Este documento presenta la versión latinoamericana de la Regla de San Agustín. En el primer capítulo se establece que todo debe ser común entre los monjes y distribuido según las necesidades de cada uno. Se advierte que los ricos no se enorgullezcan y los pobres no se vuelvan soberbios. El segundo capítulo habla sobre la oración y el tercero sobre el ayuno. El cuarto capítulo establece normas sobre la apariencia y la mirada, advirtiendo sobre la lujuria. El quinto capítulo trata sobre la ropa
1. REGLA DE N. P. S. AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICAN
Regla de N. P. San Agustín
Versión latinoamericana
Traducción de Fr. Ricardo W. Corleto OAR
2. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
Ante todo queridísimos hermanos, amen a Dios y
después también al prójimo, porque éstos son los
principales mandamientos que se nos han dado.
CAPÍTULO I
1.Esto es lo que les mandamos que cumplan aquellos que
se han reunido en el monasterio.
2.Lo primero por lo que ustedes se han congregado en
unidad es para habitar unánimes en la casa y para tener
una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios.
3.De ninguna cosa digan “esto es mío”, sino que todo sea
común entre ustedes, y que el prepósito distribuya a cada
uno la comida y el vestido; y no a todos por igual, porque
entre ustedes no todos necesitan lo mismo, sino que a
cada uno se le dé lo que necesite. Por cierto, en los Hechos
de los Apóstoles leen que “todo era común entre ellos y se
distribuía a cada uno según sus necesidades” (Hch. 4,
32.35)
4.Aquellos que tenían algo mientras estaban en el
mundo, cuando entren en el monasterio, pónganlo en
común de buena gana.
5.No obstante, los que no tenían nada, no busquen en el
monasterio aquellas cosas que no pudieron tener fuera.
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3. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
Sin embargo se les dé todo lo que necesiten según su
debilidad, incluso aunque la pobreza no les hubiera
permitido tener ni siquiera lo necesario antes de entrar al
monasterio.
6.Pero no se vuelvan altaneros por el hecho de juntarse
con aquellos a quienes fuera no se atrevían ni siquiera a
acercarse; más bien levanten el corazón y no busquen las
vanidades terrenas; no sea que los monasterios
comiencen a ser útiles para los ricos y no para los pobres,
si allí los ricos se hacen humildes y los pobres se vuelven
soberbios.
7.Por otra parte, aquellos que parecían ser algo en el
mundo no desprecien a sus hermanos que vinieron de la
pobreza a la santa comunidad. Más bien, siéntanse más
felices por la compañía de sus hermanos pobres que por
la dignidad de sus padres ricos. Tampoco se
enorgullezcan si dieron parte de sus bienes a la
comunidad, no sea que se envanezcan más por las
riquezas que compartieron que si las hubieran disfrutado
en el mundo. Porque otras iniquidades se manifiestan en
obras malas, la soberbia, en cambio, acecha incluso a las
obras buenas para que sucumban. Y ¿de qué sirve
repartir los bienes entre los pobres, y hacerse pobre, si el
alma miserable se vuelve más soberbia despreciando las
riquezas que poseyéndolas?
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4. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
8.Por lo tanto, vivan todos en unanimidad y concordia, y
honren a Dios los unos en los otros, ya que se han
convertido en sus templos vivos.
CAPÍTULO II
1.Perseveren en la oración en las horas y tiempos
establecidos.
2.Nadie haga otra cosa distinta en el oratorio que aquello
para lo que fue construido, de donde toma su nombre;
para que si acaso, algunos, estando libres, quisieren orar,
no se los impida quien pensara hacer allí alguna otra
cosa.
3.Cuando oren a Dios con salmos e himnos, mediten con
el corazón lo que dicen con la voz.
4.Y no pretendan cantar sino aquello que leen que debe
ser cantado; pero no se cante aquello que no ha sido
escrito para ser cantado.
CAPÍTULO III
1.Domen su carne ayunando y privándose de la comida y
la bebida en la medida en que se los permite la salud.
Pero cuando alguno de ustedes no pueda ayunar, no
obstante, no tome ningún alimento fuera de la hora del
almuerzo, a no ser que esté enfermo.
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5. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
2.Desde que se sienten a la mesa hasta que se levanten de
ella, oigan sin desorden ni discusiones lo que se les lee
según la costumbre. A fin de que no solo la boca reciba
alimento, sino que también los oídos sientan hambre de la
Palabra de Dios.
3.Si aquellos que son débiles por su anterior modo de
vivir son tratados de forma diferente en lo que respecta a
la alimentación, tal cosa no deber resultar molesta ni
parecer injusta a aquellos que una costumbre distinta
hace más fuertes. Ni piensen que aquellos son más felices
porque comen lo que ellos no comen; alégrense más bien
porque tienen las fuerzas que los otros no tienen.
4.Y si a aquellos que vinieron al monasterio habiendo
tenido costumbres más delicadas se les da algún
alimento, vestido, cama o mantas que no se dan a
aquellos que son más fuertes, y por lo tanto más felices;
deben pensar éstos cuánto han dejado aquellos al pasar
de la vida laical a la actual, aunque no hayan podido
alcanzar la frugalidad de los otros que son corporalmente
más fuertes. Ni deben querer todos, lo que ven que otros
reciben de más, no porque se les otorguen honores sino
porque se los trata con tolerancia; no vaya a suceder la
detestable perversidad de que en el monasterio, donde
los ricos se vuelven laboriosos en la medida que les
resulta posible, los pobres se vuelvan delicados.
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6. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
5.Ciertamente, así como los enfermos necesitan comer
menos para no agravarse, así también, después de la
enfermedad deben ser tratados de tal modo que se
restablezcan rápidamente; incluso si hubieran venido de
una humildísima pobreza mientras vivían en el mundo;
porque la enfermedad reciente los obliga a vivir como los
ricos lo hacían habitualmente. Pero cuando recuperen las
fuerzas perdidas, retomen su estilo de vida más feliz; el
cual es mucho más acorde a los siervos de Dios en cuanto
que precisan menos. No suceda que, estando ya
vigorosos, el placer los ate a lo que la necesidad los
obligaba mientras estaban enfermos. Considérense más
felices aquellos que son más fuertes para soportar la
austeridad; pues es mejor necesitar menos que tener más.
CAPÍTULO IV
1.Que su aspecto externo no sea distinguido, y no
procuren aparentar con la ropa sino agradar con las
costumbres.
2.Cuando van caminando, vayan juntos. Cuando lleguen
a donde se dirigen, permanezcan juntos.
3.Al caminar, al estar parados, en todos sus movimientos
no hagan nada que llame la atención del que los mire,
sino lo que sea conveniente a la santidad de ustedes.
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7. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
4.Y si sus ojos ven una mujer, no se detengan en ninguna.
Y no es que, mientras caminan, se les prohíba ver a las
mujeres, lo que es reprochable es desearlas o querer ser
deseados por ellas. Porque no sólo con el tacto y el deseo
sino también con la mirada se excita y es excitado el
deseo desordenado de las mujeres. No piensen que tienen
el alma pura, si tienen impuros los ojos, porque un ojo
impuro es mensajero de un corazón impuro. Y cuando,
aun sin hablar, con la mirada mutua los corazones se
manifiestan impuros, y secundando la concupiscencia de
la carne se deleitan mutuamente con ardor; aunque los
cuerpos permanezcan libres de profanación impura, se
pierde la castidad de las costumbres.
5.Y aquel que fija su mirada en una mujer y se deleita en
que ella lo mire, no debe pensar que, mientras hace esto,
no es visto por otros; ciertamente es visto, y por aquellos
que no piensa que lo ven. Pero aunque quedase oculto y
nadie lo viera ¿Qué hará con aquel que mira desde lo alto
y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se pensará que no
lo ve porque lo ve con tanta paciencia como sabiduría?
Por eso, que el varón santo tema desagradar a Aquel y no
prefiera agradar a una mujer. Considere que Dios lo ve
todo antes de preferir mirar a una mujer. Pues también en
este asunto se nos recomienda el temor de Dios, como
está escrito: “Para el Señor es abominable el que fija la
mirada” (LXX: Prov. 27, 20).
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8. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
6.Por lo tanto, cuando estén juntos en la iglesia o en
cualquier otro lugar en el que también haya mujeres,
custodien mutuamente su castidad; pues Dios que habita
en ustedes, también de este modo los cuidará a través de
ustedes mismos.
7.Y si observan en alguno de ustedes este atrevimiento
del que hablo, repréndanlo inmediatamente, para que no
prosiga lo comenzado, sino que se corrija de inmediato.
8.Sin embargo, si después de haberlo reprendido, lo ven
hacer lo mismo de nuevo, o en cualquier otro día,
descúbranlo como a un herido al que hay que curar; sin
embargo, antes de hacerlo, manifiéstenlo a otro o a un
tercero, para que por la palabra de dos o tres pueda ser
convencido y corregido con la severidad conveniente. Y
no piensen que son malos cuando ponen en evidencia tal
cosa. Ciertamente, ustedes no son más inocentes si
callando permiten que mueran sus hermanos a los cuales
podrían corregir hablando. Por cierto, si un hermano tuyo
tuviese una herida corporal, la cual quisiera ocultar por
miedo a la curación, ¿no serías cruel callándolo y
misericordioso diciéndolo? Entonces ¿cuánto más
deberás manifestarlo para que no se pudra más
gravemente en el corazón?
9.Pero si lo niega, antes de decírselo a otros por los cuales
debe ser convencido, debe ponerse en conocimiento del
prepósito, si amonestado hubiese descuidado corregirse;
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9. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
a fin de que, tal vez, corregido en secreto, el asunto no
llegue a conocimiento de los demás. Pero si lo negase,
entonces, sin que lo sepa, habrá que traer a otros, para
que delante de todos, pueda ser no sólo corregido por un
único testigo sino convencido por dos o tres. Una vez que
haya sido obligado a reconocer su falta, deberá aceptar el
castigo que, según su criterio, le imponga el prepósito o el
presbítero bajo cuyo régimen se encuentra. Si rehusase
cumplir dicho castigo, aunque no se fuese por sí mismo,
sea expulsado de la comunidad. Y esto no se hace por
crueldad, sino por misericordia, no sea que se pierdan
muchos por un contagio pernicioso.
10.Y esto que he dicho respecto a no fijar la mirada,
obsérvese diligente y fielmente al encontrar, prohibir,
indicar, convencer y castigar los otros pecados, actuando
con amor hacia los hombres y odio hacia los vicios.
11.Pero si alguno hubiera avanzado tanto en el mal que,
ocultamente hubiera recibido de alguna mujer una carta o
cualquier pequeño regalo, si lo confiesa por propia
iniciativa, perdónenlo y recen por él; pero si es
descubierto y convencido, que se lo corrija más
severamente, de acuerdo al parecer del presbítero o del
prepósito.
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10. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
CAPÍTULO V
1.Guarden sus ropas en un único lugar, y que las cuiden
uno o dos, o cuantos sean necesarios para sacudirlas de
modo que no las arruine la polilla; y así como se
alimentan de una sola despensa, así también vístanse de
una misma ropería. Y si fuera posible, no sean ustedes los
que determinen qué corresponde usar según las
estaciones, o si cada uno de ustedes recibe lo que había
dejado o lo que usaba otro. Con tal de que no se niegue a
ninguno de ustedes lo que necesite. Sin embargo, si por
este motivo surgen entre ustedes discusiones o críticas, o
alguno se queja de que ha recibido algo más gastado que
lo que tenía antes y que se considera indigno por vestirse
con lo que se vestía otro hermano, deduzcan de ese
mismo hecho, qué pobres andan del hábito interior del
corazón cuando pelean por el vestido corporal. Pero, si se
tolera su debilidad, hasta el punto de que reciben lo que
usaban antes, no obstante, guarden lo que usan en un
solo lugar y bajo el cuidado de los encargados
comunitarios.
2.Así, pues, que nadie trabaje para sí mismo, sino que
hagan todas sus obras para el común, con una dedicación
mayor y un entusiasmo más intenso que si cada uno de
ustedes trabajara para sí mismo. La Caridad, de la que se
ha escrito que “no busca su propio interés” (1 Cor. 13, 5)
se entiende así: Que antepone las cosas comunes a las
propias y no las propias a las comunes. Y por esta razón,
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11. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
sabrán que avanzaron más, cuando se ocupen con mayor
esmero de las cosas comunes que de las propias1; de tal
modo que en todo lo que se usa por una necesidad
pasajera sobresalga la única cosa que permanece: la
caridad.
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Entiendo que esta afirmación debe entenderse a la luz del
transfondo teológico elaborado por Agustín sobre la base de los “dos
amores” (el comunitario y el privado) que fundan las dos ciudades.
Así, en De Genesi ad litteram, XI, 15, 20 afirma: “Estos dos amores, de
los cuales uno es santo y el otro impuro, uno es social, el otro
privado; uno busca la utilidad común para conseguir la comunidad
celestial, el otro que, por el arrogante deseo de dominar, encauza el
bien común en provecho propio; uno que está sometido a Dios, el
otro en pugna con Él; uno tranquilo, el otro alborotado; uno pacífico,
el otro sedicioso, uno que prefiere la verdad a las alabanzas de los
que yerran, el otro que está ávido de cualquier clase de honores; uno
caritativo, el otro envidioso; uno que desea para el prójimo lo que
quiere para sí, el otro que ansía someter al prójimo a sí; uno que
gobierna al prójimo para utilidad del mismo prójimo, el otro que lo
gobierna para su propio provecho; tuvieron su asiento en los ángeles,
uno en los buenos y otro en los malos, y diferenciaron bajo la
admirable e inefable providencia de Dios, que ordena y gobierna
todas las cosas creadas, las dos ciudades creadas en medio del género
humano; una de los justos, la otra de los pecadores; las cuales,
entremezcladas ahora temporalmente, transcurren la vida del mundo
hasta que sean separadas en el último día del juicio; y así una
uniéndose a los ángeles buenos, teniendo por jefe a su Rey, lleve una
vida eterna; y la otra, juntándose a los ángeles malos, vaya con su
príncipe al fuego eterno. Tal vez, si quiere el Señor, hablaremos más
largamente en otro lugar sobre estas dos ciudades”. Efectivamente,
este tema sería abordado algunos años después en su “obra magna”
el De Civitate Dei.
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12. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
3.De lo que se sigue que si alguien entrega a sus hijos o
sus familiares que viven en el monasterio algún vestido o
cualquier otra cosa que se estime como necesaria, ésta no
se reciba ocultamente, sino que sea puesta a disposición
del prepósito para que, agregada al común, se dé a aquel
que más la necesite.
4.Lávense sus ropas según el parecer del prepósito, bien
por ustedes mismos, bien por los lavanderos, de tal modo
que el interior del alma no se ensucie por un deseo
excesivo de usar ropa limpia.
5.De ninguna manera se niegue el baño corporal, cuando
lo obliga la necesidad de la enfermedad2, y aunque el
interesado no quiera, hágase sin protestar cuando lo
aconseje la medicina; de modo que, por mandato del
prepósito, se haga lo que haya que hacer por la salud. Sin
embargo, si quiere, y acaso no conviene, no siga su deseo
2
Debe tenerse en cuenta que en la época de san Agustín, los baños
eran públicos y –al menos en algunas partes de Imperio– de
moralidad dudosa. Muchos monjes y padres de la Iglesia
consideraban con mucha reticencia el uso de los baños no sólo para
los monjes, sino incluso para los cristianos laicos (Cf. SAN CLEMENTE DE
ALEJANDRÍA, El Pedagogo, III, 4; 9). San Agustín, no obstante, adoptando
un criterio más avanzado para su época y consciente de que muchos
médicos de entonces les atribuían ciertos efectos terapéuticos opta
por una línea de sano equilibrio: de ningún modo deben negarse si
son necesarios para restaurar una salud quebrantada, e incluso deben
hacerse sin refunfuñar cuando lo manda el médico; pero tampoco
han de buscarse por puro deseo impúdico.
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13. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
desordenado. Pues a veces, se cree que es provechoso lo
que nos gusta, aunque en realidad sea perjudicial.
6.Por último, si hay algún dolor oculto en el cuerpo, se
debe creer sin dudar al siervo de Dios que dice que le
duele algo; pero sin embargo, si no hay certeza de que
aquello que a él le agrada es conveniente para curarle el
dolor, debe consultarse al médico.
7.Y no vayan a los baños públicos, o a cualquier otro
lugar al que sea necesario ir, menos de dos o tres. Y el que
tenga necesidad de ir a algún lugar, no deberá hacerlo
con los que él quiera, sino con los que mande el
prepósito.
8.El cuidado de los enfermos, de los que se reponen de
alguna enfermedad o de los que padecen alguna
debilidad aunque no tengan fiebre, debe encargarse a
alguno, para que pida de la despensa lo que considere
que es necesario para cada uno.
9.Aquellos a quienes se les encarga la despensa, los
vestidos o la biblioteca, sirvan a sus hermanos sin
protestar.
10.Los libros deben pedirse cada día a una hora
determinada, si alguno los pide fuera de la hora no los
reciba.
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14. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
11.No obstante, aquellos que están encargados de la ropa
o del calzado no tarden en dárselos a aquellos que los
necesitan.
CAPÍTULO VI
1.Entre ustedes no surja ninguna pelea; y si surge, que se
termine rápidamente, para que no suceda que la ira se
convierta en odio, y que una paja se transforme en una
viga, y el alma se convierta en homicida. Ciertamente,
ustedes leen que “el que odia a su hermano es un
homicida” (1 Jn. 3, 15).
2.Cualquiera que lastime a otro con una injuria, con una
maldición, o echándole en cara algún delito, recuerde que
debe sanar lo que ha hecho cuanto antes; y aquel que ha
sido herido, debe perdonarlo sin discusión. Pero si se
hubieran lastimado mutuamente, mutuamente deben
perdonase la ofensa; y esto a causa de sus plegarias, las
cuales, cuanto más frecuentes sean deben ser más
perfectas. No obstante, es mejor, aquel que es tentado
muchas veces por la ira, pero sin embargo se apura a
pedir perdón, que aquel que más raramente se enoja y
pide perdón más difícilmente. Y el que nunca quiere
pedir perdón, o no lo pide sinceramente, está de más en
el monasterio, aunque no se lo expulse de él. Por eso,
cuídense de decir palabras duras; pero si las hubieran
dicho, no les duela aplicar con sus bocas el medicamento
que sane las heridas, allí donde fueron causadas.
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15. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
3.No obstante, cuando la necesidad de guardar la
disciplina al corregir a los jovencitos, los obliga a decir
palabras duras, incluso si consideran que se excedieron,
no se les exige que les pidan perdón; no vaya a suceder
que por guardar una excesiva humildad con aquellos que
deben estar sujetos, se rompa la autoridad de gobernar.
Sin embargo, se debe pedir perdón al Señor de todos, que
sabe con cuánta benevolencia aman a aquellos a los que
tal vez corrigieron más de lo que es justo. El amor entre
ustedes no debe ser carnal, sino espiritual.
CAPÍTULO VII
1.El prepósito debe ser obedecido como un padre,
guardando el debido respeto, para que Dios no sea
ofendido en él; y mucho más el presbítero, que ejerce el
cuidado de todos ustedes.
2.Para que se observen todas estas cosas, y para que no se
deje pasar con negligencia si algo no se hubiese
observado; corresponde principalmente al prepósito el
enmendar y corregir; de modo que, en aquellas
cuestiones que lo exceden recurra al presbítero cuya
autoridad es mayor entre ustedes.
3.Aquel que los preside, no se sienta feliz como el que
domina con potestad, sino como el que sirve con caridad.
Que delante de ustedes reciba el honor que le
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corresponde, pero que delante de Dios esté postrado bajo
los pies de ustedes con temor. Ante todos se presente
como un ejemplo de buenas obras, corrija a los inquietos,
consuele a los temerosos, sea paciente con todos. Guarde
con gusto la disciplina, imponga respeto. Y aunque
ambas cosas sean necesarias, sin embargo busque más ser
amado que temido por ustedes, pensando siempre que,
ante Dios, deberá rendir cuentas por ustedes.
4.Por eso, ustedes, siendo más obedientes, son más
misericordiosos no sólo con ustedes mismos, sino
también con él; porque entre ustedes, el que ocupa un
lugar más alto, se encuentra en un mayor peligro.
CAPÍTULO VIII
1.Que el Señor les conceda observar todas estas cosas con
amor, como amantes de la belleza espiritual y exhalando
con su convivencia el buen olor de Cristo; no como
siervos bajo la ley, sino como quienes han sido hechos
libres bajo la gracia.
2.Y para que puedan mirarse en este librito como en un
espejo, y no se descuide algo por olvido, léanlo una vez
por semana. Y cuando vean que cumplen lo que ha sido
escrito, den gracias a Dios dador de todos los bienes. Pero
cuando alguno de ustedes vea que falla en algo,
arrepiéntase del pasado, sea precavido en el futuro,
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17. REGLA DE N. P. SAN AGUSTÍN – VERSIÓN LATINOAMERICANA
orando para que se le perdonen las deudas y no sea
puesto en tentación.
L.D.V.M.
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