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Esclavos del narco: Profesionistas forzados
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– 30 octubre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA




                                                  *Una investigación hecha por cuatro medios latinoamericanos,
entre ellos Animal Político, de cómo el narco hace que personas con distintos perfiles, desde niños hasta
adultos, y profesionales, trabajen para ellos a la fuerza

 Oaxaca, Oaxaca, Lunes 29 de Octubre, 2012 (Paris Martínez / animalpolitico.com).- Insight Crime presenta un
especial realizado por cuatro medios latinoamericanos sobre crimen organizado y derechos humanos. El primer
especial fue sobre desplazamiento forzado en México, Colombia, Guatemala y El Salvador.

Este segundo, que hoy te presentamos, es sobre esclavos del narco. Los hombres, mujeres, niños y profesionales
que se convirtieron en trabajadores forzados para grupos delictivos.

Animal Político realizó una investigación en los estados de la República donde este problema se ha presentado
de manera frecuente y te presenta los datos, las historias y testimonios de aquellos a quienes les fue arrebatado
algún ser querido para trabajar para el narco.

Lee el primer reportaje completo:



Los esclavos especializados



Es 25 de enero de 2009, y el ingeniero José Antonio Robledo Fernández habla por teléfono con su novia,
mientras se estaciona frente a un servicio de autopartes en Monclava, Coahuila. Es originario de la capital
mexicana, pero radica desde hace más de un año en esta ciudad norteña, donde labora para la empresa
constructora ICA Flour Daniel.

José Antonio habla un perfecto inglés y tiene experiencia en encarpetado e instalación de antenas, aunque por el
momento su responsabilidad es vigilar a las firmas subcontratadas por ICA en este municipio.
Trabajar en Monclava es una oportunidad para reunir dinero y poder casarse. Ignora sus peligros. Ignora que
Los Zetas cobra aquí el llamado “derecho de piso” a la empresa que lo ha contratado, y desconoce, también, que
algunos de sus compañeros son, en realidad, agentes del grupo delictivo.

Después de estacionar su Xtrail modelo 2004, José Antonio es abordado por tres hombres armados.



–¿Con quién trabajas? –pregunta uno.



–Con ICA –responde el ingeniero civil.



–Dame las llaves y súbete –le ordenan.



La llamada telefónica que José Antonio sostiene con su novia no se ha cortado y ésta escucha, además de esta
breve conversación, los golpes que su pareja recibe.

Tres años y diez meses después, aún se ignora su paradero.

El ingeniero José Antonio Robledo Fernández es uno de los 36 profesionistas y técnicos que, en los últimos
cuatro años, han sido plagiados por el crimen organizado, sin razón aparente, sin buscar una compensación
económica, y sin que haya vuelto a saberse de su paradero.

Se trata, en la mayoría de los casos, de ingenieros, pero también hay arquitectos, médicos, veterinarios.

Son, en otros casos, empleados de la industria de las telecomunicaciones raptados junto con su instrumental de
trabajo, cuando realizaban comisiones en el norte del país, de acuerdo a las denuncias presentadas por sus
mismas empresas.

Y el común denominador de estas víctimas, aquello que las caracteriza, es su alta formación profesional.



“No es casual”



Tan sólo durante 2011, la Comisión de Seguridad del Senado mexicano tomó conocimiento de una decena de
estos casos, empezando por el de Alejandro Alfonso Moreno Baca, un joven de 34 años, ingeniero en sistemas,
que desapareció el 27 de enero, cuando conducía por la autopista de cuota Monterrey-Nuevo Laredo; luego,
diez más fueron documentados.

“El que hayan estado desapareciendo personas capacitadas en esas áreas no es algo casual ni accidental –
advierte Felipe González González, presidente de la Comisión de Seguridad del Senado de la República, y
también miembro de la de Defensa Nacional, entre septiembre de 2006 y agosto de 2012, justo el periodo en el
que se decretó la guerra del gobierno mexicano contra la delincuencia organizada–; yo lo expresé en distintas
reuniones de seguridad, cuando el Ejército y la Marina empezaron a descubrir antenas y sistemas muy
sofisticados; estoy seguro de que esos especialistas desaparecidos fueron obligados a desarrollar esa
infraestructura.”

Efectivamente, en septiembre del año pasado, el Ejército desmanteló una red de telecomunicaciones del crimen
organizado en Jalisco y otra en Coahuila, mientras que la Marina desarticuló una más en Veracruz, con 13
antenas activas, aunque el descubrimiento más significativo vino casi un año después de la desaparición de
Alejandro Moreno Baca, el 12 de diciembre de 2011, cuando el Ejército descubrió una red clandestina de
radiocomunicación al servicio del cártel de Los Zetas, con estaciones en Nuevo León, Tamaulipas y San Luis
Potosí, y que constaba de 167 antenas y 155 repetidoras, que enlazaban mil 450 radios, mil 300 celulares, mil
350 aparatos Nextel, todo controlado a través de 70 computadoras.

Las antenas estaban instaladas en cerros y elevaciones de difícil acceso en la zona noreste del país, en algunos
casos en puntos hallados a cinco días de marcha a pie, y se abastecían de energía a través de paneles solares.

Además, en lo que va de 2012, las Fuerzas Armadas han destruido instalaciones clandestinas de
telecomunicación en Sonora (siete antenas y 20 repetidoras), Chihuahua (una antena y una repetidora) y, en
agosto reciente, en Veracruz (13 antenas), Tamaulipas (dos antenas y una repetidora), así como en la carretera
Monterrey Nuevo-Laredo, la misma donde fue raptado el ingeniero Moreno Baca (donde se descubrió una
antena de 50 metros y una repetidora).

En total, suman más de 400 las antenas y repetidoras desmanteladas por las autoridades.

Felipe González, que fungió como secretario de la Comisión Bicameral de Seguridad Nacional, durante el
sexenio que concluye, y quién también presidió la de Seguridad contra el Terrorismo del Parlamento
Latinoamericano, abunda: “No veo yo cómo iba a ser algo casual (la desaparición de técnicos). Por ejemplo,
ninguno de los ingenieros en sistemas desaparecidos ha sido hallado, pero el año pasado hombres armados
detuvieron un autobús de pasajeros y obligaron a bajar a dos personas que dijeron trabajar en una empresa de
sistemas; el problema es que no eran técnicos, sino cobradores, y ellos sí aparecieron rápidamente, aunque
asesinados”.



Más, y más, y más



En el año 2010, familias de víctimas de desaparición provenientes de todo el país crearon la organización
Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fundec), que ha documentado, entre enero de 2007 y
julio de 2012, un total de 256 personas desaparecidas involuntariamente en dicha entidad.

No se trata, sin embargo, de todas las víctimas reportadas en el estado, sino únicamente de aquellas que fueron
secuestradas sin que se solicitara rescate y que no contaban con antecedentes penales o vínculos con la
delincuencia organizada, es decir, “ciudadanos inocentes”.

En 2011, y ante la reiterada denuncia de casos en otras entidades de la república, Fundec se convirtió en Fuerzas
Unidas por Nuestros Desaparecidos en México (Fundem), que desde entonces ha tomado registro, además de
las 256 víctimas de Coahuila, de 80 casos más en otros puntos del país.

De estos casos, se informó, 25% corresponde a profesionistas y el resto a empleados, comerciantes y obreros,
todos en edad productiva.
Además del caso del ingeniero José Antonio Robledo, Fundec tiene documentadas, entre otras, las
desapariciones involuntarias de la ingeniera industrial Dora Elba Solís Parrilla; de la mercadóloga Martha Dene
Guerrero Guevara; del ejecutivo bancario Dan Jeremeel Fernández Morán (desaparecido por militares que, tras
ser detenidos, fueron asesinados por un comando armado que ingresó a instalaciones judiciales para ejecutarlos,
así como para liberar a nueve integrantes del Cártel del Golfo); del estudiante del Tecnológico de Saltillo
Antonio de Jesús Verástegui Escobedo y de su padre; de los veterinarios Isaías Uribe Hernández y Juan Pablo
Alvarado Oliveros (cuyo rapto motivó al Senado a aprobar un punto de acuerdo para exhortar a las autoridades
federales a apoyar en su búsqueda); del agente importador Víctor Adrián Rodríguez Moreno, así como del
profesor de biología Javier Burciaga Vázquez y, diez meses después, de su hermano Luis Carlos.

Por otra parte, familiares de otros 25 profesionistas han reportado su rapto a manos de comandos armados lo
mismo en Veracruz que en Colima, Guadalajara, Nuevo León y Zacatecas. Son arquitectos, ingenieros, técnicos
de Pemex, especialistas financieros, médicos, abogados, de cuya desaparición reconoce tener noción Nelly
Montealegre, fiscal federal para la Trata de Personas, “por notas que se han publicado”, aunque, con una sonrisa
inocente, la joven funcionaria también admite no contar con una sola investigación al respecto.



Deben buscarlos vivos



El 27 de enero de 2011, Alfonso Moreno Baca salió de la Ciudad de México a bordo de su Mazda rojo, en un
viaje de paseo que concluiría en Laredo, Texas, donde tenía pensado visitar a un amigo.

Poco antes de llegar a su destino, en el kilómetro 13 de la carretera Monterrey-Nuevo Laredo, pasando la caseta
de Sabinas Hidalgo, fue detenido por un retén de sicarios, integrantes de una célula de Los Zetas que operó en
esa zona entre 2007 y 2011, y que finalmente el año pasado fue abatida por el Ejército.

“No es dinero lo que querían, nunca se comunicaron con nosotros para pedirnos un rescate –dice Lucía Baca,
mamá de Alejandro–; entonces, nosotros nos hacemos la pregunta: ¿para qué se los llevan? ¿Por qué se los
llevan? Debe haber una lógica: ¡¿por qué, para qué?! Todos son jóvenes, y la autoridad los busca muertos, en
fosas, cuando deberían buscarlos vivos…”

Lucía habla mientras sostiene entre sus manos la ficha de búsqueda con el retrato de Alejandro, quien al ser
raptado tenía ya cuatro años de laborar en IBM-México. A su lado, Alfonso, padre del ingeniero, extiende los
mapas con las coordenadas por donde pasó su hijo el último día en el que se tuvo noticia de él, los reportes de
actividad de su teléfono celular y las fotografías de otras víctimas de desaparición en ese punto carretero.

“Entre 2007 y octubre de 2011, en esa zona fueron desaparecidas al menos 16 personas –dice Alfonso–;
conocemos casos de víctimas que venían de Monterrey, de Jalisco, de Guanajuato, todos jóvenes; son Míriam,
Perfecto, Andrés, Braulio, Ismael y varios más, todos desaparecidos al pasar la caseta de Sabinas Hidalgo y en
ningún caso se solicitó rescate”.

De hecho, la asociación civil neoleonesa Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos (CADHAC) calcula
que, sólo durante 2011, en la entidad desaparecieron cerca de 800 personas, 200 de las cuales fueron raptadas en
carreteras estatales. De ellos, reporta la organización encabezada por la hermana Consuelo Morales (premiada
en 2011 por Human Rigths Watch), 65% fue secuestrado por integrantes del crimen organizado y el resto por
policías, marinos y militares.

Tres días después del secuestro de Alejandro, sus padres llegaron a la ciudad de Monterrey para comenzar su
búsqueda y fue en las oficinas de la Policía Federal donde “nos dijeron que no nos preocupáramos, ‘a su hijo se
los devuelven en tres meses, y del carro ni se apuren, en alguna ranchería va a aparecer…’, nos dijo el oficial en
turno, así, con ese cinismo, y ahí nos dimos cuenta del tamaño de la corrupción que hay en el estado… en
fechas posteriores volvimos, sólo para enterarnos de que toda la policía municipal de Sabinas, empezando por el
que era su comandante, brindaban protección a la delincuencia organizada y, de hecho, quien era su titular hoy
está en la cárcel”.

Además de Alejandro, en el tramo carretero de Sabinas fue raptado, también en enero del año pasado, otro
técnico en sistemas, una profesora, dos deportistas y un estudiante de relaciones internacionales, entre otros, “y
en Nuevo Laredo también se investiga el secuestro de dos técnicos en sistemas que fueron extraídos de sus
viviendas, y el común denominador es que todos tienen una edad de entre 20 y 40 años, son lo mismo hombres
y mujeres. A los que son ingenieros o técnicos en sistemas los pondrán a trabajar en sus redes de
comunicaciones, y a los que son especialistas en otras áreas los tendrán en otras labores… pero ésa es nuestra
esperanza, que ellos siguen vivos, que los tienen trabajando bajo la consigna de obedecer o morirse; y vivos hay
que buscarlos”.

En octubre del año pasado, el Ejército atacó el campamento que la célula de Los Zetas mantuvo por al menos
cuatro años en Sabinas, en un momento en el que se hallaban 200 personas en el lugar; sin embargo, sólo se
reportó que 22 sicarios fueron abatidos y el resto abandonó el sitio durante la refriega, a través de caminos
serranos. Se ignora si entre ellos había gente retenida contra su voluntad.

Si se dice que en ese narcocampamento había 200 personas, y los militares mataron a 22, ¿dónde están los otros
178? ¿Por qué no los alcanzaron, quiénes eran, dónde quedaron?”, pregunta el padre de Alejandro.



Nueve…



La cuenta de técnicos secuestrados por el crimen organizado puede rastrearse hasta 2009, año en el que un
grupo de nueve personas contratadas para instalar antenas de radiotelefonía en Nuevo Laredo, Tamaulipas, fue
raptado por hombres armados que, al día siguiente, volvieron por los vehículos y las herramientas de trabajo de
las víctimas, de quienes no se ha vuelto a tener pista desde entonces.

Sus nombres son Julio César Ochoa Romo, Víctor Romero, José Hugo Camacho Fierro, Marcelino Moreno
Leal, los hermanos Carlos y Ricardo Peña Mejía, Constantino García Jiménez, Roberto Gutiérrez Medina y
Eduardo Toyota, todos vecinos de Guasave, Sinaloa, y algunos con hasta diez años de experiencia en montaje
de equipos de microondas.

Ellos tenían dos semanas de haber llegado a la ciudad fronteriza, con un contrato por seis meses, y habían
arrendado un departamento hasta el cual, el 19 de junio, a la medianoche, arribó un grupo de hombres con
uniformes negros y encapuchados, a bordo de varias camionetas oscuras que, según las declaraciones de los
vecinos, los extrajo a punta de pistola. Horas después, los captores volvieron por el instrumental de trabajo de
los técnicos.

Este caso fue denunciado por la empresa de telecomunicaciones Nextel ante el mismo presidente Calderón, y
sus representantes sostuvieron encuentros con las secretarías de Seguridad y Defensa Nacional.

Luego, el 1 de diciembre de 2009, el Senado de la República aprobó un punto de acuerdo para exhortar a las
autoridades federales (particularmente a las secretarías de Gobernación y Seguridad Pública, así como a la
Procuraduría General de la República) a que “se realicen las tareas necesarias para coadyuvar con dependencias
locales y municipales en materia de seguridad pública del estado de Tamaulipas, en las investigaciones que
conlleven a la pronta localización de los nueve sinaloenses desaparecidos en Nuevo Laredo”.

Todos ellos, señaló en la exposición de motivos el senador Mario López Valdez, habían recibido la advertencia
“de no entrar al territorio de Nuevo Laredo, por la inseguridad que priva en ese lugar y por su identidad de
sinaloenses, debido a que, según comentarios, no eran queridos ni bien recibidos”. Por esa razón, dijo, en
nombre de los familiares de las víctimas, “recurro a la máxima tribuna de este país, para que se atienda la
petición de unos mexicanos que, como todos nosotros en su situación, se encuentran sumamente afligidos por la
incertidumbre y la pesadez de los momentos por los que están pasando”.

Ninguna de estas acciones, sin embargo, han arrojado fruto alguno.

Otros tres empleados de esta firma, “levantados” en acciones distintas durante los últimos años, han sido
recuperadas con vida, aunque se ignoran los detalles de su rescate. Por ello, el pasado 9 de mayo de 2012 –en el
marco de una reunión de 150 familiares de personas desaparecidas en todo el país, que se congregaron en la
Ciudad de México para conmemorar el Día de las Madres con la exigencia de justicia para sus hijos, padres,
hermanos y hermanas ausentes–, Gabriela Peña Mejía, hermana de dos de los técnicos desaparecidos, aseguró
que aún sigue viva la esperanza de rescatar a sus familiares y compañeros.



“Les estorban”



Es 27 de enero de 2009, han pasado 48 horas desde el secuestro del ingeniero José Antonio Robledo, y sus
padres, Guadalupe Fernández y José Antonio Robledo Chavarría, ya han presentado denuncias en la capital de
Coahuila y en el municipio de Monclova. Tres días más tarde lo harán también ante la Procuraduría General de
la República.

El trato en cada oficina de gobierno es el mismo. “Hay mucha ineficiencia y apatía de las autoridades –dice
Guadalupe–; en Monclova, incluso la agente del Ministerio Público nos da a entender que poco le importa la
suerte de mi hijo”.

Pese a ello, en esos primeros días desde el secuestro, ahí están, “con la esperanza de regresar con nuestro hijo”.

Confían en que se trata de un plagio típico, creen que en cualquier momento recibirán una llamada exigiendo el
pago de rescate, y esperan. Sin embargo, recuerda Guadalupe, llega un momento en el que, de forma abrupta,
tenemos que salir de Monclova, el 5 de febrero de 2009, cuando los visita en su hotel Joaquín Benito del Ángel,
jefe de seguridad de ICA en dicho municipio, acompañado por dos sujetos que afirman ser integrantes de Los
Zetas en la región.

“Nos dijeron que no fuéramos a la policía (al día siguiente teníamos pactada una entrevista con el entonces
subprocurador de Justicia del estado, Jesús Torres Charles), que ellos estaban controlando a la policía
ministerial tanto en Monclova como en Saltillo, que ellos nos iban a ayudar y que el contacto sería el jefe de
seguridad de ICA –narra Guadalupe–. Ellos tenían información de todo lo que habíamos ya tramitado ante las
autoridades; estuvimos hablando como 15 minutos con esos hombres, y en cuanto terminó la plática y ellos se
retiraron, nosotros salimos huyendo del hotel y nos fuimos directamente a Saltillo para ver al subprocurador
Torres Charles, al que le contamos todo; estábamos muy espantados, pero él se negó a que esa información
fuera agregada a la denuncia de secuestro: ‘corre peligro la vida de su hijo, no lo arriesguen’, nos decía”.
Don José, papá del ingeniero desaparecido, reflexiona: “En algunos momentos nos hemos dado de frentazos mi
esposa y yo, pensando que tal vez hubiera sido mejor negociar con ellos, con los delincuentes, en vez de querer
hacer las cosas por la vía legal, por la vía institucional… Torres Charles llegó a ser fiscal general del estado y
asesor jurídico del actual gobernador Rubén Moreira (PRI), y en febrero de 2012 fue separado de la
administración pública al saberse que su hermano, Humberto Torres Charles, agente de la Fiscalía General de
Coahuila, recibía 300 mil pesos mensuales del crimen organizado a cambio de brindarles protección”.

Actualmente, la PGR ofrece una recompensa de tres millones de pesos a quien proporcione información que
lleve a la captura del Humberto Torres Charles, mientras que mantiene presa y sometida a juicio a Claudia
González López, exdelegada de esa misma institución federal en Coahuila, por sus presuntos vínculos con Los
Zetas.

“En la PGR nos dijeron que había otros empleados de ICA desaparecidos –señala Guadalupe–; se trata de cinco
ingenieros; y en 2011 se nos acercó la familia de un soldador argonero, raptado también en Monclova, y
también empleado de ICA Fluor Daniel; pero luego no pudimos mantener el contacto, la familia tiene mucho
miedo; sabemos de otro caso de un ingeniero de ICA secuestrado en Michoacán, y en la empresa nos
informaron que, antes de mi hijo, otro técnico ya había sido desaparecido”.



–¿Qué papel ha jugado ICA, les ha brindado algún apoyo?



–Nuestro hijo tenía un año y tres meses trabajando para esa empresa… ellos se lo llevaron a Monclova, y
cuando desapareció, no nos dijeron nada; si nos enteramos fue porque su novia estaba hablando con él por
teléfono cuando fue atacado; pero dos días después del secuestro, el 27 de enero de 2009, ICA se deslindó, nos
dijeron que lo que nosotros pudiéramos o quisiéramos hacer era cosa nuestra, que la compañía se deslindaba
inmediatamente… eso nos lo dijo el ingeniero Raúl Alberto Medina Peralta, jefe del proyecto Fénix, y lo único
que yo acerté a decirle -recuerda Guadalupe– fue que mi hijo no había llegado solo a Coahuila, que a él lo
habían traído los de esa empresa, pero que si ellos no pensaban hacer nada por él, nosotros, sus padres, sí lo
haríamos…



–A partir de las investigaciones de la autoridad y las realizadas por ustedes mismos, ¿qué hipótesis han
formulado sobre el motivo por el que José Antonio fue raptado?



–Sabemos que la razón no era obtener dinero de su familia –dice Guadalupe– porque nunca se comunicaron con
nosotros para exigir el cobro de un rescate; también sabemos que Los Zetas sí cobraban derecho de piso a ICA,
y que de no hacerlo pesaban amenazas sobre su personal; de hecho, este dinero se le entregaba a los criminales
a través de dos empleados de la empresa, compañeros de trabajo de mi hijo: Joaquín Benito, jefe de seguridad, y
el chofer que transportaba a José Antonio de su casa al trabajo, y en cuyo vehículo encontraron una metralleta y
148 envoltorios de cocaína. Ellos dos, así como otros tres cómplices, están hoy presos, pero se niegan a revelar
qué hicieron con José Antonio. Enfrentan cargos por delincuencia organizada, delitos contra la salud y
secuestro.

–También sabemos –añade don José– que uno de los detenidos era el encargado de cobrar derecho de piso a las
empresas contratistas que daban servicio a ICA, y mi hijo era el que vigilaba que esas firmas cumplieran con los
requisitos técnicos; entonces, pensamos que, tal vez, en algún momento les molestó que mi hijo fuera cierto
obstáculo para las empresas que no cumplían los lineamientos, pero que ya habían pagado su cuota a la
delincuencia organizada.

Don José endurece la mirada y mide, palabra a palabra, su respuesta, cuando se le pregunta si es posible que,
dado su perfil profesional, su hijo continúe vivo, cautivo por alguna banda delictiva.

–Yo sé que mi hijo pudo serles de utilidad: hablaba un perfecto inglés y tenía experiencia en encarpetado e
instalación de antenas; bien podía serles útil para crear sistemas de comunicaciones o para hacer pistas de
aterrizaje clandestinas… sin embargo, el de México no es el caso de Colombia, donde los grupos armados
dominan espacios geográficos en los que los delincuentes pueden mantener cautivos a sus rehenes durante largo
tiempo, y con cierta tranquilidad… pero en México se da una violencia tan animal, tan agresiva, tan homicida,
que aunque algunos de los desaparecidos sean inicialmente usados, empleados a la fuerza, creo que después de
un tiempo les estorban; ya después de que los explotan, se vuelven un peligro… ojalá existiera esta posibilidad,
de que los tuvieran trabajando en algún lado, pero creo que no es necesario para la delincuencia organizada
retenerlos indefinidamente; cuando necesitan gente especializada la agarran, la usan y la desechan; y si luego
vuelven a necesitar a más especialistas, pues se llevan a otros.


Esclavos del Narco: Los niños del hampa
Por
admin
– 31 octubre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA




                                                  *Una investigación hecha por cuatro medios latinoamericanos,
entre ellos Animal Político, de cómo el narco hace que personas con distintos perfiles, desde niños hasta
adultos, y profesionales, trabajen para ellos a la fuerza

 Oaxaca, Oaxaca, Martes 30 de Octubre, 2012 (Paris Martínez / animalpolitico.com).- Insight Crime presenta un
especial realizado por cuatro medios latinoamericanos sobre crimen organizado y derechos humanos. El primer
especial fue sobre desplazamiento forzado en México, Colombia, Guatemala y El Salvador.

Este segundo, que te presentamos, es sobre esclavos del narco. Los hombres, mujeres, niños y profesionales que
se convirtieron en trabajadores forzados para grupos delictivos.

Animal Político realizó una investigación en los estados de la República donde este problema se ha presentado
de manera frecuente y te presenta los datos, las historias y testimonios de aquellos a quienes les fue arrebatado
algún ser querido para trabajar para el narco.
Los niños del hampa



Omar desapareció el 12 de agosto de 2008, a los 14 años de edad, en Reynosa, Tamaulipas, donde pasaba las
vacaciones. Fue visto por última vez portando un videojuego de bolsillo y un cachorro, acompañado por una
pareja de “veinteañeros” que lo interceptó cuando volvía de la tienda, a la casa donde se hospedaba.

A partir de ese momento, de Omar no se supo nada más, sino hasta tres años después, a mediados de 2011,
cuando su cadáver fue encontrado en una calle de Acapulco, Guerrero, con una bala en la nuca.

¿Qué fue de este adolescente durante esos últimos tres años de vida en los que oficialmente estuvo
“extraviado”? ¿Quiénes lo secuestraron en el norte del país? ¿Dónde y de qué forma lo mantuvieron retenido?
¿Por qué fue asesinado al otro lado de la república, en Acapulco? Ésas son las preguntas que desde aquel 12 de
agosto de 2008 se vienen acumulando en la mente de Araceli, su mamá, quien adelgaza la voz hasta el mínimo
audible al hacer un recuento de los datos que, por investigaciones propias, ante la inacción de las autoridades,
ha logrado recabar sobre el destino de su hijo.

“Él cayó en manos de una red de trata de personas –dice, con los ojos permanentemente hinchados por el
llanto– que, luego de llevárselo, lo convirtió en adicto, lo obligaban a prostituirse, a vender droga y sabrá Dios a
qué otras cosas.”

A su lado, Araceli ha extendido la documentación que, desde 2008, viene acumulando sobre la desaparición y
muerte de Omar. Mira los papeles, las fotos, y cuida que las lágrimas no caigan sobre ellos. “A pesar de todo lo
que hice, nunca pude ver a mi hijo, todo fue inútil… yo me había aferrado y no sé si fue tanta mi insistencia
que, cuando estaba a punto de recuperarlo, me lo mataron”.



La facultad de “usar”



De entre los parámetros internacionales que permiten establecer la existencia de un caso de esclavitud, el más
evidente es el denominado ius utendi, o facultad de usar, y aquellas víctimas sobre las que éste se ejerce entran
en la categoría de “persona en condición servil”, definición que en 1956 fue ampliada por la ONU para incluir
en ella, de forma explícita, a los niños que son explotados por adultos no emparentados.

Más de 40 años después, en 1997, la explotación de infantes por parte de grupos armados, incluidos los de la
delincuencia organizada, demandó que el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) adoptara los
Principios de Ciudad del Cabo, que establecen una definición para el concepto “niño soldado”, que aplica para
“toda persona menor de 18 años que forme parte de cualquier fuerza o grupo armado, regular o irregular, con
independencia de las labores que desempeñe; por ejemplo y sin que la enumeración sea taxativa, labores de
cocinero, recadero, mensajero y toda persona menor de 18 años que acompañe a esas fuerzas o grupos cuando
ello no sea en condición de familiar. Se incluye también en esa categoría a las niñas a quienes se haya reclutado
con fines sexuales o para obligarlas a casarse. Por tanto, (esta definición) no incluye sólo a los menores que
porten o hayan portado armas”. Ese fue el caso de Omar y, según estimaciones oficiales, el de muchos otros
infantes reclutados por el hampa, mediante amenazas, engaños o coacción.

Entre diciembre de 2006 y octubre de 2011, por ejemplo, la Procuraduría General de la República procesó a 142
menores de edad “por delitos contemplados en la Ley Federal Contra la Delincuencia Organizada” y el primer
caso fue el de Rosalío Reta Junior, un joven texano de 16 años, quien, luego de romper con Los Zetas, grupo
para el cual trabajaba desde los 13, se entregó a las autoridades mexicanas en Nuevo León, a condición de ser
deportado a Estados Unidos, donde hoy purga sentencia de 80 años de cárcel por distintos delitos, incluidas
ejecuciones en aquel lado de la frontera.

Sin embargo, el número de capturas es sólo una pequeña muestra del reclutamiento generalizado de menores de
edad por parte del crimen organizado, dado que, según la Comisión de Seguridad Pública de la Cámara de
Diputados, al menos 25 mil adolescentes y adultos jóvenes (no mayores de 25 años) han sido coptados por los
cárteles de la droga para desempeñar distintas funciones en sus estructuras operativas, cálculo elaborado con
base en las estadísticas delictivas de los cuatro primeros años de gobierno del presidente Felipe Calderón.



Los reclutas



Carlos Cruz fue pandillero en su juventud y hoy es director de Cauce Ciudadano, asociación civil dedicada al
rescate de niños y jóvenes en ambientes de violencia. Carlos es alto y robusto, de gran fuerza física y mirada
dura, ensombrecida por ojeras permanentes.

Él se alejó del vandalismo hace varios años, pero nunca ha dejado de ser parte de la banda, los chavos, la
pandilla y, a partir de ese contacto diario, afirma con seguridad que “aun esas estimaciones oficiales, que
reconocen 25 o 30 mil menores reclutados, son absolutamente parciales y limitadas.”

Desde su óptica, que es compartida por otros organismos civiles dedicados a la protección de la niñez, como
Save the Children México o la Red por los Derechos de la Infancia, “los menores de edad que son absorbidos
por la delincuencia organizada entran en el rango de víctimas por el solo hecho de ser niños y adolescentes, y
las bandas de criminales tienen muchas maneras para obligar a un chavo o a una chava a prestarles servicios…”

Así, destaca, todos los niños reclutados por el crimen organizado son víctimas de explotación, y ya que han sido
reclutados, por la vía del rapto, el engaño o la coerción, “no tienen la posibilidad de negarse a hacer nada de lo
que se les ordene”.

Carlos habla con fluidez, pero hace una pausa reflexiva al preguntársele si a esos niños puede considerárseles
esclavos de los cárteles: “Pues, más allá de otros argumentos semánticos en torno a la definición de ‘esclavitud’,
puedo decir que son adolescentes y jóvenes alejados de sus núcleos familiares y comunitarios mediante el uso
de la fuerza física o con base en engaños, con promesas de salir de la pobreza opresora, que es la única vida que
conocen; también son chavos que están pagando con su trabajo las deudas contraídas por sus papás u otros
familiares adictos; chavos cuya obediencia obtienen las bandas de criminales por medio de amenazas no sólo a
su vida, sino a la de sus familiares.”

Y pone el énfasis en un aspecto particular: “No es verdad que estos ‘reclutas’ tengan la oportunidad de desertar,
como dicen las autoridades, la ley no los protege, estos niños se convierten en delincuentes a la vista de la
autoridad. Es más, ni siquiera durante un combate podrían rendirse, porque saben que el Ejército y la Marina no
dejan sobrevivientes, así que, en ese escenario, su única opción real de seguir con vida es jalar del gatillo… Ésta
es una situación que hemos venido denunciando insistentemente, hay casos de niños secuestrados y coptados,
víctimas de reclutamiento forzado, en prácticamente todo el país, pero, ¿dónde están las averiguaciones de la
PGR, dónde están los detenidos? ¿Dónde están las bases de datos de víctimas? No los hay…”.



Muerte en Acapulco
Entre el 15 de junio de 2007 y el 23 de mayo de 2012, la Procuraduría General de la República (PGR) inició 19
indagatorias por el rapto de 20 personas, que fueron privadas de la libertad para obligarlas a realizar trabajo
forzado mediante intimidación y violencia, o para someterlas a servidumbre, en 13 entidades federativas.

En estos casos identificados por la PGR, una de las víctimas era un varón y el resto, mujeres; del total de
víctimas, diez eran menores de 18 años y, aunque en algunos expedientes se detectó la operación coordinada de
cómplices en hasta tres entidades distintas de la federación, la Procuraduría informó, a través de su oficio
SJAI/DGAJ/ 6494/2012, que ninguna de las averiguaciones estaba vinculada con la actividad del crimen
organizado.

Omar, sin embargo, no está en esa lista de la PGR sobre personas secuestradas con fines de explotación.

“Cuando desapareció mi niño –narra la señora Araceli–, yo estaba en la Ciudad de México, donde radicamos,
Omar estaba de vacaciones en Tamaulipas, al cuidado de mi hermana y, tan pronto como reuní un poco de
dinero, me trasladé a Reynosa y allá anduve recorriendo las oficinas del DIF (Sistema para el Desarrollo
Integral para la Familia), los Centros Tutelares de Menores, los hospitales, incluso recorrí la frontera; ninguna
autoridad me ayudó, anduve yo sola pegando carteles con su fotografía, caminando en lugares horribles, entre
los maras, durante días, hasta que se me acabó el dinero”.

En su peregrinar, Araceli buscó respaldo en las procuradurías de Justicia de Tamaulipas, del Distrito Federal,
así como de la PGR, “pero en todos lados me dijeron que era yo la que tenía que aportar elementos para su
búsqueda”, así que se sumó a agrupaciones civiles dedicadas a la localización de menores extraviados en la que,
afirma, “nos llevaban a programas de televisión y, aunque pocas veces podíamos exponer nuestros casos, fue a
partir de una entrevista que me hicieron en un noticiario que, en julio de 2011, una persona nos informó, de
forma anónima, que mi hijo había sido visto en Guerrero”.

Para entonces, Omar tenía ya 17 años, había pasado tres desde su desaparición.

“Yo quería abrazarlo, besarlo –recuerda Araceli, con la vista perdida–; iba yo con esa ilusión cuando me dijeron
que había noticias de él; aquí en la casa preparamos una pancarta para recibirlo, le compramos un muñeco,
estábamos contentos de que iba a regresar”.

Sin embargo, la espera por noticias de su rescate se prolongó hasta el 3 de octubre, cuando, a través de una
llamada telefónica, Araceli fue notificada por las autoridades de Guerrero de que Omar había sido finalmente
hallado, aunque en una fosa común, tras ser asesinado en abril.

Según el informe de su autopsia, Omar fue baleado por la espalda, “quizá intentó escapar, defenderse”, dice su
madre. Un tiro se incrustó en su pierna, otro en la espalda y el disparo mortal impactó en la nuca y salió por su
labio superior.

Según las declaraciones ministeriales presentadas por testigos, incluida la de una persona que solía conversar
con el adolescente, una mujer adulta era la encargada de conducir a Omar en auto hasta la esquina de un barrio
ubicado fuera de la zona turística de Acapulco, donde debía vender una cuota mínima de estupefacientes.

“Dicen que llegó desde agosto de 2008 a Acapulco –narra Araceli–; así como se lo robaron, se lo llevaron al
sur… según lo poco que se ha investigado, una señora lo llevaba todos los días, lo dejaba ahí entre seis y ocho
de la noche y luego regresaba por él. Le esculcaba las bolsas, para recoger todas las ganancias, y luego se lo
llevaba. Supuestamente, a mi hijo lo tenía cautivo la banda de un sujeto al que sólo se identifica como Willy…”
Según la autopsia, al morir Omar estaba desnutrido, “muy delgadito, lo tenían muy mal, no comía
habitualmente y su forma de sostenerse en pie era la droga (…) La persona que hablaba con él dice que días
antes de que lo asesinaran, vio al niño muy golpeado; entonces le preguntó qué le había pasado y mi hijo le
contó que la banda contraria lo atacó para quitarle su mercancía, pero que no se había dejado, porque si se la
quitaban la tenía que pagar o, de lo contrario, el Willy lo mataba”. Dos semanas después, Omar fue abordado
por un grupo de sujetos que descendió de un vehículo oscuro y lo acribilló en el punto de venta al que estaba
asignado.



Carne de cañón



En noviembre de 2010, un mes después de que la Comisión de Seguridad de la Cámara de Diputados diera a
conocer sus cálculos sobre la existencia de 25 mil niños reclutados por el hampa en México, este concepto
cobró rostro, voz y volumen a través de un video que circuló en internet, elaborado por integrantes del Cártel
del Pacífico Sur (tal como se autodenominaba entonces la célula morelense del cártel de los Beltrán Leyva-
Zetas), en el que se muestra a un hombre adulto con el torso lacerado, pendiendo por las muñecas de una viga
en el techo. La víctima es torturada por distintas personas, pero una en particular destaca por su corta estatura y
por su timbre, aún infantil, cuando se acerca con un palo de hockey entre las manos y golpea en distintas
ocasiones al prisionero.

“¿Quién lo quiere? ¿Quién lo quiere?”, se escucha al niño decir, como parte de las burlas que acompañan a los
golpes, tan fuertes éstos que para los mismos verdugos suenan “como si le pegaras a un tambo”.

Se trata de Édgar N, apodado El Ponchis, un adolescente de 14 años que, capturado semanas después de emitido
el video, en diciembre de 2010, confesó ser sicario desde tres años atrás, cuando fue “levantado” (es decir,
secuestrado) por el líder de la banda, Jesús El Negro Radilla (aprehendido en 2011 por el asesinato de Juan
Francisco Sicilia y seis personas más, crimen que dio origen a una de las mayores demostraciones ciudadanas
de repudio a la violencia en México, hoy cristalizada en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad).

Actualmente, Édgar recibe tratamiento especial para su reinserción social. Su pena, de tres años en reclusión por
cuatro homicidios y delitos contra la salud, fue criticada ácidamente desde el Congreso de Morelos y se anunció
una reforma a la Ley de Justicia Penal para Adolescentes en esa entidad, orientada a elevar las penas para
menores implicados en delitos graves, como homicidio, secuestro o violación, e impedir que recobren la libertad
en el corto plazo, con un efecto ejemplificador; y mientras éste es el nivel del debate, el crimen organizado
capta cada vez más niños.

Según las estadísticas de la Fiscalía Especializada en Delincuencia Organizada, el empleo de menores de edad
en labores de vigilancia, monitoreo, custodia y sicariato ha sido una práctica sistemática y progresiva durante
los últimos años, ya que mientras en 2006 sólo se tomó conocimiento de un caso, esta cifra pasó a 20 en 2007;
luego a 21, en 2008; a 25 para 2009; a 29 en 2010 y, entre enero y octubre de 2011, la PGR contabilizó 46
menores más laborando para cárteles, lo mismo en Aguascalientes que en Baja California, Coahuila,
Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Sonora,
Tamaulipas, Veracruz o Zacatecas.

Y, en 2012, el conteo no se detiene: tan sólo en abril pasado, una célula de 13 sicarios responsable de al menos
21 ejecuciones fue desmembrada en Nuevo León; siete de los detenidos son menores de edad. Al ser
capturados, portaban seis rifles de asalto, cinco AR-15 y un AK-47, un millar de cartuchos y dos “tablas de
tortura”, empleadas para castigar a víctimas de extorsión que no cumplen con sus pagos.
“El problema del reclutamiento forzoso y, en particular, del de jóvenes y menores de edad por parte del crimen
organizado hoy comienza a ser visualizado claramente –señala el investigador Alejandro Hope, especialista en
inseguridad y narcotráfico–, y es probable que en la actualidad existan muchos jóvenes dentro de los grupos
criminales, aun sicarios, que desean salir, pero que no pueden hacerlo porque lo primero que hacen estas
organizaciones es recabar información sobre la persona y sobre su familia, contra quienes pesa una amenaza
real hacia su vida en caso de deserción”.

Se trata, señala el también titular del programa Menos Crimen, Menos Castigo, del Instituto Mexicano para la
Competencia y del centro de análisis México Evalúa, “de relaciones de explotación por necesidad, por temor,
que se engloban en un fenómeno de coerción relativamente poco estudiado y, desgraciadamente, mal
documentado”.



La danza



M. es uno de esos jóvenes reclutados en su adolescencia por el crimen organizado. Por seguridad, su nombre,
apodo y procedencia son omitidos. Sólo es posible decir que vive en uno de los estados con mayor índice
delictivo del país y que creció en una zona marginal, “en donde nuestro elemento principal, el mío y el de mis
homies, mis carnales, fueron los charcos y la tierra, porque no había canchas, no había un pastito… ahí andaba
siempre la pandilla, nuestro mayor consuelo era la calle”.

M. anda tumbado, es decir, “visto guango, cholo”; es fornido, su mirada es fría, sus párpados son abultados,
como los de un boxeador, y habla secamente cuando recuerda los años 90, con un tono de añoranza. “En ese
entonces ser parte de la pandilla era todavía un juego, era cuestión de decir: ‘somos los locos, somos los malos’,
ésa era nuestra razón”. Eran tiempos en que se dedicaban, reconoce, al robo menor, confinados, como estaban,
al desempleo permanente.

“Y entonces –narra–, a finales de los 90 se empieza a manejar el asunto de los Equipos, los grupos del crimen
organizado que se mueven en los barrios, que son una cosa distinta a la pandilla, definitivamente.



–¿Por qué dices que Equipo y pandilla son cosas distintas? –se le pregunta.



–La pandilla surge del núcleo familiar –explica M.–, surge del barrio, donde mi abuelita conoce a la abuelita de
mi homie, y siempre va a haber un código de honor que te hace decir: ‘güey, espérate, es la jefita, es el barrio,
son los niños, es la mujer, y son cosas que siempre tienes que respetar’; pero cuando llega el Equipo, el grupo
criminal, se rompe con todo eso y lo único que vale es el dinero… Y opera así: te mando a un estado, te instalo
en un hotel, te asigno una comunidad y, a través del vicio, de la droga, empiezas a conectar a la banda, empiezas
a identificar quiénes son los locos del barrio, siempre mostrándote como un referente positivo: voy bien vestido,
traigo una buena camioneta; entonces te ubico, veo si andas jodido y te digo: ‘¿Andas jodido, güey? Yo te
enseño cómo le podemos hacer’, y después de eso te digo: ‘jálate a ese güey, jálate a ese otro’, y empieza a
llegar la chula, la feria, el dinero fácil… y empieza a llegar buen material, buena droga, y eso siempre va a
retumbar en los oídos de la pandilla, ¡siempre! Entonces, las pandillas iniciamos con una ideología que te
mantenía dentro, con ciertos valores, con conceptos que por más que le muevan nunca iban a desaparecer, como
el carnalismo, como la lealtad, como el respeto, pero cuando llegaron esos güeyes, los Equipos, todo valió
verga.
–¿De qué manera presionan a los jóvenes para servir al Equipo?



–Mira, la cosa pasa así, buscan a un homie torcido, que necesite varo, si hoy ven que no tienes pa’ comer, hoy
mismo te mandan un compa pa’ avisarte que están contratando… el problema es que lo que te toca hacer es
jalarle, ir a cobrar la extorsión, la renta, mover la droga, y esos güeyes te obligan a que ejecutes la danza para
ver tu valor; primero te destruyen moralmente, te cierran los ojos y te dicen: “a la verga, puto, usted ya no es
dueño de su alma ni de su cuerpo, ahora nosotros somos los dueños… y también somos dueños de su familia,
culero, porque si usted falla, los que la pagan son los de acá”… y así, dime: ¿quién no va a ejecutar la danza?



Nueva leva



En el año 2011, una década después de ratificar el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos
del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados, de la ONU, el Estado mexicano presentó
su primer informe sobre la situación de los niños soldados, con la conclusión de que “México no se encuentra
involucrado en conflictos armados (internos o internacionales) y por tanto no se presenta el reclutamiento o
utilización de niños por parte de grupos armados”.

Pero ante esta postura optimista, el Comité de Derechos del Niño de las Naciones Unidas opuso su
“preocupación” ante lo que consideró falta de información “sobre el uso de niños por grupos armados no
estatales y que, por consiguiente, (la autoridad) no tome ninguna medida para prevenirlo”.

Por ello, el organismo de la ONU recomendó al Estado mexicano “tomar todas las medidas necesarias para
asegurarse de que los niños no sean reclutados por grupos armados no estatales, identificando y monitoreando
los diferentes grupos armados en el país, incluso los grupos paramilitares y los grupos de la delincuencia
organizada”.

–¿Los “niños sicarios” mexicanos caben en la definición de “niños soldados” del derecho internacional? –se
pregunta al titular de Cauce Ciudadano, organización que ha realizado labores de intervención directa con
jóvenes en situación de violencia no sólo en barrios de México, sino también de Colombia.

–Hoy los cárteles están integrando equipos operativos, armados, con esquemas militares y paramilitares, para el
control del territorio que se disputan entre grupos rivales –señala Carlos Cruz–. Y se estima, por ejemplo, que
sólo en Morelos, Puebla, el DF y Guerrero existen 450 puntos de distribución de droga al mayoreo para
abastecer las narcotienditas de estas cuatro entidades, que son custodiados por equipos de diez integrantes,
básicamente jóvenes y adolescentes, en los que al menos seis están armados, lo que nos da un total de 4 mil 500
menores involucrados en labores de “seguridad”, de los que 2 mil 700, aproximadamente, manejan armamento,
y esto ocurre sólo en cuatro de las 32 entidades del país, así que si sumamos todas las plazas de la geografía
mexicana, estimamos nosotros que podría haber entre 50 mil y 100 mil chavos y chavas enrolados en los
distintos cárteles, cumpliendo distintas funciones: de vigilantes, de sicarios, de operadores.

Es por ello que, señala Cruz, en México existe un fenómeno de “leva”, de reclutamiento forzoso, cuya
dimensión es tal que no puede ser abordado en términos penales, “porque son demasiados, no hay cárcel en la
que puedan caber, no hay operativo que pueda arrestarlos; son una fuerza regular y como tal deben ser vistos;
para todos esos chavos no debería haber persecución penal, sino un programa de desmovilización, de desarme y
reintegración a la familia, al estudio y al trabajo, con incentivos económicos, tal como se hizo con los niños
soldados que participaron en conflictos armados de Centroamérica o África”.

Y con él coincide Juan Martín Pérez, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México, para quien
los niños absorbidos por el crimen organizado mexicano son víctimas de un fenómeno que denomina
“narcoexplotación, la cual va más allá de la explotación laboral, tal como la entendemos”.

–¿Existe alguna diferencia entre los “niños soldados” de Colombia, reclutados por grupos armados que financia
el narcotráfico, y los “niños sicarios” de México, enrolados también por grupos armados financiados por el
narcotráfico? –se pregunta al director de la Red.

–No –responde, sin titubeos–. No hay ninguna en términos conductuales o cognitivos, ni tampoco en los
métodos de reclutamiento forzado… hablar de un niño sicario en México es lo mismo que hablar de los niños
soldados en África, Colombia o Centroamérica. Sin embargo –insiste–, en materia de derecho internacional, en
México no se podría hablar de niños soldados porque no hay una guerra…

Y debido a esa interpretación legal, reconoce: “en México no existen programas de desmovilización para niños
que han participado en hechos armados… no hay condiciones sociales para abordar el asunto y, de hecho, en
ciertas áreas del país resulta suicida acercarse al tema en este momento”.


Esclavos del narco: Migrantes, la presa de caza
Por
admin
– 1 noviembre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA




*Una investigación hecha por cuatro medios latinoamericanos, entre ellos Animal Político, de cómo el narco
hace que personas con distintos perfiles, desde niños hasta adultos, y profesionales, trabajen para ellos a la
fuerza




Oaxaca, Oaxaca, Jueves 01 de Noviembre, 2012 (Paris Martínez / animalpolitico.com).- Insight Crime presenta
un especial realizado por cuatro medios latinoamericanos sobre crimen organizado y derechos humanos. El
primer especial fue sobre desplazamiento forzado en México, Colombia, Guatemala y El Salvador.



Este segundo, que hoy te presentamos, es sobre esclavos del narco. Los hombres, mujeres, niños y profesionales
que se convirtieron en trabajadores forzados para grupos delictivos.
Animal Político realizó una investigación en los estados de la República donde este problema se ha presentado
de manera frecuente y te presenta los datos, las historias y testimonios de aquellos a quienes les fue arrebatado
algún ser querido para trabajar para el narco.



Migrantes, la presa de caza



Es julio e Irwin acaba de cumplir 20 años hace unos días. Lo celebró cruzando de Guatemala a México. Irwin es
hondureño, taekwondoín desde la adolescencia y cursó los primeros meses de la carrera de administración,
hasta que la imposibilidad de hallar un empleo lo orilló a dejar los estudios; decidió entonces partir hacia
Estados Unidos.



Irwin camina hacia la central camionera de Tenosique, Tabasco, que es, junto con Chiapas, la puerta de entrada
de los centroamericanos indocumentados a la geografía mexicana. Explora la posibilidad de burlar los retenes
de Migración, tomando rutas de transporte local, pero lo persuade la presencia de un puesto de la Migra a unos
metros de la salida carretera. Observa de lejos la línea de asfalto y enciende un cigarro.



Ésta es la segunda ocasión que toma el camino, luego de que fue deportado de Estados Unidos a finales de
2011, tras permanecer poco más de un año en Nueva Orleans. Como aquella primera vez, Irwin viene con las
bolsas vacías, pero ahora le preocupa reunir dinero y estar, así, en condiciones de pagar su “cruce” a los grupos
criminales que controlan la frontera norte y de los que ya fue víctima en su primer intento.



“Cuando uno no tiene para pagar –advierte–, vienen los de los cárteles, Los Zetas o El Golfo, o cualquier otro, y
le dicen a uno: ‘Ah, ¿no tienes dinero para que te dejemos pasar? Entonces tienes que llevar 20 kilos de mota, o
10 de coca, desde la frontera hasta Houston’ o a la ciudad de Estados Unidos que ellos digan…”



Irwin fue usado como morralero, “así le dicen cuando te obligan a cruzar la droga por la frontera.”



–¿Y si te niegas?



Irwin suelta una carcajada.
–¡Pues te secuestran o te matan! –responde– Y yo lo que hice fue aceptar, si no, ¿pa’ dónde se hace uno? Si no
aceptas, igual te va a ir mal. Y entonces uno se va a Estados Unidos arriesgándose a que lo agarren con la droga,
y que lo manden a uno preso cinco, diez años, pero uno se arriesga… El que no arriesga no gana… –remata, sin
triunfalismos– Entregué la droga donde me dijeron y me les fui a la chingada, me les escapé…



Irwin aplasta la colilla contra el asfalto de la carretera. En diez días ha cruzado de Honduras a Guatemala y,
estando ya en territorio mexicano, es consciente de que lo peor del camino apenas empieza. Sabe que caer presa
de “La Maña”, como él y otros nombran al conjunto de mafias que operan en el país, implica no ser más dueño
de ti, de tu destino.



Más que secuestros



“La esclavitud ya no es como en el siglo XVIII”, explica la hermana Leticia Gutiérrez, directora de la Pastoral
de la Movilidad Humana, la más amplia red de atención a migrantes en México, compuesta por 54 albergues y
comedores que la Iglesia católica tiene repartidos a lo largo del país, y que intentan brindar, en la medida de sus
capacidades, atención humanitaria a los 150 mil centroamericanos que cada año se internan en territorio
nacional, con miras a llegar a Estados Unidos.



Se trata de una mujer joven y sonriente, en cuyo pecho pende una pequeña cruz cóncava, bella por la sencillez
con la que fue tallada sobre un trozo de madera.



“Me parece –abunda– que la realidad mexicana y el contexto social mundial dan mucha tela de dónde cortar
para hablar en este momento de esclavitud. Por ejemplo, en el caso de los migrantes secuestrados por el crimen
organizado (entre 30 y 60 mil en los últimos tres años, según cálculos de grupos civiles), hay un control
agresivo, violento, psicológico, físico y territorial contra la víctima. Y ese sometimiento va más allá de
mantenerlos retenidos o ponerles grilletes mientras pagan por ellos.”



Además de ser privados de la libertad y torturados, destaca la religiosa, “una de las denuncias que encontramos
recurrentemente, al hablar con migrantes que han sido raptados por las mafias, y sobrevivido, es que durante su
cautiverio se les da un uso. Por ejemplo, los llevan a casas en donde hay entre 200 y 400 personas cautivas;
fincas, quintas, haciendas, espacios grandes donde los ponen a trabajar para construir o reconstruir la casa, a
realizar labores de albañilería o remodelación, siempre vigilados; además, a las mujeres las obligan preparar la
comida para el grupo, así como a acostarse con los captores.”



Y en otros casos, añade, los migrantes cautivos son empleados directamente en la comisión de delitos. “Algunos
son obligados a cruzar droga a Estados Unidos, o a involucrarse en otras actividades criminales mediante
amenaza, mediante coacción.”
Estas prácticas, concluye, no deben verse como secuestros típicos, ya que “estos son abusos que conforman
otras violencias dentro del delito de secuestro, que luego de una ardua lucha y denuncia han logrado, incluso,
tipificarse penalmente, como ocurre con el trabajo forzado y la trata de personas con fines de explotación, que
son términos que deben citarse explícitamente, y que nos hablan de esclavitud”.



Sicarios



El involucramiento por coacción en el trasiego fronterizo de drogas, señala Alfredo Díaz Barrera, cónsul
general de El Salvador en México, es una práctica común a la que se ven sometidos los migrantes y, como
muestra, narra el caso más reciente que ha llegado hasta su oficina. “Me llegó el testimonio de una persona
salvadoreña, que fue capturada junto con un grupo mayor de centroamericanos poco antes de llegar a la frontera
norte. A ellos se les acercaron los delincuentes y les dijeron: ‘Nosotros les ofrecemos trabajo, y va a consistir en
cargar durante cierto tramo algo que les vamos a dar; el que no quiera sólo tiene que dar un paso al frente’. Dos
personas –continúa el cónsul– dan el paso al frente y en ese instante las ejecutan, para luego preguntar al resto:
‘¿Alguien más no quiere trabajar para nosotros?”.



Y esto es así, expone, porque las rutas de los migrantes centroamericanos están sobrepuestas a las del
narcotráfico y el contrabando, y es ahí, subraya, “donde se han desarrollado las formas más abyectas de
esclavitud, las formas más bestiales de servidumbre y explotación, laboral y sexual, cometidas contra personas
cuya vulnerabilidad es casi absoluta y llevadas a cabo con una impunidad increíble”.



Lamentablemente, señala el diplomático, es imposible cuantificar con precisión el número de víctimas, ya que
la mayor parte de los casos no son denunciados, por el temor de los afectados a que las autoridades mexicanas
terminen deportándolos.



Pero el trabajo de morraleros no es el único destino para aquellos migrantes cooptados por el hampa, explica,
por su parte, el padre Pedro Pantoja, asesor episcopal en materia de migración y pionero en la defensa de los
centroamericanos indocumentados en México, asentado actualmente en Coahuila, punto donde la vía que viene
del sur se trifurca hacia los estados fronterizos de Tamaulipas, Nuevo León y Chihuahua, y en el que fundó la
Posada del Migrante Belén.



Pantoja es un hombre alto, de gesto duro y voz suave, en cuyas arrugas faciales bien encajan lo mismo la alegría
que la ira. Habla sin perder la cordialidad, aunque tampoco oculta la desesperación. “Son muchas las formas
que emplean los delincuentes para trabajar la carne, la mercancía del migrante… aquí, en Coahuila, hemos visto
que una de las formas en que los aprovechan, por ejemplo, es promoviéndolos como sicarios… tenemos
testimonios de migrantes jóvenes que han sido forzados a trabajar como sicarios.”
Es la historia de C.M., quien aguarda al borde de los rieles, en la estación Lechería, a un costado de la Ciudad
de México, punto nodal de la ruta ferroviaria donde se cruzan las vías que vienen de los cuatro puntos
cardinales del país. Es un nicaragüense sonriente, cuyo brazo derecho apenas se recupera del tirón sufrido al
intentar asirse de un vagón en movimiento.



C.M. ha sido deportado cinco veces de Estados Unidos, ésta será, “con suerte”, la sexta y última vez que llegue,
“y ojalá que no me vuelvan a sacar”. En su primer viaje, fue raptado en la estación Orizaba, de Veracruz y, al no
tener dinero ni familiares que pudieran pagar su rescate, narra, “fui reclutado”.



“Estuve como un mes y 15 días en un lugar grande, cerrado –narra, en la veloz dicción de los nicaragüenses–, al
día me daban de comer tres tortillas, una cucharada de arroz, o de frijoles, o de huevo, y un vasito de agua, nada
más, era sólo como para que no nos muriéramos de hambre.”



En ese lugar, recuerda, permaneció cautivo con 38 jóvenes más. “Había dos o tres mexicanos, pero la mayoría
eran centroamericanos, como secuestrados… Así estuve, recibiendo cátedras, para aprender a desarmar un rifle
EG-3, un R-15, un cuerno de chivo.”



Y en ese mes y medio, reconoce C.M., su único compañero fue el miedo. “Yo era el nuevo, y los otros
(secuestrados) ya se tenían confianza, así que conmigo jodían, me molestaban, decían que me iba a escapar, ‘tú
eres un contra’, me decían, un contrario, así siempre era conmigo, pero siempre estábamos todos con un temor:
que llegara El Coma, el Comandante, y nos matara a todos… siempre con un temor, pero llegó el día en que
pude salir de ahí, y me fui sin saber nunca para quién trabajaba, no supe en realidad el grupo ni a quién
chingados servía eso”.



Las esclavas



En el caso particular de las mujeres migrantes que son raptadas en su camino al norte, señala la titular de la
Pastoral de la Movilidad Humana en México, éstas son obligadas a preparar la comida para el grupo de
cautivos, así como a ser esclavas sexuales de los delincuentes que las retienen, “y ésos son abusos que las
víctimas describen de manera reiterada, que conforman otras violencias dentro del delito de secuestro, y que
luego de una ardua lucha y denuncia han logrado ser tipificadas penalmente, como ocurre con el trabajo forzado
y la trata de personas con fines de explotación”.



Esa es la experiencia sufrida por Ilse, hondureña de 23 años que se internó en México en mayo pasado,
acompañada por dos primos. Junto a ellos, Ilse creía estar segura, sin embargo, cuando en Tabasco fue atacado
el tren en que viajaban de polizones, sus dos familiares varones salieron huyendo despavoridos y abandonaron a
su suerte a esta joven de piel morena, enormes pestañas recargadas de rímel y párpados manchados de azul.



“Vinieron unos muchachos e hicieron disparos al aire –narra, con voz enronquecida, una semana después de su
liberación–; todos los que veníamos en el tren nos bajamos y ellos nos agarraron. Eran seis muchachos que nos
llevaron a un rancho, en el poblado de Independencia; eran cinco mexicanos y un hondureño… me pusieron la
pistola en la cabeza y me dijeron que si no les daba un número de teléfono (para exigir el rescate) me iban a
matar.”



Ésta se trata de la segunda vez que Ilse es raptada por una banda del crimen organizado en su intento por
reunirse con su familia en Estados Unidos y, en su primer cautiverio, fue agredida sexualmente por sus captores,
revela el pasante de abogado que realiza sus prácticas profesionales en la Casa-Refugio para Migrantes La 72,
de Tabasco, quien registró su testimonio.



En esta segunda ocasión, abunda el pasante, Ilse fue insultada, amenazada, pateada, golpeada con la cacha de
una pistola y obligada a beber agua de un charco, además de que su familia debió enviar a los plagiarios 10 mil
dólares, a cambio de su vida.



Al ser cuestionada si, además de golpes, durante este segundo secuestro hubo otro tipo de abusos que quisiera
denunciar, Ilse mira fijamente a su interlocutor, con frialdad, medita una respuesta por unos segundos y, cuando
está a punto de iniciar, desiste. “No –murmura, con desconfianza–, así está bien…”.



Y a las labores domésticas y el sometimiento sexual, abunda la hermana Leticia Gutiérrez, se suma la
participación en delitos. “Hay víctimas varones que fueron enganchados por mujeres que los abordaron en
centrales de autobuses, y que con engaños los llevaron a casas de seguridad, donde fueron retenidos… y los
mismos secuestrados dicen que para ellas no había opción, porque tenían amenazadas a sus familias, los
delincuentes sabían cuáles eran los pueblos de origen de estas mujeres y, dado que estas redes criminales son
trasnacionales y mantienen un diálogo entre sus distintas plazas, ellas saben bien que una amenaza formulada en
Tijuana puede ser cumplida en El Salvador al día siguiente”.



La espiral de violencia en que las víctimas capturadas por el crimen organizado se ven envueltas, se prolonga a
extremos inhumanos, añade el padre Pantoja. “Tenemos testimonios de mujeres jóvenes que han sido forzadas a
trabajar hasta como verdugos –explica el religioso–; es común que las mujeres que sobreviven al cautiverio
narren cómo fueron otras mujeres, también centroamericanas, las que las golpeaban para que dieran
información, y que al preguntarles ellas por qué lo hacían, la respuesta era: ‘si no lo hago, me matan a mí’…”



La negación
Cuando se captura a una persona y se dispone de su destino, para que de ella sea lo que el sojuzgador guste,
como convertirla en sirviente, someterla a trabajos forzosos, e incluso venderla, cederla, desecharla, maltratarla
o matarla, se configura un caso de esclavitud, según la definición vigente de la ONU, a la que México se adhirió
desde 1934.



Con esta definición como base, explica Alberto Xicoténcatl, director de la asociación civil Frontera con Justicia,
la captura, sistemática y continuada, de miles de centroamericanos en trayecto a Estados Unidos, es el primer
rasgo que permite reconocer a ésta como una situación de “esclavismo”.



“El crimen organizado –explica el defensor de derechos humanos– ha asumido a esta población como presas de
caza; para ellos, los migrantes se convierten en una mercancía por la que obtendrán una ganancia”,
independientemente de las formas de explotación física de las que son sujetos, y el valor en el que tasan la vida
de cada uno, afirma, “actualmente es de 3 mil dólares, por lo menos”, logrando así, al cabo de un trienio,
ganancias superiores a los 50 millones de dólares.



“El secuestro de migrantes por parte del crimen organizado adquirió ya proporciones de tragedia humanitaria –
subraya–, se trata de una práctica delictiva sistemática y continuada, que las autoridades no quisieron reconocer
sino hasta que la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas (agosto de 2010), volvió imposible que
continuaran negando la existencia de este problema.”



El reconocimiento de esta práctica generalizada, sin embargo, va de más a menos: mientras las agrupaciones
civiles dedicadas a la atención de migrantes han registrado alrededor de 60 mil secuestros en el último trienio, la
Comisión Nacional de Derechos Humanos logró documentar 21 mil casos. El gobierno mexicano, por su parte,
niega la veracidad de tales datos y afirma que entre enero de 2008 y abril de 2010 sólo hubo 393 migrantes
víctimas de secuestro.



No obstante, el mismo informe, sin embargo, presenta datos que se contradicen, pues asegura que en los últimos
cuatro meses del periodo analizado, el Ejército liberó a 515 centroamericanos privados de la libertad por el
crimen organizado, es decir, 122 más de las que el gobierno presentó como cifra total de víctimas.



Complicidad oficial



Poco después de la masacre de migrantes raptados en San Fernando, fray Tomás González llegó a Tenosique,
Tabasco, donde además de encabezar las labores pastorales, fundó el Hogar-Refugio La 72, nombrado así en
homenaje a las víctimas de aquella matanza.
“Nosotros no hemos tenido mucho tiempo para analizar la evolución de las estrategias de crimen –platica el
franciscano, teniendo de fondo un óleo que muestra a Jesús, con características fisonómicas mayas, clavado a
una cruz de grecas–, nosotros teníamos un río de sangre al cual era urgente poner un dique, llegaban los
migrantes a denunciar secuestros, asaltos, violaciones sexuales, y también extorsiones de los distintos cuerpos
de seguridad, desde la Policía Municipal, hasta el Ejército Mexicano, pasando por la Policía Federal, la
Procuraduría General de la República y el Instituto Nacional de Migración (INM)…. Y ese dique era la
denuncia pública y ante las autoridades, aún estando infiltradas”.



–¿Cuál es el grado de complicidad entre funcionarios y crimen organizado, en materia migratoria? –se le
pregunta.



–Es tanta que, por ejemplo, el año pasado nosotros detectamos una red de trata de mujeres centroamericanas,
que era dirigida ni más ni menos que por el entonces delegado regional de Migración, Jorge Luis Mendoza
Cruz, quien sometía a explotación sexual a jovencitas que enganchaba con la promesa de expedirles permisos
de internamiento en el país.



Actualmente, este ex funcionario enfrenta proceso en prisión por la violación de una hondureña de 14 años, a la
que sus cómplices extrajeron del mismo refugio de Fray Tomás y, destaca el fraile, antes de que el Mendoza
Cruz fuera aprehendido, “en el Instituto Nacional de Migración hicieron de todo para encubrirlo, incluso lo
movieron de Tenosique y lo pusieron al frente del órgano de control en Tabasco, para que él fuera su propio
juez… hoy está preso”.



Por ello, admite, con frialdad: “No somos ingenuos, esto no hay quien lo pare. Parece una maldición el ser
centroamericano, una maldición ser pobre, pues te conviertes en la mejor mercancía para el crimen organizado.”



Sin embargo, destaca este hombre moreno, vigoroso, así como ha florecido la estrategia de la delincuencia en
contra de los migrantes, también han florecido en todo el país los refugios para protegerlos; y son albergues
donde no sólo reciben agua, comida y hospedaje, sino donde se defienden sus derechos humanos, donde se
pelea por una migración sin violencia.



“Nosotros no queremos que deje de haber migrantes –concluye–, nuestra meta final no es detener el flujo
migratorio; de hecho, nuestra meta final es que deje de haber refugios para ellos, que desaparezcan todos los
refugios, en el entendido de que vamos a llegar a una migración libre, no forzada, en donde las personas que
van en el camino nos sean presa de nadie… sé que esto es una utopía, más en las circunstancias en las que está
México, pero esa es la apuesta”.
Grecia, la mujer que fue vendida a “Los Zetas”
Por

admin
– 1 noviembre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA




Oaxaca, Oaxaca, Jueves 01 de Noviembre, 2012 (Por Óscar Martínez – elfaro.net).- Una mujer que intentaba
migrar cuenta cómo terminó refundida en un prostíbulo del norte mexicano, a manos de Los Zetas.



Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia.



—¿En qué parte se lo hicieron?



—En la pantorrila de la pierna derecha. Nos llevaron a un lugar donde nos hicieron el tatuaje. Nos dieron de
comer y de oler una sustancia que me durmió. Cuando desperté ya tenía el tatuaje. Es una mariposa en una
rama, la cual forma la zeta. Esa era la distinción, significaba que era de ellos, que era mercancía.
***



Grecia se ha ido. Relató dos veces de qué forma un grupo de crimen organizado utilizó su cuerpo como
recipiente de lo que les dio la gana. Luego tuvo que irse. Lo relató ante las autoridades de El Salvador y ante las
de México. Grecia ya no vive más en El Salvador. Es una refugiada en algún otro país. Por protocolo de
seguridad pocos saben cuál es ese país.



Sé que tiene 29 años, que tiene tres hijos de seis, tres años y diez meses, que es casada y era desempleada
cuando decidió migrar. Las únicas palabras de Grecia que he escuchado provienen de la grabación de una voz
que no es suya. Se trata de los 52 minutos que tardé en leer para la grabadora la declaración anticipada que ella
rindió para un juez en El Salvador.



En una diligencia hecha para el Juzgado Noveno de Paz de la ciudad de San Salvador, enfrente de uno de los
que ella reconocía como victimario, a las nueve de la mañana del 2 de julio del año 2010, la testigo conocida
como Grecia contestó a las preguntas de fiscales y defensores que le preguntaron qué le ocurrió. Cómo
sobrevivió.



***



Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia.



—¿Por qué razón fue citada por este juzgado? Usted fue citada por este juzgado para que se haga justicia sobre
los delitos de secuestro, violación y trata de personas cometidos en su contra. ¿Cuándo inició el viaje a Estados
Unidos?



—El día 13 de abril del año 2009.



—¿Con qué intención inició el viaje?



—Debido a la situación económica del país.
—¿Con quién inició el viaje?



—Con el señor Ovidio Guardado



—Describa físicamente al señor Ovidio.



—Es una persona del sexo masculino de 69 años de edad aproximadamente, piel blanca, cabello corto, canoso,
ondulado, de 1.77 aproximadamente de altura, sin dentadura. Tiene una cicatriz en la cabeza.



—¿Qué hizo este señor?



—Me engañó. En ningún momento me dijo que era coyote. Dijo que íbamos a ir a Estados Unidos, y ya estando
en México mostró su verdadero objetivo.



—¿Y cuál era su objetivo?



—El primer objetivo de él era violarme, pero debido a la situación, esto no pudo ser.



—Cuando se menciona que inició el viaje, ¿cuántas personas la acompañaron en este viaje?



—Solamente el señor Ovidio.



Ovidio es un campesino moreno y arrugado, pero aún fuerte, como un árbol seco, sin hojas, pero que seguirá en
pie por años. Ovidio es pariente del esposo de Grecia. Ovidio es vecino de la mamá y de la suegra de Grecia.
Grecia confiaba en Ovidio.



***
Tal como le ocurrió a Grecia, el anzuelo en la mayoría de casos de mujeres convertidas en mercancía es la
esperanza de salir de la pobreza. Uno de esos casos es el de la red de Barberena, que no solo habla de la
procedencia de las víctimas, sino que revela muchas otras facetas de los grupos de tratantes de la región. La de
Barberena era una estructura de 12 hombres y una mujer que operó hasta 2006 en Barberena, un municipio rural
del departamento guatemalteco de Santa Rosa, en la costa Pacífica de aquel país. Una red asesina que incluso
tenía una finca de maíz donde hacían sangrientos rituales para vestir de pánico a sus víctimas. Una red corrupta
que tuvo la suerte de que un juez salvadoreño dejara en libertad a la mayoría de sus integrantes. Pero de esas
facetas de la red ya habrá tiempo de hablar. Ahora mismo, lo que interesa es que ese grupo criminal arroje pistas
de la selección de las víctimas.



La red de Barberena operaba desde el bar El Pantanal. La modalidad de engaño era sencilla. Enviaban en
expedición a hombres salvadoreños o mujeres salvadoreñas que tras años de ser obligadas a servir sexualmente
en El Pantanal –una de las sobrevivientes estuvo siete años encerrada ahí– terminaban creando una costumbre
insana a la que se llega a través del exceso de maltrato.



Enviaban a estos hombres y mujeres a cantones y caseríos de los departamentos fronterizos de Santa Ana y
Ahuachapán en El Salvador. Recorrían las humildes casas con la excusa de ser empleados de un supermercado
y un comedor recién abiertos en Barberena que necesitaban de personal. Ofrecían 70 dólares semanales más
todos los costos del traslado hasta Barberena, e incluso 50 dólares en mano para que la engañada dejara a su
familia.



Los cuatro países del norte centroamericano son de origen, tránsito y destino de víctimas de trata, en los cuatro
países ocurren casos de explotación sexual. Las cifras explican que Nicaragua, El Salvador y Honduras son los
países de donde provienen la mayoría de las víctimas del mercado de la trata del norte de la región. Guatemala
es el lugar por excelencia donde esas víctimas son esclavizadas. Y los cuatro son, gracias a los miles de
migrantes que producen, la gran cantera de los tratantes mexicanos. Los expertos –oenegés, fiscales, policías,
organismos internacionales– explican que la vecindad con México y el enorme flujo de migrantes que atraviesa
Guatemala hacen de ese país un lugar ideal para las bandas de trata.



Los timadores que recorren cantones, aldeas y caseríos no trabajan como mormones que van de casa en casa
buscando que con suerte les abra la puerta alguien dispuesto a tragarse su monserga. Estos timadores conviven
en la zona, son de sus alrededores, conocen a los pobladores, se hacen pasar por benefactores, echan raíces con
nombres falsos. Algunos, dice la encargada de atención sicológica de víctimas de trata de la Fiscalía
salvadoreña, Silvia Saravia, saben tanto de las mujeres a las que se acercan, que incluso saben si han sido
violadas en su entorno cercano. Los tratantes huelen el desamparo y la vulnerabilidad como los tiburones la
sangre.



Las mujeres desesperadas que aceptaban debían viajar casi una hora hasta llegar a las puertas de El Pantanal.
Sin ninguna demora, eran recibidas por hombres armados y una mujer guatemalteca, Sonia García. Sonia les
pedía que cambiaran su ropa conservadora, de mujer evangélica en muchos casos, y que vistieran la minifalda y
la camisa de amplio escote y colores chillones que les ofrecía. Les decía que desde ese momento debían salir a
la sala principal de la casona y convencer a los hombres borrachos de que pagaran 50 quetzales (unos siete
dólares) por desfogarse con ellas durante 30 minutos. Ellas, las víctimas, normalmente decían que no, que ese
trabajo no era el acuerdo. Entonces, los hombres que rodeaban a Sonia, salvadoreños en su mayoría, les
explicaban con los puños y con bates de beisbol que no se trataba de una oferta, sino de una orden.



Cuando en el penal de Apanteos, en Santa Ana, conversé a mediados de agosto con Rigoberto Morán Martínez,
uno de los seis condenados por ser de la red de Barberena, él dijo que casi ninguna de las mujeres trabajó la
primera semana durante los cerca de dos años que él sirvió en El Pantanal. La mayoría pasaba la primera
semana con la cara desfigurada, morada. Y a los clientes de El Pantanal, las mujeres de rostro morado no les
gustaban. Pero la conversación con Rigoberto, un hombre que toda su vida ha utilizado un fusil como
herramienta de trabajo, nos enseñará luego otras lecciones.



A finales de 2007, 16 de las sobrevivientes de El Pantanal rendían declaración en el juzgado salvadoreño.
Veintiséis mujeres en total habían sido rescatadas en un operativo conjunto entre la Interpol de Guatemala y la
Fiscalía y Policía salvadoreñas. 20 de ellas eran salvadoreñas. Las otras seis eran nicaragüenses y
guatemaltecas. Esto debido a que la mayoría de enganchadores de la red eran de El Salvador.



El informe de este año publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito explica que en
El Salvador, las víctimas de trata para explotación sexual detectadas por la Policía entre 2005 y 2010 eran en un
79% nacionales. En cambio, en Guatemala, en el mismo período, solo el 4% de las víctimas era de ese país. El
89% eran personas de Honduras, El Salvador y Nicaragua.



El consenso de estudios y expertos es que las víctimas, eso sí, proceden de un lugar común entre estos países de
Centroamérica: la pobreza.



Una salvadoreña rescatada de El Pantanal era menor de edad. Durante el proceso, para que rindiera declaración
como testigo protegida, a ella le llamaron Carmencita. Sobre por qué aceptó, a sus 15 años, dejar a su familia e
ir a trabajar a Barberena, esta fue su respuesta:



—Había días que mi mami no tenía para comprar frijoles.



Sobre aquello que tuvo que soportar en su búsqueda por conseguir esos frijoles, Carmencita dijo esto:
—Había días en los que estaba hasta con siete hombres, pero como a mí no me gustaba nada de eso, hacía
berrinche. Un día que el dueño se puso bolo, nos comenzó a pegar con el machete y a mí me hirió la pierna. Yo,
llorando, le decía que me llevara al hospital. La herida se me infectó, y sólo me decía que me limpiara la pierna
porque daba asco a los clientes.



A los clientes, una niña de 15 años con una herida profunda en la pierna lo que les daba era asco.



***



Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia.



—¿Y luego qué pasó?



—Una vez llegada la noche, el señor Ovidio me llevó hacia un establo que se encuentra a unas cuatro horas de
un río que se llama Las Palmas. Eran las 11 de la noche aproximadamente, solo se veían tres caballos. Él me
dijo que su Dios le había hablado y que yo tenía que ser de él.



—¿Hizo algo?



—Me puse agresiva, no me dejé tocar. (Ovidio) Se puso violento, me amenazó con una uña larga que tenía, dijo
que no era la primera vez que mataba a una persona con una uña. Le dije al señor Ovidio que iba a hacer mis
necesidades. En ese momento intento huir, salgo corriendo, llego a un lugar que le dicen El Batallón. Corrí por
45 minutos. Les dije que venía huyendo porque el señor Ovidio quería abusar de mí. Un soldado me contestó
que no me preocupara, que me quedara a dormir en ese lugar.



Según su relato, al quinto día de haber salido de El Salvador, ya en México, en el Estado de Tabasco, Grecia se
separó de Ovidio. Antes de que lo hiciera, recordó Grecia, él le dijo que conocería el infierno en la tierra. Luego
de dormir una noche frente a una guarnición militar mexicana, Grecia volvió a buscar el camino para llegar
hasta las vías del tren de Tenosique, la ciudad mexicana que abre la ruta Atlántica del llamado Tren de la
Muerte, que abordan los polizones centroamericanos que buscan una mejor vida en Estados Unidos. Grecia
encontró a un grupo de migrantes de diferentes países de la región y les preguntó si podía unirse a ellos, les
contó lo que Ovidio había intentado una y otra noche durante el viaje. Ellos le respondieron que podía unirse. Y
con ellos llegó hasta las vías, un sitio que Grecia describe de la siguiente manera: “Hay champas, hay tiendas,
en la parte de enfrente hay como un hotel desalojado, también hay un pantano, había más personas
indocumentadas y personas armadas”.
Tenosique, casi frontera con Petén, Guatemala, es una de las ciudades malditas de la migración. De hecho, el
hotel al que Grecia se refiere es un hotel que funcionó hasta principios de 2009, y era utilizado por grupos
criminales para alojar a los migrantes secuestrados antes de trasladarlos a otras ciudades del norte.
Paradójicamente, el nombre del hotel era California.



Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia.



—¿A qué se refiere con personas armadas?



—Se encargan de llevar gente hacia arriba. Iban con jeans y camisas. Dominaban el lugar, ellos mandaban,
controlaban las zonas de las vías del tren. Mencionaron que eran de una organización denominada Los Zetas, y
que mandaban en la zona.



—¿Cuántas personas estaban en ese lugar?



—Unas 20.



—¿Qué tipo de armas tenían?



—Eran fusiles, armas grandes, pistolas, un hondureño que estaba ahí decía que era una Uzi…



***



—¿Quién vigilaba a las mujeres en El Pantanal? –le pregunto a Rigoberto en este patio conocido como la zona
verde del penal de Apanteos en El Salvador. Rigoberto es un hombre de 48 años que estudió solo un año en la
escuela, que cultivó milpas de maíz toda su infancia y adolescencia, que en 1982, cuando tenía 18 años y la
guerra civil salvadoreña apenas empezaba, fue reclutado por el Ejército, que cuando la guerra terminó siguió
trabajando de cargar un fusil, en este caso como guardia de seguridad de una empresa de esas que alquila
hombres como Rigoberto a negocios, farmacias, tiendas, supermercados, ferreterías…
—Era gente confiable de él, familia de él. Hombres armados –contesta este hombre bajito, recio, fibroso, de
rostro anguloso con un delgado bigote. Se refiere a los hombres de Adán Cerritos, el jefe de la banda de
tratantes de Barberena.



—¿Llevaban armas largas?



—¿Y no de eso estamos hablando, pues?



-¿Custodiaban a las mujeres todo el tiempo?



—Todo el tiempo.



La banda de Barberena dibuja con trazos claros muchos de los rasgos comunes de los tratantes de
Centroamérica. Uno de esos rasgos es el de la confección del grupo con gente cercana, parientes de ser posible,
que administran los burdeles; y, más abajo, unos pocos empleados sin poder, enganchadores y matones que se
encargan de llevar chicas y atizarlas a golpes de vez en cuando. Si bien la banda de Barberena era una banda
internacional que engañaba mujeres en tres países, no dejaba de ser un grupo pequeño, que lejos de parecerse a
las monstruosas estructuras de los cárteles de la droga, optó por consolidar su bastión único en la comodidad de
lo apartado y lo rural. Ahora, ser una banda pequeña no implica ser una banda solitaria.



—¿Por qué nunca denunció lo que pasaba ahí? –pregunto a Rigoberto, concediéndole por un momento una
pizca de credibilidad a su argumento de que él era un simple “barrendero, cholero” en el bar El Pantanal.
Rigoberto, tras dos años prófugo, fue condenado a seis años de prisión por el delito de trata de personas en
febrero de 2011. La condena máxima en El Salvador por el delito de vender a alguien para que sea utilizado
como un objeto es de diez años, tres meses y tres días en el caso de que haya agravantes, como que la víctima
sea menor de edad. La versión de Rigoberto es que él llegó hasta ahí engañado por una salvadoreña que era
enganchadora de la red de Barberena, cocinera en El Pantanal, y de la cual él se había enamorado perdidamente.



—Porque allá no se podía, ya le dije, estaba vendida la policía de allá. No se podía. Arriesgaba mi vida. Podía
ser muerto. Yo no sé cuánto dejaba de dinero (Cerritos a la policía) –contesta mientras el sol cae.



—¿Nunca vio mujeres escapar o pedir ayuda?
—No se podía. Tal vez yo hubiera sido uno de los que les diera ayuda, pero no se podía, porque ese hombre
(Cerritos) tenía comprada a toda la policía de Cuilapa, de Barberena. Cuando iba a llegar gente de la capital a
hacer un cateo de mujeres, la policía ya le había avisado que escondiera a las mujeres. Tal vez dejaba a algunas
mujeres que estaban legales. A las demás las escondía en un lugar ahí mismo en el bar, o un día antes las
llevaba a esa mentada finca. Había un montón de cafetales alrededor, y él sembraba 60 manzanas de milpa.



La red de Barberena, pequeña y discreta, dueña de un solo burdel, operaba a escala como toda gran red
criminal: corrompiendo. Rigoberto asegura que los policías de Barberena y Cuilapa, municipio vecino, pasaban
a recoger semanalmente el pago que Cerritos les daba, y que además eran clientes VIP en El Pantanal, al igual
que algunos empleados de las alcaldías de esos mismos municipios.



Las alianzas no terminaban ahí, Rigoberto explica que pandilleros de la Mara Salvatrucha de la zona de
Ahuachapán, frontera con Guatemala, operaban también como enganchadores. De hecho, un pandillero
salvadoreño, Marco Antonio Godoy, cumple condena como parte del grupo de tratantes.



La red de Barberena, pequeña y discreta, operaba a escala como toda gran red criminal: cometía todos los
delitos a su alcance si estos dejaban lucro. Durante el juicio, dos de las mujeres rescatadas de El Pantanal
aseguraron que en varias ocasiones los dueños del negocio vendieron por cantidades cercanas a los 5,000
dólares a recién nacidos paridos por las mismas víctimas de trata.



***



El Salvador logró en 2011 ganar 11 casos de trata, todos de grupos pequeños. Y a pesar de que el número de
casos ganados suena a poco, es el país centroamericano que más triunfos por este delito ha obtenido en las
cortes hasta 2011, lo que habla de algún avance, pero de ninguna manera de un ideal en el tema.



La trata es un delito al alcance de la mano. Las víctimas pertenecen al ejército de los nadie de esta región, y los
victimarios no necesariamente son delincuentes de trayectoria en el rubro, sino que muchas veces son
emprendedores del mundo del crimen que ven en este delito un cóctel de ingredientes, entre estados débiles y
víctimas desamparadas, muy apetecible. La UNDOC establece una constante desesperanzadora: solo una de
cada 30 víctimas de trata en la región será detectada.



Los de Barberena, a comparación de otros tratantes, eran una red consolidada. Por ejemplo, en El Salvador,
Ángel Mauricio Ayala, Kevin Oswaldo Chicas Lobato y Joel Josué Mendoza fueron condenados en 2011 a seis
años y ocho meses de prisión por haber obligado a dos nicaragüenses que buscaban empleo en el oriental
departamento de San Miguel a prostituirse en una cervecería y, a la que consideraban demasiado vieja para
atender clientes, a servir sin paga como empleada doméstica. La vieja tenía 24 años.
Nelson Orlando Campos y Juan Humberto Ramírez Carranza engañaron a dos adolescentes guatemaltecas que,
en lugar de modelar ropa, terminaron aplastadas por hombres sudorosos en una cervecería. Penan nueve y ocho
años un mes. O Juan Alfonso Cuéllar, que vendió en México a una salvadoreña que viajaba indocumentada
rumbo a Estados Unidos y que terminó siendo explotada sexualmente en ese país en un caso similar al de
Grecia. Fue condenado a cuatro años el 9 de agosto del año pasado. Eso quiere decir que el 9 de agosto de 2013,
al cumplir media condena, y si ha sido un reo ejemplar, podría pasar a fase de semilibertad, en incluso a libertad
condicional. “¡Él vendió a un ser humano!”, se quejó indignada Violeta Olivares, la coordinadora de la unidad
especializada de trata de la Fiscalía de El Salvador (FGR). En esa unidad, a las condenas de trata como poco las
tildan de risibles. “Una mierda de penas”, me dijo una fiscal del equipo en un arrebato de franqueza. En El
Salvador, un hombre que cometa el delito de robo, que, por ejemplo, asalte un bus y se lleve celulares, carteras
y anillos, y sea detenido y condenado, estaría más años en la cárcel que Cuéllar, que vendió a una mujer. El
ladrón recibiría entre seis y 10 años. El tratante recibió cuatro.



El Salvador reconoció este crimen en su Código Penal a partir de 2003, la primera condena se logra en 2006,
van 39, y es hasta ahora que el tema parece retomarse con cierta fuerza con la creación del Consejo Nacional
contra la Trata de Personas en septiembre de 2011. Ahora, ese consejo empieza a tapar los huecos de un muro
en el que escasean los ladrillos.



En la conversación en el penal de Apanteos, Rigoberto Morán Martínez, el tratante de Barberena, que dice que
llegó al bar El Pantanal bajo engaños de su amada, acaba de cometer un error que solo le deja argumentos
absurdos para mantener su fachada de inocente. Su charada era decir que él no denunció por miedo, porque la
policía estaba comprada y él era un simple sirviente bajo vigilancia. Sin embargo, en la plática admite que él
trabajó ahí en dos períodos, y que en medio de eso regresó a descansar a El Salvador.



—Cuando ya se había ido por primera vez, sabiendo cómo trabajaban ahí, ¿por qué volvió a El Pantanal? –le
pregunto a Rigoberto.



—¿Por qué volví? –intenta ganar tiempo cuando se da cuenta de su error.



—Si ya sabía que las tenían encerradas y las maltrataban, ¿por qué volvió? –pregunto de nuevo.



—Quizá no entienda… Hay cosas que estamos hablando…Quizá hay cosas que no las entienda. ¡Sabemos que
las brujerías, las hechicerías, existen! La mujer de este señor (Cerritos) trabajaba así, con brujería. Adoraban a
un tal San Simón. Así trabajaba la señora de él. Cuando la gente se iba y no quería llegar, la hacían llegar con
esas cosas –responde el tratante de la red de Barberena.
***



Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia.



—¿Cómo llegan las personas que menciona que dominaban la zona?



—Llegaban en carros, armados, entraban y salían.



—¿Cuántos días pasan en ese lugar?



—Tres días hasta que llega el señor Ovidio.



—¿Qué hacían las personas armadas?



—Ellos decían que nos uniéramos a la organización, que nos darían trabajo y comida. Eran el grupo de Los
Zetas. Que me iban a pagar el viaje, que me darían comida.



—¿Qué trabajo le ofrecían?



—Que le iba a cocinar a la gente que estaba secuestrada, era más o menos el 20 o 22 de abril del año 2009.



Recapitulando: A este momento del relato, Grecia estaba en Tenosique, México, al inicio del camino de los
indocumentados. Estaban en un municipio dominado por Los Zetas. Grecia se había alejado de Ovidio luego de
que él intentara violarla en un potrero abandonado, y se había refugiado en un grupo de indocumentados
salvadoreños y guatemaltecos.



—¿Qué sucedió cuando Ovidio llegó?
—Se me quedó viendo con una risa burlista y se fue para la casa de ellos (Los Zetas). Estaba como a cinco
metros, se dirigió donde Chicho, un chavo de entre 24 y 29 años de edad con una cicatriz en la mejilla
izquierda. Era de la organización. Hablaron como 45 minutos con Ovidio. Me miraban, me señalaban, yo estaba
con el grupo de personas al que me había pegado.



En ese momento del relato, Grecia cuenta su viaje en tren junto a otros indocumentados secuestrados,
custodiados por hombres armados que amenazaban de muerte a quien intentara escapar. Los Zetas utilizaron el
tren para transportar a sus secuestrados. El tren de Tenosique viaja rumbo a Coatzacoalcos, Veracruz, y en el
camino hace una serie de escalas en pequeños pueblos y rancherías aisladas. En uno de esos pueblos
extraviados, en Chontalpa, Grecia recuerda que un salvadoreño de Los Zetas a quien llamaban El Pelón intentó
venderla a un señor. Se supone que El Pelón quería hacer un favor a Grecia, pues le dijo que allá arriba a donde
iban se sufría mucho. La venta no se consumó, y Grecia luego averiguaría que El Pelón no mentía. Entonces, el
fiscal retomó la historia haciendo retroceder a Grecia en su relato.



—Cuando menciona la acción de vender, ¿ya lo habían hecho antes?



—Sí, el señor Ovidio… En mi cara le dieron el dinero por mí.



—¿El señor Ovidio iba en el tren?



—No, se fue a El Salvador con el dinero que le dieron.



—¿Cuánto le dieron?



—Dicen que 500 dólares… Chicho (uno de Los Zetas) me dijo.



—¿Luego qué pasó?



—Nos subieron a los camiones y nos llevaron a Reynosa… De Veracruz a Reynosa dura como un día y medio.
Era el 26 de abril de 2009, era domingo.
A partir de ese punto, Grecia describió un clásico secuestro de indocumentados por parte de Los Zetas.



Reynosa está en Tamaulipas, el Estado bastión de Los Zetas: ahí aparecieron los 72 cadáveres de
indocumentados en agosto de 2010, ahí atraparon este mes de septiembre a El Coss, considerado líder del Cártel
del Golfo, la organización que dio vida a Los Zetas, ahí aparecieron 49 cuerpos más, sin cabeza, sin
extremidades, el pasado mayo, bajo una enorme Z pintada en una pasarela sobre una autopista.



Al grupo de cerca de 300 migrantes los dividieron en tres casas de seguridad. Encerrados en cuartos sin
ventilación, húmedos y oscuros, eran visitados por hombres con armas de fuego y bates que aseguraban que a
aquel que no diera el número de teléfono de algún familiar al que pedirle rescate sería torturado. Y entonces,
como siempre, algún centroamericano se resistió a dar ese número, se resistió a perder esos 300, 500, 700
dólares que suelen pedir, e intentó resistir la tortura, y todo el grupo de Grecia tuvo que ver cómo los hombres
armados hacían chillar a uno que otro y prometían volver por más reacios. Así, contó Grecia, transcurrieron los
primeros tres días. Al tercer día, apareció Omega.



Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia.



—¿Puede describirlo?



—Alto, gordo, con bastante papada, blanco. También le decían Omega, Kike o el Apá. Le dijeron que había
unas salvadoreñas como a él le gustaban. Nos señalaron, nos sacó del cuarto para poder ver bien si éramos
bonitas. En el cuarto no había mucha luz. Era el jefe de la casa de seguridad.



—¿Por qué dice eso?



—Porque era una de las personas que llamaban a los familiares y les cobraba.



—¿Se quedó en esa misma casa?



—No, me cambiaron de casa, me llevaron a una colonia residencial, a 10 minutos. En los camiones que nos
habían trasladado hasta Reynosa. Iban varias personas. Nuevamente nos acuestan en el suelo. En ese lugar fui
violada por Omega. Me pegó en la cara, porque le dije que ocupara condón. Me dijo que yo no estaba en lugar
de pedir nada. Los abusos fueron constantes, y no solo él.
—¿Podría reconocer a esas personas en persona o en fotografía?



—Sí.



—¿Qué más pasó?



—Los abusos fueron constantes, y no solo él, unas ocho o nueve veces abusó de mí. Decía que él disfrutaba,
que tenía que disfrutar también yo. Que no era para que sufriera. Me pegaba. Lo mismo pasaba con las demás
personas, pero las que a él le gustaban era el primero en abusar de ellas.



Fueron, recuerda Grecia, varias semanas de abusos y golpes. Grecia asegura que pasaron tres meses y que, a
pesar de que su familia en Estados Unidos ya había depositado el dinero de su rescate, ella fue vendida de
nuevo.



—¿Cuánto tiempo pasó esto?



—Los tres meses, ya habían pagado todo el dinero, pero me dijeron que me iban a sacar más lucro. Me
vendieron nuevamente a un bar que se llama La Quebradita. Ahí me llevaron a prostituirme. Era como una
discoteca bar. El primer día fuimos rechazadas. Nos dijo la señora que era la encargada del bar que no teníamos
la marca, porque éramos varias las que llevaban, y teníamos que tener marca. No sabía qué era, pero es un
tatuaje.



—¿En qué parte se lo hicieron?



—En la pantorrilla de la pierna derecha. Nos llevaron a un lugar donde nos hicieron el tatuaje. Nos dieron de
comer y de oler una sustancia que me durmió. Cuando desperté ya tenía el tatuaje. Tenía ardor en la pierna,
porque sangraba, no mucho, sino por gotas. Es una mariposa en una rama, la cual forma la zeta. Esa era la
distinción, significaba que era de ellos, que era mercancía. Eran cinco mujeres más, se lo pude observar como a
cuatro mujeres más en distintos lugares, brazo, espalda, pecho, de distintos colores. El que yo tengo es entre
negro y verde. Luego de habernos marcado ingresamos al lugar y comienzan a prostituirnos con los clientes que
son de la misma mafia. Los clientes pagaban por nosotras y no recibíamos dinero a cambio. No sé cuánto
pagaban.
Grecia cuenta que los clientes la forzaban a fumar crack, a consumir cocaína. Grecia cuenta que los clientes
jamás aceptaban utilizar condón. Grecia cuenta que así pasó más de un mes. Grecia cuenta que durante ese
tiempo nunca salió, que su vida fue la casa de seguridad, el bar La Quebradita y algunos moteles donde la
llevaban los clientes. Grecia cuenta que si un cliente la llevaba a un motel siempre los acompañaba un hombre
del bar que la custodiaba. Grecia cuenta que era normal que la golpearan, sobre todo por no querer tomar
alcohol o por verse poco entusiasta a la hora de ofrecer su cuerpo a los clientes de La Quebradita. Grecia cuenta
que una vez la golpearon tan fuerte que le quebraron la nariz.



Tanto la fractura de nariz como el tatuaje fueron constatados por médicos del Instituto de Medicina Legal en El
Salvador, y forman parte del expediente fiscal del caso.



Grecia nunca intentó escapar. Pocos querrían hacerlo si hubieran visto lo que Grecia vio.



—¿Pasó algo más?



—Sí, a Sonia. La dejaron ir porque sus familiares ya habían pagado el secuestro. Los fue a denunciar a
Migración. Los de Migración la entregaron a ellos mismos. La quemaron viva, la golpearon muchas veces con
un bate. Le decían que eso no se hacía, que con ellos no se jugaba, que había perdido la oportunidad de ser libre.
Nos decían que eso nos va a pasar si decíamos algo.



—¿Qué le provocó la golpiza a Sonia?



—La muerte.



—¿Con qué la golpearon?



—Con un bate, pero como no se moría, le prendieron fuego con gasolina. Gritaba de dolor, y ellos le pegaban
más. Media hora, 45 minutos. El cuerpo quedó irreconocible, carbonizada, no se le veían pies. Carne quemada
sin cabello. La colocaron en un altar de la Santa Muerte ahí mismo.



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Esclavos del narco

  • 1. Esclavos del narco: Profesionistas forzados Por admin – 30 octubre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA *Una investigación hecha por cuatro medios latinoamericanos, entre ellos Animal Político, de cómo el narco hace que personas con distintos perfiles, desde niños hasta adultos, y profesionales, trabajen para ellos a la fuerza Oaxaca, Oaxaca, Lunes 29 de Octubre, 2012 (Paris Martínez / animalpolitico.com).- Insight Crime presenta un especial realizado por cuatro medios latinoamericanos sobre crimen organizado y derechos humanos. El primer especial fue sobre desplazamiento forzado en México, Colombia, Guatemala y El Salvador. Este segundo, que hoy te presentamos, es sobre esclavos del narco. Los hombres, mujeres, niños y profesionales que se convirtieron en trabajadores forzados para grupos delictivos. Animal Político realizó una investigación en los estados de la República donde este problema se ha presentado de manera frecuente y te presenta los datos, las historias y testimonios de aquellos a quienes les fue arrebatado algún ser querido para trabajar para el narco. Lee el primer reportaje completo: Los esclavos especializados Es 25 de enero de 2009, y el ingeniero José Antonio Robledo Fernández habla por teléfono con su novia, mientras se estaciona frente a un servicio de autopartes en Monclava, Coahuila. Es originario de la capital mexicana, pero radica desde hace más de un año en esta ciudad norteña, donde labora para la empresa constructora ICA Flour Daniel. José Antonio habla un perfecto inglés y tiene experiencia en encarpetado e instalación de antenas, aunque por el momento su responsabilidad es vigilar a las firmas subcontratadas por ICA en este municipio.
  • 2. Trabajar en Monclava es una oportunidad para reunir dinero y poder casarse. Ignora sus peligros. Ignora que Los Zetas cobra aquí el llamado “derecho de piso” a la empresa que lo ha contratado, y desconoce, también, que algunos de sus compañeros son, en realidad, agentes del grupo delictivo. Después de estacionar su Xtrail modelo 2004, José Antonio es abordado por tres hombres armados. –¿Con quién trabajas? –pregunta uno. –Con ICA –responde el ingeniero civil. –Dame las llaves y súbete –le ordenan. La llamada telefónica que José Antonio sostiene con su novia no se ha cortado y ésta escucha, además de esta breve conversación, los golpes que su pareja recibe. Tres años y diez meses después, aún se ignora su paradero. El ingeniero José Antonio Robledo Fernández es uno de los 36 profesionistas y técnicos que, en los últimos cuatro años, han sido plagiados por el crimen organizado, sin razón aparente, sin buscar una compensación económica, y sin que haya vuelto a saberse de su paradero. Se trata, en la mayoría de los casos, de ingenieros, pero también hay arquitectos, médicos, veterinarios. Son, en otros casos, empleados de la industria de las telecomunicaciones raptados junto con su instrumental de trabajo, cuando realizaban comisiones en el norte del país, de acuerdo a las denuncias presentadas por sus mismas empresas. Y el común denominador de estas víctimas, aquello que las caracteriza, es su alta formación profesional. “No es casual” Tan sólo durante 2011, la Comisión de Seguridad del Senado mexicano tomó conocimiento de una decena de estos casos, empezando por el de Alejandro Alfonso Moreno Baca, un joven de 34 años, ingeniero en sistemas, que desapareció el 27 de enero, cuando conducía por la autopista de cuota Monterrey-Nuevo Laredo; luego, diez más fueron documentados. “El que hayan estado desapareciendo personas capacitadas en esas áreas no es algo casual ni accidental – advierte Felipe González González, presidente de la Comisión de Seguridad del Senado de la República, y también miembro de la de Defensa Nacional, entre septiembre de 2006 y agosto de 2012, justo el periodo en el
  • 3. que se decretó la guerra del gobierno mexicano contra la delincuencia organizada–; yo lo expresé en distintas reuniones de seguridad, cuando el Ejército y la Marina empezaron a descubrir antenas y sistemas muy sofisticados; estoy seguro de que esos especialistas desaparecidos fueron obligados a desarrollar esa infraestructura.” Efectivamente, en septiembre del año pasado, el Ejército desmanteló una red de telecomunicaciones del crimen organizado en Jalisco y otra en Coahuila, mientras que la Marina desarticuló una más en Veracruz, con 13 antenas activas, aunque el descubrimiento más significativo vino casi un año después de la desaparición de Alejandro Moreno Baca, el 12 de diciembre de 2011, cuando el Ejército descubrió una red clandestina de radiocomunicación al servicio del cártel de Los Zetas, con estaciones en Nuevo León, Tamaulipas y San Luis Potosí, y que constaba de 167 antenas y 155 repetidoras, que enlazaban mil 450 radios, mil 300 celulares, mil 350 aparatos Nextel, todo controlado a través de 70 computadoras. Las antenas estaban instaladas en cerros y elevaciones de difícil acceso en la zona noreste del país, en algunos casos en puntos hallados a cinco días de marcha a pie, y se abastecían de energía a través de paneles solares. Además, en lo que va de 2012, las Fuerzas Armadas han destruido instalaciones clandestinas de telecomunicación en Sonora (siete antenas y 20 repetidoras), Chihuahua (una antena y una repetidora) y, en agosto reciente, en Veracruz (13 antenas), Tamaulipas (dos antenas y una repetidora), así como en la carretera Monterrey Nuevo-Laredo, la misma donde fue raptado el ingeniero Moreno Baca (donde se descubrió una antena de 50 metros y una repetidora). En total, suman más de 400 las antenas y repetidoras desmanteladas por las autoridades. Felipe González, que fungió como secretario de la Comisión Bicameral de Seguridad Nacional, durante el sexenio que concluye, y quién también presidió la de Seguridad contra el Terrorismo del Parlamento Latinoamericano, abunda: “No veo yo cómo iba a ser algo casual (la desaparición de técnicos). Por ejemplo, ninguno de los ingenieros en sistemas desaparecidos ha sido hallado, pero el año pasado hombres armados detuvieron un autobús de pasajeros y obligaron a bajar a dos personas que dijeron trabajar en una empresa de sistemas; el problema es que no eran técnicos, sino cobradores, y ellos sí aparecieron rápidamente, aunque asesinados”. Más, y más, y más En el año 2010, familias de víctimas de desaparición provenientes de todo el país crearon la organización Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fundec), que ha documentado, entre enero de 2007 y julio de 2012, un total de 256 personas desaparecidas involuntariamente en dicha entidad. No se trata, sin embargo, de todas las víctimas reportadas en el estado, sino únicamente de aquellas que fueron secuestradas sin que se solicitara rescate y que no contaban con antecedentes penales o vínculos con la delincuencia organizada, es decir, “ciudadanos inocentes”. En 2011, y ante la reiterada denuncia de casos en otras entidades de la república, Fundec se convirtió en Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México (Fundem), que desde entonces ha tomado registro, además de las 256 víctimas de Coahuila, de 80 casos más en otros puntos del país. De estos casos, se informó, 25% corresponde a profesionistas y el resto a empleados, comerciantes y obreros, todos en edad productiva.
  • 4. Además del caso del ingeniero José Antonio Robledo, Fundec tiene documentadas, entre otras, las desapariciones involuntarias de la ingeniera industrial Dora Elba Solís Parrilla; de la mercadóloga Martha Dene Guerrero Guevara; del ejecutivo bancario Dan Jeremeel Fernández Morán (desaparecido por militares que, tras ser detenidos, fueron asesinados por un comando armado que ingresó a instalaciones judiciales para ejecutarlos, así como para liberar a nueve integrantes del Cártel del Golfo); del estudiante del Tecnológico de Saltillo Antonio de Jesús Verástegui Escobedo y de su padre; de los veterinarios Isaías Uribe Hernández y Juan Pablo Alvarado Oliveros (cuyo rapto motivó al Senado a aprobar un punto de acuerdo para exhortar a las autoridades federales a apoyar en su búsqueda); del agente importador Víctor Adrián Rodríguez Moreno, así como del profesor de biología Javier Burciaga Vázquez y, diez meses después, de su hermano Luis Carlos. Por otra parte, familiares de otros 25 profesionistas han reportado su rapto a manos de comandos armados lo mismo en Veracruz que en Colima, Guadalajara, Nuevo León y Zacatecas. Son arquitectos, ingenieros, técnicos de Pemex, especialistas financieros, médicos, abogados, de cuya desaparición reconoce tener noción Nelly Montealegre, fiscal federal para la Trata de Personas, “por notas que se han publicado”, aunque, con una sonrisa inocente, la joven funcionaria también admite no contar con una sola investigación al respecto. Deben buscarlos vivos El 27 de enero de 2011, Alfonso Moreno Baca salió de la Ciudad de México a bordo de su Mazda rojo, en un viaje de paseo que concluiría en Laredo, Texas, donde tenía pensado visitar a un amigo. Poco antes de llegar a su destino, en el kilómetro 13 de la carretera Monterrey-Nuevo Laredo, pasando la caseta de Sabinas Hidalgo, fue detenido por un retén de sicarios, integrantes de una célula de Los Zetas que operó en esa zona entre 2007 y 2011, y que finalmente el año pasado fue abatida por el Ejército. “No es dinero lo que querían, nunca se comunicaron con nosotros para pedirnos un rescate –dice Lucía Baca, mamá de Alejandro–; entonces, nosotros nos hacemos la pregunta: ¿para qué se los llevan? ¿Por qué se los llevan? Debe haber una lógica: ¡¿por qué, para qué?! Todos son jóvenes, y la autoridad los busca muertos, en fosas, cuando deberían buscarlos vivos…” Lucía habla mientras sostiene entre sus manos la ficha de búsqueda con el retrato de Alejandro, quien al ser raptado tenía ya cuatro años de laborar en IBM-México. A su lado, Alfonso, padre del ingeniero, extiende los mapas con las coordenadas por donde pasó su hijo el último día en el que se tuvo noticia de él, los reportes de actividad de su teléfono celular y las fotografías de otras víctimas de desaparición en ese punto carretero. “Entre 2007 y octubre de 2011, en esa zona fueron desaparecidas al menos 16 personas –dice Alfonso–; conocemos casos de víctimas que venían de Monterrey, de Jalisco, de Guanajuato, todos jóvenes; son Míriam, Perfecto, Andrés, Braulio, Ismael y varios más, todos desaparecidos al pasar la caseta de Sabinas Hidalgo y en ningún caso se solicitó rescate”. De hecho, la asociación civil neoleonesa Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos (CADHAC) calcula que, sólo durante 2011, en la entidad desaparecieron cerca de 800 personas, 200 de las cuales fueron raptadas en carreteras estatales. De ellos, reporta la organización encabezada por la hermana Consuelo Morales (premiada en 2011 por Human Rigths Watch), 65% fue secuestrado por integrantes del crimen organizado y el resto por policías, marinos y militares. Tres días después del secuestro de Alejandro, sus padres llegaron a la ciudad de Monterrey para comenzar su búsqueda y fue en las oficinas de la Policía Federal donde “nos dijeron que no nos preocupáramos, ‘a su hijo se
  • 5. los devuelven en tres meses, y del carro ni se apuren, en alguna ranchería va a aparecer…’, nos dijo el oficial en turno, así, con ese cinismo, y ahí nos dimos cuenta del tamaño de la corrupción que hay en el estado… en fechas posteriores volvimos, sólo para enterarnos de que toda la policía municipal de Sabinas, empezando por el que era su comandante, brindaban protección a la delincuencia organizada y, de hecho, quien era su titular hoy está en la cárcel”. Además de Alejandro, en el tramo carretero de Sabinas fue raptado, también en enero del año pasado, otro técnico en sistemas, una profesora, dos deportistas y un estudiante de relaciones internacionales, entre otros, “y en Nuevo Laredo también se investiga el secuestro de dos técnicos en sistemas que fueron extraídos de sus viviendas, y el común denominador es que todos tienen una edad de entre 20 y 40 años, son lo mismo hombres y mujeres. A los que son ingenieros o técnicos en sistemas los pondrán a trabajar en sus redes de comunicaciones, y a los que son especialistas en otras áreas los tendrán en otras labores… pero ésa es nuestra esperanza, que ellos siguen vivos, que los tienen trabajando bajo la consigna de obedecer o morirse; y vivos hay que buscarlos”. En octubre del año pasado, el Ejército atacó el campamento que la célula de Los Zetas mantuvo por al menos cuatro años en Sabinas, en un momento en el que se hallaban 200 personas en el lugar; sin embargo, sólo se reportó que 22 sicarios fueron abatidos y el resto abandonó el sitio durante la refriega, a través de caminos serranos. Se ignora si entre ellos había gente retenida contra su voluntad. Si se dice que en ese narcocampamento había 200 personas, y los militares mataron a 22, ¿dónde están los otros 178? ¿Por qué no los alcanzaron, quiénes eran, dónde quedaron?”, pregunta el padre de Alejandro. Nueve… La cuenta de técnicos secuestrados por el crimen organizado puede rastrearse hasta 2009, año en el que un grupo de nueve personas contratadas para instalar antenas de radiotelefonía en Nuevo Laredo, Tamaulipas, fue raptado por hombres armados que, al día siguiente, volvieron por los vehículos y las herramientas de trabajo de las víctimas, de quienes no se ha vuelto a tener pista desde entonces. Sus nombres son Julio César Ochoa Romo, Víctor Romero, José Hugo Camacho Fierro, Marcelino Moreno Leal, los hermanos Carlos y Ricardo Peña Mejía, Constantino García Jiménez, Roberto Gutiérrez Medina y Eduardo Toyota, todos vecinos de Guasave, Sinaloa, y algunos con hasta diez años de experiencia en montaje de equipos de microondas. Ellos tenían dos semanas de haber llegado a la ciudad fronteriza, con un contrato por seis meses, y habían arrendado un departamento hasta el cual, el 19 de junio, a la medianoche, arribó un grupo de hombres con uniformes negros y encapuchados, a bordo de varias camionetas oscuras que, según las declaraciones de los vecinos, los extrajo a punta de pistola. Horas después, los captores volvieron por el instrumental de trabajo de los técnicos. Este caso fue denunciado por la empresa de telecomunicaciones Nextel ante el mismo presidente Calderón, y sus representantes sostuvieron encuentros con las secretarías de Seguridad y Defensa Nacional. Luego, el 1 de diciembre de 2009, el Senado de la República aprobó un punto de acuerdo para exhortar a las autoridades federales (particularmente a las secretarías de Gobernación y Seguridad Pública, así como a la Procuraduría General de la República) a que “se realicen las tareas necesarias para coadyuvar con dependencias
  • 6. locales y municipales en materia de seguridad pública del estado de Tamaulipas, en las investigaciones que conlleven a la pronta localización de los nueve sinaloenses desaparecidos en Nuevo Laredo”. Todos ellos, señaló en la exposición de motivos el senador Mario López Valdez, habían recibido la advertencia “de no entrar al territorio de Nuevo Laredo, por la inseguridad que priva en ese lugar y por su identidad de sinaloenses, debido a que, según comentarios, no eran queridos ni bien recibidos”. Por esa razón, dijo, en nombre de los familiares de las víctimas, “recurro a la máxima tribuna de este país, para que se atienda la petición de unos mexicanos que, como todos nosotros en su situación, se encuentran sumamente afligidos por la incertidumbre y la pesadez de los momentos por los que están pasando”. Ninguna de estas acciones, sin embargo, han arrojado fruto alguno. Otros tres empleados de esta firma, “levantados” en acciones distintas durante los últimos años, han sido recuperadas con vida, aunque se ignoran los detalles de su rescate. Por ello, el pasado 9 de mayo de 2012 –en el marco de una reunión de 150 familiares de personas desaparecidas en todo el país, que se congregaron en la Ciudad de México para conmemorar el Día de las Madres con la exigencia de justicia para sus hijos, padres, hermanos y hermanas ausentes–, Gabriela Peña Mejía, hermana de dos de los técnicos desaparecidos, aseguró que aún sigue viva la esperanza de rescatar a sus familiares y compañeros. “Les estorban” Es 27 de enero de 2009, han pasado 48 horas desde el secuestro del ingeniero José Antonio Robledo, y sus padres, Guadalupe Fernández y José Antonio Robledo Chavarría, ya han presentado denuncias en la capital de Coahuila y en el municipio de Monclova. Tres días más tarde lo harán también ante la Procuraduría General de la República. El trato en cada oficina de gobierno es el mismo. “Hay mucha ineficiencia y apatía de las autoridades –dice Guadalupe–; en Monclova, incluso la agente del Ministerio Público nos da a entender que poco le importa la suerte de mi hijo”. Pese a ello, en esos primeros días desde el secuestro, ahí están, “con la esperanza de regresar con nuestro hijo”. Confían en que se trata de un plagio típico, creen que en cualquier momento recibirán una llamada exigiendo el pago de rescate, y esperan. Sin embargo, recuerda Guadalupe, llega un momento en el que, de forma abrupta, tenemos que salir de Monclova, el 5 de febrero de 2009, cuando los visita en su hotel Joaquín Benito del Ángel, jefe de seguridad de ICA en dicho municipio, acompañado por dos sujetos que afirman ser integrantes de Los Zetas en la región. “Nos dijeron que no fuéramos a la policía (al día siguiente teníamos pactada una entrevista con el entonces subprocurador de Justicia del estado, Jesús Torres Charles), que ellos estaban controlando a la policía ministerial tanto en Monclova como en Saltillo, que ellos nos iban a ayudar y que el contacto sería el jefe de seguridad de ICA –narra Guadalupe–. Ellos tenían información de todo lo que habíamos ya tramitado ante las autoridades; estuvimos hablando como 15 minutos con esos hombres, y en cuanto terminó la plática y ellos se retiraron, nosotros salimos huyendo del hotel y nos fuimos directamente a Saltillo para ver al subprocurador Torres Charles, al que le contamos todo; estábamos muy espantados, pero él se negó a que esa información fuera agregada a la denuncia de secuestro: ‘corre peligro la vida de su hijo, no lo arriesguen’, nos decía”.
  • 7. Don José, papá del ingeniero desaparecido, reflexiona: “En algunos momentos nos hemos dado de frentazos mi esposa y yo, pensando que tal vez hubiera sido mejor negociar con ellos, con los delincuentes, en vez de querer hacer las cosas por la vía legal, por la vía institucional… Torres Charles llegó a ser fiscal general del estado y asesor jurídico del actual gobernador Rubén Moreira (PRI), y en febrero de 2012 fue separado de la administración pública al saberse que su hermano, Humberto Torres Charles, agente de la Fiscalía General de Coahuila, recibía 300 mil pesos mensuales del crimen organizado a cambio de brindarles protección”. Actualmente, la PGR ofrece una recompensa de tres millones de pesos a quien proporcione información que lleve a la captura del Humberto Torres Charles, mientras que mantiene presa y sometida a juicio a Claudia González López, exdelegada de esa misma institución federal en Coahuila, por sus presuntos vínculos con Los Zetas. “En la PGR nos dijeron que había otros empleados de ICA desaparecidos –señala Guadalupe–; se trata de cinco ingenieros; y en 2011 se nos acercó la familia de un soldador argonero, raptado también en Monclova, y también empleado de ICA Fluor Daniel; pero luego no pudimos mantener el contacto, la familia tiene mucho miedo; sabemos de otro caso de un ingeniero de ICA secuestrado en Michoacán, y en la empresa nos informaron que, antes de mi hijo, otro técnico ya había sido desaparecido”. –¿Qué papel ha jugado ICA, les ha brindado algún apoyo? –Nuestro hijo tenía un año y tres meses trabajando para esa empresa… ellos se lo llevaron a Monclova, y cuando desapareció, no nos dijeron nada; si nos enteramos fue porque su novia estaba hablando con él por teléfono cuando fue atacado; pero dos días después del secuestro, el 27 de enero de 2009, ICA se deslindó, nos dijeron que lo que nosotros pudiéramos o quisiéramos hacer era cosa nuestra, que la compañía se deslindaba inmediatamente… eso nos lo dijo el ingeniero Raúl Alberto Medina Peralta, jefe del proyecto Fénix, y lo único que yo acerté a decirle -recuerda Guadalupe– fue que mi hijo no había llegado solo a Coahuila, que a él lo habían traído los de esa empresa, pero que si ellos no pensaban hacer nada por él, nosotros, sus padres, sí lo haríamos… –A partir de las investigaciones de la autoridad y las realizadas por ustedes mismos, ¿qué hipótesis han formulado sobre el motivo por el que José Antonio fue raptado? –Sabemos que la razón no era obtener dinero de su familia –dice Guadalupe– porque nunca se comunicaron con nosotros para exigir el cobro de un rescate; también sabemos que Los Zetas sí cobraban derecho de piso a ICA, y que de no hacerlo pesaban amenazas sobre su personal; de hecho, este dinero se le entregaba a los criminales a través de dos empleados de la empresa, compañeros de trabajo de mi hijo: Joaquín Benito, jefe de seguridad, y el chofer que transportaba a José Antonio de su casa al trabajo, y en cuyo vehículo encontraron una metralleta y 148 envoltorios de cocaína. Ellos dos, así como otros tres cómplices, están hoy presos, pero se niegan a revelar qué hicieron con José Antonio. Enfrentan cargos por delincuencia organizada, delitos contra la salud y secuestro. –También sabemos –añade don José– que uno de los detenidos era el encargado de cobrar derecho de piso a las empresas contratistas que daban servicio a ICA, y mi hijo era el que vigilaba que esas firmas cumplieran con los requisitos técnicos; entonces, pensamos que, tal vez, en algún momento les molestó que mi hijo fuera cierto
  • 8. obstáculo para las empresas que no cumplían los lineamientos, pero que ya habían pagado su cuota a la delincuencia organizada. Don José endurece la mirada y mide, palabra a palabra, su respuesta, cuando se le pregunta si es posible que, dado su perfil profesional, su hijo continúe vivo, cautivo por alguna banda delictiva. –Yo sé que mi hijo pudo serles de utilidad: hablaba un perfecto inglés y tenía experiencia en encarpetado e instalación de antenas; bien podía serles útil para crear sistemas de comunicaciones o para hacer pistas de aterrizaje clandestinas… sin embargo, el de México no es el caso de Colombia, donde los grupos armados dominan espacios geográficos en los que los delincuentes pueden mantener cautivos a sus rehenes durante largo tiempo, y con cierta tranquilidad… pero en México se da una violencia tan animal, tan agresiva, tan homicida, que aunque algunos de los desaparecidos sean inicialmente usados, empleados a la fuerza, creo que después de un tiempo les estorban; ya después de que los explotan, se vuelven un peligro… ojalá existiera esta posibilidad, de que los tuvieran trabajando en algún lado, pero creo que no es necesario para la delincuencia organizada retenerlos indefinidamente; cuando necesitan gente especializada la agarran, la usan y la desechan; y si luego vuelven a necesitar a más especialistas, pues se llevan a otros. Esclavos del Narco: Los niños del hampa Por admin – 31 octubre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA *Una investigación hecha por cuatro medios latinoamericanos, entre ellos Animal Político, de cómo el narco hace que personas con distintos perfiles, desde niños hasta adultos, y profesionales, trabajen para ellos a la fuerza Oaxaca, Oaxaca, Martes 30 de Octubre, 2012 (Paris Martínez / animalpolitico.com).- Insight Crime presenta un especial realizado por cuatro medios latinoamericanos sobre crimen organizado y derechos humanos. El primer especial fue sobre desplazamiento forzado en México, Colombia, Guatemala y El Salvador. Este segundo, que te presentamos, es sobre esclavos del narco. Los hombres, mujeres, niños y profesionales que se convirtieron en trabajadores forzados para grupos delictivos. Animal Político realizó una investigación en los estados de la República donde este problema se ha presentado de manera frecuente y te presenta los datos, las historias y testimonios de aquellos a quienes les fue arrebatado algún ser querido para trabajar para el narco.
  • 9. Los niños del hampa Omar desapareció el 12 de agosto de 2008, a los 14 años de edad, en Reynosa, Tamaulipas, donde pasaba las vacaciones. Fue visto por última vez portando un videojuego de bolsillo y un cachorro, acompañado por una pareja de “veinteañeros” que lo interceptó cuando volvía de la tienda, a la casa donde se hospedaba. A partir de ese momento, de Omar no se supo nada más, sino hasta tres años después, a mediados de 2011, cuando su cadáver fue encontrado en una calle de Acapulco, Guerrero, con una bala en la nuca. ¿Qué fue de este adolescente durante esos últimos tres años de vida en los que oficialmente estuvo “extraviado”? ¿Quiénes lo secuestraron en el norte del país? ¿Dónde y de qué forma lo mantuvieron retenido? ¿Por qué fue asesinado al otro lado de la república, en Acapulco? Ésas son las preguntas que desde aquel 12 de agosto de 2008 se vienen acumulando en la mente de Araceli, su mamá, quien adelgaza la voz hasta el mínimo audible al hacer un recuento de los datos que, por investigaciones propias, ante la inacción de las autoridades, ha logrado recabar sobre el destino de su hijo. “Él cayó en manos de una red de trata de personas –dice, con los ojos permanentemente hinchados por el llanto– que, luego de llevárselo, lo convirtió en adicto, lo obligaban a prostituirse, a vender droga y sabrá Dios a qué otras cosas.” A su lado, Araceli ha extendido la documentación que, desde 2008, viene acumulando sobre la desaparición y muerte de Omar. Mira los papeles, las fotos, y cuida que las lágrimas no caigan sobre ellos. “A pesar de todo lo que hice, nunca pude ver a mi hijo, todo fue inútil… yo me había aferrado y no sé si fue tanta mi insistencia que, cuando estaba a punto de recuperarlo, me lo mataron”. La facultad de “usar” De entre los parámetros internacionales que permiten establecer la existencia de un caso de esclavitud, el más evidente es el denominado ius utendi, o facultad de usar, y aquellas víctimas sobre las que éste se ejerce entran en la categoría de “persona en condición servil”, definición que en 1956 fue ampliada por la ONU para incluir en ella, de forma explícita, a los niños que son explotados por adultos no emparentados. Más de 40 años después, en 1997, la explotación de infantes por parte de grupos armados, incluidos los de la delincuencia organizada, demandó que el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) adoptara los Principios de Ciudad del Cabo, que establecen una definición para el concepto “niño soldado”, que aplica para “toda persona menor de 18 años que forme parte de cualquier fuerza o grupo armado, regular o irregular, con independencia de las labores que desempeñe; por ejemplo y sin que la enumeración sea taxativa, labores de cocinero, recadero, mensajero y toda persona menor de 18 años que acompañe a esas fuerzas o grupos cuando ello no sea en condición de familiar. Se incluye también en esa categoría a las niñas a quienes se haya reclutado con fines sexuales o para obligarlas a casarse. Por tanto, (esta definición) no incluye sólo a los menores que porten o hayan portado armas”. Ese fue el caso de Omar y, según estimaciones oficiales, el de muchos otros infantes reclutados por el hampa, mediante amenazas, engaños o coacción. Entre diciembre de 2006 y octubre de 2011, por ejemplo, la Procuraduría General de la República procesó a 142 menores de edad “por delitos contemplados en la Ley Federal Contra la Delincuencia Organizada” y el primer caso fue el de Rosalío Reta Junior, un joven texano de 16 años, quien, luego de romper con Los Zetas, grupo
  • 10. para el cual trabajaba desde los 13, se entregó a las autoridades mexicanas en Nuevo León, a condición de ser deportado a Estados Unidos, donde hoy purga sentencia de 80 años de cárcel por distintos delitos, incluidas ejecuciones en aquel lado de la frontera. Sin embargo, el número de capturas es sólo una pequeña muestra del reclutamiento generalizado de menores de edad por parte del crimen organizado, dado que, según la Comisión de Seguridad Pública de la Cámara de Diputados, al menos 25 mil adolescentes y adultos jóvenes (no mayores de 25 años) han sido coptados por los cárteles de la droga para desempeñar distintas funciones en sus estructuras operativas, cálculo elaborado con base en las estadísticas delictivas de los cuatro primeros años de gobierno del presidente Felipe Calderón. Los reclutas Carlos Cruz fue pandillero en su juventud y hoy es director de Cauce Ciudadano, asociación civil dedicada al rescate de niños y jóvenes en ambientes de violencia. Carlos es alto y robusto, de gran fuerza física y mirada dura, ensombrecida por ojeras permanentes. Él se alejó del vandalismo hace varios años, pero nunca ha dejado de ser parte de la banda, los chavos, la pandilla y, a partir de ese contacto diario, afirma con seguridad que “aun esas estimaciones oficiales, que reconocen 25 o 30 mil menores reclutados, son absolutamente parciales y limitadas.” Desde su óptica, que es compartida por otros organismos civiles dedicados a la protección de la niñez, como Save the Children México o la Red por los Derechos de la Infancia, “los menores de edad que son absorbidos por la delincuencia organizada entran en el rango de víctimas por el solo hecho de ser niños y adolescentes, y las bandas de criminales tienen muchas maneras para obligar a un chavo o a una chava a prestarles servicios…” Así, destaca, todos los niños reclutados por el crimen organizado son víctimas de explotación, y ya que han sido reclutados, por la vía del rapto, el engaño o la coerción, “no tienen la posibilidad de negarse a hacer nada de lo que se les ordene”. Carlos habla con fluidez, pero hace una pausa reflexiva al preguntársele si a esos niños puede considerárseles esclavos de los cárteles: “Pues, más allá de otros argumentos semánticos en torno a la definición de ‘esclavitud’, puedo decir que son adolescentes y jóvenes alejados de sus núcleos familiares y comunitarios mediante el uso de la fuerza física o con base en engaños, con promesas de salir de la pobreza opresora, que es la única vida que conocen; también son chavos que están pagando con su trabajo las deudas contraídas por sus papás u otros familiares adictos; chavos cuya obediencia obtienen las bandas de criminales por medio de amenazas no sólo a su vida, sino a la de sus familiares.” Y pone el énfasis en un aspecto particular: “No es verdad que estos ‘reclutas’ tengan la oportunidad de desertar, como dicen las autoridades, la ley no los protege, estos niños se convierten en delincuentes a la vista de la autoridad. Es más, ni siquiera durante un combate podrían rendirse, porque saben que el Ejército y la Marina no dejan sobrevivientes, así que, en ese escenario, su única opción real de seguir con vida es jalar del gatillo… Ésta es una situación que hemos venido denunciando insistentemente, hay casos de niños secuestrados y coptados, víctimas de reclutamiento forzado, en prácticamente todo el país, pero, ¿dónde están las averiguaciones de la PGR, dónde están los detenidos? ¿Dónde están las bases de datos de víctimas? No los hay…”. Muerte en Acapulco
  • 11. Entre el 15 de junio de 2007 y el 23 de mayo de 2012, la Procuraduría General de la República (PGR) inició 19 indagatorias por el rapto de 20 personas, que fueron privadas de la libertad para obligarlas a realizar trabajo forzado mediante intimidación y violencia, o para someterlas a servidumbre, en 13 entidades federativas. En estos casos identificados por la PGR, una de las víctimas era un varón y el resto, mujeres; del total de víctimas, diez eran menores de 18 años y, aunque en algunos expedientes se detectó la operación coordinada de cómplices en hasta tres entidades distintas de la federación, la Procuraduría informó, a través de su oficio SJAI/DGAJ/ 6494/2012, que ninguna de las averiguaciones estaba vinculada con la actividad del crimen organizado. Omar, sin embargo, no está en esa lista de la PGR sobre personas secuestradas con fines de explotación. “Cuando desapareció mi niño –narra la señora Araceli–, yo estaba en la Ciudad de México, donde radicamos, Omar estaba de vacaciones en Tamaulipas, al cuidado de mi hermana y, tan pronto como reuní un poco de dinero, me trasladé a Reynosa y allá anduve recorriendo las oficinas del DIF (Sistema para el Desarrollo Integral para la Familia), los Centros Tutelares de Menores, los hospitales, incluso recorrí la frontera; ninguna autoridad me ayudó, anduve yo sola pegando carteles con su fotografía, caminando en lugares horribles, entre los maras, durante días, hasta que se me acabó el dinero”. En su peregrinar, Araceli buscó respaldo en las procuradurías de Justicia de Tamaulipas, del Distrito Federal, así como de la PGR, “pero en todos lados me dijeron que era yo la que tenía que aportar elementos para su búsqueda”, así que se sumó a agrupaciones civiles dedicadas a la localización de menores extraviados en la que, afirma, “nos llevaban a programas de televisión y, aunque pocas veces podíamos exponer nuestros casos, fue a partir de una entrevista que me hicieron en un noticiario que, en julio de 2011, una persona nos informó, de forma anónima, que mi hijo había sido visto en Guerrero”. Para entonces, Omar tenía ya 17 años, había pasado tres desde su desaparición. “Yo quería abrazarlo, besarlo –recuerda Araceli, con la vista perdida–; iba yo con esa ilusión cuando me dijeron que había noticias de él; aquí en la casa preparamos una pancarta para recibirlo, le compramos un muñeco, estábamos contentos de que iba a regresar”. Sin embargo, la espera por noticias de su rescate se prolongó hasta el 3 de octubre, cuando, a través de una llamada telefónica, Araceli fue notificada por las autoridades de Guerrero de que Omar había sido finalmente hallado, aunque en una fosa común, tras ser asesinado en abril. Según el informe de su autopsia, Omar fue baleado por la espalda, “quizá intentó escapar, defenderse”, dice su madre. Un tiro se incrustó en su pierna, otro en la espalda y el disparo mortal impactó en la nuca y salió por su labio superior. Según las declaraciones ministeriales presentadas por testigos, incluida la de una persona que solía conversar con el adolescente, una mujer adulta era la encargada de conducir a Omar en auto hasta la esquina de un barrio ubicado fuera de la zona turística de Acapulco, donde debía vender una cuota mínima de estupefacientes. “Dicen que llegó desde agosto de 2008 a Acapulco –narra Araceli–; así como se lo robaron, se lo llevaron al sur… según lo poco que se ha investigado, una señora lo llevaba todos los días, lo dejaba ahí entre seis y ocho de la noche y luego regresaba por él. Le esculcaba las bolsas, para recoger todas las ganancias, y luego se lo llevaba. Supuestamente, a mi hijo lo tenía cautivo la banda de un sujeto al que sólo se identifica como Willy…”
  • 12. Según la autopsia, al morir Omar estaba desnutrido, “muy delgadito, lo tenían muy mal, no comía habitualmente y su forma de sostenerse en pie era la droga (…) La persona que hablaba con él dice que días antes de que lo asesinaran, vio al niño muy golpeado; entonces le preguntó qué le había pasado y mi hijo le contó que la banda contraria lo atacó para quitarle su mercancía, pero que no se había dejado, porque si se la quitaban la tenía que pagar o, de lo contrario, el Willy lo mataba”. Dos semanas después, Omar fue abordado por un grupo de sujetos que descendió de un vehículo oscuro y lo acribilló en el punto de venta al que estaba asignado. Carne de cañón En noviembre de 2010, un mes después de que la Comisión de Seguridad de la Cámara de Diputados diera a conocer sus cálculos sobre la existencia de 25 mil niños reclutados por el hampa en México, este concepto cobró rostro, voz y volumen a través de un video que circuló en internet, elaborado por integrantes del Cártel del Pacífico Sur (tal como se autodenominaba entonces la célula morelense del cártel de los Beltrán Leyva- Zetas), en el que se muestra a un hombre adulto con el torso lacerado, pendiendo por las muñecas de una viga en el techo. La víctima es torturada por distintas personas, pero una en particular destaca por su corta estatura y por su timbre, aún infantil, cuando se acerca con un palo de hockey entre las manos y golpea en distintas ocasiones al prisionero. “¿Quién lo quiere? ¿Quién lo quiere?”, se escucha al niño decir, como parte de las burlas que acompañan a los golpes, tan fuertes éstos que para los mismos verdugos suenan “como si le pegaras a un tambo”. Se trata de Édgar N, apodado El Ponchis, un adolescente de 14 años que, capturado semanas después de emitido el video, en diciembre de 2010, confesó ser sicario desde tres años atrás, cuando fue “levantado” (es decir, secuestrado) por el líder de la banda, Jesús El Negro Radilla (aprehendido en 2011 por el asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis personas más, crimen que dio origen a una de las mayores demostraciones ciudadanas de repudio a la violencia en México, hoy cristalizada en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad). Actualmente, Édgar recibe tratamiento especial para su reinserción social. Su pena, de tres años en reclusión por cuatro homicidios y delitos contra la salud, fue criticada ácidamente desde el Congreso de Morelos y se anunció una reforma a la Ley de Justicia Penal para Adolescentes en esa entidad, orientada a elevar las penas para menores implicados en delitos graves, como homicidio, secuestro o violación, e impedir que recobren la libertad en el corto plazo, con un efecto ejemplificador; y mientras éste es el nivel del debate, el crimen organizado capta cada vez más niños. Según las estadísticas de la Fiscalía Especializada en Delincuencia Organizada, el empleo de menores de edad en labores de vigilancia, monitoreo, custodia y sicariato ha sido una práctica sistemática y progresiva durante los últimos años, ya que mientras en 2006 sólo se tomó conocimiento de un caso, esta cifra pasó a 20 en 2007; luego a 21, en 2008; a 25 para 2009; a 29 en 2010 y, entre enero y octubre de 2011, la PGR contabilizó 46 menores más laborando para cárteles, lo mismo en Aguascalientes que en Baja California, Coahuila, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Sonora, Tamaulipas, Veracruz o Zacatecas. Y, en 2012, el conteo no se detiene: tan sólo en abril pasado, una célula de 13 sicarios responsable de al menos 21 ejecuciones fue desmembrada en Nuevo León; siete de los detenidos son menores de edad. Al ser capturados, portaban seis rifles de asalto, cinco AR-15 y un AK-47, un millar de cartuchos y dos “tablas de tortura”, empleadas para castigar a víctimas de extorsión que no cumplen con sus pagos.
  • 13. “El problema del reclutamiento forzoso y, en particular, del de jóvenes y menores de edad por parte del crimen organizado hoy comienza a ser visualizado claramente –señala el investigador Alejandro Hope, especialista en inseguridad y narcotráfico–, y es probable que en la actualidad existan muchos jóvenes dentro de los grupos criminales, aun sicarios, que desean salir, pero que no pueden hacerlo porque lo primero que hacen estas organizaciones es recabar información sobre la persona y sobre su familia, contra quienes pesa una amenaza real hacia su vida en caso de deserción”. Se trata, señala el también titular del programa Menos Crimen, Menos Castigo, del Instituto Mexicano para la Competencia y del centro de análisis México Evalúa, “de relaciones de explotación por necesidad, por temor, que se engloban en un fenómeno de coerción relativamente poco estudiado y, desgraciadamente, mal documentado”. La danza M. es uno de esos jóvenes reclutados en su adolescencia por el crimen organizado. Por seguridad, su nombre, apodo y procedencia son omitidos. Sólo es posible decir que vive en uno de los estados con mayor índice delictivo del país y que creció en una zona marginal, “en donde nuestro elemento principal, el mío y el de mis homies, mis carnales, fueron los charcos y la tierra, porque no había canchas, no había un pastito… ahí andaba siempre la pandilla, nuestro mayor consuelo era la calle”. M. anda tumbado, es decir, “visto guango, cholo”; es fornido, su mirada es fría, sus párpados son abultados, como los de un boxeador, y habla secamente cuando recuerda los años 90, con un tono de añoranza. “En ese entonces ser parte de la pandilla era todavía un juego, era cuestión de decir: ‘somos los locos, somos los malos’, ésa era nuestra razón”. Eran tiempos en que se dedicaban, reconoce, al robo menor, confinados, como estaban, al desempleo permanente. “Y entonces –narra–, a finales de los 90 se empieza a manejar el asunto de los Equipos, los grupos del crimen organizado que se mueven en los barrios, que son una cosa distinta a la pandilla, definitivamente. –¿Por qué dices que Equipo y pandilla son cosas distintas? –se le pregunta. –La pandilla surge del núcleo familiar –explica M.–, surge del barrio, donde mi abuelita conoce a la abuelita de mi homie, y siempre va a haber un código de honor que te hace decir: ‘güey, espérate, es la jefita, es el barrio, son los niños, es la mujer, y son cosas que siempre tienes que respetar’; pero cuando llega el Equipo, el grupo criminal, se rompe con todo eso y lo único que vale es el dinero… Y opera así: te mando a un estado, te instalo en un hotel, te asigno una comunidad y, a través del vicio, de la droga, empiezas a conectar a la banda, empiezas a identificar quiénes son los locos del barrio, siempre mostrándote como un referente positivo: voy bien vestido, traigo una buena camioneta; entonces te ubico, veo si andas jodido y te digo: ‘¿Andas jodido, güey? Yo te enseño cómo le podemos hacer’, y después de eso te digo: ‘jálate a ese güey, jálate a ese otro’, y empieza a llegar la chula, la feria, el dinero fácil… y empieza a llegar buen material, buena droga, y eso siempre va a retumbar en los oídos de la pandilla, ¡siempre! Entonces, las pandillas iniciamos con una ideología que te mantenía dentro, con ciertos valores, con conceptos que por más que le muevan nunca iban a desaparecer, como el carnalismo, como la lealtad, como el respeto, pero cuando llegaron esos güeyes, los Equipos, todo valió verga.
  • 14. –¿De qué manera presionan a los jóvenes para servir al Equipo? –Mira, la cosa pasa así, buscan a un homie torcido, que necesite varo, si hoy ven que no tienes pa’ comer, hoy mismo te mandan un compa pa’ avisarte que están contratando… el problema es que lo que te toca hacer es jalarle, ir a cobrar la extorsión, la renta, mover la droga, y esos güeyes te obligan a que ejecutes la danza para ver tu valor; primero te destruyen moralmente, te cierran los ojos y te dicen: “a la verga, puto, usted ya no es dueño de su alma ni de su cuerpo, ahora nosotros somos los dueños… y también somos dueños de su familia, culero, porque si usted falla, los que la pagan son los de acá”… y así, dime: ¿quién no va a ejecutar la danza? Nueva leva En el año 2011, una década después de ratificar el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados, de la ONU, el Estado mexicano presentó su primer informe sobre la situación de los niños soldados, con la conclusión de que “México no se encuentra involucrado en conflictos armados (internos o internacionales) y por tanto no se presenta el reclutamiento o utilización de niños por parte de grupos armados”. Pero ante esta postura optimista, el Comité de Derechos del Niño de las Naciones Unidas opuso su “preocupación” ante lo que consideró falta de información “sobre el uso de niños por grupos armados no estatales y que, por consiguiente, (la autoridad) no tome ninguna medida para prevenirlo”. Por ello, el organismo de la ONU recomendó al Estado mexicano “tomar todas las medidas necesarias para asegurarse de que los niños no sean reclutados por grupos armados no estatales, identificando y monitoreando los diferentes grupos armados en el país, incluso los grupos paramilitares y los grupos de la delincuencia organizada”. –¿Los “niños sicarios” mexicanos caben en la definición de “niños soldados” del derecho internacional? –se pregunta al titular de Cauce Ciudadano, organización que ha realizado labores de intervención directa con jóvenes en situación de violencia no sólo en barrios de México, sino también de Colombia. –Hoy los cárteles están integrando equipos operativos, armados, con esquemas militares y paramilitares, para el control del territorio que se disputan entre grupos rivales –señala Carlos Cruz–. Y se estima, por ejemplo, que sólo en Morelos, Puebla, el DF y Guerrero existen 450 puntos de distribución de droga al mayoreo para abastecer las narcotienditas de estas cuatro entidades, que son custodiados por equipos de diez integrantes, básicamente jóvenes y adolescentes, en los que al menos seis están armados, lo que nos da un total de 4 mil 500 menores involucrados en labores de “seguridad”, de los que 2 mil 700, aproximadamente, manejan armamento, y esto ocurre sólo en cuatro de las 32 entidades del país, así que si sumamos todas las plazas de la geografía mexicana, estimamos nosotros que podría haber entre 50 mil y 100 mil chavos y chavas enrolados en los distintos cárteles, cumpliendo distintas funciones: de vigilantes, de sicarios, de operadores. Es por ello que, señala Cruz, en México existe un fenómeno de “leva”, de reclutamiento forzoso, cuya dimensión es tal que no puede ser abordado en términos penales, “porque son demasiados, no hay cárcel en la que puedan caber, no hay operativo que pueda arrestarlos; son una fuerza regular y como tal deben ser vistos; para todos esos chavos no debería haber persecución penal, sino un programa de desmovilización, de desarme y
  • 15. reintegración a la familia, al estudio y al trabajo, con incentivos económicos, tal como se hizo con los niños soldados que participaron en conflictos armados de Centroamérica o África”. Y con él coincide Juan Martín Pérez, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México, para quien los niños absorbidos por el crimen organizado mexicano son víctimas de un fenómeno que denomina “narcoexplotación, la cual va más allá de la explotación laboral, tal como la entendemos”. –¿Existe alguna diferencia entre los “niños soldados” de Colombia, reclutados por grupos armados que financia el narcotráfico, y los “niños sicarios” de México, enrolados también por grupos armados financiados por el narcotráfico? –se pregunta al director de la Red. –No –responde, sin titubeos–. No hay ninguna en términos conductuales o cognitivos, ni tampoco en los métodos de reclutamiento forzado… hablar de un niño sicario en México es lo mismo que hablar de los niños soldados en África, Colombia o Centroamérica. Sin embargo –insiste–, en materia de derecho internacional, en México no se podría hablar de niños soldados porque no hay una guerra… Y debido a esa interpretación legal, reconoce: “en México no existen programas de desmovilización para niños que han participado en hechos armados… no hay condiciones sociales para abordar el asunto y, de hecho, en ciertas áreas del país resulta suicida acercarse al tema en este momento”. Esclavos del narco: Migrantes, la presa de caza Por admin – 1 noviembre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA *Una investigación hecha por cuatro medios latinoamericanos, entre ellos Animal Político, de cómo el narco hace que personas con distintos perfiles, desde niños hasta adultos, y profesionales, trabajen para ellos a la fuerza Oaxaca, Oaxaca, Jueves 01 de Noviembre, 2012 (Paris Martínez / animalpolitico.com).- Insight Crime presenta un especial realizado por cuatro medios latinoamericanos sobre crimen organizado y derechos humanos. El primer especial fue sobre desplazamiento forzado en México, Colombia, Guatemala y El Salvador. Este segundo, que hoy te presentamos, es sobre esclavos del narco. Los hombres, mujeres, niños y profesionales que se convirtieron en trabajadores forzados para grupos delictivos.
  • 16. Animal Político realizó una investigación en los estados de la República donde este problema se ha presentado de manera frecuente y te presenta los datos, las historias y testimonios de aquellos a quienes les fue arrebatado algún ser querido para trabajar para el narco. Migrantes, la presa de caza Es julio e Irwin acaba de cumplir 20 años hace unos días. Lo celebró cruzando de Guatemala a México. Irwin es hondureño, taekwondoín desde la adolescencia y cursó los primeros meses de la carrera de administración, hasta que la imposibilidad de hallar un empleo lo orilló a dejar los estudios; decidió entonces partir hacia Estados Unidos. Irwin camina hacia la central camionera de Tenosique, Tabasco, que es, junto con Chiapas, la puerta de entrada de los centroamericanos indocumentados a la geografía mexicana. Explora la posibilidad de burlar los retenes de Migración, tomando rutas de transporte local, pero lo persuade la presencia de un puesto de la Migra a unos metros de la salida carretera. Observa de lejos la línea de asfalto y enciende un cigarro. Ésta es la segunda ocasión que toma el camino, luego de que fue deportado de Estados Unidos a finales de 2011, tras permanecer poco más de un año en Nueva Orleans. Como aquella primera vez, Irwin viene con las bolsas vacías, pero ahora le preocupa reunir dinero y estar, así, en condiciones de pagar su “cruce” a los grupos criminales que controlan la frontera norte y de los que ya fue víctima en su primer intento. “Cuando uno no tiene para pagar –advierte–, vienen los de los cárteles, Los Zetas o El Golfo, o cualquier otro, y le dicen a uno: ‘Ah, ¿no tienes dinero para que te dejemos pasar? Entonces tienes que llevar 20 kilos de mota, o 10 de coca, desde la frontera hasta Houston’ o a la ciudad de Estados Unidos que ellos digan…” Irwin fue usado como morralero, “así le dicen cuando te obligan a cruzar la droga por la frontera.” –¿Y si te niegas? Irwin suelta una carcajada.
  • 17. –¡Pues te secuestran o te matan! –responde– Y yo lo que hice fue aceptar, si no, ¿pa’ dónde se hace uno? Si no aceptas, igual te va a ir mal. Y entonces uno se va a Estados Unidos arriesgándose a que lo agarren con la droga, y que lo manden a uno preso cinco, diez años, pero uno se arriesga… El que no arriesga no gana… –remata, sin triunfalismos– Entregué la droga donde me dijeron y me les fui a la chingada, me les escapé… Irwin aplasta la colilla contra el asfalto de la carretera. En diez días ha cruzado de Honduras a Guatemala y, estando ya en territorio mexicano, es consciente de que lo peor del camino apenas empieza. Sabe que caer presa de “La Maña”, como él y otros nombran al conjunto de mafias que operan en el país, implica no ser más dueño de ti, de tu destino. Más que secuestros “La esclavitud ya no es como en el siglo XVIII”, explica la hermana Leticia Gutiérrez, directora de la Pastoral de la Movilidad Humana, la más amplia red de atención a migrantes en México, compuesta por 54 albergues y comedores que la Iglesia católica tiene repartidos a lo largo del país, y que intentan brindar, en la medida de sus capacidades, atención humanitaria a los 150 mil centroamericanos que cada año se internan en territorio nacional, con miras a llegar a Estados Unidos. Se trata de una mujer joven y sonriente, en cuyo pecho pende una pequeña cruz cóncava, bella por la sencillez con la que fue tallada sobre un trozo de madera. “Me parece –abunda– que la realidad mexicana y el contexto social mundial dan mucha tela de dónde cortar para hablar en este momento de esclavitud. Por ejemplo, en el caso de los migrantes secuestrados por el crimen organizado (entre 30 y 60 mil en los últimos tres años, según cálculos de grupos civiles), hay un control agresivo, violento, psicológico, físico y territorial contra la víctima. Y ese sometimiento va más allá de mantenerlos retenidos o ponerles grilletes mientras pagan por ellos.” Además de ser privados de la libertad y torturados, destaca la religiosa, “una de las denuncias que encontramos recurrentemente, al hablar con migrantes que han sido raptados por las mafias, y sobrevivido, es que durante su cautiverio se les da un uso. Por ejemplo, los llevan a casas en donde hay entre 200 y 400 personas cautivas; fincas, quintas, haciendas, espacios grandes donde los ponen a trabajar para construir o reconstruir la casa, a realizar labores de albañilería o remodelación, siempre vigilados; además, a las mujeres las obligan preparar la comida para el grupo, así como a acostarse con los captores.” Y en otros casos, añade, los migrantes cautivos son empleados directamente en la comisión de delitos. “Algunos son obligados a cruzar droga a Estados Unidos, o a involucrarse en otras actividades criminales mediante amenaza, mediante coacción.”
  • 18. Estas prácticas, concluye, no deben verse como secuestros típicos, ya que “estos son abusos que conforman otras violencias dentro del delito de secuestro, que luego de una ardua lucha y denuncia han logrado, incluso, tipificarse penalmente, como ocurre con el trabajo forzado y la trata de personas con fines de explotación, que son términos que deben citarse explícitamente, y que nos hablan de esclavitud”. Sicarios El involucramiento por coacción en el trasiego fronterizo de drogas, señala Alfredo Díaz Barrera, cónsul general de El Salvador en México, es una práctica común a la que se ven sometidos los migrantes y, como muestra, narra el caso más reciente que ha llegado hasta su oficina. “Me llegó el testimonio de una persona salvadoreña, que fue capturada junto con un grupo mayor de centroamericanos poco antes de llegar a la frontera norte. A ellos se les acercaron los delincuentes y les dijeron: ‘Nosotros les ofrecemos trabajo, y va a consistir en cargar durante cierto tramo algo que les vamos a dar; el que no quiera sólo tiene que dar un paso al frente’. Dos personas –continúa el cónsul– dan el paso al frente y en ese instante las ejecutan, para luego preguntar al resto: ‘¿Alguien más no quiere trabajar para nosotros?”. Y esto es así, expone, porque las rutas de los migrantes centroamericanos están sobrepuestas a las del narcotráfico y el contrabando, y es ahí, subraya, “donde se han desarrollado las formas más abyectas de esclavitud, las formas más bestiales de servidumbre y explotación, laboral y sexual, cometidas contra personas cuya vulnerabilidad es casi absoluta y llevadas a cabo con una impunidad increíble”. Lamentablemente, señala el diplomático, es imposible cuantificar con precisión el número de víctimas, ya que la mayor parte de los casos no son denunciados, por el temor de los afectados a que las autoridades mexicanas terminen deportándolos. Pero el trabajo de morraleros no es el único destino para aquellos migrantes cooptados por el hampa, explica, por su parte, el padre Pedro Pantoja, asesor episcopal en materia de migración y pionero en la defensa de los centroamericanos indocumentados en México, asentado actualmente en Coahuila, punto donde la vía que viene del sur se trifurca hacia los estados fronterizos de Tamaulipas, Nuevo León y Chihuahua, y en el que fundó la Posada del Migrante Belén. Pantoja es un hombre alto, de gesto duro y voz suave, en cuyas arrugas faciales bien encajan lo mismo la alegría que la ira. Habla sin perder la cordialidad, aunque tampoco oculta la desesperación. “Son muchas las formas que emplean los delincuentes para trabajar la carne, la mercancía del migrante… aquí, en Coahuila, hemos visto que una de las formas en que los aprovechan, por ejemplo, es promoviéndolos como sicarios… tenemos testimonios de migrantes jóvenes que han sido forzados a trabajar como sicarios.”
  • 19. Es la historia de C.M., quien aguarda al borde de los rieles, en la estación Lechería, a un costado de la Ciudad de México, punto nodal de la ruta ferroviaria donde se cruzan las vías que vienen de los cuatro puntos cardinales del país. Es un nicaragüense sonriente, cuyo brazo derecho apenas se recupera del tirón sufrido al intentar asirse de un vagón en movimiento. C.M. ha sido deportado cinco veces de Estados Unidos, ésta será, “con suerte”, la sexta y última vez que llegue, “y ojalá que no me vuelvan a sacar”. En su primer viaje, fue raptado en la estación Orizaba, de Veracruz y, al no tener dinero ni familiares que pudieran pagar su rescate, narra, “fui reclutado”. “Estuve como un mes y 15 días en un lugar grande, cerrado –narra, en la veloz dicción de los nicaragüenses–, al día me daban de comer tres tortillas, una cucharada de arroz, o de frijoles, o de huevo, y un vasito de agua, nada más, era sólo como para que no nos muriéramos de hambre.” En ese lugar, recuerda, permaneció cautivo con 38 jóvenes más. “Había dos o tres mexicanos, pero la mayoría eran centroamericanos, como secuestrados… Así estuve, recibiendo cátedras, para aprender a desarmar un rifle EG-3, un R-15, un cuerno de chivo.” Y en ese mes y medio, reconoce C.M., su único compañero fue el miedo. “Yo era el nuevo, y los otros (secuestrados) ya se tenían confianza, así que conmigo jodían, me molestaban, decían que me iba a escapar, ‘tú eres un contra’, me decían, un contrario, así siempre era conmigo, pero siempre estábamos todos con un temor: que llegara El Coma, el Comandante, y nos matara a todos… siempre con un temor, pero llegó el día en que pude salir de ahí, y me fui sin saber nunca para quién trabajaba, no supe en realidad el grupo ni a quién chingados servía eso”. Las esclavas En el caso particular de las mujeres migrantes que son raptadas en su camino al norte, señala la titular de la Pastoral de la Movilidad Humana en México, éstas son obligadas a preparar la comida para el grupo de cautivos, así como a ser esclavas sexuales de los delincuentes que las retienen, “y ésos son abusos que las víctimas describen de manera reiterada, que conforman otras violencias dentro del delito de secuestro, y que luego de una ardua lucha y denuncia han logrado ser tipificadas penalmente, como ocurre con el trabajo forzado y la trata de personas con fines de explotación”. Esa es la experiencia sufrida por Ilse, hondureña de 23 años que se internó en México en mayo pasado, acompañada por dos primos. Junto a ellos, Ilse creía estar segura, sin embargo, cuando en Tabasco fue atacado
  • 20. el tren en que viajaban de polizones, sus dos familiares varones salieron huyendo despavoridos y abandonaron a su suerte a esta joven de piel morena, enormes pestañas recargadas de rímel y párpados manchados de azul. “Vinieron unos muchachos e hicieron disparos al aire –narra, con voz enronquecida, una semana después de su liberación–; todos los que veníamos en el tren nos bajamos y ellos nos agarraron. Eran seis muchachos que nos llevaron a un rancho, en el poblado de Independencia; eran cinco mexicanos y un hondureño… me pusieron la pistola en la cabeza y me dijeron que si no les daba un número de teléfono (para exigir el rescate) me iban a matar.” Ésta se trata de la segunda vez que Ilse es raptada por una banda del crimen organizado en su intento por reunirse con su familia en Estados Unidos y, en su primer cautiverio, fue agredida sexualmente por sus captores, revela el pasante de abogado que realiza sus prácticas profesionales en la Casa-Refugio para Migrantes La 72, de Tabasco, quien registró su testimonio. En esta segunda ocasión, abunda el pasante, Ilse fue insultada, amenazada, pateada, golpeada con la cacha de una pistola y obligada a beber agua de un charco, además de que su familia debió enviar a los plagiarios 10 mil dólares, a cambio de su vida. Al ser cuestionada si, además de golpes, durante este segundo secuestro hubo otro tipo de abusos que quisiera denunciar, Ilse mira fijamente a su interlocutor, con frialdad, medita una respuesta por unos segundos y, cuando está a punto de iniciar, desiste. “No –murmura, con desconfianza–, así está bien…”. Y a las labores domésticas y el sometimiento sexual, abunda la hermana Leticia Gutiérrez, se suma la participación en delitos. “Hay víctimas varones que fueron enganchados por mujeres que los abordaron en centrales de autobuses, y que con engaños los llevaron a casas de seguridad, donde fueron retenidos… y los mismos secuestrados dicen que para ellas no había opción, porque tenían amenazadas a sus familias, los delincuentes sabían cuáles eran los pueblos de origen de estas mujeres y, dado que estas redes criminales son trasnacionales y mantienen un diálogo entre sus distintas plazas, ellas saben bien que una amenaza formulada en Tijuana puede ser cumplida en El Salvador al día siguiente”. La espiral de violencia en que las víctimas capturadas por el crimen organizado se ven envueltas, se prolonga a extremos inhumanos, añade el padre Pantoja. “Tenemos testimonios de mujeres jóvenes que han sido forzadas a trabajar hasta como verdugos –explica el religioso–; es común que las mujeres que sobreviven al cautiverio narren cómo fueron otras mujeres, también centroamericanas, las que las golpeaban para que dieran información, y que al preguntarles ellas por qué lo hacían, la respuesta era: ‘si no lo hago, me matan a mí’…” La negación
  • 21. Cuando se captura a una persona y se dispone de su destino, para que de ella sea lo que el sojuzgador guste, como convertirla en sirviente, someterla a trabajos forzosos, e incluso venderla, cederla, desecharla, maltratarla o matarla, se configura un caso de esclavitud, según la definición vigente de la ONU, a la que México se adhirió desde 1934. Con esta definición como base, explica Alberto Xicoténcatl, director de la asociación civil Frontera con Justicia, la captura, sistemática y continuada, de miles de centroamericanos en trayecto a Estados Unidos, es el primer rasgo que permite reconocer a ésta como una situación de “esclavismo”. “El crimen organizado –explica el defensor de derechos humanos– ha asumido a esta población como presas de caza; para ellos, los migrantes se convierten en una mercancía por la que obtendrán una ganancia”, independientemente de las formas de explotación física de las que son sujetos, y el valor en el que tasan la vida de cada uno, afirma, “actualmente es de 3 mil dólares, por lo menos”, logrando así, al cabo de un trienio, ganancias superiores a los 50 millones de dólares. “El secuestro de migrantes por parte del crimen organizado adquirió ya proporciones de tragedia humanitaria – subraya–, se trata de una práctica delictiva sistemática y continuada, que las autoridades no quisieron reconocer sino hasta que la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas (agosto de 2010), volvió imposible que continuaran negando la existencia de este problema.” El reconocimiento de esta práctica generalizada, sin embargo, va de más a menos: mientras las agrupaciones civiles dedicadas a la atención de migrantes han registrado alrededor de 60 mil secuestros en el último trienio, la Comisión Nacional de Derechos Humanos logró documentar 21 mil casos. El gobierno mexicano, por su parte, niega la veracidad de tales datos y afirma que entre enero de 2008 y abril de 2010 sólo hubo 393 migrantes víctimas de secuestro. No obstante, el mismo informe, sin embargo, presenta datos que se contradicen, pues asegura que en los últimos cuatro meses del periodo analizado, el Ejército liberó a 515 centroamericanos privados de la libertad por el crimen organizado, es decir, 122 más de las que el gobierno presentó como cifra total de víctimas. Complicidad oficial Poco después de la masacre de migrantes raptados en San Fernando, fray Tomás González llegó a Tenosique, Tabasco, donde además de encabezar las labores pastorales, fundó el Hogar-Refugio La 72, nombrado así en homenaje a las víctimas de aquella matanza.
  • 22. “Nosotros no hemos tenido mucho tiempo para analizar la evolución de las estrategias de crimen –platica el franciscano, teniendo de fondo un óleo que muestra a Jesús, con características fisonómicas mayas, clavado a una cruz de grecas–, nosotros teníamos un río de sangre al cual era urgente poner un dique, llegaban los migrantes a denunciar secuestros, asaltos, violaciones sexuales, y también extorsiones de los distintos cuerpos de seguridad, desde la Policía Municipal, hasta el Ejército Mexicano, pasando por la Policía Federal, la Procuraduría General de la República y el Instituto Nacional de Migración (INM)…. Y ese dique era la denuncia pública y ante las autoridades, aún estando infiltradas”. –¿Cuál es el grado de complicidad entre funcionarios y crimen organizado, en materia migratoria? –se le pregunta. –Es tanta que, por ejemplo, el año pasado nosotros detectamos una red de trata de mujeres centroamericanas, que era dirigida ni más ni menos que por el entonces delegado regional de Migración, Jorge Luis Mendoza Cruz, quien sometía a explotación sexual a jovencitas que enganchaba con la promesa de expedirles permisos de internamiento en el país. Actualmente, este ex funcionario enfrenta proceso en prisión por la violación de una hondureña de 14 años, a la que sus cómplices extrajeron del mismo refugio de Fray Tomás y, destaca el fraile, antes de que el Mendoza Cruz fuera aprehendido, “en el Instituto Nacional de Migración hicieron de todo para encubrirlo, incluso lo movieron de Tenosique y lo pusieron al frente del órgano de control en Tabasco, para que él fuera su propio juez… hoy está preso”. Por ello, admite, con frialdad: “No somos ingenuos, esto no hay quien lo pare. Parece una maldición el ser centroamericano, una maldición ser pobre, pues te conviertes en la mejor mercancía para el crimen organizado.” Sin embargo, destaca este hombre moreno, vigoroso, así como ha florecido la estrategia de la delincuencia en contra de los migrantes, también han florecido en todo el país los refugios para protegerlos; y son albergues donde no sólo reciben agua, comida y hospedaje, sino donde se defienden sus derechos humanos, donde se pelea por una migración sin violencia. “Nosotros no queremos que deje de haber migrantes –concluye–, nuestra meta final no es detener el flujo migratorio; de hecho, nuestra meta final es que deje de haber refugios para ellos, que desaparezcan todos los refugios, en el entendido de que vamos a llegar a una migración libre, no forzada, en donde las personas que van en el camino nos sean presa de nadie… sé que esto es una utopía, más en las circunstancias en las que está México, pero esa es la apuesta”.
  • 23. Grecia, la mujer que fue vendida a “Los Zetas” Por admin – 1 noviembre, 2012Publicado en: LAS DESTACADAS, NACIONAL, POLICIACA Oaxaca, Oaxaca, Jueves 01 de Noviembre, 2012 (Por Óscar Martínez – elfaro.net).- Una mujer que intentaba migrar cuenta cómo terminó refundida en un prostíbulo del norte mexicano, a manos de Los Zetas. Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia. —¿En qué parte se lo hicieron? —En la pantorrila de la pierna derecha. Nos llevaron a un lugar donde nos hicieron el tatuaje. Nos dieron de comer y de oler una sustancia que me durmió. Cuando desperté ya tenía el tatuaje. Es una mariposa en una rama, la cual forma la zeta. Esa era la distinción, significaba que era de ellos, que era mercancía.
  • 24. *** Grecia se ha ido. Relató dos veces de qué forma un grupo de crimen organizado utilizó su cuerpo como recipiente de lo que les dio la gana. Luego tuvo que irse. Lo relató ante las autoridades de El Salvador y ante las de México. Grecia ya no vive más en El Salvador. Es una refugiada en algún otro país. Por protocolo de seguridad pocos saben cuál es ese país. Sé que tiene 29 años, que tiene tres hijos de seis, tres años y diez meses, que es casada y era desempleada cuando decidió migrar. Las únicas palabras de Grecia que he escuchado provienen de la grabación de una voz que no es suya. Se trata de los 52 minutos que tardé en leer para la grabadora la declaración anticipada que ella rindió para un juez en El Salvador. En una diligencia hecha para el Juzgado Noveno de Paz de la ciudad de San Salvador, enfrente de uno de los que ella reconocía como victimario, a las nueve de la mañana del 2 de julio del año 2010, la testigo conocida como Grecia contestó a las preguntas de fiscales y defensores que le preguntaron qué le ocurrió. Cómo sobrevivió. *** Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia. —¿Por qué razón fue citada por este juzgado? Usted fue citada por este juzgado para que se haga justicia sobre los delitos de secuestro, violación y trata de personas cometidos en su contra. ¿Cuándo inició el viaje a Estados Unidos? —El día 13 de abril del año 2009. —¿Con qué intención inició el viaje? —Debido a la situación económica del país.
  • 25. —¿Con quién inició el viaje? —Con el señor Ovidio Guardado —Describa físicamente al señor Ovidio. —Es una persona del sexo masculino de 69 años de edad aproximadamente, piel blanca, cabello corto, canoso, ondulado, de 1.77 aproximadamente de altura, sin dentadura. Tiene una cicatriz en la cabeza. —¿Qué hizo este señor? —Me engañó. En ningún momento me dijo que era coyote. Dijo que íbamos a ir a Estados Unidos, y ya estando en México mostró su verdadero objetivo. —¿Y cuál era su objetivo? —El primer objetivo de él era violarme, pero debido a la situación, esto no pudo ser. —Cuando se menciona que inició el viaje, ¿cuántas personas la acompañaron en este viaje? —Solamente el señor Ovidio. Ovidio es un campesino moreno y arrugado, pero aún fuerte, como un árbol seco, sin hojas, pero que seguirá en pie por años. Ovidio es pariente del esposo de Grecia. Ovidio es vecino de la mamá y de la suegra de Grecia. Grecia confiaba en Ovidio. ***
  • 26. Tal como le ocurrió a Grecia, el anzuelo en la mayoría de casos de mujeres convertidas en mercancía es la esperanza de salir de la pobreza. Uno de esos casos es el de la red de Barberena, que no solo habla de la procedencia de las víctimas, sino que revela muchas otras facetas de los grupos de tratantes de la región. La de Barberena era una estructura de 12 hombres y una mujer que operó hasta 2006 en Barberena, un municipio rural del departamento guatemalteco de Santa Rosa, en la costa Pacífica de aquel país. Una red asesina que incluso tenía una finca de maíz donde hacían sangrientos rituales para vestir de pánico a sus víctimas. Una red corrupta que tuvo la suerte de que un juez salvadoreño dejara en libertad a la mayoría de sus integrantes. Pero de esas facetas de la red ya habrá tiempo de hablar. Ahora mismo, lo que interesa es que ese grupo criminal arroje pistas de la selección de las víctimas. La red de Barberena operaba desde el bar El Pantanal. La modalidad de engaño era sencilla. Enviaban en expedición a hombres salvadoreños o mujeres salvadoreñas que tras años de ser obligadas a servir sexualmente en El Pantanal –una de las sobrevivientes estuvo siete años encerrada ahí– terminaban creando una costumbre insana a la que se llega a través del exceso de maltrato. Enviaban a estos hombres y mujeres a cantones y caseríos de los departamentos fronterizos de Santa Ana y Ahuachapán en El Salvador. Recorrían las humildes casas con la excusa de ser empleados de un supermercado y un comedor recién abiertos en Barberena que necesitaban de personal. Ofrecían 70 dólares semanales más todos los costos del traslado hasta Barberena, e incluso 50 dólares en mano para que la engañada dejara a su familia. Los cuatro países del norte centroamericano son de origen, tránsito y destino de víctimas de trata, en los cuatro países ocurren casos de explotación sexual. Las cifras explican que Nicaragua, El Salvador y Honduras son los países de donde provienen la mayoría de las víctimas del mercado de la trata del norte de la región. Guatemala es el lugar por excelencia donde esas víctimas son esclavizadas. Y los cuatro son, gracias a los miles de migrantes que producen, la gran cantera de los tratantes mexicanos. Los expertos –oenegés, fiscales, policías, organismos internacionales– explican que la vecindad con México y el enorme flujo de migrantes que atraviesa Guatemala hacen de ese país un lugar ideal para las bandas de trata. Los timadores que recorren cantones, aldeas y caseríos no trabajan como mormones que van de casa en casa buscando que con suerte les abra la puerta alguien dispuesto a tragarse su monserga. Estos timadores conviven en la zona, son de sus alrededores, conocen a los pobladores, se hacen pasar por benefactores, echan raíces con nombres falsos. Algunos, dice la encargada de atención sicológica de víctimas de trata de la Fiscalía salvadoreña, Silvia Saravia, saben tanto de las mujeres a las que se acercan, que incluso saben si han sido violadas en su entorno cercano. Los tratantes huelen el desamparo y la vulnerabilidad como los tiburones la sangre. Las mujeres desesperadas que aceptaban debían viajar casi una hora hasta llegar a las puertas de El Pantanal. Sin ninguna demora, eran recibidas por hombres armados y una mujer guatemalteca, Sonia García. Sonia les pedía que cambiaran su ropa conservadora, de mujer evangélica en muchos casos, y que vistieran la minifalda y
  • 27. la camisa de amplio escote y colores chillones que les ofrecía. Les decía que desde ese momento debían salir a la sala principal de la casona y convencer a los hombres borrachos de que pagaran 50 quetzales (unos siete dólares) por desfogarse con ellas durante 30 minutos. Ellas, las víctimas, normalmente decían que no, que ese trabajo no era el acuerdo. Entonces, los hombres que rodeaban a Sonia, salvadoreños en su mayoría, les explicaban con los puños y con bates de beisbol que no se trataba de una oferta, sino de una orden. Cuando en el penal de Apanteos, en Santa Ana, conversé a mediados de agosto con Rigoberto Morán Martínez, uno de los seis condenados por ser de la red de Barberena, él dijo que casi ninguna de las mujeres trabajó la primera semana durante los cerca de dos años que él sirvió en El Pantanal. La mayoría pasaba la primera semana con la cara desfigurada, morada. Y a los clientes de El Pantanal, las mujeres de rostro morado no les gustaban. Pero la conversación con Rigoberto, un hombre que toda su vida ha utilizado un fusil como herramienta de trabajo, nos enseñará luego otras lecciones. A finales de 2007, 16 de las sobrevivientes de El Pantanal rendían declaración en el juzgado salvadoreño. Veintiséis mujeres en total habían sido rescatadas en un operativo conjunto entre la Interpol de Guatemala y la Fiscalía y Policía salvadoreñas. 20 de ellas eran salvadoreñas. Las otras seis eran nicaragüenses y guatemaltecas. Esto debido a que la mayoría de enganchadores de la red eran de El Salvador. El informe de este año publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito explica que en El Salvador, las víctimas de trata para explotación sexual detectadas por la Policía entre 2005 y 2010 eran en un 79% nacionales. En cambio, en Guatemala, en el mismo período, solo el 4% de las víctimas era de ese país. El 89% eran personas de Honduras, El Salvador y Nicaragua. El consenso de estudios y expertos es que las víctimas, eso sí, proceden de un lugar común entre estos países de Centroamérica: la pobreza. Una salvadoreña rescatada de El Pantanal era menor de edad. Durante el proceso, para que rindiera declaración como testigo protegida, a ella le llamaron Carmencita. Sobre por qué aceptó, a sus 15 años, dejar a su familia e ir a trabajar a Barberena, esta fue su respuesta: —Había días que mi mami no tenía para comprar frijoles. Sobre aquello que tuvo que soportar en su búsqueda por conseguir esos frijoles, Carmencita dijo esto:
  • 28. —Había días en los que estaba hasta con siete hombres, pero como a mí no me gustaba nada de eso, hacía berrinche. Un día que el dueño se puso bolo, nos comenzó a pegar con el machete y a mí me hirió la pierna. Yo, llorando, le decía que me llevara al hospital. La herida se me infectó, y sólo me decía que me limpiara la pierna porque daba asco a los clientes. A los clientes, una niña de 15 años con una herida profunda en la pierna lo que les daba era asco. *** Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia. —¿Y luego qué pasó? —Una vez llegada la noche, el señor Ovidio me llevó hacia un establo que se encuentra a unas cuatro horas de un río que se llama Las Palmas. Eran las 11 de la noche aproximadamente, solo se veían tres caballos. Él me dijo que su Dios le había hablado y que yo tenía que ser de él. —¿Hizo algo? —Me puse agresiva, no me dejé tocar. (Ovidio) Se puso violento, me amenazó con una uña larga que tenía, dijo que no era la primera vez que mataba a una persona con una uña. Le dije al señor Ovidio que iba a hacer mis necesidades. En ese momento intento huir, salgo corriendo, llego a un lugar que le dicen El Batallón. Corrí por 45 minutos. Les dije que venía huyendo porque el señor Ovidio quería abusar de mí. Un soldado me contestó que no me preocupara, que me quedara a dormir en ese lugar. Según su relato, al quinto día de haber salido de El Salvador, ya en México, en el Estado de Tabasco, Grecia se separó de Ovidio. Antes de que lo hiciera, recordó Grecia, él le dijo que conocería el infierno en la tierra. Luego de dormir una noche frente a una guarnición militar mexicana, Grecia volvió a buscar el camino para llegar hasta las vías del tren de Tenosique, la ciudad mexicana que abre la ruta Atlántica del llamado Tren de la Muerte, que abordan los polizones centroamericanos que buscan una mejor vida en Estados Unidos. Grecia encontró a un grupo de migrantes de diferentes países de la región y les preguntó si podía unirse a ellos, les contó lo que Ovidio había intentado una y otra noche durante el viaje. Ellos le respondieron que podía unirse. Y con ellos llegó hasta las vías, un sitio que Grecia describe de la siguiente manera: “Hay champas, hay tiendas, en la parte de enfrente hay como un hotel desalojado, también hay un pantano, había más personas indocumentadas y personas armadas”.
  • 29. Tenosique, casi frontera con Petén, Guatemala, es una de las ciudades malditas de la migración. De hecho, el hotel al que Grecia se refiere es un hotel que funcionó hasta principios de 2009, y era utilizado por grupos criminales para alojar a los migrantes secuestrados antes de trasladarlos a otras ciudades del norte. Paradójicamente, el nombre del hotel era California. Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia. —¿A qué se refiere con personas armadas? —Se encargan de llevar gente hacia arriba. Iban con jeans y camisas. Dominaban el lugar, ellos mandaban, controlaban las zonas de las vías del tren. Mencionaron que eran de una organización denominada Los Zetas, y que mandaban en la zona. —¿Cuántas personas estaban en ese lugar? —Unas 20. —¿Qué tipo de armas tenían? —Eran fusiles, armas grandes, pistolas, un hondureño que estaba ahí decía que era una Uzi… *** —¿Quién vigilaba a las mujeres en El Pantanal? –le pregunto a Rigoberto en este patio conocido como la zona verde del penal de Apanteos en El Salvador. Rigoberto es un hombre de 48 años que estudió solo un año en la escuela, que cultivó milpas de maíz toda su infancia y adolescencia, que en 1982, cuando tenía 18 años y la guerra civil salvadoreña apenas empezaba, fue reclutado por el Ejército, que cuando la guerra terminó siguió trabajando de cargar un fusil, en este caso como guardia de seguridad de una empresa de esas que alquila hombres como Rigoberto a negocios, farmacias, tiendas, supermercados, ferreterías…
  • 30. —Era gente confiable de él, familia de él. Hombres armados –contesta este hombre bajito, recio, fibroso, de rostro anguloso con un delgado bigote. Se refiere a los hombres de Adán Cerritos, el jefe de la banda de tratantes de Barberena. —¿Llevaban armas largas? —¿Y no de eso estamos hablando, pues? -¿Custodiaban a las mujeres todo el tiempo? —Todo el tiempo. La banda de Barberena dibuja con trazos claros muchos de los rasgos comunes de los tratantes de Centroamérica. Uno de esos rasgos es el de la confección del grupo con gente cercana, parientes de ser posible, que administran los burdeles; y, más abajo, unos pocos empleados sin poder, enganchadores y matones que se encargan de llevar chicas y atizarlas a golpes de vez en cuando. Si bien la banda de Barberena era una banda internacional que engañaba mujeres en tres países, no dejaba de ser un grupo pequeño, que lejos de parecerse a las monstruosas estructuras de los cárteles de la droga, optó por consolidar su bastión único en la comodidad de lo apartado y lo rural. Ahora, ser una banda pequeña no implica ser una banda solitaria. —¿Por qué nunca denunció lo que pasaba ahí? –pregunto a Rigoberto, concediéndole por un momento una pizca de credibilidad a su argumento de que él era un simple “barrendero, cholero” en el bar El Pantanal. Rigoberto, tras dos años prófugo, fue condenado a seis años de prisión por el delito de trata de personas en febrero de 2011. La condena máxima en El Salvador por el delito de vender a alguien para que sea utilizado como un objeto es de diez años, tres meses y tres días en el caso de que haya agravantes, como que la víctima sea menor de edad. La versión de Rigoberto es que él llegó hasta ahí engañado por una salvadoreña que era enganchadora de la red de Barberena, cocinera en El Pantanal, y de la cual él se había enamorado perdidamente. —Porque allá no se podía, ya le dije, estaba vendida la policía de allá. No se podía. Arriesgaba mi vida. Podía ser muerto. Yo no sé cuánto dejaba de dinero (Cerritos a la policía) –contesta mientras el sol cae. —¿Nunca vio mujeres escapar o pedir ayuda?
  • 31. —No se podía. Tal vez yo hubiera sido uno de los que les diera ayuda, pero no se podía, porque ese hombre (Cerritos) tenía comprada a toda la policía de Cuilapa, de Barberena. Cuando iba a llegar gente de la capital a hacer un cateo de mujeres, la policía ya le había avisado que escondiera a las mujeres. Tal vez dejaba a algunas mujeres que estaban legales. A las demás las escondía en un lugar ahí mismo en el bar, o un día antes las llevaba a esa mentada finca. Había un montón de cafetales alrededor, y él sembraba 60 manzanas de milpa. La red de Barberena, pequeña y discreta, dueña de un solo burdel, operaba a escala como toda gran red criminal: corrompiendo. Rigoberto asegura que los policías de Barberena y Cuilapa, municipio vecino, pasaban a recoger semanalmente el pago que Cerritos les daba, y que además eran clientes VIP en El Pantanal, al igual que algunos empleados de las alcaldías de esos mismos municipios. Las alianzas no terminaban ahí, Rigoberto explica que pandilleros de la Mara Salvatrucha de la zona de Ahuachapán, frontera con Guatemala, operaban también como enganchadores. De hecho, un pandillero salvadoreño, Marco Antonio Godoy, cumple condena como parte del grupo de tratantes. La red de Barberena, pequeña y discreta, operaba a escala como toda gran red criminal: cometía todos los delitos a su alcance si estos dejaban lucro. Durante el juicio, dos de las mujeres rescatadas de El Pantanal aseguraron que en varias ocasiones los dueños del negocio vendieron por cantidades cercanas a los 5,000 dólares a recién nacidos paridos por las mismas víctimas de trata. *** El Salvador logró en 2011 ganar 11 casos de trata, todos de grupos pequeños. Y a pesar de que el número de casos ganados suena a poco, es el país centroamericano que más triunfos por este delito ha obtenido en las cortes hasta 2011, lo que habla de algún avance, pero de ninguna manera de un ideal en el tema. La trata es un delito al alcance de la mano. Las víctimas pertenecen al ejército de los nadie de esta región, y los victimarios no necesariamente son delincuentes de trayectoria en el rubro, sino que muchas veces son emprendedores del mundo del crimen que ven en este delito un cóctel de ingredientes, entre estados débiles y víctimas desamparadas, muy apetecible. La UNDOC establece una constante desesperanzadora: solo una de cada 30 víctimas de trata en la región será detectada. Los de Barberena, a comparación de otros tratantes, eran una red consolidada. Por ejemplo, en El Salvador, Ángel Mauricio Ayala, Kevin Oswaldo Chicas Lobato y Joel Josué Mendoza fueron condenados en 2011 a seis años y ocho meses de prisión por haber obligado a dos nicaragüenses que buscaban empleo en el oriental departamento de San Miguel a prostituirse en una cervecería y, a la que consideraban demasiado vieja para atender clientes, a servir sin paga como empleada doméstica. La vieja tenía 24 años.
  • 32. Nelson Orlando Campos y Juan Humberto Ramírez Carranza engañaron a dos adolescentes guatemaltecas que, en lugar de modelar ropa, terminaron aplastadas por hombres sudorosos en una cervecería. Penan nueve y ocho años un mes. O Juan Alfonso Cuéllar, que vendió en México a una salvadoreña que viajaba indocumentada rumbo a Estados Unidos y que terminó siendo explotada sexualmente en ese país en un caso similar al de Grecia. Fue condenado a cuatro años el 9 de agosto del año pasado. Eso quiere decir que el 9 de agosto de 2013, al cumplir media condena, y si ha sido un reo ejemplar, podría pasar a fase de semilibertad, en incluso a libertad condicional. “¡Él vendió a un ser humano!”, se quejó indignada Violeta Olivares, la coordinadora de la unidad especializada de trata de la Fiscalía de El Salvador (FGR). En esa unidad, a las condenas de trata como poco las tildan de risibles. “Una mierda de penas”, me dijo una fiscal del equipo en un arrebato de franqueza. En El Salvador, un hombre que cometa el delito de robo, que, por ejemplo, asalte un bus y se lleve celulares, carteras y anillos, y sea detenido y condenado, estaría más años en la cárcel que Cuéllar, que vendió a una mujer. El ladrón recibiría entre seis y 10 años. El tratante recibió cuatro. El Salvador reconoció este crimen en su Código Penal a partir de 2003, la primera condena se logra en 2006, van 39, y es hasta ahora que el tema parece retomarse con cierta fuerza con la creación del Consejo Nacional contra la Trata de Personas en septiembre de 2011. Ahora, ese consejo empieza a tapar los huecos de un muro en el que escasean los ladrillos. En la conversación en el penal de Apanteos, Rigoberto Morán Martínez, el tratante de Barberena, que dice que llegó al bar El Pantanal bajo engaños de su amada, acaba de cometer un error que solo le deja argumentos absurdos para mantener su fachada de inocente. Su charada era decir que él no denunció por miedo, porque la policía estaba comprada y él era un simple sirviente bajo vigilancia. Sin embargo, en la plática admite que él trabajó ahí en dos períodos, y que en medio de eso regresó a descansar a El Salvador. —Cuando ya se había ido por primera vez, sabiendo cómo trabajaban ahí, ¿por qué volvió a El Pantanal? –le pregunto a Rigoberto. —¿Por qué volví? –intenta ganar tiempo cuando se da cuenta de su error. —Si ya sabía que las tenían encerradas y las maltrataban, ¿por qué volvió? –pregunto de nuevo. —Quizá no entienda… Hay cosas que estamos hablando…Quizá hay cosas que no las entienda. ¡Sabemos que las brujerías, las hechicerías, existen! La mujer de este señor (Cerritos) trabajaba así, con brujería. Adoraban a un tal San Simón. Así trabajaba la señora de él. Cuando la gente se iba y no quería llegar, la hacían llegar con esas cosas –responde el tratante de la red de Barberena.
  • 33. *** Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia. —¿Cómo llegan las personas que menciona que dominaban la zona? —Llegaban en carros, armados, entraban y salían. —¿Cuántos días pasan en ese lugar? —Tres días hasta que llega el señor Ovidio. —¿Qué hacían las personas armadas? —Ellos decían que nos uniéramos a la organización, que nos darían trabajo y comida. Eran el grupo de Los Zetas. Que me iban a pagar el viaje, que me darían comida. —¿Qué trabajo le ofrecían? —Que le iba a cocinar a la gente que estaba secuestrada, era más o menos el 20 o 22 de abril del año 2009. Recapitulando: A este momento del relato, Grecia estaba en Tenosique, México, al inicio del camino de los indocumentados. Estaban en un municipio dominado por Los Zetas. Grecia se había alejado de Ovidio luego de que él intentara violarla en un potrero abandonado, y se había refugiado en un grupo de indocumentados salvadoreños y guatemaltecos. —¿Qué sucedió cuando Ovidio llegó?
  • 34. —Se me quedó viendo con una risa burlista y se fue para la casa de ellos (Los Zetas). Estaba como a cinco metros, se dirigió donde Chicho, un chavo de entre 24 y 29 años de edad con una cicatriz en la mejilla izquierda. Era de la organización. Hablaron como 45 minutos con Ovidio. Me miraban, me señalaban, yo estaba con el grupo de personas al que me había pegado. En ese momento del relato, Grecia cuenta su viaje en tren junto a otros indocumentados secuestrados, custodiados por hombres armados que amenazaban de muerte a quien intentara escapar. Los Zetas utilizaron el tren para transportar a sus secuestrados. El tren de Tenosique viaja rumbo a Coatzacoalcos, Veracruz, y en el camino hace una serie de escalas en pequeños pueblos y rancherías aisladas. En uno de esos pueblos extraviados, en Chontalpa, Grecia recuerda que un salvadoreño de Los Zetas a quien llamaban El Pelón intentó venderla a un señor. Se supone que El Pelón quería hacer un favor a Grecia, pues le dijo que allá arriba a donde iban se sufría mucho. La venta no se consumó, y Grecia luego averiguaría que El Pelón no mentía. Entonces, el fiscal retomó la historia haciendo retroceder a Grecia en su relato. —Cuando menciona la acción de vender, ¿ya lo habían hecho antes? —Sí, el señor Ovidio… En mi cara le dieron el dinero por mí. —¿El señor Ovidio iba en el tren? —No, se fue a El Salvador con el dinero que le dieron. —¿Cuánto le dieron? —Dicen que 500 dólares… Chicho (uno de Los Zetas) me dijo. —¿Luego qué pasó? —Nos subieron a los camiones y nos llevaron a Reynosa… De Veracruz a Reynosa dura como un día y medio. Era el 26 de abril de 2009, era domingo.
  • 35. A partir de ese punto, Grecia describió un clásico secuestro de indocumentados por parte de Los Zetas. Reynosa está en Tamaulipas, el Estado bastión de Los Zetas: ahí aparecieron los 72 cadáveres de indocumentados en agosto de 2010, ahí atraparon este mes de septiembre a El Coss, considerado líder del Cártel del Golfo, la organización que dio vida a Los Zetas, ahí aparecieron 49 cuerpos más, sin cabeza, sin extremidades, el pasado mayo, bajo una enorme Z pintada en una pasarela sobre una autopista. Al grupo de cerca de 300 migrantes los dividieron en tres casas de seguridad. Encerrados en cuartos sin ventilación, húmedos y oscuros, eran visitados por hombres con armas de fuego y bates que aseguraban que a aquel que no diera el número de teléfono de algún familiar al que pedirle rescate sería torturado. Y entonces, como siempre, algún centroamericano se resistió a dar ese número, se resistió a perder esos 300, 500, 700 dólares que suelen pedir, e intentó resistir la tortura, y todo el grupo de Grecia tuvo que ver cómo los hombres armados hacían chillar a uno que otro y prometían volver por más reacios. Así, contó Grecia, transcurrieron los primeros tres días. Al tercer día, apareció Omega. Pregunta uno de los fiscales. Contesta Grecia. —¿Puede describirlo? —Alto, gordo, con bastante papada, blanco. También le decían Omega, Kike o el Apá. Le dijeron que había unas salvadoreñas como a él le gustaban. Nos señalaron, nos sacó del cuarto para poder ver bien si éramos bonitas. En el cuarto no había mucha luz. Era el jefe de la casa de seguridad. —¿Por qué dice eso? —Porque era una de las personas que llamaban a los familiares y les cobraba. —¿Se quedó en esa misma casa? —No, me cambiaron de casa, me llevaron a una colonia residencial, a 10 minutos. En los camiones que nos habían trasladado hasta Reynosa. Iban varias personas. Nuevamente nos acuestan en el suelo. En ese lugar fui violada por Omega. Me pegó en la cara, porque le dije que ocupara condón. Me dijo que yo no estaba en lugar de pedir nada. Los abusos fueron constantes, y no solo él.
  • 36. —¿Podría reconocer a esas personas en persona o en fotografía? —Sí. —¿Qué más pasó? —Los abusos fueron constantes, y no solo él, unas ocho o nueve veces abusó de mí. Decía que él disfrutaba, que tenía que disfrutar también yo. Que no era para que sufriera. Me pegaba. Lo mismo pasaba con las demás personas, pero las que a él le gustaban era el primero en abusar de ellas. Fueron, recuerda Grecia, varias semanas de abusos y golpes. Grecia asegura que pasaron tres meses y que, a pesar de que su familia en Estados Unidos ya había depositado el dinero de su rescate, ella fue vendida de nuevo. —¿Cuánto tiempo pasó esto? —Los tres meses, ya habían pagado todo el dinero, pero me dijeron que me iban a sacar más lucro. Me vendieron nuevamente a un bar que se llama La Quebradita. Ahí me llevaron a prostituirme. Era como una discoteca bar. El primer día fuimos rechazadas. Nos dijo la señora que era la encargada del bar que no teníamos la marca, porque éramos varias las que llevaban, y teníamos que tener marca. No sabía qué era, pero es un tatuaje. —¿En qué parte se lo hicieron? —En la pantorrilla de la pierna derecha. Nos llevaron a un lugar donde nos hicieron el tatuaje. Nos dieron de comer y de oler una sustancia que me durmió. Cuando desperté ya tenía el tatuaje. Tenía ardor en la pierna, porque sangraba, no mucho, sino por gotas. Es una mariposa en una rama, la cual forma la zeta. Esa era la distinción, significaba que era de ellos, que era mercancía. Eran cinco mujeres más, se lo pude observar como a cuatro mujeres más en distintos lugares, brazo, espalda, pecho, de distintos colores. El que yo tengo es entre negro y verde. Luego de habernos marcado ingresamos al lugar y comienzan a prostituirnos con los clientes que son de la misma mafia. Los clientes pagaban por nosotras y no recibíamos dinero a cambio. No sé cuánto pagaban.
  • 37. Grecia cuenta que los clientes la forzaban a fumar crack, a consumir cocaína. Grecia cuenta que los clientes jamás aceptaban utilizar condón. Grecia cuenta que así pasó más de un mes. Grecia cuenta que durante ese tiempo nunca salió, que su vida fue la casa de seguridad, el bar La Quebradita y algunos moteles donde la llevaban los clientes. Grecia cuenta que si un cliente la llevaba a un motel siempre los acompañaba un hombre del bar que la custodiaba. Grecia cuenta que era normal que la golpearan, sobre todo por no querer tomar alcohol o por verse poco entusiasta a la hora de ofrecer su cuerpo a los clientes de La Quebradita. Grecia cuenta que una vez la golpearon tan fuerte que le quebraron la nariz. Tanto la fractura de nariz como el tatuaje fueron constatados por médicos del Instituto de Medicina Legal en El Salvador, y forman parte del expediente fiscal del caso. Grecia nunca intentó escapar. Pocos querrían hacerlo si hubieran visto lo que Grecia vio. —¿Pasó algo más? —Sí, a Sonia. La dejaron ir porque sus familiares ya habían pagado el secuestro. Los fue a denunciar a Migración. Los de Migración la entregaron a ellos mismos. La quemaron viva, la golpearon muchas veces con un bate. Le decían que eso no se hacía, que con ellos no se jugaba, que había perdido la oportunidad de ser libre. Nos decían que eso nos va a pasar si decíamos algo. —¿Qué le provocó la golpiza a Sonia? —La muerte. —¿Con qué la golpearon? —Con un bate, pero como no se moría, le prendieron fuego con gasolina. Gritaba de dolor, y ellos le pegaban más. Media hora, 45 minutos. El cuerpo quedó irreconocible, carbonizada, no se le veían pies. Carne quemada sin cabello. La colocaron en un altar de la Santa Muerte ahí mismo. ***