente percibió vagamente una figura en
la oscuridad, sigilosa e insospechada como un sueño. Sintió como una
energía invisible levantaba la sobrecama y lo descubría por completo,
y como luego unas manos lo agarraban con fuerza por el cuello hasta
casi asfixiarlo. Al borde de la inconsciencia, alcanzó a percibir sobre su
estómago la presión de un cuerpo frío y curvilíneo. En ese instante, de
improviso, retornó el suministro de energía eléctrica.
Había dejado en contacto el interruptor del cuarto, antes del
apagón, y logró ver de frente la verdad. Que dar una segunda oportu-
nidad era definitivamente un error. Solo alcanzó a balbucear con tar-
día admiración, “¡mamá!”, cuando ella le incrustaba las puntas filudas
y mortales de una botella de licor rota.
44
Rutilante se desliza
Flota desde el asfalto
se aleja en blanquecinas oleadas
y regresa rutilante, se desliza
empalagosa sobre los párpados
exprimiendo lágrimas
y luego cosquilla pectoral
desatando risas subversivas
¿es el tiempo?
¿son los amores?
crujen las respuestas
escondidas entre las copas
de los arboles
azotados con su vaivén
vendaval que no cesa
pero al buen entendedor...
las palabras lo torturan
porque basta con sentir
esa indecible realidad,
que para unos nace y gime
y que en otros se despide
para siempre.
45
El Máster
Cuando finalmente lo había conseguido, en el momento mismo en
que estaba listo, de pronto...fue el acabose. O como él mismo lo sen-
tenció en su mente “¡se jodió todo!”. Porque lo que entonces le hicie-
ron al Máster, era algo para volverse loco. Luego de haber dado todo
de sí, su tiempo y extrema dedicación para salvar paciente y proli-
jamente cada obstáculo y detalle que se presentaron en su proyecto,
no podía creer lo que le estaba pasando. Apenas pudo percatarse,
estupefacto, como unos sujetos salidos de quién sabe dónde, cambia-
ban la historia de su vida y, porque no decirlo, del mundo, en tan solo
unos cuantos absurdos segundos.
Se había consagrado un largo tiempo al estudio analítico del simbo-
lis¬mo matemático aplicado a la materia en la que estaba enfocado
su proyecto. Fueron muchos días y noches de intenso trabajo científi-
co, en solitario, casi sin parar. Entonces ese día, de repente, tomó un
profundo respiro y, como si hubiera coronado la cima deseada, esbo-
zó una breve sonrisa. Pensó para sí, saboreando ese momento culmi-
nante, que hasta podía tomarse unos cuantos minutos para relajarse y
despejar su mente. Pero nunca se hubiera imaginando que ese breve
momento de ocio, sea interrumpido por la incompresible imagen de
sus padres, en la puerta de su cuarto, viéndolo con sus caras desen-
cajadas y en calidad de testigos mudos, mientras esos hombres se lo
llevaban.
Era casi la misma cara que tuvieron los padres del Máster cuando le
escucharon hablar de su proyecto y de su decisión de encerarse en su
cuarto por todos esos últimos siete años. Desde entonces, no pudieron
concebir que él cavara en un extremo de su habitación una especie
de pozo para usarlo de letrina, y que perforará la puerta de su cuarto
lo apenas suficiente para permitir que por una hendija le pasaran ali-
mentos y bebidas. Su asombro, con el tiempo, se transformó en des-
46
esperación y, luego de aproximadamente un año, pasó a ser una ex-
traña resignación al constatar que él estaba vivo y que, a pesar de que
no emitiera ni un gemido para comunicar¬se con el mundo exterior,
como si de pronto los ratones le hubieran comida la lengua, de vez en
cuando se comedía en enviar breves mensa¬jes escri¬tos, altruistas y
patrióticos.
Es que “después de todo, ellos deben extrañarme”, pensaba el Más-
ter. Y aunque era consciente del sufrimiento que podía provocarles
su larga ausencia, lamentaba que su proyecto no admitiera enterneci-
mientos ni distracciones. Su concentración fue tal que, a más de pa-
sar por alto los sentimientos y lazos familiares, no reparó en el costo
económico que representaba a sus padres mantenerlo así en su cuar-
to, cubriendo su alimentación y el servicio de energía eléctrica que le
permitía por las noches continuar con sus investigaciones y escritos.
Ni hablar de los costos por la atención de los médicos que trataban la
salud quebrantada de su madre, y del malestar permanente que esto
causaba a sus hermanos, quienes en un inicio asumieron con tristeza
ese aislamiento, pero después, con el pasar de los meses y años, lo
soportaron como un gravamen al afecto que guardaban por él desde
niño, pero que al mismo tiempo les iba progresivamente carcomiendo
su nivel de tolerancia.
Fue entonces, la noche anterior, que leyeron una nueva nota escrita
por el Máster, que decía:
“¡Por fin, queridos Pa y Ma! Por fin lo he conseguido. Estos años no han
transcurrido en vano. Todos y cada uno de estos días los extrañé también,
pero como les he dicho, ha sido un tiempo imprescindible. Prácticamente he
concluido el proyecto. El análisis me ha llevado a sorprendentes conclusiones.
Ahora, a base de estrictos y rigurosos protocolos de investigación, tal como lo
había previsto, estoy por solucionar enigma físico-matemático que mis pro-
fesores de la universidad los traía de cabeza. Faltan pocas horas, según mis
cálculos, y ya los veré”.
47
A la mañana siguiente, extenuado por el intenso trabajo de esa última
jornada, decidió tomarse una pausa, antes de ordenar el expediente
con los escritos que contenían los resultados de su investigación. Fue
allí cuando encendió el televisor que desde niño lo acompañaba en su
habitación y vio, con tierna y paternal sonrisa, primero, pero luego
con intencional sorna, a un hombrecillo que decía:
-Así es, damas y caballeros, allí lo ven a él, en el primer día y
luego en el segundo. Él estaba creando. Y al tercer día ¿qué creen?...
exacto, sí, siguió creando, y de igual forma el cuarto, y el quinto día…-
El Máster miraba y escuchaba también las risas del público al que se
dirigía ese hombrecillo. Era obvio que éste era un comediante, que
no hablaba en serio, aunque su rostro y la forma en que se expresaba
daban la apariencia de alguien que cuenta una historia real con total
convencimiento. Quizás por esa misma condición, lo que decía provo-
caba más risas del público y, hasta cierto punto, también del Máster.
-...y al sexto día creó...- continuaba hablando el hombrecillo- ...pero al
séptimo, él lo dedicó para el des-can-so – pronunció pausadamemnte, y se
calló-. ¡Mentira, mentira! damas y caballeros... - volvió a hablar de repente y
estallaron las risas del público. Cómo iba él a descansar. Nosotros sí, pero él
¿por qué? si era todopoderoso – y volvió a hacer silencio. He averiguado todo
-continuó - y sé la verdad. A él nunca le gustó el séptimo día, porque en ese
día tenía que crear la inmortalidad, pero eso no le gustó, una imagen y seme-
janza tan exacta a la de él no podía pasar, y decidió hacer borrón y cuenta
nueva, para inventar otra creación, solo que al hacerlo se olvidó de nosotros
en este rinconcito del universo, y los sabios de la antigüedad para salvar ese
bochornoso antecedente y la perfección del altísimo, cambiaron la historia y
nos la pintaron de rosa, o rosita, como ustedes prefieran. Esa es la verdad.
Acabó de hablar el hombrecillo, seguido de risas del público, y tam-
bién del Máster, pero con sorna. Entonces apagó el televisor, quiso
acabar de una vez por todas con el expediente de su proyecto. Estaba
feliz. Lo llamaría “Proyecto para el salvamento de la humanidad”.
48
Pero en ese momento tumbaron la puerta. Dos hombres, vestidos de
blanco, entraron abruptamente a la habitación. La cara del Máster era
patética. Pensó que era el fin de todo o una especie de broma como
las que hacía el “hombrecillo” que acababa de ver en el televisor. Le
rodearon el dorso y sus brazos con una especie de frazada hecha de
una tela gruesa que le imposibilito moverse. Un tercer hombre, antes
de que el Máster se diera cuenta, le introdujo la aguja de una jeringui-
lla en su trasero, inyectándole un líquido transparente que al rato lo
encegueció.
Cuando todo estaba casi listo, a punto...el Máster solo alcanzó a ver
borrosamente los rostros de sus padres, inmóviles bajo el portal de la
casa, y a sus hermanos ayudando a abrir las puertas traseras de esa
vieja furgoneta blanca en la que lo embarcaban.
49
Espera
Reo de los segundos,
encadenado al reloj,
mirando más allá de lo visible,
estático,
pero en realidad volando,
masturbando las ideas,
guillotinando mis uñas,
o torturando con ellas mi humanidad,
arrancando trozos de vida,
guardándolos, relegándolos,
...después de todo, llegas tú.
50
Whitman
“Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
y espero no cesar hasta mi muerte”. No sé si estuvo consciente de que ese
comienzo lo haría trascender más allá de su muerte o, quizás, valdría
decir, brillar con luz propia para entender el cosmos y su substancia,
sus esencias y rincones más diminutos, los secretos mejor guardados de
la existencia, las grandiosas evidencias y, también, los momentos más
elementales de las personas y del pueblo. Y si pudo reconocerse como
un patriarca tierno pero severo, que abrazaría lo que se le cruzara
por delante y lo amaría a total plenitud, hasta artarse y luego seguiría
amando, a cualquier cosa, a cualquier presencia, por allí una mucha-
cha, por allí un joven o un viejo, por allí tan solo una hoja de hierba o,
de repente, el mismo universo.
Hizo de su poesía un camino para descubrir, escuchar y conversar. Ob-
servar y gozar, y llorar. Encontró que la cópula no era más vergonzosa
ni más natural que la muerte, que el cuerpo no era menos que el alma;
conoció al hombre y la mujer en toda su dimensión, al poeta diciendo
con su boca las palabras que se quedaron en las lenguas atadas de los
demás, y comprendió que su pueblo era hermoso, pero nada más ni
nada menos que los otros. Nada era más ni menos importante y todo
era, simplemente, maravilloso.
Sintió empalagosamente los manjares de la vida, los olores repudiados,
los territorios olvidados, las muchachas fáciles y de sangre caliente, el
sexo bendito entre todas las cosas, las vivencias simples, sencillas, esen-
ciales. No conforme con eso, les cantó a todas esas cosas, con un ritmo
y versos de gruesa franqueza y calibre cotidiano, a veces libertinos e
impetuosos, pero por eso, tremendamente humanos.
Un día cualquiera, después de varios años, luego de descubrir, impul-
sar, amar, sembrar y escribir los versos que cantaron el progreso de su
51
nación y la filosofía de un mundo nuevo, se despidió: “soy como algo
incorpóreo, triunfante, muerto”. El hijo de Paumanok se convertía en
vástago del mundo.
De pronto uno se da cuenta que hablar en tiempo pasado de Walt
Whitman, es cometer un error capital, tan craso y solo comparable
con el suicidio, porque él vuelve cíclicamente, al cabo de largas eda-
des...”lleno de vida ahora...”, aconsejándote y advirtiéndote “sé tan
feliz como si yo estuviera a tu lado (no estés demasiado seguro de que
no esté contigo)”.
52
Un estúpido imprevisto
Se frotó los ojos con sus dedos. Al principio delicadamente y luego,
conforme pasaron los segundos, los minutos, lo hizo furiosamente, has-
ta provocarse varias lágrimas. Al menos eso debían ser.
En un arranque de rabia, de aquella que nace en quienes no se resig-
nan a perder tan fácilmente lo que es tan suyo, se levantó de la cama a
tientas y se lanzó de cabeza contra la puerta del armario de su cuarto.
Él sabía que estaba allí. Seminconsciente, constató que el resultado
apenas fueron unas diminutas lucecitas de colores que se esfumaban
en pocos segundos y que no alteraban mayormente la densa e insospe-
chada oscuridad que ahora invadía su ser.
Entonces, desde el suelo, humedecido por algo que quizás era su san-
gre, alzo su mano hasta alcanzar la perilla de la puerta del armario y,
al intentar incorporarse apoyándose en ella, se derrumbó de nuevo,
abriendo sin querer la puerta del mueble y dejando al descubierto los
múltiples trajes y prendas de reconocidas marcas de ropa que contenía.
Quiso liberar un sonoro grito de ayuda y, al tratar de soltarlo, solo dejó
escapar un gemido y expiró el aire que había acumulado. Era inútil.
No había nadie más en su departamento y era casi imposible que al-
guien lo escuchara en todo el edificio.
Impotente, se dio la vuelta para quedar tendido boca arriba. El tac-
to de sus dedos volvió a ser en esta situación su primordial sentido
de orientación. Palpó la frondosa textura de la alfombra que cubría
el piso y, a partir de ello, como queriendo recobrar la serenidad, fue
creciendo en él la idea de que al fin y al cabo lo que le estaba pasando
no era más que un estúpido imprevisto, que obviamente lo resolvería.
Todo sería cuestión de viajar a Bruselas, pensó. Tratarse con el mejor
53
médico especialista en los síntomas que súbitamente estaba padecien-
do, talvez soportar una intervención un poco dolorosa, esperar unos
días o quizás algunas semanas de recuperación, y nada más. Nada más
que eso y todo seguiría igual, se dijo para sí.
Imaginó, tratando de animarse, que pronto volvería a disfrutar de los
coloridos tapices de su habitación, de los cuadros que decoraban las
paredes de su apartamento con las fotos relucientes de los más sofisti-
cados modelos de ropa masculina y femenina del momento; regresa-
rían los días en los que se deleitaría con las pasarelas en las que desfi-
laban las tersas y largas piernas de esas modelos, o las noches en que
de forma desenfrenada zambullía su mirada en las curvilíneas formas
de su novia tendida sobre la cama. Y observaría nuevamente el detalle
de su figura y vestimenta impecables en el gran espejo de la agencia en
la que ensayaba las tardes, antes de salir a conquistar el mundo de la
moda y el glamour.
En fin, concluyó que pronto retornarían a él las miradas encantadas
del público que se agolpaba en los salones de hotel de cinco estrellas,
para presenciar su elegancia, desfilando con garbo, gélida, sensual e
indiferentemente.
De pronto se cansó de recrear imágenes y recuerdos. La obscuridad
lo inundó otra vez. Entonces se llevó con fuerza las manos hasta su
cara, a manera de bofetadas, y se paralizó por unos segundos. Empezó
a darse cuenta que lo que le pasaba podía ser realmente grave. “Dios
mío, no puede ser” dijo lentamente y con un hilo de voz, compren-
diendo que esto de perder la vista podía llegar a ser más triste y com-
plicado de lo que ingenuamente sospechó en un principio. Se pellizcó
frenéticamente las mejillas y ya sin poder contener la fatal evidencia,
exclamó “¡No podré desfilar esta noche!”.
54
Naturaleza de los insaciables
Las sensaciones plenas aparentan
experiencias históricamente previstas,
asumidas con el descaro de las ínfulas
que en tu cuerpo asediaban logros
virtuales, posibles, confirmaban
la naturaleza del todo o nada
como una apuesta insalvable,
así es la vida, exclamabas,
lanzabas al sol la moneda
y mientras brillaba suspendida
bailabas en un solo pie si fuera necesario,
cultivando religiones oficiales y olvidadas,
o solo tuyas,
atando y desatando cabos en la medida justa,
sigiloso cumplidor de los rituales de tu tiempo
e implacable humillador de los credos inútiles,
lo hacías
sonriente, pero maldiciendo persistías
eternamente,
cruzando los dedos aún dormido,
hasta que caiga,
y pierdas,
porque había que correr el riesgo,
o ganes,
como desde siempre lo sabías,
disfrutando tan solo un instante,
de tu existencia,
una y otra vez eras
un insaciable.
55
Sal y arena
(1996 – 1999)
56
Sal y arena
Sal y arena
lamen, calcinan mi piel
beben su humedad
me vacían la vida
y noche tras noche se propagan
recreando tu marina presencia
- impetuosa marea azuliblanca -
con penachos de besos
rompiendo sobre mis muslos
bronceados, y tus soplidos
hechos brisa del crepúsculo
me estrellan rabiosamente
contra tus acantilados
y sin dejar que muera feliz
me cicatriza la tropical
tormenta de tu pelo;
en las gélidas madrugadas
de mi ciudad andina
he buscado congelarlos
y barrerlos al mediodía
con ráfagas de smog
pero regresas - en carne viva-
tus olas me abrazan,
la escena del sol y el mar
amándose al horizonte
se repite, y tu boca
se sumerge en mi pecho
espantando mis erosivos temores;
luego, arrebatada, me deshabitas
cobijando mi piel
con tu recuerdo.
57
Al vaciarse las copas,
con el festín por expirar,
bailando a solas,
tus risas eran la música,
mis brazos a tu alrededor
los acordes perfectos;
nuestros cuerpos, cálidos danzantes,
semejaban - tú lo eras-
palmeras copulando
al son del temporal de nuestras
miradas.
Fuiste tan versátil
gozando al tiempo que
amabas el instante.
Yo solo pude sufrirlo
contigo en frente,
a las seis de la mañana
no hay tiempo
ni espacio,
opté por vivirte
con el dolor que ello implica
y no me arrepiento.
A menudo te recuerdo,
aún estás con tu risa,
amando,
yo muriendo.
Te viví a las seis de la mañana
58
La mariquita gris
La mariquita gris bajo la lluvia
retoza panza arriba haciendo muecas
ríe, luego silva y pestañea.
La mamá agita sus antenas a lo lejos
abre sus ojos como soles castaños
y nueve sus patitas rauda y veloz.
La mariquita gris huele su enojo
imagina la tunda que mamá prepara.
Pícara, hace silencio y se encoge
junta sus patitas y reza,
sabe que mamá llora y perdona.
De pronto le estremece un resoplido
desde atrás, sobre sus ópalos,
es papá que ha llegado verde de cólera.
La mariquita gris mojada como un sapo
lamenta su tamaña travesura.
59
En busca de Mar Bravo
A Geovanny Guarderas
Salgo en busca del océano. A pesar de la lluvia de diciembre casi pue-
do oler la sal humedecida que expandían inmisericordemente las olas
del mar. Las construcciones a mi alrededor se parecen a los montes de
arena ocre plomiza que pisamos aquella vez, tipo cinco de la tarde. No
recuerdo si fuiste tú o yo quien dijo, antes de llegar a la playa, que esas
desérticas formaciones eran la réplica de un paraje lunar. Y era cierto,
no hacía falta inventar un vuelo en esos instantes, ese lugar bastaba
para sentirse viajero cósmico, partícula de una Supernova, brisa de
viento solar, milésima de un tiempo sin principio ni fin.
Apenas puedo asociar el punzante descenso de la lluvia que moja mi
ropa en esta tarde, con la de aquel manto líquido y tropical, de formas
microscópicas, que nos empapó hasta la razón. Porque si algo hubiera
sido una locura en esos momentos, sería el no haber perdido la cabeza
como lo hicimos, cuando él océano empezó a increparnos a voz en
cuello, vociferando por nuestra insólita presencia tan cercana a sus
dominios, algo nunca antes imaginado, considerando que estábamos
frente al Pacífico. Después de todo, la puntilla tenía tantos lugares que
visitar y nosotros, necios, tuvimos que buscar ese.
Ahora daría cualquier cosa por saber qué fue lo que escribiste en esa
pequeña libreta, cuando te sentaste sobre la arena. Apenas podías sos-
tener el papel abofeteado por el viento y escribir sobre su textura hu-
medecida. Seguramente te habría pedido que lo leas, de no haber sido
por mis malditos anteojos que, a esas alturas, recordé haber dejado
asentados en algún metro cuadrado de esa playa infinita.
Debo aceptar que así como ahora, que está por caer la noche y busco
en vano caminar resguardándome bajo el filo de los techos de las casas,
60
en esa tarde mi vuelo lo hacía con alas cortas y sin mucho plumaje. Tú,
en cambio, parecías una magnífica ave elevándose y planeando sobre
el reflejo de tu mirada, intentando sujetar al mar por asalto hasta que
te conceda el placer de copular con sus olas. Tu vuelo - siempre lo tu-
viste claro - era raudo, vertical en ascenso o en picada, jugándote las
plumas en cada aleteo.
Y ya vez, pensaba caminar hasta el cansancio por esta ciudad so-
lamente con el fin de agotar en mi mente esa vivencia, aceptar que
fue única e irrepetible como un poema de Jim Morrison, pero como
siempre, el cosquilleo insoportable sobre mis orejas que me recuer-
da el trajinar cotidiano, ha podido más. Decido, por tanto, seguirlo
intentando otro día, pero tengo la certeza que mañana tú ya habrás
alcanzado un cielo y un océano aún más perfectos que los de esa
tarde en Mar Bravo.
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“...Rumbos de hormigas escogemos, haciendo
hileras de luchas que nos superan en edad; de
fantasías que en el devenir se van puliendo,
empequeñeciendo, desapareciendo; de pala-
bras ordenadas en forma tal que estructuran
portentosos muros de laberintos particulares
de nosotros y los nuestros, y continua la hilera
porque si no, eso nadie lo discute, qué hace-
mos en este rumbo que de plano está, como
saco sin fondo, donde hemos invertido dema-
siado para voltearlo y encontrar que no hay
lo suficiente para comprar el cielo de nuestra
conciencia.”
Salvaje Filosófico
Patricio Hernández R.

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  • 2. 2
  • 3.
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  • 5. Índice Mi poesía............................................................................. 7 Niña-mujer..........................................................................8 Ñocos....................................................................................9 Voy soñando por las calles de Quito...............................11 Ese río no cesa de fluir......................................................12 12 de marzo....................................................................... 14 Salvaje filosófico................................................................17 Deshojando a Margarita.................................................. 18 Plan romántico de un gourmet........................................21 ¿Por qué no?......................................................................22 Al rozar tu pubis…............................................................23 Vanamente erigido sobre una sospecha........................24 La Infinita Transparencia................................................26 Tierra, cielo, agua............................................................. 27 Inducción de la gallina ciega...........................................28 Platónico, nada convencional..........................................29 Un beso de cucaracha......................................................32 Matemático evaluador de vivencias...............................34 Hay preguntas que matan...............................................35 Nubesol .............................................................................39 El apagón.......................................................................... 40 Rutilante se desliza..........................................................44 El Máster...........................................................................45 Espera................................................................................49 Whitman............................................................................50 Un estúpido imprevisto...................................................52 Naturaleza de los insaciables..........................................54 Sal y arena.........................................................................56 La mariquita gris..............................................................58 En busca de Mar Bravo....................................................59
  • 7. 7 Todo lo que merece llamarse, lo que la luz y el viento abrazan, los ojos de un niño al nacer, un corazón despertando en pubertad, la cadencia de dos cuerpos que se aman, el galope de un caballo salvaje, o el dolor del joven amante rechazado; también las sombras de la guerra, las esperanzas de un pueblo marginado, y el grito del rebelde, que al alba fusilarán como un sonoro presagio de alzadas voces miles que proclamarán la libertad. Mi poesía
  • 8. 8 Te rehúsas a morir indómita errante en mis neuronas causas embolias en mis presentes con la misma audacia de tus piernas esas de tu sabia adolescencia y me retrotraes hasta allí al mismo rincón al mismo olor a esas mañanas de eterna ansiedad alborotando mi instinto reiteras la tácita inquietud ¿cuándo haremos el amor? y tu valor y mi niñez se enfrentan para repensar el mundo para olfatearnos desde lejos y atisbar lo que mutuamente perdimos frívolamente impecables héroes de cera aunque mi espada y tu trinchera se derretían en el sol de la espera guardándonos para la historia de laberínticas celadas en el jardín del deseo en el salsipuedes de la edad hasta que la respuesta desvencijada abandonas en mi lengua reflejado en sinuosos lugares de perfectas construcciones muertas respirando días triviales allí desapareces poco a poco atravesando mi retina sin despedirte sin prometer volver eternamente niña-mujer Niña-mujer
  • 9. 9 “A todos ellos...donde estén” Jugando ñocos con el Pambazo y con el Fredy, o con el Lucho y el Pulga, o con el Hugallo y el Mafo, o con el Filete; era como explorar algo secreto. Como buscar un tesoro escondido entre las piedras. Se- guramente muchos más deben haberlo experimentado. Lo sentíamos cuando tingábamos con apasionada precisión. Yo jugaba con la bola “china”, mi preferi¬da, pegándole con el índice de mi mano derecha, mientras con la iz¬quierda la retenía entre el pulgar y el índice. Eran paisajes grotescos. La bola rodaba y se depositaba en “cavernas” que parecían haberse formado en la calle empedrada solo para que nosotros las encontremos y las usemos. Cada vez que jugá- bamos era una aventura. Incluso, a veces, salvábamos el pellejo esqui- vando los pocos carros que por ahí transitaban. Al final estaba el “trono”, el sitio más recóndito y codiciado. Era el hueco más espectacular de la Tierra, generalmente ubicado a corta distancia del penúltimo agujero, pero con características diferen- tes, porque su diseño siempre hacía especialmente difícil que la bola, al ser lanzada, se deposite en él y se corone. Al conseguirlo se aplacaba la ansiedad que se acumulaba en nuestros pulmones, turno a turno, con- teniendo la respiración en cada golpe para intentar ser más precisos. Recuerdo que mi hermano era el mejor, incluso que el Lucho, que era “viccio”. Mi hermano era “triccio”, pegándole a su bola con la uña del pulgar de su mano derecha. Y !pas!, la bola viajaba segura, pausada, artísticamen¬te, y al topar el centro mismo del “trono”, ape- nas rebotaba, y se coronaba majestuosa. Entonces, por unos segundos, el ganador saboreaba la felicidad. Los demás no sabíamos qué de- cir ante la maestría del coronador. De pronto, caían nuevos panas, el Ñocos
  • 10. 10 Coba, el Palomeco, el Chantizo, el Llova, los Gemelos, el Ojoevidrio; y empezábamos a jugar de nuevo. Pero esta vez los ñocos debían variar. Entre más éramos, mayor debía ser el grado de dificultad, con más obstáculos, había que esforzarse más. Para eso, no sé cómo aparecían nuevos huecos inverosímiles entre las piedras de río que hacían la calle, aunque a veces solo era cuestión de escarbar con los dedos y expulsar el musgo y tierra que aprisionaban. Si era de día, cuando se extendía el juego, de repente teníamos que oír el grito de alguien diciendo algo como “Ve, Fredy, ahora si te va a matar mi mami, te ha dicho que compres los huevos para el almuer- zo y vos ni caso”; o un “Eduarrdooo, a comer mijo”. Allí, sin prisa pero de forma inevitable, uno a uno salían los jugadores, hasta que todos íbamos a “jamar”. Se deshacía el juego y el sol caía torturantemente sobre los ojos tristes de los perdedores, y alumbraba mejor que nunca el camino de regreso a casa de los ganadores. Si era tarde, el juego transcurría hasta que llegaba la noche, aunque de vez en cuando no nos importaba y seguíamos jugando a tientas, bajo la luz blanquecina de los postes del alumbrado público.
  • 11. 11 Si imagino encrucijadas donde dos estirpes lidian la batalla que da origen a una indócil raza mixta; Donde el sur y el norte se unen y una luz rebelde brilla despertando un continente a erguirse en soberanía; Donde el cielo con la tierra quiere unirse en las colinas, y un cerrito de leyendas en un valle se extravía; Donde a tradición urbana se une un gran raudal de vidas tras una revolución que en igualdad y justicia transforme su sociedad que por historia ya es digna; Si imagino encrucijadas sueño en mi ciudad nativa. Voy soñando por las calles de Quito
  • 12. 12 A Felipe Cciufardi Ese río no cesa de fluir. Ese que encontramos en Pucará, sus aguas nos acompañan, extienden su cauce por nuestras vidas, nos recorren todo el cuerpo, y el espíritu. Nos purifican. Ese rio con sus aguas, nos cambió para siempre. Al sumergirnos en él logramos ser una parte suya, espuma, burbuja, corriente repentina. Logramos hacer un pacto con él y entre los dos. Ese pacto no cesa de fluir, no cesará nunca. Ahora sin tu presencia de juventud, fluirá y revivirá en cada noche, en cada día, en cada río, en cada risa y aventura, en todas las vivencias, cálidas y salvajes, en todos los buenos amigos, y en ese afán impetuoso de ser joven y vivir. Ahora es evidente, Ese río no cesa de fluir
  • 13. 13 cuando nos dejas te quedas para siempre, conmigo y con todos en esa orilla, en ese río repentinamente doloroso de nuestra amistad.
  • 14. 14 12 de marzo Qué pasó con la amena chupetiza, las frases irreverentes, tan cándidas, y las maliciosas miradas en las situaciones cotidianas al subir el bus o desde él, al volar desde el aula, no precisamente hasta el conocimiento, ni por motivaciones altruistas, ésas que nos desnudaban para jugar así, quietos, por un buen rato con el sexo que se reía y se sentaba a mirarnos con su rostro de espera; esas miradas que no eran nuestras, que eran del mañana, de tu estirpe, de la mala sangre que llevabas, y de esas muchachas que eran aptas para todo, tan solo un ensayo y eran estrellas, de tu vida o de tu muerte; de esos secretos que no eran solo tuyos, ni de tu calle o de tu barrio, que eran las verdades de tu cosmos al que te tocó cargar y fornicar, que solo tu sabías que debían ser, tan seguro como que era 12 y era marzo, aunque no tan importante como los días que debían venir. Quizás estemos volteados, un breve viraje y
  • 15. 15 apostándoles a nuestros añorados incógnitos, con el futuro y desde el pasado, días como ese no volverán, vendrán otros con colores y olores, ritmos y ganas nuevos, vendrán con hermosas victorias, serán los mejores días del universo.
  • 17. 17 Salvaje filosófico Luciérnagas fúnebres parecemos empezar, cuando de pronto hallamos y nos hallan, razones vitales, energéticas, que nos prenden, y extasiados nos acariciamos creyendo haberle ganado la partida al cos- mos, porque siendo tan grande el pajar, nosotros encontramos la aguja para coser el telar de nuestros afanes esenciales. Rumbos de hormigas escogemos, haciendo hileras de luchas que nos superan en edad; de fantasías que en el devenir se van pulien- do, empequeñeciendo, desapareciendo; de palabras ordenadas en for- ma tal que estructuran portentosos muros de laberintos particulares de nosotros y los nuestros, y continua la hilera porque si no, eso nadie lo discute, qué hacemos en este rumbo que de plano está, como saco sin fondo, donde hemos invertido demasiado para voltearlo y encontrar que no hay lo suficiente para comprar el cielo de nuestra conciencia. Elefantes aparecen una sola vez pero en todas nuestras vidas, en forma de certezas ancestrales, enviados del tiempo, dando al traste en dos pisadas, de una vez por todas, con las porfiadas intenciones, humanas, ruborizándonos de razones vitales, de agujas, de rumbos; atravesados certeramente, ahora sí, desde el centro de nuestras cabezas hasta las plantas de los pies, por la filuda y cosmogónica sospecha de que si ordenamos a nuestro entender el desorden selvático del tiempo, talvez venzamos sus colosales devaneos; o puede ser que al hacerlo, tejiendo nuestro rumbo de hormigas en hileras de intenciones, nos acallen forzándonos, mientras se nos dibuja una tenue sonrisa, a con- tinuar.
  • 18. 18 Deshojando a Margarita I Que desciendan tus parpados, temblorosamente, como hojas secas intocadas sucumbidas por el viento y se desintegren para siempre sobre tus raíces; Que penetre el sol y dore tus pálidas ramas, tu verduzco tallo para iluminar tus oquedades, para resplandecer tus perfiles; Que ahuyentes las heladas depositadas en tus sinuosos rincones a la sombra de la arboleda circundante. II Seré yo el jardinero podador del follaje inútil y ajeno a tu naturaleza tropical, o el primer otoño sexual de tu copa salvaje e inexcrutada; Aquel que injerte sabia nueva y coseche tus redondos deseos;
  • 19. 19 III Prepararé tu primavera, te meceré y te estremecerás al son de los vientos cálidos de mi aliento y, como un sol espantando la niebla que cubre tu selva, liberaré el genuino perfume que en ella guardas; humectaré una y otra vez las entrañas de tus capullos, hasta abrirlos espléndidamente; También mudaré las hojas papel periódico que te cubren, invisiblemente, de nociones de prensa roja y amarilla, de página social y de etiqueta, que blanquinegrisan los planes de tu cuerpo, que congelan las contorsiones de tu alma; Arrancaré a dentelladas las rutilantes hojas de tus novelas rosas, que a la larga son oscuras y mortales. Sobre las definitivas hojas de tu ser, resaltaré los mandamientos de tu sangre, tórrida, interpretaré los caprichos de tu sexo, la poesía de tus movimientos, y grabaré mi olor,
  • 20. 20 que no olvidarás en ningún lecho que no sea aquel en el que mueras, feliz. Te cargaré de hojas vitales, solo sensibles al sentirte, y de frutos selectos y lozanos. Serás una planta firme, frondosa, sensual.
  • 21. 21 Plan romántico de un gourmet Esta noche serás mi cena, he acomodado el sartén de mi lecho sobre la infernal hornilla de mis intenciones, con la mantequilla de las sábanas está cubierto, solo resta cautivarte con los ecos de mi voz y la Lima de mi aliento, los respirarás hasta llamar a mi puerta, abriré y contigo adentro te envolverán las redes de mis brazos, te prepararé con los utensilios de mis manos, los limones de mis ojos, la sal de mis besos y la pimienta de mi lengua. Ya sumergida, disuelta e hirviendo, irás tomando color, calor y sabor tan apetecibles que no esperaré apagar el fuego, ni servir la mesa, allí resbalaré hasta estrecharte; con el combustible de la noche la temperatura ascenderá tanto, que no podremos separarnos.
  • 22. 22 ¿Por qué no? Corriendo por los paisajes de tu rostro, buceando en el agua de tu cuerpo, llegando hasta tus profundidades rescatando mi salud de las sobredosis de nicotina, de repente te vas sin dubitar con tu alegría consustancial. Entonces pretendo pensar bien, que no es cuestión de vida o muerte, que volverás a tu tiempo con mi tiempo, sin explicaciones y con besos, entre tanto yo flotaré a través de bellas y largas noches, entre calles y muros pintados de frases que cobran sentido, en el fondo de una mar de cerveza. En fin, que no sabré qué hacer y volveré a preguntarme sosteniendo mi cabeza con mis manos por qué no te olvido imaginando por última vez tu piel perfecta ofreciéndote una serenata al amanecer soberbiamente destemplada. Pienso entonces que es buena idea, y me duermo como un tonto abandonado a tus recuerdos, tus movimientos y devaneos, aguardando a que vuelvas, y luego te marches.
  • 23. 23 Al rozar tu pubis… …con mi mano extendida y firme controlo los hilos vitales, el abracadabra de la historia, los enigmáticos movimientos de la Tierra, presiento acuosas contemplaciones ávidas de un beso que libere su caudal y recree la noche del génesis. Percibes el viaje de un cometa que explotará en tu centro y valientemente apuras el encuentro transgredes la gravedad de los cuerpos, y, al instante del impacto, abrazas la manumisión de tu mundo.
  • 24. 24 Vanamente erigido sobre una sospecha Vanamente erigido sobre una sospecha los encuentros de improviso se me agolpan, y tenuemente te diviso escondida en distancias endurecidas en el calendario de la espera, aunque ingenuamente se resbalen en el tiempo, ese tiempo eterno del encuentro, ataviado de inconscientes afanes de caricias, las que encuentran nuestros rincones secretos y preferidos, tan sensibles como un ósculo, que se extiende al infinito en cada comisura de los labios. Entonces pretendo descubrirte a mi lado, asistiendo inusitada como un suspiro, porque los contrarios se atraen, y todos los caminos llevan... aunque no estén construidos, allá... donde tú estas y yo, con esa sospecha que no se desvanece, que se recrea cuando te imagino, y te dibujo en mi boca, haciéndote viento esparcido en todo lo respirable, y en todas mis asfixias cotidianas, detenidas solo por un capricho, salvar mi salud y relegarte en el desván interminable de mis noches, cuando ya nada puedo hacer. Es cuando cerraría los ojos acosado por el silencio de un exilio lunar,
  • 25. 25 y de dentro reapareciéndome una sospecha cálida que me sopla al oído tu nombre.
  • 26. 26 La Infinita Transparencia La Infinita Transparencia aferrado a sus senos de esposa, descubrí, ella guareciéndome bajo ellos y yo, adicto a sus caricias, ella tornándose cósmica con mi apego y yo, en parte, poro, tejido de su envoltura. Desoladora realidad en la que anochecía y despertaba... solo yo perdido en un laberinto de figuras eréctiles caminantes, reo atrapado en los escombros amontonados tras la fachada de mis pupilas.
  • 27. 27 Tierra, cielo, agua Se respiran las sustancias, apenas amanecidos los colores, como dos amantes extasiados sobre una sábana yacen hojas secas sobre la playa; unas nubes escapan del mar allá a lo lejos; el astro rey abre sus brazos queriendo aprehenderlo todo, aún las diminutas sales expulsadas del océano; Una orgía microcósmica escenificada sobre mis sentidos, danzando y cantando a placer; yo la veneraba desde el ardiente perfil de mis párpados, hasta mi aislada presencia en el mundo.
  • 28. 28 Inducción de la gallina ciega Al presente, negación vana de lo real, del futuro, tangible burbuja de jabón, en la espera prolongada extensión del lunes, de la desespera ahogado de horas por caricias en un ascensor a reventar, con suplicio en la infinita hilera de semáforos, desde el cuarto acorralando las paredes hasta la trinchera, rendido ante el tedio, para descifrar jugando a la gallina ciega, el acierto entre el hueco o el charco, a oscuras lamiendo el ser bajo la luz de un seno de mujer y redescubrir la irreprochable sensación de estar vivo, o acobijar la desnuda razón del amor, en fin, el rechazo maldiciendo los granizos, por fin el abrazo de la tempestad en la selvática composición del universo
  • 29. 29 Platónico, nada convencional A cada paso que das, en mi mirada, reflejada, atrapada, aunque el tiempo te libere tan pronto yo solo acabando de pestañear, te quiero. Algo platónico, nada convencional y tú lo sabes; pero callada, esquivas, finges, te adelantas y al final del pasillo, viras, te salvas, cuando aprisionabas con tus dientes la verdad, pellizcándote la blancura de tus manos, gozando en secreto mi cara de ahogadoenunvasodeagua. Luego estás en el aula, y en el cambio de hora, lo repetiremos, enfermizamente dichosos, tiernamente hastiados por este juego. Me contentaré con imaginar tu mirada y cubrirte con mi visión calorífica. Te buscaré girando mi cabeza como un trompo, como en círculos viciosos, y aparecerás centellante para no vernos más en la mañana. Llegada la noche se te hará fácil escabullirte, obligándome a recrearte en mi mundo. Entonces vivirás mejor que nunca construyendo un universo paralelo. Te llevaré hasta mi cuarto, despertaremos con una taza de leche mañanera, viajarás por las calles de la ciudad
  • 30. 30 sentada en el bolsillo interno de mi chompa y al llegar a clases volverás a ser tú y solo yo lejos de ti. Es un buen tiempo que llevamos así y por nuestra salud, deberíamos convivir en un solo universo, empezando por saludarnos más a menudo, en los pasillos con un beso ligero en la mejilla.
  • 32. 32 Un beso de cucaracha Entonces me pregunte: ¿y si descubro que soy una cucaracha...her- mosa, de un metro setenta de extensión, con un tono castaño resplan- deciente, unos ojos profundos, unas patas bien largas y una pena en el alma? Seguramente todo sería cuestión de desearlo. Ya lo dijo mi buen amigo “al fin y al cabo, uno es lo que quiere ser”. Y lo restante sería seguir una serie pasos para abrazar el vertiginoso camino a mi realización personal. Pensé que, sin dudar, convocaría a las masas cucarachescas y, sigilosa- mente, atacaríamos la casa de ella tipo tres de la mañana. Nos esca- bulliríamos bajo el portón principal, y antes de visitarle en su cuarto, enfilaríamos hasta su cocina. Sobrepasando alfombras persas, mármo- les de Carrara, pisos de madera fina, muebles Carlos Quinto y el so- fisticado piano de cola de propiedad de su madre, todas mis hermanas apoyadas en mi lomo, alcanzaríamos el platillo que a ella le fascina, el moose de chocolate. Con todas las de mi especie sobre tremendo banquete, provocaríamos el festín de nuestras vidas: mordidas por allí, mordidas por allá ÿ orgías espectaculares; siestas inigualables y desechos por doquier. Nuestras proezas, sin tropezar con los pulcros ratones de la casa, conti- nuarían al abordar el recipiente del azúcar. Dentro de él, en el esplén- dido terreno, cientos de mis colegas se deleitarían con un sangriento partido de fútbol. Yo lo espectaría hasta el final del primer tiempo. Luego, solitario, treparía hasta su cuarto, sobre su cama. Ella tierna- mente dormida y yo divisándola. Pero, además, ante las evidencias, uno descubre que en realidad se es lo que se quiere ser, tanto como aquello que los demás quieren que uno sea. Porque recuerdo claramente que a ella le encantaba que la vea,
  • 33. 33 que la idolatre, que le sonría y reciba, si es posible agradecido, sus pa- labras y miradas discretamente evasivas. Que la contemple pasear con sus amigas. Que le haga plática de algo entretenido en sus pocos ratos libres y solitarios. Y sobre todo, que no la intente besar. Ella no podía ser besada en sus labios sino por el hombre adecuado, el hombre de sus sueños, para quien ella se guardaba y, por tanto, cuidado con besarla. De pronto un día, semiescondida, encontré a ella protagonizando el beso más descarnado y estrepitoso que se haya visto en esta ciudad. Y unas horas después, las palabras sinceras del hombre adecuado, el afortunado en esa escena, mi “buen amigo”, que me decía: “Te hice un favor. Descubrí que ella preferiría un beso de cucaracha, que recibir uno tuyo”. En este momento soy lo que quieres. Duerme mientras te abrazo con mis patas, te cobijo con mis alas y te amo aprisionando tu boca con un eterno beso de cucaracha, como lo preferías.
  • 34. 34 Matemático evaluador de vivencias Matemático evaluador de vivencias, tumbado en la noche me sueltas rehaciendo la teleológica actitud, recordando lo que nunca se olvida, lo que el tiempo extrangula tiermamente en el vilo del silencio hasta que cruja en mi mente esa idea, que talvez haya universos paralelos, úteros paralelos, espermas paralelos, abuelos que mueren y siguen viviendo, pobrezas arrullantes y recursos que marginan, caricias que nunca terminaron que han seguido en forma inmisericorde en un pasado abandonado, de un tiempo que sigue vigente y que, descifrado en su lógica pendulante (o lo tomas o lo dejas), puede ser que ya no importe si tú ya planeaste el mundo en cada mañana, para recoger¬me en hilos metálicos, suavemente, mientras me contento con insultarte, por darme la oportunidad de palparte, de repasar tus futuros de terciopelo, de inocentes jugarretas que no acaban, que solo reproducen los presentes...matemáticamente.
  • 35. 35 Hay preguntas que matan Entre mañanas de quién sabe qué, tardes de cualquier cosa, noches de farra y madrugadas de estropajo, finalmente le llegó su hora. Fue justo cuando inevitablemente tuvo que responder, elegir y decidir. Y lo hizo, pero evidentemente a su manera muy personal. Al siguiente día surgieron los rumores, los rostros interrogantes, los llantos prematuros. Unos ya imaginaban que había muerto, talvez víctima de un disparo o atropellado en alguna calle de la ciudad. En- tonces empezaron a buscarlo sus amigos y enemigos, la vecina y el jefe, los compañeros de la universidad y la novia, un profesor y el cantinero, una tía y su perro, unos curiosos y también su madre. Pero fue en vano, no encontraron rastro alguno de él. Llenos de ansiedad, empezaron a atar cabos, a erigir sospechas, hipótesis complejas. Alguien pensaba, sin atreverse a decirlo, que todo podía ser parte de una coartada per- fecta de él mismo para desaparecer por un tiempo. Otro imaginaba que pudo ser detenido en algún operativo policial nocturno sobre los bares o fondas de mala muerte que solían frecuentar, y otros más pia- dosos comentaban: “Talvez fue el Señor, que lo llevó a mejores días”. En esas circunstancias, posiblemente lo más sensato hubiera sido ins- peccionar detenidamente las laderas que bordean al río Machángara, a la altura de las sinuosas curvas de la vía que conduce a la iglesia de Guápulo. Entonces, invadidos por la nostalgia, varios empezaron a recordar anécdotas de los buenos momentos vividos con el ahora desaparecido y, en un alarde de rezagado optimismo, aún intercambiaban posibles desenlaces no fatales. El mejor amigo, inmutable y como siempre afec- tado por las drogas a las que era adicto, afirmaba que había que per- der cuidado porque seguro se trataba de un buen “vuelo” y que pronto “aterrizaría”. Pero su novia, aplicando el sexto sentido que solía atri- buirse, sospechaba dos cosas: o estaba francamente evadiéndola, o de
  • 36. 36 veras había muerto, y con la primera alternativa su indignación crecía sin límite. Mientras tanto, la madre no podía concluir nada, se hallaba en un profundo sueño inducido pues su médico le había recetado una contundente dosis de tranquili¬zan¬tes. Mientras su padre decidió que lo mejor era seguir buscándolo de manera oportuna, abriéndose un espacio luego de que finalizaran sus jornadas diarias de trabajo. En fin, nadie, excepto yo, conocía la verdad de lo ocurrido. Todo se originó en una sola pregunta que sorprendió a mi amigo. Al escuchar- la, durante unos segundos que luego se hicieron varios minutos, afloró el niño solitario que llevaba en su interior y, presa de la desorientación, prefirió que sea la suerte, o sea su “amiga” como él la llamaba, quien le propinará la respuesta. Esa, además, era su costumbre para resolver cualquier situación cotidiana, sin mayor drama, mientras solía sumer- girse en su vehículo deambulando por las calles al ritmo de las cancio- nes de rock sesentero que descargaba su radio. Media hora antes había entrado a la iglesia de Guápulo, un santuario católico ubicado en una hondonada de la escarbada geografía andina que rodea a Quito, a pocos kilómetros del barrio donde él residía; aprovechando que estaba abierta para la oración de cualquier feligrés y que prácticamente estaba vacía, ya que era un horario de receso de los ritos religiosos. Su intención era acomodarse en una de las bancas de madera y discretamente deleitarse de la porción de ensalada que se había preparado acompañada con unos cuantos hongos mágicos. Sin inmutarse, a pocos metros del rostro desencajado del Jesús crucificado que dominaba el atrio de la iglesia, empezó a disfrutar unos cuantos bocados de su místico alimento. En esas, fue descubierto infraga nti por un sacerdote que apareció de la nada. El religioso miró a mi amigo con extrañeza y, casi enseguida, con ceño fruncido le recriminó di- ciéndole: “La casa de Dios no es un comedor”. Mi amigo intentó ma- nejar la situación con una leve mueca que asemejaba una sonrisa de ingenuidad y una mirada de abajo hacia arriba como la de un pecador que pide el perdón y se arrepiente. Aparentemente el cura se sensibi- lizó con esa actitud, pero al mismo tiempo no perdió la oportunidad
  • 37. 37 para intentar que mi amigo redimiera plenamente su culpa, y le hizo notar que ese era un lugar sagrado y patrimonial, en el que por meno- res cosas en otros casos había pedido el apoyo de la policía comunitaria para que aprehendieran a quienes ponen en riesgo la fe y los bienes de incalculable valor histórico que albergaba ese recinto. “No llamaré esta vez a la policía, hijo, pero necesito que me respondas una simple pregunta” le dijo el sacerdote a mi amigo, y él empezó a pensar en lo peor. De inmediato se alojó en su mente la imagen de la noche nausea- bunda que le había tocado pernoctar en uno de los calabozos de la cár- cel, al ser detenido por consumo de marihuana en un parque público. En esa ocasión, una coima para el guardia de turno, con el poco dinero que cargaba ese momento, había salvado su integridad y no ir a parar en la celda de convictos reincidentes. En tales circunstancias, mi amigo rápidamente concluyó que escuchar y responder a cualquier pregunta más se parecía a una bendi¬ción y, por supuesto, aceptó. “Hijo ¿qué camino piensas tomar?” inquirió el religioso, al tiempo de esbozar una mirada de ternura mezclada con severidad. Enseguida cundió el silencio. Pasados unos segundos, el cura empezó a incomo- darse, sin percatarse que los hongos mágicos habían tomado el control de la voluntad de mi amigo. Él escuchó la pregunta, pero de repente, más que ver sintió la presencia del guardia de la cárcel al que había coimado, y escuchó su risa sarcástica que le decía “oye chico ¿eres virgen aún?, mira lo que te espera en esa celda”. Un súbito instinto de sobrevivencia se apoderó de mi amigo y empezó a saltar las bancas del santuario hasta salir atropelladamente por la puerta principal. El cura se sintió engañado por esa actitud y mientras mi amigo escapaba le advirtió que llama¬ría a la policía. Por un sentido de ubicación providencial, mi amigo logró encontrar su vehículo y lo puso en marcha de inmediato. En pleno escape, de pronto sintió un gran remordimiento por su actitud. Reparó un poco en la pregunta del cura y en la risa sarcástica del guardia, y pensó se- guramente en tres cosas: que la pregunta no había sido difícil y que ya no debía temer por su integridad; que en verdad hasta ese momento
  • 38. 38 no tenía una deci¬sión respec¬to al camino que su vida debía tomar; y, por último, que tenía que hacer un mínimo intento por dilucidarla. Fiel a su naturaleza y sin dejar de acelerar, soltó entonces el dedo índi- ce de su mano izquierda con la que se sujeta el volante, y dejó que su vieja aliada lo resolviera.
  • 39. 39 Nubesol Abierto a los rayos de sol, un lunes te desplazas por las avenidas observando fachadas que transcurren, bamboleantes, embriagadas, bulliciosas. Presientes que vas a reventar las suelas, pero armado de ironías miras transeúntes que vienen, van y con gestos cenizos, con ansias de viento, se esfuman con el humo de automóviles, aislando su razón para olvidar, para romper las barreras del tiempo, el sol de agosto, el olor de paladares ebrios, la cortina de cuerpos estresados en sus trayectos, en sus guaridas, en sus tumbas y oasis cotidianos, con la nubosidad soleada sobre sus hombros. Al fin y al cabo es un día ordinario, el fin de semana es la excepción a la regla que se extiende por las calzadas, ancha o sinuosa, acorde a la situación si te acomodas o planeas el escape. Pero gozas a mandíbula batiente esa realidad que te entra por la boca, como vidrio molido hasta tu estómago y que, resignado a ser un caso típico más, siempre te encuentra amigos en la ciudad, para que entre los resquicios que dejan los chaparrones en ausencia de tempestades, te sientas feliz.
  • 40. 40 El apagón Repentinamente la oscuridad total lo rodeó. Aún desnudo y bajo la ducha, se paralizó. Dejó que el agua que seguía cayendo expul- sara los restos de jabón sobre su cuerpo. Segundos después, cerró las llaves del agua y, entonces, recordó que estaba solo en su casa y que había olvidado que a esa hora empezaba el apagón. En plena oscuridad, dio pequeños pasos mientras palpaba len- tamente las paredes para encontrar una toalla, pero al intentar hacerlo logró escuchar el sonido de varios golpes secos en la puerta de ingreso a su casa. Entonces volvió a estremecerse. A pesar de haber transcurri- do algunas horas desde que llegara ebrio, volvió a sentir mareos, pero esta vez por los líquidos secretados por su propio organismo. Sentía desde niño un poderoso miedo por la oscuri dad y, encima, ahora al- guien llamaba a la puerta. Había sido la primera borrachera en su vida y ahora le asalta- ba un vano arrepentimiento. Se dio cuenta de que a sus dieciséis años no era un hombrecito hecho y derecho y lamentó, en esa situación, parecerse a su padre. O a lo que todo el tiempo su madre le decía de aquél: “Un débil que no podía afrontar los problemas sin el alcohol en sus venas”. Horas antes, entrada ya la tarde, cuando acababa de regresar a su casa, en el apogeo de su ebriedad, él la había desafiado: -mamá, ya no soy un bebé - le dijo -, me doy cuenta de las cosas y sé lo que debo hacer. Si él viene a casa, como dicen, le abriré la puerta y le exigiré que me diga de una vez por todas la verdad. Es que las últimas semanas le habían sido imposibles. La pre- dicción fatídica de su madre, de que su padre volvería en cualquier
  • 41. 41 rato, según ella se hacía realidad, por lo cual había enfatizado la nece- sidad de tomar las máximas precauciones. Y para mayor pena de él, esta situación coincidía justo cuando anhelaba de su madre, un per- miso para acceder a las invitaciones de un grupo de compañeros del colegio, a conversar y, quién sabe, por allí tomarse unas cervezas, antes de que acabe la secundaria y, talvez, no se vuelvan a ver más. Era un motivo justo, según él. Nunca antes lo había hecho, “pero ahora mamá, es justo que yo...”, le había insistido y su madre no dudó en responderle tajantemente, como siempre lo hacía, casi gritándole “No, y peor ahora”. Entonces tenía que “explotar”. Esas últimas tres semanas, cuando ella le servía el desayuno, o cuando llegaba del colegio, o cuan- do él quedaba en casa solo, su madre le insistía torturantemente la mis- ma cantaleta de todos los años, pero esta vez incrementada a diario. Que tenga cuidado, que sea firme porque ha oído que su padre volvió al pueblo, que querrá venir hasta la casa para pedirle a él una segunda oportunidad, pero que no debía dársela, porque en realidad su padre solo querría hacerle daño. Y entonces le volvía a narrar esa confusa escena de su infancia. Ella le decía: - Te acuerdas esa noche en la casa antigua, cuando robaste una bo- tella de licor en una de esas fiestas que organizaba tu padre. Quisiste a escondidas tomártela, solo para hacerte el valiente delante de los mocosos de tus primos. Tu padre te descubrió, te llevó a tu cuarto y te encerró allí. Cuando terminó la reunión, fue de nuevo a tu cuarto en la oscuridad cuando estabas dormido y... Y aún él recordaba con cierto estupor, aquello que sigiloso e insospe- chado como un sueño, le alzó las cobijas, le agarró por el cuello hasta casi dejarlo sin respiración, para lue¬go repasarle sobre su estómago, el cuerpo de un objeto frío y curvi¬líneo, del cual en cierta parte ema- naban puntas filudas y cortantes. - Era el borracho de tu padre -le decía la madre-. Tu no pudiste verlo,
  • 42. 42 quedaste inconsciente y yo lo detuve cuando te puso en el cuello una botella de licor rota. Según él, solo quiso reprenderte. Desde entonces nunca más volvimos a verlo. En todos los años siguientes, su madre había sido todo para él, cuidan- do severamente su crecimiento y sus necesidades. Mantuvieron una estrecha relación de madre e hijo, en la que él seguía al pie de la letra lo que ella disponía. Sin embargo, en esta última tarde, luego de la discusión con su madre cuando él llegó ebrio a la casa, inesperada y silenciosamente ella dejó escapar unas lágrimas. Pero enseguida, con su constitución maciza otra vez enhiesta y con un tono de voz que de- notaba resignación, le dijo: - Tengo que salir. Regreso tarde. Recuerda que hoy en la noche habrá un apagón. Ten cuidado. Si golpean la puerta, no abras. Entonces volvieron a golpear a la puerta. Pensó que podía ser su padre, pero por qué en la oscuridad. Por qué en esa circunstancia en la cual su voluntad era inútil. Tomó algo de valor, se cubrió con una toalla y lenta¬mente salió del baño evitando tropezar con los muebles de la casa. Sintió el sudor empapando su piel y la gélida superficie del piso bajo sus pies descalzos. Estando cerca de la puerta de entrada, le arrinconaron las dudas. “Si es papá... y es verdad lo que mamá dice de él”, sospechaba que podría ser la ocasión para que lo acabe de repren- der como en esa extraña ocasión de su niñez; pero si no es él, “...si es mamá, o cualquier otro...”, acabaría con esta ridícula situación. Pero no contestaron. Transcurrieron unos segundos y no lo pensó más. Abrió. Una ráfaga de viento frío azotó su rostro. Descon- certado y con una sensación parecida al arrepentimiento por haber ig- norado las advertencias de su madre, regresó hasta su cuarto y prefirió recostar¬se en la cama. No había nadie cuando abrió la puerta de calle, pero luego, pasados unos minutos escuchó de nuevo algo. Aguantó su respiración
  • 43. 43 para poder oír con suma atención. Parecía que alguien abría la puerta de entrada. Se oyó el rechinar pausado de las bisagras de la puerta se- guido de suaves crujidos de madera del piso que parecían provocados por unos pasos. Pensó esta vez que era su madre, pero transcurridos unos segundos, el silenció se instaló nuevamente. Buscando serenarse en la oscuridad de su habitación, respiró profundamente y estiró su mano para jalar la sobrecama y cubrirse con ella. Sin embargo, al rato volvió a asaltarle la imagen de su padre entrando a su casa. En su mente lo veía ingresando a su casa como un delincuen- te, aprovechando la noche y la ausencia de luz eléctrica, a hurtadillas para evitar que su presencia sea advertida. Pensó en lo peor. No puso resistirlo y repitió varias veces, como interrogando, “papá…papá”. No hubo respuesta. Atrapado en sus miedos cultivados desde niño, no pudo siquiera moverse. Solamente percibió vagamente una figura en la oscuridad, sigilosa e insospechada como un sueño. Sintió como una energía invisible levantaba la sobrecama y lo descubría por completo, y como luego unas manos lo agarraban con fuerza por el cuello hasta casi asfixiarlo. Al borde de la inconsciencia, alcanzó a percibir sobre su estómago la presión de un cuerpo frío y curvilíneo. En ese instante, de improviso, retornó el suministro de energía eléctrica. Había dejado en contacto el interruptor del cuarto, antes del apagón, y logró ver de frente la verdad. Que dar una segunda oportu- nidad era definitivamente un error. Solo alcanzó a balbucear con tar- día admiración, “¡mamá!”, cuando ella le incrustaba las puntas filudas y mortales de una botella de licor rota.
  • 44. 44 Rutilante se desliza Flota desde el asfalto se aleja en blanquecinas oleadas y regresa rutilante, se desliza empalagosa sobre los párpados exprimiendo lágrimas y luego cosquilla pectoral desatando risas subversivas ¿es el tiempo? ¿son los amores? crujen las respuestas escondidas entre las copas de los arboles azotados con su vaivén vendaval que no cesa pero al buen entendedor... las palabras lo torturan porque basta con sentir esa indecible realidad, que para unos nace y gime y que en otros se despide para siempre.
  • 45. 45 El Máster Cuando finalmente lo había conseguido, en el momento mismo en que estaba listo, de pronto...fue el acabose. O como él mismo lo sen- tenció en su mente “¡se jodió todo!”. Porque lo que entonces le hicie- ron al Máster, era algo para volverse loco. Luego de haber dado todo de sí, su tiempo y extrema dedicación para salvar paciente y proli- jamente cada obstáculo y detalle que se presentaron en su proyecto, no podía creer lo que le estaba pasando. Apenas pudo percatarse, estupefacto, como unos sujetos salidos de quién sabe dónde, cambia- ban la historia de su vida y, porque no decirlo, del mundo, en tan solo unos cuantos absurdos segundos. Se había consagrado un largo tiempo al estudio analítico del simbo- lis¬mo matemático aplicado a la materia en la que estaba enfocado su proyecto. Fueron muchos días y noches de intenso trabajo científi- co, en solitario, casi sin parar. Entonces ese día, de repente, tomó un profundo respiro y, como si hubiera coronado la cima deseada, esbo- zó una breve sonrisa. Pensó para sí, saboreando ese momento culmi- nante, que hasta podía tomarse unos cuantos minutos para relajarse y despejar su mente. Pero nunca se hubiera imaginando que ese breve momento de ocio, sea interrumpido por la incompresible imagen de sus padres, en la puerta de su cuarto, viéndolo con sus caras desen- cajadas y en calidad de testigos mudos, mientras esos hombres se lo llevaban. Era casi la misma cara que tuvieron los padres del Máster cuando le escucharon hablar de su proyecto y de su decisión de encerarse en su cuarto por todos esos últimos siete años. Desde entonces, no pudieron concebir que él cavara en un extremo de su habitación una especie de pozo para usarlo de letrina, y que perforará la puerta de su cuarto lo apenas suficiente para permitir que por una hendija le pasaran ali- mentos y bebidas. Su asombro, con el tiempo, se transformó en des-
  • 46. 46 esperación y, luego de aproximadamente un año, pasó a ser una ex- traña resignación al constatar que él estaba vivo y que, a pesar de que no emitiera ni un gemido para comunicar¬se con el mundo exterior, como si de pronto los ratones le hubieran comida la lengua, de vez en cuando se comedía en enviar breves mensa¬jes escri¬tos, altruistas y patrióticos. Es que “después de todo, ellos deben extrañarme”, pensaba el Más- ter. Y aunque era consciente del sufrimiento que podía provocarles su larga ausencia, lamentaba que su proyecto no admitiera enterneci- mientos ni distracciones. Su concentración fue tal que, a más de pa- sar por alto los sentimientos y lazos familiares, no reparó en el costo económico que representaba a sus padres mantenerlo así en su cuar- to, cubriendo su alimentación y el servicio de energía eléctrica que le permitía por las noches continuar con sus investigaciones y escritos. Ni hablar de los costos por la atención de los médicos que trataban la salud quebrantada de su madre, y del malestar permanente que esto causaba a sus hermanos, quienes en un inicio asumieron con tristeza ese aislamiento, pero después, con el pasar de los meses y años, lo soportaron como un gravamen al afecto que guardaban por él desde niño, pero que al mismo tiempo les iba progresivamente carcomiendo su nivel de tolerancia. Fue entonces, la noche anterior, que leyeron una nueva nota escrita por el Máster, que decía: “¡Por fin, queridos Pa y Ma! Por fin lo he conseguido. Estos años no han transcurrido en vano. Todos y cada uno de estos días los extrañé también, pero como les he dicho, ha sido un tiempo imprescindible. Prácticamente he concluido el proyecto. El análisis me ha llevado a sorprendentes conclusiones. Ahora, a base de estrictos y rigurosos protocolos de investigación, tal como lo había previsto, estoy por solucionar enigma físico-matemático que mis pro- fesores de la universidad los traía de cabeza. Faltan pocas horas, según mis cálculos, y ya los veré”.
  • 47. 47 A la mañana siguiente, extenuado por el intenso trabajo de esa última jornada, decidió tomarse una pausa, antes de ordenar el expediente con los escritos que contenían los resultados de su investigación. Fue allí cuando encendió el televisor que desde niño lo acompañaba en su habitación y vio, con tierna y paternal sonrisa, primero, pero luego con intencional sorna, a un hombrecillo que decía: -Así es, damas y caballeros, allí lo ven a él, en el primer día y luego en el segundo. Él estaba creando. Y al tercer día ¿qué creen?... exacto, sí, siguió creando, y de igual forma el cuarto, y el quinto día…- El Máster miraba y escuchaba también las risas del público al que se dirigía ese hombrecillo. Era obvio que éste era un comediante, que no hablaba en serio, aunque su rostro y la forma en que se expresaba daban la apariencia de alguien que cuenta una historia real con total convencimiento. Quizás por esa misma condición, lo que decía provo- caba más risas del público y, hasta cierto punto, también del Máster. -...y al sexto día creó...- continuaba hablando el hombrecillo- ...pero al séptimo, él lo dedicó para el des-can-so – pronunció pausadamemnte, y se calló-. ¡Mentira, mentira! damas y caballeros... - volvió a hablar de repente y estallaron las risas del público. Cómo iba él a descansar. Nosotros sí, pero él ¿por qué? si era todopoderoso – y volvió a hacer silencio. He averiguado todo -continuó - y sé la verdad. A él nunca le gustó el séptimo día, porque en ese día tenía que crear la inmortalidad, pero eso no le gustó, una imagen y seme- janza tan exacta a la de él no podía pasar, y decidió hacer borrón y cuenta nueva, para inventar otra creación, solo que al hacerlo se olvidó de nosotros en este rinconcito del universo, y los sabios de la antigüedad para salvar ese bochornoso antecedente y la perfección del altísimo, cambiaron la historia y nos la pintaron de rosa, o rosita, como ustedes prefieran. Esa es la verdad. Acabó de hablar el hombrecillo, seguido de risas del público, y tam- bién del Máster, pero con sorna. Entonces apagó el televisor, quiso acabar de una vez por todas con el expediente de su proyecto. Estaba feliz. Lo llamaría “Proyecto para el salvamento de la humanidad”.
  • 48. 48 Pero en ese momento tumbaron la puerta. Dos hombres, vestidos de blanco, entraron abruptamente a la habitación. La cara del Máster era patética. Pensó que era el fin de todo o una especie de broma como las que hacía el “hombrecillo” que acababa de ver en el televisor. Le rodearon el dorso y sus brazos con una especie de frazada hecha de una tela gruesa que le imposibilito moverse. Un tercer hombre, antes de que el Máster se diera cuenta, le introdujo la aguja de una jeringui- lla en su trasero, inyectándole un líquido transparente que al rato lo encegueció. Cuando todo estaba casi listo, a punto...el Máster solo alcanzó a ver borrosamente los rostros de sus padres, inmóviles bajo el portal de la casa, y a sus hermanos ayudando a abrir las puertas traseras de esa vieja furgoneta blanca en la que lo embarcaban.
  • 49. 49 Espera Reo de los segundos, encadenado al reloj, mirando más allá de lo visible, estático, pero en realidad volando, masturbando las ideas, guillotinando mis uñas, o torturando con ellas mi humanidad, arrancando trozos de vida, guardándolos, relegándolos, ...después de todo, llegas tú.
  • 50. 50 Whitman “Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo, y espero no cesar hasta mi muerte”. No sé si estuvo consciente de que ese comienzo lo haría trascender más allá de su muerte o, quizás, valdría decir, brillar con luz propia para entender el cosmos y su substancia, sus esencias y rincones más diminutos, los secretos mejor guardados de la existencia, las grandiosas evidencias y, también, los momentos más elementales de las personas y del pueblo. Y si pudo reconocerse como un patriarca tierno pero severo, que abrazaría lo que se le cruzara por delante y lo amaría a total plenitud, hasta artarse y luego seguiría amando, a cualquier cosa, a cualquier presencia, por allí una mucha- cha, por allí un joven o un viejo, por allí tan solo una hoja de hierba o, de repente, el mismo universo. Hizo de su poesía un camino para descubrir, escuchar y conversar. Ob- servar y gozar, y llorar. Encontró que la cópula no era más vergonzosa ni más natural que la muerte, que el cuerpo no era menos que el alma; conoció al hombre y la mujer en toda su dimensión, al poeta diciendo con su boca las palabras que se quedaron en las lenguas atadas de los demás, y comprendió que su pueblo era hermoso, pero nada más ni nada menos que los otros. Nada era más ni menos importante y todo era, simplemente, maravilloso. Sintió empalagosamente los manjares de la vida, los olores repudiados, los territorios olvidados, las muchachas fáciles y de sangre caliente, el sexo bendito entre todas las cosas, las vivencias simples, sencillas, esen- ciales. No conforme con eso, les cantó a todas esas cosas, con un ritmo y versos de gruesa franqueza y calibre cotidiano, a veces libertinos e impetuosos, pero por eso, tremendamente humanos. Un día cualquiera, después de varios años, luego de descubrir, impul- sar, amar, sembrar y escribir los versos que cantaron el progreso de su
  • 51. 51 nación y la filosofía de un mundo nuevo, se despidió: “soy como algo incorpóreo, triunfante, muerto”. El hijo de Paumanok se convertía en vástago del mundo. De pronto uno se da cuenta que hablar en tiempo pasado de Walt Whitman, es cometer un error capital, tan craso y solo comparable con el suicidio, porque él vuelve cíclicamente, al cabo de largas eda- des...”lleno de vida ahora...”, aconsejándote y advirtiéndote “sé tan feliz como si yo estuviera a tu lado (no estés demasiado seguro de que no esté contigo)”.
  • 52. 52 Un estúpido imprevisto Se frotó los ojos con sus dedos. Al principio delicadamente y luego, conforme pasaron los segundos, los minutos, lo hizo furiosamente, has- ta provocarse varias lágrimas. Al menos eso debían ser. En un arranque de rabia, de aquella que nace en quienes no se resig- nan a perder tan fácilmente lo que es tan suyo, se levantó de la cama a tientas y se lanzó de cabeza contra la puerta del armario de su cuarto. Él sabía que estaba allí. Seminconsciente, constató que el resultado apenas fueron unas diminutas lucecitas de colores que se esfumaban en pocos segundos y que no alteraban mayormente la densa e insospe- chada oscuridad que ahora invadía su ser. Entonces, desde el suelo, humedecido por algo que quizás era su san- gre, alzo su mano hasta alcanzar la perilla de la puerta del armario y, al intentar incorporarse apoyándose en ella, se derrumbó de nuevo, abriendo sin querer la puerta del mueble y dejando al descubierto los múltiples trajes y prendas de reconocidas marcas de ropa que contenía. Quiso liberar un sonoro grito de ayuda y, al tratar de soltarlo, solo dejó escapar un gemido y expiró el aire que había acumulado. Era inútil. No había nadie más en su departamento y era casi imposible que al- guien lo escuchara en todo el edificio. Impotente, se dio la vuelta para quedar tendido boca arriba. El tac- to de sus dedos volvió a ser en esta situación su primordial sentido de orientación. Palpó la frondosa textura de la alfombra que cubría el piso y, a partir de ello, como queriendo recobrar la serenidad, fue creciendo en él la idea de que al fin y al cabo lo que le estaba pasando no era más que un estúpido imprevisto, que obviamente lo resolvería. Todo sería cuestión de viajar a Bruselas, pensó. Tratarse con el mejor
  • 53. 53 médico especialista en los síntomas que súbitamente estaba padecien- do, talvez soportar una intervención un poco dolorosa, esperar unos días o quizás algunas semanas de recuperación, y nada más. Nada más que eso y todo seguiría igual, se dijo para sí. Imaginó, tratando de animarse, que pronto volvería a disfrutar de los coloridos tapices de su habitación, de los cuadros que decoraban las paredes de su apartamento con las fotos relucientes de los más sofisti- cados modelos de ropa masculina y femenina del momento; regresa- rían los días en los que se deleitaría con las pasarelas en las que desfi- laban las tersas y largas piernas de esas modelos, o las noches en que de forma desenfrenada zambullía su mirada en las curvilíneas formas de su novia tendida sobre la cama. Y observaría nuevamente el detalle de su figura y vestimenta impecables en el gran espejo de la agencia en la que ensayaba las tardes, antes de salir a conquistar el mundo de la moda y el glamour. En fin, concluyó que pronto retornarían a él las miradas encantadas del público que se agolpaba en los salones de hotel de cinco estrellas, para presenciar su elegancia, desfilando con garbo, gélida, sensual e indiferentemente. De pronto se cansó de recrear imágenes y recuerdos. La obscuridad lo inundó otra vez. Entonces se llevó con fuerza las manos hasta su cara, a manera de bofetadas, y se paralizó por unos segundos. Empezó a darse cuenta que lo que le pasaba podía ser realmente grave. “Dios mío, no puede ser” dijo lentamente y con un hilo de voz, compren- diendo que esto de perder la vista podía llegar a ser más triste y com- plicado de lo que ingenuamente sospechó en un principio. Se pellizcó frenéticamente las mejillas y ya sin poder contener la fatal evidencia, exclamó “¡No podré desfilar esta noche!”.
  • 54. 54 Naturaleza de los insaciables Las sensaciones plenas aparentan experiencias históricamente previstas, asumidas con el descaro de las ínfulas que en tu cuerpo asediaban logros virtuales, posibles, confirmaban la naturaleza del todo o nada como una apuesta insalvable, así es la vida, exclamabas, lanzabas al sol la moneda y mientras brillaba suspendida bailabas en un solo pie si fuera necesario, cultivando religiones oficiales y olvidadas, o solo tuyas, atando y desatando cabos en la medida justa, sigiloso cumplidor de los rituales de tu tiempo e implacable humillador de los credos inútiles, lo hacías sonriente, pero maldiciendo persistías eternamente, cruzando los dedos aún dormido, hasta que caiga, y pierdas, porque había que correr el riesgo, o ganes, como desde siempre lo sabías, disfrutando tan solo un instante, de tu existencia, una y otra vez eras un insaciable.
  • 55. 55 Sal y arena (1996 – 1999)
  • 56. 56 Sal y arena Sal y arena lamen, calcinan mi piel beben su humedad me vacían la vida y noche tras noche se propagan recreando tu marina presencia - impetuosa marea azuliblanca - con penachos de besos rompiendo sobre mis muslos bronceados, y tus soplidos hechos brisa del crepúsculo me estrellan rabiosamente contra tus acantilados y sin dejar que muera feliz me cicatriza la tropical tormenta de tu pelo; en las gélidas madrugadas de mi ciudad andina he buscado congelarlos y barrerlos al mediodía con ráfagas de smog pero regresas - en carne viva- tus olas me abrazan, la escena del sol y el mar amándose al horizonte se repite, y tu boca se sumerge en mi pecho espantando mis erosivos temores; luego, arrebatada, me deshabitas cobijando mi piel con tu recuerdo.
  • 57. 57 Al vaciarse las copas, con el festín por expirar, bailando a solas, tus risas eran la música, mis brazos a tu alrededor los acordes perfectos; nuestros cuerpos, cálidos danzantes, semejaban - tú lo eras- palmeras copulando al son del temporal de nuestras miradas. Fuiste tan versátil gozando al tiempo que amabas el instante. Yo solo pude sufrirlo contigo en frente, a las seis de la mañana no hay tiempo ni espacio, opté por vivirte con el dolor que ello implica y no me arrepiento. A menudo te recuerdo, aún estás con tu risa, amando, yo muriendo. Te viví a las seis de la mañana
  • 58. 58 La mariquita gris La mariquita gris bajo la lluvia retoza panza arriba haciendo muecas ríe, luego silva y pestañea. La mamá agita sus antenas a lo lejos abre sus ojos como soles castaños y nueve sus patitas rauda y veloz. La mariquita gris huele su enojo imagina la tunda que mamá prepara. Pícara, hace silencio y se encoge junta sus patitas y reza, sabe que mamá llora y perdona. De pronto le estremece un resoplido desde atrás, sobre sus ópalos, es papá que ha llegado verde de cólera. La mariquita gris mojada como un sapo lamenta su tamaña travesura.
  • 59. 59 En busca de Mar Bravo A Geovanny Guarderas Salgo en busca del océano. A pesar de la lluvia de diciembre casi pue- do oler la sal humedecida que expandían inmisericordemente las olas del mar. Las construcciones a mi alrededor se parecen a los montes de arena ocre plomiza que pisamos aquella vez, tipo cinco de la tarde. No recuerdo si fuiste tú o yo quien dijo, antes de llegar a la playa, que esas desérticas formaciones eran la réplica de un paraje lunar. Y era cierto, no hacía falta inventar un vuelo en esos instantes, ese lugar bastaba para sentirse viajero cósmico, partícula de una Supernova, brisa de viento solar, milésima de un tiempo sin principio ni fin. Apenas puedo asociar el punzante descenso de la lluvia que moja mi ropa en esta tarde, con la de aquel manto líquido y tropical, de formas microscópicas, que nos empapó hasta la razón. Porque si algo hubiera sido una locura en esos momentos, sería el no haber perdido la cabeza como lo hicimos, cuando él océano empezó a increparnos a voz en cuello, vociferando por nuestra insólita presencia tan cercana a sus dominios, algo nunca antes imaginado, considerando que estábamos frente al Pacífico. Después de todo, la puntilla tenía tantos lugares que visitar y nosotros, necios, tuvimos que buscar ese. Ahora daría cualquier cosa por saber qué fue lo que escribiste en esa pequeña libreta, cuando te sentaste sobre la arena. Apenas podías sos- tener el papel abofeteado por el viento y escribir sobre su textura hu- medecida. Seguramente te habría pedido que lo leas, de no haber sido por mis malditos anteojos que, a esas alturas, recordé haber dejado asentados en algún metro cuadrado de esa playa infinita. Debo aceptar que así como ahora, que está por caer la noche y busco en vano caminar resguardándome bajo el filo de los techos de las casas,
  • 60. 60 en esa tarde mi vuelo lo hacía con alas cortas y sin mucho plumaje. Tú, en cambio, parecías una magnífica ave elevándose y planeando sobre el reflejo de tu mirada, intentando sujetar al mar por asalto hasta que te conceda el placer de copular con sus olas. Tu vuelo - siempre lo tu- viste claro - era raudo, vertical en ascenso o en picada, jugándote las plumas en cada aleteo. Y ya vez, pensaba caminar hasta el cansancio por esta ciudad so- lamente con el fin de agotar en mi mente esa vivencia, aceptar que fue única e irrepetible como un poema de Jim Morrison, pero como siempre, el cosquilleo insoportable sobre mis orejas que me recuer- da el trajinar cotidiano, ha podido más. Decido, por tanto, seguirlo intentando otro día, pero tengo la certeza que mañana tú ya habrás alcanzado un cielo y un océano aún más perfectos que los de esa tarde en Mar Bravo.
  • 61. 61
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  • 64. 64 “...Rumbos de hormigas escogemos, haciendo hileras de luchas que nos superan en edad; de fantasías que en el devenir se van puliendo, empequeñeciendo, desapareciendo; de pala- bras ordenadas en forma tal que estructuran portentosos muros de laberintos particulares de nosotros y los nuestros, y continua la hilera porque si no, eso nadie lo discute, qué hace- mos en este rumbo que de plano está, como saco sin fondo, donde hemos invertido dema- siado para voltearlo y encontrar que no hay lo suficiente para comprar el cielo de nuestra conciencia.” Salvaje Filosófico Patricio Hernández R.