1. En el transcurso del siglo XVI, el poder de los reyes se fue
acrecentando, imponiendo su autoridad sobre todo el territorio y
sometiendo la resistencia de la nobleza. Esta centralización del poder
fue justificada por pensadores como Bodino y Maquiavelo. Pero
también durante ese siglo, Europa vivió una profunda crisis religiosa.
La actitud mundana de la Iglesia era motivo de críticas e
insatisfacción, y estas tomaron cuerpo cuando el monje alemán
Martín Lutero clavó sus noventa y cinco tesis de protesta en la puerta
de la iglesia de Wittenberg. Si bien fue declarado hereje y
excomulgado, el protestantismo se expandió por toda Europa y
produjo violentos enfrentamientos armados conocidos con el nombre
de "Guerras de Religión".
La Iglesia reaccionó convocando el Concilio de Trento (1545 a 1563)
que, además de reorganizar el Tribunal de la Inquisición, fijó el
dogma, reforzó la disciplina y ratificó la autoridad papal.
Durante este siglo, España logró imponer su hegemonía sobre el resto
de Europa. Tanto Carlos I como su hijo, Felipe II, afianzaron la
centralización del poder y trataron de unificar sus territorios bajo la
religión cristiana. Pero la potencia política de España no podía
ocultar su debilidad económica. La expulsión de los moros y judíos la
había privado de hábiles comerciantes, artesanos y agricultores, y las
continuas guerras erosionaban permanentemente su erario. Las
crecientes demandas de América no pudieron ser satisfechas y las
riquezas de este continente terminaron desviándose hacia otros
Estados.
Mientras tanto, luego de desangrarse en violentas guerras de religión,
una nueva dinastía gobernaba Francia. En 1598, Enrique IV ascendía
al trono y promulgaba el Edicto de Nantes, por el que establecía la
tolerancia religiosa. La paz se conseguía bajo una nueva familia: los
Borbones. Y en Inglaterra se sentaban, bajo el gobierno de Isabel I,
las bases de lo que sería su futura hegemonía.