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2. EL HISTORIADOR Y LA HISTORIA
EL HISTORIADOR, SU PRESENTE Y EL PASADO HISTÓRICO
Como acabamos de ver en el capítulo precedente, la historia —o la
historiografía— no puede entenderse al margen del historiador. De
él depende y ha dependido siempre el tipo de historia que se realiza,
el método utilizado, las teorías históricas y, en definitiva, el produc-
to historiográfico resultante. De tal manera que no puede entender-
se el conocimiento histórico sin el historiador.
Pero el historiador, ese hombre como cualquier otro hombre que
vive en una sociedad, se acerca al conocimiento del pasado a partir
de su propio presente. La historia, así, «es la relación, la conjun-
ción establecida por iniciativa del historiador, entre dos planos de la
humanidad: el pasado vivido por los hombres de otrora y el pre-
sente en que se desarrolla el esfuerzo por la recuperación de aquel
pasado para beneficio del hombre actual y del hombre venidero».'
Carr establecía la misma relación cuando definía la historia como
«un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus he-
chos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado».1
El historiador, pues, se enfrenta a un pasado que trata de com-
prender a partir de su presente. Su punto de partida es, inevitable-
mente, el presente en que se halla, cuyos problemas, motivaciones y
vivencias proyecta hacia el objeto de su estudio. Comprender esta
relación supone comprender, en primer lugar, el carácter de toda
obra histórica, en el momento preciso en que fue elaborada. El his-
toriador británico Collingwood escribió que «san Agustín vio la his-
toria desde el punto de vista del cristiano primitivo; Tillamont,
1. MARROU: El conocimiento histórico, pág. 31.
2. CARR: ¿Qué es la historia?, pág. 40.
44 El historiador y la historia
desde el de un francés del siglo XVII; Gibbon, desde el de un inglés
del XVIII; Mommsen, desde el del alemán del siglo xix; a nada con-
duce preguntarse cuál era el punto de vista adecuado. Cada uno de
ellos era el único posible para quien lo adoptó».1
Desde esta perspectiva, la ciencia de la historia —en cada mo-
mento de su evolución— se comprende a partir de la época en que
se inscribe, del propio presente del historiador. Y por eso es fun-
damental, antes de penetrar en una obra historiográfica, conocer su
marco histórico. En el ejemplo de Collingwood, «el punto de vista»
sobre la historia de cada uno de los autores citados se configura,
pues, a partir de las preocupaciones y motivaciones de su época co-
rrespondiente.
En 1938, Croce formuló ideas parecidas, que han motivado hasta
el presente arduas polémicas, cuando situó el conocimiento históri-
co a partir de la estricta contemporaneidad del historiador. Para
Croce la historia era «el acto de comprender y entender, inducido
por los requerimientos de la vida práctica»,* requerimientos que po-
dían situarse en el plano moral, económico, estético o intelectual,
pero que, en cualquier caso, «el conocimiento de "la situación ac-
tual", como se le llama, se refiere al curso que la vida real ha seguido
para llegar a este punto, y en cuanto así lo hace, es conocimiento
histórico».' La conclusión a que llegaba Croce no dejaba lugar a
dudas: «Los requerimientos prácticos que laten bajo cada juicio
histórico, dan a toda la historia carácter de "historia contemporá-
nea" por lejanos en el tiempo que puedan parecer los hechos por
ella referidos; la historia, en realidad, está en relación con las nece-
sidades actuales y la situación presente en que vibran aquellos he-
chos».4
La tesis crociana, ciertamente, afirma con rotundidad que toda
historia es contemporánea, en la medida en que responde a los in-
centivos que le plantea su presente al historiador. Quizá quería
decir lo mismo el historiador argentino José Ingenieros cuando afir-
mó que
cada generación debe repensar la historia. Los hombres envejecidos se
la entregan corrompida, acomodando los valores históricos al régimen
3. Citado por CARR: Ibid., pág. 35.
4. BENEDETTO CROCE: La historia como hazaña de la libertad. México, Fondo
de Cultura Económica, 196C, pág. 9.
5. Ibid., pág. 10.
6. Ibid., pág. 11.
El historiador, su presente y el pasado histórico 45
de sus intereses creados. Es obra de los jóvenes transfundirle su sangre
nueva, sacudiendo el yugo de las malsanas idolatrías. La historia que de
tiempo en tiempo no se repiensa va convirtiéndose de viva en muerta,
reemplazando el zigzagueo dramático del devenir social con un quieto
panorama de leyendas convencionales.'
En la historiografía española más reciente el peso del presente
ha sido determinante incluso a la hora de escoger los temas de es-
tudio y análisis. En 1952, Vicens Vives recordaba el triste panorama
de la historiografía académica del momento, lamentando «tanto la
rigidez de los viejos moldes que todavía constriñen su expansión
[se refiere a la historia de España], como las fáciles estructuras
ideologistas con que se pretende poner remedio, por parte de algu-
nos, al evidente colapso del pensamiento español».' En 1960, si bien
Vicens podía ya reseñar avances historiográficos importantes, aún
tenía que referirse a aquellos historiadores «que descienden a la
palestra con odios políticos y lanzan sus dardos parapetados en có-
modos e inmerecidos reductos oficiales».' Recientemente, el historia-
dor catalán Miquel Izard ha puesto de relieve cómo a partir de los
años 60 se produjo entre los historiadores jóvenes un acrecentado
interés por la historia del movimiento obrero español, y destacaba
que este interés respondía a una forma de militancia antifranquista:
«sus cultivadores nos interesamos casi exclusivamente por los mo-
vimientos de resistencia, y en especial por los que tuvieron una
participación más destacada en el bando republicano de una guerra
civil que degeneró en la dictadura que estábamos padeciendo».'0
Des-
de este mismo punto de vista, la polémica sobre si en España se
había producido o no la revolución burguesa en el siglo xix estaba
viciada desde sus orígenes: en el fondo, enfrentaba análisis distin-
tos sobre la significación del régimen franquista, y de estos análisis
se derivaban estrategias diferenciadas para la lucha antifranquista.
Por otra parte, la influencia del presente en el historiador se ma-
nifiesta también en la utilización de las categorías del lenguaje. Es '*Yf
sabido que en historia, como en cualquier otra ciencia de la socie-
7. Citado por FONTANA: La Historia, págs. 30-31.
8. JAUME VICENS VIVES en el Prólogo a la primera edición de la Aproxima-
ción a la historia de España. Barcelona, Teide, 1952, pág. 6.
9. En el Prólogo a la segunda edición de la misma obra, publicado por
Ed. Vicens-Vives, Barcelona, 1960, pág. 11.
10. MIQUEL IZARD: «Orígenes del Movimiento Obrero en España», en Estudios
sobre la Historia de España (Homenaje a Tuñón de Lara), tomo 1, Santander,
Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1981, pág. 295.
46 El historiador y la historia
dad, la única forma posible de llegar a un determinado conocimiento
es a través de las categorías de una lengua determinada. El propio
acto de pensar es imposible realizarlo sin el lenguaje. Y es sabido
también que el lenguaje evoluciona tanto a nivel factual como se-
mántico a lo largo de la historia. Pero, sobre todo, «la lengua, que
es un producto social, como sistema con el que pensamos, configura
nuestra visión del mundo. Vemos el mundo con los ojos de nuestra
lengua»." Y ello es importante porque «a diferentes lenguas corres-
ponden visiones diferentes del mundo».12
A partir de esta considera-
ción es evidente que el discurso del historiador se verá mediatizado
por la lengua que utiliza, y esta mediatización es siempre inevitable.
Además, ya lo hemos señalado, los contenidos de los conceptos utili-
zados también cambian históricamente: en cada presente histórico
el historiador usa conceptos cuyo valor semántico no es siempre el
mismo.
Cabe señalar, por último, las influencias intelectuales del presen-
te en el historiador. De la misma manera como sucede con el len-
guaje, el historiador participa de las particularidades intelectuales
de su época: las formas de pensamiento y de concebir el mundo se
modifican de acuerdo con la dinámica de las evoluciones sociales.
Durante muchos siglos la visión del mundo que aportó el catolicis-
mo conformó el pensamiento de la mayoría de historiadores medie-
vales. Los mitos griegos llegaban a ser tan reales en el presente de
Herodoto que era imposible explicar los orígenes de Grecia sin recu-
rrir a ellos. En la realidad contemporánea no existe ciertamente una
homogeneidad de pensamiento que influya unívocamente en el his-
toriador. Pero no es menos cierto que todas las formas de pensa-
miento contemporáneo (que se implican mutuamente), donde pueda
inscribirse el historiador, se fundamentan a partir de los cambios
y transformaciones sufridos por el mundo en los dos últimos siglos.
Desde esta perspectiva de análisis que hemos ido describiendo,
los historiadores se erigen, así, en protagonistas indiscutibles de la
historia, entendida como proceso de conocimiento, desde el momen-
to en que se convierten en el catalizador de la relación sincrética
entre presente y pasado. Son ellos, efectivamente, quienes convier-
ten en contemporánea toda la historia, pues no pueden desembara-
11. SEBASTIA SERRANO: Lingüística i qiiestió nacional. Valencia, Eliseu Cli-
ment ed., 1979. Serrano cita las tesis de Sapir y de Whorf (pág. 35).
12. Ibid., ibid.
Los condicionamientos sociales y culturales 47
zarse de su propia realidad en el mundo. Curtís va mucho más allá
de estas consideraciones y acentúa el protagonismo de los historia-
dores cuando afirma que éstos deben «atreverse a ser ellos mismos»
y «no deben vacilar en aprovechar el rico fondo de las vivencias per-
sonales que han hecho de ellos lo que son»."
LOS CONDICIONAMIENTOS SOCIALES Y CULTURALES DEL HISTORIADOR
Pero, ¿qué son los historiadores? ¿Es suficiente constatar, como lo
hemos hecho hasta aquí, que el historiador está condicionado por su
presente? ¿Representa el presente un todo homogéneo y monolítico
que influye de la misma manera a todos los historiadores? Son pre-
guntas que efectivamente hay que responder para entender mejor
la importancia del historiador en la ciencia de la historia y el propio
carácter de ésta.
Es lugar común afirmar que los historiadores son hombres como
cualesquiera otros, que viven en una sociedad enfrentada por contra-
dicciones internas, que ocupan un lugar específico en la producción
social, y por lo tanto pertenecen a una clase social determinada,
que poseen una ideología determinada (consciente o inconsciente-
mente) y un sistema de valores frente a la vida y a su sociedad, que
profesan o no creencias religiosas, y que pertenecen a un grupo na-
cional determinado. Todo ello en el marco de una situación histórica
dada. Negar que todos estos elementos constitutivos de la vida del
historiador actúan como condicionamientos en su quehacer his-
toriográfico, sería tanto como afirmar que el historiador es un pro-
ducto social químicamente puro capaz de hacer abstracción de la
realidad que le envuelve y de elaborar sus historias en un laborato-
rio experimental matemáticamente inexorable. Y ello, qué duda
cabe, por mucho que digan los objetivistas, es una falacia que no
resiste el mínimo análisis.
Porque, en primer lugar, el historiador no puede sustraerse de
los condicionamientos sociales de la clase social a la que pertenece.
Es sabido que, según la teoría materialista del conocimiento —y, en
este caso, del conocimiento histórico— el punto de partida de un
proceso cognoscitivo no es nunca el individuo aislado, sino el grupo
13. L. P. CURTÍS, Jr., en la Introducción a El taller del historiador. Méxi-
co, F.C.E., 1975, pág. 25.
4 8 El historiador y la historia
social al que pertenece. Y es conocido también que el individuo,
como producto que es de un conjunto dé relaciones sociales, funda-
menta su conciencia a partir de su propia existencia social." En este
sentido, el historiador no escapa ni puede escapar de las determina-
ciones de su existencia social, y ello se refleja siempre en el pro-
ducto histórico que elabora. No puede sorprendernos que la historia
tradicional fuese una historia de las élites, pues a ellas pertenecían
los historiadores que la cultivaban. La valoración, la interpretación
de fenómenos importantes de la historia de la humanidad, como
pueden ser la revolución francesa o la revolución rusa, cambiará
según la óptica de clase que se adopte: durante muchas décadas
las masas populares que participaron activamente en la revolu-
ción francesa fueron designadas por la historiografía como «chus-
ma» o «populacho», y su presencia histórica considerada —cuando
se la consideraba— como un elemento distorsionador de los objeti-
vos revolucionarios de la burguesía. El propio hecho de que desde
hace pocas décadas la historia empiece a preocuparse de las masas
populares es un claro reflejo del cambio de posición social de mu-
chos historiadores.
La determinación social es, pues, a muchos niveles, fundamental
para entender el punto de partida interpretativo de un historiador,
desde el momento en que su adscripción ideológica y política parte
siempre de un supuesto de clase. Los ejemplos de las relaciones en-
tre política-ideología e historia son muy numerosos. El historiador
noruego-británico George F. E. Rudé no duda en señalar que en su
formación como historiador «tuve la ventaja adicional (...) de haber
sido marxista durante largo tiempo, en teoría y en práctica; creo
que fue la lectura de Marx, y probablemente también la de Lenin,
lo que me condujo a la historia».15
La influencia del marxismo en el
Rudé historiador no puede presentarse en términos más tajantes:
Las ideas históricas de Marx han sido tan largas e insistentemente re-
presentadas mal en ciertos campos, que acaso se sorprenda alguien al
oír que un profesor de historia afirma que una lectura de Marx repre-
14. Entre la numerosa bibliografía existente véanse, en especial, las obras
clásicas de MARX y ENGELS, La Ideología alemana y las Tesis sobre Feuerbach.
Además, K. MANNHEIM: Ideología y utopía. Madrid, Aguilar, 1966, y ADAM
SCHAFF: Historia y verdad. Barcelona, Crítica, 1976. Remitimos al lector tam-
bién al siguiente epígrafe de este mismo capítulo.
15. GEORGE F. E. RUDÉ: «El rostro cambiante de la multitud», en El taller del
historiador, pág. 207.
Los condicionamientos sociales y culturales 49
sentó una sólida ventaja para su profesión. Lo que aprendí de Marx fue
no sólo que la historia tiende a progresar mediante un conflicto de las
clases sociales (opinión que, incidentalmente, era considerada perfecta-
mente «respetable» hace cien años), sino que contiene una pauta descu-
brible y que avanza continuamente (no retrocede, no describe círculos
ni da saltos inexplicables), en términos generales, de una fase inferior
a una fase superior de desarrollo. Aprendí, asimismo, que las vidas y ac-
ciones de la gente común constituyen el contenido mismo de la historia,
y que aun cuando los factores «materiales» tienen precedencia sobre los
institucionales o ideológicos, las propias ideas se convierten en una «fuer-
za material» al entrar en la conciencia activa de los hombres. Más aún,
también aprendí de Engels que, por excelentes que sean los «sistemas»
históricos (como el suyo propio y el de Marx, por ejemplo), «toda la
historia debe ser estudiada de nuevo»."
A principios de la década de los años 70, el historiador británico
Eric J. Hobsbawm señalaba también con gran rotundidad la inciden-
cia de los fenómenos políticos contemporáneos en la historiografía
y, en especial, en el ascenso experimentado por la historiografía mar-
xista:
La extraordinaria importancia de los historiadores marxistas en la ac-
tualidad, o de los historiadores formados en la escuela marxista, se debe
sin duda, en gran parte, a la radicalización de los intelectuales y los estu-
diantes en la pasada década, al impacto de las revoluciones del Tercer
Mundo, la desintegración de las ortodoxias marxistas opuestas al trabajo
científico original, y también a un factor tan simple como la sucesión de
las generaciones."
Pero si nos apartamos del campo específico de la historiografía
marxista, la relación y las interinfluencias entre política-ideología e
historiografía son también evidentes. ¿Hasta qué punto el papel que
desempeñó Marc Bloch en la historiografía europea de entreguerras
fue la causa de que el gran historiador galo acabase sus días tortu-
rado en los campos de concentración nazis? ¿Pudo Bloch diferen-
ciar, en su misma persona, su actitud frente a la vida —y por lo
tanto su antifascismo— de su concepción histórica? El historiador
norteamericano Thomas Garden Barnes, tras relatar sus experien-
cias militantes como miembro de la Unión Liberal de Harvard y
como vicepresidente de la Sociedad de Harvard por los Derechos de
16. Ibid., ibid.
17. E. J. HOBSBAWM: «La contribución de Karl Marx a la historiografía», en
ROBÍN BLACKBURN (ed.): Ideología y ciencias sociales. Barcelona, Grijalbo, 1977,
pág. 316.
50 El historiador y la historia
las Minorías, concluye con la lapidaria evidencia según la cual «es-
cribir historia siempre es hacer un ensayo de la experiencia, y por
ello es la historia de uno mismo tanto como una historia del inde-
pendiente objeto del estudio».'11
Situémonos ahora a la derecha del espectro de la política: hoy
en la historia de la historiografía contemporánea se puede hablar
de la existencia de una historiografía fascista-racista estrechamente
vinculada a la estrategia política, al modelo de sociedad y a la con-
cepción del mundo elaborada por el fascismo. En la Alemania nazi,
era materia de estudio en las escuelas y Universidades la enseñanza
de la superioridad aria a lo largo de la historia, hasta el extremo de
que Jakob Graf, aplicando a la historia las ideas raciales de Ludwig
Ferdinand Clauss, profesor de la Universidad de Berlín, llegó a es-
cribir que «en todas partes el poder creador nórdico ha construido
imperios y expandido la cultura y lenguas arias por una gran parte
del mundo» y que «la raza nórdica ha producido mucha mayor
cantidad de grandes talentos que ninguna otra raza»." Sin llegar a
estos extremos, en la reciente historiografía española, uno de los
historiadores que se precia de ser el historiador que ha vendido más
millares de ejemplares de libros de historia que ningún otro —nos
referimos, claro está, al profesor Ricardo de la Cierva— no ha ocul-
tado jamás su militancia en la derecha española, concretada en los
muchos cargos políticos que ha desempeñado tanto durante el fran-
quismo como después de la dictadura.
Con estos ejemplos concretos queda claro, creemos, el hecho
de que la adscripción ideológica, la militancia política y la situa-
ción de clase actúan como condicionamientos inevitables sobre el
historiador. Pero cabría precisar más sobre un aspecto que conside-
ramos importante: la influencia del marco cultural que se deriva,
tanto de la situación social (o socio-familiar) del historiador, como
de su contexto nacional. En cuanto a la primera vertiente, es evi-
dente que la pertenencia a una clase determinada imprime a su
formación cultural unos caracteres de clase concretos. Que la cul-
tura es siempre clasista (de la cíase que sea) es de una obviedad in-
discutible, aunque el hombre —y por supuesto el historiador— sea
capaz de romper los límites y las barreras de su cultura originaria
18. THOMAS GARDEN BARNES: «Sin mucho respeto a conceptualizaciones ante-
riores», en El taller del historiador, pág. 170.
19. Véase GEORGE L. MOSSE: La cultura nazi. La vida intelectual, cultural y
social en el Tercer Reich. Barcelona, Grijalbo, 1973, pág. 107.
Los condicionamientos sociales y culturales 51
y asumir comportamientos culturales diferentes a los propios de su
clase. En este caso nos hallamos ante un fenómeno comúnmente lla-
mado de desclasamiento. Pero en cualquier caso la cultura de clase
—muy a menudo adquirida en el ambiente familiar— representa
otro condicionante para el historiador. No siempre se posee la va-
lentía de reconocer este influjo, tal y como lo hace el historiador
norteamericano Lynn T. White, Jr.:
Mis propias aficiones me hacen atribuir el mayor peso al poder condi-
cionante del ambiente religioso. Después de todo, soy hijo de un liberal
calvinista, profesor de ética cristiana, y entre mi graduación en Stanford
en 1928 y mi viaje a Harvard en 1929, estudié en el Seminario Teológico
de la Unión, a los pies del más apasionado neoagustiniano de nuestros
tiempos, Reinhold Niebuhr: tengo una mens naturaliter theologica."
En mi caso concreto, y por primera vez hablo en primera per-
sona, mis condicionamientos culturales originarios tienen mucho
que ver con el aislamiento y las estrecheces de la sociedad rural
catalana de los años 50 y principios de los 60, con una escuela repre-
siva y alienante desde todos los puntos de vista, con el brasero de
carbonilla en invierno y, ¡cómo no!, con la leche en polvo repartida
en las escuelas, «regalo» de los americanos al gobierno español como
compensación a las bases militares que se estaban instalando en Es-
paña. Ni que decir tiene que durante muchos años de mi infancia la
leche fue uno de los alimentos que más llegué a odiar.
Esta breve injerencia personal me lleva a plantear los condicio-
namientos nacionales —de cultura nacional— del historiador. Porque,
efectivamente, la historiografía catalana —y es sólo un ejemplo-
no ha podido sustraerse durante los últimos siglos de la margina-
ción a que la ha condenado, y en buena medida sigue condenando, la
cultura española hegemónica. Los mismos condicionantes, aunque
desde una posición de hegemonía, rigen, qué duda cabe, el que-
hacer historiográfico de los historiadores españoles. Los ejemplos
de los condicionamientos nacionales son también muy numerosos y
van desde la historiografía romántica del siglo xix, cuando la histo-
ria erigió auténticos monumentos nacionales que servían a los com-
bates nacionalistas de la época, hasta las más recientes historias na-
cionales de Bretaña o Irlanda, el Quebec, Cataluña o el más pequeño
de los Estados africanos de reciente independencia. La cultura na-
20. LYNN T. WHITE, Jr.: «Historia y clavos de herradura», en El taller del
historiador, pág. 83.
52 El historiador y la historia
cional, y la lengua en primer lugar, impone al historiador una forma
determinada de ver el mundo, la realidad más inmediata que le
rodea y la propia historia. ¡Cuántas veces los historiadores catalanes
se han quejado por el hecho de que las «historias de España», escri-
tas muchas veces desde Madrid por prestigiosos historiadores cas-
tellanos, se limitasen a ser una historia del y desde el Estado, que
obviaba la periferia peninsular!2 1
Un historiador neoyorquino, Lawrence W. Levine, especialista en
temas relacionados con la historia de los negros, se lamentaba del
reproche que le habían hecho, según el cual, «como hijo de padres
blancos, tengo pocas probabilidades de comprender el pasado ne-
gro».11
Y después de señalar que «los estudiantes negros suelen
apartarse de las clases de historia negra enseñada por hombres blan-
cos» y que «los intelectuales negros proclaman a voz en cuello que
ellos son los únicos capacitados para estudiar e interpretar la hi-
toria negra»," rompía una lanza en favor de la superación de las
influencias culturales:
Si demasiados historiadores se han enredado en el cordón umbilical de
su propia cultura, es porque eran malos historiadores, y no porque fue-
ran trágicas víctimas de una inevitable miopía cultural. El historiador
que no puede trascender en grado considerable la cultura de su juventud,
las necesidades de su presente y las esperanzas de su futuro al enfrentar-
se al pasado, merece todo repudio, pero debemos tener cuidado de no
transformar sus fracasos en leyes inflexibles que gobiernen a todos los
historiadores.2
'1
Sin duda, el voluntarismo del párrafo de Levine y las conclusio-
nes tan radicales que extrae parten de su propia y amarga expe-
riencia personal, pero también parten de la posición hegemónica y
dominante de la cultura blanca en los Estados Unidos. Y no se trata,
quede claro, de prejuicios raciales, sino de condicionamientos cultu-
ral-nacionales, implícitos en la propia naturaleza del hombre y de las
sociedades. Puesto que el hombre es también su propia cultura, y
21 Éste es el caso de los dos últimos intentos colectivos: el de la Histo-
ria de España publicada a principios de los años 70 por Eds. Alfaguara y
Alianza Editorial; y el de algunos volúmenes de la Historia de España que,
dirigida por Tuñón de Lara, ha publicado Ed. Labor desde 1980.
22. LAWRENCE W. LEVINE: «El historiador y la brecha de la cultura», en El
el taller del historiador, pág. 340.
23. Ibid., ibid.
24. Ibid., pág. 342.
Los condicionamientos sociales y culturales 5 3
ésta posee un marcado carácter de clase y al mismo tiempo un ca-
rácter étnico-nacional incuestionables.
Pedir al historiador que sea capaz de superar su cultura es tanto
como pedir al historiador-hombre que sea capaz de prescindir de su
propio sexo y del hecho de que vive en una sociedad patriarcal en la
que los hombres desempeñan la mayoría —por no decir la totali-
dad— de las funciones dirigentes. Porque, efectivamente, en la his-
toriografía existen también unos claros condicionamientos sexistas
desde el momento en que, hasta fechas muy recientes, la mujer ha
estado marginada por la propia sociedad de las tareas historiográfi-
cas. Es otra evidencia, creemos, que no precisa demostración. Los
condicionamientos sexistas de la historiografía elaborada por los
hombres se evidencian claramente en el hecho, fácilmente compro-
bable, de que existe un olvido constante hacia todas aquellas mani-
festaciones históricas —sociales, económicas o sexuales— concer-
nientes a la mujer."
No podríamos acabar este repaso general de los condicionamien-
tos sociales y culturales sin referirnos al marco socioprofesional
en el que se desenvuelve el historiador, y particularmente el histo-
riador académico y universitario. Es, ciertamente, un tema delicado
que muy pocos historiadores —y menos, claro está, los considerados
profesionales— abordan. En su corrosiva y contundente obra que
tantas veces hemos citado, Jean Chesneaux denuncia la existencia de
una estructura de poder rígidamente jerarquizada en los medios
académicos de la historiografía francesa actual:
Lo que cuenta es el poder que tiene un historiador de investir a otra
persona con la etiqueta de calidad que la hace entrar en la misma cor-
poración. Un «patrón», en lo alto de la jerarquía universitaria, no podrá
procurar a uno de sus protegidos una hermosa carrera más que en el
caso de que el último posea títulos suficientes y cuente en su haber con
trabajos «señalados». Pero estos títulos y trabajos no tienen estrictamente
ningún valor en sí mismos; permiten únicamente que funcione la desig-
nación desde arriba.28
Desde otra óptica, y sobre todo desde la experiencia que le con-
25. Este «olvido» ha sido puesto de relieve repetidamente por las historia-
doras feministas, tal y como reconoce E. J. HOBSBAWM: «Home i dona a la ico-
nografía socialista», en L'Avenc (Barcelona), n.° 5, enero 1982, págs. 47-57. Véa-
se también lo que plantea MARY NASH en la Introducción de su libro Mujer y
movimiento obrero en España, 1931-1939. Barcelona, Fontamara, 1981, págs. 9-20.
26. CHESNEAUX: ¿Hacemos tabla rasa del pasado?..., pág. 87.
5 4 El historiador y la historia
ferian sus 80 años de edad, el historiador británico Vivían H. Gal-
braith escribía con la misma sagacidad:
Hoy, a un gran número de historiadores profesionales, perfectamente
preparados y probablemente sobrepagados, se les pide enseñar historia
y, a la vez, escribir sobre ella. Su derecho de ser escuchados y leídos
depende de su condición de profesores asalariados de un gran número de
universidades, en tanto que sü prestigio entre sus colegas no se basa en
sus enseñanzas, sino en la calidad y aun la cantidad de sus publicaciones.
Esta industrialización de la historia académica está hoy adquiriendo las
proporciones de una revolución, en el curso de la cual, aunque incons-
cientemente, la función docente, que debería ser la primera, ha sido
eclipsada por las investigaciones publicadas. Para el joven aspirante pro-
fesional, la historia es hoy una pelea de perros por el ascenso, y su lema
es «publicar o morir». En el hambre mundial de literatura histórica, en
todos los niveles, los editores comerciales están inundando el mercado
con libros, todos los cuales, como obra de profesionales, caben dentro de
la categoría de «investigación»... y educadores y educandos, por igual,
tienen dificultades para mantenerse al ritmo de esta actividad febril."
Las dos citas han sido, ciertamente, largas y merecerían muchas
matizaciones. No es cierto que en todos los países del mundo capita-
lista occidental los historiadores estén sobrepagados. Pero sí es cierto
que las relaciones de poder que se establecen entre los historiado-
res profesionales —relaciones que en muchas ocasiones adoptan for-
mas institucionalizadas— implican dependencias y subordinaciones
más propias, a veces, de una sociedad estamental de Antiguo Régi-
men, que de sociedades desarrolladas de capitalismo avanzado.
Y estas dependencias y subordinaciones pueden llegar a representar
hipotecas muy duras para el libre trabajo del historiador.
LA HISTORIA COMO PRODUCTO DE UN PROCESO DE CONOCIMIENTO
Si hemos planteado, tal como lo hemos hecho, los condicionamien-
tos sociales y culturales del historiador, es por el papel tan impor-
tante que juegan en el proceso de conocimiento que llamamos his-
toria. Ciertamente, ya hemos adelantado muchos de los elementos
que intervienen específicamente en el conocimiento histórico. Pero
no comprenderíamos hasta qué punto actúan los condicionamientos
sociales del historiador en el conocimiento histórico, sin plantear,
27. VIVÍAN H. GALBRAITH: «Reflexiones», en El taller del historiador, pág. 28.
La historia como producto de un proceso de conocimiento 55
aunque sea a grandes rasgos, cómo se produce este conocimiento.
También en este punto abundan las discrepancias y antagonis-
mos entre las distintas teorías del conocimiento, que históricamente
se han planteado el problema de las relaciones entre el pensar y el
ser, el espíritu y la naturaleza. Un problema que en sus orígenes
había enfrentado dos concepciones radicalmente excluyentes: la
idealista y la materialista. Los idealistas habían priorizado siempre
el pensamiento y el espíritu como origen y fundamento de la reali-
dad. Hegel, el último gran idealista de la historia, había enunciado el
principio de que el proceso de pensamiento era el creador de la rea-
lidad y que la idea —encarnación del proceso de pensamiento— era
un sujeto con vida propia:
El pensamiento dialéctico desemboca, en la filosofía hegeliana, en un
proceso infinito de autoexpresión y autoconciencia del Espíritu. En tal
sistema, el mundo exterior es visto solamente como un campo de aplica-
ción del pensamiento activo y creador; y la práctica, como la realización
externa de ideas, conceptos y planes desarrollados en y por el pensa-
miento. No hay respuesta, en Hegel, a la cuestión de saber de dónde
surge el pensamiento. Como su filosofía opera una especie de deificación
de las formas y leyes lógicas del pensamiento humano, objetivizándolas
como algo externo, no es posible tal respuesta: el pensamiento es."
Contrariamente, el materialismo invierte esta relación y plantea,
a menudo a nivel mecánico, el origen del mundo como producto di-
recto de la materia. Para Feuerbach, el más importante materialista
premarxista, no existe contradicción entre el ser y el pensar, por el
hecho de que «el hombre no es más que una parte de la naturaleza,
una parte del ser»,K
y esta integración del hombre en la naturaleza
comporta que en el proceso de conocimiento se produzca la unidad
entre el sujeto y el objeto, puesto que «el mundo objetivo no se en-
cuentra solamente fuera de mí, está también en mí mismo, en mi
propia piel».50
El conocimiento se forma, así, a través de la simple
contemplación, mecánicamente, puesto que «el objeto de conoci-
miento actúa sobre el aparato perceptivo del sujeto que es un agen-
te pasivo, contemplativo y receptivo; el producto de este proceso (el
conocimiento) es un reflejo o copia del objeto, reflejo cuya génesis
28. CARDOSO: Introducción a! trabajo de la investigación histórica, pág. 24.
29. YURI PLEJÁNOV: Cuestiones fundamentales del marxismo (Del materia-
lismo de Feuerbach al materialismo histórico de Marx). Barcelona, Fontamara,
1976, pág. 35.
30. Ibid., ibid.
56 El historiador y la historia
está en relación con la acción mecánica del objeto sobre el su-
jeto».31
Partiendo del materialismo de Feuerbach, Marx y Engels elabo-
raron una teoría materialista del conocimiento que se apartaba en
muchos aspectos fundamentales del materialismo anterior. Conside-
rando el fundamento epistemológico de las posiciones marxistas, se
comprenderá la importancia que para la historia tienen los condi-
cionamientos socioculturales." En efecto, el primer principio meto-
dológico del marxismo remite a la inevitabilidad del hombre como
ser social. En las Tesis sobre Feuerbach, Marx y Engels establecie-
ron que «la esencia del hombre no es una abstracción inherente al
individuo aislado», sino que «en su realidad, es el conjunto de las
relaciones sociales»." Es cierto que el hombre posee también deter-
minaciones biológicas que lo caracterizan como tal, y sin las cuales
sería imposible el acto de pensar y conocer, pero fijarnos únicamen-
te en estas determinaciones significaría afirmar que a partir del hom-
bre aislado es posible el conocimiento. Y ello, sin duda, resulta falso
desde el momento en que las categorías del lenguaje son, como ya
vimos, imprescindibles en todo conocimiento, y el lenguaje también
es producto directo de la actividad social de los hombres. Por otra
parte, en el campo estricto de la historia, está empíricamente demos-
trado el hecho de que el hombre siempre ha existido en sociedad. De
ahí que el marxismo afirme que el punto de partida del conocimien-
to no es nunca el individuo aislado, sino el grupo social al que per-
tenece el sujeto.
Adam Schaff, en este mismo sentido, ha apuntado las consecuen-
cias que entraña considerar al hombre como «el conjunto de las
relaciones sociales»:
En primer lugar, la articulación dada del mundo, o sea la manera de
percibirlo, de distinguir en él elementos determinados, la dinámica de las
percepciones, etc., está relacionada con el lenguaje y con el aparato con-
ceptual que recibimos de la sociedad, por medio de la educación consi-
derada como la transmisión de la experiencia social acumulada en la filo-
31. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, pág. 83.
32. Sin duda, la teoría marxista dei conocimiento pone de relieve, más que
ninguna otra teoría, la importancia de los condicionamientos sociales. En esta
parte del capítulo hemos seguido especialmente las dos obras ya citadas de
CIRO F. S . CARDOSO y de ADAM SCHAFF, y el libro de THOMPSON: Miseria de la
teoría.
33. Se trata de la VI Tesis sobre Feuerbach, citada de la versión catalana,
Barcelona, Ed. 62, 1969, pág. 103.
La historia como producto de un proceso de conocimiento 5 7
génesis. En segundo lugar, nuestros juicios están socialmente condiciona-
dos por los sistemas de valores que aceptamos y que poseen todos ellos
un carácter de clase; hecho que el marxismo, seguido por la sociología
del conocimiento, ha puesto particularmente de relieve."
La otra premisa fundamental de la teoría marxista del conoci-
miento rompe con el mecanismo de la relación entre materia y pen-
samiento cuando afirma que «el hombre llega hasta el pensamiento
principalmente por las sensaciones que experimenta en el proceso de
su acción sobre el mundo exterior».35
El materialismo premarxista,
como vimos, creía que se llegaba al conocimiento por el reflejo que el
objeto depositaba sobre el sujeto, y que este sujeto —producto de
las circunstancias y de la educación— se mostraba pasivo en el acto
de conocer. En las ya citadas Tesis sobre Feuerbach, Marx y Engels
se distanciarán de este materialismo desde el primer momento:
El principal defecto, hasta hoy, del materialismo de todos los filósofos
—incluyendo a Feuerbach— es que el objeto, la realidad, el mundo sen-
sible son tomados sólo bajo la forma de objeto o de intuición, pero no
como actividad humana concreta, como práctica, de forma no subjetiva."
La praxis se convierte, pues, en un principio fundamental de
todo conocimiento, desde el momento en que el hombre conoce el
objeto actuando sobre él y en este proceso de conocimiento, emi-
nentemente práctico, transforma al mundo y al mismo tiempo se
transforma a sí mismo. Porque la actividad del hombre que lleva al
conocimiento «surge como forma y producto de la transformación
activa de la naturaleza por el trabajo».3
' En el libro primero de El
Capital, Marx pone de relieve cómo se produce la relación entre el
hombre y la naturaleza mediante el trabajo:
El trabajo es, por de pronto, un proceso entre ser humano y naturaleza,
un proceso en el cual el ser humano media, regula y controla mediante
su propia actividad su metabolismo con la naturaleza. El ser humano se
enfrenta con la materia natural como fuerza natural él mismo. Pone en
movimiento las fuerzas naturales pertenecientes a su corporeidad —bra-
zos y piernas, cabeza y manos—, con objeto de apropiarse la materia
natural en una forma utilizable para su propia vida. Mediante ese mo-
34. ADAM SCHAFF: Ibid., pág. 94.
35. PLEJÁNOV: Cuestiones fundamentales..., pág. 37.
36. I Tesis de Feuerbach, de la edición citada, pág. 101.
37. CARDOSO: Introducción al trabajo..., pág. 26.
58 El historiador y la historia
vimiento obra en la naturaleza externa a él y la altera, y así altera al
mismo tiempo su propia naturaleza.™
De esta manera, el materialismo marxista establece la existencia
de un sistema de acciones e interacciones entre el objeto y el suje-
to, de un movimiento permanente a partir del cual surge el conoci-
miento. Pero deja claro que la iniciativa en cualquier proceso cog-
noscitivo parte siempre del hombre, y de un hombre socialmente
determinado, con lo cual el conocimiento siempre «es una forma
socialmente determinada de actividad humana».3
'
Aplicando este modelo de teoría del conocimiento al caso concre-
to del conocimiento histórico, se evidencia con mucha claridad cómo
la historiografía, la «historia» o la obra histórica es siempre un
producto socialmente determinado en la misma medida en que el
proceso cognoscitivo que lleva al conocimiento histórico está tam-
bién socialmente determinado, por el hecho de que el historiador
—como todo hombre— «es un conjunto de relaciones sociales».
La actividad social que representa el conocimiento histórico es
al mismo tiempo una actividad histórica —concreta en el tiempo y
en el espacio—, y en la acción que el historiador ejerce sobre su
objeto de estudio invierte todas las sensaciones de su conciencia,
formadas por la influencia que el mundo exterior ejerce sobre él. De
esta manera, el historiador llega a conocer su objeto real mediante
una actividad práctica, en la cual su conciencia social juega siempre
un papel de primer orden. Pero, por otra parte, el objeto de su estu-
dio transforma, modifica y amplía su propia conciencia.
En su polémica con Althusser, E. P. Thornpson destaca la impor-
tancia que para el conocimiento histórico —y en realidad para cual-
quier forma de conocimiento— posee el diálogo entre el ser social y
la conciencia social, en el momento en que dentro del ser social
surge espontáneamente la experiencia, como consecuencia de que
«los hombres y las mujeres (y no sólo los filósofos) son racionales
y piensan acerca de lo que les ocurre a ellos y a su mundo».'0
De
esta manera la «experiencia es determinante, en el sentido en que
ejerce presiones sobre la conciencia social existente, plantea nuevas
cuestiones y proporciona gran parte del material de base para los
38. KARL MARX: El Capital. Libro primero, volumen 1. Barcelona, Grijalbo,
1976, pág. 193. El subrayado es mío. P. P.
39. CARDOSO: Introducción al trabajo..., pág. 27.
40. THOMPSON: Miseria de la teoría, pág. 19.
Historia e ideología 59
60 El historiador y la historia
ejercicios intelectuales más elaborados»." Pero, al mismo tiempo, la
conciencia social actúa y modifica al ser, puesto que «del mismo
modo que el ser es pensado, el pensamiento es vivido; los seres hu-
manos, dentro de ciertos límites, pueden vivir las expectativas socia-
les o sexuales que las categorías conceptuales dominantes les im-
ponen».42
En el caso del conocimiento histórico, este esquema cognoscitivo
de Thompson presupone la existencia de dos tipos de acciones y
reacciones que se implican mutuamente: el diálogo entre el ser y la
conciencia del historiador, por una parte, y la acción de la concien-
cia sobre su objeto real de estudio, por la otra, que a su vez estable-
ce otro diálogo, cuyo resultado será el conocimiento histórico. El
complejo sistema de interrelaciones no puede estar sintéticamente
mejor descrito:
El objeto real (...) es epistemológicamente inerte, es decir, no puede im-
ponerse ni desvelarse él mismo al conocimiento: esto tiene lugar dentro
del pensamiento y de sus procedimientos. Pero no quiere decir que sea
inerte en otros aspectos: no necesita ser sociológica o ideológicamente
inerte. Y como remate hay que decir que lo real no está «ahí fuera»,
mientras que el pensamiento estaría en la tranquila sala de conferencias
de nuestras cabezas, «aquí dentro». El pensar y el ser habitan un solo y
mismo espacio, y este espacio somos nosotros mismos. Así como pensa-
mos, también tenemos hambre y sentimos odio, enfermamos o amamos,
y la conciencia está entremezclada con el ser; así como contemplamos lo
«real», experimentamos nuestra propia palpable realidad. De modo que
los problemas que las «materias primas» presentan al pensamiento
consisten a menudo precisamente en sus mismísimas cualidades activas,
indicativas e instructivas. Pues el diálogo entre conciencia y ser va adqui-
riendo más y más complejidad —verdaderamente, alcanza pronto un or-
den diferente de complejidad, que ofrece un orden distinto de problemas
epistemológicos— cuando la conciencia crítica actúa sobre una materia
prima hecha del mismo material que ella misma: los artefactos intelec-
tuales, las relaciones sociales, el acontecimiento histórico."
HISTORIA E IDEOLOGÍA
El hecho de que el conocimiento histórico esté condicionado social-
mente implica que toda obra histórica posee necesariamente un ca-
41. Ibid., pág. 20.
42. Ibid., pág. 21.
43. Ibid., págs. 36-37.
rácter de clase, en la medida en que aparece a través de la acción
de la conciencia social del historiador sobre un objeto de estudio
determinado: la historiografía surge como una de las actividades
intelectuales de una conciencia social determinada. Durante mu-
chas décadas, desde el marxismo se habló de «ciencia histórica bur-
guesa» —y también de «ciencia burguesa»— para designar aquella his-
toria producida en los círculos académicos y universitarios que pre-
tendían un profesionalismo a ultranza y una «neutralidad» política e
ideológica, pero que en el fondo respondían a unos intereses de cla-
se muy concretos.'"
Desde esta perspectiva la historiografía aparece como una forma
más que adopta la ideología de los, hombres: la historia surge como
una actividad de la conciencia de los hombres y al mismo tiempo
pasa a formar parte de su conciencia. En este punto se impone defi-
nir los conceptos y las relaciones entre conciencia social e ideología.
Es conocido que Marx y Engels definían la conciencia única-
mente como «el Ser consciente», como «el desarrollo de los reflejos
ideológicos y de los ecos» del proceso de la vida real de los hom-
bres.4 5
En su tantas veces citado prefacio a la Contribución a la crí-
tica de la economía política, Marx escribió que la estructura econó-
mica era la «base real» de la sociedad, «sobre la cual se eleva una
superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas
sociales determinadas de conciencia»/1
una conciencia que en El 18
Brwnario de Luis Bonaparte había definido como «sobreestructura
de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida
y plasmados de un modo peculiar».'" En 1890, en su conocida carta
a J. Bloch del 21 de septiembre, Engels hablaba de «los reflejos de
todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes; las teo-
rías políticas, jurídicas, filosóficas; las ideas religiosas»," que repre-
sentaban, sin duda, elementos constitutivos de la conciencia social
de los hombres. Siguiendo estas líneas interpretativas de Marx y
44. GEORG LUKÁCS utiliza a menudo este concepto en Historia y consciencia
de cíase. Barcelona, Grijalbo, 1975*. Cabe señalar que, si bien los historiadores
marxistas han renunciado mayoritariamente a este concepto —en buena parte
peyorativo—, sigue utilizándose sobre todo en los países socialistas.
45. MARX-ENGELS: La ideología alemanya, págs. 26-27.
46. MARX: Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política,
pág. 37.
47. MARX: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Barcelona, Ariel, 1968, pág. 51.
48. FRIEDRICH ENGELS: Historia, economía, crítica social, filosofía, cartas.
Barcelona, Península, 1969, págs. 341-342.
Historia e ideología 61
Engels, Franz Jakubowsky, en su ensayo clásico sobre Las superes-
tructuras ideológicas en la concepción materialista de la historia,
escribió que «el concepto de conciencia coincide con el concepto de
superestructura ideológica, con las representaciones humanas»," y
definía las superestructuras ideológicas como «la forma en que los
hombres llegan a ser conscientes de sus luchas».50
Sin embargo, para los clásicos marxistas, conciencia e ideología
no responden al mismo contenido. Para Engels ideología «es un
proceso que el supuesto pensante cumple sin duda conscientemen-
te, pero con una conciencia falsa», puesto que la ideología «no
concuerda con la realidad y no la capta y expresa de manera adecua-
da»." Schaff indica cómo Marx y Engels durante toda su vida habla-
ron de ideología como de «falsa conciencia» y demuestra la coheren-
cia y la lógica del pensamiento de Marx y Engels cuando siempre
que hablaban de «ideología» se referían a la ideología de la burgue-
sía y en ningún caso consideraron sus propias teorías como ideolo-
gía. Discutiendo las interpretaciones de Mannheim, Schaff pone de
relieve que el aserto marxiano según el cual la ideología es una fal-
sa conciencia, en realidad no define, y subraya que en la concepción
de Marx y Engels el concepto de ideología es muy restrictivo y que
no puede equipararse a los contenidos que los marxistas posteriores
le han dado."
El propio Schaff, para resolver el problema de la ideología como
«falsa conciencia» y para introducir en el concepto de ideología todo
tipo de ideologías —incluida la marxista— propone una definición
mucho más amplia cuando afirma que «por "ideología" yo entiendo
los puntos de vista basados en un sistema de valores y relativos
a los problemas planteados por el objeto deseado del desarrollo so-
cial; puntos de vista que determinan las actitudes de los hombres, o
sea, su disposición para adoptar algunos comportamientos en situa-
ciones determinadas y su comportamiento efectivo en las cuestiones
sociales»." Desde una óptica geneticofuncional, Schaff reformula la
definición al hablar de «las ideas sobre los problemas planteados por
49. FRANZ JAKUBOWSKY: Las superestructuras ideológicas... Madrid, Alberto
Corazón ed., 1973, pág. 97.
50. Ibid., pág. 81.
51. Citado por JAKUBOWSKY: Ibid., pág. 181.
52. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, págs. 196-209.
53. Ibid., págs. 209-210.
62 El historiador y la historia
el objetivo deseado de desarrollo social, que se forman sobre la base
de determinados intereses de clase y sirven para defenderlos».5
*
A partir de estas definiciones, Schaff está de acuerdo en que la
ideología sigue siendo el reflejo de la realidad —o como asiente, ci-
tando a Pokrovski «el reflejo de la realidad en la conciencia de los
hombres, a través del prisma de sus intereses en general, y primor-
dialmente de sus intereses de clase»—,55
pero no necesariamente el
reflejo deformante de la realidad; y en este punto introduce en
el concepto de ideología tanto las «falsas conciencias», las ideologías
«que constituyen deformaciones de clase» como las «ideologías au-
ténticas, adecuadas».58
El tema, complejo y sumamente problematizado y debatido, en
sus múltiples derivaciones escapa, sin embargo, al objeto central
de nuestro estudio: plantear que toda historiografía forma parte de
una determinada ideología. Si aceptamos las propuestas de defini-
ción de Schaff sobre ideología y desde la perspectiva de lo que he-
mos enunciado hasta ahora, es evidente que hay que situar a la his-
toriografía dentro del marco de las ideologías de los hombres y de
las clases sociales. Al menos, en el sentido que le da Chesneaux
cuando afirma que «nuestro conocimiento del pasado es un factor
activo del movimiento de la sociedad, es lo que se ventila en las lu-
chas políticas e ideológicas, una zona violentamente disputada. El
pasado, el conocimiento histórico pueden funcionar al servicio del
conservadurismo social o al servicio de las luchas populares. La his-
toria penetra en la lucha de clases; jamás es neutral, jamás perma-
nece al margen de la contienda».57
Es cierto que en este párrafo Chesneaux plantea la dimensión
política e ideológica de la historia en toda su extensión social, as-
pecto que trataremos en el próximo capítulo. Pero como ya hemos
visto, el condicionamiento de clase del conocimiento histórico impli-
ca que la obra histórica sea valorada justamente a partir del grupo
social en el que se encuadra el historiador, y no desde su exclusivo
punto de vista personal, como individuo aislado. Así, la historia,
como producto ideológico del historiador, corresponde al mismo
54. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, pág. 210.
55. Ibid., pág. 215.
56. Ibid., pág. 211.
57. CHESNEAUX: ¿Hacemos tabla rasa del pasado?..., pág. 24. El subrayado
es mío. P. P.
Historia e ideología 6 3
tiempo al producto ideológico de la clase social a la que aquél per-
tenece.
Esta compleja relación historiador-ideología-clase-conocimiento
histórico puede quedar más clara si nos remitimos a ejemplos con-
cretos. Sería históricamente incomprensible El siglo de Luis XIV
de Voltaire si no la analizásemos a partir de la ideología de la Ilus-
tración, de una ideología, por otra parte, que no pertenece a Voltai-
re, sino a una burguesía revolucionaria —de la que Voltaire es un
exponente teórico— que está rompiendo con el Antiguo Régimen y
está elaborando un proyecto social nuevo de acuerdo con sus propios
intereses. La concepción religiosa de la historia que impone el cristia-
nismo, a partir de san Agustín, durante la Edad Media europea,
sólo puede comprenderse teniendo en cuenta la función ideológica
que la religión desempeña bajo el feudalismo, en cuanto representa
la legitimación del poder económico, social y político de las clases
feudales dominantes. Marx, a su vez, era consciente de que su pun-
to de partida social era la clase obrera, y el marxismo como ideolo-
gía —y por lo tanto la concepción marxista de la historia— sólo ad-
quiere sentido histórico desde el momento en que se vincula al obje-
tivo social de la clase obrera: la transformación revolucionaria de
la sociedad, en un sentido socialista. Lo que queremos decir, en defi-
nitiva, es que no existe producto histórico que no esté imbuido de la
ideología del historiador, de una ideología que siempre posee su co-
rrespondencia social en una clase. Cuando el propio historiador se
adscribe a una escuela historiográfica, su adscripción comporta una
determinada concepción de la historia, y en general —consciente o
inconscientemente— se relaciona con sus concepciones ideológicas
precisas.
Así las cosas, se puede llegar a situaciones extremadamente gra-
ves para la ciencia de la historia, como há sucedido con la concep-
ción histórica de Althusser y de sus discípulos, cuando afirman que
la historia —y en este caso la historia real, las res gestae— no existe
como objeto real de conocimiento, sino que es un producto ideoló-
gico_de la teoría del historiador.5
" Pero, como han demostrado los
58. Las posiciones teóricas de Althusser pueden estudiarse, fundamental-
mente, en Louis ALTHUSSER: La revolución teórica de Marx. México, Siglo X X I ,
1967; y Louis ALTHUSSER y ÉTIENNE BALIBAR: Para leer El Capital. México, Si-
glo X X I , 1969. Las concepciones althusserianas aplicadas a la historia en BARRY
HINDESS y PAUL Q. HIRST: Los modos de producción precapitalistas. Barcelona,
Península, 1979.
6 4
El historiador y la historia
críticos de Althusser, y en especial la reciente aportación de E. P.
Thompson, el estructuralismo althusseriano adolece de graves defec-
tos epistemológicos que le conducen inevitablemente a un idealismo
metafísico, que nada tiene que ver con el materialismo histórico.5
'
Y a otro nivel, existe el peligro —que en parte se vislumbra en
las concepciones de Chesneaux— de llegar a una ideologización tan
profunda de la historia que ésta sólo tenga validez en el marco co-
yuntural del presente inmediato. Ciertamente, no faltan defensores
de estas tesis, que únicamente valoran el trabajo histórico en fun-
ción de las luchas políticas e ideológicas del momento. La historia,
desde este punto de vista, sería un instrumento más de lucha
ideológica y de práctica política. Schaff destaca cómo bajo la perspec-
tiva de Pokrovski la historia se convierte en un virtual juego polí-
tico: «el historiador selecciona los hechos arbitrariamente y los in-
terpreta de modo subjetivo en función de su posición de clase».50
Pero resaltar el condicionamiento de clase de la ideología del his-
toriador y enmarcar la historiografía en el campo de las produccio-
nes ideológicas no significa ideologizar la historia hasta estos extre-
mos. Porque el historiador, sea cual sea su predicamento ideológico,
está limitado, en primer lugar, por la naturaleza del objeto de su
estudio y por los hechos históricos que trata de comprender, que
existen al margen de él mismo, en el sentido que apunta Thompson:
Los procesos acabados de cambio histórico, con sus intrincadas relacio-
nes causales, ocurrieron de verdad, y la historiografía puede falsearlos
o entenderlos mal, pero no puede en lo más mínimo modificar el estatuto
ontológico del pasado. El objetivo de la disciplina histórica es alcanzar
esta verdad de la historia.61
Ello implica que «las pre-ocupaciones de cada generación, sexo o
clase deben inevitablemente tener un contenido normativo, que ha-
llará expresión en las preguntas formuladas a los datos empíricos»."
59. Existe una numerosa bibliografía crítica a las concepciones althusseria-
nas. Véase, entre otras: CARLOS NELSON COUTINHO: El estructuralismo y la mi-
seria de la razón. México, Era, 1973; ADAM SCHAFF: Estructuralismo y marxis-
mo. México, Grijalbo, 1976. PIERRE VILAR es autor de dos breves aportaciones:
«El método histórico», en Althusser, método histórico e historicismo. Barcelona,
Anas*rama, 1972, y Historia marxista, historia en construcción, Barcelona, Ana-
grama, 1974. La crítica de Thompson en el libro ya citado Miseria de la
teoría.
60. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, pág. 216.
61. THOMPSON: Miseria de la teoría, pág. 70.
62. Ibid., pág. 7 1 .
El historiador y sus métodos 65
Y el «contenido normativo» que reclama Thompson remite a las
«salvaguardas metodológicas» que sirven o deben servir como limi-
tación contra la ideologización {in extremis) de la historia.
EL HISTORIADOR Y SUS MÉTODOS
En efecto, el historiador está limitado y determinado también por
el método o los métodos que ha ido construyendo la ciencia de la
historia. Es cierto, y sin duda evidente, que no existe un único mé-
todo historiográfico. En este punto hay que recordar de nuevo que
la historia no es metodológicamente unívoca y que a menudo se
contraponen métodos cuya aplicación ofrece resultados diferentes,
cuando no contradictorios: así sucede, por ejemplo, cuando en el
análisis de una sociedad se utilizan los métodos funcionalistas, al es-
tilo de Mousnier," o bien el método de análisis marxista. En el pri-
mer caso la estructura social aparece en función del prestigio u
honor de cada grupo social, que desempeñaría una función especí-
fica en la sociedad de acuerdo con este prestigio. Para el marxismo
una estructura social determinada siempre resulta como consecuen-
cia de la estructura económica, como consecuencia, por lo tanto,
del lugar que ocupan los diferentes grupos sociales —entre quienes
existen contradicciones y antagonismos— en un sistema de produc-
ción dado y por las relaciones de propiedad que mantienen respecto
a los medios de producción."
Por otra parte, la ciencia histórica propone métodos y técnicas
de validez universal para los historiadores. En este punto cabría
establecer una distinción importante entre metodología y método,
puesto que a veces ambos conceptos se utilizan en un mismo sen-
tido, y en cambio otras veces expresan contenidos diferentes. En el
sentido propuesto en el ejemplo anterior, es evidente que cuando
hablamos de metodología nos referimos al «método» que surge de la
aplicación de una determinada concepción de la historia: así, habla-
mos de metodología funcionalista, positivista o marxista. La «meto-
dología» en este caso no se comprende sin la «teoría» de la que parte
el historiador. La teoría conforma la metodología. Contrariamente, el
63. Véase, al respecto, CARDOSO y PÉREZ BRIGNOLI: LOS métodos de la his-
toria. Barcelona, Crítica, 1976, págs. 312-314.
64. Ibid., págs. 310-311.
66 El historiador y la historia
método o los métodos se refieren a las técnicas de trabajo utiliza-
das por el historiador en sus investigaciones: en este sentido se
habla de métodos de historia económica, de historia social, cultural
o política. Pero las cosas no están tan claras, puesto que también
se puede hablar —y de hecho se ha utilizado el concepto— de mé-
todo marxista o método funcionalista. Lo que queremos indicar, en
definitiva, es la ambigüedad y ambivalencia terminológica de los
conceptos utilizados, en la medida en que se han utilizado indistin-
tamente para designar uno u otro contenido.65
El problema del método en las ciencias sociales —y, desde lue-
go, en la historia— es complejo y ha merecido hasta el presente
una extensísima bibliografía.66
Sin pretensiones de exhaustividad,
veamos algunos de estos problemas. A un nivel primario, el investi-
gador se enfrenta con el problema de las fuentes. Durante muchos
años el historiador sólo aceptó como fuentes históricas aquellos do-
cumentos escritos legados por el pasado. El positivismo contribuyó
enormemente a esta deformación, que sólo a partir de Bloch y Feb-
vre empezó a cuestionarse, aunque no es raro en la actualidad hallar
historiadores que siguen aferrándose al documento escrito como úni-
ca fuente histórica. Pero el historiador actual debe saber que todo
testimonio o vestigio que responda a una actividad social de los
65. Desde una perspectiva enciclopédica, tendríamos que definir metodolo-
gía como la ciencia del método, y a éste como el conjunto de procedimientos
a seguir para llegar a un conocimiento. Jerzy Topolsky, tras renunciar a uña
definición de metodología de las ciencias, señala los dos tipos de problemas
que centran el interés de la metodología: «1. Interés en las operaciones cog-
noscitivas usadas en la investigación científica. 2. Interés en los resultados
de dichas operaciones cognoscitivas» (JERZY TOPOLSKY: Metodología de la histo-
ria. Madrid, Cátedra, 1982, pág. 21). Por su parte, Mario Bunge define al mé-
todo como «un procedimiento para tratar un conjunto de problemas», y dis-
tingue entre método general de la ciencia («un procedimiento que se aplica
al ciclo entero de la investigación en el marco de cada problema de conoci-
miento») y métodos especiales («la invención o la aplicación de procedimientos
especiales adecuados para los varios estadios del tratamiento de los problemas,
desde el mero enunciado de éstos hasta el control de las soluciones propues-
tas»); véase MARIO BUNGE: La investigación científica. Barcelona, Ariel, 1981",
pág. 24. Para Cardoso «"método" designa a los procedimientos ordenados que
es preciso emplear para alcanzar algún objetivo previamente establecido», mien-
tras el método científico haría referencia a «los medios de que dispone la
ciencia para plantear problemas verificables (contrastables) y someter a la
prueba las soluciones propuestas para tales problemas». CARDOSO: Introduc-
ción al trabajo de la investigación histórica, págs. 43-46.
66. Además de las obras citadas en la nota anterior, pueden consultarse el
manual «clásico» de MAURICE DUVERGER: Métodos de las ciencias sociales. Bar-
celona, Ariel, 1976', y los tres volúmenes de RAYMOND BOUDON y PAUL LAZARS-
FELD: Metodología de tas ciencias sociales. Barcelona, Laia, 1973-1975.
El historiador y sus métodos 67
hombres es merecedor de ser considerado fuente Histórica: desde
—¡evidentemente!— los documentos escritos —impresos o manus-
critos—, hasta los restos arqueológicos, las tradiciones orales y el
folklore, las huellas que la acción de los hombres hayan podido de-
jar sobre la naturaleza, el arte en sus más variadas facetas, la lite-
ratura —tantas veces ignorada por el historiador, y que en muy pocas
ocasiones se la ha considerado como documento escrito—, los res-
tos iconográficos más variados son, sin duda, fuentes históricas que
el historiador en ningún caso debe despreciar. Para la historia con-
temporánea más reciente, la memoria oral, la fotografía, el cine y
todos los recursos que proporciona el mundo de la imagen —el ví-
deo incluido— proporcionan al historiador nuevas fuentes hasta
ahora inexplotadas.
Pero ante esta variedad de material histórico el historiador debe
utilizar métodos de estudio adecuados. En primer lugar, porque no
siempre las fuentes son objetivas. La «objetividad» que puede pre-
sentarse en una moneda romana, en unas hachas neolíticas o en la
fotografía de una conferencia diplomática internacional puede desa-
parecer cuando se trata de documentación escrita. Thompson pone
de relieve que «la mayoría de fuentes escritas tienen valor sin de-
masiada relación con el "interés" que haya movido a registrarlas»,"
o sea, cuando se recogen datos sin intencionalidad alguna de trascen-
dencia futura. Pero, en otros casos —aunque sea en una minoría—
los documentos escritos pueden poseer una intencionalidad precisa:
y así sucede, por ejemplo, con todas las crónicas reales. Además, no
siempre la documentación utilizada es la documentación existente.
El historiador cubano Moreno Fraginals destaca cómo los historia-
dores cubanos anteriores a la revolución de 1959 tuvieron especial
interés en fabricar unos mitos históricos en función de los intereses
de la burguesía criolla dominante durante largas décadas. Y para
ello se efectuó una depuración y selección sistemática de las fuentes
que sirviesen para fabricar y perpetuar estos mitos."
En todos los casos, pues, el historiador en la búsqueda de las
fuentes —también llamada heurística— debe ser consciente de los
67. THOMPSON: Miseria de la teoría, pág. 50.
68. MORENO FRAGINALS: «La historia com a arma», en L'Avene (Barcelona),
n.° 2, mayo 1977, págs. 76-80. Los tres mitos o dogmas fundamentales que destaca
el autor en la historiografía cubana son los del antiespañolismo, el escamoteo
del problema negro y la presentación de la burguesía criolla como el grupo
creador de la nacionalidad.
6 8 El historiador y la historia
problemas que plantean o pueden plantear aquéllas, y deberá aplicar
los análisis críticos adecuados para verificar su autenticidad y apre-
ciar su contenido, de acuerdo con la época y el lugar preciso en
que se inscribe el documento o fuente estudiada. De esta manera, el
historiador establecerá el dato histórico, como primer paso de su
investigación. No pretendemos establecer todos los pasos precisos
de la investigación histórica que han sido tratados ya por estudios
más especializados.4
' Sólo queremos destacar que el método que uti-
liza el historiador hasta llegar a precisar el dato histórico, a partir
del cual verificará sus hipótesis y construirá sus interpretaciones,
posee validez universal.
Los métodos críticos de verificación y autentificación de fuentes
suelen plantearse de manera distinta según la naturaleza de la fuen-
te histórica, y así mismo sucede con los métodos concretos utiliza-
dos en las distintas áreas de especialización de la historia. Cuando
en 1961 un vasto equipo de investigadores franceses publicó, bajo
la dirección de Charles Samaran, una de las aportaciones colectivas
más importantes realizadas en Francia en las últimas décadas sobre
teoría y metodología históricas,™ procuraron presentar de forma ex-
haustiva la totalidad de métodos de trabajo que debe conocer el his-
toriador especialista en las diferentes etapas históricas y en las distin-
tas áreas de especialización. Destacaron especialmente el lugar que
ocupan las llamadas ciencias auxiliares de la historia en los procesos
de investigación: desde los métodos arqueológicos, hasta la filología,
la epigrafía, la paleografía, la diplomacia, etc. Apuntaban también la
importancia de las nuevas orientaciones que iban apareciendo en
la historiografía: la relación entre historia y lingüística, la importan-
cia de los datos demográficos y estadísticos, el nuevo tratamiento que
se empezaba a practicar en la historia de las mentalidades, etc.
A partir de la década de los años 60 han abundado las obras de-
dicadas a los métodos específicos que deben aplicarse en los estu-
dios sobre historia demográfica, económica o social. Faire de l'histoi-
re, publicado en Francia en 1974, bajo la dirección de Jacques Le Goff
69. Véanse, en especial, el libro de TOPOLSKY: Metodología de la historia; la
obra de CARDOSO: Introducción al trabajo..., y FIERRE SALMÓN: Historia y cri-
tica.
70. L'Histoíre et ses méthodes. Brujas, Gallimard, 1961. Como dato signifi-
cativo destaquemos las 1771 páginas de que consta el volumen y el hecho de que
entre otros autores escriben Henri-Irénée Marrou, Georges Sadoul, Marcel Cohén
y Georges Duby.
El historiador y sus métodos 69
y Pierre Nora," pretendía ser una reactualización de los problemas
historiográficos nuevos que habían aparecido desde 1961, aunque el
carácter de esta obra sea diferente del de la dirigida por Samaran. Los
avances experimentados en la aplicación de los métodos estadísticos
y cuantitativos han sido espectaculares y han beneficiado especial-
mente a los estudios demográficos y a la historia económica." Una
descripción detallada de la enorme bibliografía aparecida en los úl-
timos años sobre los métodos de la historia merecería, sin lugar a
dudas, un grueso volumen."
Esta enorme producción bibliográfica pone de relieve el profesio-
nalismo y el rigor que se ha ido apoderando de la ciencia histórica:
las «salvaguardas metodológicas» de que hablaba Thompson existen
y en parte gracias a ellas hoy es posible verificar la validez de los
modelos históricos que utiliza el historiador.
Por otra parte, la interdisciplinariedad entre la historia y el res-'
to de las ciencias sociales, que parecía tan difícil de conseguir, ha
avanzado en proporciones considerables. La plena incorporación de
la geografía en los estudios históricos ha dado lugar a la geohistoria,
el estudio de las relaciones existentes entre el hombre y la natura-
leza a lo largo de la historia. La demografía —la ciencia de «contar»
a los hombres— y la economía que a menudo aparecen tan ligadas
e interrelacionadas son indispensables para cualquier análisis de
estructura económica y social o de procesos históricos." Los métodos
71. Faire de l'histoire. París, Gallimard, 1974. Existe traducción castellana en
Laia, Barcelona, 1978-1980.
72. Véanse, en particular, WITOLD KTJLA: Problemas y métodos de la historia
económica. Barcelona, Península, 1973; RODERICK FI.OUD: Métodos cuantitativos
para historiadores. Madrid, Alianza Editorial, 1975; y, de publicación más re-
ciente, G. R. HAWKE: Economics for historians. Londres, Cambridge University
Press, 1980.
73. Además de los libros ya mencionados en notas anteriores, véase EMMA-
NUEL LE ROY LADURIE: Le territoire de ¡'historien. París, Gallimard, 1974-1978.
Se trata de una voluminosa obra de dos volúmenes. Para los lectores de len-
gua castellana debemos destacar la importancia de la obra de CARDOSO y PÉREZ
BRIGNOLI: Los métodos de la historia, centrada especialmente en la historia
económica, demográfica y social.
74. En el terreno de la demografía histórica se ha avanzado enormemente
en las últimas décadas, si bien no todos los historiadores que Ja practican
parten de los mismos presupuestos. En fechas relativamente recientes, el his-
toriador italiano M. Livi-Bacci ofrecía, con los siguientes términos, cuál era el
objeto de la demografía histórica: «Una población es un agregado de indivi-
duos ligados por relaciones funcionales. Estas relaciones jamás son automáti-
cas y jamás se repiten de la misma manera: son variables y mutables. Estas
relaciones o vínculos son el cemento que determina el grado de cohesión de
una población o su densidad moral, (...) su resistencia frente a una crisis, su
70 El historiador y la historia
aportados por la sociología en los estudios sociales deben ser cono-
cidos y utilizados por el historiador social como métodos propios.
Muchas veces es difícil precisar dónde acaba la historia y dónde
empieza la antropología: el comportamiento humano en todas sus
múltiples facetas es objeto de estudio por parte de ambas discipli-
nas. La historia de las mentalidades requiere la aplicación de los mé-
todos de la psicología social. Y ya señalamos la importancia de la
lingüística para el estudio de la historia.
El análisis integrador de todos los fenómenos históricos fuerza,
evidentemente, a esta interdisciplinariedad, y si bien es cierto, según
las palabras de Pierre Vilar, que «la historia debía ser considerada
como la única ciencia a la vez global y dinámica de las sociedades,
y por lo tanto como la única síntesis posible de las demás ciencias
humanas»," no es menos cierto que, para que ello sea posible, el
historiador debe conocer todos los métodos y técnicas de trabajo
del resto de las ciencias del hombre.
Sin método, pues, no hay historia ni ciencia posible. Pero ya he-
mos indicado que sin teoría tampoco. Y este último aserto es más
importante de lo que a simple vista parece. Demasiadas veces se ha
querido absolutizar la importancia de los métodos para destacar
la validez del producto histórico. Se ha querido medir el profesiona-
lismo y el rigor aplicando el baremo de las técnicas de trabajo. Un
ejemplo claro de ello lo ofrece la escuela norteamericana New Eco-
nomic History, una «nueva historia económica», que ha desarrollado
hasta tal punto los métodos econométricos, que ha reducido la his-
toria a una mera secuela de tecnicismos deshumanizados donde han
desaparecido la riqueza de matices de las actividades humanas y los
hombres mismos. El método debe estar siempre en función de la
teoría que el historiador profesa, y la teoría de la historia —ya he-
mos insistido en ello— aparecerá como válida en la medida en que
nos sirva para comprender el presente como totalidad histórica.
Sin embargo, las espadas siguen en alto. Y muchos historiadores
acusan al profesionalismo de otros de mera argucia que pretende
defender una neutralidad de la ciencia que en su práctica no existe.
capacidad de reacción. El análisis de estas relaciones es la tarea central de
la demografía histórica». En La société italienne devant les crises de mortalité,
Florencia, 1979, pág. 64. Véase, además, la obra clásica de E. A. WRIGLEY: His-
toria y población. Madrid, Guadarrama, 1969.
75. PIERRE VILAR: «Problemas teóricos de la historia económica», en La His-
toria hoy. Barcelona, Avance, 1976, pág. 144.
E! historiador y sus métodos 71
Éste es el caso de Jean Chesneaux, quien sitúa el profesionalismo
tecnicista de muchos historiadores actuales como una «falsa eviden-
cia del discurso histórico».71
Para Chesneaux el rigor cientifico, el
«deseo de precisión, control de los hechos respecto de la realidad,
conocimiento objetivo,'investigaciones de los principios, de los enca-
denamientos y de las leyes»7 7
es indispensable en la historia. Pero
«el criterio esencial del saber científico sigue siendo el vaivén entre
teoría y práctica. Y la historia, por definición, no puede realizar este
vaivén sino al contacto del presente».'" La conclusión nos remite
inevitablemente al presente, puesto que la historia «no puede ser
plenamente ciencia más que si deja de encerrarse en el pasado».7
'
De esta manera, sólo en el presente, desde el presente y para el pre-
sente la historia y los métodos que utiliza el historiador hallan su
razón de ser.
76. CHESNEAUX: ¿Hacemos tabla rasa del pasado?..., págs. 71-86.
77. Ibid., págs. 84-85.
78. Ibid., pág. 85.
79. Ibid., ibid.
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  • 1.
  • 2. 2. EL HISTORIADOR Y LA HISTORIA EL HISTORIADOR, SU PRESENTE Y EL PASADO HISTÓRICO Como acabamos de ver en el capítulo precedente, la historia —o la historiografía— no puede entenderse al margen del historiador. De él depende y ha dependido siempre el tipo de historia que se realiza, el método utilizado, las teorías históricas y, en definitiva, el produc- to historiográfico resultante. De tal manera que no puede entender- se el conocimiento histórico sin el historiador. Pero el historiador, ese hombre como cualquier otro hombre que vive en una sociedad, se acerca al conocimiento del pasado a partir de su propio presente. La historia, así, «es la relación, la conjun- ción establecida por iniciativa del historiador, entre dos planos de la humanidad: el pasado vivido por los hombres de otrora y el pre- sente en que se desarrolla el esfuerzo por la recuperación de aquel pasado para beneficio del hombre actual y del hombre venidero».' Carr establecía la misma relación cuando definía la historia como «un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus he- chos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado».1 El historiador, pues, se enfrenta a un pasado que trata de com- prender a partir de su presente. Su punto de partida es, inevitable- mente, el presente en que se halla, cuyos problemas, motivaciones y vivencias proyecta hacia el objeto de su estudio. Comprender esta relación supone comprender, en primer lugar, el carácter de toda obra histórica, en el momento preciso en que fue elaborada. El his- toriador británico Collingwood escribió que «san Agustín vio la his- toria desde el punto de vista del cristiano primitivo; Tillamont, 1. MARROU: El conocimiento histórico, pág. 31. 2. CARR: ¿Qué es la historia?, pág. 40. 44 El historiador y la historia desde el de un francés del siglo XVII; Gibbon, desde el de un inglés del XVIII; Mommsen, desde el del alemán del siglo xix; a nada con- duce preguntarse cuál era el punto de vista adecuado. Cada uno de ellos era el único posible para quien lo adoptó».1 Desde esta perspectiva, la ciencia de la historia —en cada mo- mento de su evolución— se comprende a partir de la época en que se inscribe, del propio presente del historiador. Y por eso es fun- damental, antes de penetrar en una obra historiográfica, conocer su marco histórico. En el ejemplo de Collingwood, «el punto de vista» sobre la historia de cada uno de los autores citados se configura, pues, a partir de las preocupaciones y motivaciones de su época co- rrespondiente. En 1938, Croce formuló ideas parecidas, que han motivado hasta el presente arduas polémicas, cuando situó el conocimiento históri- co a partir de la estricta contemporaneidad del historiador. Para Croce la historia era «el acto de comprender y entender, inducido por los requerimientos de la vida práctica»,* requerimientos que po- dían situarse en el plano moral, económico, estético o intelectual, pero que, en cualquier caso, «el conocimiento de "la situación ac- tual", como se le llama, se refiere al curso que la vida real ha seguido para llegar a este punto, y en cuanto así lo hace, es conocimiento histórico».' La conclusión a que llegaba Croce no dejaba lugar a dudas: «Los requerimientos prácticos que laten bajo cada juicio histórico, dan a toda la historia carácter de "historia contemporá- nea" por lejanos en el tiempo que puedan parecer los hechos por ella referidos; la historia, en realidad, está en relación con las nece- sidades actuales y la situación presente en que vibran aquellos he- chos».4 La tesis crociana, ciertamente, afirma con rotundidad que toda historia es contemporánea, en la medida en que responde a los in- centivos que le plantea su presente al historiador. Quizá quería decir lo mismo el historiador argentino José Ingenieros cuando afir- mó que cada generación debe repensar la historia. Los hombres envejecidos se la entregan corrompida, acomodando los valores históricos al régimen 3. Citado por CARR: Ibid., pág. 35. 4. BENEDETTO CROCE: La historia como hazaña de la libertad. México, Fondo de Cultura Económica, 196C, pág. 9. 5. Ibid., pág. 10. 6. Ibid., pág. 11.
  • 3. El historiador, su presente y el pasado histórico 45 de sus intereses creados. Es obra de los jóvenes transfundirle su sangre nueva, sacudiendo el yugo de las malsanas idolatrías. La historia que de tiempo en tiempo no se repiensa va convirtiéndose de viva en muerta, reemplazando el zigzagueo dramático del devenir social con un quieto panorama de leyendas convencionales.' En la historiografía española más reciente el peso del presente ha sido determinante incluso a la hora de escoger los temas de es- tudio y análisis. En 1952, Vicens Vives recordaba el triste panorama de la historiografía académica del momento, lamentando «tanto la rigidez de los viejos moldes que todavía constriñen su expansión [se refiere a la historia de España], como las fáciles estructuras ideologistas con que se pretende poner remedio, por parte de algu- nos, al evidente colapso del pensamiento español».' En 1960, si bien Vicens podía ya reseñar avances historiográficos importantes, aún tenía que referirse a aquellos historiadores «que descienden a la palestra con odios políticos y lanzan sus dardos parapetados en có- modos e inmerecidos reductos oficiales».' Recientemente, el historia- dor catalán Miquel Izard ha puesto de relieve cómo a partir de los años 60 se produjo entre los historiadores jóvenes un acrecentado interés por la historia del movimiento obrero español, y destacaba que este interés respondía a una forma de militancia antifranquista: «sus cultivadores nos interesamos casi exclusivamente por los mo- vimientos de resistencia, y en especial por los que tuvieron una participación más destacada en el bando republicano de una guerra civil que degeneró en la dictadura que estábamos padeciendo».'0 Des- de este mismo punto de vista, la polémica sobre si en España se había producido o no la revolución burguesa en el siglo xix estaba viciada desde sus orígenes: en el fondo, enfrentaba análisis distin- tos sobre la significación del régimen franquista, y de estos análisis se derivaban estrategias diferenciadas para la lucha antifranquista. Por otra parte, la influencia del presente en el historiador se ma- nifiesta también en la utilización de las categorías del lenguaje. Es '*Yf sabido que en historia, como en cualquier otra ciencia de la socie- 7. Citado por FONTANA: La Historia, págs. 30-31. 8. JAUME VICENS VIVES en el Prólogo a la primera edición de la Aproxima- ción a la historia de España. Barcelona, Teide, 1952, pág. 6. 9. En el Prólogo a la segunda edición de la misma obra, publicado por Ed. Vicens-Vives, Barcelona, 1960, pág. 11. 10. MIQUEL IZARD: «Orígenes del Movimiento Obrero en España», en Estudios sobre la Historia de España (Homenaje a Tuñón de Lara), tomo 1, Santander, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1981, pág. 295. 46 El historiador y la historia dad, la única forma posible de llegar a un determinado conocimiento es a través de las categorías de una lengua determinada. El propio acto de pensar es imposible realizarlo sin el lenguaje. Y es sabido también que el lenguaje evoluciona tanto a nivel factual como se- mántico a lo largo de la historia. Pero, sobre todo, «la lengua, que es un producto social, como sistema con el que pensamos, configura nuestra visión del mundo. Vemos el mundo con los ojos de nuestra lengua»." Y ello es importante porque «a diferentes lenguas corres- ponden visiones diferentes del mundo».12 A partir de esta considera- ción es evidente que el discurso del historiador se verá mediatizado por la lengua que utiliza, y esta mediatización es siempre inevitable. Además, ya lo hemos señalado, los contenidos de los conceptos utili- zados también cambian históricamente: en cada presente histórico el historiador usa conceptos cuyo valor semántico no es siempre el mismo. Cabe señalar, por último, las influencias intelectuales del presen- te en el historiador. De la misma manera como sucede con el len- guaje, el historiador participa de las particularidades intelectuales de su época: las formas de pensamiento y de concebir el mundo se modifican de acuerdo con la dinámica de las evoluciones sociales. Durante muchos siglos la visión del mundo que aportó el catolicis- mo conformó el pensamiento de la mayoría de historiadores medie- vales. Los mitos griegos llegaban a ser tan reales en el presente de Herodoto que era imposible explicar los orígenes de Grecia sin recu- rrir a ellos. En la realidad contemporánea no existe ciertamente una homogeneidad de pensamiento que influya unívocamente en el his- toriador. Pero no es menos cierto que todas las formas de pensa- miento contemporáneo (que se implican mutuamente), donde pueda inscribirse el historiador, se fundamentan a partir de los cambios y transformaciones sufridos por el mundo en los dos últimos siglos. Desde esta perspectiva de análisis que hemos ido describiendo, los historiadores se erigen, así, en protagonistas indiscutibles de la historia, entendida como proceso de conocimiento, desde el momen- to en que se convierten en el catalizador de la relación sincrética entre presente y pasado. Son ellos, efectivamente, quienes convier- ten en contemporánea toda la historia, pues no pueden desembara- 11. SEBASTIA SERRANO: Lingüística i qiiestió nacional. Valencia, Eliseu Cli- ment ed., 1979. Serrano cita las tesis de Sapir y de Whorf (pág. 35). 12. Ibid., ibid.
  • 4. Los condicionamientos sociales y culturales 47 zarse de su propia realidad en el mundo. Curtís va mucho más allá de estas consideraciones y acentúa el protagonismo de los historia- dores cuando afirma que éstos deben «atreverse a ser ellos mismos» y «no deben vacilar en aprovechar el rico fondo de las vivencias per- sonales que han hecho de ellos lo que son»." LOS CONDICIONAMIENTOS SOCIALES Y CULTURALES DEL HISTORIADOR Pero, ¿qué son los historiadores? ¿Es suficiente constatar, como lo hemos hecho hasta aquí, que el historiador está condicionado por su presente? ¿Representa el presente un todo homogéneo y monolítico que influye de la misma manera a todos los historiadores? Son pre- guntas que efectivamente hay que responder para entender mejor la importancia del historiador en la ciencia de la historia y el propio carácter de ésta. Es lugar común afirmar que los historiadores son hombres como cualesquiera otros, que viven en una sociedad enfrentada por contra- dicciones internas, que ocupan un lugar específico en la producción social, y por lo tanto pertenecen a una clase social determinada, que poseen una ideología determinada (consciente o inconsciente- mente) y un sistema de valores frente a la vida y a su sociedad, que profesan o no creencias religiosas, y que pertenecen a un grupo na- cional determinado. Todo ello en el marco de una situación histórica dada. Negar que todos estos elementos constitutivos de la vida del historiador actúan como condicionamientos en su quehacer his- toriográfico, sería tanto como afirmar que el historiador es un pro- ducto social químicamente puro capaz de hacer abstracción de la realidad que le envuelve y de elaborar sus historias en un laborato- rio experimental matemáticamente inexorable. Y ello, qué duda cabe, por mucho que digan los objetivistas, es una falacia que no resiste el mínimo análisis. Porque, en primer lugar, el historiador no puede sustraerse de los condicionamientos sociales de la clase social a la que pertenece. Es sabido que, según la teoría materialista del conocimiento —y, en este caso, del conocimiento histórico— el punto de partida de un proceso cognoscitivo no es nunca el individuo aislado, sino el grupo 13. L. P. CURTÍS, Jr., en la Introducción a El taller del historiador. Méxi- co, F.C.E., 1975, pág. 25. 4 8 El historiador y la historia social al que pertenece. Y es conocido también que el individuo, como producto que es de un conjunto dé relaciones sociales, funda- menta su conciencia a partir de su propia existencia social." En este sentido, el historiador no escapa ni puede escapar de las determina- ciones de su existencia social, y ello se refleja siempre en el pro- ducto histórico que elabora. No puede sorprendernos que la historia tradicional fuese una historia de las élites, pues a ellas pertenecían los historiadores que la cultivaban. La valoración, la interpretación de fenómenos importantes de la historia de la humanidad, como pueden ser la revolución francesa o la revolución rusa, cambiará según la óptica de clase que se adopte: durante muchas décadas las masas populares que participaron activamente en la revolu- ción francesa fueron designadas por la historiografía como «chus- ma» o «populacho», y su presencia histórica considerada —cuando se la consideraba— como un elemento distorsionador de los objeti- vos revolucionarios de la burguesía. El propio hecho de que desde hace pocas décadas la historia empiece a preocuparse de las masas populares es un claro reflejo del cambio de posición social de mu- chos historiadores. La determinación social es, pues, a muchos niveles, fundamental para entender el punto de partida interpretativo de un historiador, desde el momento en que su adscripción ideológica y política parte siempre de un supuesto de clase. Los ejemplos de las relaciones en- tre política-ideología e historia son muy numerosos. El historiador noruego-británico George F. E. Rudé no duda en señalar que en su formación como historiador «tuve la ventaja adicional (...) de haber sido marxista durante largo tiempo, en teoría y en práctica; creo que fue la lectura de Marx, y probablemente también la de Lenin, lo que me condujo a la historia».15 La influencia del marxismo en el Rudé historiador no puede presentarse en términos más tajantes: Las ideas históricas de Marx han sido tan largas e insistentemente re- presentadas mal en ciertos campos, que acaso se sorprenda alguien al oír que un profesor de historia afirma que una lectura de Marx repre- 14. Entre la numerosa bibliografía existente véanse, en especial, las obras clásicas de MARX y ENGELS, La Ideología alemana y las Tesis sobre Feuerbach. Además, K. MANNHEIM: Ideología y utopía. Madrid, Aguilar, 1966, y ADAM SCHAFF: Historia y verdad. Barcelona, Crítica, 1976. Remitimos al lector tam- bién al siguiente epígrafe de este mismo capítulo. 15. GEORGE F. E. RUDÉ: «El rostro cambiante de la multitud», en El taller del historiador, pág. 207.
  • 5. Los condicionamientos sociales y culturales 49 sentó una sólida ventaja para su profesión. Lo que aprendí de Marx fue no sólo que la historia tiende a progresar mediante un conflicto de las clases sociales (opinión que, incidentalmente, era considerada perfecta- mente «respetable» hace cien años), sino que contiene una pauta descu- brible y que avanza continuamente (no retrocede, no describe círculos ni da saltos inexplicables), en términos generales, de una fase inferior a una fase superior de desarrollo. Aprendí, asimismo, que las vidas y ac- ciones de la gente común constituyen el contenido mismo de la historia, y que aun cuando los factores «materiales» tienen precedencia sobre los institucionales o ideológicos, las propias ideas se convierten en una «fuer- za material» al entrar en la conciencia activa de los hombres. Más aún, también aprendí de Engels que, por excelentes que sean los «sistemas» históricos (como el suyo propio y el de Marx, por ejemplo), «toda la historia debe ser estudiada de nuevo»." A principios de la década de los años 70, el historiador británico Eric J. Hobsbawm señalaba también con gran rotundidad la inciden- cia de los fenómenos políticos contemporáneos en la historiografía y, en especial, en el ascenso experimentado por la historiografía mar- xista: La extraordinaria importancia de los historiadores marxistas en la ac- tualidad, o de los historiadores formados en la escuela marxista, se debe sin duda, en gran parte, a la radicalización de los intelectuales y los estu- diantes en la pasada década, al impacto de las revoluciones del Tercer Mundo, la desintegración de las ortodoxias marxistas opuestas al trabajo científico original, y también a un factor tan simple como la sucesión de las generaciones." Pero si nos apartamos del campo específico de la historiografía marxista, la relación y las interinfluencias entre política-ideología e historiografía son también evidentes. ¿Hasta qué punto el papel que desempeñó Marc Bloch en la historiografía europea de entreguerras fue la causa de que el gran historiador galo acabase sus días tortu- rado en los campos de concentración nazis? ¿Pudo Bloch diferen- ciar, en su misma persona, su actitud frente a la vida —y por lo tanto su antifascismo— de su concepción histórica? El historiador norteamericano Thomas Garden Barnes, tras relatar sus experien- cias militantes como miembro de la Unión Liberal de Harvard y como vicepresidente de la Sociedad de Harvard por los Derechos de 16. Ibid., ibid. 17. E. J. HOBSBAWM: «La contribución de Karl Marx a la historiografía», en ROBÍN BLACKBURN (ed.): Ideología y ciencias sociales. Barcelona, Grijalbo, 1977, pág. 316. 50 El historiador y la historia las Minorías, concluye con la lapidaria evidencia según la cual «es- cribir historia siempre es hacer un ensayo de la experiencia, y por ello es la historia de uno mismo tanto como una historia del inde- pendiente objeto del estudio».'11 Situémonos ahora a la derecha del espectro de la política: hoy en la historia de la historiografía contemporánea se puede hablar de la existencia de una historiografía fascista-racista estrechamente vinculada a la estrategia política, al modelo de sociedad y a la con- cepción del mundo elaborada por el fascismo. En la Alemania nazi, era materia de estudio en las escuelas y Universidades la enseñanza de la superioridad aria a lo largo de la historia, hasta el extremo de que Jakob Graf, aplicando a la historia las ideas raciales de Ludwig Ferdinand Clauss, profesor de la Universidad de Berlín, llegó a es- cribir que «en todas partes el poder creador nórdico ha construido imperios y expandido la cultura y lenguas arias por una gran parte del mundo» y que «la raza nórdica ha producido mucha mayor cantidad de grandes talentos que ninguna otra raza»." Sin llegar a estos extremos, en la reciente historiografía española, uno de los historiadores que se precia de ser el historiador que ha vendido más millares de ejemplares de libros de historia que ningún otro —nos referimos, claro está, al profesor Ricardo de la Cierva— no ha ocul- tado jamás su militancia en la derecha española, concretada en los muchos cargos políticos que ha desempeñado tanto durante el fran- quismo como después de la dictadura. Con estos ejemplos concretos queda claro, creemos, el hecho de que la adscripción ideológica, la militancia política y la situa- ción de clase actúan como condicionamientos inevitables sobre el historiador. Pero cabría precisar más sobre un aspecto que conside- ramos importante: la influencia del marco cultural que se deriva, tanto de la situación social (o socio-familiar) del historiador, como de su contexto nacional. En cuanto a la primera vertiente, es evi- dente que la pertenencia a una clase determinada imprime a su formación cultural unos caracteres de clase concretos. Que la cul- tura es siempre clasista (de la cíase que sea) es de una obviedad in- discutible, aunque el hombre —y por supuesto el historiador— sea capaz de romper los límites y las barreras de su cultura originaria 18. THOMAS GARDEN BARNES: «Sin mucho respeto a conceptualizaciones ante- riores», en El taller del historiador, pág. 170. 19. Véase GEORGE L. MOSSE: La cultura nazi. La vida intelectual, cultural y social en el Tercer Reich. Barcelona, Grijalbo, 1973, pág. 107.
  • 6. Los condicionamientos sociales y culturales 51 y asumir comportamientos culturales diferentes a los propios de su clase. En este caso nos hallamos ante un fenómeno comúnmente lla- mado de desclasamiento. Pero en cualquier caso la cultura de clase —muy a menudo adquirida en el ambiente familiar— representa otro condicionante para el historiador. No siempre se posee la va- lentía de reconocer este influjo, tal y como lo hace el historiador norteamericano Lynn T. White, Jr.: Mis propias aficiones me hacen atribuir el mayor peso al poder condi- cionante del ambiente religioso. Después de todo, soy hijo de un liberal calvinista, profesor de ética cristiana, y entre mi graduación en Stanford en 1928 y mi viaje a Harvard en 1929, estudié en el Seminario Teológico de la Unión, a los pies del más apasionado neoagustiniano de nuestros tiempos, Reinhold Niebuhr: tengo una mens naturaliter theologica." En mi caso concreto, y por primera vez hablo en primera per- sona, mis condicionamientos culturales originarios tienen mucho que ver con el aislamiento y las estrecheces de la sociedad rural catalana de los años 50 y principios de los 60, con una escuela repre- siva y alienante desde todos los puntos de vista, con el brasero de carbonilla en invierno y, ¡cómo no!, con la leche en polvo repartida en las escuelas, «regalo» de los americanos al gobierno español como compensación a las bases militares que se estaban instalando en Es- paña. Ni que decir tiene que durante muchos años de mi infancia la leche fue uno de los alimentos que más llegué a odiar. Esta breve injerencia personal me lleva a plantear los condicio- namientos nacionales —de cultura nacional— del historiador. Porque, efectivamente, la historiografía catalana —y es sólo un ejemplo- no ha podido sustraerse durante los últimos siglos de la margina- ción a que la ha condenado, y en buena medida sigue condenando, la cultura española hegemónica. Los mismos condicionantes, aunque desde una posición de hegemonía, rigen, qué duda cabe, el que- hacer historiográfico de los historiadores españoles. Los ejemplos de los condicionamientos nacionales son también muy numerosos y van desde la historiografía romántica del siglo xix, cuando la histo- ria erigió auténticos monumentos nacionales que servían a los com- bates nacionalistas de la época, hasta las más recientes historias na- cionales de Bretaña o Irlanda, el Quebec, Cataluña o el más pequeño de los Estados africanos de reciente independencia. La cultura na- 20. LYNN T. WHITE, Jr.: «Historia y clavos de herradura», en El taller del historiador, pág. 83. 52 El historiador y la historia cional, y la lengua en primer lugar, impone al historiador una forma determinada de ver el mundo, la realidad más inmediata que le rodea y la propia historia. ¡Cuántas veces los historiadores catalanes se han quejado por el hecho de que las «historias de España», escri- tas muchas veces desde Madrid por prestigiosos historiadores cas- tellanos, se limitasen a ser una historia del y desde el Estado, que obviaba la periferia peninsular!2 1 Un historiador neoyorquino, Lawrence W. Levine, especialista en temas relacionados con la historia de los negros, se lamentaba del reproche que le habían hecho, según el cual, «como hijo de padres blancos, tengo pocas probabilidades de comprender el pasado ne- gro».11 Y después de señalar que «los estudiantes negros suelen apartarse de las clases de historia negra enseñada por hombres blan- cos» y que «los intelectuales negros proclaman a voz en cuello que ellos son los únicos capacitados para estudiar e interpretar la hi- toria negra»," rompía una lanza en favor de la superación de las influencias culturales: Si demasiados historiadores se han enredado en el cordón umbilical de su propia cultura, es porque eran malos historiadores, y no porque fue- ran trágicas víctimas de una inevitable miopía cultural. El historiador que no puede trascender en grado considerable la cultura de su juventud, las necesidades de su presente y las esperanzas de su futuro al enfrentar- se al pasado, merece todo repudio, pero debemos tener cuidado de no transformar sus fracasos en leyes inflexibles que gobiernen a todos los historiadores.2 '1 Sin duda, el voluntarismo del párrafo de Levine y las conclusio- nes tan radicales que extrae parten de su propia y amarga expe- riencia personal, pero también parten de la posición hegemónica y dominante de la cultura blanca en los Estados Unidos. Y no se trata, quede claro, de prejuicios raciales, sino de condicionamientos cultu- ral-nacionales, implícitos en la propia naturaleza del hombre y de las sociedades. Puesto que el hombre es también su propia cultura, y 21 Éste es el caso de los dos últimos intentos colectivos: el de la Histo- ria de España publicada a principios de los años 70 por Eds. Alfaguara y Alianza Editorial; y el de algunos volúmenes de la Historia de España que, dirigida por Tuñón de Lara, ha publicado Ed. Labor desde 1980. 22. LAWRENCE W. LEVINE: «El historiador y la brecha de la cultura», en El el taller del historiador, pág. 340. 23. Ibid., ibid. 24. Ibid., pág. 342.
  • 7. Los condicionamientos sociales y culturales 5 3 ésta posee un marcado carácter de clase y al mismo tiempo un ca- rácter étnico-nacional incuestionables. Pedir al historiador que sea capaz de superar su cultura es tanto como pedir al historiador-hombre que sea capaz de prescindir de su propio sexo y del hecho de que vive en una sociedad patriarcal en la que los hombres desempeñan la mayoría —por no decir la totali- dad— de las funciones dirigentes. Porque, efectivamente, en la his- toriografía existen también unos claros condicionamientos sexistas desde el momento en que, hasta fechas muy recientes, la mujer ha estado marginada por la propia sociedad de las tareas historiográfi- cas. Es otra evidencia, creemos, que no precisa demostración. Los condicionamientos sexistas de la historiografía elaborada por los hombres se evidencian claramente en el hecho, fácilmente compro- bable, de que existe un olvido constante hacia todas aquellas mani- festaciones históricas —sociales, económicas o sexuales— concer- nientes a la mujer." No podríamos acabar este repaso general de los condicionamien- tos sociales y culturales sin referirnos al marco socioprofesional en el que se desenvuelve el historiador, y particularmente el histo- riador académico y universitario. Es, ciertamente, un tema delicado que muy pocos historiadores —y menos, claro está, los considerados profesionales— abordan. En su corrosiva y contundente obra que tantas veces hemos citado, Jean Chesneaux denuncia la existencia de una estructura de poder rígidamente jerarquizada en los medios académicos de la historiografía francesa actual: Lo que cuenta es el poder que tiene un historiador de investir a otra persona con la etiqueta de calidad que la hace entrar en la misma cor- poración. Un «patrón», en lo alto de la jerarquía universitaria, no podrá procurar a uno de sus protegidos una hermosa carrera más que en el caso de que el último posea títulos suficientes y cuente en su haber con trabajos «señalados». Pero estos títulos y trabajos no tienen estrictamente ningún valor en sí mismos; permiten únicamente que funcione la desig- nación desde arriba.28 Desde otra óptica, y sobre todo desde la experiencia que le con- 25. Este «olvido» ha sido puesto de relieve repetidamente por las historia- doras feministas, tal y como reconoce E. J. HOBSBAWM: «Home i dona a la ico- nografía socialista», en L'Avenc (Barcelona), n.° 5, enero 1982, págs. 47-57. Véa- se también lo que plantea MARY NASH en la Introducción de su libro Mujer y movimiento obrero en España, 1931-1939. Barcelona, Fontamara, 1981, págs. 9-20. 26. CHESNEAUX: ¿Hacemos tabla rasa del pasado?..., pág. 87. 5 4 El historiador y la historia ferian sus 80 años de edad, el historiador británico Vivían H. Gal- braith escribía con la misma sagacidad: Hoy, a un gran número de historiadores profesionales, perfectamente preparados y probablemente sobrepagados, se les pide enseñar historia y, a la vez, escribir sobre ella. Su derecho de ser escuchados y leídos depende de su condición de profesores asalariados de un gran número de universidades, en tanto que sü prestigio entre sus colegas no se basa en sus enseñanzas, sino en la calidad y aun la cantidad de sus publicaciones. Esta industrialización de la historia académica está hoy adquiriendo las proporciones de una revolución, en el curso de la cual, aunque incons- cientemente, la función docente, que debería ser la primera, ha sido eclipsada por las investigaciones publicadas. Para el joven aspirante pro- fesional, la historia es hoy una pelea de perros por el ascenso, y su lema es «publicar o morir». En el hambre mundial de literatura histórica, en todos los niveles, los editores comerciales están inundando el mercado con libros, todos los cuales, como obra de profesionales, caben dentro de la categoría de «investigación»... y educadores y educandos, por igual, tienen dificultades para mantenerse al ritmo de esta actividad febril." Las dos citas han sido, ciertamente, largas y merecerían muchas matizaciones. No es cierto que en todos los países del mundo capita- lista occidental los historiadores estén sobrepagados. Pero sí es cierto que las relaciones de poder que se establecen entre los historiado- res profesionales —relaciones que en muchas ocasiones adoptan for- mas institucionalizadas— implican dependencias y subordinaciones más propias, a veces, de una sociedad estamental de Antiguo Régi- men, que de sociedades desarrolladas de capitalismo avanzado. Y estas dependencias y subordinaciones pueden llegar a representar hipotecas muy duras para el libre trabajo del historiador. LA HISTORIA COMO PRODUCTO DE UN PROCESO DE CONOCIMIENTO Si hemos planteado, tal como lo hemos hecho, los condicionamien- tos sociales y culturales del historiador, es por el papel tan impor- tante que juegan en el proceso de conocimiento que llamamos his- toria. Ciertamente, ya hemos adelantado muchos de los elementos que intervienen específicamente en el conocimiento histórico. Pero no comprenderíamos hasta qué punto actúan los condicionamientos sociales del historiador en el conocimiento histórico, sin plantear, 27. VIVÍAN H. GALBRAITH: «Reflexiones», en El taller del historiador, pág. 28.
  • 8. La historia como producto de un proceso de conocimiento 55 aunque sea a grandes rasgos, cómo se produce este conocimiento. También en este punto abundan las discrepancias y antagonis- mos entre las distintas teorías del conocimiento, que históricamente se han planteado el problema de las relaciones entre el pensar y el ser, el espíritu y la naturaleza. Un problema que en sus orígenes había enfrentado dos concepciones radicalmente excluyentes: la idealista y la materialista. Los idealistas habían priorizado siempre el pensamiento y el espíritu como origen y fundamento de la reali- dad. Hegel, el último gran idealista de la historia, había enunciado el principio de que el proceso de pensamiento era el creador de la rea- lidad y que la idea —encarnación del proceso de pensamiento— era un sujeto con vida propia: El pensamiento dialéctico desemboca, en la filosofía hegeliana, en un proceso infinito de autoexpresión y autoconciencia del Espíritu. En tal sistema, el mundo exterior es visto solamente como un campo de aplica- ción del pensamiento activo y creador; y la práctica, como la realización externa de ideas, conceptos y planes desarrollados en y por el pensa- miento. No hay respuesta, en Hegel, a la cuestión de saber de dónde surge el pensamiento. Como su filosofía opera una especie de deificación de las formas y leyes lógicas del pensamiento humano, objetivizándolas como algo externo, no es posible tal respuesta: el pensamiento es." Contrariamente, el materialismo invierte esta relación y plantea, a menudo a nivel mecánico, el origen del mundo como producto di- recto de la materia. Para Feuerbach, el más importante materialista premarxista, no existe contradicción entre el ser y el pensar, por el hecho de que «el hombre no es más que una parte de la naturaleza, una parte del ser»,K y esta integración del hombre en la naturaleza comporta que en el proceso de conocimiento se produzca la unidad entre el sujeto y el objeto, puesto que «el mundo objetivo no se en- cuentra solamente fuera de mí, está también en mí mismo, en mi propia piel».50 El conocimiento se forma, así, a través de la simple contemplación, mecánicamente, puesto que «el objeto de conoci- miento actúa sobre el aparato perceptivo del sujeto que es un agen- te pasivo, contemplativo y receptivo; el producto de este proceso (el conocimiento) es un reflejo o copia del objeto, reflejo cuya génesis 28. CARDOSO: Introducción a! trabajo de la investigación histórica, pág. 24. 29. YURI PLEJÁNOV: Cuestiones fundamentales del marxismo (Del materia- lismo de Feuerbach al materialismo histórico de Marx). Barcelona, Fontamara, 1976, pág. 35. 30. Ibid., ibid. 56 El historiador y la historia está en relación con la acción mecánica del objeto sobre el su- jeto».31 Partiendo del materialismo de Feuerbach, Marx y Engels elabo- raron una teoría materialista del conocimiento que se apartaba en muchos aspectos fundamentales del materialismo anterior. Conside- rando el fundamento epistemológico de las posiciones marxistas, se comprenderá la importancia que para la historia tienen los condi- cionamientos socioculturales." En efecto, el primer principio meto- dológico del marxismo remite a la inevitabilidad del hombre como ser social. En las Tesis sobre Feuerbach, Marx y Engels establecie- ron que «la esencia del hombre no es una abstracción inherente al individuo aislado», sino que «en su realidad, es el conjunto de las relaciones sociales»." Es cierto que el hombre posee también deter- minaciones biológicas que lo caracterizan como tal, y sin las cuales sería imposible el acto de pensar y conocer, pero fijarnos únicamen- te en estas determinaciones significaría afirmar que a partir del hom- bre aislado es posible el conocimiento. Y ello, sin duda, resulta falso desde el momento en que las categorías del lenguaje son, como ya vimos, imprescindibles en todo conocimiento, y el lenguaje también es producto directo de la actividad social de los hombres. Por otra parte, en el campo estricto de la historia, está empíricamente demos- trado el hecho de que el hombre siempre ha existido en sociedad. De ahí que el marxismo afirme que el punto de partida del conocimien- to no es nunca el individuo aislado, sino el grupo social al que per- tenece el sujeto. Adam Schaff, en este mismo sentido, ha apuntado las consecuen- cias que entraña considerar al hombre como «el conjunto de las relaciones sociales»: En primer lugar, la articulación dada del mundo, o sea la manera de percibirlo, de distinguir en él elementos determinados, la dinámica de las percepciones, etc., está relacionada con el lenguaje y con el aparato con- ceptual que recibimos de la sociedad, por medio de la educación consi- derada como la transmisión de la experiencia social acumulada en la filo- 31. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, pág. 83. 32. Sin duda, la teoría marxista dei conocimiento pone de relieve, más que ninguna otra teoría, la importancia de los condicionamientos sociales. En esta parte del capítulo hemos seguido especialmente las dos obras ya citadas de CIRO F. S . CARDOSO y de ADAM SCHAFF, y el libro de THOMPSON: Miseria de la teoría. 33. Se trata de la VI Tesis sobre Feuerbach, citada de la versión catalana, Barcelona, Ed. 62, 1969, pág. 103.
  • 9. La historia como producto de un proceso de conocimiento 5 7 génesis. En segundo lugar, nuestros juicios están socialmente condiciona- dos por los sistemas de valores que aceptamos y que poseen todos ellos un carácter de clase; hecho que el marxismo, seguido por la sociología del conocimiento, ha puesto particularmente de relieve." La otra premisa fundamental de la teoría marxista del conoci- miento rompe con el mecanismo de la relación entre materia y pen- samiento cuando afirma que «el hombre llega hasta el pensamiento principalmente por las sensaciones que experimenta en el proceso de su acción sobre el mundo exterior».35 El materialismo premarxista, como vimos, creía que se llegaba al conocimiento por el reflejo que el objeto depositaba sobre el sujeto, y que este sujeto —producto de las circunstancias y de la educación— se mostraba pasivo en el acto de conocer. En las ya citadas Tesis sobre Feuerbach, Marx y Engels se distanciarán de este materialismo desde el primer momento: El principal defecto, hasta hoy, del materialismo de todos los filósofos —incluyendo a Feuerbach— es que el objeto, la realidad, el mundo sen- sible son tomados sólo bajo la forma de objeto o de intuición, pero no como actividad humana concreta, como práctica, de forma no subjetiva." La praxis se convierte, pues, en un principio fundamental de todo conocimiento, desde el momento en que el hombre conoce el objeto actuando sobre él y en este proceso de conocimiento, emi- nentemente práctico, transforma al mundo y al mismo tiempo se transforma a sí mismo. Porque la actividad del hombre que lleva al conocimiento «surge como forma y producto de la transformación activa de la naturaleza por el trabajo».3 ' En el libro primero de El Capital, Marx pone de relieve cómo se produce la relación entre el hombre y la naturaleza mediante el trabajo: El trabajo es, por de pronto, un proceso entre ser humano y naturaleza, un proceso en el cual el ser humano media, regula y controla mediante su propia actividad su metabolismo con la naturaleza. El ser humano se enfrenta con la materia natural como fuerza natural él mismo. Pone en movimiento las fuerzas naturales pertenecientes a su corporeidad —bra- zos y piernas, cabeza y manos—, con objeto de apropiarse la materia natural en una forma utilizable para su propia vida. Mediante ese mo- 34. ADAM SCHAFF: Ibid., pág. 94. 35. PLEJÁNOV: Cuestiones fundamentales..., pág. 37. 36. I Tesis de Feuerbach, de la edición citada, pág. 101. 37. CARDOSO: Introducción al trabajo..., pág. 26. 58 El historiador y la historia vimiento obra en la naturaleza externa a él y la altera, y así altera al mismo tiempo su propia naturaleza.™ De esta manera, el materialismo marxista establece la existencia de un sistema de acciones e interacciones entre el objeto y el suje- to, de un movimiento permanente a partir del cual surge el conoci- miento. Pero deja claro que la iniciativa en cualquier proceso cog- noscitivo parte siempre del hombre, y de un hombre socialmente determinado, con lo cual el conocimiento siempre «es una forma socialmente determinada de actividad humana».3 ' Aplicando este modelo de teoría del conocimiento al caso concre- to del conocimiento histórico, se evidencia con mucha claridad cómo la historiografía, la «historia» o la obra histórica es siempre un producto socialmente determinado en la misma medida en que el proceso cognoscitivo que lleva al conocimiento histórico está tam- bién socialmente determinado, por el hecho de que el historiador —como todo hombre— «es un conjunto de relaciones sociales». La actividad social que representa el conocimiento histórico es al mismo tiempo una actividad histórica —concreta en el tiempo y en el espacio—, y en la acción que el historiador ejerce sobre su objeto de estudio invierte todas las sensaciones de su conciencia, formadas por la influencia que el mundo exterior ejerce sobre él. De esta manera, el historiador llega a conocer su objeto real mediante una actividad práctica, en la cual su conciencia social juega siempre un papel de primer orden. Pero, por otra parte, el objeto de su estu- dio transforma, modifica y amplía su propia conciencia. En su polémica con Althusser, E. P. Thornpson destaca la impor- tancia que para el conocimiento histórico —y en realidad para cual- quier forma de conocimiento— posee el diálogo entre el ser social y la conciencia social, en el momento en que dentro del ser social surge espontáneamente la experiencia, como consecuencia de que «los hombres y las mujeres (y no sólo los filósofos) son racionales y piensan acerca de lo que les ocurre a ellos y a su mundo».'0 De esta manera la «experiencia es determinante, en el sentido en que ejerce presiones sobre la conciencia social existente, plantea nuevas cuestiones y proporciona gran parte del material de base para los 38. KARL MARX: El Capital. Libro primero, volumen 1. Barcelona, Grijalbo, 1976, pág. 193. El subrayado es mío. P. P. 39. CARDOSO: Introducción al trabajo..., pág. 27. 40. THOMPSON: Miseria de la teoría, pág. 19.
  • 10. Historia e ideología 59 60 El historiador y la historia ejercicios intelectuales más elaborados»." Pero, al mismo tiempo, la conciencia social actúa y modifica al ser, puesto que «del mismo modo que el ser es pensado, el pensamiento es vivido; los seres hu- manos, dentro de ciertos límites, pueden vivir las expectativas socia- les o sexuales que las categorías conceptuales dominantes les im- ponen».42 En el caso del conocimiento histórico, este esquema cognoscitivo de Thompson presupone la existencia de dos tipos de acciones y reacciones que se implican mutuamente: el diálogo entre el ser y la conciencia del historiador, por una parte, y la acción de la concien- cia sobre su objeto real de estudio, por la otra, que a su vez estable- ce otro diálogo, cuyo resultado será el conocimiento histórico. El complejo sistema de interrelaciones no puede estar sintéticamente mejor descrito: El objeto real (...) es epistemológicamente inerte, es decir, no puede im- ponerse ni desvelarse él mismo al conocimiento: esto tiene lugar dentro del pensamiento y de sus procedimientos. Pero no quiere decir que sea inerte en otros aspectos: no necesita ser sociológica o ideológicamente inerte. Y como remate hay que decir que lo real no está «ahí fuera», mientras que el pensamiento estaría en la tranquila sala de conferencias de nuestras cabezas, «aquí dentro». El pensar y el ser habitan un solo y mismo espacio, y este espacio somos nosotros mismos. Así como pensa- mos, también tenemos hambre y sentimos odio, enfermamos o amamos, y la conciencia está entremezclada con el ser; así como contemplamos lo «real», experimentamos nuestra propia palpable realidad. De modo que los problemas que las «materias primas» presentan al pensamiento consisten a menudo precisamente en sus mismísimas cualidades activas, indicativas e instructivas. Pues el diálogo entre conciencia y ser va adqui- riendo más y más complejidad —verdaderamente, alcanza pronto un or- den diferente de complejidad, que ofrece un orden distinto de problemas epistemológicos— cuando la conciencia crítica actúa sobre una materia prima hecha del mismo material que ella misma: los artefactos intelec- tuales, las relaciones sociales, el acontecimiento histórico." HISTORIA E IDEOLOGÍA El hecho de que el conocimiento histórico esté condicionado social- mente implica que toda obra histórica posee necesariamente un ca- 41. Ibid., pág. 20. 42. Ibid., pág. 21. 43. Ibid., págs. 36-37. rácter de clase, en la medida en que aparece a través de la acción de la conciencia social del historiador sobre un objeto de estudio determinado: la historiografía surge como una de las actividades intelectuales de una conciencia social determinada. Durante mu- chas décadas, desde el marxismo se habló de «ciencia histórica bur- guesa» —y también de «ciencia burguesa»— para designar aquella his- toria producida en los círculos académicos y universitarios que pre- tendían un profesionalismo a ultranza y una «neutralidad» política e ideológica, pero que en el fondo respondían a unos intereses de cla- se muy concretos.'" Desde esta perspectiva la historiografía aparece como una forma más que adopta la ideología de los, hombres: la historia surge como una actividad de la conciencia de los hombres y al mismo tiempo pasa a formar parte de su conciencia. En este punto se impone defi- nir los conceptos y las relaciones entre conciencia social e ideología. Es conocido que Marx y Engels definían la conciencia única- mente como «el Ser consciente», como «el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos» del proceso de la vida real de los hom- bres.4 5 En su tantas veces citado prefacio a la Contribución a la crí- tica de la economía política, Marx escribió que la estructura econó- mica era la «base real» de la sociedad, «sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia»/1 una conciencia que en El 18 Brwnario de Luis Bonaparte había definido como «sobreestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida y plasmados de un modo peculiar».'" En 1890, en su conocida carta a J. Bloch del 21 de septiembre, Engels hablaba de «los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes; las teo- rías políticas, jurídicas, filosóficas; las ideas religiosas»," que repre- sentaban, sin duda, elementos constitutivos de la conciencia social de los hombres. Siguiendo estas líneas interpretativas de Marx y 44. GEORG LUKÁCS utiliza a menudo este concepto en Historia y consciencia de cíase. Barcelona, Grijalbo, 1975*. Cabe señalar que, si bien los historiadores marxistas han renunciado mayoritariamente a este concepto —en buena parte peyorativo—, sigue utilizándose sobre todo en los países socialistas. 45. MARX-ENGELS: La ideología alemanya, págs. 26-27. 46. MARX: Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, pág. 37. 47. MARX: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Barcelona, Ariel, 1968, pág. 51. 48. FRIEDRICH ENGELS: Historia, economía, crítica social, filosofía, cartas. Barcelona, Península, 1969, págs. 341-342.
  • 11. Historia e ideología 61 Engels, Franz Jakubowsky, en su ensayo clásico sobre Las superes- tructuras ideológicas en la concepción materialista de la historia, escribió que «el concepto de conciencia coincide con el concepto de superestructura ideológica, con las representaciones humanas»," y definía las superestructuras ideológicas como «la forma en que los hombres llegan a ser conscientes de sus luchas».50 Sin embargo, para los clásicos marxistas, conciencia e ideología no responden al mismo contenido. Para Engels ideología «es un proceso que el supuesto pensante cumple sin duda conscientemen- te, pero con una conciencia falsa», puesto que la ideología «no concuerda con la realidad y no la capta y expresa de manera adecua- da»." Schaff indica cómo Marx y Engels durante toda su vida habla- ron de ideología como de «falsa conciencia» y demuestra la coheren- cia y la lógica del pensamiento de Marx y Engels cuando siempre que hablaban de «ideología» se referían a la ideología de la burgue- sía y en ningún caso consideraron sus propias teorías como ideolo- gía. Discutiendo las interpretaciones de Mannheim, Schaff pone de relieve que el aserto marxiano según el cual la ideología es una fal- sa conciencia, en realidad no define, y subraya que en la concepción de Marx y Engels el concepto de ideología es muy restrictivo y que no puede equipararse a los contenidos que los marxistas posteriores le han dado." El propio Schaff, para resolver el problema de la ideología como «falsa conciencia» y para introducir en el concepto de ideología todo tipo de ideologías —incluida la marxista— propone una definición mucho más amplia cuando afirma que «por "ideología" yo entiendo los puntos de vista basados en un sistema de valores y relativos a los problemas planteados por el objeto deseado del desarrollo so- cial; puntos de vista que determinan las actitudes de los hombres, o sea, su disposición para adoptar algunos comportamientos en situa- ciones determinadas y su comportamiento efectivo en las cuestiones sociales»." Desde una óptica geneticofuncional, Schaff reformula la definición al hablar de «las ideas sobre los problemas planteados por 49. FRANZ JAKUBOWSKY: Las superestructuras ideológicas... Madrid, Alberto Corazón ed., 1973, pág. 97. 50. Ibid., pág. 81. 51. Citado por JAKUBOWSKY: Ibid., pág. 181. 52. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, págs. 196-209. 53. Ibid., págs. 209-210. 62 El historiador y la historia el objetivo deseado de desarrollo social, que se forman sobre la base de determinados intereses de clase y sirven para defenderlos».5 * A partir de estas definiciones, Schaff está de acuerdo en que la ideología sigue siendo el reflejo de la realidad —o como asiente, ci- tando a Pokrovski «el reflejo de la realidad en la conciencia de los hombres, a través del prisma de sus intereses en general, y primor- dialmente de sus intereses de clase»—,55 pero no necesariamente el reflejo deformante de la realidad; y en este punto introduce en el concepto de ideología tanto las «falsas conciencias», las ideologías «que constituyen deformaciones de clase» como las «ideologías au- ténticas, adecuadas».58 El tema, complejo y sumamente problematizado y debatido, en sus múltiples derivaciones escapa, sin embargo, al objeto central de nuestro estudio: plantear que toda historiografía forma parte de una determinada ideología. Si aceptamos las propuestas de defini- ción de Schaff sobre ideología y desde la perspectiva de lo que he- mos enunciado hasta ahora, es evidente que hay que situar a la his- toriografía dentro del marco de las ideologías de los hombres y de las clases sociales. Al menos, en el sentido que le da Chesneaux cuando afirma que «nuestro conocimiento del pasado es un factor activo del movimiento de la sociedad, es lo que se ventila en las lu- chas políticas e ideológicas, una zona violentamente disputada. El pasado, el conocimiento histórico pueden funcionar al servicio del conservadurismo social o al servicio de las luchas populares. La his- toria penetra en la lucha de clases; jamás es neutral, jamás perma- nece al margen de la contienda».57 Es cierto que en este párrafo Chesneaux plantea la dimensión política e ideológica de la historia en toda su extensión social, as- pecto que trataremos en el próximo capítulo. Pero como ya hemos visto, el condicionamiento de clase del conocimiento histórico impli- ca que la obra histórica sea valorada justamente a partir del grupo social en el que se encuadra el historiador, y no desde su exclusivo punto de vista personal, como individuo aislado. Así, la historia, como producto ideológico del historiador, corresponde al mismo 54. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, pág. 210. 55. Ibid., pág. 215. 56. Ibid., pág. 211. 57. CHESNEAUX: ¿Hacemos tabla rasa del pasado?..., pág. 24. El subrayado es mío. P. P.
  • 12. Historia e ideología 6 3 tiempo al producto ideológico de la clase social a la que aquél per- tenece. Esta compleja relación historiador-ideología-clase-conocimiento histórico puede quedar más clara si nos remitimos a ejemplos con- cretos. Sería históricamente incomprensible El siglo de Luis XIV de Voltaire si no la analizásemos a partir de la ideología de la Ilus- tración, de una ideología, por otra parte, que no pertenece a Voltai- re, sino a una burguesía revolucionaria —de la que Voltaire es un exponente teórico— que está rompiendo con el Antiguo Régimen y está elaborando un proyecto social nuevo de acuerdo con sus propios intereses. La concepción religiosa de la historia que impone el cristia- nismo, a partir de san Agustín, durante la Edad Media europea, sólo puede comprenderse teniendo en cuenta la función ideológica que la religión desempeña bajo el feudalismo, en cuanto representa la legitimación del poder económico, social y político de las clases feudales dominantes. Marx, a su vez, era consciente de que su pun- to de partida social era la clase obrera, y el marxismo como ideolo- gía —y por lo tanto la concepción marxista de la historia— sólo ad- quiere sentido histórico desde el momento en que se vincula al obje- tivo social de la clase obrera: la transformación revolucionaria de la sociedad, en un sentido socialista. Lo que queremos decir, en defi- nitiva, es que no existe producto histórico que no esté imbuido de la ideología del historiador, de una ideología que siempre posee su co- rrespondencia social en una clase. Cuando el propio historiador se adscribe a una escuela historiográfica, su adscripción comporta una determinada concepción de la historia, y en general —consciente o inconscientemente— se relaciona con sus concepciones ideológicas precisas. Así las cosas, se puede llegar a situaciones extremadamente gra- ves para la ciencia de la historia, como há sucedido con la concep- ción histórica de Althusser y de sus discípulos, cuando afirman que la historia —y en este caso la historia real, las res gestae— no existe como objeto real de conocimiento, sino que es un producto ideoló- gico_de la teoría del historiador.5 " Pero, como han demostrado los 58. Las posiciones teóricas de Althusser pueden estudiarse, fundamental- mente, en Louis ALTHUSSER: La revolución teórica de Marx. México, Siglo X X I , 1967; y Louis ALTHUSSER y ÉTIENNE BALIBAR: Para leer El Capital. México, Si- glo X X I , 1969. Las concepciones althusserianas aplicadas a la historia en BARRY HINDESS y PAUL Q. HIRST: Los modos de producción precapitalistas. Barcelona, Península, 1979. 6 4 El historiador y la historia críticos de Althusser, y en especial la reciente aportación de E. P. Thompson, el estructuralismo althusseriano adolece de graves defec- tos epistemológicos que le conducen inevitablemente a un idealismo metafísico, que nada tiene que ver con el materialismo histórico.5 ' Y a otro nivel, existe el peligro —que en parte se vislumbra en las concepciones de Chesneaux— de llegar a una ideologización tan profunda de la historia que ésta sólo tenga validez en el marco co- yuntural del presente inmediato. Ciertamente, no faltan defensores de estas tesis, que únicamente valoran el trabajo histórico en fun- ción de las luchas políticas e ideológicas del momento. La historia, desde este punto de vista, sería un instrumento más de lucha ideológica y de práctica política. Schaff destaca cómo bajo la perspec- tiva de Pokrovski la historia se convierte en un virtual juego polí- tico: «el historiador selecciona los hechos arbitrariamente y los in- terpreta de modo subjetivo en función de su posición de clase».50 Pero resaltar el condicionamiento de clase de la ideología del his- toriador y enmarcar la historiografía en el campo de las produccio- nes ideológicas no significa ideologizar la historia hasta estos extre- mos. Porque el historiador, sea cual sea su predicamento ideológico, está limitado, en primer lugar, por la naturaleza del objeto de su estudio y por los hechos históricos que trata de comprender, que existen al margen de él mismo, en el sentido que apunta Thompson: Los procesos acabados de cambio histórico, con sus intrincadas relacio- nes causales, ocurrieron de verdad, y la historiografía puede falsearlos o entenderlos mal, pero no puede en lo más mínimo modificar el estatuto ontológico del pasado. El objetivo de la disciplina histórica es alcanzar esta verdad de la historia.61 Ello implica que «las pre-ocupaciones de cada generación, sexo o clase deben inevitablemente tener un contenido normativo, que ha- llará expresión en las preguntas formuladas a los datos empíricos»." 59. Existe una numerosa bibliografía crítica a las concepciones althusseria- nas. Véase, entre otras: CARLOS NELSON COUTINHO: El estructuralismo y la mi- seria de la razón. México, Era, 1973; ADAM SCHAFF: Estructuralismo y marxis- mo. México, Grijalbo, 1976. PIERRE VILAR es autor de dos breves aportaciones: «El método histórico», en Althusser, método histórico e historicismo. Barcelona, Anas*rama, 1972, y Historia marxista, historia en construcción, Barcelona, Ana- grama, 1974. La crítica de Thompson en el libro ya citado Miseria de la teoría. 60. ADAM SCHAFF: Historia y verdad, pág. 216. 61. THOMPSON: Miseria de la teoría, pág. 70. 62. Ibid., pág. 7 1 .
  • 13. El historiador y sus métodos 65 Y el «contenido normativo» que reclama Thompson remite a las «salvaguardas metodológicas» que sirven o deben servir como limi- tación contra la ideologización {in extremis) de la historia. EL HISTORIADOR Y SUS MÉTODOS En efecto, el historiador está limitado y determinado también por el método o los métodos que ha ido construyendo la ciencia de la historia. Es cierto, y sin duda evidente, que no existe un único mé- todo historiográfico. En este punto hay que recordar de nuevo que la historia no es metodológicamente unívoca y que a menudo se contraponen métodos cuya aplicación ofrece resultados diferentes, cuando no contradictorios: así sucede, por ejemplo, cuando en el análisis de una sociedad se utilizan los métodos funcionalistas, al es- tilo de Mousnier," o bien el método de análisis marxista. En el pri- mer caso la estructura social aparece en función del prestigio u honor de cada grupo social, que desempeñaría una función especí- fica en la sociedad de acuerdo con este prestigio. Para el marxismo una estructura social determinada siempre resulta como consecuen- cia de la estructura económica, como consecuencia, por lo tanto, del lugar que ocupan los diferentes grupos sociales —entre quienes existen contradicciones y antagonismos— en un sistema de produc- ción dado y por las relaciones de propiedad que mantienen respecto a los medios de producción." Por otra parte, la ciencia histórica propone métodos y técnicas de validez universal para los historiadores. En este punto cabría establecer una distinción importante entre metodología y método, puesto que a veces ambos conceptos se utilizan en un mismo sen- tido, y en cambio otras veces expresan contenidos diferentes. En el sentido propuesto en el ejemplo anterior, es evidente que cuando hablamos de metodología nos referimos al «método» que surge de la aplicación de una determinada concepción de la historia: así, habla- mos de metodología funcionalista, positivista o marxista. La «meto- dología» en este caso no se comprende sin la «teoría» de la que parte el historiador. La teoría conforma la metodología. Contrariamente, el 63. Véase, al respecto, CARDOSO y PÉREZ BRIGNOLI: LOS métodos de la his- toria. Barcelona, Crítica, 1976, págs. 312-314. 64. Ibid., págs. 310-311. 66 El historiador y la historia método o los métodos se refieren a las técnicas de trabajo utiliza- das por el historiador en sus investigaciones: en este sentido se habla de métodos de historia económica, de historia social, cultural o política. Pero las cosas no están tan claras, puesto que también se puede hablar —y de hecho se ha utilizado el concepto— de mé- todo marxista o método funcionalista. Lo que queremos indicar, en definitiva, es la ambigüedad y ambivalencia terminológica de los conceptos utilizados, en la medida en que se han utilizado indistin- tamente para designar uno u otro contenido.65 El problema del método en las ciencias sociales —y, desde lue- go, en la historia— es complejo y ha merecido hasta el presente una extensísima bibliografía.66 Sin pretensiones de exhaustividad, veamos algunos de estos problemas. A un nivel primario, el investi- gador se enfrenta con el problema de las fuentes. Durante muchos años el historiador sólo aceptó como fuentes históricas aquellos do- cumentos escritos legados por el pasado. El positivismo contribuyó enormemente a esta deformación, que sólo a partir de Bloch y Feb- vre empezó a cuestionarse, aunque no es raro en la actualidad hallar historiadores que siguen aferrándose al documento escrito como úni- ca fuente histórica. Pero el historiador actual debe saber que todo testimonio o vestigio que responda a una actividad social de los 65. Desde una perspectiva enciclopédica, tendríamos que definir metodolo- gía como la ciencia del método, y a éste como el conjunto de procedimientos a seguir para llegar a un conocimiento. Jerzy Topolsky, tras renunciar a uña definición de metodología de las ciencias, señala los dos tipos de problemas que centran el interés de la metodología: «1. Interés en las operaciones cog- noscitivas usadas en la investigación científica. 2. Interés en los resultados de dichas operaciones cognoscitivas» (JERZY TOPOLSKY: Metodología de la histo- ria. Madrid, Cátedra, 1982, pág. 21). Por su parte, Mario Bunge define al mé- todo como «un procedimiento para tratar un conjunto de problemas», y dis- tingue entre método general de la ciencia («un procedimiento que se aplica al ciclo entero de la investigación en el marco de cada problema de conoci- miento») y métodos especiales («la invención o la aplicación de procedimientos especiales adecuados para los varios estadios del tratamiento de los problemas, desde el mero enunciado de éstos hasta el control de las soluciones propues- tas»); véase MARIO BUNGE: La investigación científica. Barcelona, Ariel, 1981", pág. 24. Para Cardoso «"método" designa a los procedimientos ordenados que es preciso emplear para alcanzar algún objetivo previamente establecido», mien- tras el método científico haría referencia a «los medios de que dispone la ciencia para plantear problemas verificables (contrastables) y someter a la prueba las soluciones propuestas para tales problemas». CARDOSO: Introduc- ción al trabajo de la investigación histórica, págs. 43-46. 66. Además de las obras citadas en la nota anterior, pueden consultarse el manual «clásico» de MAURICE DUVERGER: Métodos de las ciencias sociales. Bar- celona, Ariel, 1976', y los tres volúmenes de RAYMOND BOUDON y PAUL LAZARS- FELD: Metodología de tas ciencias sociales. Barcelona, Laia, 1973-1975.
  • 14. El historiador y sus métodos 67 hombres es merecedor de ser considerado fuente Histórica: desde —¡evidentemente!— los documentos escritos —impresos o manus- critos—, hasta los restos arqueológicos, las tradiciones orales y el folklore, las huellas que la acción de los hombres hayan podido de- jar sobre la naturaleza, el arte en sus más variadas facetas, la lite- ratura —tantas veces ignorada por el historiador, y que en muy pocas ocasiones se la ha considerado como documento escrito—, los res- tos iconográficos más variados son, sin duda, fuentes históricas que el historiador en ningún caso debe despreciar. Para la historia con- temporánea más reciente, la memoria oral, la fotografía, el cine y todos los recursos que proporciona el mundo de la imagen —el ví- deo incluido— proporcionan al historiador nuevas fuentes hasta ahora inexplotadas. Pero ante esta variedad de material histórico el historiador debe utilizar métodos de estudio adecuados. En primer lugar, porque no siempre las fuentes son objetivas. La «objetividad» que puede pre- sentarse en una moneda romana, en unas hachas neolíticas o en la fotografía de una conferencia diplomática internacional puede desa- parecer cuando se trata de documentación escrita. Thompson pone de relieve que «la mayoría de fuentes escritas tienen valor sin de- masiada relación con el "interés" que haya movido a registrarlas»," o sea, cuando se recogen datos sin intencionalidad alguna de trascen- dencia futura. Pero, en otros casos —aunque sea en una minoría— los documentos escritos pueden poseer una intencionalidad precisa: y así sucede, por ejemplo, con todas las crónicas reales. Además, no siempre la documentación utilizada es la documentación existente. El historiador cubano Moreno Fraginals destaca cómo los historia- dores cubanos anteriores a la revolución de 1959 tuvieron especial interés en fabricar unos mitos históricos en función de los intereses de la burguesía criolla dominante durante largas décadas. Y para ello se efectuó una depuración y selección sistemática de las fuentes que sirviesen para fabricar y perpetuar estos mitos." En todos los casos, pues, el historiador en la búsqueda de las fuentes —también llamada heurística— debe ser consciente de los 67. THOMPSON: Miseria de la teoría, pág. 50. 68. MORENO FRAGINALS: «La historia com a arma», en L'Avene (Barcelona), n.° 2, mayo 1977, págs. 76-80. Los tres mitos o dogmas fundamentales que destaca el autor en la historiografía cubana son los del antiespañolismo, el escamoteo del problema negro y la presentación de la burguesía criolla como el grupo creador de la nacionalidad. 6 8 El historiador y la historia problemas que plantean o pueden plantear aquéllas, y deberá aplicar los análisis críticos adecuados para verificar su autenticidad y apre- ciar su contenido, de acuerdo con la época y el lugar preciso en que se inscribe el documento o fuente estudiada. De esta manera, el historiador establecerá el dato histórico, como primer paso de su investigación. No pretendemos establecer todos los pasos precisos de la investigación histórica que han sido tratados ya por estudios más especializados.4 ' Sólo queremos destacar que el método que uti- liza el historiador hasta llegar a precisar el dato histórico, a partir del cual verificará sus hipótesis y construirá sus interpretaciones, posee validez universal. Los métodos críticos de verificación y autentificación de fuentes suelen plantearse de manera distinta según la naturaleza de la fuen- te histórica, y así mismo sucede con los métodos concretos utiliza- dos en las distintas áreas de especialización de la historia. Cuando en 1961 un vasto equipo de investigadores franceses publicó, bajo la dirección de Charles Samaran, una de las aportaciones colectivas más importantes realizadas en Francia en las últimas décadas sobre teoría y metodología históricas,™ procuraron presentar de forma ex- haustiva la totalidad de métodos de trabajo que debe conocer el his- toriador especialista en las diferentes etapas históricas y en las distin- tas áreas de especialización. Destacaron especialmente el lugar que ocupan las llamadas ciencias auxiliares de la historia en los procesos de investigación: desde los métodos arqueológicos, hasta la filología, la epigrafía, la paleografía, la diplomacia, etc. Apuntaban también la importancia de las nuevas orientaciones que iban apareciendo en la historiografía: la relación entre historia y lingüística, la importan- cia de los datos demográficos y estadísticos, el nuevo tratamiento que se empezaba a practicar en la historia de las mentalidades, etc. A partir de la década de los años 60 han abundado las obras de- dicadas a los métodos específicos que deben aplicarse en los estu- dios sobre historia demográfica, económica o social. Faire de l'histoi- re, publicado en Francia en 1974, bajo la dirección de Jacques Le Goff 69. Véanse, en especial, el libro de TOPOLSKY: Metodología de la historia; la obra de CARDOSO: Introducción al trabajo..., y FIERRE SALMÓN: Historia y cri- tica. 70. L'Histoíre et ses méthodes. Brujas, Gallimard, 1961. Como dato signifi- cativo destaquemos las 1771 páginas de que consta el volumen y el hecho de que entre otros autores escriben Henri-Irénée Marrou, Georges Sadoul, Marcel Cohén y Georges Duby.
  • 15. El historiador y sus métodos 69 y Pierre Nora," pretendía ser una reactualización de los problemas historiográficos nuevos que habían aparecido desde 1961, aunque el carácter de esta obra sea diferente del de la dirigida por Samaran. Los avances experimentados en la aplicación de los métodos estadísticos y cuantitativos han sido espectaculares y han beneficiado especial- mente a los estudios demográficos y a la historia económica." Una descripción detallada de la enorme bibliografía aparecida en los úl- timos años sobre los métodos de la historia merecería, sin lugar a dudas, un grueso volumen." Esta enorme producción bibliográfica pone de relieve el profesio- nalismo y el rigor que se ha ido apoderando de la ciencia histórica: las «salvaguardas metodológicas» de que hablaba Thompson existen y en parte gracias a ellas hoy es posible verificar la validez de los modelos históricos que utiliza el historiador. Por otra parte, la interdisciplinariedad entre la historia y el res-' to de las ciencias sociales, que parecía tan difícil de conseguir, ha avanzado en proporciones considerables. La plena incorporación de la geografía en los estudios históricos ha dado lugar a la geohistoria, el estudio de las relaciones existentes entre el hombre y la natura- leza a lo largo de la historia. La demografía —la ciencia de «contar» a los hombres— y la economía que a menudo aparecen tan ligadas e interrelacionadas son indispensables para cualquier análisis de estructura económica y social o de procesos históricos." Los métodos 71. Faire de l'histoire. París, Gallimard, 1974. Existe traducción castellana en Laia, Barcelona, 1978-1980. 72. Véanse, en particular, WITOLD KTJLA: Problemas y métodos de la historia económica. Barcelona, Península, 1973; RODERICK FI.OUD: Métodos cuantitativos para historiadores. Madrid, Alianza Editorial, 1975; y, de publicación más re- ciente, G. R. HAWKE: Economics for historians. Londres, Cambridge University Press, 1980. 73. Además de los libros ya mencionados en notas anteriores, véase EMMA- NUEL LE ROY LADURIE: Le territoire de ¡'historien. París, Gallimard, 1974-1978. Se trata de una voluminosa obra de dos volúmenes. Para los lectores de len- gua castellana debemos destacar la importancia de la obra de CARDOSO y PÉREZ BRIGNOLI: Los métodos de la historia, centrada especialmente en la historia económica, demográfica y social. 74. En el terreno de la demografía histórica se ha avanzado enormemente en las últimas décadas, si bien no todos los historiadores que Ja practican parten de los mismos presupuestos. En fechas relativamente recientes, el his- toriador italiano M. Livi-Bacci ofrecía, con los siguientes términos, cuál era el objeto de la demografía histórica: «Una población es un agregado de indivi- duos ligados por relaciones funcionales. Estas relaciones jamás son automáti- cas y jamás se repiten de la misma manera: son variables y mutables. Estas relaciones o vínculos son el cemento que determina el grado de cohesión de una población o su densidad moral, (...) su resistencia frente a una crisis, su 70 El historiador y la historia aportados por la sociología en los estudios sociales deben ser cono- cidos y utilizados por el historiador social como métodos propios. Muchas veces es difícil precisar dónde acaba la historia y dónde empieza la antropología: el comportamiento humano en todas sus múltiples facetas es objeto de estudio por parte de ambas discipli- nas. La historia de las mentalidades requiere la aplicación de los mé- todos de la psicología social. Y ya señalamos la importancia de la lingüística para el estudio de la historia. El análisis integrador de todos los fenómenos históricos fuerza, evidentemente, a esta interdisciplinariedad, y si bien es cierto, según las palabras de Pierre Vilar, que «la historia debía ser considerada como la única ciencia a la vez global y dinámica de las sociedades, y por lo tanto como la única síntesis posible de las demás ciencias humanas»," no es menos cierto que, para que ello sea posible, el historiador debe conocer todos los métodos y técnicas de trabajo del resto de las ciencias del hombre. Sin método, pues, no hay historia ni ciencia posible. Pero ya he- mos indicado que sin teoría tampoco. Y este último aserto es más importante de lo que a simple vista parece. Demasiadas veces se ha querido absolutizar la importancia de los métodos para destacar la validez del producto histórico. Se ha querido medir el profesiona- lismo y el rigor aplicando el baremo de las técnicas de trabajo. Un ejemplo claro de ello lo ofrece la escuela norteamericana New Eco- nomic History, una «nueva historia económica», que ha desarrollado hasta tal punto los métodos econométricos, que ha reducido la his- toria a una mera secuela de tecnicismos deshumanizados donde han desaparecido la riqueza de matices de las actividades humanas y los hombres mismos. El método debe estar siempre en función de la teoría que el historiador profesa, y la teoría de la historia —ya he- mos insistido en ello— aparecerá como válida en la medida en que nos sirva para comprender el presente como totalidad histórica. Sin embargo, las espadas siguen en alto. Y muchos historiadores acusan al profesionalismo de otros de mera argucia que pretende defender una neutralidad de la ciencia que en su práctica no existe. capacidad de reacción. El análisis de estas relaciones es la tarea central de la demografía histórica». En La société italienne devant les crises de mortalité, Florencia, 1979, pág. 64. Véase, además, la obra clásica de E. A. WRIGLEY: His- toria y población. Madrid, Guadarrama, 1969. 75. PIERRE VILAR: «Problemas teóricos de la historia económica», en La His- toria hoy. Barcelona, Avance, 1976, pág. 144.
  • 16. E! historiador y sus métodos 71 Éste es el caso de Jean Chesneaux, quien sitúa el profesionalismo tecnicista de muchos historiadores actuales como una «falsa eviden- cia del discurso histórico».71 Para Chesneaux el rigor cientifico, el «deseo de precisión, control de los hechos respecto de la realidad, conocimiento objetivo,'investigaciones de los principios, de los enca- denamientos y de las leyes»7 7 es indispensable en la historia. Pero «el criterio esencial del saber científico sigue siendo el vaivén entre teoría y práctica. Y la historia, por definición, no puede realizar este vaivén sino al contacto del presente».'" La conclusión nos remite inevitablemente al presente, puesto que la historia «no puede ser plenamente ciencia más que si deja de encerrarse en el pasado».7 ' De esta manera, sólo en el presente, desde el presente y para el pre- sente la historia y los métodos que utiliza el historiador hallan su razón de ser. 76. CHESNEAUX: ¿Hacemos tabla rasa del pasado?..., págs. 71-86. 77. Ibid., págs. 84-85. 78. Ibid., pág. 85. 79. Ibid., ibid.