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La Realidad de un sueño
Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol
resplandece en el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con
sus padres, ni con su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan
solo y fue entonces cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir
todo a su paso, todo lo que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se
pregunta -¿Por qué estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón
y le dijo:
- Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón?
Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No se quién me habla!
¡Muéstrate! ¿Dónde estoy?
Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco aire
del mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la brisa
suave en su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con vida,
aguas extendidas, aguas dormidas.
El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice:
- Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes de
crecer y seguir adelante, caminando sin mirar atrás
Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan
sus pies una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene
y se da cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y
comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño.
Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su
casa, las flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si
fuera nieve del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas.
Muy contento con el sueño que había tenido exclama:
¡Voy para mi casa que esta en mi pueblo, que esta en mi tiempo!
¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo!
Juan HASTY GONZÁLEZ
Cuba
¡Tirate!
¡Dale!, dijo Gustavo tiritando de frío. Me asomé desde el muelle y no vi nada. El agua
sucia ocultaba el fondo. Está buenísimo, comentó él antes de volver a perderse bajo ese
foso putrefacto y sin fin. ¡Ni loco!, respondía mi mente cada vez que ideaba la posibilidad
de entrar en esa boca negra y mal oliente. Mirá lo que encontré, eran sus palabras cada vez
que emergía de la negrura. Sobre la madera iba acumulando sus tesoros, una ostra enorme,
tan grande como mi mano de doce años; un gancho, de algún barco de los que atracaron
alguna vez en esta bahía y una botella gruesa y verde. Todo era repugnante. Crecí
acostumbrado al cemento de la ciudad, aislado en un departamento donde un niño no
tiene forma de hundir las rodillas en la tierra ni construir túneles de arena, o siquiera
treparse hasta la cúspide de un árbol. Las piernas me temblaron, no de frío como a mi
primo, de miedo. De todos modos no quería pasar por gallina. Me quité la remera y
descalzo acomodé mi bermuda. Esperé hasta que Gus (como lo llamaba mi tía) saliera del
agua. Mi experiencia como nadador se limitaba a unas pocas clases en la pileta del club.
Mis padres sólo repararon en el tema cuando se les dio por el deporte y el contacto con la
naturaleza.
¡Dale, gallina! Alcancé a escuchar de Gustavo cuando me lancé al abismo. ¡Qué hice! El
agua me abrió paso y caí. Me tragó como una fiera hundiendo mi cabeza a su gusto.
Reaccioné, abrí los ojos. Desesperado intenté volver a la superficie. ¡¿Qué hago ahora?!
Pedir ayuda, cómo, si Gustavo no me veía. ¡Qué desesperación! Me ahogaba. El sabor del
agua era insoportable. Y justo en el instante en que daba lo que pudo ser mi última
bocanada, sentí la mano de Gustavo y me dejé llevar. ¿Estás bien, loco? Qué pregunta,
regresé pálido como una momia a la casa de mi tía. ¡Te va a hacer bien!, aportó mi tío. La
aventura me costó semanas en cama.
Con los años, cada navidad Gustavo me llamó para recordarme la anécdota y hablar sobre
los tesoros que seguía encontrando en aquel fondo que nunca visité. Lamento que al crecer
nos distanciáramos. Hoy, me prometí volver. Sé que a mi primo le gustará mostrarme su
colección pero yo quiero caminar por el muelle y ver a la bestia otra vez.

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  • 1. La Realidad de un sueño Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol resplandece en el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni con su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue entonces cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su paso, todo lo que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por qué estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo: - Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón? Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No se quién me habla! ¡Muéstrate! ¿Dónde estoy? Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco aire del mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la brisa suave en su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con vida, aguas extendidas, aguas dormidas. El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice: - Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes de crecer y seguir adelante, caminando sin mirar atrás Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan sus pies una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene y se da cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño. Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su casa, las flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si fuera nieve del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas. Muy contento con el sueño que había tenido exclama: ¡Voy para mi casa que esta en mi pueblo, que esta en mi tiempo! ¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo! Juan HASTY GONZÁLEZ Cuba
  • 2. ¡Tirate! ¡Dale!, dijo Gustavo tiritando de frío. Me asomé desde el muelle y no vi nada. El agua sucia ocultaba el fondo. Está buenísimo, comentó él antes de volver a perderse bajo ese foso putrefacto y sin fin. ¡Ni loco!, respondía mi mente cada vez que ideaba la posibilidad de entrar en esa boca negra y mal oliente. Mirá lo que encontré, eran sus palabras cada vez que emergía de la negrura. Sobre la madera iba acumulando sus tesoros, una ostra enorme, tan grande como mi mano de doce años; un gancho, de algún barco de los que atracaron alguna vez en esta bahía y una botella gruesa y verde. Todo era repugnante. Crecí acostumbrado al cemento de la ciudad, aislado en un departamento donde un niño no tiene forma de hundir las rodillas en la tierra ni construir túneles de arena, o siquiera treparse hasta la cúspide de un árbol. Las piernas me temblaron, no de frío como a mi primo, de miedo. De todos modos no quería pasar por gallina. Me quité la remera y descalzo acomodé mi bermuda. Esperé hasta que Gus (como lo llamaba mi tía) saliera del agua. Mi experiencia como nadador se limitaba a unas pocas clases en la pileta del club. Mis padres sólo repararon en el tema cuando se les dio por el deporte y el contacto con la naturaleza. ¡Dale, gallina! Alcancé a escuchar de Gustavo cuando me lancé al abismo. ¡Qué hice! El agua me abrió paso y caí. Me tragó como una fiera hundiendo mi cabeza a su gusto. Reaccioné, abrí los ojos. Desesperado intenté volver a la superficie. ¡¿Qué hago ahora?! Pedir ayuda, cómo, si Gustavo no me veía. ¡Qué desesperación! Me ahogaba. El sabor del agua era insoportable. Y justo en el instante en que daba lo que pudo ser mi última bocanada, sentí la mano de Gustavo y me dejé llevar. ¿Estás bien, loco? Qué pregunta, regresé pálido como una momia a la casa de mi tía. ¡Te va a hacer bien!, aportó mi tío. La aventura me costó semanas en cama. Con los años, cada navidad Gustavo me llamó para recordarme la anécdota y hablar sobre los tesoros que seguía encontrando en aquel fondo que nunca visité. Lamento que al crecer nos distanciáramos. Hoy, me prometí volver. Sé que a mi primo le gustará mostrarme su colección pero yo quiero caminar por el muelle y ver a la bestia otra vez.