1. TRASCENDER EL EGO
¿Eres capaz de observarte, a ti mismo, sin juzgar? ¿Eres
capaz de observarte sin etiquetar, sin tomar partido? ¿Te
sabes capaz de tomar la suficiente perspectiva como para
contemplarte sin acumular?
Cuando una persona cercana, tu jefe, tu amigo, tu amiga, tu
pareja, quizá un hermano te halaga diciéndote lo
maravilloso que eres, lo bueno que eres, lo hermoso, lo
inteligente que eres… ¿Sabes escucharle sin acumular
emociones?
Cuando esa misma persona te dice lo inepto que eres o cuan
feo eres, o lo mal vestido que vas, ¿sabes escucharle sin
acumular emociones?
¿Cuánto te importa aquello que los demás piensan u opinan
de ti? ¿Eres lo que los demás creen que eres? ¿O sabes
mantenerte al margen de las opiniones, ideas, conceptos o
palabras que otros expresen sobre ti?
Como ser humano eres un individuo, lo cual significa que
eres indivisible, que eres una entidad completa. Sin
fisuras. La esencia de esa completitud no es otra cosa que
tu alma que te conecta con la inmortalidad. Y la
inmortalidad es sinónimo de infinitud. A través de tu
esencia te conviertes en algo único, irrepetible, por lo
tanto muy especial. Y es esa misma esencia la que te
permite saber que formas parte de todo cuanto existe. A
través de esa conexión con lo que no muere, porque jamás ha
sido creado, es como te conviertes en lo que eres, tú.
Eres un ser inmortal al tiempo que eres un humano mortal. Y
es en esta aparente paradoja, ser humano, donde te mueves
cada día. Hay algo en ti, en lo más profundo que te permite
manejarte por la vida física, por este mundo en tres
dimensiones, sin miedo alguno. Con valentía, con decisión,
con seguridad. ¿Y qué es eso?, te preguntarás… Cuando
2. comprendes que tu existencia, ¡ojo, que hablo de
existencia, no de vida!, cuando comprendes que tú
existencia no depende de las veleidades del mundo físico,
cuando sabes que tu integridad como individuo no se ve
afectada por los pensamientos, palabras o acciones de
otros, es cuando comprendes al fin que nada ni nadie puede
alcanzarte, porque lo que quiera que suceda a lo largo de
tu paso por este mundo dependerá, en última instancia, de
ti mismo. A partir de ese momento es cuando empiezas a
escuchar los halagos y los desprecios, como quien escucha
llover. Dejas, permites que caigan sobre ti sin penetrarte,
sin incidir en ti, sin socavar tu integridad. Resbalan por
tu cuerpo, como lo harían las gotas de lluvia, hasta
alcanzar el pavimento. Puede que empapen un poco tu ropa,
hasta puede que se te moje el pelo, la piel… pero no te
modifican a niveles más profundos. Cuando te sabes un ser
íntegro cuya completitud no depende de las neurosis de los
demás, eres capaz de comenzar a ver la vida tal y como es.
Es entonces cuando trasciendes tu ego, ese ego maleducado
del que hablara Jung y del que dependemos, demasiado a
menudo. Es bueno, ¡necesario! tener ego, un ego fuerte. Un
ego que te ayude a sostenerte. Lo que no necesitas es ese
ego que te convierte en un ser humano dependiente, rastrero
e insufrible. Dependiente de los demás, de sus pensamientos
sobre ti, de sus opiniones sobre ti, de sus acciones
respecto a ti. Rastrero porque esa misma dependencia te
hace actuar como si no tuvieras personalidad, comportándote
constantemente al albur de lo que crees que otros desean.
Insufrible porque te ves condicionado por los dos hechos
anteriores que te llevan a sobreactuar constantemente, como
si fueras la única criatura existente sobre la tierra. Y
en este punto retomo las preguntas con las que inicié este
artículo:
¿Eres capaz de observarte a ti mismo sin juzgar? ¿Eres
3. capaz de observarte sin etiquetar, sin tomar partido? ¿Te
sabes capaz de tomar la suficiente perspectiva como para
contemplarte sin acumular?
Cuando te haces consciente de que has empezado a trascender
tu ego, te apercibes de que ya no te juzgas, ni te
etiquetas, ni acumulas. O quizá, el proceso sea inverso, te
haces consciente de que ni te juzgas, ni te etiquetas, ni
acumulas y ello te lleva a descubrirte cada vez más alejado
de tu ego maleducado.
Tómate tu tiempo para observarte. Se sincero contigo mismo.
Se pulcro en la observación de tu propia vida, de tu propio
ser. No tomes partido. Sencillamente contempla a ese ser
humano que tienes ante el espejo. Atrévete a mirar.
Atrévete a ver qué hay en esa mirada, qué descubres en ese
gesto de la boca, qué se adivina en ti. Sé valiente. Puede
que percibas el vértigo asomando desde lo más hondo. Puede
que desees abandonar la observación, correr en brazos de tu
amante, de tu amigo o de tu madre. Puede que percibas el
miedo más insondable, la inseguridad arañando tus entrañas.
Bueno, nadie dice que sea fácil. Sin embargo, alcanzar la
cumbre del éxito tras haber escalado la montaña que
conforman las capas de basura que has ido colocando sobre
tu ser, es, te lo aseguro, la mayor y mejor aventura que
puedes emprender. Y el éxito de esta empresa es la más alta
recompensa que nunca nadie podrá ofrecerte: Reconocerte,
saber definitivamente quien eres, y sobre todo, para qué
has venido a esta vida.