tres poderosas fuerzas convergen para producir la tercera revolución en los últimos 30 años: la revolución digital, la revolución informática y la revolución genética, que han transformado el modo en que vivimos, producimos y creamos riqueza.
1. tres poderosas fuerzas convergen para producir la tercera revolución en los últimos 30 años: la
revolución digital, la revolución informática y la revolución genética, que han transformado el
modo en que vivimos, producimos y creamos riqueza.
Los cambios en la revolución digital e informática han permitido un crecimiento geométrico de la
genética y le han dado al hombre un control deliberado sobre las formas de vida. Esto habrá de
originar profundas transformaciones en la política, la economía, la ética y la religión.
A partir de la Revolución Industrial, y con la aceleración de la revolución del conocimiento, los
beneficios no se generaron de manera uniforme en todo el mundo, y el incremento selectivo de la
productividad amplió la brecha entre los países ricos y los pobres. En el año 1750 la diferencia
entre los países ricos y los pobres era de 5 veces, mientras que para el año 2000 la brecha se había
ensanchado a 390 veces.
Pero, ¿es casual esta diferenciación entre sociedades cuya riqueza va en aumento y otras que son
cada vez más pobres? La contracara necesaria de toda revolución tecnológica es, sin duda, la
evolución hacia reglas de juego generadoras de comportamientos que favorezcan la libertad,
promuevan la innovación y aseguren el goce del fruto del esfuerzo.
Douglass North, Premio Nobel de Economía de 1993, define las instituciones como las "reglas de
juego formales e informales" predominantes en una sociedad. Son estas reglas de juego las que
establecen la estructura de incentivos que determina la eficiencia o ineficiencia en la organización
de las sociedades. Además, con el paso del tiempo, la Revolución Industrial y la del conocimiento
han permitido no sólo un enorme crecimiento de la población mundial, de 1.000 millones en 1800
a 6.000 millones en 2000, sino que además han duplicado la expectativa de vida de 30 a 65 años y
han reducido la mortalidad infantil a un 70% de lo que era hace 100 años.