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R E C O P I L A C I Ó N D E C U E N T O S
P A R A C L A S E S D E
V A L O R E S H U M A N O S
A modo de introducción: Los siguientes cuentos, como otros muchos
que caerán en nuestras manos, están impregnados de valores que podemos
descubrirlos en las primeras líneas o recién en el final, pero de eso se trata:
el mensaje que nos hacen llegar y que en todos los casos dejará una
impresión y estará en nosotros trabajarla de modo tal, que brote en el
corazón como chispitas de luz que al ser enviadas a la mente motivarán a
un discernimiento claro y muy positivo. Lo experimenté personalmente y
aplicándolos en talleres. Humildemente y con mucho amor, les hago llegar
esta hermosa herramienta para tan grata conclusión.
Gentileza de Élida Eckert
(Los Valores apuntados son los más notorios pudiendo hallarse otros y las edades son
sugeridas, pues estarán siempre de acuerdo al nivel de comprensión y desarrollo intelectual
del niño).
MORIR EN LA PAVADA
Valor: reflexión, auto-confianza, autenticidad
Edad sugerida: 5 años en adelante
Una vez un catamarqueño, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de
las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina, Además, hubiera sido
difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de
avestruz.
No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la
patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados.
Viendo que más o menos era del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de la
pava clueca.
Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también
lo hizo el pichón que se empollaba traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del
todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo, se trataba de un
pichón de cóndor. Sí señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava
clueca, la vida le venía de otra fuente.
Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como
los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios.
Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del árbol. Vivía en el
gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que la
patrona tiraba en el patio de atrás, después de las comidas. De noche se subía a las ramas del
algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo
lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobretodo cuando tenía oportunidad de estar a solas.
Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se
dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo
la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con
una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que, a pesar de ser grandes, no vuelan.
Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó
sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió
como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo
en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida,
no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia
poderosa. ¿Y él, porqué no volaba así? El corazón le latió apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de
él cuando escuchó su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos
estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado
mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo
devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda
insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí,
lamentablemente murió en la pavada como había vivido.
¡Y pensar que había nacido para las cumbres!
Anónimo
UNA FLOR EN EL PELO
Valor: Amor – comprensión – fortaleza interior
Edad sugerida: 7 años en adelante
Ella siempre usaba una flor en el pelo. Siempre. En general, me parecía que estaba fuera de
lugar. ¿Una flor a mediodía? ¿En la oficina? ¿Para ir a una reunión de profesionales? Era
aspirante a diseñadora gráfica en la empresa donde yo trabajaba. Todos los días entraba en la
oficina, decorada en un sello ultramoderno, con una flor en el pelo, que le llegaba hasta los
hombros..Casi siempre su color combinaba con el de su atuendo, por lo demás adecuado. Lucía
como una pequeña sombrilla de colores vívidos, prendida al gran telón de fondo que formaban sus
ondas morenas.
En ocasiones (cuando celebramos la Navidad, por ejemplo) esa flor añadía un toque festivo
que resultaba adecuado. Pero en el trabajo parecía fuera de lugar. Las mujeres más profesionales
de la oficina estaban prácticamente indignadas; opinaban que alguien debía llevarla aparte e
informarle cuáles eran las reglas para que te tomen en serio en el mundo de los negocios. Otras,
incluida yo misma, lo veíamos como un simple capricho personal; en la intimidad la llamábamos
la florida.
-¿La florida ya terminó el diseño preliminar del proyecto para Wal-Mart?- preguntaba una
con una sonrisita traviesa.
-Por supuesto. Hizo un trabajo estupendo. La verdad es que la muchacha está floreciente-
podía ser la respuesta, con mucho de aire de superioridad y diversión compartida.
Por entonces, esas bromas nos parecían inocentes. Que yo supiera, nadie había preguntado a
la joven por qué llevaba una flor a la oficina, día a día. En realidad, probablemente habría sido
más fácil interrogarla si algún día se hubiera presentado sin ella.
Y un día, así fue. Cuando entró a mi oficina con su proyecto, me extrañé:
-Veo que hoy no se ha puesto ninguna flor en el pelo. Estoy tan acostumbrada a vérsela que
es como si le faltara algo.
-Oh, si- respondió, en tono bastante sombrío. Eso contrastaba con su personalidad,
habitualmente alegre y animosa. La pesada pausa siguiente me instó a preguntar:
-¿Se siente bien?
Aunque esperaba que respondiera que sí, sabía intuitivamente que eso encerraba algo más
importante.
-Bueno- musitó, con las facciones abrumadas de recuerdos y dolor, -hoy es el aniversario de
la muerte de mi madre. La extraño mucho. Creo que me siento algo triste.
-Comprendo- dije. Me inspiraba compasión, pero no quería meterme en terrenos emotivos. –
Supongo que le cuesta hablar del tema.
Mi parte empresarial ansiaba que ella lo confirmara, pero en el fondo sabía que eso
entrañaba algo más.
-No, no, está bien. Sé que hoy estoy demasiado sensible. Para mí es un día de duelo,
¿comprende?
Y comenzó a contarme su caso.
-Mi madre sabía que el cáncer la estaba matando. Cuando murió yo tenía quince años.
Éramos muy unidas. Ella estaba llena de generosidad, de amor. Como sabía que iba a morir me
grabó un mensaje para cada cumpleaños, desde los dieciséis hasta los veinticinco. Hoy cumplo los
veinticinco años. Esta mañana vi el video que preparó para este día. Creo que todavía lo estoy
digiriendo. ¡Y cómo me gustaría tenerla conmigo!
-Bueno, créame que la acompaño en su sentimiento- dije, con toda sinceridad.
-Gracias por ser tan buena –replicó-. Ah, con respecto a la flor…Cuando yo era chica mamá
solía ponerme flores en el pelo. Un día, estando ella internada, le llevé una bella rosa de su jardín.
Cuando se la acerqué a la nariz para que percibiera el perfume, ella la tomó y, sin decir palabra,
me apartó la melena de la cara y me la puso en el pelo, como cuando era chiquita. Murió ese
mismo día.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Desde entonces siempre uso una flor en el pelo. Es como si ella me acompañara, aunque
sólo sea en espíritu.- Suspiró. –Pero hoy vi el video que preparó para este cumpleaños: me decía
que lamentaba no poder verme crecer y que esperaba haber sido buena madre. Y que le gustaría
recibir alguna señal indicativa de que yo podía bastarme sola. Así pensaba mi madre; así hablaba.-
Sonrió con afecto ante el recuerdo. –Era muy sabia.
Asentí con la cabeza.
-Así parece, en efecto.
- Y yo pensé: ¿cuál podría ser esa señal? Entonces me pareció que debía dejar de ponerme la
flor. Pero echo de menos lo que representaba.
Sus ojos de avellana se perdieron en recuerdos.
-Fue una gran suerte tener una madre como ella. Pero no necesito usar una flor para
recordarla. En realidad, lo sé perfectamente. Era sólo un signo exterior de mis atesorados
recuerdos. Me siguen acompañando, aunque no use la flor. Pero lo voy a extrañar…Ah, aquí está
el proyecto. Espero que le guste.
Me entregó la carpeta pulcramente preparada, firmada y con su marca distintiva: una flor
dibujada a mano bajo el nombre.
Recuerdo haber oído decir, cuando era joven: “Nunca juzgues a otra persona sin haber
caminado un kilómetro con sus zapatos”. Pensé en las veces que había criticado sin ninguna
sensibilidad a esa joven de la flor en el pelo. Era trágico que lo hubiera hecho sin estar informada,
sin conocer la historia de la muchacha y la cruz que debía soportar. Si me enorgullecía de conocer
cada faceta de mi empresa, por intrincada que fuera, de saber con exactitud cómo se coordinaban
las distintas funciones, ¿no era trágico haber adoptado la idea de que la vida personal no tenía
nada que ver con la profesión? ¿Pensar que cada uno debía dejar sus cosas privadas a la puerta
cuando entraba en la oficina?
Ese día supe que la flor en el pelo simbolizaba el don de amor de esa muchacha, su manera
de mantenerse en contacto con la madre perdida cuando era tan jovencita. Al estudiar el proyecto
que me había entregado, me sentí honrada por tratar con alguien tan profundo, con tal capacidad
para sentir… de ser. Se explicaba que su trabajo fuera siempre excelente. Vivía dentro de su
corazón. Y me obligó a visitar nuevamente el mío.
Bettie B. Youngs
LA SONRISA
Valor: autenticidad- veracidad
Edad sugerida: 8 años en adelante
Muchos norteamericanos conocen El principito, un libro maravilloso de Saint-Exupéry. Se
trata de un libro extraño y fabuloso y tiene la doble función de ser un cuento para chicos y una
fábula que mueve a la reflexión a los adultos. Muchos menos conocen otros escritos, novelas y
cuentos del autor.
Saint-Exupéry era un piloto de guerra que luchó contra los nazis y murió en acción. Antes
de la Segunda Guerra Mundial, combatió en la Guerra Civil española contra los fascistas. Escribió
una historia fascinante sobre esta experiencia titulada La sonrisa (Le sourire). Me gustaría
compartirla ahora con ustedes. No se sabe a ciencia cierta si es autobiográfica o de ficción.
Personalmente, prefiero creer lo primero.
Cuenta que fue capturado por el enemigo y arrojado a una celda.
Por las miradas despectivas y el trato duro que recibía de sus carceleros, estaba seguro de
que sería ejecutado al día siguiente. A partir de aquí, contaré la historia tal como la recuerdo
aunque con mis palabras.
“Estaba seguro de que me matarían. Me puse terriblemente nervioso e inquieto. Revolví mis
bolsillos para ver si algún cigarrillo había escapado al registro. Encontré uno y me temblaban
tanto las manos que apenas pude llevármelo a los labios. Pero no tenía fósforos, se los habían
quedado.
“Miré a mi carcelero a través de los barrotes. No hizo contacto visual conmigo. Después de
todo, nadie hace contacto visual con una cosa, con un cadáver. Le grité: “¿Tiene fuego, por
favor?” Me miró, se encogió de hombros y se acercó para encenderme el cigarrillo.
“Al acercarse y encender el fósforo, sus ojos accidentalmente se cruzaron con los míos. En
ese momento, sonreí. En ese instante, fue como si una chispa hubiera saltado la brecha entre
nuestros corazones, nuestras dos almas humanas. Sé que él no quería, pero mi sonrisa atravesó los
barrotes y generó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo pero se quedó cerca,
mirándome directamente a los ojos y sin dejar de sonreír.
“Seguí sonriéndole, consciente de él ahora como persona y no ya como carcelero. Y su
mirada pareció adquirir una nueva dimensión. ¿Tienes hijos?, preguntó.
“Si aquí, aquí.” Saqué mi billetera y busqué tembloroso las fotos de mi familia. Él también
sacó las fotos de sus niños y empezó a hablar de sus planes y esperanzas con respecto a ellos. Se
me llenaron los ojos de lágrimas. Dije que temía no volver a ver a mi familia, no tener la
oportunidad de verlos crecer. A él también se le llenaron los ojos de lágrimas.
“De pronto, sin decir una palabra, abrió la celda y en silencio me llevó afuera. Salimos de
la cárcel, y, despacio y por calles laterales, salimos de la ciudad. Allí, a la orilla de la ciudad, me
liberó. Y sin decir una palabra, regresó a la ciudad.
“Una sonrisa me salvó la vida.”
Sí, la sonrisa, la conexión sincera, espontánea y natural entre las personas. Cuento esta
historia en mi trabajo porque me gustaría que la gente considerara que debajo de todas las capas
que construimos para protegernos: nuestra dignidad, nuestros títulos, nuestros diplomas, nuestro
estatus y la necesidad de que nos vean de determinadas maneras, debajo de todo eso, está el yo
auténtico y esencial. No me da miedo llamarlo alma. Realmente, creo que si esa parte tuya y esa
parte mía pudieran reconocerse, no seríamos enemigos. No podríamos sentir odio ni envidia ni
miedo. Llego a la triste conclusión de que todas esas otras capas, que construimos con tanto
esmero a lo largo de nuestras vidas, nos distancian e impiden que nos pongamos en real contacto
con los demás. La historia de Saint-Exupéry habla de ese momento mágico en que dos almas se
reconocen.
He tenido algunos momentos así. Al enamorarme por ejemplo. Al mirar a un bebé. ¿Por qué
sonreímos cuando vemos un bebé? Tal vez sea porque vemos a alguien sin todas esas capas
defensivas, alguien cuya sonrisa nos resulta genuina y sin engaños. Y el alma de niño que
llevamos dentro sonríe anhelante en reconocimiento.
Hanoch McCarty
Sonríe, sonríe a tu esposa, sonríe a tu marido, sonríe a tus hijos.
Sonrían –no importa a quién- y eso los ayudará a crecer en un amor
más grande por el otro.
Madre Teresa
DIOS ESTÁ HABLANDO CONTIGO!!!
Valor: confianza- fe – comprensión
Edad sugerida: 7 años en adelante
Un hombre susurró: -Dios habla conmigo. Y un ruiseñor comenzó a cantar
Pero el hombre no lo oyó.
Entonces el hombre repitió: -Dios, habla conmigo. Y el eco de un trueno, se oyó
Más el hombre fue incapaz de oír.
El hombre miró alrededor y dijo: -Dios, déjame verte. Y una estrella brilló en el cielo. Pero el
hombre no la vio.
El hombre comenzó a gritar: -Dios, muéstrame un milagro. Y un niño nació
Más el hombre no sintió el latir de la vida.
Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: -Dios, tócame y déjame saber que está
aquí conmigo…Y una mariposa se posó suavemente en su hombro
El hombre espantó la mariposa con la mano y desilusionado, continuó su camino, triste, solo y
con miedo.
Anónimo
UN VASO DE LECHE
Valor: reconocimiento – agradecimiento
Edad sugerida: 6 años en adelante
Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios
universitarios, encontró que solo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre.
Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron
cuando una mujer joven abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua.
Ella pensó que el joven parecía hambriento, así que le trajo un gran vaso de leche.
Él lo bebió despacio, y entonces le preguntó:
-¿Cuánto le debo?-
-No me debes nada- contestó ella. –Mi madre siempre nos ha enseñado a nunca aceptar pago
por una caridad-.
Él le dijo… -Entonces, te lo agradezco de todo corazón…! -
Cuando Francisco Quintana se fue de la casa, no solo se sintió más fuerte, si no que también su
fe en Dios y en los hombres era más fuerte. Él había estado listo a rendirse y dejar todo.
Años después esa mujer enfermó gravemente.
Los doctores locales estaban confundidos. Finalmente le mandaron a la gran ciudad.
Llamaron al Dr. Francisco Quintana para consultarle. Cuando éste oyó el nombre del pueblo de
donde venía la paciente, una extraña luz llenó sus ojos.
Inmediatamente el Dr. Quintana subió del vestíbulo del hospital a su cuarto. Vestido con su
bata de doctor entró a verla. La reconoció enseguida. Regresó al cuarto de observación
determinado a hacer lo mejor posible para salvar su vida. Desde ese día él prestó la mejor
atención a este caso.
Después de una larga lucha, ella ganó la batalla…! Estaba totalmente recuperada…!
Como ya la paciente estaba sana y salva el Dr. Quintana pidió a la oficina de administración del
hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla.
Él la revisó y firmó. Además escribió algo en el borde de la factura y la envió al cuarto de la
paciente.
La cuenta llegó al cuarto de la paciente, pero ella temía abrirla, porque sabía que le tomaría el
resto de su vida para poder pagar todos los gastos.
Finalmente la abrió, y algo llamó su atención: En el borde de la factura leyó estas palabras
Firmado: Dr. Francisco Quintana
“Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche”.
Anónimo
EL ELIXIR DEL AMOR
Valor: auto-análisis - alegría – contento – compartir
Edad sugerida: 5 años en adelante
Un médico fue llamado para atender un caso inusual. Encontró a una doncella de diecisiete
años, pálida y triste reclinada en un sofá, en una lujosa pieza adornada con costosos tapices de
seda. Sus ojos entrecerrados, cabeza inclinada y pálida como una estatua de mármol. Varios
doctores fueron consultados y la examinaron, sin poder diagnosticar su condición, concluyendo
que su problema era psicosomático.
Con un simple vistazo el doctor se dio cuenta que era lo que tenía. Languidecía en su
adornada jaula, prisionera, ya que no sabía lo que era dar felicidad a los necesitados. El doctor le
pidió que se alistara a salir con él.
“Con usted?” preguntó la chica. “Adónde?”.
En tono bajo, el doctor le dijo, “Eso es un secreto. Solo puedo decirle que es para su bien”.
La niña se preparó y el doctor la llevó a un distrito en donde vivía gente muy humilde.
Llevaron consigo regalos y dinero.
En la primera casa que visitaron el doctor tuvo que ayudarla a mantenerse erguida cuando
caminaba.
En la segunda, ella se adelantó al doctor.
En la tercera, casi llegó corriendo. Cuando los niños le besaron la mano y la pobre mujer
agradeció, lloró de felicidad.
La salida le pareció demasiado corta a ella. De ahí en más, todos los días buscaba a aquellos
a quien ella podía hacer feliz.
Había vuelto a una buena salud; encontró alegría y felicidad, que no existía en su casa
palaciega pero sí en las chozas de los pobres a quienes daba el amor de su corazón generoso.
La felicidad que damos a otros, vuelve a nosotros.
Anónimo
EL CARPINTERO
Valor: autodisciplina – honestidad – ecuanimidad
Edad sugerida: 6 años en adelante
Un carpintero ya entrado en años estaba listo para retirarse. Le dijo a su jefe de sus planes de
dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y disfrutar
de su familia.
Él iba a extrañar su cheque mensual, pero necesitaba retirarse. Ellos superarían esta etapa de
alguna manera. El jefe sentía ver que su buen empleado dejaba la compañía y le pidió que si
podría construir una sola casa más, como un favor personal. El carpinteo accedió, pero se veía
fácilmente que no estaba poniendo el corazón en su trabajo.
Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo era deficiente. Era una desafortunada
manera de terminar su carrera.
Cuando el carpintero terminó su trabajo y su jefe fue a inspeccionar la casa, éste extendió al
carpintero las llaves de la puerta principal.
“Ésta es su casa”-dijo, es mi regalo para ti”.
¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Si solamente el carpintero hubiese sabido que estaba
construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. Ahora tendría que
vivir en la casa que construyó “no muy bien” que digamos!
Así que está en nosotros. Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando
cuando deberíamos actuar, dispuestos a poner en ello menos que lo mejor. En puntos importantes,
no ponemos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo. Entonces con pena vemos la situación que
hemos creado y encontramos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo
hubiéramos sabido antes la habríamos hecho diferente.
Piensen como si fueran el carpintero. Piensen en su casa.
Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construyan con
sabiduría. Es la única vida que podrán construir. Inclusive si solo la viven por un día más, ese día
merece ser vivido con gracia y dignidad.
La placa en la pared dice: “La Vida Es Un Proyecto de Hágalo-Usted-Mismo”.
Quién podría decirlo más claramente? Su vida ahora, es el resultado de sus actitudes y
elecciones del pasado. Su vida mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones hechas
HOY!
Anónimo.
BUSCANDO LA PAZ
Valor: Paz - autoconfianza – serenidad
Edad sugerida: 7 años en adelante
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una
pintura la Paz perfecta. Muchos artistas intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubieron dos que a él realmente
le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban
unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre ésta se encontraba un cielo muy azul con tenues
nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la Paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eras escabrosas y descubiertas. Sobre
ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña
abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada
pacífico.
Pero cuando el rey observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado arbusto
creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir
de la violente caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido…
Paz perfecta…? Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El rey escogió la segunda. Sabes porqué?
Anónimo.
EL TESORO ESCONDIDO
Valor: análisis – capacidad de selección
Edad sugerida: 8 años en adelante
Una noche le fue ordenado en sueños al rabino Isaac que acudiera a la lejana Praga y que, una
vez allí, desenterrara un tesoro escondido debajo de un puente que conducía al palacio real. Isaac
no se tomó el sueño en serio, pero, al repetirse cuatro o cinco veces, acabó por decidirse a ir en
busca del tesoro.
Cuando llegó al puente, descubrió consternado que estaba fuertemente vigilado, día y noche,
por los soldados. Todo lo que podía hacer era contemplar el puente a una cierta distancia. Pero,
como acudía allí todas las mañanas, un día el capitán de la guardia se le acercó para averiguar el
motivo. El rabino Isaac, a pesar de lo violente que le resultaba confiar su sueño a otra persona, le
dijo toda la verdad al capitán, porque lo agradó el buen carácter de aquel cristiano. El capitán
soltó una enorme carcajada y le dijo:
“¡Cielos! ¿Es usted un rabino y se toma los sueños tan en serio? ¿Si yo fuera tan estúpido
como para hacer caso a mis sueños, ahora estaría dando vueltas por Polonia! Le contaré un sueño
que tuve hace varias noches y que se ha repetido unas cuantas veces: una voz me dijo que fuera a
Cracovia y buscara un tesoro en el rincón de la cocina de un tal Isaac, hijo de Ezequiel. ¿No cree
usted que sería la mayor estupidez del mundo buscar en Cracovia a un hombre llamado Isaac y a
otro llamado Ezequiel, cuando probablemente, la mitad de la población masculina de Cracovia
responde al nombre de Isaac y la otra mitad al de Ezequiel?”
El rabino estaba atónito. Le dio las gracias por su consejo al capitán, regresó
apresuradamente a su casa, cavó en el rincón de su cocina y encontró un tesoro tan abundante que
le permitió vivir espléndidamente durante el resto de sus días.
La búsqueda espiritual es un viaje en el que no hay distancias.
De donde estás en este momento, vas adonde has estado siempre.
Pasas de la ignorancia al conocimiento, porque lo único que haces es ver por primera vez lo
que siempre has estado mirando.
Anónimo.
LA RIQUEZA DEL REY
Valor: coherencia – buen comportamiento- fraternidad
Edad sugerida: 6 años en adelante
Una vez el Rey Bhartruhari realizó un gran sacrificio. Abrió el tesoro y regaló todas las
gemas, las joyas, el oro y los diamantes que tenía.
Los eruditos y los necesitados regresaron felices, bendiciendo en todas las formas posibles al
rey. Cuando el sacerdote principal reclamó su parte, el rey se desprendió de todas sus pertenencias
personales. Conservando sólo una manta para cubrir su cuerpo, se dispuso a abandonar el palacio.
Con cierta deliberada intención, el sacerdote principal dijo: “Ahora eres pobre, oh!, rey. No
te queda nada para mantener a tu familia. ¿Quieres que yo te dé algo para que puedas empezar de
nuevo?”
Mientras su rostro irradiaba un brillo divino, el rey respondió con gran humildad: “Venerado
Maestro, yo no he perdido nada. No soy pobre, las joyas y riquezas nunca fueron mías y ahora han
sido devueltas a quienes les pertenecen. Lo que era mío sigue siendo mío: mi salud y mi
capacidad; mi intelecto y mi sabiduría; mis virtudes y mi destino. De hecho, he ganado mucho: la
bendición del pueblo y la gracia de Dios.
Anónimo
UNA LEYENDA ARABE
Valor: comprensión – amistad –bondad
Edad sugerida: 5 años en adelante
Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y que en un determinado
punto del viaje discutieron, y uno de ellos abofeteó al otro. Éste, ofendido, sin nada que decir,
escribió en la arena, “HOY, MI MEJOR AMIGO ME PEGÓ UNA BOFETADA EN EL
ROSTRO”. Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido
abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo.
Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: “HOY, MI MEJOR AMIGO ME
SALVÓ LA VIDA”.
Intrigado, el amigo preguntó: ¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora
escribes en una piedra?
Sonriendo, el amigo respondió: “Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la
arena donde el viento del olvido y del perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado,
cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón
donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo”.
Anónimo
LA MAESTRA DE HELEN KELLER
Valor: paciencia – amor – dedicación - reconocimiento
Edad sugerida: 4 años en adelante
Los niños más afortunados son los que tienen a un héroe por maestro.
Helen Keller no era como la mayoría de las niñas. No podía ver los capullos que crecían en
su jardín ni las mariposas que volaban de flor en flor ni las blancas nubes que surcaban el cielo
azul. No podía oír los trinos de los pájaros que se veían en las copas de los árboles desde su
ventana ni las canciones y las risas de los niños cuando jugaban. La pequeña Helen era sorda y
ciega.
Además, como no podía oír conversar a la gente, no había aprendido a hablar. Podía
agarrarse al vestido de su madre y seguirla por toda la casa, pero no sabía cómo decir: “Te
quiero”. Podía subirse al regazo de su padre, pero no podía preguntarle: “¿Me lees un cuento?”
Vivía en un mundo oscuro y silencioso en el que se sentía completamente sola.
Una tarde, cuando tenía casi siete años, Helen se encontraba en el porche de su casa. Notaba
un agradable calor en la cara, pero no sabía que procedía del sol. Olía la fragancia madreselva que
crecía al lado de su casa, pero no sabía qué era.
De pronto, sintió que alguien la rodeaba con los brazos y la estrechaba contra sí. Supo de
inmediato que no se trataba ni de su madre ni de su padre. Al principio dio patadas, arañazos y
golpes en un intento por quitarse de encima a aquella persona desconocida, pero entonces empezó
a preguntarse quién podía ser. Estiró los brazos y palpó la cara de la persona desconocida, luego el
vestido y por último la gran maleta que llevaba.
¿Cómo iba a saber Helen que aquella joven era Annie Sullivan, que había venido a vivir con
ella y a ser su maestra?
Annie le había comprado un regalo. Dio a Helen una muñeca y a continuación puso los
dedos sobre las manos de la niña e hizo unas señales de forma que Helen pudiera percibirlas.
Annie deletreó lentamente M-U-Ñ-E-C-A con los dedos. Helen notó que los dedos de Annie se
movían, pero no sabía qué estaba intentando comunicarle aquella mujer. No comprendía que cada
una de aquellas señales dactilares era una letra y que las letras formaban la palabra “muñeca”. Por
lo tanto, apartó a Annie de un empujón.
La nueva maestra no se dio por vencida. Entregó a Helen un trozo de tarta y le deletreó la
palabra T-A-R-T-A en la mano. Helen hizo las señales con sus propios dedos, pero seguía sin
comprender qué significaban.
Durante las semanas siguientes, Annie puso muchas cosas en las manos de Helen y le
deletreó las palabras. Trató de enseñarle palabras como “alfiler”, “gorro” y “taza”. A Helen todo
aquello le parecía muy extraño. Le cansaba que aquella mujer desconocida le tomara siempre la
mano. A veces se enfadaba con Annie y empezaba a soltar golpes en la oscuridad que la rodeaba.
Daba patadas y arañazos. Gritaba y refunfuñaba. Rompía platos y lámparas.
En ocasiones Annie se preguntaba si sería capaz de ayudar a la pequeña Helen a salir de su
solitario mundo de oscuridad y silencio, pero al instante se prometía a sí misma que no se daría
por vencida.
Una mañana Helen y Annie estaban paseando cuando pasaron por delante de un viejo pozo.
Annie le tomo la mano a Helen y se la puso debajo del caño mientras ella bombeaba. Cuando
surtió el chorro de agua fría, Annie le deletreó A-G-U-A en la mano.
Helen permaneció quieta. En una mano notaba la fría agua que caía a borbotones; en la otra,
los dedos de Annie, que le hacía las señales una y otra vez. De pronto, la esperanza y la alegría
embargaron su pequeño corazón. Había comprendido que A-G-U-A equivalía a aquella cosa fría y
maravillosa que corría por su mano. Por fin había comprendido lo que Annie llevaba semanas
intentando mostrarle. Se había dado cuenta de que todo tenía nombre y de que podía deletrearlo
con los dedos.
Helen Keller corrió hasta la casa llorando de alegría y arrastrando a Annie consigo. Tocó
todas las cosas que tenía al alcance de la mano al tiempo que iba preguntando sus nombres:
“silla”, “mesa”, “puerta”, “madre”, “padre”, “niño” y muchas otras más. ¡Había tantas palabras
maravillosas que aprender! Pero ninguna era tan maravillosa como la que Helen aprendió cuando
tocó a Annie para preguntarle cómo se llamaba y ella deletreó: M-A-E-S-T-R-A.
Helen Keller nunca dejó de aprender. Aprendió a leer con los dedos, a escribir e incluso a
hablar. Fue a la escuela y a la universidad y Annie la acompañó para ayudarla en su aprendizaje.
Helen y Annie se convirtieron en amigas para siempre.
Cuando se hizo mayor, Helen Keller fue una gran mujer. Dedicó su vida a ayudar a la gente
que no podía ver ni oír. Trabajó de firme, escribió libros y viajó allende los mares.
En todos los lugares a donde iba transmitía a la gente ánimo y esperanza. Una infancia que
había comenzado marcada por la oscuridad y la soledad se había convertido en una vida llena de
luz y alegría.
“El día más importante de mi vida fue el día en que conocí a mi maestra”, decía Helen.
Anónimo
EL CIRCO
Valor: Compasión – igualdad - agradecimiento
Edad sugerida: 5 años en adelante
Una vez cuando era un adolescente, mi padre y yo estábamos en la fila para comprar las
entradas para el circo. Finalmente solo había una familia entre nosotros y la taquilla. Esta familia
me causó una gran impresión.
Había ocho niños, todos probablemente menores de doce años.
Se podría decir que no tenían mucho dinero. Sus ropas no eran costosas, pero estaban
limpias. Los niños se comportaban bien y estaban tranquilos en la fila, de dos en dos cogidos de la
mano detrás de sus padres. Hablaban con excitación acerca de los payasos, elefantes y otros actos
que verían esa noche…
Se podía pensar que nunca antes habían estado en el circo. Prometía ser una chispa de luz
en sus jóvenes vidas. El padre y la madre estaban a la cabeza del grupo tan orgullosos como
podían estar. La madre cogía la mano del marido, y le miraba con una expresión que parecía decir
“Tú eres mi caballero de brillante armadura”. Él estaba tomando el sol sonriente y orgulloso
parecía responderle “eso es correcto”.
La señora de la taquilla, preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió orgulloso,
“8 para niños y 2 para adultos, así que puedo llevar a mi familia al circo”. La señora de la taquilla
le dijo el precio.
La señora soltó la mano de su marido y bajó la cabeza. El labio del hombre comenzó a
temblar, se inclinó un poco más cerca y preguntó “¿Cuánto dijo?”. La señora de la taquilla repitió
otra vez el precio. El hombre no tenía suficiente dinero. ¿Cómo les iba a decir a sus 8 niños que
no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?.
Al ver lo que pasaba, mi padre sacó 20 dólares del bolsillo y los dejó caer al suelo
(Nosotros no éramos ricos en ningún sentido de la palabra). Mi padre se agachó y recogió el
dinero y golpeó ligeramente al hombre en el hombro y le dijo: “Discúlpeme señor, esto cayó de su
bolsillo”. El hombre sabía lo que ocurría. Él no pedía una ayuda, pero ciertamente apreciaba la
que le brindaran en una situación desesperada, desgarradora, embarazosa.
Él miró a los ojos de mi padre directamente, le cogió las manos entre las suyas oprimiendo
firmemente el billete de 20 dólares, y con su labio temblando y una lágrima corriendo por su
mejilla, contestó “Gracias, Señor, se lo agradezco, esto realmente significa mucho para mí y para
mi familia”.
Mi padre y yo regresamos a nuestro coche y volvimos a casa. Nosotros no fuimos al circo
esa noche, pero no nos fuimos sin nada.-
DAN CLARK
C U E N T O
Valor: acción correcta – deber
Edad sugerida: 6 años en adelante
El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa de éste y le dice:
- Oye maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia…
- ¡Espera!- lo interrumpió el filósofo- ¿ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a
contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolu-
tamente cierto?
- No, lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que
deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
- No en realidad no. Al contrario…
- ¡Ah vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te
inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no es verdad, ni bueno, ni necesario, sepúltalo en el
olvido.
Anónimo
LA MIRADA
Valor: Rectitud – Buen comportamiento
Edad sugerida: 6 años en adelante
Nunca me gustaron demasiado los animales. Por esa razón, el día que mi padre me
regaló a Manchita –un lindo gato pardo con un lunar blanco cerca de los ojos- no demostré mucho
entusiasmo.
A pesar de mi indiferencia, Manchita se encariñó conmigo. El gato seguía mis pasos y
andanzas por toda la casa. Como su presencia no me molestaba, lo dejaba acompañarme.
Una tarde lluviosa y, por lo tanto, bastante aburrida, decidí ponerme a jugar con una
pelota dentro de la casa. Actividad expresamente prohibida por mi madre. Empecé a hacer
“jueguitos”. Pasaba el balón de la cabeza a los pies con suma habilidad. Pero, en un momento,
calculé mal y la pelota se estrelló contra un jarrón que se hizo añicos. Manchita observaba todo
desde un rincón del comedor.
Cuando mi madre observó los pedazos de loza, preguntó que había sucedido.
Consciente de mi falta, temeroso de un castigo decidí buscar una treta. “La culpa fue de Manchita.
Por los truenos, se escondió debajo de la mesa y tiró el jarrón”. Mi madre dijo: “Qué raro un gato
tan miedoso” y luego me pidió que la ayudara a juntar los trozos. Pero la historia no terminó allí.
A la noche fui a dormir y Manchita me acompañó al dormitorio. Pero cuando se
apagaron las luces, “sentí” que el gato me observaba. Cerraba los ojos, daba vueltas en la cama
intentando conciliar el sueño. Imposible aun en la oscuridad, su mirada me seguía. Esos ojos
inocentes sabían quién era el verdadero culpable. Recuerdo que esa noche soñé con gatos, pelotas
y jarrones.
A la mañana siguiente, desperté sobresaltado, Manchita seguía allí. Sin sacarme el
pijama, corrí al encuentro de mi madre. Llorando, le conté mi falta “el jarrón lo rompí yo, no el
gato. Él lo sabe y no deja de mirarme”. Mamá se compadeció de mi angustia. Me explicó que los
ojos de los gatos siempre brillan en la oscuridad. Como nuestra conciencia que brilla como un
faro y nos señala el camino cuando obramos mal. Comprendí que la mirada que “sentía” no era la
de mi mascota, sino la de mi propia conciencia.
Aunque seguí siendo un niño muy travieso, jamás volví a culpar a otro de mis
“diabluras”.
Fuente: Mi infancia en el Recuerdo
Autor: Abel Echagüe
RELATO
Valor: Compasión – solidaridad - servicialidad
Edad sugerida: desde 5 años.
Una vez Dios vino a los sueños de un niño y le dijo: “Te quiero mostrar qué es el
infierno y qué es el cielo. Ven conmigo”
Juntos entraron en una habitación con una larga mesa y mucha gente sentada
alrededor. En el centro de la mesa había una olla con un guiso delicioso. El niño se deleitó con
solo sentir su aroma. Sin embargo, toda la gente sentada a la mesa estaba padeciendo hambre. Se
los veía grises y desesperados. Entonces el niño vio cuál era el problema. Las cucharas para
servirse el guiso eran tan largas, que no les alcanzaba el largo del brazo para llevárselas a la boca,
y cada vez que intentaban comer, se les caía todo el guiso al suelo. Esto realmente es el infierno,
pensó el niño para sí.
Dios lo llevó entonces a otra habitación, exactamente igual a la primera: la misma
mesa, el mismo guiso, las mismas cucharas. Pero aquí la gente estaba muy feliz y sonriente.
Todos estaban también muy bien alimentados.
El niño miró a Dios sin entender porqué estaban todos tan contentos en esta habitación.
Entonces, Dios le dijo:
- “Mi niño, esta habitación es el cielo, porque aquí las personas aprendieron a darse de
comer unos a otros.”
Anónimo
LA CUERDA DE LA VIDA
Valor: confianza – fe - devoción
Edad sugerida: 6 años en adelante
Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía
después de años de preparación.
Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y
se le fue haciendo tarde. Y más tarde. No se preparó para acampar, sino que siguió subiendo
decidido a llegar a la cima, hasta que se hizo la oscuridad. La noche cayó con gran pesadez en la
altura de la montaña; ya no podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no
había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, resbaló y se desplomó por los
aires… Caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que
pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía
cayendo… y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los gratos y no tan
gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón muy
fuerte que casi lo partió en dos… Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de
seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. Después de un
momento de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas:
-“¡¡¡Ayúdame Dios mío!!!...”
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
“¿QUÉ QUIERES QUE HAGAS, HIJO MÍO?”
- “Sálvame, Dios mío”
- “¿REALMETE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?”
- “Por supuesto, Señor”
- “ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE…”
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y
reflexionó…
Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron a un alpinista muerto,
congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda…A TAN SOLO DOS
METROS DEL SUELO…
Anónimo.
UNA HISTORIA PARA PENSAR
Valor: autoconocimiento – buena administración
Edad sugerida: 5 años en adelante
Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su
conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la
mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:
-¿Cuántas piedras creen que caben en el frasco?
Después de que los asistentes hicieran conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el
frasco. Luego preguntó:
-¿Está lleno?
Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla.
Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que
dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió:
-¿Está lleno?
Esta vez los oyentes dudaron: tal vez no.
-¡Bien!
Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba
en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.
-¿Está lleno? Preguntó de nuevo.
No! exclamaron los asistentes.
-Bien, dijo, y tomó una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún
no rebosaba.
-Bueno, ¿Qué hemos demostrado?, preguntó.
Un alumno respondió:
-Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más
cosas.
-No!, concluyó el experto: lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes
primero, nunca podrás colocarlas después.¿Cuáles son las piedras grandes en tu vida?¿Un
proyecto que deseas hacer funcionar? ¿Tiempo con tu familia? ¿Tu fe o tu educación? ¿Encontrar
a alguien especial? ¿Alguna causa que desees apoyar? ¿Enseñar lo que sabes a otros?
Recuerda poner estas piedras primero, o luego no encontrarás un lugar para ellas. Así que hoy a
la noche, o mañana al despertar, cuando te acuerdes de esta pequeña anécdota, pregúntate a ti
mismo cuáles son las piedras grandes en tu vida y corre a ponerlas primero en tu jarro.
Anónimo.
UN CORAZÓN CAPAZ DE ESCUCHAR
Valor: AMOR-nobleza-lealtad
Edad Sugerida: 7en adelante
Lunes por la tarde. Yo estaba solo en la oficina cuando un joven de unos 18 o 20 años
llamó a la puerta. Lo invité a pasar, pero no respondió. Se lo veía parado en el medio del umbral,
con la cabeza inclinada hacia adelante. Me acerqué y reiteré la invitación. El joven comenzó a
caminar despaciosamente y se ubicó frente a mi escritorio. Por mi parte tomé una silla y la ubiqué
junto a él, que continuaba de pie. Pensé que traería algún problema y prefería manifestarle mi
cercanía.
- Me sentaré aquí para escucharte, le dije.
No respondió nada, ni una palabra, ni un gesto. Nada. Continuó con la vista fija en el piso.
- ¿En qué puedo servirte? ¿Te pasa algo? ¿Necesitas alguna cosa?
El silencio fue su única respuesta. Sin embargo, no puedo decir qué había un clima tenso. No.
Había, eso sí, un “algo” de misterio, que me exigía mucho respeto. Los minutos pasaban y sólo se
movían las cortinas de la ventana por una suave brisa. Todo estaba como detenido en el silencio.
De pronto el joven gira sobre sí mismo y se dirige a la puerta con aparente ánimo de irse. Le puse
la mano sobre el hombro y le pregunté:
- ¿Cómo te llamas?
Cuando le había puesto la mano sobre el hombro se había detenido, levantando la cabeza, y
con un tono de voz audible, respondió:
- Orlando.
Y se fue. Esa misma tarde, después de la celebración de Misa, otro joven me pidió que rezara
por un amigo suyo que estaba sufriendo. Sólo le pregunté si podía decirme su nombre para
encomendarlo al Amor de Dios.
- Se llama Orlando y está solo en el mundo: en un accidente acaban de morir sus padres y
sus tres hermanos.
Comprendí que se trataba del mismo muchacho que había estado conmigo. Sólo me quedaba
rezar. Al día siguiente y casi a la misma hora Orlando volvió. Todo fue semejante al día anterior,
pero esta vez mantuve la mano sobre su hombro y le dije:
- No necesito que me digas nada. Te comprendo y quiero unirme a tu sufrimiento. Te quiero
a ti y te respeto. Estoy a tu disposición.
Nos quedamos sentados durante un largo rato. Esto se repitió, con mínimas variantes durante
cinco días. El sábado no vino. El domingo lo vi en Misa, con la cabeza baja, sin mirar a nadir. El
lunes volvió, fijó sus grandes ojos en los míos, intentó una sonrisa, se sentó y comenzó a hablar:
- Vengo porque encontré en usted un corazón que escuchó lo que dije a través de mi
silencio, ese silencio que fue un intenso grito de dolor.
Y se explayó largamente.
Yo comprendí, por primera vez en mi larga vida, que no es hablando mucho cómo se entiende
y se ama a los demás. Comprendí la riqueza del tiempo usado a favor del silencio.
Comprendí la grandeza, la nobleza y la lealtad de aquellos corazones que saben escuchar más allá
de las palabras.
Mons. Dr. José Luis Kaufmann
EL SABIO Y EL NIÑO
Valor: inteligencia – creatividad - curiosidad
Edad sugerida: 5 años en adelante
En el lejano oriente había un sabio.
Este hombre tenía la sabiduría en plenitud.
Había dedicado toda su vida a tener esa sabiduría.
Pero en el mismo lugar también había un niño.
Este niño quería engañar al viejito sabio.
Y para conseguirlo, tomaba diferentes objetos entre sus manitas, iba con el sabio y le decía:
- Haber, viejillo sabio, ¿qué tengo entre mis manos?.
El sabio, con mucha paciencia le decía:
- Sabes, tienes una piedrita roja.
El niño comenzó a desesperarse porque cada vez que se presentaba con este sabio, le
adivinaba las cosas que tenía entre las manos:
- Tienes una canica.
- Tienes una luciérnaga.
- Tienes una bolita blanca.
Pero en una ocasión que el niño salía de estar con el sabio pensó. Tengo que engañar a este
sabio. Yo sé que no es sabio, pero, cómo le hago. ¡Ya sé! Buscaré un árbol y me subiré a él.
Es lógico que en ese árbol encuentre un nido, pues bien, buscaré el nido.
Obviamente en ese nido tendrá que haber pajaritos, pues bien, tomaré un pajarito entre mis
manos e iré con el sabio y le preguntaré: haber, viejillo sabio, ¿qué tengo entre mis manos?.
Como él dice que es un sabio me dirá: tienes un pajarito.
Entonces yo le preguntaré: ¿está vivo o muerto?.
Si él me dice, está vivo, lo voy a comenzar a apretar hasta matarlo, abriré las manos y le diré,
no, mira está muerto.
Pero si me dice, está muerto, entonces abro las manos y le digo, no, mira está vivo.
Ante estos pensamientos el niño se pone muy contento por poder engañar al sabio.
Y cuando a los niños se les mete algo en la cabeza perseveran hasta lograrlo, así es que el
pequeño busca el árbol, encuentra el nido, también encuentra el pajarito, lo toma entre sus manos
y…
- A ver viejillo sabio, ¿qué es lo que tengo entre mis manos?.
El viejito le responde:
- Sabes, tienes un pajarito.
El niño se pone contento por ver que el plan va viento en popa. Y le dice:
- es cierto. Yo sé que tú eres un sabio grande, que nada es imposible para ti, que nadie en la
tierra tiene esa sabiduría que sale por tus mismos poros, pero dime: ¿está vivo o muerto?.
El viejito sabio, conservando su serenidad, le dice:
LA DECISIÓN ES TUYA.
Anónimo
EL VIEJO JEEP
Valor: solidaridad-gratitud-alegría
Edad sugerida: 5 años a más
Vivíamos en la región de Bernardo de Irigoyen. Mi esposo nacido en Puno, República del
Perú, decidió un día, luego de ejercer unos años de medicina, regresar de visita a su lugar de
origen. En ese entonces ya estaban nuestros tres hijos y con nosotros convivía mi madre, oriunda
de Cerro Corá.
Ella nos acompañó hasta Posadas, ciudad ésta desde donde partiríamos a Buenos Aires.
Mi madre dejaba la zona de Barracón con un hondo sentimiento de nostalgia. Este primer tramo lo
hicimos en un viejo jeep, cuyas puertas traseras se abrían en dos hojas.
Habíamos salido de noche, una luna enorme nos acompañaba desde lo alto. Habíamos
hecho unos ochenta kilómetros en nuestro legendario vehículo, frente al cual cruzaban, en ese
entonces: liebres, cuises y venados, cuando en un instante dado la abuela notó que se habían
abierto las puertas traseras y que una gran claridad iluminaba el pequeño ámbito de la carrocería.
Al parar la marcha, mi esposo se dio cuenta de que habíamos perdido la rueda de auxilio y
que las cuatro gomas ya muy gastadas, en cualquier momento podían requerir de ese neumático.
Regresamos y ¡Oh, sorpresa!, aquellos camioneros de ayer nos sorprendieron con el
gesto: -nosotros lo veníamos siguiendo y pudimos juntar las cosas que caían, entre ellas la rueda
de auxilio y este loro que se quedó aleteando y gritando en el camino-.
Hubo un instante de risas y alegrías compartidas. Cuando el camión se alejó, dijimos:
¡ésto es Misiones y ésta es la gente del camino!-
Anónimo.
UN EXTRAÑO COMPORTAMIENTO
Valor: AMOR-gratitud-reconocimiento
Edad sugerida: 6 años en adelante
Leo y Ana eran una pareja común. Vivían en una casa común en una calle común. Como
cualquier otra pareja común, luchaban por llegar a fin de mes y hacer lo mejor posible para sus hijos.
Eran comunes también en otro sentido: tenían sus peleas. Y cada cual le echaba la culpa
al otro de sus desavenencias matrimoniales.
Un día, se produjo un hecho extraordinario. Leo le dijo a Ana:
- Quiero darte las gracias por haber llenado todos estos años la cómoda, con ropa interior
limpia y planchada.
Ana miró a su marido muy extrañada.
- ¿Qué quieres, Leo?
- Nada, contestó. Sólo quiero que sepas que lo aprecio.
Ana olvidó el incidente hasta algunos días más tarde, cuando Leo le dijo:
Ana, gracias por anotar los números de los cheques en el libro de este mes. Pusiste las
cifras correctas en quince de los dieciséis montos. Es un récord.
Sin creer lo que oía, Ana levantó la vista de la costura y comentó:
- Leo, siempre te quejas de que anoto mal los números de los cheques. ¿Qué pasa ahora?
- Sólo quería que supieras que valoro el esfuerzo que estás haciendo, manifestó Leo.
Ana no entendía lo que pasaba. No obstante, al día siguiente cuando Ana hizo el cheque en el
almacén, miró su chequera para confirmar que había escrito correctamente el número de cheque y
pensó: ¿porqué diablos ahora me preocupo tanto por esos tontos números de cheques?
Trató de minimizar el incidente, pero la extraña conducta de Leo se intensificó.
Y así una noche dijo: -Ana, fue una comida excelente. Aprecio sinceramente todo tu esfuerzo.
En los últimos 15 años, apuesto a que preparaste más de 14 mil comidas para mí y los chicos.
Al día siguiente expresó: -Qué bueno, Ana, la casa está espléndida. Realmente has trabajado
mucho para tenerla así.
Y en otra oportunidad manifestó: -Gracias, Ana, por ser como eres. Realmente me encanta tu
compañía.
Ana estaba cada vez más preocupada. -¿Dónde quedó el sarcasmo y la crítica? Se preguntaba.
Sus temores de que algo raro le ocurría a su marido fueron confirmados por Celia, su hija de
dieciséis años que dijo:
-Papá se volvió loco, mamá. Acaba de decirme que estoy linda. Con todo este maquillaje y
esta ropa desaliñada, lo dijo igual. Ese no es papá. ¿Qué le pasa?
Fuere lo que fuere, Leo no lo superaba.
Al cabo de varias semanas, Ana se acostumbró más al comportamiento inusual de su marido
y ocasionalmente le respondía con un rencoroso “gracias”. Hasta que un día ocurrió algo tan
peculiar que la descolocó del todo.
- Quiero que te tomes un descanso, dijo Leo. Yo cocinaré y lavaré los platos.
Después de una pausa, Ana atinó a contestar: -Gracias. Muchas gracias, Leo.
La auto-confianza de Ana comenzó a afirmarse y cada tanto incluso tarareaba mientras hacía
las cosas de la casa. Ya no se ponía de mal humor tan seguido. –Me gusta la nueva actitud de Leo,
pensaba.
Ese sería el fin de la historia si no fuera porque un día ocurrió otro hecho extraordinario. Esta
vez la que habló fue Ana: -Leo, quiero darte las gracias por trabajar y por habernos mantenido
todos estos años. Creo que nunca te dije lo mucho que lo valoro.
Leo nunca reveló el motivo de su rotundo cambio de comportamiento y tal vez siga siendo
uno de los misterios de la vida.
Testimonio anónimo.
FABRICANDO UN PADRE
Valor: amor, entrega, belleza, perdón
Edad Sugerida: 7 años en adelante
En el taller más extraño y sublime conocido, se reunieron los grandes arquitectos, los afamados
carpinteros y los mejores obreros celestiales que debían fabricar el padre perfecto:
“Debe ser fuerte”, comentó uno.
“También debe ser dulce”, comentó otro experto.
“Debe tener firmeza y mansedumbre: tiene que saber dar buenos consejos”.
“Debe ser justo en momentos decisivos, alegre y comprensivo en los momentos tiernos”.
“¿Cómo es posible –interrogó un obrero- poner tal cantidad de cosas en un solo cuerpo?”
“Es fácil”, contestó el ingeniero. “Sólo tenemos que crear un hombre con la fuerza del hierro y
que tenga corazón de caramelo”.
Todos rieron ante la ocurrencia y se escuchó una voz (era el Maestro, dueño del taller del cielo):
“Veo que al fin comienzan –comentó sonriendo- no es fácil la tarea, es cierto, pero no es
imposible si ponen interés y amor en ello”.
Y tomando en sus manos un puñado de tierra, comenzó a darle forma.
“¿Tierra? –preguntó sorprendido uno de los arquitectos- ¡Pensé que lo fabricaríamos de mármol,
o marfil o piedras preciosas!”.
“Este material es necesario para que sea humilde” –le contestó el Maestro.
Y extendiendo su mano sacó de las estrellas oro y lo añadió a la masa.
“Esto es para que en pruebas brille y se mantenga firme”.
Agregó a todo aquello, amor, sabiduría, le dio forma, le sopló de su aliento y cobró vida, pero…
faltaba algo, pues en su pecho le quedaba un hueco.
“¿Y qué pondrás ahí?” – preguntó uno de los obreros-.
Y abriendo su propio pecho, y ante los ojos asombrados de aquellos arquitectos, sacó su
corazón, y le arrancó un pedazo, y lo puso en el centro de aquel hueco.
Dos lágrimas salieron de sus ojos mientras volvía a su lugar su corazón ensangrentado.
“¿Por qué has hecho tal cosa?”. – le interrogó un ángel obrero-
Y aún sangrando, le contestó el Maestro:
“Esto hará que me busque en momentos de angustia, que sea justo y recto, que perdone y corrija
con paciencia, y sobre todo, que esté dispuesto aún al sacrificio por los suyos y que dirija a sus hijos
con su ejemplo, por que al final de su largo trabajo, cuando haya terminado su tarea de padre allá en
la tierra, regresará hasta mí. Y satisfecho por su buena labor, yo le daré un lugar aquí en mi reino.
Le extenderé mi mano, descansará en mi pecho y tendrá Vida Eterna.
Pues yo también soy Padre y por él, por su bien, para otorgarle vida, me arranqué del corazón un
pedazo de amor y lo puse en su pecho. Para que a mi regreso, guiado por la sangre que derramé por
él en una cruz, para darle perdón, para mostrarle que aunque es duro ser padre, cuando extiendes tus
brazos y perdonas, la recompensa es vida, gozo y amor eterno”.
Autor desconocido.
LA CARPINTERÍA
Valor: autoconocimiento-confianza-unidad
Edad sugerida: 6 años en adelante
Asamblea en la carpintería.
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de
herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le
notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el
tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que
había que darles muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo
ver que era muy áspera, siempre tenía fricciones con los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la
pasaba midiendo a los demás.
En eso entro el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo.
Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente la tosca madera inicial se
convirtió en un hermoso mueble.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue
entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:
“Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con
nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos
malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos”.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la
lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.
Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad y orgullosos de sus
fortalezas y de trabajar juntos.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando en una
empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y
negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es
cuando florecen los mejores logros humanos.
Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso
es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.
Anónimo.
YO ERA ESE MUCHACHO
Valor: Amor-paciencia-perseverancia
Edad sugerida: 8 años a más
Durante el transcurso de una conferencia, un Obispo se refería a un maestro de una escuela
Dominical, quien empezó sus clase en una villa miseria. Con la mejor de las intenciones, juntó a
todos los niños pobres, les habló del amor de Dios y los inspiró a vivir una vida hermosa.
Encontrando sus ropas sucias, rotosas y desgarradas, les dijo: “Yo les conseguiré ropa
nueva. Deberán usarlas todos los Domingos por la mañana cuando vengan a clase”.
Cada niño recibió una hermosa vestimenta.
El domingo siguiente, encontró que uno de los niños faltaba.
Hizo algunas averiguaciones y se les dijo que este niño era un jugador. Que seguramente
habría vendido la ropa para conseguir dinero para el juego.
El maestro Dominical fue en busca del niño, lo encontró y le entregó otro juego de ropas. El
niño atendido las clases Dominicales por unas dos o tres semanas, desapareciendo otra vez.
El maestro encontró que el niño había vendido nuevamente su ropa y había perdido el
dinero en el juego.
Otra vez, fue al niño, y con amor lo encontró, hablándole con ternura.
Le dijo, “Olvida lo ocurrido. Toma esta ropa nueva, y trata de ser regular en tu asistencia a
las clases Dominicales”.
Esto se repitió como trece veces. Por lo menos doce veces el niño vendió la ropa, pero la
paciencia del maestro no se había agotado. Su amor no tenía fronteras, incuestionable,
incondicional, no demandaba ninguna explicación; no necesitaba ninguna disculpa. Una
transformación fue labrada. El niño dio vuelta la hoja a una página nueva.
El amor del maestro transformó al niño y lo hizo nuevo.
El Obispo concluyó su conferencia con las palabras, “Yo sé que esto es cierto, porque yo
era ese niño!”.
Es el amor que reclama. Es el amor que transforma. Sermones o conferencias no llegan al
corazón de la gente, el poder del amor sí.
Anónimo
BUSCANDO A BUDA
Valor: devoción, fe
Edad sugerida: 7 años en adelante
BUDA peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos se decían sus discípulos y
hablarles acerca de la Verdad.
A su paso, la gente que creía en sus decires venía por cientos para escuchar su palabra,
tocarlo o verlo, seguramente por única vez en sus vidas.
Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de Vaalí, cargaron sus cosas
en sus mulas y emprendieron el viaje que llevaría, si todo iba bien, varias semanas.
Uno de ellos conocía menos la ruta a Valí y seguía a los otros en el camino.
Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió. Los monjes apuraron el
paso y llegaron al pueblo donde buscaron refugio hasta que pasara la tormenta.
Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de un pastor, en las afueras.
El pastor le dio abrigo y techo y comida para pasar la noche.
A la mañana siguiente, cuando el monje estaba dispuesto a partir fue a despedirse del pastor.
Al acercarse al corral, vio que la tormenta había espantado las ovejas del pasto y que éste trataba
de reunirlas.
El monje pensó que sus cofrades estarían dejando el pueblo y si no salía pronto, los demás se
alejarían. Pero él no podía seguir su camino, dejando a su suerte al pastor que lo había cobijado.
Por ello decidió quedarse con él hasta juntar el ganado.
Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso redoblado, para tratar de
alcanzar a sus compañeros.
Siguiendo la huella de los demás, paró en una granja a reponer su provisión de agua.
Una mujer le indicó donde estaba el pozo y se disculpó por no ayudarlo, pero debía seguir
con la cosecha. Mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le
contó que tras la muerte de su marido, era difícil para ella y sus pequeños hijos llegar a recoger la
cosecha antes de que se pudriera.
El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha a tiempo, pero
también supo que se quedaba, perdería el rastro y no podría estar en Vaalí cuando Buda arribara a
la ciudad.
Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría unas semanas en Vaalí.
La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje retomó su marcha…
En el camino se enteró que Buda ya no estaba en Vaalí. Había partido hacia otro pueblo más
al norte.
El monje cambió su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado.
Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el camino tuvo que salvar a
una pareja de ancianos que eran arrastrados corriente abajo y no hubieran podido escapar de una
muerte segura. Solo cuando los ancianos estuvieron recuperados, se animó a continuar su marcha
sabiendo que Buda seguía su camino.
…Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda…y cada vez que se
acercaba, algo sucedía que retrasaba su andar. Siempre alguien que necesitaba de él, evitaba, sin
saberlo, que el monje llegara a tiempo.
Finalmente se enteró que Buda había decidido ir a morir a su ciudad natal.
Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero morirme sin haber visto a Buda,
no puedo distraer mi camino. Nada es más importante ahora que ver a Buda antes de que muera.
Ya habrá tiempo para ayudar a los demás, después.
Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino.
La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en medio del camino.
Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de
tragar el aire, que cada vez le faltaba más.
Alguien debía quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi camino.
Pero no había nadie a la vista.
Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua
y comida al alcance del hocico y se levantó para irse.
Solo llegó a hacer dos pasos. Inmediatamente se dio cuenta de que no podría presentarse
ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso
moribundo.
Así que descargó su mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante toda la noche veló sus
sueños como si cuidara a un hijo. Le dio de beber en la boca y cambió paños sobre su frente.
Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado.
El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró…Finalmente, había perdido
también su última oportunidad.
- Ya nunca podré encontrarte – dijo en voz alta.
- No sigas buscándome- le dijo una voz que venía desde sus espaldas- porque ya me has
encontrado.
El monje giró y vio como el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda.
- Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo…
y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda no puede morir mientras hayan algunos
como tú, que son capaces de seguir mi camino por años, sacrificando sus deseos por las
necesidades de otros. Eso es Buda y Buda está en ti.
Jorge Bucay
EN EL ANDÉN DE LA VIDA
Valor: auto-control, respeto, cortesía
Edad sugerida: 6 años en adelante
Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría
se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una
revista, un paquete de galletitas y una botella de agua para pasar el tiempo.
Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera.
Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario.
Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la
mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una,
despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella
situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el
paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra gallera y mirándola la puso en su boca y sonrió.
La señora, ya enojada, tomó una nueva galleta, y, con ostensibles señales de fastidio,
volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más
irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. “No
podrá ser tan caradura”, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas.
Con calma, el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió
exactamente por la mitad.
Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.
-“¡Gracias! – dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad.- “De nada” –contestó el
joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su partida. La señora se levantó furiosa del banco y subió a su
vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén
y pensó: “¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de nuestro mundo ¡”.
Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que
aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó
totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto.
¡Cuántas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar
erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones!
Anónimo.
COMO PAPEL ARRUGADO
Valor: no violencia, abstención de dañar
Edad Sugerida: 5 años en adelante
Mi carácter impulsivo, cuando era niño, me hacía reventar en cólera a la menor
provocación. La mayor parte de las veces, después de uno de estos incidentes me sentía
avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.
Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó
al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo: ¡Estrújalo!
Asombrado, obedecí e hice una bolita con él.
Ahora, volvió a decirme, déjalo como estaba antes.
Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté, el papel quedó lleno de
pliegues y arrugas.
El corazón de las personas, me dijo el maestro, es como ese papel…La impresión que en
ellos dejas, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
Así aprendí a ser más comprensivo y más paciente, cuando siento ganas de estallar,
recuerdo ese papel arrugado.
La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar, más cuando lastimamos
con nuestras reacciones o nuestras palabras. Luego queremos enmendar el error pero ya es tarde.
Alguien dijo una vez: “Habla cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio”.
Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos en la cara del otro palabras llenas
de odio y rencor, y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos. Pero no podemos dar
marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó grabado.
Muchas personas dicen: “Aunque le duela se lo voy a decir…”, “la verdad siempre
duele…”, “no le gustó porque el dije la verdad…”, etc.
Si sabemos que algo va a doler, a lastimar, si por un instante imagináramos cómo
podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara o actuara así… ¿lo haríamos?
Otras personas dicen ser frontales y de esa manera se justifican al lastimar: “se lo dije al
fin… para qué le voy a mentir… yo siempre digo la verdad aunque duela…”
Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar, si frente a nosotros estuviéramos
sólo nosotros y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos ¿no? Entonces sí
que nos esforzaríamos por dar lo mejor y por analizar la calidad de lo que vamos a entregar.
Autor desconocido.
MILAGROS
Valor: comprensión-reconocimiento-fe
Edad sugerida: 7 años en adelante
Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque; un sabio con fama de hacer
milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la
conversación, iba un joven estudiante alumno del sabio.
Terrateniente: “Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa y que inclusive
puedes hacer milagros.”
Sabio: “Soy una persona vieja y cansada… ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?”.
Terrateniente: “Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves
cuerdos a los locos… esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso”.
Sabio: “¿Te referías a eso?... Tú lo has dicho, esos milagros dolo los puede hacer alguien muy
poderoso… no un viejo como yo. Esos milagros los hace Dios, yo solo pido se conceda un favor
para el enfermo, o para el ciego, y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo
mismo”.
Terrateniente: “Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces…
muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios”.
Sabio: “¿Esta mañana volvió a salir el sol?”.
Terrateniente: “Sí, claro que sí!!”.
Sabio: “Pues ahí tienes un milagro… el milagro de la luz”.
Terrateniente: “No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua a una piedra…
mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas”.
Sabio: “¿Quieres un verdadero milagro? No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace
algunos días?”.
Terrateniente: “Sí!! Fue varón y es mi primogénito”.
Sabio: “Ahí tienes el segundo milagro… el milagro de la vida”.
Terrateniente: “Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro…”
Sabio: “¿Acaso no estamos en época de cosecha?, no hay trigo y sorgo donde hace unos meses
sólo había tierra?”.
Terrateniente: “Sí, igual que todos los años”.
Sabio: “Pues ahí tienes el tercer milagro… “
Terrateniente: “Creo que no me he explicado. Lo que yo quiero…” (el sabio lo interrumpe)
Sabio: Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti… Si lo que encontraste no
es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer”.
Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado
lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso
terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el sabio y su alumno, el sabio se dirigió a
la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven
estaba algo desconcertado…
Joven: “Maestro te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿Por qué te negaste a
mostrarle uno al caballero?, ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo?”.
Sabio: “Lo que el buscaba no era un milagro, sino un espectáculo. Le mostré 3 milagros y no
pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser
alumno… no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros
que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas
que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te
da todos los días sin que tú se los hayas pedido”.
Anónimo.
LOS TRES COSMONAUTAS
Valor: No violencia-hermandad-respeto
Edad sugerida: 9 años en adelante
Había una vez en la Tierra.
Y había una vez en Marte.
Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo y alrededor había millones de
planetas y galaxias.
Un buen día partieron de la Tierra, desde tres puntos distintos, tres cohetes. En el primero
iba un norteamericano, que silbaba muy alegre un motivo de jazz. En el segundo iba un ruso, que
cantaba con voz profunda: “Volga, Volga”.
En el tercero iba un negro que sonreía feliz, con dientes muy blancos en su cara negra.
Los tres querían llegar primero a Marte para demostrar quien era el más valiente. El
norteamericano, en efecto, no quería al ruso, y el ruso no quería al norteamericano, y todo era
peor cuando el norteamericano para decir buen día, decía: “How do you do”, y el ruso decía: “..
….bciyutge” por eso no se comprendían y se creían distintos.
De hecho los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo.
Llegó la noche. Había en torno a ellos un extraño silencio, y la Tierra brillaba como si fuese
una estrella lejana. Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el americano, en la oscuridad,
llamó a la mamá.
Dijo: “Mamie”.
Y el ruso dijo: “Mamá”.
Y el negro dijo: “Mbamba”.
Pero enseguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos
sentimientos. Fue así que se sonrieron, se acercaron, juntos encendieron un buen fueguito, y cada
uno cantó canciones de su país. Entonces se armaron de coraje y mientras esperaban el amanecer,
aprendieron a conocerse.
Por fin se hizo de día, hacía mucho frío. Y de repente, de un grupito de árboles salió un
marciano. Era todo verde, tenía dos antenas en lugar de las orejas, una trompa y seis brazos.
Los miró y dijo: “¡Grrrrrr!” En su idioma quería decir: ¡Mamita querida! ¿Quiénes son esos
seres tan horribles? Pero los terrestres no lo comprendían y creyeron que su grito era un rugido de
guerra. Fue así como decidieron espantarlo.
Pero de pronto, en el enorme frío del amanecer, un pajarito marciano, que evidentemente se
había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y miedo. Piaba desesperado, más o
menos como un pajarito terrestre. Daba realmente pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo
miraron y no pudieron contener una lágrima de compasión.
En ese momento sucedió algo extraño. También el marciano se acercó al pajarito, lo miró y
dejó escapar dos hebras de humo de su trompa. Y los terrestres, de golpe, comprendieron que el
marciano estaba llorando. A su modo, como lloran los marcianos. Después vieron que se inclinaba
hacia el pajarito y lo alzaba entre sus seis brazos tratando de darle calor.
El negro dijo a sus dos amigos terrestres:
“¿Se dieron cuenta? Creíamos que este marcianito era distinto de nosotros, pero también ama
a los animales, sabe conmoverse, ¡tiene un corazón y seguramente un cerebro!”.
“¿Creen todavía que hay que espantarlo?”.
No era necesario hacerse esa pregunta. Los terrestres ya habían aprendido la lección. Que dos
personas sean distintas no significa que deban ser enemigos.
Por lo tanto se acercaron al marcianito y le tendieron la mano. Y él, que tenía seis, le dio la
mano a los tres a un mismo tiempo, mientras que con las que le quedaban libres hacía gestos de
saludos.
Y señalando la Tierra, distante en el cielo, hizo entender que deseaba viajar allá, para conocer
a los otros habitantes y estudiar con ellos la forma de fundar una gran república espacial en la que
todos se amaran y estuvieran de acuerdo.
Los terrestres dijeron que sí entusiasmados. Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un
bomboncito. El marciano muy contento, lo tocó con su dedito de luz que lo hizo desaparecer, era
su forma de saborearlo. Pero ya los terrestres sonrientes no se escandalizaban más.
Habían aprendido que tanto en la Tierra como en los otros planetas, cada uno tiene sus
propias costumbres, pero que es solo cuestión de comprenderse los unos a los otros.
Y Colo… Colo… Colorín Colorado… este cuento ha finalizado.
De Humberto Ecco.
LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Valor: auto-conocimiento, auto-confianza, auto-disciplina
Edad sugerida: 8 años en adelante
Ese día Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago. Pero la gente vino a él en tal cantidad,
que subió a su barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. Jesús le habló de
muchas cosas, usando comparaciones o parábolas.
Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del
camino: vinieron las aves y se lo comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra,
y brotaron enseguida, pues no había profundidad. Pero, apenas salió el sol, los quemó y por falta de
raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de los cardos: éstos crecieron y los ahogaron. Otros granos,
finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta y otros el
treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche”.
Extraída de la Biblia
LA EXPOSICIÓN
Valor: sinceridad, sacrificio, lealtad
Edad sugerida: 8 años en adelante
Una vez un gran rey preparó una exposición muy particular.
Él era amante del arte, la arquitectura, la música, la ciencia u todo tipo de expresiones. Había
colocado elementos de todas las variedades y categorías en la exposición, y ésta se abrió para todo
el mundo. La entrada era gratuita. El rey incluso hizo otro extraño anuncio. “La gente no sólo puede
visitar la exposición en forma gratuita sino que también puede llevarse cualquier objeto que le interese”.
Naturalmente, acudieron grandes multitudes de hombres, mujeres y niños, que se llevaban con
avidez la mayor cantidad de cosas y artículos que podían.
El rey disfrutaba mucho viendo a las personas entrar y salir felices.
De pronto, sus ojos se posaron en una joven doncella que observaba muy pacientemente todos
los rincones de la exposición, pero estaba por abandonar el lugar sin llevar nada en sus manos. Sin
embargo, era la imagen misma de la alegría y la paz.
El rey fue hacia ella y le preguntó gentilmente:
“Señora, ¿cómo es que ningún objeto te ha atraído? ¿No te ha gustado la exposición? ¿Me lo
puedes decir?
La doncella replicó graciosamente con firmeza: “Oh, Rey, la exposición es realmente grandiosa.
No puede haber otra mejor que ésta, con tanta variedad de artículos. Son realmente hermosos”.
“Entonces, ¿por qué no te llevas al menos una o dos cosas?”-preguntó el rey.
La doncella le explicó: “Oh, Rey. Los deseos nunca tienen fin. No quiero nada”.
El rey dijo: “Mi señora, pide lo que quieras que será tuyo”.
La joven, con una tímida sonrisa en sus labios dijo: “Mantendrías tu palabra aunque el deseo fuese
realmente extraordinario?”
“Por cierto que si” respondió el rey.
“En ese caso” replico la joven, “te quiero a ti”
El rey mantuvo su palabra y se casó con ella. Al convertirse ahora en esposa del rey, toda la
exposición fue de ella.
Historia extraída de un discurso de Swami.
EN EL HOSPITAL
Valor: creatividad, optimismo, bondad
Edad sugerida: 6 años en adelante
Dos hombres gravemente enfermos ocupaban la misma habitación de un hospital. Uno de ellos
podía sentarse en la cama durante una hora cada mediodía a fin de evacuar los fluidos de sus pulmones.
Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro hombre debía pasar sus días
tumbado boca arriba. Los dos hombres hablaban durante horas. Hablaban de sus esposas, de su familia,
de su casa, de su empleo, de su participación en el servicio militar y de dónde habían estado de vacacio-
nes.
Y cada mediodía, cuando el hombre de cerca de la ventana podía sentarse, pasaba este tiempo
describiendo a su compañero de habitación todo lo que podía ver afuera.
El enfermo que debía permanecer postrado empezó a vivir, por estos períodos de una hora en los
que su mundo era ampliado y animado por todas las actividades y colores del mundo exterior. La vista
de la habitación daba a un parque con un hermoso lago donde patos y cisnes jugaban en el agua mientras
que los niños hacían navegar sus barcos en miniatura. Los jóvenes enamorados paseaban enlazados entre
las flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles decoraban el paisaje y una hermosa vista de
la ciudad se podía percibir en el horizonte.
Mientras que el hombre cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, el hombre
del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la escena pintoresca. Otro día, el hombre que
estaba junto a la ventana describió un desfile que pasaba por allí, ya que el hombre yacente no podía oír
la orquesta, pero sí podía verla con el ojo de su imaginación, dada la descripción repleta de matices
precisos y poéticos.
Una mañana, la enfermera de día descubrió el cuerpo sin vida del hombre que estaba cerca de la
ventana, que se había apagado apaciblemente durante su sueño. Entristecida, pidió ayuda para llevarse
el cuerpo. En cuanto sintió que era el momento propicio, el otro hombre pidió si el podía ser desplazado
al lado de la ventana. La enfermera se alegró de poder complacerle y, después de asegurarse de que
estaba confortablemente instalado, le dejó solo.
Cerró los ojos y lentamente se alzó sobre un codo para echar un primer vistazo, por fin podría gozar
por sí mismo de todo lo que su compañero había sabido describirle tan bien.
Una vez incorporado, abrió los ojos y todo lo que sus ojos vieron fue un muro. No podía creerlo.
Cuando llegó la enfermera le preguntó: “¿Por qué mi compañero muerto me había descrito tantas
maravillas cuando no existía nada?”.
“Puede ser que simplemente haya querido darle ánimos, puesto que él era ciego”.
EPILOGO: Hay una felicidad inmensa en hacer felices a los otros a despecho de las propias
preocupaciones. Las alegrías compartidas son doble gozo y la pena compartida es medio dolor. Si
quieres sentirte rico no tienes más que contar todas aquellas cosas que posees y que el dinero no puede
comprar. El hoy es un regalo, por eso se llama “presente”.
Anónimo
¿USTED ES RICA, SEÑORA?
Valor: agradecimiento, aceptación, fe
Edad sugerida: 5 años en adelante
Los vi muy juntos al otro lado de la puerta fiambrera: eran dos niños con abrigos gastados
y raídos.
¿Tiene diarios viejos señora?, me preguntaron.
Yo estaba muy ocupada. Iba a decirles que no…pero les miré los pies. Calzaban sandalias
muy livianas empapadas por la nieve.
Pasen, voy a prepararles una taza de chocolate les dije. Se las serví bien calientes para que
pudieran resistir el frío exterior, con tostadas y mermelada.
Luego volví a la cocina para continuar con los trabajos domésticos.
De pronto me llamó la atención el silencio que reinaba en la sala. Asomé la cabeza. La niña
tenía la taza vacía en las manos y la estaba observando. El varón preguntó:
¿Usted es rica, señora?
¿Qué si soy rica? ¡No, Dios mío! Exclamé, echando un vistazo a las gastadas fundas de los
sillones.
La niña dejó la taza en el platito, con mucho cuidado.
Pero sus tazas hacen juego con sus platos. Su voz sonaba a vejez, a un hambre que no estaba
en el estómago.
Luego se marcharon, apretando sus atados de papeles para protegerlos del viento. No me
habían dado las gracias. No hacía falta. Me habían dado algo mucho mejor. ¡Sencillas tazas de loza
azul…pero con platitos haciendo juego!
Probé las papas y revolví la salsa del estofado. Comida caliente, un techo que me protegía
y un marido con empleo seguro. Esas cosas también hacían juego.
Seguí con la limpieza de la casa. En la piedra del hogar, se veían aún las huellas lodosas de
esas pequeñas sandalias. Las dejé allí. Quiero verlas por si alguna vez olvido lo rica que soy.
Marion Doolan.
LAS SIMPLES COSAS DE LA VIDA
Valor: capacidad de observación, discernimiento
Edad sugerida: 6 años en adelante
Una vez, un padre de una familia acaudalada lleva a su hijo a un viaje por el campo con el firme
propósito de que su hijo viera cuan pobres eran las gentes del campo. Estuvieron por espacio de un día y
una noche completa en una granja de una familia campesina muy humilde.
Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo:
¿Qué te pareció el viaje?
Muy bonito, Papi.
¿Viste que tan pobre puede ser la gente?
Sí
¿Y qué aprendiste?
Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que
llega de una pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas
lámparas importadas en el patio, ellos tienen estrellas. El patio llega hasta la pared de la casa del vecino,
ellos tienen todo el horizonte de patio. Ellos tienen tiempo para conversar y estar en familia; tú y mamá
tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.
Al terminar el relato, el padre quedó mudo… y su hijo agregó:
¡Gracias Papi, por enseñarme lo rico que podemos llegar a ser!!!
Anónimo
EL GALLO
Valor: compasión, perdón, respeto a la vida
Edad sugerida: 5 años en adelante
El correr del tiempo nos retrotrae a la memoria figuras y hechos que están adormecidos en
nuestro subconsciente, con tal nitidez como si lo hubiésemos vivido ayer. En nuestro transcurrir en el
mundo caben todos los sueños y el candor. Es como la presentación del ángel en el alma de un niño.
En el afán de mimar a nuestro hijo Bichín, entonces de dos añitos, mi madre lo instruía en todo
lo que a monerías o gracias se refería. En la calma de las vivencias cotidianas, aquellas picardías eran
ampliamente festejadas. Así, por ejemplo, saludar al gallo al pasar a su lado.
Vivíamos en la provincia de Buenos Aires, en una modesta casa pero eso sí: con un amplio
terreno. Mi madre tenía un espacio donde se encerraban todos los misterios, se plantaban las verduras y
también se percibía el paso del tiempo en los naranjos y en la flor de los durazneros.
En aquel tiempo mi hijo se acercaba al cerco lindero con la vecina e introduciendo la mano por
un hueco del tejido de alambre, llamaba a doña María: -Acá vuelvo, María-, le decía a gritos, mientras
ella venía presurosa y depositaba un huevo casero en su manito.
Bichín regresaba con su pequeña carga, no sin antes solicitar permiso al gallo, para luego hacer
el breve tramo.
-Emiso, coró-coró-, saludo que pronunciaba en su balbuceante lenguaje.
Pero una mañana el gallo, que tenía la misma estatura que mi hijo, amaneció de mal talante, vaya
uno a saber qué discusión había tenido con las gallinas del patio. Lo cierto es que, cuando Bichín se
detuvo para saludar al rey de la madrugada, éste por toda respuesta le dio un picotazo abriéndole una
herida en la mejilla.
El chico huyó despavorido dejando caer su huevito y, tremendamente asustado, se puso a llorar
en mis brazos, mientras que la sangre manaba como si se le hubiera abierto una canilla. De inmediato le
hicimos una pequeña compresa y luego hubo de colocársele tres puntitos.
Cuando el padre regresó, casi mata al gallo corriéndolo por el patio para darle su merecido.
Cansado de perseguirlo, sentenció por último:
-Este gallo está condenado a muerte, no lo quiero ver nunca más por aquí!
Por supuesto la orden era contundente y mi compañero, con una enorme rama en las manos,
manifestó que no lo mataba ya, porque prefería que lo hiciera mi madre que en definitiva era la dueña
del ave.
Como mi progenitora estaba encariñada con el gallo, contrató a mi hermano Goyo, que era una
persona cargada de bondad.
-No me animo a matarlo…
-Y entonces, ¿qué hacemos?, porque está sentenciado a muerte, alegó mi madre. Lo cierto es
que ambos cavilaron un instante, mientras veían pasar por el frente a un vagabundo, que se quedó
parado para observar.
Al verlo, mi hermano Goyo, tuvo la solución definitiva que no crearía complejos de culpa e
incluso permitía un espacio de rescate, ante la tamaña decisión de mi marido.
-No querés?, te regalamos un gallo, es el que tengo en esta bolsa.
-Sí, pero, ¿cuánto cuesta?, preguntó el hombre.
-Nada, simplemente la señora te regala para que lo comas o lo vendas. El hombre tomó
ceremoniosamente la bolsa y se fue caminando muy despacio, mientras decía:
-Estos son locos de la guerra, yo ya no entiendo más nada…
Lo que nunca supo el vagabundo era que el gallo estaba sentenciado a muerte y que justo con
él, había llegado el indulto, no se sabe si por la mano de Dios, o de los duendes que protegen a los
animales de la tierra.
Andrea G. de Mestas Núñez.
LA BELLEZA Y LA FEALDAD
Valor: autenticidad, auto-confianza, coherencia
Edad sugerida: 8 años en adelante
Cierto día se encontraron a la orilla del mar la Belleza y la Fealdad. Decididas a darse un baño,
se quitaron sus ropajes y se sumergieron en las aguas del mar.
Después de un rato, la Fealdad salió del agua, se vistió con la ropa de la Belleza y siguió su
camino. Cuando salió la Belleza, no pudiendo encontrar sus ropajes y siendo muy tímida para caminar
desnuda, se vistió con los de la Fealdad y continuó también su camino.
Desde aquel momento los seres humanos las confunden y mezclan una con otra. Sin embargo,
hay personas que han contemplado la cara de la Belleza y la reconocen sin importarles los ropajes que
lleve puestos. Y hay quienes reconocen la cara de la Fealdad sin dejarse engañar por los ropajes que
lleve.
K. Gibran.
EL JUEZ ABRAZADOR
Valor: amabilidad, alegría, entrega
Edad sugerida: 6 años en adelante
Lee Shapiro es un juez jubilado. También es una de las personas más cariñosas que conocemos.
En un momento de su carrera, Lee se dio cuenta de que el amor es el poder más grande que existe. Como
consecuencia de ello, Lee se convirtió en un abrazador. Empezó a ofrecerle a todo el mundo un abrazo.
Sus colegas lo apodaron “el juez abrazador”. El adhesivo de su auto dice: “¡No me fastidies!
¡Abrázame!”
Hace unos seis años, Lee creó lo que llamó su “Equipo para abrazar”. En el exterior se lee “Un
corazón para un abrazo”. El interior contiene treinta corazoncitos rojos bordados con un adhesivo atrás.
Lee sale con su equipo de abrazador, se acerca a las personas y les ofrece un corazón rojo a cambio de un
abrazo.
Lee se ha hecho tan famoso con esto que muchas veces lo invitan a pronunciar el discurso de
apertura de conferencias y convenciones donde comparte su mensaje de amor incondicional. En una
conferencia en San Francisco, los medios de comunicación locales lo desafiaron diciendo: “Es fácil dar
abrazos aquí en la conferencia a gente que optó personalmente por estar aquí. Pero esto nunca podría dar
resultado en el mundo real”.
Desafiaron a Lee a que diera algunos abrazos en las calles de San Francisco. Seguido por un
equipo de televisión de la estación local, Lee salió a la calle. Se acercó a una mujer que pasaba. “Hola,
soy Lee Shapiro, el juez abrazador. Estoy dando estos corazones a cambio de un abrazo”. “Claro”,
respondió ella. “Demasiado fácil”, opinó el animador local. Lee miró a su alrededor. Vio a la empleada
del parquímetro que estaba viéndoselas de figurillas con el dueño de un BMW al que le estaba haciendo
una multa. Caminó hacia ella, con el equipo televisivo detrás y dijo: “Tengo la impresión de que podría
usar un abrazo. Soy el juez abrazador y aquí estoy para ofrecerle uno”. Ella aceptó.
El locutor de la televisión lanzó su último desafío. “Mire, ahí viene un ómnibus. Los conductores
de San Francisco son los hombres más duros, mezquinos y malhumorados de la ciudad. Veamos si logra
que éste lo abrace”. Lee aceptó el reto.
Cuando el autobús frenó cerca de la curva, Lee dijo: “Hola, soy Lee Shapiro, el juez abrazador.
Este trabajo ha de ser sin dudas uno de los más estresantes del mundo. Yo ofrezco abrazos a la gente para
aliviar un poco la carga. ¿Le gustaría uno?” el conductor de 1,86 m y 115 kg. Se levantó del asiento, bajó
y dijo: “¿Por qué no?”
Lee lo abrazó, le dio un corazón y se despidió cuando el ómnibus arrancó. El equipo de TV se
quedó sin habla. Finalmente, el locutor dijo: “Debo admitir que estoy muy impresionado”.
Un día, Nancy Johnston, amiga de Lee, se apareció en su puerta. Nancy es payaso profesional y
llevaba puesto su traje, con maquillaje y todo. “Lee, toma varios de tus equipos para abrazar y vamos al
hogar para discapacitados”.
Cuando llegaron al hogar, empezaron a dar sombreros, corazones y abrazos a los pacientes. Lee
se sentía incómodo. Nunca había abrazado a enfermos terminales, gravemente retardados o
cuadripléjicos. Era en verdad una tortura. Pero después de un rato, Nancy y Lee lograron reunir una
comitiva de médicos, enfermeras y ordenanzas que empezaron a seguirlos de una sala a otra.
Después de varias horas, ingresaron a la última sala. Eran treinta y cuatro de los peores casos que
Lee había visto en su vida. Era algo desesperante. Pero, fieles a su compromiso de compartir su amor y
entregar algo, Nancy y Lee empezaron a avanzar por la sala seguidos por la comitiva de miembros del
personal médico, todos los cuales llevaban ahora corazones en el cuello y sombreros en la cabeza.
Finalmente, Lee llegó a la última persona, Leonard. Tenía puesta una bata blanca en la que
babeaba. Lee vio cómo mojaba Leonard su bata y dijo: “Vamos, Nancy, no hay forma de llegar a esta
persona”. Nancy respondió: “Pero Lee, es un humano también, ¿no?”. Luego de lo cual le colocó un
sombrero divertido en la cabeza. Lee sacó uno de sus corazoncitos rojos y lo prendió en la bata de
Leonard. Respiró hondo, se inclinó y lo abrazó.
De repente, Leonard empezó a chillas: “¡Eeeeeh, ehhhhh!”. Algunos de los otros pacientes en la
sala también empezaron a golpear cosas. Lee se volvió hacia el personal tratando de obtener alguna
explicación y lo que descubrió fue que todos los médicos, enfermeras y ordenanzas estaban llorando. Lee
preguntó qué ocurría a la jefa de enfermeras.
Lee nunca olvidará lo que respondió: “Es la primera vez en veintitrés años que vemos sonreír a
Leonard”.
Qué simple es cambiar algo en la vida de otros.
Jack Canfield y Mark V. Hansen.
EL HOMBRE DE LOS SÁNDWICHES
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  • 1. R E C O P I L A C I Ó N D E C U E N T O S P A R A C L A S E S D E V A L O R E S H U M A N O S A modo de introducción: Los siguientes cuentos, como otros muchos que caerán en nuestras manos, están impregnados de valores que podemos descubrirlos en las primeras líneas o recién en el final, pero de eso se trata: el mensaje que nos hacen llegar y que en todos los casos dejará una impresión y estará en nosotros trabajarla de modo tal, que brote en el corazón como chispitas de luz que al ser enviadas a la mente motivarán a un discernimiento claro y muy positivo. Lo experimenté personalmente y aplicándolos en talleres. Humildemente y con mucho amor, les hago llegar esta hermosa herramienta para tan grata conclusión. Gentileza de Élida Eckert
  • 2. (Los Valores apuntados son los más notorios pudiendo hallarse otros y las edades son sugeridas, pues estarán siempre de acuerdo al nivel de comprensión y desarrollo intelectual del niño). MORIR EN LA PAVADA Valor: reflexión, auto-confianza, autenticidad Edad sugerida: 5 años en adelante Una vez un catamarqueño, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina, Además, hubiera sido difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz. No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos era del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de la pava clueca. Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo, se trataba de un pichón de cóndor. Sí señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente. Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios. Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del árbol. Vivía en el gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de atrás, después de las comidas. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás. A veces se sentía un poco extraño. Sobretodo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que, a pesar de ser grandes, no vuelan. Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿Y él, porqué no volaba así? El corazón le latió apresurado y ansioso. Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando escuchó su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos. Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño. Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí, lamentablemente murió en la pavada como había vivido. ¡Y pensar que había nacido para las cumbres! Anónimo
  • 3. UNA FLOR EN EL PELO Valor: Amor – comprensión – fortaleza interior Edad sugerida: 7 años en adelante Ella siempre usaba una flor en el pelo. Siempre. En general, me parecía que estaba fuera de lugar. ¿Una flor a mediodía? ¿En la oficina? ¿Para ir a una reunión de profesionales? Era aspirante a diseñadora gráfica en la empresa donde yo trabajaba. Todos los días entraba en la oficina, decorada en un sello ultramoderno, con una flor en el pelo, que le llegaba hasta los hombros..Casi siempre su color combinaba con el de su atuendo, por lo demás adecuado. Lucía como una pequeña sombrilla de colores vívidos, prendida al gran telón de fondo que formaban sus ondas morenas. En ocasiones (cuando celebramos la Navidad, por ejemplo) esa flor añadía un toque festivo que resultaba adecuado. Pero en el trabajo parecía fuera de lugar. Las mujeres más profesionales de la oficina estaban prácticamente indignadas; opinaban que alguien debía llevarla aparte e informarle cuáles eran las reglas para que te tomen en serio en el mundo de los negocios. Otras, incluida yo misma, lo veíamos como un simple capricho personal; en la intimidad la llamábamos la florida. -¿La florida ya terminó el diseño preliminar del proyecto para Wal-Mart?- preguntaba una con una sonrisita traviesa. -Por supuesto. Hizo un trabajo estupendo. La verdad es que la muchacha está floreciente- podía ser la respuesta, con mucho de aire de superioridad y diversión compartida. Por entonces, esas bromas nos parecían inocentes. Que yo supiera, nadie había preguntado a la joven por qué llevaba una flor a la oficina, día a día. En realidad, probablemente habría sido más fácil interrogarla si algún día se hubiera presentado sin ella. Y un día, así fue. Cuando entró a mi oficina con su proyecto, me extrañé: -Veo que hoy no se ha puesto ninguna flor en el pelo. Estoy tan acostumbrada a vérsela que es como si le faltara algo. -Oh, si- respondió, en tono bastante sombrío. Eso contrastaba con su personalidad, habitualmente alegre y animosa. La pesada pausa siguiente me instó a preguntar: -¿Se siente bien? Aunque esperaba que respondiera que sí, sabía intuitivamente que eso encerraba algo más importante. -Bueno- musitó, con las facciones abrumadas de recuerdos y dolor, -hoy es el aniversario de la muerte de mi madre. La extraño mucho. Creo que me siento algo triste. -Comprendo- dije. Me inspiraba compasión, pero no quería meterme en terrenos emotivos. – Supongo que le cuesta hablar del tema. Mi parte empresarial ansiaba que ella lo confirmara, pero en el fondo sabía que eso entrañaba algo más. -No, no, está bien. Sé que hoy estoy demasiado sensible. Para mí es un día de duelo, ¿comprende? Y comenzó a contarme su caso. -Mi madre sabía que el cáncer la estaba matando. Cuando murió yo tenía quince años. Éramos muy unidas. Ella estaba llena de generosidad, de amor. Como sabía que iba a morir me grabó un mensaje para cada cumpleaños, desde los dieciséis hasta los veinticinco. Hoy cumplo los veinticinco años. Esta mañana vi el video que preparó para este día. Creo que todavía lo estoy digiriendo. ¡Y cómo me gustaría tenerla conmigo! -Bueno, créame que la acompaño en su sentimiento- dije, con toda sinceridad.
  • 4. -Gracias por ser tan buena –replicó-. Ah, con respecto a la flor…Cuando yo era chica mamá solía ponerme flores en el pelo. Un día, estando ella internada, le llevé una bella rosa de su jardín. Cuando se la acerqué a la nariz para que percibiera el perfume, ella la tomó y, sin decir palabra, me apartó la melena de la cara y me la puso en el pelo, como cuando era chiquita. Murió ese mismo día. Los ojos se le llenaron de lágrimas. -Desde entonces siempre uso una flor en el pelo. Es como si ella me acompañara, aunque sólo sea en espíritu.- Suspiró. –Pero hoy vi el video que preparó para este cumpleaños: me decía que lamentaba no poder verme crecer y que esperaba haber sido buena madre. Y que le gustaría recibir alguna señal indicativa de que yo podía bastarme sola. Así pensaba mi madre; así hablaba.- Sonrió con afecto ante el recuerdo. –Era muy sabia. Asentí con la cabeza. -Así parece, en efecto. - Y yo pensé: ¿cuál podría ser esa señal? Entonces me pareció que debía dejar de ponerme la flor. Pero echo de menos lo que representaba. Sus ojos de avellana se perdieron en recuerdos. -Fue una gran suerte tener una madre como ella. Pero no necesito usar una flor para recordarla. En realidad, lo sé perfectamente. Era sólo un signo exterior de mis atesorados recuerdos. Me siguen acompañando, aunque no use la flor. Pero lo voy a extrañar…Ah, aquí está el proyecto. Espero que le guste. Me entregó la carpeta pulcramente preparada, firmada y con su marca distintiva: una flor dibujada a mano bajo el nombre. Recuerdo haber oído decir, cuando era joven: “Nunca juzgues a otra persona sin haber caminado un kilómetro con sus zapatos”. Pensé en las veces que había criticado sin ninguna sensibilidad a esa joven de la flor en el pelo. Era trágico que lo hubiera hecho sin estar informada, sin conocer la historia de la muchacha y la cruz que debía soportar. Si me enorgullecía de conocer cada faceta de mi empresa, por intrincada que fuera, de saber con exactitud cómo se coordinaban las distintas funciones, ¿no era trágico haber adoptado la idea de que la vida personal no tenía nada que ver con la profesión? ¿Pensar que cada uno debía dejar sus cosas privadas a la puerta cuando entraba en la oficina? Ese día supe que la flor en el pelo simbolizaba el don de amor de esa muchacha, su manera de mantenerse en contacto con la madre perdida cuando era tan jovencita. Al estudiar el proyecto que me había entregado, me sentí honrada por tratar con alguien tan profundo, con tal capacidad para sentir… de ser. Se explicaba que su trabajo fuera siempre excelente. Vivía dentro de su corazón. Y me obligó a visitar nuevamente el mío. Bettie B. Youngs
  • 5. LA SONRISA Valor: autenticidad- veracidad Edad sugerida: 8 años en adelante Muchos norteamericanos conocen El principito, un libro maravilloso de Saint-Exupéry. Se trata de un libro extraño y fabuloso y tiene la doble función de ser un cuento para chicos y una fábula que mueve a la reflexión a los adultos. Muchos menos conocen otros escritos, novelas y cuentos del autor. Saint-Exupéry era un piloto de guerra que luchó contra los nazis y murió en acción. Antes de la Segunda Guerra Mundial, combatió en la Guerra Civil española contra los fascistas. Escribió una historia fascinante sobre esta experiencia titulada La sonrisa (Le sourire). Me gustaría compartirla ahora con ustedes. No se sabe a ciencia cierta si es autobiográfica o de ficción. Personalmente, prefiero creer lo primero. Cuenta que fue capturado por el enemigo y arrojado a una celda. Por las miradas despectivas y el trato duro que recibía de sus carceleros, estaba seguro de que sería ejecutado al día siguiente. A partir de aquí, contaré la historia tal como la recuerdo aunque con mis palabras. “Estaba seguro de que me matarían. Me puse terriblemente nervioso e inquieto. Revolví mis bolsillos para ver si algún cigarrillo había escapado al registro. Encontré uno y me temblaban tanto las manos que apenas pude llevármelo a los labios. Pero no tenía fósforos, se los habían quedado. “Miré a mi carcelero a través de los barrotes. No hizo contacto visual conmigo. Después de todo, nadie hace contacto visual con una cosa, con un cadáver. Le grité: “¿Tiene fuego, por favor?” Me miró, se encogió de hombros y se acercó para encenderme el cigarrillo. “Al acercarse y encender el fósforo, sus ojos accidentalmente se cruzaron con los míos. En ese momento, sonreí. En ese instante, fue como si una chispa hubiera saltado la brecha entre nuestros corazones, nuestras dos almas humanas. Sé que él no quería, pero mi sonrisa atravesó los barrotes y generó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo pero se quedó cerca, mirándome directamente a los ojos y sin dejar de sonreír. “Seguí sonriéndole, consciente de él ahora como persona y no ya como carcelero. Y su mirada pareció adquirir una nueva dimensión. ¿Tienes hijos?, preguntó. “Si aquí, aquí.” Saqué mi billetera y busqué tembloroso las fotos de mi familia. Él también sacó las fotos de sus niños y empezó a hablar de sus planes y esperanzas con respecto a ellos. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Dije que temía no volver a ver a mi familia, no tener la oportunidad de verlos crecer. A él también se le llenaron los ojos de lágrimas. “De pronto, sin decir una palabra, abrió la celda y en silencio me llevó afuera. Salimos de la cárcel, y, despacio y por calles laterales, salimos de la ciudad. Allí, a la orilla de la ciudad, me liberó. Y sin decir una palabra, regresó a la ciudad. “Una sonrisa me salvó la vida.” Sí, la sonrisa, la conexión sincera, espontánea y natural entre las personas. Cuento esta historia en mi trabajo porque me gustaría que la gente considerara que debajo de todas las capas que construimos para protegernos: nuestra dignidad, nuestros títulos, nuestros diplomas, nuestro estatus y la necesidad de que nos vean de determinadas maneras, debajo de todo eso, está el yo auténtico y esencial. No me da miedo llamarlo alma. Realmente, creo que si esa parte tuya y esa parte mía pudieran reconocerse, no seríamos enemigos. No podríamos sentir odio ni envidia ni miedo. Llego a la triste conclusión de que todas esas otras capas, que construimos con tanto esmero a lo largo de nuestras vidas, nos distancian e impiden que nos pongamos en real contacto
  • 6. con los demás. La historia de Saint-Exupéry habla de ese momento mágico en que dos almas se reconocen. He tenido algunos momentos así. Al enamorarme por ejemplo. Al mirar a un bebé. ¿Por qué sonreímos cuando vemos un bebé? Tal vez sea porque vemos a alguien sin todas esas capas defensivas, alguien cuya sonrisa nos resulta genuina y sin engaños. Y el alma de niño que llevamos dentro sonríe anhelante en reconocimiento. Hanoch McCarty Sonríe, sonríe a tu esposa, sonríe a tu marido, sonríe a tus hijos. Sonrían –no importa a quién- y eso los ayudará a crecer en un amor más grande por el otro. Madre Teresa
  • 7. DIOS ESTÁ HABLANDO CONTIGO!!! Valor: confianza- fe – comprensión Edad sugerida: 7 años en adelante Un hombre susurró: -Dios habla conmigo. Y un ruiseñor comenzó a cantar Pero el hombre no lo oyó. Entonces el hombre repitió: -Dios, habla conmigo. Y el eco de un trueno, se oyó Más el hombre fue incapaz de oír. El hombre miró alrededor y dijo: -Dios, déjame verte. Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio. El hombre comenzó a gritar: -Dios, muéstrame un milagro. Y un niño nació Más el hombre no sintió el latir de la vida. Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: -Dios, tócame y déjame saber que está aquí conmigo…Y una mariposa se posó suavemente en su hombro El hombre espantó la mariposa con la mano y desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo. Anónimo
  • 8. UN VASO DE LECHE Valor: reconocimiento – agradecimiento Edad sugerida: 6 años en adelante Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios universitarios, encontró que solo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre. Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron cuando una mujer joven abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua. Ella pensó que el joven parecía hambriento, así que le trajo un gran vaso de leche. Él lo bebió despacio, y entonces le preguntó: -¿Cuánto le debo?- -No me debes nada- contestó ella. –Mi madre siempre nos ha enseñado a nunca aceptar pago por una caridad-. Él le dijo… -Entonces, te lo agradezco de todo corazón…! - Cuando Francisco Quintana se fue de la casa, no solo se sintió más fuerte, si no que también su fe en Dios y en los hombres era más fuerte. Él había estado listo a rendirse y dejar todo. Años después esa mujer enfermó gravemente. Los doctores locales estaban confundidos. Finalmente le mandaron a la gran ciudad. Llamaron al Dr. Francisco Quintana para consultarle. Cuando éste oyó el nombre del pueblo de donde venía la paciente, una extraña luz llenó sus ojos. Inmediatamente el Dr. Quintana subió del vestíbulo del hospital a su cuarto. Vestido con su bata de doctor entró a verla. La reconoció enseguida. Regresó al cuarto de observación determinado a hacer lo mejor posible para salvar su vida. Desde ese día él prestó la mejor atención a este caso. Después de una larga lucha, ella ganó la batalla…! Estaba totalmente recuperada…! Como ya la paciente estaba sana y salva el Dr. Quintana pidió a la oficina de administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla. Él la revisó y firmó. Además escribió algo en el borde de la factura y la envió al cuarto de la paciente. La cuenta llegó al cuarto de la paciente, pero ella temía abrirla, porque sabía que le tomaría el resto de su vida para poder pagar todos los gastos. Finalmente la abrió, y algo llamó su atención: En el borde de la factura leyó estas palabras Firmado: Dr. Francisco Quintana “Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche”. Anónimo
  • 9. EL ELIXIR DEL AMOR Valor: auto-análisis - alegría – contento – compartir Edad sugerida: 5 años en adelante Un médico fue llamado para atender un caso inusual. Encontró a una doncella de diecisiete años, pálida y triste reclinada en un sofá, en una lujosa pieza adornada con costosos tapices de seda. Sus ojos entrecerrados, cabeza inclinada y pálida como una estatua de mármol. Varios doctores fueron consultados y la examinaron, sin poder diagnosticar su condición, concluyendo que su problema era psicosomático. Con un simple vistazo el doctor se dio cuenta que era lo que tenía. Languidecía en su adornada jaula, prisionera, ya que no sabía lo que era dar felicidad a los necesitados. El doctor le pidió que se alistara a salir con él. “Con usted?” preguntó la chica. “Adónde?”. En tono bajo, el doctor le dijo, “Eso es un secreto. Solo puedo decirle que es para su bien”. La niña se preparó y el doctor la llevó a un distrito en donde vivía gente muy humilde. Llevaron consigo regalos y dinero. En la primera casa que visitaron el doctor tuvo que ayudarla a mantenerse erguida cuando caminaba. En la segunda, ella se adelantó al doctor. En la tercera, casi llegó corriendo. Cuando los niños le besaron la mano y la pobre mujer agradeció, lloró de felicidad. La salida le pareció demasiado corta a ella. De ahí en más, todos los días buscaba a aquellos a quien ella podía hacer feliz. Había vuelto a una buena salud; encontró alegría y felicidad, que no existía en su casa palaciega pero sí en las chozas de los pobres a quienes daba el amor de su corazón generoso. La felicidad que damos a otros, vuelve a nosotros. Anónimo
  • 10. EL CARPINTERO Valor: autodisciplina – honestidad – ecuanimidad Edad sugerida: 6 años en adelante Un carpintero ya entrado en años estaba listo para retirarse. Le dijo a su jefe de sus planes de dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y disfrutar de su familia. Él iba a extrañar su cheque mensual, pero necesitaba retirarse. Ellos superarían esta etapa de alguna manera. El jefe sentía ver que su buen empleado dejaba la compañía y le pidió que si podría construir una sola casa más, como un favor personal. El carpinteo accedió, pero se veía fácilmente que no estaba poniendo el corazón en su trabajo. Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo era deficiente. Era una desafortunada manera de terminar su carrera. Cuando el carpintero terminó su trabajo y su jefe fue a inspeccionar la casa, éste extendió al carpintero las llaves de la puerta principal. “Ésta es su casa”-dijo, es mi regalo para ti”. ¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Si solamente el carpintero hubiese sabido que estaba construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. Ahora tendría que vivir en la casa que construyó “no muy bien” que digamos! Así que está en nosotros. Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, dispuestos a poner en ello menos que lo mejor. En puntos importantes, no ponemos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo. Entonces con pena vemos la situación que hemos creado y encontramos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes la habríamos hecho diferente. Piensen como si fueran el carpintero. Piensen en su casa. Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construyan con sabiduría. Es la única vida que podrán construir. Inclusive si solo la viven por un día más, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad. La placa en la pared dice: “La Vida Es Un Proyecto de Hágalo-Usted-Mismo”. Quién podría decirlo más claramente? Su vida ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado. Su vida mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones hechas HOY! Anónimo.
  • 11. BUSCANDO LA PAZ Valor: Paz - autoconfianza – serenidad Edad sugerida: 7 años en adelante Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la Paz perfecta. Muchos artistas intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubieron dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre ésta se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la Paz perfecta. La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eras escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico. Pero cuando el rey observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violente caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido… Paz perfecta…? Cuál crees que fue la pintura ganadora? El rey escogió la segunda. Sabes porqué? Anónimo.
  • 12. EL TESORO ESCONDIDO Valor: análisis – capacidad de selección Edad sugerida: 8 años en adelante Una noche le fue ordenado en sueños al rabino Isaac que acudiera a la lejana Praga y que, una vez allí, desenterrara un tesoro escondido debajo de un puente que conducía al palacio real. Isaac no se tomó el sueño en serio, pero, al repetirse cuatro o cinco veces, acabó por decidirse a ir en busca del tesoro. Cuando llegó al puente, descubrió consternado que estaba fuertemente vigilado, día y noche, por los soldados. Todo lo que podía hacer era contemplar el puente a una cierta distancia. Pero, como acudía allí todas las mañanas, un día el capitán de la guardia se le acercó para averiguar el motivo. El rabino Isaac, a pesar de lo violente que le resultaba confiar su sueño a otra persona, le dijo toda la verdad al capitán, porque lo agradó el buen carácter de aquel cristiano. El capitán soltó una enorme carcajada y le dijo: “¡Cielos! ¿Es usted un rabino y se toma los sueños tan en serio? ¿Si yo fuera tan estúpido como para hacer caso a mis sueños, ahora estaría dando vueltas por Polonia! Le contaré un sueño que tuve hace varias noches y que se ha repetido unas cuantas veces: una voz me dijo que fuera a Cracovia y buscara un tesoro en el rincón de la cocina de un tal Isaac, hijo de Ezequiel. ¿No cree usted que sería la mayor estupidez del mundo buscar en Cracovia a un hombre llamado Isaac y a otro llamado Ezequiel, cuando probablemente, la mitad de la población masculina de Cracovia responde al nombre de Isaac y la otra mitad al de Ezequiel?” El rabino estaba atónito. Le dio las gracias por su consejo al capitán, regresó apresuradamente a su casa, cavó en el rincón de su cocina y encontró un tesoro tan abundante que le permitió vivir espléndidamente durante el resto de sus días. La búsqueda espiritual es un viaje en el que no hay distancias. De donde estás en este momento, vas adonde has estado siempre. Pasas de la ignorancia al conocimiento, porque lo único que haces es ver por primera vez lo que siempre has estado mirando. Anónimo.
  • 13. LA RIQUEZA DEL REY Valor: coherencia – buen comportamiento- fraternidad Edad sugerida: 6 años en adelante Una vez el Rey Bhartruhari realizó un gran sacrificio. Abrió el tesoro y regaló todas las gemas, las joyas, el oro y los diamantes que tenía. Los eruditos y los necesitados regresaron felices, bendiciendo en todas las formas posibles al rey. Cuando el sacerdote principal reclamó su parte, el rey se desprendió de todas sus pertenencias personales. Conservando sólo una manta para cubrir su cuerpo, se dispuso a abandonar el palacio. Con cierta deliberada intención, el sacerdote principal dijo: “Ahora eres pobre, oh!, rey. No te queda nada para mantener a tu familia. ¿Quieres que yo te dé algo para que puedas empezar de nuevo?” Mientras su rostro irradiaba un brillo divino, el rey respondió con gran humildad: “Venerado Maestro, yo no he perdido nada. No soy pobre, las joyas y riquezas nunca fueron mías y ahora han sido devueltas a quienes les pertenecen. Lo que era mío sigue siendo mío: mi salud y mi capacidad; mi intelecto y mi sabiduría; mis virtudes y mi destino. De hecho, he ganado mucho: la bendición del pueblo y la gracia de Dios. Anónimo
  • 14. UNA LEYENDA ARABE Valor: comprensión – amistad –bondad Edad sugerida: 5 años en adelante Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y que en un determinado punto del viaje discutieron, y uno de ellos abofeteó al otro. Éste, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena, “HOY, MI MEJOR AMIGO ME PEGÓ UNA BOFETADA EN EL ROSTRO”. Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: “HOY, MI MEJOR AMIGO ME SALVÓ LA VIDA”. Intrigado, el amigo preguntó: ¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el amigo respondió: “Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena donde el viento del olvido y del perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo”. Anónimo
  • 15. LA MAESTRA DE HELEN KELLER Valor: paciencia – amor – dedicación - reconocimiento Edad sugerida: 4 años en adelante Los niños más afortunados son los que tienen a un héroe por maestro. Helen Keller no era como la mayoría de las niñas. No podía ver los capullos que crecían en su jardín ni las mariposas que volaban de flor en flor ni las blancas nubes que surcaban el cielo azul. No podía oír los trinos de los pájaros que se veían en las copas de los árboles desde su ventana ni las canciones y las risas de los niños cuando jugaban. La pequeña Helen era sorda y ciega. Además, como no podía oír conversar a la gente, no había aprendido a hablar. Podía agarrarse al vestido de su madre y seguirla por toda la casa, pero no sabía cómo decir: “Te quiero”. Podía subirse al regazo de su padre, pero no podía preguntarle: “¿Me lees un cuento?” Vivía en un mundo oscuro y silencioso en el que se sentía completamente sola. Una tarde, cuando tenía casi siete años, Helen se encontraba en el porche de su casa. Notaba un agradable calor en la cara, pero no sabía que procedía del sol. Olía la fragancia madreselva que crecía al lado de su casa, pero no sabía qué era. De pronto, sintió que alguien la rodeaba con los brazos y la estrechaba contra sí. Supo de inmediato que no se trataba ni de su madre ni de su padre. Al principio dio patadas, arañazos y golpes en un intento por quitarse de encima a aquella persona desconocida, pero entonces empezó a preguntarse quién podía ser. Estiró los brazos y palpó la cara de la persona desconocida, luego el vestido y por último la gran maleta que llevaba. ¿Cómo iba a saber Helen que aquella joven era Annie Sullivan, que había venido a vivir con ella y a ser su maestra? Annie le había comprado un regalo. Dio a Helen una muñeca y a continuación puso los dedos sobre las manos de la niña e hizo unas señales de forma que Helen pudiera percibirlas. Annie deletreó lentamente M-U-Ñ-E-C-A con los dedos. Helen notó que los dedos de Annie se movían, pero no sabía qué estaba intentando comunicarle aquella mujer. No comprendía que cada una de aquellas señales dactilares era una letra y que las letras formaban la palabra “muñeca”. Por lo tanto, apartó a Annie de un empujón. La nueva maestra no se dio por vencida. Entregó a Helen un trozo de tarta y le deletreó la palabra T-A-R-T-A en la mano. Helen hizo las señales con sus propios dedos, pero seguía sin comprender qué significaban. Durante las semanas siguientes, Annie puso muchas cosas en las manos de Helen y le deletreó las palabras. Trató de enseñarle palabras como “alfiler”, “gorro” y “taza”. A Helen todo aquello le parecía muy extraño. Le cansaba que aquella mujer desconocida le tomara siempre la mano. A veces se enfadaba con Annie y empezaba a soltar golpes en la oscuridad que la rodeaba. Daba patadas y arañazos. Gritaba y refunfuñaba. Rompía platos y lámparas. En ocasiones Annie se preguntaba si sería capaz de ayudar a la pequeña Helen a salir de su solitario mundo de oscuridad y silencio, pero al instante se prometía a sí misma que no se daría por vencida.
  • 16. Una mañana Helen y Annie estaban paseando cuando pasaron por delante de un viejo pozo. Annie le tomo la mano a Helen y se la puso debajo del caño mientras ella bombeaba. Cuando surtió el chorro de agua fría, Annie le deletreó A-G-U-A en la mano. Helen permaneció quieta. En una mano notaba la fría agua que caía a borbotones; en la otra, los dedos de Annie, que le hacía las señales una y otra vez. De pronto, la esperanza y la alegría embargaron su pequeño corazón. Había comprendido que A-G-U-A equivalía a aquella cosa fría y maravillosa que corría por su mano. Por fin había comprendido lo que Annie llevaba semanas intentando mostrarle. Se había dado cuenta de que todo tenía nombre y de que podía deletrearlo con los dedos. Helen Keller corrió hasta la casa llorando de alegría y arrastrando a Annie consigo. Tocó todas las cosas que tenía al alcance de la mano al tiempo que iba preguntando sus nombres: “silla”, “mesa”, “puerta”, “madre”, “padre”, “niño” y muchas otras más. ¡Había tantas palabras maravillosas que aprender! Pero ninguna era tan maravillosa como la que Helen aprendió cuando tocó a Annie para preguntarle cómo se llamaba y ella deletreó: M-A-E-S-T-R-A. Helen Keller nunca dejó de aprender. Aprendió a leer con los dedos, a escribir e incluso a hablar. Fue a la escuela y a la universidad y Annie la acompañó para ayudarla en su aprendizaje. Helen y Annie se convirtieron en amigas para siempre. Cuando se hizo mayor, Helen Keller fue una gran mujer. Dedicó su vida a ayudar a la gente que no podía ver ni oír. Trabajó de firme, escribió libros y viajó allende los mares. En todos los lugares a donde iba transmitía a la gente ánimo y esperanza. Una infancia que había comenzado marcada por la oscuridad y la soledad se había convertido en una vida llena de luz y alegría. “El día más importante de mi vida fue el día en que conocí a mi maestra”, decía Helen. Anónimo
  • 17. EL CIRCO Valor: Compasión – igualdad - agradecimiento Edad sugerida: 5 años en adelante Una vez cuando era un adolescente, mi padre y yo estábamos en la fila para comprar las entradas para el circo. Finalmente solo había una familia entre nosotros y la taquilla. Esta familia me causó una gran impresión. Había ocho niños, todos probablemente menores de doce años. Se podría decir que no tenían mucho dinero. Sus ropas no eran costosas, pero estaban limpias. Los niños se comportaban bien y estaban tranquilos en la fila, de dos en dos cogidos de la mano detrás de sus padres. Hablaban con excitación acerca de los payasos, elefantes y otros actos que verían esa noche… Se podía pensar que nunca antes habían estado en el circo. Prometía ser una chispa de luz en sus jóvenes vidas. El padre y la madre estaban a la cabeza del grupo tan orgullosos como podían estar. La madre cogía la mano del marido, y le miraba con una expresión que parecía decir “Tú eres mi caballero de brillante armadura”. Él estaba tomando el sol sonriente y orgulloso parecía responderle “eso es correcto”. La señora de la taquilla, preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió orgulloso, “8 para niños y 2 para adultos, así que puedo llevar a mi familia al circo”. La señora de la taquilla le dijo el precio. La señora soltó la mano de su marido y bajó la cabeza. El labio del hombre comenzó a temblar, se inclinó un poco más cerca y preguntó “¿Cuánto dijo?”. La señora de la taquilla repitió otra vez el precio. El hombre no tenía suficiente dinero. ¿Cómo les iba a decir a sus 8 niños que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?. Al ver lo que pasaba, mi padre sacó 20 dólares del bolsillo y los dejó caer al suelo (Nosotros no éramos ricos en ningún sentido de la palabra). Mi padre se agachó y recogió el dinero y golpeó ligeramente al hombre en el hombro y le dijo: “Discúlpeme señor, esto cayó de su bolsillo”. El hombre sabía lo que ocurría. Él no pedía una ayuda, pero ciertamente apreciaba la que le brindaran en una situación desesperada, desgarradora, embarazosa. Él miró a los ojos de mi padre directamente, le cogió las manos entre las suyas oprimiendo firmemente el billete de 20 dólares, y con su labio temblando y una lágrima corriendo por su mejilla, contestó “Gracias, Señor, se lo agradezco, esto realmente significa mucho para mí y para mi familia”. Mi padre y yo regresamos a nuestro coche y volvimos a casa. Nosotros no fuimos al circo esa noche, pero no nos fuimos sin nada.- DAN CLARK
  • 18. C U E N T O Valor: acción correcta – deber Edad sugerida: 6 años en adelante El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa de éste y le dice: - Oye maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia… - ¡Espera!- lo interrumpió el filósofo- ¿ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme? - ¿Las tres rejas? - Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolu- tamente cierto? - No, lo oí comentar a unos vecinos. - Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien? - No en realidad no. Al contrario… - ¡Ah vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? - A decir verdad, no. - Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no es verdad, ni bueno, ni necesario, sepúltalo en el olvido. Anónimo
  • 19. LA MIRADA Valor: Rectitud – Buen comportamiento Edad sugerida: 6 años en adelante Nunca me gustaron demasiado los animales. Por esa razón, el día que mi padre me regaló a Manchita –un lindo gato pardo con un lunar blanco cerca de los ojos- no demostré mucho entusiasmo. A pesar de mi indiferencia, Manchita se encariñó conmigo. El gato seguía mis pasos y andanzas por toda la casa. Como su presencia no me molestaba, lo dejaba acompañarme. Una tarde lluviosa y, por lo tanto, bastante aburrida, decidí ponerme a jugar con una pelota dentro de la casa. Actividad expresamente prohibida por mi madre. Empecé a hacer “jueguitos”. Pasaba el balón de la cabeza a los pies con suma habilidad. Pero, en un momento, calculé mal y la pelota se estrelló contra un jarrón que se hizo añicos. Manchita observaba todo desde un rincón del comedor. Cuando mi madre observó los pedazos de loza, preguntó que había sucedido. Consciente de mi falta, temeroso de un castigo decidí buscar una treta. “La culpa fue de Manchita. Por los truenos, se escondió debajo de la mesa y tiró el jarrón”. Mi madre dijo: “Qué raro un gato tan miedoso” y luego me pidió que la ayudara a juntar los trozos. Pero la historia no terminó allí. A la noche fui a dormir y Manchita me acompañó al dormitorio. Pero cuando se apagaron las luces, “sentí” que el gato me observaba. Cerraba los ojos, daba vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Imposible aun en la oscuridad, su mirada me seguía. Esos ojos inocentes sabían quién era el verdadero culpable. Recuerdo que esa noche soñé con gatos, pelotas y jarrones. A la mañana siguiente, desperté sobresaltado, Manchita seguía allí. Sin sacarme el pijama, corrí al encuentro de mi madre. Llorando, le conté mi falta “el jarrón lo rompí yo, no el gato. Él lo sabe y no deja de mirarme”. Mamá se compadeció de mi angustia. Me explicó que los ojos de los gatos siempre brillan en la oscuridad. Como nuestra conciencia que brilla como un faro y nos señala el camino cuando obramos mal. Comprendí que la mirada que “sentía” no era la de mi mascota, sino la de mi propia conciencia. Aunque seguí siendo un niño muy travieso, jamás volví a culpar a otro de mis “diabluras”. Fuente: Mi infancia en el Recuerdo Autor: Abel Echagüe
  • 20. RELATO Valor: Compasión – solidaridad - servicialidad Edad sugerida: desde 5 años. Una vez Dios vino a los sueños de un niño y le dijo: “Te quiero mostrar qué es el infierno y qué es el cielo. Ven conmigo” Juntos entraron en una habitación con una larga mesa y mucha gente sentada alrededor. En el centro de la mesa había una olla con un guiso delicioso. El niño se deleitó con solo sentir su aroma. Sin embargo, toda la gente sentada a la mesa estaba padeciendo hambre. Se los veía grises y desesperados. Entonces el niño vio cuál era el problema. Las cucharas para servirse el guiso eran tan largas, que no les alcanzaba el largo del brazo para llevárselas a la boca, y cada vez que intentaban comer, se les caía todo el guiso al suelo. Esto realmente es el infierno, pensó el niño para sí. Dios lo llevó entonces a otra habitación, exactamente igual a la primera: la misma mesa, el mismo guiso, las mismas cucharas. Pero aquí la gente estaba muy feliz y sonriente. Todos estaban también muy bien alimentados. El niño miró a Dios sin entender porqué estaban todos tan contentos en esta habitación. Entonces, Dios le dijo: - “Mi niño, esta habitación es el cielo, porque aquí las personas aprendieron a darse de comer unos a otros.” Anónimo
  • 21. LA CUERDA DE LA VIDA Valor: confianza – fe - devoción Edad sugerida: 6 años en adelante Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde. Y más tarde. No se preparó para acampar, sino que siguió subiendo decidido a llegar a la cima, hasta que se hizo la oscuridad. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, resbaló y se desplomó por los aires… Caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo… y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo partió en dos… Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. Después de un momento de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas: -“¡¡¡Ayúdame Dios mío!!!...” De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: “¿QUÉ QUIERES QUE HAGAS, HIJO MÍO?” - “Sálvame, Dios mío” - “¿REALMETE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?” - “Por supuesto, Señor” - “ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE…” Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó… Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron a un alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda…A TAN SOLO DOS METROS DEL SUELO… Anónimo.
  • 22. UNA HISTORIA PARA PENSAR Valor: autoconocimiento – buena administración Edad sugerida: 5 años en adelante Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó: -¿Cuántas piedras creen que caben en el frasco? Después de que los asistentes hicieran conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó: -¿Está lleno? Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió: -¿Está lleno? Esta vez los oyentes dudaron: tal vez no. -¡Bien! Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava. -¿Está lleno? Preguntó de nuevo. No! exclamaron los asistentes. -Bien, dijo, y tomó una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba. -Bueno, ¿Qué hemos demostrado?, preguntó. Un alumno respondió: -Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas. -No!, concluyó el experto: lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.¿Cuáles son las piedras grandes en tu vida?¿Un proyecto que deseas hacer funcionar? ¿Tiempo con tu familia? ¿Tu fe o tu educación? ¿Encontrar a alguien especial? ¿Alguna causa que desees apoyar? ¿Enseñar lo que sabes a otros? Recuerda poner estas piedras primero, o luego no encontrarás un lugar para ellas. Así que hoy a la noche, o mañana al despertar, cuando te acuerdes de esta pequeña anécdota, pregúntate a ti mismo cuáles son las piedras grandes en tu vida y corre a ponerlas primero en tu jarro. Anónimo. UN CORAZÓN CAPAZ DE ESCUCHAR Valor: AMOR-nobleza-lealtad
  • 23. Edad Sugerida: 7en adelante Lunes por la tarde. Yo estaba solo en la oficina cuando un joven de unos 18 o 20 años llamó a la puerta. Lo invité a pasar, pero no respondió. Se lo veía parado en el medio del umbral, con la cabeza inclinada hacia adelante. Me acerqué y reiteré la invitación. El joven comenzó a caminar despaciosamente y se ubicó frente a mi escritorio. Por mi parte tomé una silla y la ubiqué junto a él, que continuaba de pie. Pensé que traería algún problema y prefería manifestarle mi cercanía. - Me sentaré aquí para escucharte, le dije. No respondió nada, ni una palabra, ni un gesto. Nada. Continuó con la vista fija en el piso. - ¿En qué puedo servirte? ¿Te pasa algo? ¿Necesitas alguna cosa? El silencio fue su única respuesta. Sin embargo, no puedo decir qué había un clima tenso. No. Había, eso sí, un “algo” de misterio, que me exigía mucho respeto. Los minutos pasaban y sólo se movían las cortinas de la ventana por una suave brisa. Todo estaba como detenido en el silencio. De pronto el joven gira sobre sí mismo y se dirige a la puerta con aparente ánimo de irse. Le puse la mano sobre el hombro y le pregunté: - ¿Cómo te llamas? Cuando le había puesto la mano sobre el hombro se había detenido, levantando la cabeza, y con un tono de voz audible, respondió: - Orlando. Y se fue. Esa misma tarde, después de la celebración de Misa, otro joven me pidió que rezara por un amigo suyo que estaba sufriendo. Sólo le pregunté si podía decirme su nombre para encomendarlo al Amor de Dios. - Se llama Orlando y está solo en el mundo: en un accidente acaban de morir sus padres y sus tres hermanos. Comprendí que se trataba del mismo muchacho que había estado conmigo. Sólo me quedaba rezar. Al día siguiente y casi a la misma hora Orlando volvió. Todo fue semejante al día anterior, pero esta vez mantuve la mano sobre su hombro y le dije: - No necesito que me digas nada. Te comprendo y quiero unirme a tu sufrimiento. Te quiero a ti y te respeto. Estoy a tu disposición. Nos quedamos sentados durante un largo rato. Esto se repitió, con mínimas variantes durante cinco días. El sábado no vino. El domingo lo vi en Misa, con la cabeza baja, sin mirar a nadir. El lunes volvió, fijó sus grandes ojos en los míos, intentó una sonrisa, se sentó y comenzó a hablar: - Vengo porque encontré en usted un corazón que escuchó lo que dije a través de mi silencio, ese silencio que fue un intenso grito de dolor. Y se explayó largamente. Yo comprendí, por primera vez en mi larga vida, que no es hablando mucho cómo se entiende y se ama a los demás. Comprendí la riqueza del tiempo usado a favor del silencio. Comprendí la grandeza, la nobleza y la lealtad de aquellos corazones que saben escuchar más allá de las palabras. Mons. Dr. José Luis Kaufmann EL SABIO Y EL NIÑO Valor: inteligencia – creatividad - curiosidad Edad sugerida: 5 años en adelante
  • 24. En el lejano oriente había un sabio. Este hombre tenía la sabiduría en plenitud. Había dedicado toda su vida a tener esa sabiduría. Pero en el mismo lugar también había un niño. Este niño quería engañar al viejito sabio. Y para conseguirlo, tomaba diferentes objetos entre sus manitas, iba con el sabio y le decía: - Haber, viejillo sabio, ¿qué tengo entre mis manos?. El sabio, con mucha paciencia le decía: - Sabes, tienes una piedrita roja. El niño comenzó a desesperarse porque cada vez que se presentaba con este sabio, le adivinaba las cosas que tenía entre las manos: - Tienes una canica. - Tienes una luciérnaga. - Tienes una bolita blanca. Pero en una ocasión que el niño salía de estar con el sabio pensó. Tengo que engañar a este sabio. Yo sé que no es sabio, pero, cómo le hago. ¡Ya sé! Buscaré un árbol y me subiré a él. Es lógico que en ese árbol encuentre un nido, pues bien, buscaré el nido. Obviamente en ese nido tendrá que haber pajaritos, pues bien, tomaré un pajarito entre mis manos e iré con el sabio y le preguntaré: haber, viejillo sabio, ¿qué tengo entre mis manos?. Como él dice que es un sabio me dirá: tienes un pajarito. Entonces yo le preguntaré: ¿está vivo o muerto?. Si él me dice, está vivo, lo voy a comenzar a apretar hasta matarlo, abriré las manos y le diré, no, mira está muerto. Pero si me dice, está muerto, entonces abro las manos y le digo, no, mira está vivo. Ante estos pensamientos el niño se pone muy contento por poder engañar al sabio. Y cuando a los niños se les mete algo en la cabeza perseveran hasta lograrlo, así es que el pequeño busca el árbol, encuentra el nido, también encuentra el pajarito, lo toma entre sus manos y… - A ver viejillo sabio, ¿qué es lo que tengo entre mis manos?. El viejito le responde: - Sabes, tienes un pajarito. El niño se pone contento por ver que el plan va viento en popa. Y le dice: - es cierto. Yo sé que tú eres un sabio grande, que nada es imposible para ti, que nadie en la tierra tiene esa sabiduría que sale por tus mismos poros, pero dime: ¿está vivo o muerto?. El viejito sabio, conservando su serenidad, le dice: LA DECISIÓN ES TUYA. Anónimo EL VIEJO JEEP
  • 25. Valor: solidaridad-gratitud-alegría Edad sugerida: 5 años a más Vivíamos en la región de Bernardo de Irigoyen. Mi esposo nacido en Puno, República del Perú, decidió un día, luego de ejercer unos años de medicina, regresar de visita a su lugar de origen. En ese entonces ya estaban nuestros tres hijos y con nosotros convivía mi madre, oriunda de Cerro Corá. Ella nos acompañó hasta Posadas, ciudad ésta desde donde partiríamos a Buenos Aires. Mi madre dejaba la zona de Barracón con un hondo sentimiento de nostalgia. Este primer tramo lo hicimos en un viejo jeep, cuyas puertas traseras se abrían en dos hojas. Habíamos salido de noche, una luna enorme nos acompañaba desde lo alto. Habíamos hecho unos ochenta kilómetros en nuestro legendario vehículo, frente al cual cruzaban, en ese entonces: liebres, cuises y venados, cuando en un instante dado la abuela notó que se habían abierto las puertas traseras y que una gran claridad iluminaba el pequeño ámbito de la carrocería. Al parar la marcha, mi esposo se dio cuenta de que habíamos perdido la rueda de auxilio y que las cuatro gomas ya muy gastadas, en cualquier momento podían requerir de ese neumático. Regresamos y ¡Oh, sorpresa!, aquellos camioneros de ayer nos sorprendieron con el gesto: -nosotros lo veníamos siguiendo y pudimos juntar las cosas que caían, entre ellas la rueda de auxilio y este loro que se quedó aleteando y gritando en el camino-. Hubo un instante de risas y alegrías compartidas. Cuando el camión se alejó, dijimos: ¡ésto es Misiones y ésta es la gente del camino!- Anónimo. UN EXTRAÑO COMPORTAMIENTO Valor: AMOR-gratitud-reconocimiento Edad sugerida: 6 años en adelante Leo y Ana eran una pareja común. Vivían en una casa común en una calle común. Como cualquier otra pareja común, luchaban por llegar a fin de mes y hacer lo mejor posible para sus hijos. Eran comunes también en otro sentido: tenían sus peleas. Y cada cual le echaba la culpa al otro de sus desavenencias matrimoniales.
  • 26. Un día, se produjo un hecho extraordinario. Leo le dijo a Ana: - Quiero darte las gracias por haber llenado todos estos años la cómoda, con ropa interior limpia y planchada. Ana miró a su marido muy extrañada. - ¿Qué quieres, Leo? - Nada, contestó. Sólo quiero que sepas que lo aprecio. Ana olvidó el incidente hasta algunos días más tarde, cuando Leo le dijo: Ana, gracias por anotar los números de los cheques en el libro de este mes. Pusiste las cifras correctas en quince de los dieciséis montos. Es un récord. Sin creer lo que oía, Ana levantó la vista de la costura y comentó: - Leo, siempre te quejas de que anoto mal los números de los cheques. ¿Qué pasa ahora? - Sólo quería que supieras que valoro el esfuerzo que estás haciendo, manifestó Leo. Ana no entendía lo que pasaba. No obstante, al día siguiente cuando Ana hizo el cheque en el almacén, miró su chequera para confirmar que había escrito correctamente el número de cheque y pensó: ¿porqué diablos ahora me preocupo tanto por esos tontos números de cheques? Trató de minimizar el incidente, pero la extraña conducta de Leo se intensificó. Y así una noche dijo: -Ana, fue una comida excelente. Aprecio sinceramente todo tu esfuerzo. En los últimos 15 años, apuesto a que preparaste más de 14 mil comidas para mí y los chicos. Al día siguiente expresó: -Qué bueno, Ana, la casa está espléndida. Realmente has trabajado mucho para tenerla así. Y en otra oportunidad manifestó: -Gracias, Ana, por ser como eres. Realmente me encanta tu compañía. Ana estaba cada vez más preocupada. -¿Dónde quedó el sarcasmo y la crítica? Se preguntaba. Sus temores de que algo raro le ocurría a su marido fueron confirmados por Celia, su hija de dieciséis años que dijo: -Papá se volvió loco, mamá. Acaba de decirme que estoy linda. Con todo este maquillaje y esta ropa desaliñada, lo dijo igual. Ese no es papá. ¿Qué le pasa? Fuere lo que fuere, Leo no lo superaba. Al cabo de varias semanas, Ana se acostumbró más al comportamiento inusual de su marido y ocasionalmente le respondía con un rencoroso “gracias”. Hasta que un día ocurrió algo tan peculiar que la descolocó del todo. - Quiero que te tomes un descanso, dijo Leo. Yo cocinaré y lavaré los platos. Después de una pausa, Ana atinó a contestar: -Gracias. Muchas gracias, Leo. La auto-confianza de Ana comenzó a afirmarse y cada tanto incluso tarareaba mientras hacía las cosas de la casa. Ya no se ponía de mal humor tan seguido. –Me gusta la nueva actitud de Leo, pensaba. Ese sería el fin de la historia si no fuera porque un día ocurrió otro hecho extraordinario. Esta vez la que habló fue Ana: -Leo, quiero darte las gracias por trabajar y por habernos mantenido todos estos años. Creo que nunca te dije lo mucho que lo valoro. Leo nunca reveló el motivo de su rotundo cambio de comportamiento y tal vez siga siendo uno de los misterios de la vida. Testimonio anónimo. FABRICANDO UN PADRE Valor: amor, entrega, belleza, perdón Edad Sugerida: 7 años en adelante
  • 27. En el taller más extraño y sublime conocido, se reunieron los grandes arquitectos, los afamados carpinteros y los mejores obreros celestiales que debían fabricar el padre perfecto: “Debe ser fuerte”, comentó uno. “También debe ser dulce”, comentó otro experto. “Debe tener firmeza y mansedumbre: tiene que saber dar buenos consejos”. “Debe ser justo en momentos decisivos, alegre y comprensivo en los momentos tiernos”. “¿Cómo es posible –interrogó un obrero- poner tal cantidad de cosas en un solo cuerpo?” “Es fácil”, contestó el ingeniero. “Sólo tenemos que crear un hombre con la fuerza del hierro y que tenga corazón de caramelo”. Todos rieron ante la ocurrencia y se escuchó una voz (era el Maestro, dueño del taller del cielo): “Veo que al fin comienzan –comentó sonriendo- no es fácil la tarea, es cierto, pero no es imposible si ponen interés y amor en ello”. Y tomando en sus manos un puñado de tierra, comenzó a darle forma. “¿Tierra? –preguntó sorprendido uno de los arquitectos- ¡Pensé que lo fabricaríamos de mármol, o marfil o piedras preciosas!”. “Este material es necesario para que sea humilde” –le contestó el Maestro. Y extendiendo su mano sacó de las estrellas oro y lo añadió a la masa. “Esto es para que en pruebas brille y se mantenga firme”. Agregó a todo aquello, amor, sabiduría, le dio forma, le sopló de su aliento y cobró vida, pero… faltaba algo, pues en su pecho le quedaba un hueco. “¿Y qué pondrás ahí?” – preguntó uno de los obreros-. Y abriendo su propio pecho, y ante los ojos asombrados de aquellos arquitectos, sacó su corazón, y le arrancó un pedazo, y lo puso en el centro de aquel hueco. Dos lágrimas salieron de sus ojos mientras volvía a su lugar su corazón ensangrentado. “¿Por qué has hecho tal cosa?”. – le interrogó un ángel obrero- Y aún sangrando, le contestó el Maestro: “Esto hará que me busque en momentos de angustia, que sea justo y recto, que perdone y corrija con paciencia, y sobre todo, que esté dispuesto aún al sacrificio por los suyos y que dirija a sus hijos con su ejemplo, por que al final de su largo trabajo, cuando haya terminado su tarea de padre allá en la tierra, regresará hasta mí. Y satisfecho por su buena labor, yo le daré un lugar aquí en mi reino. Le extenderé mi mano, descansará en mi pecho y tendrá Vida Eterna. Pues yo también soy Padre y por él, por su bien, para otorgarle vida, me arranqué del corazón un pedazo de amor y lo puse en su pecho. Para que a mi regreso, guiado por la sangre que derramé por él en una cruz, para darle perdón, para mostrarle que aunque es duro ser padre, cuando extiendes tus brazos y perdonas, la recompensa es vida, gozo y amor eterno”. Autor desconocido. LA CARPINTERÍA Valor: autoconocimiento-confianza-unidad Edad sugerida: 6 años en adelante
  • 28. Asamblea en la carpintería. Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darles muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera, siempre tenía fricciones con los demás. Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás. En eso entro el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un hermoso mueble. Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: “Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos”. La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad y orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos. Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos. Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos. Anónimo. YO ERA ESE MUCHACHO Valor: Amor-paciencia-perseverancia Edad sugerida: 8 años a más
  • 29. Durante el transcurso de una conferencia, un Obispo se refería a un maestro de una escuela Dominical, quien empezó sus clase en una villa miseria. Con la mejor de las intenciones, juntó a todos los niños pobres, les habló del amor de Dios y los inspiró a vivir una vida hermosa. Encontrando sus ropas sucias, rotosas y desgarradas, les dijo: “Yo les conseguiré ropa nueva. Deberán usarlas todos los Domingos por la mañana cuando vengan a clase”. Cada niño recibió una hermosa vestimenta. El domingo siguiente, encontró que uno de los niños faltaba. Hizo algunas averiguaciones y se les dijo que este niño era un jugador. Que seguramente habría vendido la ropa para conseguir dinero para el juego. El maestro Dominical fue en busca del niño, lo encontró y le entregó otro juego de ropas. El niño atendido las clases Dominicales por unas dos o tres semanas, desapareciendo otra vez. El maestro encontró que el niño había vendido nuevamente su ropa y había perdido el dinero en el juego. Otra vez, fue al niño, y con amor lo encontró, hablándole con ternura. Le dijo, “Olvida lo ocurrido. Toma esta ropa nueva, y trata de ser regular en tu asistencia a las clases Dominicales”. Esto se repitió como trece veces. Por lo menos doce veces el niño vendió la ropa, pero la paciencia del maestro no se había agotado. Su amor no tenía fronteras, incuestionable, incondicional, no demandaba ninguna explicación; no necesitaba ninguna disculpa. Una transformación fue labrada. El niño dio vuelta la hoja a una página nueva. El amor del maestro transformó al niño y lo hizo nuevo. El Obispo concluyó su conferencia con las palabras, “Yo sé que esto es cierto, porque yo era ese niño!”. Es el amor que reclama. Es el amor que transforma. Sermones o conferencias no llegan al corazón de la gente, el poder del amor sí. Anónimo BUSCANDO A BUDA Valor: devoción, fe Edad sugerida: 7 años en adelante
  • 30. BUDA peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos se decían sus discípulos y hablarles acerca de la Verdad. A su paso, la gente que creía en sus decires venía por cientos para escuchar su palabra, tocarlo o verlo, seguramente por única vez en sus vidas. Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de Vaalí, cargaron sus cosas en sus mulas y emprendieron el viaje que llevaría, si todo iba bien, varias semanas. Uno de ellos conocía menos la ruta a Valí y seguía a los otros en el camino. Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió. Los monjes apuraron el paso y llegaron al pueblo donde buscaron refugio hasta que pasara la tormenta. Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de un pastor, en las afueras. El pastor le dio abrigo y techo y comida para pasar la noche. A la mañana siguiente, cuando el monje estaba dispuesto a partir fue a despedirse del pastor. Al acercarse al corral, vio que la tormenta había espantado las ovejas del pasto y que éste trataba de reunirlas. El monje pensó que sus cofrades estarían dejando el pueblo y si no salía pronto, los demás se alejarían. Pero él no podía seguir su camino, dejando a su suerte al pastor que lo había cobijado. Por ello decidió quedarse con él hasta juntar el ganado. Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso redoblado, para tratar de alcanzar a sus compañeros. Siguiendo la huella de los demás, paró en una granja a reponer su provisión de agua. Una mujer le indicó donde estaba el pozo y se disculpó por no ayudarlo, pero debía seguir con la cosecha. Mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le contó que tras la muerte de su marido, era difícil para ella y sus pequeños hijos llegar a recoger la cosecha antes de que se pudriera. El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha a tiempo, pero también supo que se quedaba, perdería el rastro y no podría estar en Vaalí cuando Buda arribara a la ciudad. Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría unas semanas en Vaalí. La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje retomó su marcha… En el camino se enteró que Buda ya no estaba en Vaalí. Había partido hacia otro pueblo más al norte. El monje cambió su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado. Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el camino tuvo que salvar a una pareja de ancianos que eran arrastrados corriente abajo y no hubieran podido escapar de una muerte segura. Solo cuando los ancianos estuvieron recuperados, se animó a continuar su marcha sabiendo que Buda seguía su camino. …Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda…y cada vez que se acercaba, algo sucedía que retrasaba su andar. Siempre alguien que necesitaba de él, evitaba, sin saberlo, que el monje llegara a tiempo. Finalmente se enteró que Buda había decidido ir a morir a su ciudad natal. Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero morirme sin haber visto a Buda, no puedo distraer mi camino. Nada es más importante ahora que ver a Buda antes de que muera. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás, después. Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino. La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en medio del camino. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de tragar el aire, que cada vez le faltaba más. Alguien debía quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi camino. Pero no había nadie a la vista.
  • 31. Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua y comida al alcance del hocico y se levantó para irse. Solo llegó a hacer dos pasos. Inmediatamente se dio cuenta de que no podría presentarse ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso moribundo. Así que descargó su mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante toda la noche veló sus sueños como si cuidara a un hijo. Le dio de beber en la boca y cambió paños sobre su frente. Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado. El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró…Finalmente, había perdido también su última oportunidad. - Ya nunca podré encontrarte – dijo en voz alta. - No sigas buscándome- le dijo una voz que venía desde sus espaldas- porque ya me has encontrado. El monje giró y vio como el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda. - Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo… y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda no puede morir mientras hayan algunos como tú, que son capaces de seguir mi camino por años, sacrificando sus deseos por las necesidades de otros. Eso es Buda y Buda está en ti. Jorge Bucay EN EL ANDÉN DE LA VIDA Valor: auto-control, respeto, cortesía Edad sugerida: 6 años en adelante
  • 32. Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletitas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. Como respuesta, el joven tomó otra gallera y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora, ya enojada, tomó una nueva galleta, y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. “No podrá ser tan caradura”, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma, el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco. -“¡Gracias! – dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad.- “De nada” –contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida. La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: “¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de nuestro mundo ¡”. Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto. ¡Cuántas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones! Anónimo. COMO PAPEL ARRUGADO
  • 33. Valor: no violencia, abstención de dañar Edad Sugerida: 5 años en adelante Mi carácter impulsivo, cuando era niño, me hacía reventar en cólera a la menor provocación. La mayor parte de las veces, después de uno de estos incidentes me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado. Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo: ¡Estrújalo! Asombrado, obedecí e hice una bolita con él. Ahora, volvió a decirme, déjalo como estaba antes. Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas. El corazón de las personas, me dijo el maestro, es como ese papel…La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues. Así aprendí a ser más comprensivo y más paciente, cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado. La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar, más cuando lastimamos con nuestras reacciones o nuestras palabras. Luego queremos enmendar el error pero ya es tarde. Alguien dijo una vez: “Habla cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio”. Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos en la cara del otro palabras llenas de odio y rencor, y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos. Pero no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó grabado. Muchas personas dicen: “Aunque le duela se lo voy a decir…”, “la verdad siempre duele…”, “no le gustó porque el dije la verdad…”, etc. Si sabemos que algo va a doler, a lastimar, si por un instante imagináramos cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara o actuara así… ¿lo haríamos? Otras personas dicen ser frontales y de esa manera se justifican al lastimar: “se lo dije al fin… para qué le voy a mentir… yo siempre digo la verdad aunque duela…” Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar, si frente a nosotros estuviéramos sólo nosotros y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos ¿no? Entonces sí que nos esforzaríamos por dar lo mejor y por analizar la calidad de lo que vamos a entregar. Autor desconocido. MILAGROS Valor: comprensión-reconocimiento-fe Edad sugerida: 7 años en adelante
  • 34. Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque; un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante alumno del sabio. Terrateniente: “Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa y que inclusive puedes hacer milagros.” Sabio: “Soy una persona vieja y cansada… ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?”. Terrateniente: “Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos… esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso”. Sabio: “¿Te referías a eso?... Tú lo has dicho, esos milagros dolo los puede hacer alguien muy poderoso… no un viejo como yo. Esos milagros los hace Dios, yo solo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego, y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo”. Terrateniente: “Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces… muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios”. Sabio: “¿Esta mañana volvió a salir el sol?”. Terrateniente: “Sí, claro que sí!!”. Sabio: “Pues ahí tienes un milagro… el milagro de la luz”. Terrateniente: “No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua a una piedra… mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas”. Sabio: “¿Quieres un verdadero milagro? No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?”. Terrateniente: “Sí!! Fue varón y es mi primogénito”. Sabio: “Ahí tienes el segundo milagro… el milagro de la vida”. Terrateniente: “Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro…” Sabio: “¿Acaso no estamos en época de cosecha?, no hay trigo y sorgo donde hace unos meses sólo había tierra?”. Terrateniente: “Sí, igual que todos los años”. Sabio: “Pues ahí tienes el tercer milagro… “ Terrateniente: “Creo que no me he explicado. Lo que yo quiero…” (el sabio lo interrumpe) Sabio: Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti… Si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer”. Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el sabio y su alumno, el sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado… Joven: “Maestro te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿Por qué te negaste a mostrarle uno al caballero?, ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo?”. Sabio: “Lo que el buscaba no era un milagro, sino un espectáculo. Le mostré 3 milagros y no pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido”. Anónimo. LOS TRES COSMONAUTAS Valor: No violencia-hermandad-respeto
  • 35. Edad sugerida: 9 años en adelante Había una vez en la Tierra. Y había una vez en Marte. Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo y alrededor había millones de planetas y galaxias. Un buen día partieron de la Tierra, desde tres puntos distintos, tres cohetes. En el primero iba un norteamericano, que silbaba muy alegre un motivo de jazz. En el segundo iba un ruso, que cantaba con voz profunda: “Volga, Volga”. En el tercero iba un negro que sonreía feliz, con dientes muy blancos en su cara negra. Los tres querían llegar primero a Marte para demostrar quien era el más valiente. El norteamericano, en efecto, no quería al ruso, y el ruso no quería al norteamericano, y todo era peor cuando el norteamericano para decir buen día, decía: “How do you do”, y el ruso decía: “.. ….bciyutge” por eso no se comprendían y se creían distintos. De hecho los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo. Llegó la noche. Había en torno a ellos un extraño silencio, y la Tierra brillaba como si fuese una estrella lejana. Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el americano, en la oscuridad, llamó a la mamá. Dijo: “Mamie”. Y el ruso dijo: “Mamá”. Y el negro dijo: “Mbamba”. Pero enseguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos sentimientos. Fue así que se sonrieron, se acercaron, juntos encendieron un buen fueguito, y cada uno cantó canciones de su país. Entonces se armaron de coraje y mientras esperaban el amanecer, aprendieron a conocerse. Por fin se hizo de día, hacía mucho frío. Y de repente, de un grupito de árboles salió un marciano. Era todo verde, tenía dos antenas en lugar de las orejas, una trompa y seis brazos. Los miró y dijo: “¡Grrrrrr!” En su idioma quería decir: ¡Mamita querida! ¿Quiénes son esos seres tan horribles? Pero los terrestres no lo comprendían y creyeron que su grito era un rugido de guerra. Fue así como decidieron espantarlo. Pero de pronto, en el enorme frío del amanecer, un pajarito marciano, que evidentemente se había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y miedo. Piaba desesperado, más o menos como un pajarito terrestre. Daba realmente pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no pudieron contener una lágrima de compasión. En ese momento sucedió algo extraño. También el marciano se acercó al pajarito, lo miró y dejó escapar dos hebras de humo de su trompa. Y los terrestres, de golpe, comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo, como lloran los marcianos. Después vieron que se inclinaba hacia el pajarito y lo alzaba entre sus seis brazos tratando de darle calor. El negro dijo a sus dos amigos terrestres: “¿Se dieron cuenta? Creíamos que este marcianito era distinto de nosotros, pero también ama a los animales, sabe conmoverse, ¡tiene un corazón y seguramente un cerebro!”. “¿Creen todavía que hay que espantarlo?”. No era necesario hacerse esa pregunta. Los terrestres ya habían aprendido la lección. Que dos personas sean distintas no significa que deban ser enemigos. Por lo tanto se acercaron al marcianito y le tendieron la mano. Y él, que tenía seis, le dio la mano a los tres a un mismo tiempo, mientras que con las que le quedaban libres hacía gestos de saludos. Y señalando la Tierra, distante en el cielo, hizo entender que deseaba viajar allá, para conocer a los otros habitantes y estudiar con ellos la forma de fundar una gran república espacial en la que todos se amaran y estuvieran de acuerdo.
  • 36. Los terrestres dijeron que sí entusiasmados. Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un bomboncito. El marciano muy contento, lo tocó con su dedito de luz que lo hizo desaparecer, era su forma de saborearlo. Pero ya los terrestres sonrientes no se escandalizaban más. Habían aprendido que tanto en la Tierra como en los otros planetas, cada uno tiene sus propias costumbres, pero que es solo cuestión de comprenderse los unos a los otros. Y Colo… Colo… Colorín Colorado… este cuento ha finalizado. De Humberto Ecco.
  • 37. LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR Valor: auto-conocimiento, auto-confianza, auto-disciplina Edad sugerida: 8 años en adelante Ese día Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago. Pero la gente vino a él en tal cantidad, que subió a su barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. Jesús le habló de muchas cosas, usando comparaciones o parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del camino: vinieron las aves y se lo comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra, y brotaron enseguida, pues no había profundidad. Pero, apenas salió el sol, los quemó y por falta de raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de los cardos: éstos crecieron y los ahogaron. Otros granos, finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta y otros el treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche”. Extraída de la Biblia LA EXPOSICIÓN
  • 38. Valor: sinceridad, sacrificio, lealtad Edad sugerida: 8 años en adelante Una vez un gran rey preparó una exposición muy particular. Él era amante del arte, la arquitectura, la música, la ciencia u todo tipo de expresiones. Había colocado elementos de todas las variedades y categorías en la exposición, y ésta se abrió para todo el mundo. La entrada era gratuita. El rey incluso hizo otro extraño anuncio. “La gente no sólo puede visitar la exposición en forma gratuita sino que también puede llevarse cualquier objeto que le interese”. Naturalmente, acudieron grandes multitudes de hombres, mujeres y niños, que se llevaban con avidez la mayor cantidad de cosas y artículos que podían. El rey disfrutaba mucho viendo a las personas entrar y salir felices. De pronto, sus ojos se posaron en una joven doncella que observaba muy pacientemente todos los rincones de la exposición, pero estaba por abandonar el lugar sin llevar nada en sus manos. Sin embargo, era la imagen misma de la alegría y la paz. El rey fue hacia ella y le preguntó gentilmente: “Señora, ¿cómo es que ningún objeto te ha atraído? ¿No te ha gustado la exposición? ¿Me lo puedes decir? La doncella replicó graciosamente con firmeza: “Oh, Rey, la exposición es realmente grandiosa. No puede haber otra mejor que ésta, con tanta variedad de artículos. Son realmente hermosos”. “Entonces, ¿por qué no te llevas al menos una o dos cosas?”-preguntó el rey. La doncella le explicó: “Oh, Rey. Los deseos nunca tienen fin. No quiero nada”. El rey dijo: “Mi señora, pide lo que quieras que será tuyo”. La joven, con una tímida sonrisa en sus labios dijo: “Mantendrías tu palabra aunque el deseo fuese realmente extraordinario?” “Por cierto que si” respondió el rey. “En ese caso” replico la joven, “te quiero a ti” El rey mantuvo su palabra y se casó con ella. Al convertirse ahora en esposa del rey, toda la exposición fue de ella. Historia extraída de un discurso de Swami. EN EL HOSPITAL Valor: creatividad, optimismo, bondad Edad sugerida: 6 años en adelante
  • 39. Dos hombres gravemente enfermos ocupaban la misma habitación de un hospital. Uno de ellos podía sentarse en la cama durante una hora cada mediodía a fin de evacuar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro hombre debía pasar sus días tumbado boca arriba. Los dos hombres hablaban durante horas. Hablaban de sus esposas, de su familia, de su casa, de su empleo, de su participación en el servicio militar y de dónde habían estado de vacacio- nes. Y cada mediodía, cuando el hombre de cerca de la ventana podía sentarse, pasaba este tiempo describiendo a su compañero de habitación todo lo que podía ver afuera. El enfermo que debía permanecer postrado empezó a vivir, por estos períodos de una hora en los que su mundo era ampliado y animado por todas las actividades y colores del mundo exterior. La vista de la habitación daba a un parque con un hermoso lago donde patos y cisnes jugaban en el agua mientras que los niños hacían navegar sus barcos en miniatura. Los jóvenes enamorados paseaban enlazados entre las flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles decoraban el paisaje y una hermosa vista de la ciudad se podía percibir en el horizonte. Mientras que el hombre cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, el hombre del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la escena pintoresca. Otro día, el hombre que estaba junto a la ventana describió un desfile que pasaba por allí, ya que el hombre yacente no podía oír la orquesta, pero sí podía verla con el ojo de su imaginación, dada la descripción repleta de matices precisos y poéticos. Una mañana, la enfermera de día descubrió el cuerpo sin vida del hombre que estaba cerca de la ventana, que se había apagado apaciblemente durante su sueño. Entristecida, pidió ayuda para llevarse el cuerpo. En cuanto sintió que era el momento propicio, el otro hombre pidió si el podía ser desplazado al lado de la ventana. La enfermera se alegró de poder complacerle y, después de asegurarse de que estaba confortablemente instalado, le dejó solo. Cerró los ojos y lentamente se alzó sobre un codo para echar un primer vistazo, por fin podría gozar por sí mismo de todo lo que su compañero había sabido describirle tan bien. Una vez incorporado, abrió los ojos y todo lo que sus ojos vieron fue un muro. No podía creerlo. Cuando llegó la enfermera le preguntó: “¿Por qué mi compañero muerto me había descrito tantas maravillas cuando no existía nada?”. “Puede ser que simplemente haya querido darle ánimos, puesto que él era ciego”. EPILOGO: Hay una felicidad inmensa en hacer felices a los otros a despecho de las propias preocupaciones. Las alegrías compartidas son doble gozo y la pena compartida es medio dolor. Si quieres sentirte rico no tienes más que contar todas aquellas cosas que posees y que el dinero no puede comprar. El hoy es un regalo, por eso se llama “presente”. Anónimo ¿USTED ES RICA, SEÑORA? Valor: agradecimiento, aceptación, fe Edad sugerida: 5 años en adelante
  • 40. Los vi muy juntos al otro lado de la puerta fiambrera: eran dos niños con abrigos gastados y raídos. ¿Tiene diarios viejos señora?, me preguntaron. Yo estaba muy ocupada. Iba a decirles que no…pero les miré los pies. Calzaban sandalias muy livianas empapadas por la nieve. Pasen, voy a prepararles una taza de chocolate les dije. Se las serví bien calientes para que pudieran resistir el frío exterior, con tostadas y mermelada. Luego volví a la cocina para continuar con los trabajos domésticos. De pronto me llamó la atención el silencio que reinaba en la sala. Asomé la cabeza. La niña tenía la taza vacía en las manos y la estaba observando. El varón preguntó: ¿Usted es rica, señora? ¿Qué si soy rica? ¡No, Dios mío! Exclamé, echando un vistazo a las gastadas fundas de los sillones. La niña dejó la taza en el platito, con mucho cuidado. Pero sus tazas hacen juego con sus platos. Su voz sonaba a vejez, a un hambre que no estaba en el estómago. Luego se marcharon, apretando sus atados de papeles para protegerlos del viento. No me habían dado las gracias. No hacía falta. Me habían dado algo mucho mejor. ¡Sencillas tazas de loza azul…pero con platitos haciendo juego! Probé las papas y revolví la salsa del estofado. Comida caliente, un techo que me protegía y un marido con empleo seguro. Esas cosas también hacían juego. Seguí con la limpieza de la casa. En la piedra del hogar, se veían aún las huellas lodosas de esas pequeñas sandalias. Las dejé allí. Quiero verlas por si alguna vez olvido lo rica que soy. Marion Doolan. LAS SIMPLES COSAS DE LA VIDA Valor: capacidad de observación, discernimiento
  • 41. Edad sugerida: 6 años en adelante Una vez, un padre de una familia acaudalada lleva a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que su hijo viera cuan pobres eran las gentes del campo. Estuvieron por espacio de un día y una noche completa en una granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo: ¿Qué te pareció el viaje? Muy bonito, Papi. ¿Viste que tan pobre puede ser la gente? Sí ¿Y qué aprendiste? Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega de una pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen estrellas. El patio llega hasta la pared de la casa del vecino, ellos tienen todo el horizonte de patio. Ellos tienen tiempo para conversar y estar en familia; tú y mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo. Al terminar el relato, el padre quedó mudo… y su hijo agregó: ¡Gracias Papi, por enseñarme lo rico que podemos llegar a ser!!! Anónimo EL GALLO Valor: compasión, perdón, respeto a la vida Edad sugerida: 5 años en adelante El correr del tiempo nos retrotrae a la memoria figuras y hechos que están adormecidos en
  • 42. nuestro subconsciente, con tal nitidez como si lo hubiésemos vivido ayer. En nuestro transcurrir en el mundo caben todos los sueños y el candor. Es como la presentación del ángel en el alma de un niño. En el afán de mimar a nuestro hijo Bichín, entonces de dos añitos, mi madre lo instruía en todo lo que a monerías o gracias se refería. En la calma de las vivencias cotidianas, aquellas picardías eran ampliamente festejadas. Así, por ejemplo, saludar al gallo al pasar a su lado. Vivíamos en la provincia de Buenos Aires, en una modesta casa pero eso sí: con un amplio terreno. Mi madre tenía un espacio donde se encerraban todos los misterios, se plantaban las verduras y también se percibía el paso del tiempo en los naranjos y en la flor de los durazneros. En aquel tiempo mi hijo se acercaba al cerco lindero con la vecina e introduciendo la mano por un hueco del tejido de alambre, llamaba a doña María: -Acá vuelvo, María-, le decía a gritos, mientras ella venía presurosa y depositaba un huevo casero en su manito. Bichín regresaba con su pequeña carga, no sin antes solicitar permiso al gallo, para luego hacer el breve tramo. -Emiso, coró-coró-, saludo que pronunciaba en su balbuceante lenguaje. Pero una mañana el gallo, que tenía la misma estatura que mi hijo, amaneció de mal talante, vaya uno a saber qué discusión había tenido con las gallinas del patio. Lo cierto es que, cuando Bichín se detuvo para saludar al rey de la madrugada, éste por toda respuesta le dio un picotazo abriéndole una herida en la mejilla. El chico huyó despavorido dejando caer su huevito y, tremendamente asustado, se puso a llorar en mis brazos, mientras que la sangre manaba como si se le hubiera abierto una canilla. De inmediato le hicimos una pequeña compresa y luego hubo de colocársele tres puntitos. Cuando el padre regresó, casi mata al gallo corriéndolo por el patio para darle su merecido. Cansado de perseguirlo, sentenció por último: -Este gallo está condenado a muerte, no lo quiero ver nunca más por aquí! Por supuesto la orden era contundente y mi compañero, con una enorme rama en las manos, manifestó que no lo mataba ya, porque prefería que lo hiciera mi madre que en definitiva era la dueña del ave. Como mi progenitora estaba encariñada con el gallo, contrató a mi hermano Goyo, que era una persona cargada de bondad. -No me animo a matarlo… -Y entonces, ¿qué hacemos?, porque está sentenciado a muerte, alegó mi madre. Lo cierto es que ambos cavilaron un instante, mientras veían pasar por el frente a un vagabundo, que se quedó parado para observar. Al verlo, mi hermano Goyo, tuvo la solución definitiva que no crearía complejos de culpa e incluso permitía un espacio de rescate, ante la tamaña decisión de mi marido. -No querés?, te regalamos un gallo, es el que tengo en esta bolsa. -Sí, pero, ¿cuánto cuesta?, preguntó el hombre. -Nada, simplemente la señora te regala para que lo comas o lo vendas. El hombre tomó ceremoniosamente la bolsa y se fue caminando muy despacio, mientras decía: -Estos son locos de la guerra, yo ya no entiendo más nada… Lo que nunca supo el vagabundo era que el gallo estaba sentenciado a muerte y que justo con él, había llegado el indulto, no se sabe si por la mano de Dios, o de los duendes que protegen a los animales de la tierra. Andrea G. de Mestas Núñez. LA BELLEZA Y LA FEALDAD
  • 43. Valor: autenticidad, auto-confianza, coherencia Edad sugerida: 8 años en adelante Cierto día se encontraron a la orilla del mar la Belleza y la Fealdad. Decididas a darse un baño, se quitaron sus ropajes y se sumergieron en las aguas del mar. Después de un rato, la Fealdad salió del agua, se vistió con la ropa de la Belleza y siguió su camino. Cuando salió la Belleza, no pudiendo encontrar sus ropajes y siendo muy tímida para caminar desnuda, se vistió con los de la Fealdad y continuó también su camino. Desde aquel momento los seres humanos las confunden y mezclan una con otra. Sin embargo, hay personas que han contemplado la cara de la Belleza y la reconocen sin importarles los ropajes que lleve puestos. Y hay quienes reconocen la cara de la Fealdad sin dejarse engañar por los ropajes que lleve. K. Gibran. EL JUEZ ABRAZADOR Valor: amabilidad, alegría, entrega Edad sugerida: 6 años en adelante
  • 44. Lee Shapiro es un juez jubilado. También es una de las personas más cariñosas que conocemos. En un momento de su carrera, Lee se dio cuenta de que el amor es el poder más grande que existe. Como consecuencia de ello, Lee se convirtió en un abrazador. Empezó a ofrecerle a todo el mundo un abrazo. Sus colegas lo apodaron “el juez abrazador”. El adhesivo de su auto dice: “¡No me fastidies! ¡Abrázame!” Hace unos seis años, Lee creó lo que llamó su “Equipo para abrazar”. En el exterior se lee “Un corazón para un abrazo”. El interior contiene treinta corazoncitos rojos bordados con un adhesivo atrás. Lee sale con su equipo de abrazador, se acerca a las personas y les ofrece un corazón rojo a cambio de un abrazo. Lee se ha hecho tan famoso con esto que muchas veces lo invitan a pronunciar el discurso de apertura de conferencias y convenciones donde comparte su mensaje de amor incondicional. En una conferencia en San Francisco, los medios de comunicación locales lo desafiaron diciendo: “Es fácil dar abrazos aquí en la conferencia a gente que optó personalmente por estar aquí. Pero esto nunca podría dar resultado en el mundo real”. Desafiaron a Lee a que diera algunos abrazos en las calles de San Francisco. Seguido por un equipo de televisión de la estación local, Lee salió a la calle. Se acercó a una mujer que pasaba. “Hola, soy Lee Shapiro, el juez abrazador. Estoy dando estos corazones a cambio de un abrazo”. “Claro”, respondió ella. “Demasiado fácil”, opinó el animador local. Lee miró a su alrededor. Vio a la empleada del parquímetro que estaba viéndoselas de figurillas con el dueño de un BMW al que le estaba haciendo una multa. Caminó hacia ella, con el equipo televisivo detrás y dijo: “Tengo la impresión de que podría usar un abrazo. Soy el juez abrazador y aquí estoy para ofrecerle uno”. Ella aceptó. El locutor de la televisión lanzó su último desafío. “Mire, ahí viene un ómnibus. Los conductores de San Francisco son los hombres más duros, mezquinos y malhumorados de la ciudad. Veamos si logra que éste lo abrace”. Lee aceptó el reto. Cuando el autobús frenó cerca de la curva, Lee dijo: “Hola, soy Lee Shapiro, el juez abrazador. Este trabajo ha de ser sin dudas uno de los más estresantes del mundo. Yo ofrezco abrazos a la gente para aliviar un poco la carga. ¿Le gustaría uno?” el conductor de 1,86 m y 115 kg. Se levantó del asiento, bajó y dijo: “¿Por qué no?” Lee lo abrazó, le dio un corazón y se despidió cuando el ómnibus arrancó. El equipo de TV se quedó sin habla. Finalmente, el locutor dijo: “Debo admitir que estoy muy impresionado”. Un día, Nancy Johnston, amiga de Lee, se apareció en su puerta. Nancy es payaso profesional y llevaba puesto su traje, con maquillaje y todo. “Lee, toma varios de tus equipos para abrazar y vamos al hogar para discapacitados”. Cuando llegaron al hogar, empezaron a dar sombreros, corazones y abrazos a los pacientes. Lee se sentía incómodo. Nunca había abrazado a enfermos terminales, gravemente retardados o cuadripléjicos. Era en verdad una tortura. Pero después de un rato, Nancy y Lee lograron reunir una comitiva de médicos, enfermeras y ordenanzas que empezaron a seguirlos de una sala a otra. Después de varias horas, ingresaron a la última sala. Eran treinta y cuatro de los peores casos que Lee había visto en su vida. Era algo desesperante. Pero, fieles a su compromiso de compartir su amor y entregar algo, Nancy y Lee empezaron a avanzar por la sala seguidos por la comitiva de miembros del personal médico, todos los cuales llevaban ahora corazones en el cuello y sombreros en la cabeza. Finalmente, Lee llegó a la última persona, Leonard. Tenía puesta una bata blanca en la que babeaba. Lee vio cómo mojaba Leonard su bata y dijo: “Vamos, Nancy, no hay forma de llegar a esta persona”. Nancy respondió: “Pero Lee, es un humano también, ¿no?”. Luego de lo cual le colocó un sombrero divertido en la cabeza. Lee sacó uno de sus corazoncitos rojos y lo prendió en la bata de Leonard. Respiró hondo, se inclinó y lo abrazó. De repente, Leonard empezó a chillas: “¡Eeeeeh, ehhhhh!”. Algunos de los otros pacientes en la sala también empezaron a golpear cosas. Lee se volvió hacia el personal tratando de obtener alguna
  • 45. explicación y lo que descubrió fue que todos los médicos, enfermeras y ordenanzas estaban llorando. Lee preguntó qué ocurría a la jefa de enfermeras. Lee nunca olvidará lo que respondió: “Es la primera vez en veintitrés años que vemos sonreír a Leonard”. Qué simple es cambiar algo en la vida de otros. Jack Canfield y Mark V. Hansen. EL HOMBRE DE LOS SÁNDWICHES Valor: Amor, entrega, caridad, compasión