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Ayuntamiento 
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otoño-invierno 13/14 
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literaria 
Asociación Literaria Verbo Azul 
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revista de creación literaria otoño-invierno 13/14 
la hoja azul en blanco
la hoja azul en blanco 
Asociación Literaria Verbo Azul 
EDITA: 
Asociación Literaria Verbo Azul 
Avda. de los Castillos s/n 
Castillo Pequeño 28925 Alcorcón (Madrid) 
DIRECCIÓN: 
Ana Garrido 
Juan José Alcolea 
EVALUACIÓN Y COORDINACIÓN: 
José Bárcena, Hortensia Higuero, Ángel Muñoz, Isidro 
Sánchez Brun, Isabel Miguel, Ana Bella López Biedma, 
Antonio del Arco, Fernando Fiestas, Cristina Cocca 
Jose Tomás Romero, Mary Santos Caballero. 
PORTADA: 
“DE RERUM NATURA II”, Fernando Fiestas 
DIBUJOS: 
Jesús Contero, Fernando Fiestas, Carmen Isasi. 
FOTOGRAFÍAS: 
Miguel Ángel García, María Roldán, Cristina F. 
Zambrano. 
DISEÑO Y MAQUETACIÓN: 
HabitacionDesdoblada.com 
COLABORAN: 
Concejalía de Cultura Ayuntamiento de Alcorcón 
Depósito Legal: M-01703-03 
Imprime: Gráficas Pedraza S.L. 
n18 
otoño-invierno 13/14 
revista de 
creación 
literaria 
jjosealcolea@gmail.com 
anagarpad@gmail.com 
verboazul@gmail.com 
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La Hoja Azul en Blanco no se responsabiliza de las 
ideas expresadas por los autores
Geometrías. Miguel Ángel García
3 
Del tiempo de la espera 
A veces tiembla al sol, a veces se desnuda en pie sobre el 
asfalto como una luz en grito, como una tempestad que busca su 
refugio, su acomodo, y duerme sobre el borde de la asfixia, sobre 
la lentitud de las aceras. Pero aún es tiempo de esperar a los ga-lápagos, 
tiempo y razón de apuntalar las ramas. Quizá por ello, 
Verbo Azul quiere dedicar en cierta medida este nuevo número 
de su Hoja Azul en Blanco a ese recinto mágico, absoluto, donde 
el hombre es materia transitable. 
“Cada ciudad puede ser otra” -dice Benedetti- quizá la mis-ma, 
lugar donde rendir las naves, los silencios, donde apurar 
el fuego y los abrazos. Ciudades isla, ciudades en el límite de la 
transparencia; ciudades, al cabo, que representan todas nuestras 
voces, todos nuestros miedos. 
Desde aquí nuestro agradecimiento a los ilustradores que 
nos han ayudado a demostrarlo, especialmente al fotógrafo 
Miguel Ángel García, de alguna manera artífice y garante del 
encuentro, quien, con unas imágenes altamente expresivas, nos 
ofrece una visión de un mundo en andas, en constante evolución 
hacia una mañana que se adivina fuerte, poderoso, y a la pro-fesora 
Carmen Isasi, artista multidisciplinar, quien también 
contribuye con toda su fuerza simbólica a subrayar esa misma 
imagen de una realidad última, inevitable. 
Dejemos hablar al agua y a la brisa, que la noche nos recla-me 
su memoria, la llama de su aliento, su lenguaje; escuchemos 
la claridad del aire y sus fronteras. Quizá exista un clamor al fon-do 
de los ojos, un vuelo desabriendo los tejados. Quizá podamos 
intentarlo todavía. 
ANA GARRIDO 
Presidenta de Verbo Azul
Sombra de Lisboa. Miguel Ángel García
5 
Duerme ya la ciudad tras los cristales. 
Nuestro lecho está cálido. 
Es tarde y hace frío 
-un invierno de niebla y de grisura, 
humedad y silencio-. 
La huella de tu boca 
aún impresa en mi piel adormecida 
da testimonio fiel de tu presencia. 
Hace unas horas, ávidos, tus labios 
dibujaban instantes y palabras, 
avivaban rescoldos temblorosos 
bajo el manto disperso de la noche. 
Mientras, en la oquedad de los sentidos, 
se embriagaban los cuerpos. 
Pero amanecerá, 
se afanarán los hombres en las calles, 
la claridad inundará la estancia 
y pronto el nuevo día, 
teoría de luz inapelable, 
marcará con tristeza tus ausencias. 
Miguel Ángel Yusta
6 
Donde las manos de la amada 
protagonizan una hermosa aventura 
Hablan, cantan, respiran, 
amanecen. 
Vuelan, indagan, dudan, 
se cobijan. 
Averiguan, descubren, 
se apresuran. 
Amurallan, acechan, 
se confían. 
Avanzan, acometen, 
se detienen. 
Disimulan, conspiran, 
se deslizan. 
Prosiguen, se demoran, 
permanecen. 
Acosan, se apoderan, 
domestican. 
Dilapidan, incendian, 
se enardecen. 
Ya persiguen, 
ya insisten, 
ya arrecian, 
ya se ensañan, 
ya rinden, 
ya derrocan. 
Ya vendimian. 
Ya desisten, 
renuncian, 
Antonio Porpetta 
(De Territorio del fuego) 
se someten. 
Ya proclaman la noche y se serenan. 
Ya conducen, 
invitan, 
acompañan.
7 
Canción orquestada de un mar de 
invierno 
Estoy aquí. Ahora. 
He regresado al invierno escuálido de este rincón 
que siempre espera. Pasa 
la vida tantas veces como la arena 
nómada que lleva el viento de aquí. 
Como un susurro el mar. 
Es de día, nada que cuestionar. 
Tan sólo el mar, la belleza y su principio de dolor. 
Cuando el pinatar se haga más chico 
y cobije su cuerpo pequeño 
en la espesa claridad de la noche 
acurrucado 
enmudecido 
entonces, sólo entonces 
se desdibujará aquel rumor, lo que fuimos, del mar. 
Se soltarán los hilos y abrirán 
de las tripas las compuertas a la luz. 
No habrá notarios que digan, ni fé. 
Ni habrá de este paisaje 
a la luz del nuevo día más que sombras 
un rumor de vida en el recuerdo acaso. 
Qué suerte de ser y olvido. 
Ruge el mar en la tierra. Grita. 
Muerde con encendida rabia su término. 
Recobra la herida inmemorial de un nautilus 
acaso el primero 
del naufragio seguro del hombre. 
Sobrecogedor como un llanto cierto. Grito. 
El comienzo de un fin que no termina, 
sinfonía a punto. Cada noche así 
hasta los primeros trazos de otro nuevo cielo. 
Entregado. Desnudo el ser a lo que llegue. 
Entonces el mar, el hombre 
la otra verdad callan 
hasta parecer que duermen.
8 
Llegarán más tarde 
un día más aquellos susurros cotidianos 
aquellos rumores las palabras 
que tan poco dicen, el esbozo sucesivo y constante 
del mar en tierra, las olas. 
Expirará sin tragedia una vez más 
el invierno. Y moriremos así 
otro instante añadido. 
Otra vez será. 
Comienza ahora distinto 
otro poema. 
David Morello
9 
Liberación 
Me voy a liberar, verás, 
me voy a quedar 
nuevo. 
Cuando no tenga nada de ti, cuando no seas 
la asquerosa belleza insufrible que alumbra 
mi cama por la noche. 
Ni esa imagen irreal, casi casi un fantasma 
que de pura belleza me revuelve las tripas. 
Ni la voz que me muerde los oídos en la tarde, 
puridad de lo suave. 
Me voy a liberar por fin de tu presencia 
y no voy a tener que mirarme al espejo 
y decir que estoy viejo, y que no te merezco. 
Voy a intentar odiarte, seguro que lo intento 
y consigo olvidar que no hay nada más bello, 
y pensaré en tus besos y diré que te jodan, 
tú te pierdes mis ansias, a ver si encuentras alguien 
que te quiera y te busque 
como te busco ahora. 
Y cuando me libere de ti, de tus canciones, 
de tus labios de sangre, de tu cuerpo de diosa, 
de tu verbo de tierra y tus pies y tus manos 
y tu pecho, y tu coño, y tus versos en llamas, 
y tus ojos tan tristes, y tu linda pereza… 
Seguro que consigo…, no sé, talvez delire, 
pero es fácil que entonces dejes de parecerme 
el timón de mi vida, y el mástil de mis sueños. 
Paco Moral
Ángeles caídos. Miguel Ángel García
11 
En la ciudad 
I 
La calle está repleta de fantasmas 
que seguimos viviendo 
sin saber 
por qué son tan azules las aceras 
y los escaparates están llenos 
de luces todo a cien. 
Miramos los anuncios de un presente 
que no tiene futuro 
como niños que han visto ese juguete 
que nunca alcanzarán. 
II 
Las respuestas han sido desveladas 
y no quedan preguntas 
que preparen el último escalón 
de la partida. 
Yo sigo caminando 
con decisión incierta, desmedida, 
llenando mis bolsillos 
de idiomas sin papeles, 
sonámbula de instantes y de lunas. 
III 
Sentada en esta parte del espejo, 
contemplo la estampida de todos los colores 
y dejo la palabra entre paréntesis. 
Aunque los años cuenten 
no dejan de contar las ilusiones 
y hoy como tú (querido Juan Ramón) 
sé que la vida es 
una confiscación en toda regla, 
pero sigo adelante 
decidida 
a no morirme nunca, 
de momento.
12 
IV 
Pero, a pesar de todo, 
cuando llegues, 
las puertas de las rosas abrirán 
sus tímidas ausencias, 
los árboles frutales, ya maduros, 
pondrán sobre la piel un laberinto 
de íntimos sabores y hasta el mar 
aprenderá lecciones de gramática 
en libros de poemas. 
Cuando llegues, 
la noche cederá su arquitectura 
a las ninfas del bosque de los versos. 
V 
Mientras, 
la ciudad duerme y quienes velan 
-quienes aún velamos-podremos 
aprender -en primera persona-el 
último camino del adiós. 
Nieves Álvarez 
Verbo Azul
13 
Abandono mortal del Kurdistán 
No olvides fácilmente. 
No cambies este amor 
por amores futuros. 
No hagas de la balanza 
juez y parte en la huída. No sopeses 
lo que sentían ahítos tus sentidos. 
No pongas a valer esta emoción. 
No lleves al mercado lo sagrado. 
Cuando otro río te abrace, no me pienses. 
Tiéndete en su rivera 
desnuda tu memoria de mi orilla. 
No pretendas 
colmar aquella sed con aguas nuevas. 
No levantes los ojos a los cielos 
instintivo a la hora de mis luces 
y te conformes 
con esa imitativa concordancia. 
Ten el valor de reinventar el mundo 
si abandonas el mío. 
No me busques jamás en las fotografías. 
No te mientas a solas, cuando nadie 
te esté pidiendo cuentas. 
Ana Ares
14 
Diluvio 2.0 
Vengo de ver el cielo cayéndose a pedazos como una nuez partida, ¿el 
cielo es contenido o continente?, todo enemigo tiene cara de 
escalera, nadie guarda este cielo porque es un regalo que 
abrieron otros antes, qué milagro esta nada repartida entre los 
huéspedes de un viejo colador que no se cura. 
Una pantalla avisa y una ventana actúa, me da miedo apagar el aparato, 
¿pero quién ha pateado esta tormenta, cuántas piernas tuvieron 
que partirse como una antena, un mástil?, la escalera chorrea 
un color que no es suyo, la lluvia instruye más cuando es opaca. 
El diluvio se expande como la indiferencia, tengo ganas de bajar y 
aplastarme, ser el charco que piso, no hay dolor en la bota que 
se moja a propósito, qué delicia pasar, ser la huella dactilar de 
un neumático, pero las suelas matan caminos anteriores, una 
bota pateó la pelota de fuego, veo pies calcinados debajo del 
cristal debajo de la lluvia debajo de debajo. 
Andrés Neuman 
(Poema inédito)
15 
Llevo tantas estrellas a la espalda 
tantos siglos de luz en la retina 
tanto sueño de piedra en el silencio 
tanto amor mineral disuelto por mi sangre 
que no puedo entender los gritos del asfalto 
ni prestar atención a los mensajes de un mundo de neón 
y para colmo 
aunque quiera 
no puedo mitigar la gripe de las bombas. 
Son ya casi las seis de la tarde 
y no me queda tiempo que perder. 
La noche ya se anuncia 
y no creáis 
que voy a regalarle minutos a la espera. 
Comenzaré a cantar y si alguien quiere 
estoy dispuesta a darle 
sin más 
mis partituras. 
Celia Bautista 
Verbo Azul
Enrique Gracia, por Marisa Babiano
17 
Contritionem praecedit superbia 
Desobediente, sí, desobediente. 
Como la rama que se ha vestido ayer de verde joven sin que la primavera la 
convoque. 
Como la catedral, con su santo de piedra que no es santo, sus dibujos ajenos a 
la fe de sus puertas y su temblor de suelo que destroza el silencio. 
Como el deseo de venganza que se enfría más de lo necesario, menos que la 
ternura del olvido. 
Como el armario donde nunca aparece el abrigo del pobre ni la caja de música, 
ni los viejos recuerdos que alguna vez tuvieron allí su rincón y su reino. 
Como el nombre que olvidas cuando más lo precisas, y la canción que insiste 
en ser nuestra memoria. 
Como las hojas que se han quedado aquí todo el invierno, orgullosas y tercas, 
y nunca respondieron a su cita de otoño. 
Como las chimeneas que aún se yerguen pero ya para nido de pájaro y araña. 
Como el libro que la humedad ha clausurado y tiene las palabras inservibles, 
borrosas, indigentes. 
Como el amor, agazapado y torpe, que no quiere ni ser ni abandonarnos, o 
como la tristeza que se mancha de risa y nos engaña. 
Como la muerte, díscola siempre y taciturna, que jamás se acercó cuando era 
necesaria y que habrá de llegar cuando no se la quiera. 
Desobediente, sí, desobediente. La condición exacta de la vida. 
Enrique Gracia Trinidad
18 
À vau-l’eau... jamais plus 
Existe un vestigio azul en todo lo que hilvano 
que bosqueja franqueza ante mi última palabra. 
El azul atrapa luz, la filtra y arde en mí. 
Quizás el horizonte que persigo es azul 
en este reptar por la cloaca más profunda. 
Insolente, con el impudor sobre mi ampolla, 
inundas el último reducto de mi ser 
con un torrencial caudal de limos y soberbia 
y sé de tus maldades por el oscuro gesto 
que hace de la cellisca homicida del añil. 
La corriente me arrambla con su llanto imposible 
y el cielo que galopa delata mi deriva. 
Todo lo que aún soy pretende anclar 
lo que de mi alma queda sobre azul, 
en luz sanar, mirar y no morir, 
no morar y no morir de olvido en el dolor. 
Laura Gómez Recas
19 
Tus manos son oscuras, y más fuertes que las mías. Son dulces, frente a mi 
amargura. Abren sus dedos a mis yemas… aunque después las abandonen. 
Mis manos son tristes, y se cansan pronto. Renacen una y otra vez de sus 
cenizas. Se visten de rayas, de rombos, o se lastiman. 
Tus manos abrazan las mías, las sujetan, las protegen de sí mismas… pero 
siempre se van. 
Mis manos serían felices si pudieran devolverte una mínima parte de todo lo 
que les has dado. 
María González 
“… yo te buscaba y llegaste, 
y has refrescado mi alma 
que ardía de ausencia.” 
SAFO 
Tus manos
Puerta con sombras. María Roldán
21 
Ciudad de oficio 
Ella y el atardecer han pactado este asombro 
de la luz y los prismas. 
En su vida de río perduran, al azar, varias cigüeñas blancas 
que los días de invierno ya no las alimentan. 
Y hay una distracción escrita por los montes, como si al aire 
no se le hiciera caso en esas horas cuando toma lecciones 
de guitarra y a la vez tararea la letra con voz grave. 
Catorce bajo cero de las noches junto a la chimenea 
para llegar a ser un trozo de agua, manoseada y sucia, 
en todos los ribazos que vamos asaltando 
en tiempos de bonanza. 
Hemos de arrebatar el sol a los termómetros 
y el clima a sus relojes 
para cambiar los trajees y el color de la tinta. 
Aún puede convenirnos despertar y en las calles 
estrechas 
bebernos cuerpo a cuerpo esta ciudad borracha, 
sus bufones a sueldo, 
la ginebra de alcohol 
y el sabor azulado de su oficio. 
Isidro Sánchez Brun 
Verbo Azul
22 
Inventa que no existo 
Si te aproximas a mi presunción 
si la tocas, 
disimula un poco, 
no sea que caigas en tu propio abismo, 
porque ya no soy esa carta de amor 
a la que se le perdieron los puntos cardinales. 
Empieza por preguntarte 
por qué se te acumulan los vacíos, 
pon en o rden tu intelecto, 
enciérrate en esa dimensión materialista 
de querer conocer el mundo, 
y búscale el ingenio a la soledad 
aunque parezca cosa de alienígenas. 
Tómate un café sin azúcar 
y comparte mesa con tu abandono. 
Vamos, 
cómprate un mapa y encuéntrate, 
no es tan complicado. 
Inventa que no existo. 
La vida es siempre cuestión de fe. 
Cecilia Ortega 
Verbo Azul (México)
23 
La serpiente 
¿Habéis oído contar que existe una serpiente 
cuyo malévolo método de ataque 
es fingirse sin vida e indefensa 
en el fondo de un lago? 
Las presas, confiadas en su muerte, 
se acercan desarmadas 
para pagar muy cara esa inocencia última 
de allegarse al verdugo. 
Igual que una culebra fingidora 
el tiempo suele darnos la ventaja 
de pensar que no existe su amenaza. 
La juventud, efímera y hermosa, 
lo retiene cobarde en el fondo del lago. 
Y nosotros bailamos ignorándolo 
sin poder comprender en nuestro vano empeño 
la traición que nos tiene preparada. 
Adulador burlón, finge que nos regala 
todo lo que ya sabe 
que en breve ha de quitarnos. 
Cuando vemos su rostro de serpiente 
cuando al fin del ardid nos percatamos 
suele ser ya muy tarde, muy de noche 
y estamos casi siempre demasiado cansados. 
Raquel Lanseros
Paris. Miguel Ángel García
25 
Siempre llueve en la piel de las iguanas, 
en el látigo gris 
del domador de búfalos. 
Siempre llueve en el dorso de las fotografías. 
Es una lluvia lenta 
-interior noche con mujer al fondo-una 
lluvia voraz de telegramas quietos 
y vitrinas desnudas, 
de trenes oxidados en la estación del pánico. 
Hace frío en Montmartre, 
hace frío en el borde de un poema de Rilke. 
A este lado del Sena, 
los turistas olvidan su infancia en las terrazas 
-cerveza de barril, vermut de grifo-abandonan 
su rastro en la penumbra 
de los parques vacíos, 
en el precio colgado de los puentes. 
(La ciudad se adormece en sus círculos ocres, 
mansamente se arruga, se condensa) 
Siempre llueve en la piel de las iguanas, 
en el atardecer de los diarios. 
Siempre he visto llover en blanco y negro. 
Ana Garrido 
Verbo Azul 
De “Noticia del asombro” 
Premio Mario López 2013
26 
“Hace frío en Montmartre, 
hace frío en el borde de un poema de Rilke.” 
Nunca estuve en París, 
nunca he bebido las luces de un bistrot, 
ni he madrugado 
los restos de mi imagen por el Sena 
buscando el Mirabeau donde 
se escriben 
de Celan dos poemas verticales. 
Nunca estuve en París, 
aunque mis manos 
recuerden viejas noches de tormenta 
quitándose en los ojos de Marlene 
el frío 
por los bajos de una falda. 
Nunca estuve en París, 
ni en las muchachas, 
con ojos tan abiertamente abiertos 
- buhardas 
malheridas de un deseo 
difícil de albergar en castellano-que 
pueblan las revista de los muelles 
de viejo 
por los márgenes del río. 
Nunca estuve en París. 
Me quedan restos 
de frases que aprendí en Bachillerato 
y un regusto de gárgolas 
y affiches 
blanquísimos de enaguas y de niñas 
subiendo de puntillas sobre el aire. 
Cuando regrese 
de aquel nunca en Paris donde me vivo, 
tal vez encuentre 
un rol en Moulin Rouge 
o algún paisaje 
que abrir a la quietud de Notre Dame. 
Ana Garrido 
Juan José Alcolea 
Verbo Azul. 
De “El blanco mineral”. Premio García de la Huerta. Zafra
27 
Marlowe Malasaña 
Como un personaje de Chandler 
he pedido un dry martini 
y lo bebo muy despacio 
acodado en la barra de un oscuro garito. 
Me falta un cigarrillo entre los labios 
(cosas de la ley antitabaco); 
sobre las cejas me borbotea 
una bruma de cansada melancolía. 
Esto no es San Francisco, es Malasaña, 
pero en todas partes la derrota 
sabe a música de fondo y madrugada. 
Antonio J. Sánchez
28 
El planeta de los relojes 
Aquí, como verdad tangible, 
en los relojes son las doce: 
señalan sus manillas 
el mediodía en punto. 
Diez horas más –me dicen- en Australia. 
Allí –invierno- se disponen 
para entregarse al sueño, 
renuncia son en su caudal de fuerzas. 
Aquí –verano- los termómetros 
adormecen el fuero de la lucha, 
la integridad del cuerpo que nos lleva, 
freno somos, que humano condiciona. 
Todos y cada quien al ritmo 
que su fuerza limita. Dóciles 
el pulso y el latido nos inducen 
a ser lo que el planeta condiciona. 
No sirven los relojes si al compás 
de la tierra no adaptan sus manillas. 
El hemisferio es quien se impone, 
la facultad centrífuga quien manda 
Ni aquí (ni allí), humanos en destino, 
nadie tenemos fuerza suficiente 
como para doblar los hemisferios 
y disputarle al sol sus engranajes. 
Nicolás del Hierro 
A Román y Angelines, amigos 
de la infancia, hoy en Australia.
29 
Como discurre un río 
Eras como la noche, misteriosa y secreta. 
Flotaba azul la luna en tus ojos de agua, 
y una brizna de fuego se posaba en tus labios 
cada vez que me hablabas. 
Tú decías “te quiero”, y se encendía el mundo: 
“ven”, y hasta las gacelas acudían temblando, 
“calla”, y era el silencio lo mismo que la lluvia 
de abril sobre los campos. 
Abrías lentamente el cofre de tu risa 
al igual que el hibisco se entreabre en el alba, 
y todo era prodigio y armonía y celeste 
placidez derramada. 
Pero cuando cerrabas corazón y alegría 
y tu mano, de súbito, olvidaba mi mano, 
un mal viento fungía la luz y me tornaba 
oscuro y solitario. 
Pasa el amor, despacio, como discurre un río 
hacia su fin seguro, pero entretanto canta, 
y hay sauces en su orilla, y cicindelas lábiles, 
y mirlos y cigarras. 
Pasa el amor, deprisa, y queda entre las uñas 
un polvillo de gloria, un puñado de barro, 
con el que pretendemos modelar otro cuerpo 
como el arrebatado. 
Porque es así: de golpe, un mal viento despierta 
y lo que era tan nuestro, feral, nos lo arrebata, 
y nos deja en la frente una cruz de ceniza, 
indeleble y amarga.
30 
Eras como la noche, misteriosa y secreta, 
pero creí una vez haberte desvelado. 
Ahora que estás tan lejos, pienso que fue una sombra 
lo que tuve en mis brazos. 
Pero una sombra viva, una sombra con lumbre, 
una sombra bellísima con los ojos de agua 
que un día fue delirio y bogó por mi sangre 
y ya sólo es nostalgia. 
Carlos MURCIANO 
Primer Premio del Círculo de Bellas 
Artes de Palma de Mallorca
31 
Palabras 
Advienen de una herida desangrada, 
casi siempre de un daño por decir 
(voz antes que palabra), desde el aire 
y en el aire perdidas, 
las palabras viajables al poema. 
Necesitan un alma en que dolerse, 
un pecho que quemar por vez primera, 
una lágrima en vivo que las viva, 
una sola emoción, una lanzada 
triunfal en hervidero de música o diluvio. 
Vienen nuevas de sol y lunas albas, 
como gotas ardientes, ya solícitas 
de vida que termina siendo propia: 
solar de infinitud 
allí donde salvamos lo más puro. 
Vienen ya de un vivir al verso las palabras, 
sí, de aire fugacísimo y en aire, 
a construir el ritmo o el amor, 
a sostener el mundo 
en escalas de luz que se hace canto. 
Manuel CORTIJO RODRÍGUEZ 
A Davina Pazos 
¿Palabras? Sí, de aire, 
y en el aire perdidas. 
Octavio Paz
Las manos de los poetas. Esdrújulas II. Fernando Fiestas
33 
Y te salgo al encuentro 
A veces, 
cuando el verano enciende las glicinias 
y la tierra es un pecho que se abrasa, 
te busco entre la gente, en las aceras 
de una extraña ciudad a la que siempre 
sueño que no he llegado. 
Como excita 
el polen a la abeja, me provoca 
aquel olor antiguo que en la piel me encendiste 
y organizo naufragios para escrutar los mares 
por si ya eres espuma, 
o recurro a otro tiempo para ver si las horas 
pueden dar con tus señas. 
De noche escribo cartas a ríos que conozco, 
por si pueden traerme noticias de tus aguas, 
y te salgo al encuentro en el jardín 
si oigo al sauce que imita el ritmo de tus pasos. 
Otras veces, con frío, 
la luz -ya casi cobre entre las ramas-me 
sorprende en el parque 
recogiendo las hojas de noviembre 
por si descubro en ellas signos tuyos. 
Te llamo y se me queda 
de témpano la voz, 
y me levanto el cuello del abrigo 
para que no se enfríe aquel último beso. 
Carmen Rubio 
(De mi libro “Desván de la memoria”)
Las manos de los poetas. Esdrújulas. Fernando Fiestas
35 
Siempre pensé 
medir cada minuto 
al estilo alfarero 
hasta que me tatuaron 
guarismos de papel 
en un trozo de sombra 
que guardo en el bolsillo 
y lo presento 
a funcionarios 
que pretenden saberlo todo. 
Es verdad que mi nombre ya no basta, 
ni mi sonrisa 
ni el sur de los aviones, 
mi rostro ya no es bello 
ni sé llorar 
desde hace muchos años. 
Mas siempre habrá una voz 
de niño que nos pida 
enterrar nuestras lágrimas 
y alejarnos de ofrendas. 
Sucede que la historia no tiene penumbras, 
sino sucesos lineales, 
ad infinitum. 
Fernando Fiestas 
Verbo Azul 
(Del libro “A veces lo visible”)
36 
Me siento solitario 
Me siento solitario 
con el paso cansado por las calles 
que bostezan la proximidad 
de una noche de insomnio, 
en esta ciudad de paraguas 
drogada por las sombras. 
Me detengo lo justo para subir al tren, 
doblar por los rincones de la ciudad 
silenciados por el amanecer 
donde a morir comienza el día. 
Me alejo con tristeza indefinida, sin abrazos, 
con la mirada oculta entre las manos 
como límite del tiempo que nos separa. 
Cuando quieras saber de mí, capaz de entender 
mi fuga, apoya en tus ojos sin cauce 
que las detengan, todas las lágrimas 
que quedaron para una verdad 
por ti desconocida, demasiado hermosa, 
donde lloran las cicatrices 
como un sueño que has roto 
entre nosotros. 
Las noches recuerdan, tienen memoria 
y saben en qué tiempo despiertan. 
J. Manuel Fernández Febles 
Verbo Azul (México)
37 
II 
A voz en grito un sol que se hace tacto 
viste de hembra la luz y la convoca 
al deseo impaciente que despereza el surco; 
nada es igual que ayer, 
todo es lo mismo. 
Éramos viento –padre-callábamos 
el hambre con sueños de pan tierno, 
negábamos la sed en los recodos 
de las ilusas fuentes. 
Teníamos 
la edad de la emoción en las pupilas; 
yo una infancia guardada en los domingos 
de pan con chocolate; 
tú la honrosa virtud 
-morena y ancestral-del 
amor o el castigo del trabajo. 
Hoy apenas galopan al sol nuestros cabellos 
desbocándose en briznas de un blanco enardecido 
sobre el viento heredado de esa inercia 
que es luchar por vivir, 
aunque sepamos 
que al final del camino nos desmonta la muerte. 
Santiago Redondo Vega 
Del poemario AMANECE LA VOZ 
Cuando la tierra y el hombre terminan por doler lo mismo. 
(1º Premio de las XLI Justas poéticas de Laguna de Duero 
(Valladolid) 2012)
Carlos Vázquez
39 
Aprobado en matemáticas 
Han medido mis ojos la aritmética 
espiral de su talle, calculado la exacta 
cadencia de su tacto, deducido 
el último nivel de aquel perfume 
que fue multiplicando 
el vuelo de las hojas 
y el sitio que ocupara 
el común divisor 
de cada primavera. 
He tallado su contorno adolescente 
en papeles de antiguas remembranzas, 
dividido el color 
que alborea en los pétalos, 
sumados los rescoldos que olvidaba en mi piel 
el fuego de su estambre. 
Milímetro a milímetro, 
con lentitud de orfebre he dibujado 
este perfil que tiene su corola, 
he contado el rocío que le dejó la lluvia, 
he ido enumerando la cantidad de polen 
que desprendió una tarde por dentro de mis libros 
y anotado los días del asedio 
de todas las abejas. 
Ha sido una labor muy minuciosa 
de suaves logaritmos y leves geometrías 
que dejaba el invierno por dentro de su tallo, 
de las puntas del lápiz casi rotas 
si intentaba ponerle 
una raíz cuadrada 
al pequeño reducto de su tiempo. 
Y durante este examen, he creado una rosa. 
Pero no he calculado 
el cómputo final de las espinas. 
Cristina Cocca 
Verbo Azul 
A la rosa del pintor y 
poeta Carlos Vázquez
40 
Se me fue de las manos 
la rosa blanca, se escapó 
entre los pasos la calma, 
perdida, sin beso, ni tacto, 
sólo en la memoria la rosa blanca. 
Libre del hechizo de la flor, 
llega la noche, y el mar se mueve 
al deshacerse el mundo. 
Recorro de punta a punta la playa 
y se enredan mis pasos al silencio 
de este milagro, 
antes que el milagro se deshaga. 
Quedo a su antojo. 
Que entre y salga el frío y la luz 
en mi vida, la desilusión, y la pena, 
que todo el vaivén del corazón 
se alce de puntillas para contemplar 
de cerca las estrellas. 
Araceli Sagüillo 
Del poemario “A la deriva”.
41 
He abierto las puertas todas, 
y he visto, 
que los ojos que trajo la distancia 
no eran míos, 
tampoco su lluvia y su silencio. 
He abierto el corazón, todo, a un paso de mar, 
y es fría la cautividad del naúfrago, 
su imperfecta brazada hasta la orilla, 
la resignación sin preguntas. 
Y sin embargo las uñas se me clavan, 
como un golpe de océano, 
al asiento que aún compartimos. 
Sólo un poco, sólo un poco, 
hoy se han levantado las persianas, 
en pequeños paréntesis de luz. 
Hortensia Higuero 
Verbo Azul
III 
María Roldán
43 
Ciudad de los silencios 
¿Hacia dónde el camino de los sueños? 
¿Hacia dónde la risa sobre el agua? 
Arrancas de raíz la savia nueva, 
el valor y la fuerza de la espada. 
Quién iba a sospechar que llegaría 
tan oscura derrota sin batalla. 
Ahora te amanecen niños mudos. 
Y mudos son los pechos que amamantan. 
Y muda la garganta contraída. 
Y muda cada sombra que se calla. 
Ciudad de los silencios. No hay camino. 
Hay un rumor de azufre a tus espaldas. 
No hay palabras; no hay voz para tu angustia, 
ni milagro que pueda rescatarlas. 
Ciudad de los silencios ¿Hacia dónde? 
Hacia dónde la risa sobre el agua. 
Hacia dónde el camino de los sueños. 
Hacia dónde 
la voz 
y la palabra. 
Mary-Santos Caballero Murillo 
Verbo Azul
44 
III 
Y ahora que estoy solo puedo decirle al viento 
que tengo el eco roto, el eco de tu nombre 
en los huesos clavado. 
Voy a templar la pena al relente de octubre. 
Así, en esta hora tan alta de la noche 
con las manos vacías de tus manos. 
Bajo el puente del sueño donde la vida pasa 
y sientes desgranarse la lluvia sobre el pecho 
y en la quietud te duermes. 
He engañado otras noches con brasas en la boca. 
Porque nunca supieras que me dolías tanto. 
Y he enhebrado tu amor con las estrellas 
velando esta locura. 
Esta alondra floral del crisantemo. 
Este terrón de luz desmoronado. 
Este hontanar de versos quebrados en la espiga. 
No cabe ya en la copa la sed de la mañana 
y siento en este trago la soledad más nuestra. 
José Antonio Valle Alonso 
Del poemario “El color de la fiebre”.
45 
Hallé el silencio 
Ahoga este ulular de tantos verbos. 
Huyo a cualquier paisaje impersonal, 
respiro el silencio de las hormigas 
junto al calor humilde de los árboles. 
El oído hace nuevos intentos, 
aumenta la tristeza en la pantalla, 
rutina que nos agobia los ojos 
y hace el vacío en los pulmones. 
Los lleno las noches de sombra fría, 
aún queda una estrella para tirar de un suspiro. 
A veces goteo cicuta en mi lengua, 
no quiero alimentar la voz de los ególatras. 
Acojo el silencio de los mares de papel 
y los lleno de azul. 
Soy nube submarina, 
tenso las paralelas, 
pinto espirales, 
salto a la luna. 
Disfruto cada instante 
el hallazgo de este silencio 
que me empuja a mudar los patrones 
de vida apalabrada. 
Y sigo jugando 
. 
. 
. 
hasta hacer torres con los puntos suspensivos. 
Ana Galán
46 
Cendal 
De una tumba a un destiempo 
trenzamos un cendal de paradojas. 
No existe en el diseño de mis mapas 
un territorio abierto a las colmenas: 
si fueses miel yo no sería boca. 
Si fueses fuente no sería sed. 
Por otro lado 
(hay siempre el otro lado de la hipótesis) 
no existe en el rondel de tus esferas 
vía para mi elíptico trayecto. 
Si fuese cumbre no serías cóndor. 
Si fuese fiera no serías caza. 
Sin embargo 
(hay siempre un sin embargo al quemar naves) 
al pensarte veneno, sal, resina, 
qué lástima me da que no haya sido. 
Tania Alegria 
Porto-Alegre, Brasil, Lisboa, Portugal
47 
Añoranza 
Se me muere el alma 
de esa añoranza dulce 
que persigue mis pasos 
y pertenece al ayer. 
Esa añoranza que me asiste y me solloza 
es un panal de susurros idos 
que me duelen de tan míos. 
Cada día amanece la luz 
con resplandores nuevos 
y eclosión de viejos no me olvides, 
y cada día me levanto 
y cuelgo en el dintel de mi casa 
los recuerdos del ayer 
para que no pesen en mi equipaje de horas, 
para no sentir más 
ese insomnio de tiempo extinto 
que acompaña mis pasos. 
Pero es inútil, 
todo esfuerzo es vano 
porque la añoranza, con su vaivén perpetuo, 
me embarca en un viaje sin retorno. 
Y cada día navego a trozos 
en un navío nuevo 
pero iluminado por la misma estrella, 
ese instante mío ya desvanecido 
del que solo me queda el rescoldo de su lumbre. 
Teresa de Jesús Rodríguez Lara 
Verbo Azul
48 
Y mañana será 
El otoño y su música amarilla 
nos dejaron desnudos en la alcoba 
de antojos transparentes. 
¡La Victoria sonaba como nunca! 
Y el cielo, sólo nuestro, se sentía. 
La nieve era pecado. 
Éramos dos mendigos tan hambrientos, 
y los dos apuntábamos heridas… 
Mi lámpara se aleja 
por el triste camino de los mares, 
y ahora, el dormitorio silencioso 
es una cama muerta y enfadada. 
Y mañana será… 
Llenarán de claveles esta tumba 
“…se fue hacia el olivar” dirán los viejos, 
y una masa de nubes derretidas 
llenará algún aljibe abandonado. 
Fermín Fernández 
Verbo Azul
49 
Rutinas 
Yo vivo en las afueras. 
Desayuno nostalgia 
con un café con leche siempre frío, 
no leo algún periódico, 
y vuelvo a hacer la cama que no deshago nunca... 
Y pasa el día, así, sin contratiempos, 
con ráfagas de luz 
y una amapola al mes entre los labios. 
Parece que no escribo 
en estas noches de alma y tendedero 
donde todo es costumbre menos tú. 
Yo vivo en las afueras 
y espero el estallido de tus ojos 
para mudarme al centro. 
Ana Bella López Biedma 
Verbo Azul
50 
¡Corre, idiota! 
He comprendido, sigo comprendiendo y sé que aún me quedan mu-chos 
ojos por abrir y que todo está ahora a mi alcance. No había imaginado 
nunca tal satisfacción, no habría podido. Mi cuerpo, el que me perteneció, 
yace, más feo que nunca, interrumpiendo el paso de la habitación al pasi-llo. 
El tuyo, anonadado pero vivo, apenas puede respirar, del susto. 
Igual que se maneja el espacio, basta con un leve movimiento para 
cambiar de posición, se maneja aquí el tiempo. No quiero que fluya, me 
deleito en el instante en que vi tu interior y supe que ese hombre que aún 
veo es una de las cabezas más pobres que se crean. Tienes tantas carencias 
que distas mucho de la normalidad, pero has pasado siempre desapercibi-do 
porque la gente, mientras vive, sólo aprecia ciertas habilidades motoras 
y poco más. Tú, el que me contempla, el que sigue paralizado frente a lo 
que fue mi cuerpo, ahora roto, eres un discapacitado emocional casi total; 
una de esas anomalías de la Naturaleza que no debería gozar del derecho 
a nacer, no debería haber sido viable, igual que no lo es un feto incapaz 
de desarrollar unos pulmones o una red nerviosa y desemboca en aborto 
espontáneo. Pero resulta que la Naturaleza, tan admirada, avanza a trom-picones, 
es un cúmulo de errores, una fábrica de imperfecciones, no siem-pre 
evidentes. Acabo de descubrirlo y para eso he tenido que morirme; 
bienvenido sea el paso, que me permite un estado superior. 
Eres un imbécil auténtico, Pedro, nada más que un imbécil. Desde ese 
punto de partida, ya se comprende tu egoísmo, tu mal carácter, tu sober-bia, 
tus… desviaciones, por decirlo de alguna manera. Yo lo fui también, 
creyéndome tus memeces, acatando tus abusos. O no tanto, porque en rea-lidad, 
algo vislumbraba y a punto estuve de largarme un par de veces; si no 
lo hice fue por la carga de mi madre. Total, ahora sí que se verá en un asilo 
de beneficencia y, para su consuelo, se morirá en cuatro días. Más que una 
carga, mi madre me supuso una presión: creía yo que el disgusto de verme 
separada la llevaría a la tumba… ¡Qué obsesión con evitar la muerte, ca-ramba! 
Atrevida que es la ignorancia, nada más. O fui más tonta aún que 
tú, porque teniendo capacidades, me dejé avasallar. He de descifrar esto, 
cuanto antes. 
De todas formas, mi problema no fue tanto ella como el malhadado 
hecho de haberme enamorado de ti y no haber sido capaz de quitarme 
la venda que a todo el mundo se le acaba cayendo y a mí no, todavía no 
sé porqué. Asumo mi culpabilidad, nunca debí consentir ni un atisbo de
51 
vejación, mucho menos de daño. Sin ser tonta, me comporté como la más, 
tal vez llegue a comprender eso en algún momento y pueda perdonarme. 
Me harán la autopsia, naturalmente. Arrástrame, llévame hasta el fi-nal 
de la escalera, que de todas formas nadie se creerá que me caí, que me 
rompí un brazo y la cabeza sin ninguna otra magulladura en el resto del 
cuerpo. Pero no se te ocurrirá otra cosa, dirás que me caí rodando por las 
escaleras y así te delatarás. No vas a contar tu costumbre de amarrarme 
y golpearme, claro, de retorcerme el cuerpo hasta conseguir tu placer con 
mis gritos, y que hoy se te fue la mano, quisiste creer que mi brazo era una 
astilla que se podía partir, sin más, que me arrojaste, cuando me desmayé 
de dolor contra la pared y que el borde de la estantería me hundió la nuca. 
El análisis de mi rostro descubrirá la lumbre de tus cigarrillos, no podrás 
evitarlo, aunque jures que las heridas me las hacía yo con las uñas, viendo 
la televisión. Nunca confesarás que convertiste mi alcoba en torturadero y 
que acabó en patíbulo. 
¡No le pegues al perro! ¡No te ensañes con él! Deja que se acueste al 
lado de ese cuerpo maltratado al que adora porque le daba cariño y comi-da. 
Deja que intente reanimarlo con el hocico, deja que lo acaricie con su 
pata… déjalo que llore, de alguna manera tiene que exteriorizar su pérdida. 
El perro sí me quería, todavía me quiere, sin ser consciente. Tú dedicaste 
tu vida a buscar migajitas de placer físico por el camino más retorcido que 
encontraste, provocando mí dolor. No odies al perro, zopenco, esos celos 
del animal te rebajan, pero jamás lo entenderás. No puedes. 
La pena es que cuando te mueras, es posible que te sea concedida la 
luz y eso, fíjate, eso me va a molestar. Ya he sobrepasado el dolor físico, 
pero todavía me encadenan los sentimientos, y ahora que me es dada la 
elección entre atormentarte y acabar contigo o abandonarte a tu suerte, 
creo que voy a inclinarme por la segunda opción: quiero que vivas, cuanto 
más mejor, a tu libre albedrío, con tus limitaciones como castigo. No te 
quiero a mi nivel. 
Bueno, ya has colocado el cadáver casi en el salón… pobre estúpido. 
Ya, ya sé que pesaba mucho, tú encontrabas tu goce en mi sufrimiento y 
yo en la mayonesa y el chocolate. Ahora llamarás a los vecinos, no tendrás 
que fingir que estás aterrado, eso te saldrá bien. ¡Que no le des patadas al 
perro! ¡¡Bruuuutoooo!! ¿Qué? ¿Te da miedo una simple corrientilla de 
aire helado? Claro, como están cerradas ventanas y puertas… ¡Qué intere-sante! 
¡Resulta que puedes percibir mis carcajadas! ¡Corre, corre, idiota!
52 
¡Pero no se te ocurra caerte! ¡¡Coooorreeee!! Sí, sí, aún más gélida, la boca-nada… 
sí, sí, es más rápido mi aliento que tus patas, ¡mentecato! 
No, no voy a perseguirte mucho, no hará falta, te pasarás el resto de 
tu vida huyendo. Sé que soñaras con estas escenas a menudo, que desper-tarás 
empapado en sudor y encogido de frío, que sentirás el soplo pasar y 
que volverás a oír mi risa mientras vivas, sobre todo por las noches, la os-curidad 
ahonda los miedos. Recorre tu vida como puedas, tal vez en la cár-cel 
te sientas más seguro, nunca se sabe. Por última vez, mientras echas la 
última ojeada a la que fue tu casa, te lanzo mi hálito glacial: ¡¡Coooorreeee, 
idiooootaaaa!! ¡Mira hacia delante, cretino, que no ves el coche que do-bla 
la esquina! Pues claro que es la policía, ¿no lo esperabas? Buena reac-ción, 
tumbarte sobre su morro azul y blanco, menos mal que han frenado 
a tiempo, sólo has conseguido una detención teatral, ellos no saben que en 
el fondo buscas protección. Sí, ayudó mucho a la puesta en escena el res-quebrajamiento 
del parabrisas, pero no es tuyo el mérito, había un antiguo 
impacto en el cristal, de una piedrecilla de la autopista, y el choque térmico 
entre mi exhalación y el calor del interior… No creo que se te olvide, la no-che 
de hoy. ¡Espectaculares esos pequeños cortes en la cara, esos hilillos 
de sangre! ¿Qué? ¿Disfrutas más como víctima o como verdugo? 
Me voy. Quiero aprender cómo funciona el bosón de Higgs. Entre 
otras muchísimas cosas. 
Eva Barro García 
Verbo Azul
53 
Temblor 
A veces, cuando tiemblo, me digo que no he vivido aún lo suficiente 
para comprender por qué lo hago y, sin embargo, no entiendo cuál puede 
ser la relación de los años, la experiencia y en general el tiempo con esas 
breves sacudidas de mi cuerpo, que me parecen como rápidos escalofríos. 
Cuando tiemblo, en ocasiones me parece que lo hago porque así me lo dic-ta 
una misteriosa inercia cuyo origen no está en ninguna decisión que yo 
haya tomado. Tiemblo, por ejemplo, cuando contemplo algunas de las re-presentaciones 
del asesinato frustrado de Abraham contra Isaac, cuando 
me encuentro solo sin desearlo en circunstancias muy precisas o cuando 
ya no tengo esperanzas acerca del comportamiento que alguien que me 
conoce bien tendrá conmigo. Tiemblo, aunque no sea visible, por razones 
de las que no soy siempre consciente, y a menudo me queda la sospecha 
de que esa pequeña sacudida se produce por la parte de mi experiencia 
que no puedo asumir del todo. Tiemblo, por así decirlo, en lo desconocido 
y por lo desconocido, y eso refuerza en mí la sospecha de que las fuentes 
de mi conciencia están estrechamente ligadas a la inteligencia siempre im-precisa 
de mi cuerpo. Tiemblo como una forma de encontrarme ante el 
espejo invisible que en alguna parte me contempla y yo mismo interrogo, 
y como una manera de sacudir inercias y miedos. Tiemblo con el mismo 
impulso que hace al cielo lo que es, al árbol, árbol, y otorga a cada cosa 
su naturaleza; temblar, en mi caso, es un acto elemental que delimita mi 
personalidad como los contornos del territorio de una isla le otorgan su 
condición a esa isla. Temblar para mí es una búsqueda, pero también una 
revelación de mi estructura íntima, que se manifiesta de ese modo cuando 
entra en contacto con el mundo y con las grandes experiencias tal como 
las expresa el arte o las resume, por ejemplo, un episodio simbolizado por 
la religión. Aun cuando no deja de ser un error que mi cuerpo persiste en 
cometer, reconozco que es un error que no me rebaja, que no me ciega a la 
vida ni me aísla de ella, que no entorpece mi existencia. Cada una de esas 
sacudidas voraces de mi cuerpo sirven para recordarme que soy creador 
frente a las cosas que me ocurren, que soy como un caudal que, al encon-trarse 
con los obstáculos que le supone la experiencia del mundo, bus-ca 
la manera de seguir su curso con esa activación brusca y elemental de 
su cuerpo. Soy, suceda lo que suceda, una conciencia que vigila, un alma 
que ha permanecido despierta y que por ello mismo siente la necesidad de 
expresarse a través de este misterio convertido en ineludible que supone 
cada nueva pequeña agitación de mi cuerpo. No creo exagerar si digo que 
soy un superviviente cotidiano de la experiencia que me supone el mundo, 
y sin embargo, ¿durante cuánto tiempo más podrá soportar mi cuerpo las
54 
elecciones de mi sensibilidad? Pretendo ir lejos, aunque sé que nada me 
garantiza ese recorrido. Pretendo amanecer en muchos sitios distintos y 
aún no me ha llegado el momento de establecer en cuántos de ellos. Será 
el tiempo el narrador de todos esos instantes, aunque aún desconozco si 
será en él cuando llegue a comprender por fin lo que me está ocurriendo. Y 
mientras tanto, mi cuerpo hablará, lo sé, y me seguirá imponiendo sus in-tuiciones, 
su desequilibrio, su ignorancia valiente y sofisticada; me seguirá 
diciendo que es mejor vivir que ignorar, sentir que no hacerlo, me dirá 
que es mejor temblar que permanecer inmóvil y como atrapado en la vida, 
sobre todo si con ello no impido volver a sentir esta inmensa sorpresa que 
a veces me hace parecer asustado. 
Ramón de la Vega
55 
A2S: Alfredo, Aida y Sara 
Alfredo llegó por fin a casa. La jornada en la oficina había sido agotadora, 
especialmente la maratoniana reunión de directores, todos señores mayores y la 
mitad calvos, así que la voz femenina que lo saludó nada más entrar en su hogar 
le sonó a música celestial. 
- ¡Hola, Alfredo! 
- Hola, Aida - respondió mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba en el arma-rio 
de la entrada. - ¿Qué tal el día? 
- Ninguna novedad importante. Han llamado del seguro y de la compañía 
telefónica. 
Alfredo se dirigió al dormitorio, donde cambió el traje y la corbata por la ropa 
de estar en casa, y contestó desde allí. 
- Bueno, sea lo que sea podrá esperar. Hoy vengo muy cansado. Me apetece 
una cerveza bien fría. 
- Hay cuatro en la nevera. ¿Añado cervezas a la lista de la compra? 
- Sí, claro. ¿Qué más hay en la lista? 
- Seis bricks de leche. Pan de molde. Un kilo de manzanas. Un kilo de zanaho-rias. 
Un kilo de tomates. Filetes de ternera. Filetes de merluza. 
- Añade también una pizza fresca, de barbacoa. 
- La pizza no está en la dieta que habíamos acordado. - dijo Aida. 
- Lo sé, pero añádelo igualmente. 
- De acuerdo. 
Alfredo fue a la cocina y cogió una cerveza de la nevera. Comprobó que efec-tivamente 
quedaban cuatro y sonrió ligeramente. Por fin llegó al salón y se dejó 
caer en el sofá, enfrente del televisor. Mientras Aida exponía las opciones de pelí-culas, 
series, informativos y deportes disponibles, Alfredo miró a su lado y por un 
momento le sorprendió que el espacio restante del sofá estuviera vacío. Se dijo a 
sí mismo que tendría que reconfigurar Aida, su Asistente Inteligente de Domótica 
Avanzada, para asignarle una voz masculina: la femenina se parecía demasiado a 
la de Sara, y el espacio vacío del sofá dolía más así. 
Joseto Romero 
Verbo Azul 
Madrid, marzo de 2013 
Dedicado a Aida Millán y Javier Vendrell
Collage. Carmen Isasi
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Mariposas 
Mariposas: Abrir un saco lleno de palabras, anécdotas, vivencias; ¡qué fácil 
sería si, como mariposas, volaran para posarse suavemente sobre el papel! Pági-nas 
y páginas llenas de breves momentos. Polvo de alas. La vida. La vid. 
Pero, al abrir el saco esa vida me desborda. Incapaz de mirar, cierro los ojos 
unos segundos. 
De mi saco no salen mariposas. Es ansiedad; ansiedad que aspiro hasta llenar 
los pulmones lo suficiente como para oxigenar un cerebro perdido en una nebu-losa. 
Trato de olvidar las mariposas. Sé que nunca conseguiré ordenar el polvo 
que se desprende de sus alas. Manchas amorfas. Palabras y frases inconexas cuyo 
significado solo yo seré capaz de comprender. Y yo ya lo sé: No puedo poner en 
orden mis ideas; tal vez porque mi vida ha sido un caos o porque, sin serlo en 
sí, a cada instante se amontonan unos cadáveres sobre otros sin darme tiempo a 
enterrarlos dignamente. Un cementerio con una única fosa, una gran fosa común 
donde el tiempo reducirá todo, hueso a hueso, a polvo, mezclando caóticamente 
cada partícula en el silencio de la tumba. 
Polvo de alas. 
Polvo de huesos. 
Polvo del camino. 
Al final todo se reduce a polvo. ¿Quién es capaz de dar vida a una mariposa a 
partir del polvo de sus alas? ¿Y quién sabe leer la vida que ha quedado reducida en 
la fosa a polvo de huesos? ¿Quién, del polvo del camino, recogerá en un libro las 
palabras que escaparon inconexas? 
Orugas. Huellas. Palabras... Polvo del mañana. 
El viento sopla de Poniente, suave, cálido, empujando el polvo hacia el mar, 
donde se posa -marinero- hasta perderse en la profundidad. 
Encarna Martínez Oliveras 
Verbo Azul
Cristina F. Zambrano
59 
¡Qué suertuda! 
A Silvia Brusilovky 
Qué suertuda, pensó contemplando cómo las primeras gotas, grandes y 
redondas, se aplastaban contra el parabrisas. 
─”El aplastamiento de las gotas” ─dijo en voz alta. 
─¿Cómo dice? ─preguntó el taxista. 
─No, nada ─contestó y le dio la dirección del gimnasio`Río Abierto´ en 
la calle Paraguay. 
Cualquier otro día habría tomado el colectivo, pero esa mañana la ame-naza 
de lluvia y la demora que arrastraba desde su despertar, la hicieron subir 
al primer taxi. 
Ha sido estupendo que se presentara tan pronto, razonó al recordar que 
prácticamente había caído en el asiento nada más cerrar la cancela de su casa. 
No era fácil encontrar taxi a aquellas horas en la calle Maure. 
El coche arrancó bruscamente. 
─Maneje con cuidado ─solicitó. 
El chofer no respondió, pero ella vio su mirada burlona en el retrovisor. 
¡Qué tipo, parece medio raro! aventuró. 
El conductor enfiló hacía la dirección solicitada. Esta vez lo dejó hacer, 
solo tenía que controlar la ruta, era un trayecto conocido. 
Se relajó, decidida a aprovechar aquél día de libertad: haría ejercicio, una 
buena ducha y, dependiendo de cómo se fuera afianzando el tiempo, ya vería. 
Seguro que deja de llover y queda un día precioso: como el de ayer y anteayer, 
deseó. 
Se acomodó y dispuso a disfrutar del paseo, de la lluvia, del suave calor 
del interior del coche. Las primeras gotas habían dado paso a espesas cortinas 
de agua que aumentaban el grosor de los cristales. Tras la inesperada lupa, las 
imágenes le llegaban danzarinas y nuevas en su distorsión. 
¡Qué lindo! parece otro camino, se entusiasmó. Miró hacia El conductor. 
Tenía los ojos fijos en ella desde el espejo. Volvió la vista a la calle dispuesta a 
no dejarse robar el encanto del paseo. 
Doblaron por calle Cabildo para tomar el subterráneo de Palermo. Al cru-zar 
la calle Juan B. Justo, un tren circulaba por las vías elevadas. ¡Qué her-mosos 
los trenes! Siempre le habían gustado desde chica.¡Ay! Aquellos viajes 
veraniegos con los abuelos, los tíos, los primos…¡Qué quilombo, che! ¡Pero 
qué bello compartir tanto cariño y tantas cosas lindas! 
Volvió a mirar al espejo retrovisor: ¡Increíble! ¡El tipo seguía observán-dola 
sin pestañear! ¿Cómo hacía para conducir y mirarla a la vez? Le enfadó 
darse cuenta de que a su pesar la actitud del hombre la distraía de sus feli-ces 
pensamientos. Por suerte acababan de adentrarse en la zona comercial
60 
de Santa Fe, pasar por esa calle siempre le aportaba un rato de dicha: las pre-ciosas 
tiendas y negocios de moda, ahora de su lado derecho, y del izquierdo 
los amplios espacios de la Exposición Rural, del Zoológico, y como broche de 
oro, el Jardín Botánico. Y, mediando entre el cielo y los planos anteriores, el 
arbolado, siempre impactante del Bosque de Palermo. 
Al fin tomaron por Paraguay, estaban llegando, lo vivió con alegría, pero 
seguía diluviando. La calle estaba imposible, era un río: Me voy a duchar antes 
de tiempo, constató. 
Delante del gimnasio estaba la entrada de un garaje, era el único lugar 
libre de coches y su única oportunidad de no pisar en un charco. 
─Póngase a la entrada de la rampa ─le pidió al conductor mientras le 
alargaba el importe de la carrera. 
─¿Qué quiere que ponga el auto ahí? ¡Usted está muy equivocada, pero 
que muy equivocada! ¡Bájese! ¡Bájese ahora mismo! ¡Óigame, usted lleva muy 
mal camino, pero por muy, muy mal camino! 
Se quedó sin palabras, bajó del coche, chapoteó en el agua y completa-mente 
mojada, se dirigió directamente a la ducha. 
Concha García de los Arcos 
Verbo Azul
61 
Cárceles invisibles 
Como se dice en los cuentos, el día que me casé fue el día más importante de 
mi vida, la culminación de una carrera de obstáculos con un final de premio. Aho-ra 
esa vida me parece corresponder a otra persona. 
Según íbamos a la ceremonia, en un cruce nos detuvo el semáforo en rojo. La 
cárcel se veía desde el coche y la puerta de salida se abría en ese momento, dando 
paso a una mujer, joven todavía, a la que se acercaban dos personas, una aparen-temente 
mayor y una niña, a la que llevaba de la mano, de unos siete u ocho años, 
que abrazaba a una muñeca, cuya cara miraba hacia el coche con una sonrisa sar-cástica, 
o así me pareció a mi, como también me pareció apreciar el semblante de 
serenidad y placidez que reflejaba la mujer, la cual supongo, acababa de obtener 
su libertad. En ese momento mi mente no pudo contener la gran certeza que me 
invadió al pensar que su libertad actual había sido física, pero cuando entró en 
prisión poseía la total liberación de su espíritu. 
Hoy, sentada en este cuarto, apoyada en esta mesa, trato de llorar y no puedo, 
aunque es posible que no quiera. Mis círculos vitales se van cerrando, al mismo 
tiempo que mi existencia se diluye sin poder detener su destrucción. La deses-peranza 
se ha convertido en la mejor contrincante de la soledad invasora de mi 
ánimo, no se cuál de las dos se erigirá con el triunfo de una decisión. 
La convivencia como mujer casada, ha ido socavando todos y cada uno de las 
ilusiones y proyectos que tenía en perspectiva. 
Al principio la vida en común parecía transcurrir en conexión total. Esto se 
fue degradando a medida que nacían mis hijos. Con el primero, pensé en trabajar 
en cuanto pasará el tiempo preciso y conveniente, después de su nacimiento. En 
el momento que lo hice saber, no hubo malas caras, sin embargo los hechos con-tundentes 
en contra, los pude comprobar hasta tal punto, que al siguiente mes 
volví a quedarme embarazada y así, cada vez que mis proyectos laborales daban 
comienzo. Tengo cuatro hijos y digo tengo, porque soy yo la única que ha perdido 
sus planes de vida, al dedicarla enteramente a cumplir con la responsabilidad que, 
sin consulta, sin apoyo, sin consideración, he adquirido. 
Siempre decimos que nacemos libres, y qué relativa y engañosa es esta afir-mación. 
Mientras en una pareja se destroza uno de sus miembros, el otro desencadena 
una soberbia existencial, una autoridad rayando en el despotismo, un desprecio 
calculado y un narcisismo ridículo que deja aniquilada la estima, la seguridad, la 
sensibilidad y la dignidad del otro. 
Cada vez nuestras conversaciones se hacen mas lacónicas. La intimidad es 
obedecer. No te rebeles, es contraproducente, aconsejan los que establecen los 
límites de esa libertad del ser humano. 
Una atadura de por vida, en un ambiente estrangulador de cerebros, es abe-rrante 
para la persona.
62 
Por mas que pienso, no puedo salir del círculo angustioso de mi existencia. 
He renunciado a todo lo que ambicionaba conseguir, de una forma natural y lógica 
en el transcurso de mi vida, como la compenetración con la pareja, el desarrollo de 
mi formación en un puesto de trabajo, al igual que antes de casarme, el realizarme 
como mujer sencillamente, alguien independiente que desea amar y ser amada 
con el fruto de unos hijos deseados. 
Nada de lo que me proponía se ha llevado a cabo y la razón de vivir se va aca-bando, 
solo estas cuatro vida que debo y quiero sacar adelante me fortalecen pero, 
en ocasiones, me quedo meditando y recuerdo a la mujer que aquél día vi salir de 
la cárcel, porque había cumplido su condena y yo, cuándo cumpliré la mía, ó, es 
que quizá, deba precipitar mi destino. 
Marisa González 
Verbo Azul
63 
Invierno en Madrid 
“Quid ultra debui facere ibi, et non feci” 
¿Hice todo lo que tenía que hacer? 
Este gélido y nevado mes de enero madrileño, este frío invernal; me trae tu 
recuerdo. Nieva abundantemente. Copos blancos y fríos y me llega la memoria 
de tu cabello negro, brillante, oloroso y cálido. La evocación de tu risa, de tu boca 
caprichosa, de tus dientes blancos, albos como la nieve que está cayendo. 
El cielo de la capital es nebuloso y algodonado y la añoranza de tus ojos es 
verde como lo es el mar, profundo, misterioso, añorado, deseado y eterno. Como 
verdemar son las selvas, casi vírgenes, frescas, frondosas y llenas de aventuras por 
vivir. 
Mi otoño empieza tras morir el verano de mi vida. Las estaciones tienen su 
razón de ser, son parte de la vida, solo hay que saber escuchar. A veces con esta 
sociedad que hemos creado -algo de culpa también tendré yo- con esta vida agita-da, 
no escuchamos. 
Nacemos y -tal vez- hasta los veinte años vivamos la primavera. Qué bello y 
jovial es todo. Qué alegre y lleno de color. Todo está por descubrir, por saborear, 
por palpar, por probar... ¡Cómo deseamos todo! 
De los veinte a los cuarenta -quizás- vivamos el verano. Creemos saber lo 
que queremos e intentamos vivir como deseamos. Tenemos el empuje de la ju-ventud 
y pretendemos poder con todo. Nada se nos resiste -pensamos. “Vamos a 
cambiar esta sociedad y a romper moldes” -soñamos. 
Ahora ha entrado el otoño de mi ajetreada y a veces extraña vida. Siempre me 
he sentido “en mitad de ninguna parte” y he conocido y tratado a gente que como 
yo no estaba encajada en ningún sitio. Por eso fueron o son mis amigos. Nunca me 
ha gustado ser como el resto, ni vivir bajo los cánones establecidos. Me gusta ser 
diferente, no atenerme a reglas ni preceptos. Tal vez sea el último resquicio que 
me queda de rebeldía. 
De los cuarenta a los sesenta -acaso- queramos recuperar el tiempo perdi-do 
o apurar los últimos años de esta segunda juventud que se escapa y que se ha 
convertido en madurez. 
¡Quién me asegura que llegaré a los sesenta! Bueno, si muero, os puedo 
asegurar que moriré harto, no falto. Dios quiera que llegue el invierno, será señal 
de que estoy vivo. 
De los sesenta a los ochenta. ¡Quién llegara! No estaría mal poder rememo-rar 
lo que se ha conseguido, lo que no se quiso lograr, lo que no se pudo conseguir 
aún deseándolo mucho y echando toda la carne en el asador; en definitiva, lo que 
se vivió. 
Uno ha intentado sacar el ciento cincuenta por cien a la vida pero a veces 
no pudo ser, se pretendió pero no pudo ser, se aspiró a ello pero no pudo ser, se 
deseó pero no pudo ser, se quiso con el alma pero no pudo ser, no pudo ser, no 
pudo ser...
Cristina F. Zambrano
65 
El ser inmensamente feliz no depende solo de uno, pero uno tiene mucho 
que ver en ello y poner la vida, el corazón y el alma en el intento de conseguirlo y 
aun así, a veces, no pudo ser... 
Amé a muchas mujeres que me amaron. Amé alguna vez -no muchas- sin 
ser correspondido y quise mucho y fui muy querido pero hubo veces en las que... 
no pudo ser. 
Si llegamos -todos- al invierno de la vida. Los que compartimos nuestros 
cuerpos, deseos, fantasías, amor, ternura, lascivia, libertinaje y desenfreno. Los 
que intercambiamos miradas cargadas de deseo, tiernas caricias, fluidos corpora-les 
y los que no quisieron o no pudieron hacerlo por motivos morales, religiosos o 
sociales... Allá unos y otros. 
Si se ha vivido la vida al ciento cincuenta por cien; sublime. Si lo habéis vi-vido 
al cien por cien; genial. Si no se ha hecho lo que se hubiera deseado; joderos. 
No os puedo decir otra cosa, es vuestro puto problema. Se os dijo y no quisisteis 
escuchar que la vida pasa rápido. 
Si habéis sido felices con vuestra actitud, me alegro por ello y en caso con-trario 
es vuestro jodido problema, no es el mío. Yo echaré de menos no poder 
vivir situaciones que mi vejez me impida pero estaré tranquilo, pausado y sereno, 
sabiendo que hice cuanto pude por ser inmensamente feliz, que puse toda la carne 
en el asador para querer lo que quería, para disfrutar de lo que deseaba, para vivir 
lo que añoraba, para satisfacerme plenamente... 
Si no pudo ser, no fue mi culpa. Eso da la tranquilidad necesaria que busco, 
que siempre he buscado, la serenidad de vivir en paz con lo más importante; con 
uno mismo. 
Y que la parca llegue cuando quiera, que la fría muerte como lo es este 
invierno madrileño del mes de enero llegue como ha llegado la nieve. No hay pro-blema, 
la estaré esperando, firme, con la cabeza bien alta, sin miedo. Es parte de la 
vida. Desde niños sabemos que es el final y que llegará, siempre llega, nunca falta 
a su cita. 
¡Vienes a por mí, pues aquí estoy! Solo pido llegar al invierno de mi vida 
aunque no sea un invierno largo. Moriré como todos. La fría muerte vendrá a bus-carme 
y se extrañará de mi sonrisa satisfecha. 
¡Llévame jodida muerte donde quieras! ¿Quieres saber lo que es el amor?, 
te lo cuento. Quizás ¿saber lo que es la pasión y el deseo?, también te lo puedo 
explicar. ¿La lujuria, la lascivia, la ternura?,... pregúntame puñetera muerte y te lo 
contaré, he vivido mucho e intenso. 
¿El dolor que causas cuando te llevas a los seres queridos?, ¿el desamor do-loroso, 
el olvido, el rechazo, la inmensa pena, el desagradecimiento, la derrota?.... 
¿qué quieres que te cuente? Pregúntame lo que quieras. Todo te lo puedo contar. 
He visto morir a gente que para mí fue indiferente, a gente querida y a per-sonas 
que dejaron tras su adiós una incurable herida en mi alma. 
Por eso aquí me tienes esperando, sin temores y con una sonrisa. Todo lo 
que tenía que vivir lo he vivido, todo lo que tenía que disfrutar lo he disfrutado, 
en todo lo que me tenía que satisfacer me he satisfecho y en lo que me tenía que 
saciar, me he saciado. Rememorando al poeta Pablo Neruda; yo también “confieso 
que he vivido”.
66 
Si me quedan deudas pendientes no fui yo quien tenía que pagarlas. No fue 
mi falta de anhelo, ni mis ganas de querer; quise que fuera y no fue; no hay más. 
Llévame donde quieras, seas vieja, fea y con una guadaña como te pintan o 
bella, apetecible y joven como me gustaría que fueras. A esta altura del partido, ya 
no nos queda ni la prórroga, el árbitro está a punto de pitar el final del encuentro 
y lo hecho, hecho está; no hay que darle más vueltas. 
Si estás conforme como yo con lo vivido, recibe a la muerte con una sonrisa, 
-sin prisa, que tarde en llegar- con la alegría de haber disfrutado de la vida al máxi-mo, 
de haberle sacado todo su jugo. En caso contrario; lo siento por vosotros, se 
os advirtió y no quisisteis escuchar; qué más puedo deciros, haber jugado mejor. 
Fernando José Baró 
Verbo Azul
67 
Jardineros del lenguaje. 
José Hierro 
Innovar, imaginar, crear con el mágico 
dominio de la música de las palabras, es 
como se manifestaba José Hierro, quien 
no tenía nada que envidiar a Juan Ramón 
Jiménez, ni a Rubén Darío. Su obra es 
una continuación del 27 y la modernidad, 
un abrirle puertas a la razón y a la belle-za. 
No se permitió nunca caer en el de-rrumbe 
humano. Umbral no titubeó para 
señalar que José Hierro era, sin duda, el 
mayor poeta español de la posguerra en 
adelante. 
En los espejos de los cafés literarios re-lucía 
su calva ¿o era su aura?... Sus ojos 
escrutadores de felino literario, de anaco-reta 
de café, parecían estar hipnotizando 
a los contertulios de turno. Su presencia 
imponía solemnidad y seriedad. El humo 
de sus cigarros se elevaba mostrando la 
radiografía de sus ideas. Cualquier ca-marero 
sabe leer y traducir las radiogra-fías 
de humo. La nicotina le hacía toser 
como un poseso, toser como si brindase. 
En uno de esos accesos de tos asmática, 
estando con Joaquín Sabina, tosía tanto 
que, Sabina asustado, le amenazó: 
- ¡¡Pepe, no te mueras que te mato. 
Pepe, no te mueras que te mato!!”… 
Aquella tos lírica, incluso crónica, a él 
mismo le asustaba, lo que no le corres-pondía 
con su figura de legionario de la 
poesía. Eso sí, tosía con rima, una tos 
musical, reseña de su condición de poe-ta. 
Como buen esteta, le gustaba oler la 
flor de la palabra bella. Como poeta reco-nocía 
que la poesía es dar nombre a las 
cosas y aseguraba que la poesía es una 
caja fuerte cuya combinación desconoce-mos. 
Escribía y pintaba para huir de la 
realidad que le agobiaba, como escribía y 
pintaba para edificar la realidad idealiza-da, 
la deseada. Su poesía un día se nos 
introdujo en la sangre y desde entonces 
corre por nuestras venas. Su poesía to-davía 
se siente calándonos como un per-fume 
sonoro en las estancias del alma. 
“Jardinero en el jardín de la libertad”
68 
José Hierro siempre tuvo claro que la 
poesía es dar mordiscos, con el lenguaje, 
a la vida. 
Se quejaba de que la dictadura había 
enlodado su vida, por lo que no estaba 
dispuesto a que también enlodara su 
poesía. Por ello, no quiso ser poeta políti-co. 
Bastante ya había sufrido siendo una 
víctima de la guerra. Su voz, zumo de pa-labras 
sencillas velado por la vida, vida 
escrita en el pentagrama con música poé-tica. 
Musical dramático de la víctima de la 
guerra. Torturado en la cárcel, sufriendo 
amenazas en la posguerra, se convirtió 
en un poeta realista, imaginativo, cohe-rente 
y moral. José Hierro llevaba alas en 
la pluma y hierro en su apellido. Nos indi-có 
que estando en la cárcel llegó, por el 
dolor, a la alegría. Sobrevivió José Hierro 
forrando de alegría la pena del ropaje de 
su existencia y cantó al amor, a la amis-tad, 
a la consideración, a la comprensión, 
a la justicia y rió, rió, rió… brindando con 
sus amigos por la libertad. Convirtiéndo-se 
en el jardinero del jardín de la libertad. 
Leer, leer, leamos a José Hierro, re-gocijándonos 
con sus poemas que son 
zumo de vida, que son radiografías de 
sentimientos y deseos, oraciones de li-bertad 
al amor, a la justicia, a la paz, a la 
amistad. Leamos a José Hierro disfrutan-do 
del arco iris que es su poesía, ilumine-mos 
con sus poemas nuestras estancias 
del alma llenándolas de colores. 
JOSÉ BÁRCENA 
Verbo Azul
69 
Libros recibidos 
LLAMARSE POR ENCIMA DE LA NOCHE. 
Antonio Daganzo 
Llamarse por encima de la noche (RIL Editores, 2012) es 
el cuarto de los libros de poesía publicados por Antonio Daganzo, 
primero de los publicados en Chile. Poeta de voz franca, límpida, nos 
presenta un conjunto de poemas unívocos, donde el discurso poético 
circula desde la otredad a la inmanencia, desde la soledad al gozo del 
encuentro. Ya desde el título se nos advierte de esa sublimación, de 
esa consumación última, absoluta. 
Dos poemas extensos, a modo de exordio, preparan el ánimo del lector y certifican 
la intención del poeta, los mimbres que luego desarrollará a lo largo de todo el poemario. Ya 
están ahí, apenas esbozados, los símbolos que más tarde se nos revelarán indispensables: la 
noche, el viaje, la voluntad, el compromiso. Tras este pórtico se abren a la luz dos posibilidades, 
dos partes que bien pudieran ser poemarios independientes en sí mismos, pero que de la unión 
obtienen una altura y un significado más certero. No por casualidad la segunda, Vino navegado, 
lleva una dedicatoria personalizada, un nombre de mujer, una respuesta. 
Hay en todo el poemario una, creemos que intencionada, voluntad de desbordamien-to. 
Versos largos, plenos, que se derraman en imágenes luminosas, vivísimas. “… los jirones 
de espuma arrancados al agua, / las vísceras del aire, / el secreto latir, / silencio de seísmo…” 
El hombre, el poeta, atraviesa la oscuridad por encima de dos continentes, Europa y América, 
hermanados en la luz y en la palabra. Porque esta y no otra es la base que sostiene la obra, viaje 
interior y exterior a un tiempo, iniciación y búsqueda; peregrinaje al cabo. 
Si el amor es a un tiempo estación de salida y de llegada, Chile es su término, su cau-salidad, 
su lenguaje. El país andino no es sólo un referente, es el lugar donde se conforma la 
experiencia vital del poeta, “la cumplida extensión” donde el grial se materializa en el abrazo. 
Muchas son las piedras de toque, los guiños intencionados, muchas las referencias a una tra-dición 
literaria que el autor conoce bien y maneja sabiamente con precisión de orfebre. “Crees 
recobrarte / en cada sensación que has capturado; / alcanzarte cual caza, / nunca alimañas tan 
bellas con tu rostro / que saben los espejos”. Antonio Daganzo es dueño de un lenguaje exquisi-to, 
de una verbalidad alta, casi sacralizada, que maneja con soltura sin caer en el oscurantismo. 
Su palabra tiene el tono justo, la precisión y el peso suficientes para hacer de este uno de sus 
mejores libros, quizá el que mejor define su forma de decir y de decirse, su manera de aproxi-mación 
al hecho poético. 
Es esta, pues, una obra de consumación, de advenimiento, un libro en el que, de alguna 
manera, toda la luz encuentra su reflejo, su correspondencia. “Limpidez contra el miedo / la de 
este prolongarse sobre un timbal profundo”, sobre esta luminosa transparencia y sabernos tem-blor 
donde “llamarnos por encima de la noche / para siempre”. 
Ana Garrido
70 
LA HEREDAD DE LA LUZ. 
Cristina Cocca Arnedo 
Cristina Cocca Arnedo obtuvo con La heredad de la luz el 
premio del LII Certamen Nacional de Poesía Amantes de Teruel. El 
libro, publicado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Teruel en mayo 
de 2013, es fruto de un deslumbramiento. La luz desvela el mundo, lo 
transforma y lo interpreta desde una perspectiva más íntima, más alta. 
La heredad de la luz es un itinerario espiritual, un viaje que se pliega 
y se eleva sobre sí mismo, sobre el último llanto de los sauces. 
A partir de un poema inicial a modo de prefacio, subdividido en tres tramos - las tres 
partes del día- que tendrán correspondencia en cada una de las partes del libro, la autora de-sarrolla 
una visión panteística donde la idea de luz-madre se contrapone a la de oscuridad-aca-bamiento; 
“luz cereal” que fecunda todos los rincones, que nutre y alimenta porque no hay otra 
región para la dicha. La primera estancia corresponde a la noche, a un paisaje interior deshabi-tado, 
un memorial de pérdidas y ausencias en el que la mirada se vuelve introspectiva y espera 
consumarse –escribirse- en la mirada del otro. La Segunda habitación (Culminación de luz sobre 
los ojos) es un canto a la renovación, un tributo debido a la esperanza. El amor regresa, se hace 
dueño de todo, de la casa, y se materializa en vértices y aldabas. Con el Tercer espacio (Esen-cialidad 
del alba) culmina la búsqueda, la espera; la mañana recupera su lugar en la memoria, su 
equilibrio. 
De corte eminentemente lírico, la poesía de Cristina Cocca no abandona en ningún 
momento la perfección técnica, el ritmo expresivo y poderoso. Heredera de una tradición clásica, 
cultista, reinventa su manera de decirse, su forma de acercarse a la palabra desde más allá de 
todos los cerrojos. Versos altos, musicales, de marcado acento intimista que no escapa al juego 
metapoético, a veces dialogados, dan al conjunto una calidez y una sutileza difíciles de encontrar 
en otras fuentes. 
La heredad de la luz es un libro simbolista, plagado de imágenes brillantes, arreba-tadas, 
a un tiempo frágiles y poderosas, que seducen y arrastran con la docilidad del agua, con 
la apariencia de una calma fingida que desvela todos los rincones, que hiere y cauteriza. “Hay 
un olor a templo en las paredes”, “hay nuevos edificios que envejecen / sobre el último acento 
de las sílabas”. Pero no todo en él se ha dejado a la seducción o al brillo fugaz de la metáfora. 
Cristina Cocca es también - y lo demuestra – poeta de mirada franca, desmedida, que trasciende 
la propia realidad para universalizarla. Su voz conoce el acento de los pájaros, la privación de los 
espejos. Y se reconoce, se muestra con la placidez de los marjales en todas las esquinas de la 
noche. 
Es este, pues, un libro luminoso, iniciático en lo que tiene de dejación, de pérdida, 
un libro de búsquedas y encuentros, de silencios hondos, vulnerados. Inventemos la noche, su 
lenguaje a espaldas del dolor. La luz se hace más luz en otros ojos, en otras madrugadas. “Y 
solamente el tiempo / podrá leer en ella la nostalgia”. 
Ana Garrido
71 
En clave de mí (Espiral Literaria, 2013) es el título con el que 
Ana Bella López Biedma irrumpe en el panorama literario. Acom-pañado 
de un disco, En clave de Do-s, en el que la propia autora 
interpreta algunos de sus poemas musicados por José Luis Hinojosa, 
es este un libro singular, una obra plena y de madurez poética que sor-prende 
por su misma frescura, por la extraordinaria sensibilidad que la 
autora derrocha entre sus páginas. Versos altos, metáforas arriesga-das, 
vivísimas, componen un mosaico de poemas que nos devuelven 
a una forma primigenia de mirar, a una concepción cuasi panteística de la imagen como realidad 
sensorial, como vínculo y respuesta. 
“Hay un crujido de árboles cansados / comiéndose mi espalda” - dice. Y desde ese 
dolor escribe, desde el resto del aire y las abejas. La poesía de Ana Bella López Biedma sacude 
desde el fondo de la lluvia, desde el crepitar de las hogueras al filo del instante; nace en el umbral 
de un tiempo esquivo, ajeno, sin aristas, en el que la mujer que es ella misma, pero pudiera ser 
todas las mujeres, se atreve a caminar sin máscaras, sin disfraces. Porque esta y no otra es su 
manera de entenderse, su forma de enfrentarse a la palabra. 
La autora parte de un posicionamiento vital que busca darse, que se ofrece por entero 
de una vez y para siempre; es el suyo un mundo poliédrico y frágil, transparente, un universo en 
construcción que encierra toda la piel del agua, todo el peso de la luz, toda la herida al borde de 
los labios. Quizá por eso, tal vez a pesar de eso, el libro está dividido en tres partes que se inician 
con fragmentos de prosa poética, toda una declaración de intenciones. “Sé que no se puede 
girar eternamente” - dice en una de ellas. Pero gira, gira con toda la lentitud de la memoria, y se 
muestra nueva, plenamente consciente de su individualidad, de su certeza. 
Pero En clave de mí es también un libro ecléctico, acaso transgresor. Concebido como 
un todo, es quizá la propia individualidad de cada poema lo que le confiere esa unidad de la que 
hablamos. Junto a textos escritos en verso blanco, encontramos otros en el que la forma clásica 
(décimas en su mayor parte) no coarta en absoluto, antes bien, lo potencia, el vuelo de la ima-gen, 
la altura de la metáfora que se va desarrollando en encabalgamientos ágiles en sucesión 
constante. “La boca del insomnio me muerde por la espalda / con su rictus de pájaro”. 
Por debajo de todo, impregnándolo todo con su sombra de árbol, la palabra de Ana 
Bella López Biedma dibuja un paisaje íntimo, preñado de referencias líricas, hondo de oqueda-des 
y silencios. La poeta busca, experimenta, encuentra su lugar en el mundo, su acomodo, y 
se afirma en él con la mirada en llamas, con la piel y el corazón entre los puños. Aún quedan 
refugios para el día, ventanas por abrir y muchas muertes que alzar entre los ojos, “noches en 
que la boca se destila / en un silencio ronco”. “Pero nos sobrevive la palabra”. 
Ana Garrido 
EN CLAVE DE MÍ. 
Ana Bella López Biedma
72 
María Luisa Mora Alameda obtuvo con El don de la batalla 
(Vitruvio, 2012) el X Premio Nacional de Poesía “Ciega de Manzana-res”. 
El poemario surge de un renacimiento, de una búsqueda de la 
supervivencia ante lo que de suyo es irremediable. Ya desde el título, 
la lucha se nos presenta como la única certeza posible, como el único 
asidero cuando las fuerzas fallan, cuando la soledad se hace patente. 
A raíz de un hecho luctuoso y terrible, la autora se sienta ante sus 
recuerdos, quizá para ponerlos en orden, narra en primera persona y 
desnuda el dolor, interiorizado y asumido, como razón de ser, como única manera de aferrarse 
a la vida. Pero no se trata de un dolor desgarrado - al menos, y creemos que esa y no otra es su 
voluntad - el lector no lo percibe así, sino como un canto a la esperanza, un posicionamiento que 
busca la razón de la sinrazón, la coherencia en lo que de por sí no puede concebirse. 
El poemario se estructura en cinco partes, cinco tramos separados a su vez por citas 
de poetas queridos, admirados (Santiago Sastre, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Luis 
Cernuda, Gabriel Celaya) que marcan con su tono y su significado la materia de los versos a los 
que preceden. Quizá la piedra angular del libro, sobre la que descansa toda la reflexión poética 
anterior y posterior que se nos muestra, sea la segunda. A partir de una esclarecedora cita de 
Ángel González, asistimos a un devastador silencio que, quizá por su misma crudeza, es expre-sado 
sin afectación, con la mirada serena de quien no tiene ya más lágrimas, de quien entiende 
que la palabra - la poesía - es la única verdad, la única respuesta. 
La autora utiliza un lenguaje sencillo, cercano, sosegado; no recurre a trucos efectistas 
o metáforas arriesgadas que pudieran poner en peligro la transparencia que pretende. Así, es-cribe: 
“Nunca hicimos la guerra. / Tan sólo hemos luchado, / hemos logrado, definitivamente, / la 
esperanza”. Versos blancos que emocionan y arrastran precisamente por su aparente dureza, 
por su manera de decir, de decirse, por la valentía de su desvalimiento. 
Aunque son continuas las referencias metapoéticas - poesía como salvación, como 
justicia - es en la última parte del poemario donde la autora consuma su visión panteísta de la 
realidad. “Un verso, una mañana, un verso”. La palabra como realidad que vivifica, como argu-mento 
que sostiene y alimenta. Y al fondo ese mismo dolor que certifica la memoria, la sed bajo 
los chopos. 
Son muchas, pues, las razones que hacen de El don de la batalla un libro imprescin-dible. 
Es un poemario atípico, alejado de fingimientos o disfraces. María Luisa Mora es - y así se 
muestra - una poeta comprometida con su propio coraje, con su propia manera de entender la 
palabra y asomarse al mundo. Acaso el corazón tenga otras voces, acaso se derrame en otras 
bocas, pero nunca latirá con más sentido, nunca será la luz más derramada. 
Ana Garrido 
EL DON DE LA BATALLA. 
María Luisa Mora Alameda
73 
Cuántas veces seremos el otoño (Ediciones QVE, 2012) el 
Primer Premio de Poesía “Elías López Roldán” del Ateneo Albace-tense. 
El poemario se estructura en torno a la idea del tiempo como 
protagonista y motor del itinerario creador del poeta. El tiempo en sus 
múltiples caras, matraz y materia del alquimista, del hombre, del ser 
humano confeso en su misma palabra, en la reproducción de sus es-pacios. 
El poeta se mueve bien en el verso clásico, pulcramente medido en formas estróficas 
tradicionales. Quizá por eso se deja llevar -acariciar acaso- por versos endecasílabos de marca-do 
sabor elegíaco y trascendente. Pero el lector avisado no debe llamarse a engaño. Es este un 
libro de sonetos, es cierto, un libro que se acerca al lector para devolverle una mirada fiel sobre 
las cosas, relajada y quieta casi siempre, pero también un crisol, en ocasiones, de una cierta 
y fina ironía. Cinco son las partes que lo componen, cinco también, como no podía ser de otro 
modo, los momentos que el autor recoge y restituye en su cíclico descubrimiento. Cada una de 
ellas, un poemario en sí misma, forma un todo apodíctico sin fisuras sabiamente urdido e hilva-nado. 
Cuando alguien te espera, Por las calles del atardecer, Paisajes con pintor, Epistolario 
Quijotesco, Para el instante, para el recuerdo son los subtítulos en los que el autor sustenta y 
certifica su trabajo para darle unidad, significado. Y lo consigue con creces en un difícil equilibrio, 
significante y significado en perfecto maridaje. 
Jiménez Carretero no es hombre de verdades a medias, de caminos y esperas, de 
renuncias. Manchego de una pieza, se reconoce en la obra de los que precedieron, en la voz 
alta, herida, que, al comunicarse, recupera su esencia, su frescura. “Voy sin prisa / flotando en la 
cadencia de mi paso”- dice, y así se muestra, se ofrece, se dibuja, desnudo el corazón, en cada 
devenir de la palabra. Muchos son los amigos a los que dedica cada uno de los sonetos porque 
son muchas las voces junto a las que ha caminado, muchos los compañeros de viaje. Ya desde 
el título, tomado de un verso de Dionisia García, muestra su voluntad de búsqueda, de entrega, 
reconoce su deuda con los que le han precedido. Como ejemplo, quizá dos de los más signifi-cativos, 
podemos citar el poema dedicado a Leopoldo Panero o el que escribe a la memoria de 
Sagrario Torres. 
Cuántas veces seremos el otoño es, pues, un libro de gratitud, de advenimiento. Se 
trata de un recorrido absolutamente entregado, absolutamente límpido, por todas las etapas de 
la sangre; del yo al vosotros, del hoy más desguarnecido a un ayer varado de nostalgia en un 
itinerario de esperanza. “Lo que fui ya no importa”. - dice - “Que otros digan”. Dirán, diremos, 
pero antes será bueno sentarnos un momento “sobre la piel del tiempo como un brote”, como un 
amanecer desordenado, y aprender el idioma de los pájaros, la lengua de los árboles. “¡Hay tanto 
por hacer en la llanura!”. 
Ana Garrido 
CUÁNTAS VECES SEREMOS EL OTOÑO.
74 
De la mano del proyecto Género Femenino Número Plural y 
desde la Consejería de Presidencia y Justicia del Gobierno de Can-tabria 
nos llega Cristales, libro ecléctico y comprometido donde los 
haya. Once poetas, once mujeres, nos ofrecen su particular visión de 
denuncia poética sobre el maltrato. Nieves Álvarez Martín, Elena 
Camacho Rozas, Marisa Campo, Dori Campos, María José Eche-varría, 
Maribel Fernández Garrido, Ana García Negrete, Araceli 
González Vázquez, Rosario de Gorostegui, Adela Sainz Abascal y 
Raquel Serdio unen sus voces de repulsa, su talento poético en pro 
de todos aquellos gritos silenciados, ocultos casi siempre en la intimidad de las familias. 
El libro es, pues, una obra de testimonio, de posicionamiento vital de las autoras ante 
una realidad que no desaparece pero que puede ser redimida. Como dice Nieves Álvarez en la 
solapa: “El amor tiene que inventar un espacio en el que la vida fluya armónicamente y el dolor 
y la muerte no adelanten nunca al calendario”. Pero no es fácil arañar los páramos, sentarse a 
pleno sol con la vida invadiendo la conciencia. No es fácil apuntalar la espera y deshacerse a 
jirones de palabras. 
Cada una de las autoras aporta su mirada personal sobre las cosas, su horizonte 
poético y su aproximación al tema que las ocupa. La violencia de género como oscuridad visible, 
lapidaria. Así, Nieves Álvarez propone para su aportación un título absolutamente esclarecedor: 
En los ojos del miedo. Fiel a sí misma y a su manera de entender la poesía, nos ofrece tres 
poemas íntimos, intensísimos, sobre la mujer que espera, que no pregunta porque ya no cree 
en las respuestas, pero sabe, seguramente sabe, que en alguna parte hay un lugar donde poder 
sentirse segura, un lugar propio, irrenunciable, donde aprender a volar y vivir sin miedo. “Ella, / 
está esperando, / ve la puerta y espera, / pasa el tiempo y espera, / mira el reloj y espera, / se 
resigna y espera, / se hace un nudo y espera”. La autora quiere dar un mensaje directo, claro, 
diáfano y utiliza para ello a un lenguaje sencillo, fácilmente inteligible, sin dobleces. No recurre a 
fuegos de artificio, a metáforas arriesgadas que pudieran desvirtuar su mensaje, antes bien, se 
transmuta, pone en su piel la piel de otras mujeres, sus ojos en los ojos de todos los llantos. Y lo 
hace con todo el calor que su palabra poética puede ofrecer, con la cercanía de su abrazo. 
Cristales es un libro necesario - ya nos gustaría que no lo fuera - y creemos que des-graciadamente 
va a seguir siéndolo en el futuro. Iniciativas como esta del Gobierno de Cantabria 
quizá contribuyan a evitarlo, a restañar heridas y anticipar los ecos al borde de los sauces. Como 
escribe Nieves Álvarez en uno de los prólogos del libro, “La vida es una pieza de cristal. La vio-lencia 
siempre rompe el cristal por la parte más débil”. Pero hay otros caminos, otras vidas. Ahora 
es el momento de alcanzarlos. 
Ana Garrido 
CRISTALES.
75 
A VECES LO VISIBLE. 
Fernando Fiestas 
A veces lo visible (Poeta de Cabra, 2013) es el nuevo poe-mario 
de Fernando Fiestas, quizá, hasta el momento, su obra más 
personal, la que de manera más plena nos acerca a sus ojos, al per-fil 
de la brisa, al equilibrio, la que nos permite conocer cara a cara 
al hombre y al poeta. Doctor en Bellas Artes, dueño de una poética 
personalísima, heredera de los simbolistas franceses, no ha querido 
desligarse de su doble faceta creativa. No en vano el poemario está 
ilustrado por él mismo. Palabra e imagen se dan la mano en poemas de enorme plasticidad, 
metáforas poderosas, sorprendentes que seducen y arrastran con la emoción del sauce, con la 
lentitud y la serenidad de la belleza. 
Curiosamente es en el último poema del libro donde encontramos la razón de tan suge-rente 
título, al menos una aproximación a su significado “A veces lo visible es un erizo, / duerme 
/ con sus espinas al acecho” - dice en lo que se adivina una clara voluntad de entrega de la 
propia conciencia, de la propia identidad en un mundo en constante cambio, en movimiento cí-clico. 
Algo, quizá mucho, hay de percepción filosófica en la obra de Fernando Fiestas. Desde un 
posicionamiento cercano al existencialismo, el autor recupera parte de su historia, retazos de un 
tiempo, quizá lejano pero absolutamente tangible, sobre el que cimenta su mirada actual sobre 
las cosas. “Para lo transitorio de la vida, / nada como un hogar que nunca cambie”. 
Varios son los temas que conforman el libro. Desde la otredad a la inmanencia, desde 
el vértigo de la razón humana a su incapacidad para explicar el mundo, los poemas forman un 
crisol de sensaciones, un prisma de perfiles concretos, irrenunciables. Y la luz, siempre la luz al 
fondo de los versos. La luz como noticia, como redención, como frontera; la luz como testigo y 
seña de la búsqueda. 
La mirada de Fernando Fiestas circula, también en este libro, por dos vertientes clara-mente 
diferenciadas. Por un lado, encontramos poemas en los que la palabra funciona como 
soporte de una realidad cercana, impresa en la retina: “Notar la luna / saliendo sin permiso cada 
madrugada”; por otro, es quizá esa misma realidad la que conforma el universo literario del autor 
para moldearlo y derramarse en versos que trascienden la unicidad y la transforman: “He baja-do 
la cuesta / donde la noche suele poner huevos / y he conversado con las telarañas / de los 
olivos.”. Como puede observarse en estos ejemplos - y muchos otros que podríamos aportar - el 
poeta formula una visión intimista, reflexiva, una forma de expresión directa, sabiamente medida, 
donde la economía del lenguaje y el verso limpio, preñado de referencias surrealistas, son sus 
mejores bazas. 
Atravesemos el umbral, busquemos la piel de “lo visible” allí donde lloran los galápagos, 
donde se encienden las lámparas votivas “mientras la calle aguarda la hora de las musas”. Des-pués 
vendrá el silencio y su reflejo.”Ya” nos “despertarán los minotauros”. 
Ana Garrido
76 
LA VISIÓN ENCENDIDA. 
Ramón de la Vega 
Ramón de la Vega pide sitio, merece un sitio exclusivo en las 
letras españolas. Y yo lamento no tener aquí suficiente espacio para 
analizar el magnífico libro que acaba de sacar. Esta vez, una obra 
maestra. Dicho así, sin ambages. Porque el libro dentro del género de 
ensayo-ficción es una obra perfecta a nivel técnico. Porque no se con-forma 
con ser una serie de diálogos filosóficos con los cinco grandes 
hombres elegidos del pasado. Porque propone una serie de niveles 
de reflexión y de acercamiento en nuestra autoconciencia como seres 
inevitablemente sociales, tan dependientes de los otros. 
Hacía falta alguien que tuviera la valentía de atreverse a pro-poner 
soluciones para mirarnos de frente y preguntarnos por los motivos por los que nos han 
hecho sacar lo peor de nosotros mismos en estos tiempos de crisis. Ya se encargó de hacerlo 
Thomas Bernhard de recordarnos que los tiempos de guerra, de tambores hostiles, son caldo 
de cultivo propicio para demonizarnos recíprocamente. Ya insistió Stéphane Hessel con su grito 
bélico que todos conocemos. Pero no era suficiente, nunca es suficiente. 
En este libro denso, profundo, sabio, exigente y ambicioso, el autor propone unos diálo-gos 
imaginarios con cinco grandes hombres en busca de la Verdad a través de distintas dimen-siones 
conceptuales y no son autores elegidos al azar sino precisamente filósofos de moda en 
la actualidad y también, precisamente, seres osados y desafiantes con inquebrantable fe en sus 
propias convicciones, los mejores referentes para nosotros en estos tiempos de duda e incerti-dumbre: 
Nietzsche, Freud, Schopenhauer, Leopardi y Montaigne. Son cinco diálogos paralelos 
a distintas historias circunstanciales que obligan a sus propios autores (los supuestos entrevista-dores) 
a buscar esa verdad que sus propias experiencias negaron o dejaron incompleta. 
“Los personajes entrevistadores son personajes históricos que viven plenamente su 
época y por eso son tan diferentes entre sí: un joven que sale a recorrer Europa en una época 
turbulenta (el siglo XVI) en el que descuartizar o quemar a alguien en nombre de la religión propia 
(de la propia verdad religiosa) era normal; un espíritu de principios del siglo XIX fascinado por 
lo que hoy llamaríamos fenómenos paranormales, apasionado de fantasmas y espíritus que se 
fascina por la explicación de Schopenhauer de la naturaleza profunda como un espacio en el 
que se confunden pasado, presente y futuro, (…); un diplomático español en París que decide 
permanecer fiel al Gobierno de la República al inicio de nuestra guerra civil, lo que le condena 
a ser expulsado de la carrera; un profesor enamorado en la época de las revoluciones liberales 
contra el despotismo de Fernando VII que va a hablar y se enfrenta al pesimismo de Leopardi y, 
por último, un solterón empedernido que, como algunos fans de la actualidad, acumula todo lo 
que encuentra sobre su ídolo (en este caso, Nietzsche), y le sigue (en secreto) en sus despla-zamientos 
por Europa.” 
Son palabras de Ramón de la Vega en “El Correo de Andalucía” durante la entrevista que 
tuvo lugar el pasado 20 de agosto con motivo de la aparición de “La visión encendida”; palabras 
que nos sirven como sólida referencia. 
Necesitamos reconocernos y hacernos autocrítica en esta tendencia a la globalización 
de valores en pos de una Verdad que nos identifique. Creo, honestamente, que este libro nos 
ayudará en esa ardua tarea de reconocimiento, de reflexión. Sorprendente es que una obra de 
esas características sea tan entretenida por su carácter novelesco, así como seductor resulta el 
equilibrio entre los diálogos y las vivencias previas de los personajes al encuentro momentáneo 
que debería marcarles sus vidas. Una obra llamada, sin duda, a ser referente no sólo para com-prender 
las urgencias de los tiempos actuales sino también para la consagración de este género 
en España. 
Y aún hay por decir. 
Fernando Fiestas
77 
Ya desde la portada. Traigo en vilo los ojos y las ganas 
(Arucas. 2012) es pura sugerencia. Es como su autora, Ana Garrido: 
pura insinuación del lenguaje, advertencia que palpa, tensión y ter-nura. 
Está editado en Arucas (Gran Canaria) por haber merecido el 
premio Marcelino Quintana. Ya desde la portada se ofrece una mujer 
que espera. Al igual que desde el título, Traigo en vilo los ojos y las 
ganas, ya se avisa al lector atento que éste no es una simple licencia 
literaria, sino que hay algo que palpita en su redor. Temblor de hojas. 
Susurros y evidencias. 
En alguna ocasión dijimos que Ana es poeta desde siempre, intuitiva, que escribe desde 
la delgadez del verbo y lo intenso de la emoción. El poemario que ahora entrega camina desde 
el tacto hasta la celebración. Desde la búsqueda de una plenitud presentida, posible, al ébano 
del encuentro. Aunque creo que la poeta que escribe teme aún la concreción, el tema exacto, 
su especialísima manera de contar nos exige tanto como nos fortalece. Como creo que su verbo 
vigoroso conserva aún resonancias orgullosas de sus dos maestros, enormes. Pero al mismo 
tiempo digo que en su verbo vive -y en él se anuncia hacia el futuro- un lirismo sin acomodos. 
Lo proclaman versos como estos “La voz con que me entrego / tiene el tamaño justo de la muer-te”, 
tan cercanos al escalofrío. Y es que en Ana Garrido la poesía es manantial de originalidad, 
frescor de estilo, dulzor que duele. 
Por el libro transita una mujer que espera colmarse con la luz de un horizonte indefinido. 
Tanto como transita la necesidad de que el viento le devuelva señales de que ella ha sido ca-paz 
de colmar “… a qué sabe mi piel / cuando me tocas”. Así están escritos los versos de este 
poemario sobre el que tengo la dicha y las prisas de escribir: viviendo en vilo, hacia las ansias, 
con alta excitación, pero siempre desde la serenidad del modo. Es esta su primera entrega con 
dimensión de libro, su primera copa. Ha tardado demasiado, a mi parecer, para quienes admi-ramos 
sus formas. Y es todavía breve trago para los sedientos de su hacer. De un hacer que 
camina siempre al borde de la insinuación, de la sospecha, en el turgente filo de la mejor poesía. 
“He agotado la piel mientras escribo. / Vivir no es suficiente”. 
Traigo en vilo… se organiza alrededor de dos polos: la liturgia en su parte primera y 
el misterio en la segunda. El temblor consonante, el drama y la duda que los versos trasmiten, 
tiñen de ebriedad el sendero que, desde una primera mitad más expositiva, nos conduce a la 
plenitud del enigma. Esa cumbre de luminosidad oscura, inalcanzable siempre, que supone col-mar 
nuestro deseo. ¿Lo que llamamos amor? De entre todos los poemas, algunos memorables, 
plenos de ritmo y musicalidad, me atrevo a recomendar el que atesora la página 32, y que, en 
mi opinión, supone una guía perfecta para navegar toda la lectura. Es una pequeña joya que ya 
mereció atención especial por la profunda originalidad y poder de sus imágenes: “Hay un rastros 
de antorchas encendidas / en mitad de la infancia / un puñado de naipes. / He aprendido de Dios 
a despedirme…” Ana Garrido al descubierto. 
Francisco Caro 
Traigo en vilo los ojos y las ganas. 
Ana Garrido
Indice de autores y textos publicados 
MIGUEL ÁNGEL YUSTA. Duerme ya la ciudad tras los cristales.....................5 
ANTONIO PORPETTA. Donde las manos de la amada [...] ............................. 6 
DAVID MORELLO. Canción orquestada de un mar de invierno ......................7 
PACO MORAL. Liberación ................................................................................ 9 
NIEVES ÁLVAREZ. En la ciudad ..................................................................... 11 
ANA ARES. Abandono mortal del Kurdistán...................................................13 
ANDRÉS NEUMAN. Diluvio 2.0......................................................................14 
CELIA BAUTISTA . Llevo tantas estrellas a la espalda....................................15 
ENRIQUE GRACIA TRINIDAD. Contritionem praecedit superbia................ 17 
LAURA GÓMEZ RECAS. À vau-l’eau... jamais plus.........................................18 
MARÍA GONZÁLEZ . Tus manos .....................................................................19 
ISIDRO SÁNCHEZ BRUN. Ciudad de oficio....................................................21 
CECILIA ORTEGA. Inventa que no existo ...................................................... 22 
RAQUEL LANSEROS. La serpiente ................................................................ 23 
ANA GARRIDO. Siempre llueve...................................................................... 25 
JUAN JOSÉ ALCOLEA. Sin título................................................................... 26 
ANTONIO J. SÁNCHEZ. Marlowe Malasaña ..................................................27 
NICOLÁS DEL HIERRO. El planeta de los relojes ......................................... 28 
CARLOS MURCIANO. Como discurre un río ................................................. 29 
MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ. Palabras ..................................................31 
CARMEN RUBIO. Y te salgo al encuentro ...................................................... 33 
FERNANDO FIESTAS. Sin título .................................................................... 35 
J. MANUEL FERNÁNDEZ FEBLES. Me siento solitario ............................... 36 
SANTIAGO REDONDO VEGA. II ....................................................................37 
CRISTINA COCCA. Aprobado en matemáticas .............................................. 39 
ARACELI SAGÜILLO. Sin título......................................................................40 
HORTENSIA HIGUERO. Sin título..................................................................41 
MARY-SANTOS CABALLERO MURILLO. Ciudad de los silencios............... 43 
JOSÉ ANTONIO VALLE ALONSO. III............................................................ 44 
ANA GALÁN. Hallé el silencio......................................................................... 45 
TANIA ALEGRIA. Cendal................................................................................ 46 
TERESA DE JESÚS RODRÍGUEZ LARA. Añoranza.......................................47 
FERMÍN FERNÁNDEZ. Y mañana será .........................................................48 
ANA BELLA LÓPEZ BIEDMA. Rutinas .......................................................... 49 
EVA BARRO GARCÍA. ¡Corre, idiota! ............................................................. 50 
RAMÓN DE LA VEGA. Temblor ..................................................................... 53 
JOSETO ROMERO. A2S: Alfredo, Aida y Sara ................................................55 
ENCARNA MARTÍNEZ OLIVERAS. Mariposas..............................................57 
CONCHA GARCÍA DE LOS ARCOS. ¡Qué suertuda! ..................................... 59 
MARISA GONZÁLEZ. Cárceles invisibles........................................................61 
FERNANDO JOSÉ BARÓ. Invierno en Madrid.............................................. 63 
JOSÉ BÁRCENA. Jardineros del lenguaje........................................................67 
Aproximaciones críticas y otros argumentos................................................... 69
Hoja Azul en Blanco nº18 de Verbo Azul

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Hoja Azul en Blanco nº18 de Verbo Azul

  • 1. Ayuntamiento de Alcorcón Concejalía de Cultura n18 la hoja eanz ubllanc otoño-invierno 13/14 revista de creación literaria Asociación Literaria Verbo Azul n18 revista de creación literaria otoño-invierno 13/14 la hoja azul en blanco
  • 2. la hoja azul en blanco Asociación Literaria Verbo Azul EDITA: Asociación Literaria Verbo Azul Avda. de los Castillos s/n Castillo Pequeño 28925 Alcorcón (Madrid) DIRECCIÓN: Ana Garrido Juan José Alcolea EVALUACIÓN Y COORDINACIÓN: José Bárcena, Hortensia Higuero, Ángel Muñoz, Isidro Sánchez Brun, Isabel Miguel, Ana Bella López Biedma, Antonio del Arco, Fernando Fiestas, Cristina Cocca Jose Tomás Romero, Mary Santos Caballero. PORTADA: “DE RERUM NATURA II”, Fernando Fiestas DIBUJOS: Jesús Contero, Fernando Fiestas, Carmen Isasi. FOTOGRAFÍAS: Miguel Ángel García, María Roldán, Cristina F. Zambrano. DISEÑO Y MAQUETACIÓN: HabitacionDesdoblada.com COLABORAN: Concejalía de Cultura Ayuntamiento de Alcorcón Depósito Legal: M-01703-03 Imprime: Gráficas Pedraza S.L. n18 otoño-invierno 13/14 revista de creación literaria jjosealcolea@gmail.com anagarpad@gmail.com verboazul@gmail.com www.verboazul.bogspot.com La Hoja Azul en Blanco no se responsabiliza de las ideas expresadas por los autores
  • 4. 3 Del tiempo de la espera A veces tiembla al sol, a veces se desnuda en pie sobre el asfalto como una luz en grito, como una tempestad que busca su refugio, su acomodo, y duerme sobre el borde de la asfixia, sobre la lentitud de las aceras. Pero aún es tiempo de esperar a los ga-lápagos, tiempo y razón de apuntalar las ramas. Quizá por ello, Verbo Azul quiere dedicar en cierta medida este nuevo número de su Hoja Azul en Blanco a ese recinto mágico, absoluto, donde el hombre es materia transitable. “Cada ciudad puede ser otra” -dice Benedetti- quizá la mis-ma, lugar donde rendir las naves, los silencios, donde apurar el fuego y los abrazos. Ciudades isla, ciudades en el límite de la transparencia; ciudades, al cabo, que representan todas nuestras voces, todos nuestros miedos. Desde aquí nuestro agradecimiento a los ilustradores que nos han ayudado a demostrarlo, especialmente al fotógrafo Miguel Ángel García, de alguna manera artífice y garante del encuentro, quien, con unas imágenes altamente expresivas, nos ofrece una visión de un mundo en andas, en constante evolución hacia una mañana que se adivina fuerte, poderoso, y a la pro-fesora Carmen Isasi, artista multidisciplinar, quien también contribuye con toda su fuerza simbólica a subrayar esa misma imagen de una realidad última, inevitable. Dejemos hablar al agua y a la brisa, que la noche nos recla-me su memoria, la llama de su aliento, su lenguaje; escuchemos la claridad del aire y sus fronteras. Quizá exista un clamor al fon-do de los ojos, un vuelo desabriendo los tejados. Quizá podamos intentarlo todavía. ANA GARRIDO Presidenta de Verbo Azul
  • 5. Sombra de Lisboa. Miguel Ángel García
  • 6. 5 Duerme ya la ciudad tras los cristales. Nuestro lecho está cálido. Es tarde y hace frío -un invierno de niebla y de grisura, humedad y silencio-. La huella de tu boca aún impresa en mi piel adormecida da testimonio fiel de tu presencia. Hace unas horas, ávidos, tus labios dibujaban instantes y palabras, avivaban rescoldos temblorosos bajo el manto disperso de la noche. Mientras, en la oquedad de los sentidos, se embriagaban los cuerpos. Pero amanecerá, se afanarán los hombres en las calles, la claridad inundará la estancia y pronto el nuevo día, teoría de luz inapelable, marcará con tristeza tus ausencias. Miguel Ángel Yusta
  • 7. 6 Donde las manos de la amada protagonizan una hermosa aventura Hablan, cantan, respiran, amanecen. Vuelan, indagan, dudan, se cobijan. Averiguan, descubren, se apresuran. Amurallan, acechan, se confían. Avanzan, acometen, se detienen. Disimulan, conspiran, se deslizan. Prosiguen, se demoran, permanecen. Acosan, se apoderan, domestican. Dilapidan, incendian, se enardecen. Ya persiguen, ya insisten, ya arrecian, ya se ensañan, ya rinden, ya derrocan. Ya vendimian. Ya desisten, renuncian, Antonio Porpetta (De Territorio del fuego) se someten. Ya proclaman la noche y se serenan. Ya conducen, invitan, acompañan.
  • 8. 7 Canción orquestada de un mar de invierno Estoy aquí. Ahora. He regresado al invierno escuálido de este rincón que siempre espera. Pasa la vida tantas veces como la arena nómada que lleva el viento de aquí. Como un susurro el mar. Es de día, nada que cuestionar. Tan sólo el mar, la belleza y su principio de dolor. Cuando el pinatar se haga más chico y cobije su cuerpo pequeño en la espesa claridad de la noche acurrucado enmudecido entonces, sólo entonces se desdibujará aquel rumor, lo que fuimos, del mar. Se soltarán los hilos y abrirán de las tripas las compuertas a la luz. No habrá notarios que digan, ni fé. Ni habrá de este paisaje a la luz del nuevo día más que sombras un rumor de vida en el recuerdo acaso. Qué suerte de ser y olvido. Ruge el mar en la tierra. Grita. Muerde con encendida rabia su término. Recobra la herida inmemorial de un nautilus acaso el primero del naufragio seguro del hombre. Sobrecogedor como un llanto cierto. Grito. El comienzo de un fin que no termina, sinfonía a punto. Cada noche así hasta los primeros trazos de otro nuevo cielo. Entregado. Desnudo el ser a lo que llegue. Entonces el mar, el hombre la otra verdad callan hasta parecer que duermen.
  • 9. 8 Llegarán más tarde un día más aquellos susurros cotidianos aquellos rumores las palabras que tan poco dicen, el esbozo sucesivo y constante del mar en tierra, las olas. Expirará sin tragedia una vez más el invierno. Y moriremos así otro instante añadido. Otra vez será. Comienza ahora distinto otro poema. David Morello
  • 10. 9 Liberación Me voy a liberar, verás, me voy a quedar nuevo. Cuando no tenga nada de ti, cuando no seas la asquerosa belleza insufrible que alumbra mi cama por la noche. Ni esa imagen irreal, casi casi un fantasma que de pura belleza me revuelve las tripas. Ni la voz que me muerde los oídos en la tarde, puridad de lo suave. Me voy a liberar por fin de tu presencia y no voy a tener que mirarme al espejo y decir que estoy viejo, y que no te merezco. Voy a intentar odiarte, seguro que lo intento y consigo olvidar que no hay nada más bello, y pensaré en tus besos y diré que te jodan, tú te pierdes mis ansias, a ver si encuentras alguien que te quiera y te busque como te busco ahora. Y cuando me libere de ti, de tus canciones, de tus labios de sangre, de tu cuerpo de diosa, de tu verbo de tierra y tus pies y tus manos y tu pecho, y tu coño, y tus versos en llamas, y tus ojos tan tristes, y tu linda pereza… Seguro que consigo…, no sé, talvez delire, pero es fácil que entonces dejes de parecerme el timón de mi vida, y el mástil de mis sueños. Paco Moral
  • 11. Ángeles caídos. Miguel Ángel García
  • 12. 11 En la ciudad I La calle está repleta de fantasmas que seguimos viviendo sin saber por qué son tan azules las aceras y los escaparates están llenos de luces todo a cien. Miramos los anuncios de un presente que no tiene futuro como niños que han visto ese juguete que nunca alcanzarán. II Las respuestas han sido desveladas y no quedan preguntas que preparen el último escalón de la partida. Yo sigo caminando con decisión incierta, desmedida, llenando mis bolsillos de idiomas sin papeles, sonámbula de instantes y de lunas. III Sentada en esta parte del espejo, contemplo la estampida de todos los colores y dejo la palabra entre paréntesis. Aunque los años cuenten no dejan de contar las ilusiones y hoy como tú (querido Juan Ramón) sé que la vida es una confiscación en toda regla, pero sigo adelante decidida a no morirme nunca, de momento.
  • 13. 12 IV Pero, a pesar de todo, cuando llegues, las puertas de las rosas abrirán sus tímidas ausencias, los árboles frutales, ya maduros, pondrán sobre la piel un laberinto de íntimos sabores y hasta el mar aprenderá lecciones de gramática en libros de poemas. Cuando llegues, la noche cederá su arquitectura a las ninfas del bosque de los versos. V Mientras, la ciudad duerme y quienes velan -quienes aún velamos-podremos aprender -en primera persona-el último camino del adiós. Nieves Álvarez Verbo Azul
  • 14. 13 Abandono mortal del Kurdistán No olvides fácilmente. No cambies este amor por amores futuros. No hagas de la balanza juez y parte en la huída. No sopeses lo que sentían ahítos tus sentidos. No pongas a valer esta emoción. No lleves al mercado lo sagrado. Cuando otro río te abrace, no me pienses. Tiéndete en su rivera desnuda tu memoria de mi orilla. No pretendas colmar aquella sed con aguas nuevas. No levantes los ojos a los cielos instintivo a la hora de mis luces y te conformes con esa imitativa concordancia. Ten el valor de reinventar el mundo si abandonas el mío. No me busques jamás en las fotografías. No te mientas a solas, cuando nadie te esté pidiendo cuentas. Ana Ares
  • 15. 14 Diluvio 2.0 Vengo de ver el cielo cayéndose a pedazos como una nuez partida, ¿el cielo es contenido o continente?, todo enemigo tiene cara de escalera, nadie guarda este cielo porque es un regalo que abrieron otros antes, qué milagro esta nada repartida entre los huéspedes de un viejo colador que no se cura. Una pantalla avisa y una ventana actúa, me da miedo apagar el aparato, ¿pero quién ha pateado esta tormenta, cuántas piernas tuvieron que partirse como una antena, un mástil?, la escalera chorrea un color que no es suyo, la lluvia instruye más cuando es opaca. El diluvio se expande como la indiferencia, tengo ganas de bajar y aplastarme, ser el charco que piso, no hay dolor en la bota que se moja a propósito, qué delicia pasar, ser la huella dactilar de un neumático, pero las suelas matan caminos anteriores, una bota pateó la pelota de fuego, veo pies calcinados debajo del cristal debajo de la lluvia debajo de debajo. Andrés Neuman (Poema inédito)
  • 16. 15 Llevo tantas estrellas a la espalda tantos siglos de luz en la retina tanto sueño de piedra en el silencio tanto amor mineral disuelto por mi sangre que no puedo entender los gritos del asfalto ni prestar atención a los mensajes de un mundo de neón y para colmo aunque quiera no puedo mitigar la gripe de las bombas. Son ya casi las seis de la tarde y no me queda tiempo que perder. La noche ya se anuncia y no creáis que voy a regalarle minutos a la espera. Comenzaré a cantar y si alguien quiere estoy dispuesta a darle sin más mis partituras. Celia Bautista Verbo Azul
  • 17. Enrique Gracia, por Marisa Babiano
  • 18. 17 Contritionem praecedit superbia Desobediente, sí, desobediente. Como la rama que se ha vestido ayer de verde joven sin que la primavera la convoque. Como la catedral, con su santo de piedra que no es santo, sus dibujos ajenos a la fe de sus puertas y su temblor de suelo que destroza el silencio. Como el deseo de venganza que se enfría más de lo necesario, menos que la ternura del olvido. Como el armario donde nunca aparece el abrigo del pobre ni la caja de música, ni los viejos recuerdos que alguna vez tuvieron allí su rincón y su reino. Como el nombre que olvidas cuando más lo precisas, y la canción que insiste en ser nuestra memoria. Como las hojas que se han quedado aquí todo el invierno, orgullosas y tercas, y nunca respondieron a su cita de otoño. Como las chimeneas que aún se yerguen pero ya para nido de pájaro y araña. Como el libro que la humedad ha clausurado y tiene las palabras inservibles, borrosas, indigentes. Como el amor, agazapado y torpe, que no quiere ni ser ni abandonarnos, o como la tristeza que se mancha de risa y nos engaña. Como la muerte, díscola siempre y taciturna, que jamás se acercó cuando era necesaria y que habrá de llegar cuando no se la quiera. Desobediente, sí, desobediente. La condición exacta de la vida. Enrique Gracia Trinidad
  • 19. 18 À vau-l’eau... jamais plus Existe un vestigio azul en todo lo que hilvano que bosqueja franqueza ante mi última palabra. El azul atrapa luz, la filtra y arde en mí. Quizás el horizonte que persigo es azul en este reptar por la cloaca más profunda. Insolente, con el impudor sobre mi ampolla, inundas el último reducto de mi ser con un torrencial caudal de limos y soberbia y sé de tus maldades por el oscuro gesto que hace de la cellisca homicida del añil. La corriente me arrambla con su llanto imposible y el cielo que galopa delata mi deriva. Todo lo que aún soy pretende anclar lo que de mi alma queda sobre azul, en luz sanar, mirar y no morir, no morar y no morir de olvido en el dolor. Laura Gómez Recas
  • 20. 19 Tus manos son oscuras, y más fuertes que las mías. Son dulces, frente a mi amargura. Abren sus dedos a mis yemas… aunque después las abandonen. Mis manos son tristes, y se cansan pronto. Renacen una y otra vez de sus cenizas. Se visten de rayas, de rombos, o se lastiman. Tus manos abrazan las mías, las sujetan, las protegen de sí mismas… pero siempre se van. Mis manos serían felices si pudieran devolverte una mínima parte de todo lo que les has dado. María González “… yo te buscaba y llegaste, y has refrescado mi alma que ardía de ausencia.” SAFO Tus manos
  • 21. Puerta con sombras. María Roldán
  • 22. 21 Ciudad de oficio Ella y el atardecer han pactado este asombro de la luz y los prismas. En su vida de río perduran, al azar, varias cigüeñas blancas que los días de invierno ya no las alimentan. Y hay una distracción escrita por los montes, como si al aire no se le hiciera caso en esas horas cuando toma lecciones de guitarra y a la vez tararea la letra con voz grave. Catorce bajo cero de las noches junto a la chimenea para llegar a ser un trozo de agua, manoseada y sucia, en todos los ribazos que vamos asaltando en tiempos de bonanza. Hemos de arrebatar el sol a los termómetros y el clima a sus relojes para cambiar los trajees y el color de la tinta. Aún puede convenirnos despertar y en las calles estrechas bebernos cuerpo a cuerpo esta ciudad borracha, sus bufones a sueldo, la ginebra de alcohol y el sabor azulado de su oficio. Isidro Sánchez Brun Verbo Azul
  • 23. 22 Inventa que no existo Si te aproximas a mi presunción si la tocas, disimula un poco, no sea que caigas en tu propio abismo, porque ya no soy esa carta de amor a la que se le perdieron los puntos cardinales. Empieza por preguntarte por qué se te acumulan los vacíos, pon en o rden tu intelecto, enciérrate en esa dimensión materialista de querer conocer el mundo, y búscale el ingenio a la soledad aunque parezca cosa de alienígenas. Tómate un café sin azúcar y comparte mesa con tu abandono. Vamos, cómprate un mapa y encuéntrate, no es tan complicado. Inventa que no existo. La vida es siempre cuestión de fe. Cecilia Ortega Verbo Azul (México)
  • 24. 23 La serpiente ¿Habéis oído contar que existe una serpiente cuyo malévolo método de ataque es fingirse sin vida e indefensa en el fondo de un lago? Las presas, confiadas en su muerte, se acercan desarmadas para pagar muy cara esa inocencia última de allegarse al verdugo. Igual que una culebra fingidora el tiempo suele darnos la ventaja de pensar que no existe su amenaza. La juventud, efímera y hermosa, lo retiene cobarde en el fondo del lago. Y nosotros bailamos ignorándolo sin poder comprender en nuestro vano empeño la traición que nos tiene preparada. Adulador burlón, finge que nos regala todo lo que ya sabe que en breve ha de quitarnos. Cuando vemos su rostro de serpiente cuando al fin del ardid nos percatamos suele ser ya muy tarde, muy de noche y estamos casi siempre demasiado cansados. Raquel Lanseros
  • 26. 25 Siempre llueve en la piel de las iguanas, en el látigo gris del domador de búfalos. Siempre llueve en el dorso de las fotografías. Es una lluvia lenta -interior noche con mujer al fondo-una lluvia voraz de telegramas quietos y vitrinas desnudas, de trenes oxidados en la estación del pánico. Hace frío en Montmartre, hace frío en el borde de un poema de Rilke. A este lado del Sena, los turistas olvidan su infancia en las terrazas -cerveza de barril, vermut de grifo-abandonan su rastro en la penumbra de los parques vacíos, en el precio colgado de los puentes. (La ciudad se adormece en sus círculos ocres, mansamente se arruga, se condensa) Siempre llueve en la piel de las iguanas, en el atardecer de los diarios. Siempre he visto llover en blanco y negro. Ana Garrido Verbo Azul De “Noticia del asombro” Premio Mario López 2013
  • 27. 26 “Hace frío en Montmartre, hace frío en el borde de un poema de Rilke.” Nunca estuve en París, nunca he bebido las luces de un bistrot, ni he madrugado los restos de mi imagen por el Sena buscando el Mirabeau donde se escriben de Celan dos poemas verticales. Nunca estuve en París, aunque mis manos recuerden viejas noches de tormenta quitándose en los ojos de Marlene el frío por los bajos de una falda. Nunca estuve en París, ni en las muchachas, con ojos tan abiertamente abiertos - buhardas malheridas de un deseo difícil de albergar en castellano-que pueblan las revista de los muelles de viejo por los márgenes del río. Nunca estuve en París. Me quedan restos de frases que aprendí en Bachillerato y un regusto de gárgolas y affiches blanquísimos de enaguas y de niñas subiendo de puntillas sobre el aire. Cuando regrese de aquel nunca en Paris donde me vivo, tal vez encuentre un rol en Moulin Rouge o algún paisaje que abrir a la quietud de Notre Dame. Ana Garrido Juan José Alcolea Verbo Azul. De “El blanco mineral”. Premio García de la Huerta. Zafra
  • 28. 27 Marlowe Malasaña Como un personaje de Chandler he pedido un dry martini y lo bebo muy despacio acodado en la barra de un oscuro garito. Me falta un cigarrillo entre los labios (cosas de la ley antitabaco); sobre las cejas me borbotea una bruma de cansada melancolía. Esto no es San Francisco, es Malasaña, pero en todas partes la derrota sabe a música de fondo y madrugada. Antonio J. Sánchez
  • 29. 28 El planeta de los relojes Aquí, como verdad tangible, en los relojes son las doce: señalan sus manillas el mediodía en punto. Diez horas más –me dicen- en Australia. Allí –invierno- se disponen para entregarse al sueño, renuncia son en su caudal de fuerzas. Aquí –verano- los termómetros adormecen el fuero de la lucha, la integridad del cuerpo que nos lleva, freno somos, que humano condiciona. Todos y cada quien al ritmo que su fuerza limita. Dóciles el pulso y el latido nos inducen a ser lo que el planeta condiciona. No sirven los relojes si al compás de la tierra no adaptan sus manillas. El hemisferio es quien se impone, la facultad centrífuga quien manda Ni aquí (ni allí), humanos en destino, nadie tenemos fuerza suficiente como para doblar los hemisferios y disputarle al sol sus engranajes. Nicolás del Hierro A Román y Angelines, amigos de la infancia, hoy en Australia.
  • 30. 29 Como discurre un río Eras como la noche, misteriosa y secreta. Flotaba azul la luna en tus ojos de agua, y una brizna de fuego se posaba en tus labios cada vez que me hablabas. Tú decías “te quiero”, y se encendía el mundo: “ven”, y hasta las gacelas acudían temblando, “calla”, y era el silencio lo mismo que la lluvia de abril sobre los campos. Abrías lentamente el cofre de tu risa al igual que el hibisco se entreabre en el alba, y todo era prodigio y armonía y celeste placidez derramada. Pero cuando cerrabas corazón y alegría y tu mano, de súbito, olvidaba mi mano, un mal viento fungía la luz y me tornaba oscuro y solitario. Pasa el amor, despacio, como discurre un río hacia su fin seguro, pero entretanto canta, y hay sauces en su orilla, y cicindelas lábiles, y mirlos y cigarras. Pasa el amor, deprisa, y queda entre las uñas un polvillo de gloria, un puñado de barro, con el que pretendemos modelar otro cuerpo como el arrebatado. Porque es así: de golpe, un mal viento despierta y lo que era tan nuestro, feral, nos lo arrebata, y nos deja en la frente una cruz de ceniza, indeleble y amarga.
  • 31. 30 Eras como la noche, misteriosa y secreta, pero creí una vez haberte desvelado. Ahora que estás tan lejos, pienso que fue una sombra lo que tuve en mis brazos. Pero una sombra viva, una sombra con lumbre, una sombra bellísima con los ojos de agua que un día fue delirio y bogó por mi sangre y ya sólo es nostalgia. Carlos MURCIANO Primer Premio del Círculo de Bellas Artes de Palma de Mallorca
  • 32. 31 Palabras Advienen de una herida desangrada, casi siempre de un daño por decir (voz antes que palabra), desde el aire y en el aire perdidas, las palabras viajables al poema. Necesitan un alma en que dolerse, un pecho que quemar por vez primera, una lágrima en vivo que las viva, una sola emoción, una lanzada triunfal en hervidero de música o diluvio. Vienen nuevas de sol y lunas albas, como gotas ardientes, ya solícitas de vida que termina siendo propia: solar de infinitud allí donde salvamos lo más puro. Vienen ya de un vivir al verso las palabras, sí, de aire fugacísimo y en aire, a construir el ritmo o el amor, a sostener el mundo en escalas de luz que se hace canto. Manuel CORTIJO RODRÍGUEZ A Davina Pazos ¿Palabras? Sí, de aire, y en el aire perdidas. Octavio Paz
  • 33. Las manos de los poetas. Esdrújulas II. Fernando Fiestas
  • 34. 33 Y te salgo al encuentro A veces, cuando el verano enciende las glicinias y la tierra es un pecho que se abrasa, te busco entre la gente, en las aceras de una extraña ciudad a la que siempre sueño que no he llegado. Como excita el polen a la abeja, me provoca aquel olor antiguo que en la piel me encendiste y organizo naufragios para escrutar los mares por si ya eres espuma, o recurro a otro tiempo para ver si las horas pueden dar con tus señas. De noche escribo cartas a ríos que conozco, por si pueden traerme noticias de tus aguas, y te salgo al encuentro en el jardín si oigo al sauce que imita el ritmo de tus pasos. Otras veces, con frío, la luz -ya casi cobre entre las ramas-me sorprende en el parque recogiendo las hojas de noviembre por si descubro en ellas signos tuyos. Te llamo y se me queda de témpano la voz, y me levanto el cuello del abrigo para que no se enfríe aquel último beso. Carmen Rubio (De mi libro “Desván de la memoria”)
  • 35. Las manos de los poetas. Esdrújulas. Fernando Fiestas
  • 36. 35 Siempre pensé medir cada minuto al estilo alfarero hasta que me tatuaron guarismos de papel en un trozo de sombra que guardo en el bolsillo y lo presento a funcionarios que pretenden saberlo todo. Es verdad que mi nombre ya no basta, ni mi sonrisa ni el sur de los aviones, mi rostro ya no es bello ni sé llorar desde hace muchos años. Mas siempre habrá una voz de niño que nos pida enterrar nuestras lágrimas y alejarnos de ofrendas. Sucede que la historia no tiene penumbras, sino sucesos lineales, ad infinitum. Fernando Fiestas Verbo Azul (Del libro “A veces lo visible”)
  • 37. 36 Me siento solitario Me siento solitario con el paso cansado por las calles que bostezan la proximidad de una noche de insomnio, en esta ciudad de paraguas drogada por las sombras. Me detengo lo justo para subir al tren, doblar por los rincones de la ciudad silenciados por el amanecer donde a morir comienza el día. Me alejo con tristeza indefinida, sin abrazos, con la mirada oculta entre las manos como límite del tiempo que nos separa. Cuando quieras saber de mí, capaz de entender mi fuga, apoya en tus ojos sin cauce que las detengan, todas las lágrimas que quedaron para una verdad por ti desconocida, demasiado hermosa, donde lloran las cicatrices como un sueño que has roto entre nosotros. Las noches recuerdan, tienen memoria y saben en qué tiempo despiertan. J. Manuel Fernández Febles Verbo Azul (México)
  • 38. 37 II A voz en grito un sol que se hace tacto viste de hembra la luz y la convoca al deseo impaciente que despereza el surco; nada es igual que ayer, todo es lo mismo. Éramos viento –padre-callábamos el hambre con sueños de pan tierno, negábamos la sed en los recodos de las ilusas fuentes. Teníamos la edad de la emoción en las pupilas; yo una infancia guardada en los domingos de pan con chocolate; tú la honrosa virtud -morena y ancestral-del amor o el castigo del trabajo. Hoy apenas galopan al sol nuestros cabellos desbocándose en briznas de un blanco enardecido sobre el viento heredado de esa inercia que es luchar por vivir, aunque sepamos que al final del camino nos desmonta la muerte. Santiago Redondo Vega Del poemario AMANECE LA VOZ Cuando la tierra y el hombre terminan por doler lo mismo. (1º Premio de las XLI Justas poéticas de Laguna de Duero (Valladolid) 2012)
  • 40. 39 Aprobado en matemáticas Han medido mis ojos la aritmética espiral de su talle, calculado la exacta cadencia de su tacto, deducido el último nivel de aquel perfume que fue multiplicando el vuelo de las hojas y el sitio que ocupara el común divisor de cada primavera. He tallado su contorno adolescente en papeles de antiguas remembranzas, dividido el color que alborea en los pétalos, sumados los rescoldos que olvidaba en mi piel el fuego de su estambre. Milímetro a milímetro, con lentitud de orfebre he dibujado este perfil que tiene su corola, he contado el rocío que le dejó la lluvia, he ido enumerando la cantidad de polen que desprendió una tarde por dentro de mis libros y anotado los días del asedio de todas las abejas. Ha sido una labor muy minuciosa de suaves logaritmos y leves geometrías que dejaba el invierno por dentro de su tallo, de las puntas del lápiz casi rotas si intentaba ponerle una raíz cuadrada al pequeño reducto de su tiempo. Y durante este examen, he creado una rosa. Pero no he calculado el cómputo final de las espinas. Cristina Cocca Verbo Azul A la rosa del pintor y poeta Carlos Vázquez
  • 41. 40 Se me fue de las manos la rosa blanca, se escapó entre los pasos la calma, perdida, sin beso, ni tacto, sólo en la memoria la rosa blanca. Libre del hechizo de la flor, llega la noche, y el mar se mueve al deshacerse el mundo. Recorro de punta a punta la playa y se enredan mis pasos al silencio de este milagro, antes que el milagro se deshaga. Quedo a su antojo. Que entre y salga el frío y la luz en mi vida, la desilusión, y la pena, que todo el vaivén del corazón se alce de puntillas para contemplar de cerca las estrellas. Araceli Sagüillo Del poemario “A la deriva”.
  • 42. 41 He abierto las puertas todas, y he visto, que los ojos que trajo la distancia no eran míos, tampoco su lluvia y su silencio. He abierto el corazón, todo, a un paso de mar, y es fría la cautividad del naúfrago, su imperfecta brazada hasta la orilla, la resignación sin preguntas. Y sin embargo las uñas se me clavan, como un golpe de océano, al asiento que aún compartimos. Sólo un poco, sólo un poco, hoy se han levantado las persianas, en pequeños paréntesis de luz. Hortensia Higuero Verbo Azul
  • 44. 43 Ciudad de los silencios ¿Hacia dónde el camino de los sueños? ¿Hacia dónde la risa sobre el agua? Arrancas de raíz la savia nueva, el valor y la fuerza de la espada. Quién iba a sospechar que llegaría tan oscura derrota sin batalla. Ahora te amanecen niños mudos. Y mudos son los pechos que amamantan. Y muda la garganta contraída. Y muda cada sombra que se calla. Ciudad de los silencios. No hay camino. Hay un rumor de azufre a tus espaldas. No hay palabras; no hay voz para tu angustia, ni milagro que pueda rescatarlas. Ciudad de los silencios ¿Hacia dónde? Hacia dónde la risa sobre el agua. Hacia dónde el camino de los sueños. Hacia dónde la voz y la palabra. Mary-Santos Caballero Murillo Verbo Azul
  • 45. 44 III Y ahora que estoy solo puedo decirle al viento que tengo el eco roto, el eco de tu nombre en los huesos clavado. Voy a templar la pena al relente de octubre. Así, en esta hora tan alta de la noche con las manos vacías de tus manos. Bajo el puente del sueño donde la vida pasa y sientes desgranarse la lluvia sobre el pecho y en la quietud te duermes. He engañado otras noches con brasas en la boca. Porque nunca supieras que me dolías tanto. Y he enhebrado tu amor con las estrellas velando esta locura. Esta alondra floral del crisantemo. Este terrón de luz desmoronado. Este hontanar de versos quebrados en la espiga. No cabe ya en la copa la sed de la mañana y siento en este trago la soledad más nuestra. José Antonio Valle Alonso Del poemario “El color de la fiebre”.
  • 46. 45 Hallé el silencio Ahoga este ulular de tantos verbos. Huyo a cualquier paisaje impersonal, respiro el silencio de las hormigas junto al calor humilde de los árboles. El oído hace nuevos intentos, aumenta la tristeza en la pantalla, rutina que nos agobia los ojos y hace el vacío en los pulmones. Los lleno las noches de sombra fría, aún queda una estrella para tirar de un suspiro. A veces goteo cicuta en mi lengua, no quiero alimentar la voz de los ególatras. Acojo el silencio de los mares de papel y los lleno de azul. Soy nube submarina, tenso las paralelas, pinto espirales, salto a la luna. Disfruto cada instante el hallazgo de este silencio que me empuja a mudar los patrones de vida apalabrada. Y sigo jugando . . . hasta hacer torres con los puntos suspensivos. Ana Galán
  • 47. 46 Cendal De una tumba a un destiempo trenzamos un cendal de paradojas. No existe en el diseño de mis mapas un territorio abierto a las colmenas: si fueses miel yo no sería boca. Si fueses fuente no sería sed. Por otro lado (hay siempre el otro lado de la hipótesis) no existe en el rondel de tus esferas vía para mi elíptico trayecto. Si fuese cumbre no serías cóndor. Si fuese fiera no serías caza. Sin embargo (hay siempre un sin embargo al quemar naves) al pensarte veneno, sal, resina, qué lástima me da que no haya sido. Tania Alegria Porto-Alegre, Brasil, Lisboa, Portugal
  • 48. 47 Añoranza Se me muere el alma de esa añoranza dulce que persigue mis pasos y pertenece al ayer. Esa añoranza que me asiste y me solloza es un panal de susurros idos que me duelen de tan míos. Cada día amanece la luz con resplandores nuevos y eclosión de viejos no me olvides, y cada día me levanto y cuelgo en el dintel de mi casa los recuerdos del ayer para que no pesen en mi equipaje de horas, para no sentir más ese insomnio de tiempo extinto que acompaña mis pasos. Pero es inútil, todo esfuerzo es vano porque la añoranza, con su vaivén perpetuo, me embarca en un viaje sin retorno. Y cada día navego a trozos en un navío nuevo pero iluminado por la misma estrella, ese instante mío ya desvanecido del que solo me queda el rescoldo de su lumbre. Teresa de Jesús Rodríguez Lara Verbo Azul
  • 49. 48 Y mañana será El otoño y su música amarilla nos dejaron desnudos en la alcoba de antojos transparentes. ¡La Victoria sonaba como nunca! Y el cielo, sólo nuestro, se sentía. La nieve era pecado. Éramos dos mendigos tan hambrientos, y los dos apuntábamos heridas… Mi lámpara se aleja por el triste camino de los mares, y ahora, el dormitorio silencioso es una cama muerta y enfadada. Y mañana será… Llenarán de claveles esta tumba “…se fue hacia el olivar” dirán los viejos, y una masa de nubes derretidas llenará algún aljibe abandonado. Fermín Fernández Verbo Azul
  • 50. 49 Rutinas Yo vivo en las afueras. Desayuno nostalgia con un café con leche siempre frío, no leo algún periódico, y vuelvo a hacer la cama que no deshago nunca... Y pasa el día, así, sin contratiempos, con ráfagas de luz y una amapola al mes entre los labios. Parece que no escribo en estas noches de alma y tendedero donde todo es costumbre menos tú. Yo vivo en las afueras y espero el estallido de tus ojos para mudarme al centro. Ana Bella López Biedma Verbo Azul
  • 51. 50 ¡Corre, idiota! He comprendido, sigo comprendiendo y sé que aún me quedan mu-chos ojos por abrir y que todo está ahora a mi alcance. No había imaginado nunca tal satisfacción, no habría podido. Mi cuerpo, el que me perteneció, yace, más feo que nunca, interrumpiendo el paso de la habitación al pasi-llo. El tuyo, anonadado pero vivo, apenas puede respirar, del susto. Igual que se maneja el espacio, basta con un leve movimiento para cambiar de posición, se maneja aquí el tiempo. No quiero que fluya, me deleito en el instante en que vi tu interior y supe que ese hombre que aún veo es una de las cabezas más pobres que se crean. Tienes tantas carencias que distas mucho de la normalidad, pero has pasado siempre desapercibi-do porque la gente, mientras vive, sólo aprecia ciertas habilidades motoras y poco más. Tú, el que me contempla, el que sigue paralizado frente a lo que fue mi cuerpo, ahora roto, eres un discapacitado emocional casi total; una de esas anomalías de la Naturaleza que no debería gozar del derecho a nacer, no debería haber sido viable, igual que no lo es un feto incapaz de desarrollar unos pulmones o una red nerviosa y desemboca en aborto espontáneo. Pero resulta que la Naturaleza, tan admirada, avanza a trom-picones, es un cúmulo de errores, una fábrica de imperfecciones, no siem-pre evidentes. Acabo de descubrirlo y para eso he tenido que morirme; bienvenido sea el paso, que me permite un estado superior. Eres un imbécil auténtico, Pedro, nada más que un imbécil. Desde ese punto de partida, ya se comprende tu egoísmo, tu mal carácter, tu sober-bia, tus… desviaciones, por decirlo de alguna manera. Yo lo fui también, creyéndome tus memeces, acatando tus abusos. O no tanto, porque en rea-lidad, algo vislumbraba y a punto estuve de largarme un par de veces; si no lo hice fue por la carga de mi madre. Total, ahora sí que se verá en un asilo de beneficencia y, para su consuelo, se morirá en cuatro días. Más que una carga, mi madre me supuso una presión: creía yo que el disgusto de verme separada la llevaría a la tumba… ¡Qué obsesión con evitar la muerte, ca-ramba! Atrevida que es la ignorancia, nada más. O fui más tonta aún que tú, porque teniendo capacidades, me dejé avasallar. He de descifrar esto, cuanto antes. De todas formas, mi problema no fue tanto ella como el malhadado hecho de haberme enamorado de ti y no haber sido capaz de quitarme la venda que a todo el mundo se le acaba cayendo y a mí no, todavía no sé porqué. Asumo mi culpabilidad, nunca debí consentir ni un atisbo de
  • 52. 51 vejación, mucho menos de daño. Sin ser tonta, me comporté como la más, tal vez llegue a comprender eso en algún momento y pueda perdonarme. Me harán la autopsia, naturalmente. Arrástrame, llévame hasta el fi-nal de la escalera, que de todas formas nadie se creerá que me caí, que me rompí un brazo y la cabeza sin ninguna otra magulladura en el resto del cuerpo. Pero no se te ocurrirá otra cosa, dirás que me caí rodando por las escaleras y así te delatarás. No vas a contar tu costumbre de amarrarme y golpearme, claro, de retorcerme el cuerpo hasta conseguir tu placer con mis gritos, y que hoy se te fue la mano, quisiste creer que mi brazo era una astilla que se podía partir, sin más, que me arrojaste, cuando me desmayé de dolor contra la pared y que el borde de la estantería me hundió la nuca. El análisis de mi rostro descubrirá la lumbre de tus cigarrillos, no podrás evitarlo, aunque jures que las heridas me las hacía yo con las uñas, viendo la televisión. Nunca confesarás que convertiste mi alcoba en torturadero y que acabó en patíbulo. ¡No le pegues al perro! ¡No te ensañes con él! Deja que se acueste al lado de ese cuerpo maltratado al que adora porque le daba cariño y comi-da. Deja que intente reanimarlo con el hocico, deja que lo acaricie con su pata… déjalo que llore, de alguna manera tiene que exteriorizar su pérdida. El perro sí me quería, todavía me quiere, sin ser consciente. Tú dedicaste tu vida a buscar migajitas de placer físico por el camino más retorcido que encontraste, provocando mí dolor. No odies al perro, zopenco, esos celos del animal te rebajan, pero jamás lo entenderás. No puedes. La pena es que cuando te mueras, es posible que te sea concedida la luz y eso, fíjate, eso me va a molestar. Ya he sobrepasado el dolor físico, pero todavía me encadenan los sentimientos, y ahora que me es dada la elección entre atormentarte y acabar contigo o abandonarte a tu suerte, creo que voy a inclinarme por la segunda opción: quiero que vivas, cuanto más mejor, a tu libre albedrío, con tus limitaciones como castigo. No te quiero a mi nivel. Bueno, ya has colocado el cadáver casi en el salón… pobre estúpido. Ya, ya sé que pesaba mucho, tú encontrabas tu goce en mi sufrimiento y yo en la mayonesa y el chocolate. Ahora llamarás a los vecinos, no tendrás que fingir que estás aterrado, eso te saldrá bien. ¡Que no le des patadas al perro! ¡¡Bruuuutoooo!! ¿Qué? ¿Te da miedo una simple corrientilla de aire helado? Claro, como están cerradas ventanas y puertas… ¡Qué intere-sante! ¡Resulta que puedes percibir mis carcajadas! ¡Corre, corre, idiota!
  • 53. 52 ¡Pero no se te ocurra caerte! ¡¡Coooorreeee!! Sí, sí, aún más gélida, la boca-nada… sí, sí, es más rápido mi aliento que tus patas, ¡mentecato! No, no voy a perseguirte mucho, no hará falta, te pasarás el resto de tu vida huyendo. Sé que soñaras con estas escenas a menudo, que desper-tarás empapado en sudor y encogido de frío, que sentirás el soplo pasar y que volverás a oír mi risa mientras vivas, sobre todo por las noches, la os-curidad ahonda los miedos. Recorre tu vida como puedas, tal vez en la cár-cel te sientas más seguro, nunca se sabe. Por última vez, mientras echas la última ojeada a la que fue tu casa, te lanzo mi hálito glacial: ¡¡Coooorreeee, idiooootaaaa!! ¡Mira hacia delante, cretino, que no ves el coche que do-bla la esquina! Pues claro que es la policía, ¿no lo esperabas? Buena reac-ción, tumbarte sobre su morro azul y blanco, menos mal que han frenado a tiempo, sólo has conseguido una detención teatral, ellos no saben que en el fondo buscas protección. Sí, ayudó mucho a la puesta en escena el res-quebrajamiento del parabrisas, pero no es tuyo el mérito, había un antiguo impacto en el cristal, de una piedrecilla de la autopista, y el choque térmico entre mi exhalación y el calor del interior… No creo que se te olvide, la no-che de hoy. ¡Espectaculares esos pequeños cortes en la cara, esos hilillos de sangre! ¿Qué? ¿Disfrutas más como víctima o como verdugo? Me voy. Quiero aprender cómo funciona el bosón de Higgs. Entre otras muchísimas cosas. Eva Barro García Verbo Azul
  • 54. 53 Temblor A veces, cuando tiemblo, me digo que no he vivido aún lo suficiente para comprender por qué lo hago y, sin embargo, no entiendo cuál puede ser la relación de los años, la experiencia y en general el tiempo con esas breves sacudidas de mi cuerpo, que me parecen como rápidos escalofríos. Cuando tiemblo, en ocasiones me parece que lo hago porque así me lo dic-ta una misteriosa inercia cuyo origen no está en ninguna decisión que yo haya tomado. Tiemblo, por ejemplo, cuando contemplo algunas de las re-presentaciones del asesinato frustrado de Abraham contra Isaac, cuando me encuentro solo sin desearlo en circunstancias muy precisas o cuando ya no tengo esperanzas acerca del comportamiento que alguien que me conoce bien tendrá conmigo. Tiemblo, aunque no sea visible, por razones de las que no soy siempre consciente, y a menudo me queda la sospecha de que esa pequeña sacudida se produce por la parte de mi experiencia que no puedo asumir del todo. Tiemblo, por así decirlo, en lo desconocido y por lo desconocido, y eso refuerza en mí la sospecha de que las fuentes de mi conciencia están estrechamente ligadas a la inteligencia siempre im-precisa de mi cuerpo. Tiemblo como una forma de encontrarme ante el espejo invisible que en alguna parte me contempla y yo mismo interrogo, y como una manera de sacudir inercias y miedos. Tiemblo con el mismo impulso que hace al cielo lo que es, al árbol, árbol, y otorga a cada cosa su naturaleza; temblar, en mi caso, es un acto elemental que delimita mi personalidad como los contornos del territorio de una isla le otorgan su condición a esa isla. Temblar para mí es una búsqueda, pero también una revelación de mi estructura íntima, que se manifiesta de ese modo cuando entra en contacto con el mundo y con las grandes experiencias tal como las expresa el arte o las resume, por ejemplo, un episodio simbolizado por la religión. Aun cuando no deja de ser un error que mi cuerpo persiste en cometer, reconozco que es un error que no me rebaja, que no me ciega a la vida ni me aísla de ella, que no entorpece mi existencia. Cada una de esas sacudidas voraces de mi cuerpo sirven para recordarme que soy creador frente a las cosas que me ocurren, que soy como un caudal que, al encon-trarse con los obstáculos que le supone la experiencia del mundo, bus-ca la manera de seguir su curso con esa activación brusca y elemental de su cuerpo. Soy, suceda lo que suceda, una conciencia que vigila, un alma que ha permanecido despierta y que por ello mismo siente la necesidad de expresarse a través de este misterio convertido en ineludible que supone cada nueva pequeña agitación de mi cuerpo. No creo exagerar si digo que soy un superviviente cotidiano de la experiencia que me supone el mundo, y sin embargo, ¿durante cuánto tiempo más podrá soportar mi cuerpo las
  • 55. 54 elecciones de mi sensibilidad? Pretendo ir lejos, aunque sé que nada me garantiza ese recorrido. Pretendo amanecer en muchos sitios distintos y aún no me ha llegado el momento de establecer en cuántos de ellos. Será el tiempo el narrador de todos esos instantes, aunque aún desconozco si será en él cuando llegue a comprender por fin lo que me está ocurriendo. Y mientras tanto, mi cuerpo hablará, lo sé, y me seguirá imponiendo sus in-tuiciones, su desequilibrio, su ignorancia valiente y sofisticada; me seguirá diciendo que es mejor vivir que ignorar, sentir que no hacerlo, me dirá que es mejor temblar que permanecer inmóvil y como atrapado en la vida, sobre todo si con ello no impido volver a sentir esta inmensa sorpresa que a veces me hace parecer asustado. Ramón de la Vega
  • 56. 55 A2S: Alfredo, Aida y Sara Alfredo llegó por fin a casa. La jornada en la oficina había sido agotadora, especialmente la maratoniana reunión de directores, todos señores mayores y la mitad calvos, así que la voz femenina que lo saludó nada más entrar en su hogar le sonó a música celestial. - ¡Hola, Alfredo! - Hola, Aida - respondió mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba en el arma-rio de la entrada. - ¿Qué tal el día? - Ninguna novedad importante. Han llamado del seguro y de la compañía telefónica. Alfredo se dirigió al dormitorio, donde cambió el traje y la corbata por la ropa de estar en casa, y contestó desde allí. - Bueno, sea lo que sea podrá esperar. Hoy vengo muy cansado. Me apetece una cerveza bien fría. - Hay cuatro en la nevera. ¿Añado cervezas a la lista de la compra? - Sí, claro. ¿Qué más hay en la lista? - Seis bricks de leche. Pan de molde. Un kilo de manzanas. Un kilo de zanaho-rias. Un kilo de tomates. Filetes de ternera. Filetes de merluza. - Añade también una pizza fresca, de barbacoa. - La pizza no está en la dieta que habíamos acordado. - dijo Aida. - Lo sé, pero añádelo igualmente. - De acuerdo. Alfredo fue a la cocina y cogió una cerveza de la nevera. Comprobó que efec-tivamente quedaban cuatro y sonrió ligeramente. Por fin llegó al salón y se dejó caer en el sofá, enfrente del televisor. Mientras Aida exponía las opciones de pelí-culas, series, informativos y deportes disponibles, Alfredo miró a su lado y por un momento le sorprendió que el espacio restante del sofá estuviera vacío. Se dijo a sí mismo que tendría que reconfigurar Aida, su Asistente Inteligente de Domótica Avanzada, para asignarle una voz masculina: la femenina se parecía demasiado a la de Sara, y el espacio vacío del sofá dolía más así. Joseto Romero Verbo Azul Madrid, marzo de 2013 Dedicado a Aida Millán y Javier Vendrell
  • 58. 57 Mariposas Mariposas: Abrir un saco lleno de palabras, anécdotas, vivencias; ¡qué fácil sería si, como mariposas, volaran para posarse suavemente sobre el papel! Pági-nas y páginas llenas de breves momentos. Polvo de alas. La vida. La vid. Pero, al abrir el saco esa vida me desborda. Incapaz de mirar, cierro los ojos unos segundos. De mi saco no salen mariposas. Es ansiedad; ansiedad que aspiro hasta llenar los pulmones lo suficiente como para oxigenar un cerebro perdido en una nebu-losa. Trato de olvidar las mariposas. Sé que nunca conseguiré ordenar el polvo que se desprende de sus alas. Manchas amorfas. Palabras y frases inconexas cuyo significado solo yo seré capaz de comprender. Y yo ya lo sé: No puedo poner en orden mis ideas; tal vez porque mi vida ha sido un caos o porque, sin serlo en sí, a cada instante se amontonan unos cadáveres sobre otros sin darme tiempo a enterrarlos dignamente. Un cementerio con una única fosa, una gran fosa común donde el tiempo reducirá todo, hueso a hueso, a polvo, mezclando caóticamente cada partícula en el silencio de la tumba. Polvo de alas. Polvo de huesos. Polvo del camino. Al final todo se reduce a polvo. ¿Quién es capaz de dar vida a una mariposa a partir del polvo de sus alas? ¿Y quién sabe leer la vida que ha quedado reducida en la fosa a polvo de huesos? ¿Quién, del polvo del camino, recogerá en un libro las palabras que escaparon inconexas? Orugas. Huellas. Palabras... Polvo del mañana. El viento sopla de Poniente, suave, cálido, empujando el polvo hacia el mar, donde se posa -marinero- hasta perderse en la profundidad. Encarna Martínez Oliveras Verbo Azul
  • 60. 59 ¡Qué suertuda! A Silvia Brusilovky Qué suertuda, pensó contemplando cómo las primeras gotas, grandes y redondas, se aplastaban contra el parabrisas. ─”El aplastamiento de las gotas” ─dijo en voz alta. ─¿Cómo dice? ─preguntó el taxista. ─No, nada ─contestó y le dio la dirección del gimnasio`Río Abierto´ en la calle Paraguay. Cualquier otro día habría tomado el colectivo, pero esa mañana la ame-naza de lluvia y la demora que arrastraba desde su despertar, la hicieron subir al primer taxi. Ha sido estupendo que se presentara tan pronto, razonó al recordar que prácticamente había caído en el asiento nada más cerrar la cancela de su casa. No era fácil encontrar taxi a aquellas horas en la calle Maure. El coche arrancó bruscamente. ─Maneje con cuidado ─solicitó. El chofer no respondió, pero ella vio su mirada burlona en el retrovisor. ¡Qué tipo, parece medio raro! aventuró. El conductor enfiló hacía la dirección solicitada. Esta vez lo dejó hacer, solo tenía que controlar la ruta, era un trayecto conocido. Se relajó, decidida a aprovechar aquél día de libertad: haría ejercicio, una buena ducha y, dependiendo de cómo se fuera afianzando el tiempo, ya vería. Seguro que deja de llover y queda un día precioso: como el de ayer y anteayer, deseó. Se acomodó y dispuso a disfrutar del paseo, de la lluvia, del suave calor del interior del coche. Las primeras gotas habían dado paso a espesas cortinas de agua que aumentaban el grosor de los cristales. Tras la inesperada lupa, las imágenes le llegaban danzarinas y nuevas en su distorsión. ¡Qué lindo! parece otro camino, se entusiasmó. Miró hacia El conductor. Tenía los ojos fijos en ella desde el espejo. Volvió la vista a la calle dispuesta a no dejarse robar el encanto del paseo. Doblaron por calle Cabildo para tomar el subterráneo de Palermo. Al cru-zar la calle Juan B. Justo, un tren circulaba por las vías elevadas. ¡Qué her-mosos los trenes! Siempre le habían gustado desde chica.¡Ay! Aquellos viajes veraniegos con los abuelos, los tíos, los primos…¡Qué quilombo, che! ¡Pero qué bello compartir tanto cariño y tantas cosas lindas! Volvió a mirar al espejo retrovisor: ¡Increíble! ¡El tipo seguía observán-dola sin pestañear! ¿Cómo hacía para conducir y mirarla a la vez? Le enfadó darse cuenta de que a su pesar la actitud del hombre la distraía de sus feli-ces pensamientos. Por suerte acababan de adentrarse en la zona comercial
  • 61. 60 de Santa Fe, pasar por esa calle siempre le aportaba un rato de dicha: las pre-ciosas tiendas y negocios de moda, ahora de su lado derecho, y del izquierdo los amplios espacios de la Exposición Rural, del Zoológico, y como broche de oro, el Jardín Botánico. Y, mediando entre el cielo y los planos anteriores, el arbolado, siempre impactante del Bosque de Palermo. Al fin tomaron por Paraguay, estaban llegando, lo vivió con alegría, pero seguía diluviando. La calle estaba imposible, era un río: Me voy a duchar antes de tiempo, constató. Delante del gimnasio estaba la entrada de un garaje, era el único lugar libre de coches y su única oportunidad de no pisar en un charco. ─Póngase a la entrada de la rampa ─le pidió al conductor mientras le alargaba el importe de la carrera. ─¿Qué quiere que ponga el auto ahí? ¡Usted está muy equivocada, pero que muy equivocada! ¡Bájese! ¡Bájese ahora mismo! ¡Óigame, usted lleva muy mal camino, pero por muy, muy mal camino! Se quedó sin palabras, bajó del coche, chapoteó en el agua y completa-mente mojada, se dirigió directamente a la ducha. Concha García de los Arcos Verbo Azul
  • 62. 61 Cárceles invisibles Como se dice en los cuentos, el día que me casé fue el día más importante de mi vida, la culminación de una carrera de obstáculos con un final de premio. Aho-ra esa vida me parece corresponder a otra persona. Según íbamos a la ceremonia, en un cruce nos detuvo el semáforo en rojo. La cárcel se veía desde el coche y la puerta de salida se abría en ese momento, dando paso a una mujer, joven todavía, a la que se acercaban dos personas, una aparen-temente mayor y una niña, a la que llevaba de la mano, de unos siete u ocho años, que abrazaba a una muñeca, cuya cara miraba hacia el coche con una sonrisa sar-cástica, o así me pareció a mi, como también me pareció apreciar el semblante de serenidad y placidez que reflejaba la mujer, la cual supongo, acababa de obtener su libertad. En ese momento mi mente no pudo contener la gran certeza que me invadió al pensar que su libertad actual había sido física, pero cuando entró en prisión poseía la total liberación de su espíritu. Hoy, sentada en este cuarto, apoyada en esta mesa, trato de llorar y no puedo, aunque es posible que no quiera. Mis círculos vitales se van cerrando, al mismo tiempo que mi existencia se diluye sin poder detener su destrucción. La deses-peranza se ha convertido en la mejor contrincante de la soledad invasora de mi ánimo, no se cuál de las dos se erigirá con el triunfo de una decisión. La convivencia como mujer casada, ha ido socavando todos y cada uno de las ilusiones y proyectos que tenía en perspectiva. Al principio la vida en común parecía transcurrir en conexión total. Esto se fue degradando a medida que nacían mis hijos. Con el primero, pensé en trabajar en cuanto pasará el tiempo preciso y conveniente, después de su nacimiento. En el momento que lo hice saber, no hubo malas caras, sin embargo los hechos con-tundentes en contra, los pude comprobar hasta tal punto, que al siguiente mes volví a quedarme embarazada y así, cada vez que mis proyectos laborales daban comienzo. Tengo cuatro hijos y digo tengo, porque soy yo la única que ha perdido sus planes de vida, al dedicarla enteramente a cumplir con la responsabilidad que, sin consulta, sin apoyo, sin consideración, he adquirido. Siempre decimos que nacemos libres, y qué relativa y engañosa es esta afir-mación. Mientras en una pareja se destroza uno de sus miembros, el otro desencadena una soberbia existencial, una autoridad rayando en el despotismo, un desprecio calculado y un narcisismo ridículo que deja aniquilada la estima, la seguridad, la sensibilidad y la dignidad del otro. Cada vez nuestras conversaciones se hacen mas lacónicas. La intimidad es obedecer. No te rebeles, es contraproducente, aconsejan los que establecen los límites de esa libertad del ser humano. Una atadura de por vida, en un ambiente estrangulador de cerebros, es abe-rrante para la persona.
  • 63. 62 Por mas que pienso, no puedo salir del círculo angustioso de mi existencia. He renunciado a todo lo que ambicionaba conseguir, de una forma natural y lógica en el transcurso de mi vida, como la compenetración con la pareja, el desarrollo de mi formación en un puesto de trabajo, al igual que antes de casarme, el realizarme como mujer sencillamente, alguien independiente que desea amar y ser amada con el fruto de unos hijos deseados. Nada de lo que me proponía se ha llevado a cabo y la razón de vivir se va aca-bando, solo estas cuatro vida que debo y quiero sacar adelante me fortalecen pero, en ocasiones, me quedo meditando y recuerdo a la mujer que aquél día vi salir de la cárcel, porque había cumplido su condena y yo, cuándo cumpliré la mía, ó, es que quizá, deba precipitar mi destino. Marisa González Verbo Azul
  • 64. 63 Invierno en Madrid “Quid ultra debui facere ibi, et non feci” ¿Hice todo lo que tenía que hacer? Este gélido y nevado mes de enero madrileño, este frío invernal; me trae tu recuerdo. Nieva abundantemente. Copos blancos y fríos y me llega la memoria de tu cabello negro, brillante, oloroso y cálido. La evocación de tu risa, de tu boca caprichosa, de tus dientes blancos, albos como la nieve que está cayendo. El cielo de la capital es nebuloso y algodonado y la añoranza de tus ojos es verde como lo es el mar, profundo, misterioso, añorado, deseado y eterno. Como verdemar son las selvas, casi vírgenes, frescas, frondosas y llenas de aventuras por vivir. Mi otoño empieza tras morir el verano de mi vida. Las estaciones tienen su razón de ser, son parte de la vida, solo hay que saber escuchar. A veces con esta sociedad que hemos creado -algo de culpa también tendré yo- con esta vida agita-da, no escuchamos. Nacemos y -tal vez- hasta los veinte años vivamos la primavera. Qué bello y jovial es todo. Qué alegre y lleno de color. Todo está por descubrir, por saborear, por palpar, por probar... ¡Cómo deseamos todo! De los veinte a los cuarenta -quizás- vivamos el verano. Creemos saber lo que queremos e intentamos vivir como deseamos. Tenemos el empuje de la ju-ventud y pretendemos poder con todo. Nada se nos resiste -pensamos. “Vamos a cambiar esta sociedad y a romper moldes” -soñamos. Ahora ha entrado el otoño de mi ajetreada y a veces extraña vida. Siempre me he sentido “en mitad de ninguna parte” y he conocido y tratado a gente que como yo no estaba encajada en ningún sitio. Por eso fueron o son mis amigos. Nunca me ha gustado ser como el resto, ni vivir bajo los cánones establecidos. Me gusta ser diferente, no atenerme a reglas ni preceptos. Tal vez sea el último resquicio que me queda de rebeldía. De los cuarenta a los sesenta -acaso- queramos recuperar el tiempo perdi-do o apurar los últimos años de esta segunda juventud que se escapa y que se ha convertido en madurez. ¡Quién me asegura que llegaré a los sesenta! Bueno, si muero, os puedo asegurar que moriré harto, no falto. Dios quiera que llegue el invierno, será señal de que estoy vivo. De los sesenta a los ochenta. ¡Quién llegara! No estaría mal poder rememo-rar lo que se ha conseguido, lo que no se quiso lograr, lo que no se pudo conseguir aún deseándolo mucho y echando toda la carne en el asador; en definitiva, lo que se vivió. Uno ha intentado sacar el ciento cincuenta por cien a la vida pero a veces no pudo ser, se pretendió pero no pudo ser, se aspiró a ello pero no pudo ser, se deseó pero no pudo ser, se quiso con el alma pero no pudo ser, no pudo ser, no pudo ser...
  • 66. 65 El ser inmensamente feliz no depende solo de uno, pero uno tiene mucho que ver en ello y poner la vida, el corazón y el alma en el intento de conseguirlo y aun así, a veces, no pudo ser... Amé a muchas mujeres que me amaron. Amé alguna vez -no muchas- sin ser correspondido y quise mucho y fui muy querido pero hubo veces en las que... no pudo ser. Si llegamos -todos- al invierno de la vida. Los que compartimos nuestros cuerpos, deseos, fantasías, amor, ternura, lascivia, libertinaje y desenfreno. Los que intercambiamos miradas cargadas de deseo, tiernas caricias, fluidos corpora-les y los que no quisieron o no pudieron hacerlo por motivos morales, religiosos o sociales... Allá unos y otros. Si se ha vivido la vida al ciento cincuenta por cien; sublime. Si lo habéis vi-vido al cien por cien; genial. Si no se ha hecho lo que se hubiera deseado; joderos. No os puedo decir otra cosa, es vuestro puto problema. Se os dijo y no quisisteis escuchar que la vida pasa rápido. Si habéis sido felices con vuestra actitud, me alegro por ello y en caso con-trario es vuestro jodido problema, no es el mío. Yo echaré de menos no poder vivir situaciones que mi vejez me impida pero estaré tranquilo, pausado y sereno, sabiendo que hice cuanto pude por ser inmensamente feliz, que puse toda la carne en el asador para querer lo que quería, para disfrutar de lo que deseaba, para vivir lo que añoraba, para satisfacerme plenamente... Si no pudo ser, no fue mi culpa. Eso da la tranquilidad necesaria que busco, que siempre he buscado, la serenidad de vivir en paz con lo más importante; con uno mismo. Y que la parca llegue cuando quiera, que la fría muerte como lo es este invierno madrileño del mes de enero llegue como ha llegado la nieve. No hay pro-blema, la estaré esperando, firme, con la cabeza bien alta, sin miedo. Es parte de la vida. Desde niños sabemos que es el final y que llegará, siempre llega, nunca falta a su cita. ¡Vienes a por mí, pues aquí estoy! Solo pido llegar al invierno de mi vida aunque no sea un invierno largo. Moriré como todos. La fría muerte vendrá a bus-carme y se extrañará de mi sonrisa satisfecha. ¡Llévame jodida muerte donde quieras! ¿Quieres saber lo que es el amor?, te lo cuento. Quizás ¿saber lo que es la pasión y el deseo?, también te lo puedo explicar. ¿La lujuria, la lascivia, la ternura?,... pregúntame puñetera muerte y te lo contaré, he vivido mucho e intenso. ¿El dolor que causas cuando te llevas a los seres queridos?, ¿el desamor do-loroso, el olvido, el rechazo, la inmensa pena, el desagradecimiento, la derrota?.... ¿qué quieres que te cuente? Pregúntame lo que quieras. Todo te lo puedo contar. He visto morir a gente que para mí fue indiferente, a gente querida y a per-sonas que dejaron tras su adiós una incurable herida en mi alma. Por eso aquí me tienes esperando, sin temores y con una sonrisa. Todo lo que tenía que vivir lo he vivido, todo lo que tenía que disfrutar lo he disfrutado, en todo lo que me tenía que satisfacer me he satisfecho y en lo que me tenía que saciar, me he saciado. Rememorando al poeta Pablo Neruda; yo también “confieso que he vivido”.
  • 67. 66 Si me quedan deudas pendientes no fui yo quien tenía que pagarlas. No fue mi falta de anhelo, ni mis ganas de querer; quise que fuera y no fue; no hay más. Llévame donde quieras, seas vieja, fea y con una guadaña como te pintan o bella, apetecible y joven como me gustaría que fueras. A esta altura del partido, ya no nos queda ni la prórroga, el árbitro está a punto de pitar el final del encuentro y lo hecho, hecho está; no hay que darle más vueltas. Si estás conforme como yo con lo vivido, recibe a la muerte con una sonrisa, -sin prisa, que tarde en llegar- con la alegría de haber disfrutado de la vida al máxi-mo, de haberle sacado todo su jugo. En caso contrario; lo siento por vosotros, se os advirtió y no quisisteis escuchar; qué más puedo deciros, haber jugado mejor. Fernando José Baró Verbo Azul
  • 68. 67 Jardineros del lenguaje. José Hierro Innovar, imaginar, crear con el mágico dominio de la música de las palabras, es como se manifestaba José Hierro, quien no tenía nada que envidiar a Juan Ramón Jiménez, ni a Rubén Darío. Su obra es una continuación del 27 y la modernidad, un abrirle puertas a la razón y a la belle-za. No se permitió nunca caer en el de-rrumbe humano. Umbral no titubeó para señalar que José Hierro era, sin duda, el mayor poeta español de la posguerra en adelante. En los espejos de los cafés literarios re-lucía su calva ¿o era su aura?... Sus ojos escrutadores de felino literario, de anaco-reta de café, parecían estar hipnotizando a los contertulios de turno. Su presencia imponía solemnidad y seriedad. El humo de sus cigarros se elevaba mostrando la radiografía de sus ideas. Cualquier ca-marero sabe leer y traducir las radiogra-fías de humo. La nicotina le hacía toser como un poseso, toser como si brindase. En uno de esos accesos de tos asmática, estando con Joaquín Sabina, tosía tanto que, Sabina asustado, le amenazó: - ¡¡Pepe, no te mueras que te mato. Pepe, no te mueras que te mato!!”… Aquella tos lírica, incluso crónica, a él mismo le asustaba, lo que no le corres-pondía con su figura de legionario de la poesía. Eso sí, tosía con rima, una tos musical, reseña de su condición de poe-ta. Como buen esteta, le gustaba oler la flor de la palabra bella. Como poeta reco-nocía que la poesía es dar nombre a las cosas y aseguraba que la poesía es una caja fuerte cuya combinación desconoce-mos. Escribía y pintaba para huir de la realidad que le agobiaba, como escribía y pintaba para edificar la realidad idealiza-da, la deseada. Su poesía un día se nos introdujo en la sangre y desde entonces corre por nuestras venas. Su poesía to-davía se siente calándonos como un per-fume sonoro en las estancias del alma. “Jardinero en el jardín de la libertad”
  • 69. 68 José Hierro siempre tuvo claro que la poesía es dar mordiscos, con el lenguaje, a la vida. Se quejaba de que la dictadura había enlodado su vida, por lo que no estaba dispuesto a que también enlodara su poesía. Por ello, no quiso ser poeta políti-co. Bastante ya había sufrido siendo una víctima de la guerra. Su voz, zumo de pa-labras sencillas velado por la vida, vida escrita en el pentagrama con música poé-tica. Musical dramático de la víctima de la guerra. Torturado en la cárcel, sufriendo amenazas en la posguerra, se convirtió en un poeta realista, imaginativo, cohe-rente y moral. José Hierro llevaba alas en la pluma y hierro en su apellido. Nos indi-có que estando en la cárcel llegó, por el dolor, a la alegría. Sobrevivió José Hierro forrando de alegría la pena del ropaje de su existencia y cantó al amor, a la amis-tad, a la consideración, a la comprensión, a la justicia y rió, rió, rió… brindando con sus amigos por la libertad. Convirtiéndo-se en el jardinero del jardín de la libertad. Leer, leer, leamos a José Hierro, re-gocijándonos con sus poemas que son zumo de vida, que son radiografías de sentimientos y deseos, oraciones de li-bertad al amor, a la justicia, a la paz, a la amistad. Leamos a José Hierro disfrutan-do del arco iris que es su poesía, ilumine-mos con sus poemas nuestras estancias del alma llenándolas de colores. JOSÉ BÁRCENA Verbo Azul
  • 70. 69 Libros recibidos LLAMARSE POR ENCIMA DE LA NOCHE. Antonio Daganzo Llamarse por encima de la noche (RIL Editores, 2012) es el cuarto de los libros de poesía publicados por Antonio Daganzo, primero de los publicados en Chile. Poeta de voz franca, límpida, nos presenta un conjunto de poemas unívocos, donde el discurso poético circula desde la otredad a la inmanencia, desde la soledad al gozo del encuentro. Ya desde el título se nos advierte de esa sublimación, de esa consumación última, absoluta. Dos poemas extensos, a modo de exordio, preparan el ánimo del lector y certifican la intención del poeta, los mimbres que luego desarrollará a lo largo de todo el poemario. Ya están ahí, apenas esbozados, los símbolos que más tarde se nos revelarán indispensables: la noche, el viaje, la voluntad, el compromiso. Tras este pórtico se abren a la luz dos posibilidades, dos partes que bien pudieran ser poemarios independientes en sí mismos, pero que de la unión obtienen una altura y un significado más certero. No por casualidad la segunda, Vino navegado, lleva una dedicatoria personalizada, un nombre de mujer, una respuesta. Hay en todo el poemario una, creemos que intencionada, voluntad de desbordamien-to. Versos largos, plenos, que se derraman en imágenes luminosas, vivísimas. “… los jirones de espuma arrancados al agua, / las vísceras del aire, / el secreto latir, / silencio de seísmo…” El hombre, el poeta, atraviesa la oscuridad por encima de dos continentes, Europa y América, hermanados en la luz y en la palabra. Porque esta y no otra es la base que sostiene la obra, viaje interior y exterior a un tiempo, iniciación y búsqueda; peregrinaje al cabo. Si el amor es a un tiempo estación de salida y de llegada, Chile es su término, su cau-salidad, su lenguaje. El país andino no es sólo un referente, es el lugar donde se conforma la experiencia vital del poeta, “la cumplida extensión” donde el grial se materializa en el abrazo. Muchas son las piedras de toque, los guiños intencionados, muchas las referencias a una tra-dición literaria que el autor conoce bien y maneja sabiamente con precisión de orfebre. “Crees recobrarte / en cada sensación que has capturado; / alcanzarte cual caza, / nunca alimañas tan bellas con tu rostro / que saben los espejos”. Antonio Daganzo es dueño de un lenguaje exquisi-to, de una verbalidad alta, casi sacralizada, que maneja con soltura sin caer en el oscurantismo. Su palabra tiene el tono justo, la precisión y el peso suficientes para hacer de este uno de sus mejores libros, quizá el que mejor define su forma de decir y de decirse, su manera de aproxi-mación al hecho poético. Es esta, pues, una obra de consumación, de advenimiento, un libro en el que, de alguna manera, toda la luz encuentra su reflejo, su correspondencia. “Limpidez contra el miedo / la de este prolongarse sobre un timbal profundo”, sobre esta luminosa transparencia y sabernos tem-blor donde “llamarnos por encima de la noche / para siempre”. Ana Garrido
  • 71. 70 LA HEREDAD DE LA LUZ. Cristina Cocca Arnedo Cristina Cocca Arnedo obtuvo con La heredad de la luz el premio del LII Certamen Nacional de Poesía Amantes de Teruel. El libro, publicado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Teruel en mayo de 2013, es fruto de un deslumbramiento. La luz desvela el mundo, lo transforma y lo interpreta desde una perspectiva más íntima, más alta. La heredad de la luz es un itinerario espiritual, un viaje que se pliega y se eleva sobre sí mismo, sobre el último llanto de los sauces. A partir de un poema inicial a modo de prefacio, subdividido en tres tramos - las tres partes del día- que tendrán correspondencia en cada una de las partes del libro, la autora de-sarrolla una visión panteística donde la idea de luz-madre se contrapone a la de oscuridad-aca-bamiento; “luz cereal” que fecunda todos los rincones, que nutre y alimenta porque no hay otra región para la dicha. La primera estancia corresponde a la noche, a un paisaje interior deshabi-tado, un memorial de pérdidas y ausencias en el que la mirada se vuelve introspectiva y espera consumarse –escribirse- en la mirada del otro. La Segunda habitación (Culminación de luz sobre los ojos) es un canto a la renovación, un tributo debido a la esperanza. El amor regresa, se hace dueño de todo, de la casa, y se materializa en vértices y aldabas. Con el Tercer espacio (Esen-cialidad del alba) culmina la búsqueda, la espera; la mañana recupera su lugar en la memoria, su equilibrio. De corte eminentemente lírico, la poesía de Cristina Cocca no abandona en ningún momento la perfección técnica, el ritmo expresivo y poderoso. Heredera de una tradición clásica, cultista, reinventa su manera de decirse, su forma de acercarse a la palabra desde más allá de todos los cerrojos. Versos altos, musicales, de marcado acento intimista que no escapa al juego metapoético, a veces dialogados, dan al conjunto una calidez y una sutileza difíciles de encontrar en otras fuentes. La heredad de la luz es un libro simbolista, plagado de imágenes brillantes, arreba-tadas, a un tiempo frágiles y poderosas, que seducen y arrastran con la docilidad del agua, con la apariencia de una calma fingida que desvela todos los rincones, que hiere y cauteriza. “Hay un olor a templo en las paredes”, “hay nuevos edificios que envejecen / sobre el último acento de las sílabas”. Pero no todo en él se ha dejado a la seducción o al brillo fugaz de la metáfora. Cristina Cocca es también - y lo demuestra – poeta de mirada franca, desmedida, que trasciende la propia realidad para universalizarla. Su voz conoce el acento de los pájaros, la privación de los espejos. Y se reconoce, se muestra con la placidez de los marjales en todas las esquinas de la noche. Es este, pues, un libro luminoso, iniciático en lo que tiene de dejación, de pérdida, un libro de búsquedas y encuentros, de silencios hondos, vulnerados. Inventemos la noche, su lenguaje a espaldas del dolor. La luz se hace más luz en otros ojos, en otras madrugadas. “Y solamente el tiempo / podrá leer en ella la nostalgia”. Ana Garrido
  • 72. 71 En clave de mí (Espiral Literaria, 2013) es el título con el que Ana Bella López Biedma irrumpe en el panorama literario. Acom-pañado de un disco, En clave de Do-s, en el que la propia autora interpreta algunos de sus poemas musicados por José Luis Hinojosa, es este un libro singular, una obra plena y de madurez poética que sor-prende por su misma frescura, por la extraordinaria sensibilidad que la autora derrocha entre sus páginas. Versos altos, metáforas arriesga-das, vivísimas, componen un mosaico de poemas que nos devuelven a una forma primigenia de mirar, a una concepción cuasi panteística de la imagen como realidad sensorial, como vínculo y respuesta. “Hay un crujido de árboles cansados / comiéndose mi espalda” - dice. Y desde ese dolor escribe, desde el resto del aire y las abejas. La poesía de Ana Bella López Biedma sacude desde el fondo de la lluvia, desde el crepitar de las hogueras al filo del instante; nace en el umbral de un tiempo esquivo, ajeno, sin aristas, en el que la mujer que es ella misma, pero pudiera ser todas las mujeres, se atreve a caminar sin máscaras, sin disfraces. Porque esta y no otra es su manera de entenderse, su forma de enfrentarse a la palabra. La autora parte de un posicionamiento vital que busca darse, que se ofrece por entero de una vez y para siempre; es el suyo un mundo poliédrico y frágil, transparente, un universo en construcción que encierra toda la piel del agua, todo el peso de la luz, toda la herida al borde de los labios. Quizá por eso, tal vez a pesar de eso, el libro está dividido en tres partes que se inician con fragmentos de prosa poética, toda una declaración de intenciones. “Sé que no se puede girar eternamente” - dice en una de ellas. Pero gira, gira con toda la lentitud de la memoria, y se muestra nueva, plenamente consciente de su individualidad, de su certeza. Pero En clave de mí es también un libro ecléctico, acaso transgresor. Concebido como un todo, es quizá la propia individualidad de cada poema lo que le confiere esa unidad de la que hablamos. Junto a textos escritos en verso blanco, encontramos otros en el que la forma clásica (décimas en su mayor parte) no coarta en absoluto, antes bien, lo potencia, el vuelo de la ima-gen, la altura de la metáfora que se va desarrollando en encabalgamientos ágiles en sucesión constante. “La boca del insomnio me muerde por la espalda / con su rictus de pájaro”. Por debajo de todo, impregnándolo todo con su sombra de árbol, la palabra de Ana Bella López Biedma dibuja un paisaje íntimo, preñado de referencias líricas, hondo de oqueda-des y silencios. La poeta busca, experimenta, encuentra su lugar en el mundo, su acomodo, y se afirma en él con la mirada en llamas, con la piel y el corazón entre los puños. Aún quedan refugios para el día, ventanas por abrir y muchas muertes que alzar entre los ojos, “noches en que la boca se destila / en un silencio ronco”. “Pero nos sobrevive la palabra”. Ana Garrido EN CLAVE DE MÍ. Ana Bella López Biedma
  • 73. 72 María Luisa Mora Alameda obtuvo con El don de la batalla (Vitruvio, 2012) el X Premio Nacional de Poesía “Ciega de Manzana-res”. El poemario surge de un renacimiento, de una búsqueda de la supervivencia ante lo que de suyo es irremediable. Ya desde el título, la lucha se nos presenta como la única certeza posible, como el único asidero cuando las fuerzas fallan, cuando la soledad se hace patente. A raíz de un hecho luctuoso y terrible, la autora se sienta ante sus recuerdos, quizá para ponerlos en orden, narra en primera persona y desnuda el dolor, interiorizado y asumido, como razón de ser, como única manera de aferrarse a la vida. Pero no se trata de un dolor desgarrado - al menos, y creemos que esa y no otra es su voluntad - el lector no lo percibe así, sino como un canto a la esperanza, un posicionamiento que busca la razón de la sinrazón, la coherencia en lo que de por sí no puede concebirse. El poemario se estructura en cinco partes, cinco tramos separados a su vez por citas de poetas queridos, admirados (Santiago Sastre, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Luis Cernuda, Gabriel Celaya) que marcan con su tono y su significado la materia de los versos a los que preceden. Quizá la piedra angular del libro, sobre la que descansa toda la reflexión poética anterior y posterior que se nos muestra, sea la segunda. A partir de una esclarecedora cita de Ángel González, asistimos a un devastador silencio que, quizá por su misma crudeza, es expre-sado sin afectación, con la mirada serena de quien no tiene ya más lágrimas, de quien entiende que la palabra - la poesía - es la única verdad, la única respuesta. La autora utiliza un lenguaje sencillo, cercano, sosegado; no recurre a trucos efectistas o metáforas arriesgadas que pudieran poner en peligro la transparencia que pretende. Así, es-cribe: “Nunca hicimos la guerra. / Tan sólo hemos luchado, / hemos logrado, definitivamente, / la esperanza”. Versos blancos que emocionan y arrastran precisamente por su aparente dureza, por su manera de decir, de decirse, por la valentía de su desvalimiento. Aunque son continuas las referencias metapoéticas - poesía como salvación, como justicia - es en la última parte del poemario donde la autora consuma su visión panteísta de la realidad. “Un verso, una mañana, un verso”. La palabra como realidad que vivifica, como argu-mento que sostiene y alimenta. Y al fondo ese mismo dolor que certifica la memoria, la sed bajo los chopos. Son muchas, pues, las razones que hacen de El don de la batalla un libro imprescin-dible. Es un poemario atípico, alejado de fingimientos o disfraces. María Luisa Mora es - y así se muestra - una poeta comprometida con su propio coraje, con su propia manera de entender la palabra y asomarse al mundo. Acaso el corazón tenga otras voces, acaso se derrame en otras bocas, pero nunca latirá con más sentido, nunca será la luz más derramada. Ana Garrido EL DON DE LA BATALLA. María Luisa Mora Alameda
  • 74. 73 Cuántas veces seremos el otoño (Ediciones QVE, 2012) el Primer Premio de Poesía “Elías López Roldán” del Ateneo Albace-tense. El poemario se estructura en torno a la idea del tiempo como protagonista y motor del itinerario creador del poeta. El tiempo en sus múltiples caras, matraz y materia del alquimista, del hombre, del ser humano confeso en su misma palabra, en la reproducción de sus es-pacios. El poeta se mueve bien en el verso clásico, pulcramente medido en formas estróficas tradicionales. Quizá por eso se deja llevar -acariciar acaso- por versos endecasílabos de marca-do sabor elegíaco y trascendente. Pero el lector avisado no debe llamarse a engaño. Es este un libro de sonetos, es cierto, un libro que se acerca al lector para devolverle una mirada fiel sobre las cosas, relajada y quieta casi siempre, pero también un crisol, en ocasiones, de una cierta y fina ironía. Cinco son las partes que lo componen, cinco también, como no podía ser de otro modo, los momentos que el autor recoge y restituye en su cíclico descubrimiento. Cada una de ellas, un poemario en sí misma, forma un todo apodíctico sin fisuras sabiamente urdido e hilva-nado. Cuando alguien te espera, Por las calles del atardecer, Paisajes con pintor, Epistolario Quijotesco, Para el instante, para el recuerdo son los subtítulos en los que el autor sustenta y certifica su trabajo para darle unidad, significado. Y lo consigue con creces en un difícil equilibrio, significante y significado en perfecto maridaje. Jiménez Carretero no es hombre de verdades a medias, de caminos y esperas, de renuncias. Manchego de una pieza, se reconoce en la obra de los que precedieron, en la voz alta, herida, que, al comunicarse, recupera su esencia, su frescura. “Voy sin prisa / flotando en la cadencia de mi paso”- dice, y así se muestra, se ofrece, se dibuja, desnudo el corazón, en cada devenir de la palabra. Muchos son los amigos a los que dedica cada uno de los sonetos porque son muchas las voces junto a las que ha caminado, muchos los compañeros de viaje. Ya desde el título, tomado de un verso de Dionisia García, muestra su voluntad de búsqueda, de entrega, reconoce su deuda con los que le han precedido. Como ejemplo, quizá dos de los más signifi-cativos, podemos citar el poema dedicado a Leopoldo Panero o el que escribe a la memoria de Sagrario Torres. Cuántas veces seremos el otoño es, pues, un libro de gratitud, de advenimiento. Se trata de un recorrido absolutamente entregado, absolutamente límpido, por todas las etapas de la sangre; del yo al vosotros, del hoy más desguarnecido a un ayer varado de nostalgia en un itinerario de esperanza. “Lo que fui ya no importa”. - dice - “Que otros digan”. Dirán, diremos, pero antes será bueno sentarnos un momento “sobre la piel del tiempo como un brote”, como un amanecer desordenado, y aprender el idioma de los pájaros, la lengua de los árboles. “¡Hay tanto por hacer en la llanura!”. Ana Garrido CUÁNTAS VECES SEREMOS EL OTOÑO.
  • 75. 74 De la mano del proyecto Género Femenino Número Plural y desde la Consejería de Presidencia y Justicia del Gobierno de Can-tabria nos llega Cristales, libro ecléctico y comprometido donde los haya. Once poetas, once mujeres, nos ofrecen su particular visión de denuncia poética sobre el maltrato. Nieves Álvarez Martín, Elena Camacho Rozas, Marisa Campo, Dori Campos, María José Eche-varría, Maribel Fernández Garrido, Ana García Negrete, Araceli González Vázquez, Rosario de Gorostegui, Adela Sainz Abascal y Raquel Serdio unen sus voces de repulsa, su talento poético en pro de todos aquellos gritos silenciados, ocultos casi siempre en la intimidad de las familias. El libro es, pues, una obra de testimonio, de posicionamiento vital de las autoras ante una realidad que no desaparece pero que puede ser redimida. Como dice Nieves Álvarez en la solapa: “El amor tiene que inventar un espacio en el que la vida fluya armónicamente y el dolor y la muerte no adelanten nunca al calendario”. Pero no es fácil arañar los páramos, sentarse a pleno sol con la vida invadiendo la conciencia. No es fácil apuntalar la espera y deshacerse a jirones de palabras. Cada una de las autoras aporta su mirada personal sobre las cosas, su horizonte poético y su aproximación al tema que las ocupa. La violencia de género como oscuridad visible, lapidaria. Así, Nieves Álvarez propone para su aportación un título absolutamente esclarecedor: En los ojos del miedo. Fiel a sí misma y a su manera de entender la poesía, nos ofrece tres poemas íntimos, intensísimos, sobre la mujer que espera, que no pregunta porque ya no cree en las respuestas, pero sabe, seguramente sabe, que en alguna parte hay un lugar donde poder sentirse segura, un lugar propio, irrenunciable, donde aprender a volar y vivir sin miedo. “Ella, / está esperando, / ve la puerta y espera, / pasa el tiempo y espera, / mira el reloj y espera, / se resigna y espera, / se hace un nudo y espera”. La autora quiere dar un mensaje directo, claro, diáfano y utiliza para ello a un lenguaje sencillo, fácilmente inteligible, sin dobleces. No recurre a fuegos de artificio, a metáforas arriesgadas que pudieran desvirtuar su mensaje, antes bien, se transmuta, pone en su piel la piel de otras mujeres, sus ojos en los ojos de todos los llantos. Y lo hace con todo el calor que su palabra poética puede ofrecer, con la cercanía de su abrazo. Cristales es un libro necesario - ya nos gustaría que no lo fuera - y creemos que des-graciadamente va a seguir siéndolo en el futuro. Iniciativas como esta del Gobierno de Cantabria quizá contribuyan a evitarlo, a restañar heridas y anticipar los ecos al borde de los sauces. Como escribe Nieves Álvarez en uno de los prólogos del libro, “La vida es una pieza de cristal. La vio-lencia siempre rompe el cristal por la parte más débil”. Pero hay otros caminos, otras vidas. Ahora es el momento de alcanzarlos. Ana Garrido CRISTALES.
  • 76. 75 A VECES LO VISIBLE. Fernando Fiestas A veces lo visible (Poeta de Cabra, 2013) es el nuevo poe-mario de Fernando Fiestas, quizá, hasta el momento, su obra más personal, la que de manera más plena nos acerca a sus ojos, al per-fil de la brisa, al equilibrio, la que nos permite conocer cara a cara al hombre y al poeta. Doctor en Bellas Artes, dueño de una poética personalísima, heredera de los simbolistas franceses, no ha querido desligarse de su doble faceta creativa. No en vano el poemario está ilustrado por él mismo. Palabra e imagen se dan la mano en poemas de enorme plasticidad, metáforas poderosas, sorprendentes que seducen y arrastran con la emoción del sauce, con la lentitud y la serenidad de la belleza. Curiosamente es en el último poema del libro donde encontramos la razón de tan suge-rente título, al menos una aproximación a su significado “A veces lo visible es un erizo, / duerme / con sus espinas al acecho” - dice en lo que se adivina una clara voluntad de entrega de la propia conciencia, de la propia identidad en un mundo en constante cambio, en movimiento cí-clico. Algo, quizá mucho, hay de percepción filosófica en la obra de Fernando Fiestas. Desde un posicionamiento cercano al existencialismo, el autor recupera parte de su historia, retazos de un tiempo, quizá lejano pero absolutamente tangible, sobre el que cimenta su mirada actual sobre las cosas. “Para lo transitorio de la vida, / nada como un hogar que nunca cambie”. Varios son los temas que conforman el libro. Desde la otredad a la inmanencia, desde el vértigo de la razón humana a su incapacidad para explicar el mundo, los poemas forman un crisol de sensaciones, un prisma de perfiles concretos, irrenunciables. Y la luz, siempre la luz al fondo de los versos. La luz como noticia, como redención, como frontera; la luz como testigo y seña de la búsqueda. La mirada de Fernando Fiestas circula, también en este libro, por dos vertientes clara-mente diferenciadas. Por un lado, encontramos poemas en los que la palabra funciona como soporte de una realidad cercana, impresa en la retina: “Notar la luna / saliendo sin permiso cada madrugada”; por otro, es quizá esa misma realidad la que conforma el universo literario del autor para moldearlo y derramarse en versos que trascienden la unicidad y la transforman: “He baja-do la cuesta / donde la noche suele poner huevos / y he conversado con las telarañas / de los olivos.”. Como puede observarse en estos ejemplos - y muchos otros que podríamos aportar - el poeta formula una visión intimista, reflexiva, una forma de expresión directa, sabiamente medida, donde la economía del lenguaje y el verso limpio, preñado de referencias surrealistas, son sus mejores bazas. Atravesemos el umbral, busquemos la piel de “lo visible” allí donde lloran los galápagos, donde se encienden las lámparas votivas “mientras la calle aguarda la hora de las musas”. Des-pués vendrá el silencio y su reflejo.”Ya” nos “despertarán los minotauros”. Ana Garrido
  • 77. 76 LA VISIÓN ENCENDIDA. Ramón de la Vega Ramón de la Vega pide sitio, merece un sitio exclusivo en las letras españolas. Y yo lamento no tener aquí suficiente espacio para analizar el magnífico libro que acaba de sacar. Esta vez, una obra maestra. Dicho así, sin ambages. Porque el libro dentro del género de ensayo-ficción es una obra perfecta a nivel técnico. Porque no se con-forma con ser una serie de diálogos filosóficos con los cinco grandes hombres elegidos del pasado. Porque propone una serie de niveles de reflexión y de acercamiento en nuestra autoconciencia como seres inevitablemente sociales, tan dependientes de los otros. Hacía falta alguien que tuviera la valentía de atreverse a pro-poner soluciones para mirarnos de frente y preguntarnos por los motivos por los que nos han hecho sacar lo peor de nosotros mismos en estos tiempos de crisis. Ya se encargó de hacerlo Thomas Bernhard de recordarnos que los tiempos de guerra, de tambores hostiles, son caldo de cultivo propicio para demonizarnos recíprocamente. Ya insistió Stéphane Hessel con su grito bélico que todos conocemos. Pero no era suficiente, nunca es suficiente. En este libro denso, profundo, sabio, exigente y ambicioso, el autor propone unos diálo-gos imaginarios con cinco grandes hombres en busca de la Verdad a través de distintas dimen-siones conceptuales y no son autores elegidos al azar sino precisamente filósofos de moda en la actualidad y también, precisamente, seres osados y desafiantes con inquebrantable fe en sus propias convicciones, los mejores referentes para nosotros en estos tiempos de duda e incerti-dumbre: Nietzsche, Freud, Schopenhauer, Leopardi y Montaigne. Son cinco diálogos paralelos a distintas historias circunstanciales que obligan a sus propios autores (los supuestos entrevista-dores) a buscar esa verdad que sus propias experiencias negaron o dejaron incompleta. “Los personajes entrevistadores son personajes históricos que viven plenamente su época y por eso son tan diferentes entre sí: un joven que sale a recorrer Europa en una época turbulenta (el siglo XVI) en el que descuartizar o quemar a alguien en nombre de la religión propia (de la propia verdad religiosa) era normal; un espíritu de principios del siglo XIX fascinado por lo que hoy llamaríamos fenómenos paranormales, apasionado de fantasmas y espíritus que se fascina por la explicación de Schopenhauer de la naturaleza profunda como un espacio en el que se confunden pasado, presente y futuro, (…); un diplomático español en París que decide permanecer fiel al Gobierno de la República al inicio de nuestra guerra civil, lo que le condena a ser expulsado de la carrera; un profesor enamorado en la época de las revoluciones liberales contra el despotismo de Fernando VII que va a hablar y se enfrenta al pesimismo de Leopardi y, por último, un solterón empedernido que, como algunos fans de la actualidad, acumula todo lo que encuentra sobre su ídolo (en este caso, Nietzsche), y le sigue (en secreto) en sus despla-zamientos por Europa.” Son palabras de Ramón de la Vega en “El Correo de Andalucía” durante la entrevista que tuvo lugar el pasado 20 de agosto con motivo de la aparición de “La visión encendida”; palabras que nos sirven como sólida referencia. Necesitamos reconocernos y hacernos autocrítica en esta tendencia a la globalización de valores en pos de una Verdad que nos identifique. Creo, honestamente, que este libro nos ayudará en esa ardua tarea de reconocimiento, de reflexión. Sorprendente es que una obra de esas características sea tan entretenida por su carácter novelesco, así como seductor resulta el equilibrio entre los diálogos y las vivencias previas de los personajes al encuentro momentáneo que debería marcarles sus vidas. Una obra llamada, sin duda, a ser referente no sólo para com-prender las urgencias de los tiempos actuales sino también para la consagración de este género en España. Y aún hay por decir. Fernando Fiestas
  • 78. 77 Ya desde la portada. Traigo en vilo los ojos y las ganas (Arucas. 2012) es pura sugerencia. Es como su autora, Ana Garrido: pura insinuación del lenguaje, advertencia que palpa, tensión y ter-nura. Está editado en Arucas (Gran Canaria) por haber merecido el premio Marcelino Quintana. Ya desde la portada se ofrece una mujer que espera. Al igual que desde el título, Traigo en vilo los ojos y las ganas, ya se avisa al lector atento que éste no es una simple licencia literaria, sino que hay algo que palpita en su redor. Temblor de hojas. Susurros y evidencias. En alguna ocasión dijimos que Ana es poeta desde siempre, intuitiva, que escribe desde la delgadez del verbo y lo intenso de la emoción. El poemario que ahora entrega camina desde el tacto hasta la celebración. Desde la búsqueda de una plenitud presentida, posible, al ébano del encuentro. Aunque creo que la poeta que escribe teme aún la concreción, el tema exacto, su especialísima manera de contar nos exige tanto como nos fortalece. Como creo que su verbo vigoroso conserva aún resonancias orgullosas de sus dos maestros, enormes. Pero al mismo tiempo digo que en su verbo vive -y en él se anuncia hacia el futuro- un lirismo sin acomodos. Lo proclaman versos como estos “La voz con que me entrego / tiene el tamaño justo de la muer-te”, tan cercanos al escalofrío. Y es que en Ana Garrido la poesía es manantial de originalidad, frescor de estilo, dulzor que duele. Por el libro transita una mujer que espera colmarse con la luz de un horizonte indefinido. Tanto como transita la necesidad de que el viento le devuelva señales de que ella ha sido ca-paz de colmar “… a qué sabe mi piel / cuando me tocas”. Así están escritos los versos de este poemario sobre el que tengo la dicha y las prisas de escribir: viviendo en vilo, hacia las ansias, con alta excitación, pero siempre desde la serenidad del modo. Es esta su primera entrega con dimensión de libro, su primera copa. Ha tardado demasiado, a mi parecer, para quienes admi-ramos sus formas. Y es todavía breve trago para los sedientos de su hacer. De un hacer que camina siempre al borde de la insinuación, de la sospecha, en el turgente filo de la mejor poesía. “He agotado la piel mientras escribo. / Vivir no es suficiente”. Traigo en vilo… se organiza alrededor de dos polos: la liturgia en su parte primera y el misterio en la segunda. El temblor consonante, el drama y la duda que los versos trasmiten, tiñen de ebriedad el sendero que, desde una primera mitad más expositiva, nos conduce a la plenitud del enigma. Esa cumbre de luminosidad oscura, inalcanzable siempre, que supone col-mar nuestro deseo. ¿Lo que llamamos amor? De entre todos los poemas, algunos memorables, plenos de ritmo y musicalidad, me atrevo a recomendar el que atesora la página 32, y que, en mi opinión, supone una guía perfecta para navegar toda la lectura. Es una pequeña joya que ya mereció atención especial por la profunda originalidad y poder de sus imágenes: “Hay un rastros de antorchas encendidas / en mitad de la infancia / un puñado de naipes. / He aprendido de Dios a despedirme…” Ana Garrido al descubierto. Francisco Caro Traigo en vilo los ojos y las ganas. Ana Garrido
  • 79.
  • 80. Indice de autores y textos publicados MIGUEL ÁNGEL YUSTA. Duerme ya la ciudad tras los cristales.....................5 ANTONIO PORPETTA. Donde las manos de la amada [...] ............................. 6 DAVID MORELLO. Canción orquestada de un mar de invierno ......................7 PACO MORAL. Liberación ................................................................................ 9 NIEVES ÁLVAREZ. En la ciudad ..................................................................... 11 ANA ARES. Abandono mortal del Kurdistán...................................................13 ANDRÉS NEUMAN. Diluvio 2.0......................................................................14 CELIA BAUTISTA . Llevo tantas estrellas a la espalda....................................15 ENRIQUE GRACIA TRINIDAD. Contritionem praecedit superbia................ 17 LAURA GÓMEZ RECAS. À vau-l’eau... jamais plus.........................................18 MARÍA GONZÁLEZ . Tus manos .....................................................................19 ISIDRO SÁNCHEZ BRUN. Ciudad de oficio....................................................21 CECILIA ORTEGA. Inventa que no existo ...................................................... 22 RAQUEL LANSEROS. La serpiente ................................................................ 23 ANA GARRIDO. Siempre llueve...................................................................... 25 JUAN JOSÉ ALCOLEA. Sin título................................................................... 26 ANTONIO J. SÁNCHEZ. Marlowe Malasaña ..................................................27 NICOLÁS DEL HIERRO. El planeta de los relojes ......................................... 28 CARLOS MURCIANO. Como discurre un río ................................................. 29 MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ. Palabras ..................................................31 CARMEN RUBIO. Y te salgo al encuentro ...................................................... 33 FERNANDO FIESTAS. Sin título .................................................................... 35 J. MANUEL FERNÁNDEZ FEBLES. Me siento solitario ............................... 36 SANTIAGO REDONDO VEGA. II ....................................................................37 CRISTINA COCCA. Aprobado en matemáticas .............................................. 39 ARACELI SAGÜILLO. Sin título......................................................................40 HORTENSIA HIGUERO. Sin título..................................................................41 MARY-SANTOS CABALLERO MURILLO. Ciudad de los silencios............... 43 JOSÉ ANTONIO VALLE ALONSO. III............................................................ 44 ANA GALÁN. Hallé el silencio......................................................................... 45 TANIA ALEGRIA. Cendal................................................................................ 46 TERESA DE JESÚS RODRÍGUEZ LARA. Añoranza.......................................47 FERMÍN FERNÁNDEZ. Y mañana será .........................................................48 ANA BELLA LÓPEZ BIEDMA. Rutinas .......................................................... 49 EVA BARRO GARCÍA. ¡Corre, idiota! ............................................................. 50 RAMÓN DE LA VEGA. Temblor ..................................................................... 53 JOSETO ROMERO. A2S: Alfredo, Aida y Sara ................................................55 ENCARNA MARTÍNEZ OLIVERAS. Mariposas..............................................57 CONCHA GARCÍA DE LOS ARCOS. ¡Qué suertuda! ..................................... 59 MARISA GONZÁLEZ. Cárceles invisibles........................................................61 FERNANDO JOSÉ BARÓ. Invierno en Madrid.............................................. 63 JOSÉ BÁRCENA. Jardineros del lenguaje........................................................67 Aproximaciones críticas y otros argumentos................................................... 69