1. LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO
Don de Consejo.
Consejo es un acto de la prudencia, que prescribe la consideración y la elección de medios
para llegar a un fin (2).
Así, pues, el don de consejo atiende a la dirección de las acciones particulares. Es una luz
por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias
presentes. Lo que la sabiduría, la fe y la ciencia enseñan en general, el don de consejo lo
aplica en particular. Por lo tanto, es fácil comprender su necesidad, puesto que no basta
saber si una cosa es buena por si misma, sino que es necesario juzgar si es buena también
en las circunstancias presentes, y si es mejor que otra y más propia para el fin que se
pretende. Y todo esto se conoce por el don de consejo.
Sucederá alguna vez que, queriendo deliberar sobre lo que debemos hacer, nos parecerá
una cosa, incluso a la luz sobrenatural, mejor y más perfecta, y puede ser que
efectivamente lo sea por si misma. Pero, no obstante, de su ejecución se seguirán grandes
inconvenientes, peligros o faltas, que no hubiesen sucedido si hubiéramos elegido otra
cosa que, aunque menos perfecta, hubiese sido mejor porque no hubieran resultado Las
malas consecuencias de La otra que nos parecía mejor. La conducta más segura es la que
se recibe del Espíritu Santo por el don de consejo, y no debíamos de seguir ninguna otra.
Primero,, porque al seguiría podemos estar seguros de andar por los caminos de Dios y de
su divina Providencia.
Segundo, porque es el medio de acertar siempre, siendo el Espíritu Santo La regia infalible
tanto de nuestras acciones como de nuestros conocimientos. s.
Tercero,, porque esta dependencia del Espíritu Santo hace que vivamos con una gran paz,
sin inquietudes ni cuidados, como los ojos de un príncipe que no se preocupan ni de su
alimento, ni de su modo de vivir, ni de nada de lo que con su bienestar se relacione,
dejándolo todo al cuidado de su padre.
Este don lo comunica el Espíritu Santo más o menos, según La fidelidad con que se
corresponda. AI que le comunique poco, si es fiel en usar bien este poco, puede estar
seguro que recibirá más, hasta que esté lleno en La proporción de su capacidad es decir,
hasta que tenga tanto como le hace falta para cumplir los designios de Dios y Llevar a cabo
los deberes de su empleo y de su vocación. Pues se juzga con razón, que una persona está
Llena del espíritu de Dios cuando realiza suficientemente todas Las funciones de su
estado.
Nosotros, que hemos sido llamados a una Orden apostólica, en la que la acción y la
contemplación deben ir unidas, podemos aspirar, sin presunción, a un grado más elevado
tanto en la vida activa como en la contemplativa. Pues no puede llamarse vanidad el que
cada uno aspire, a la perfección de su estado y al cumplimiento de los designios de Dios en
toda La amplitud de su vocación.
2. Para esto, y porque nuestra vida activa es casi continua, necesitamos de un extraordinario
don de consejo: si nos falta este don del Espíritu Santo, no haremos nada que no vaya
lleno de defectos y toda nuestra conducta será puramente humana. No obraremos más
que por principios de una destreza natural o por una prudencia adquirida. No seguiremos
sino Las invenciones de nuestro espíritu que, comúnmente, son contrarias al espíritu de
Dios.
Todas las mañanas debemos pedir al Espíritu Santo su ayuda para todas las acciones del
día, reconociendo humildemente nuestra ignorancia y debilidad y diciéndole que
seguiremos su dirección con entera docilidad de espíritu y de corazón. Además, al principio
de cada acción, le pediremos luz para hacerla bien, y al final, perdón de las faltas que
hayamos cometido. De esta manera estaremos durante todo el día pendientes de Dios,
que es el único que sabe en que situaciones especiales nos podemos encontrar, y puede
por consiguiente guiarnos con certeza en todas las circunstancia por medio de su consejo,
mejor que por todas las luces que podamos tener, bien sean de fe o de otro don
cualquiera que no baja tanto a los casos particulares.
La pureza de corazón es un medio excelente para obtener el don de consejo, al igual que
los demás dones precedentes. Una persona que se dedicase, constantemente a purificar
su corazón y que tuviese un soIido y buen juicio, adquiriría gran prudencia sobrenatural y
destreza divina para manejar toda clase de asuntos; tendría abundancia de, luces y de
conocimientos infusos para la dirección de las almas, y encontraría mil santas maneras de
ejecutar las empresas dirigidas a la mayor gloria de Dios. La prudencia humana, a pesar de
todos sus conocimientos y destrezas, tiene en esto muchos fallos y consigue poco
resultado. Por la pureza de corazon y una fiel dependencia de la direccion del Espíritu
Santo, adquirieron San Ignacio y San Francisco Javier un extraordinario don de prudencia,
que los hace admirar tanto.
Los directores de almas y los superiores especialmente deben sacar de la oración las luces
para desempeñar las funciones de su cargo. Es un error creer que los mas sabios son los
que dan mejores resultados y los mas aptos para desempeñar los cargos y para conducir
las almas. Los talentos naturales, la ciencia y la prudencia humana, sirven muy poco en
materia de direccion espiritual, al lado de las luces sobrenaturales que comunica el Espíritu
Santo y cuyos dones están muy por encima de la razon. Las personas mas indicadas para
guiar a los demás y aconsejar en lo que atañe a las cosas de Dios, son las que teniendo la
conciencia pura y el alma exenta de pasión y desprendida de todo interés, y poseyendo
ciencia y talentos naturales suficientes, aunque no, sean en un grado superior, están muy
unidas a Dios por la oración y sometidas a todos los movimientos del Espíritu Santo.
Los directores subalternos tienen mucha necesidad del don de consejo, sobre todo en las
ocasiones relacionadas con la practica de la obediencia; ya que un inferior que no tiene
nadie a quien mandar, no se encuentra, en el ejercicio de esta virtud, con las mismas
dificultades que un inferior que es a la vez superior de algunos; estando obligado a
obedecer por un lado, y a cumplir los deberes de su cargo, por el otro, esta en peligro de
obedecer demasiado a favor o en contra de su cargo o a caer en el otro extremo de no
obedecer bastante. En esos conflictos, los que se dejan guiar por los dones del Espíritu
Santo no pueden equivocarse; pero tenemos la desgracia de no conocer bastante en la
practica estos sublimes dones que son los principios por los que se regían los santos,
porque no nos dedicamos con toda el alma a conseguir la perfección.
3. Los sabios deben guardarse bien de un cierto espíritu de suficiencia, de confianza en sus
luces y del apego a su manera de pensar. Los que gobiernan con la luz del Espíritu Santo el
Estado, o cualquier otro cuerpo eclesiástico, religioso o civil, no lo harían siempre según el
gusto de los que solamente se guían por la prudencia humana. Estos los critican con
frecuencia. porque su vista no se extiende mas allá de los limites de la razon y del sentido
común, que son los únicos principios de su manera de proceder: no ven absolutamente
nada de la direccion del Espíritu Santo, que esta infinitamente por encima de todos los
razonamientos humanos y miras políticas. El gobierno de los superiores, o mejor dicho, el
gobierno de Dios por medio de los superiores, precisamente por ser sobrenatural, lleva
consigo el que los fallos que en su desempeño se cometen hayan de ser forzosamente
grandes y de penosas consecuencias. Los superiores no solamente deben tener celo para
castigar las faltas de los inferiores, sino también caridad para prevenir con oportunos
avisos las faltas que podrían cometer: hasta conviene muchas veces que se contenten con
una secreta y paternal reprimenda, obligando así, por la dulzura, a corregirse al que ha
faltado y evitando otras faltas que la aspereza de la penitencia podría hacerle cometer.
Los buenos superiores se alegran de tener en sus manos el poder de la autoridad para
hacer el bien a sus súbditos y para aliviarlos, y no para perjudicarlos y mortificarlos. Una
regla importante para el buen, gobierno, es evitar la multiplicaeion de ordenes inútiles,
que no sirven mas que para sobrecargar a los inferiores y hacer pesado el yugo de la
religión, que mas bien convendría aligerar. Debe exigirse solamente el exacto
cumplimiento de las reglas y ordenes ya establecidas. Los pecados de los santos son: no
seguir ciertas luces del Espíritu Santo y omitir algunos puntos de perfeccion, como por
ejemplo, si teniendo varias luces del Espíritu Santo sobre una misma cosa, siguen la mis
fácil por dejadez de espíritu o por irreflexi6n.
Cuando se ve que no hay ningún mal en hacer o en decir alguna cosa, que no procede uno
movido por ninguna inclinación ni afecto natural, por un motivo de complacencias, por el
ejemplo de los demás o por algún habito o costumbre; y que por otra parte se esta
dispuesto a seguir otra conducta si el Espíritu Santo la inspirase; y esta uno igualmente
inclinado a resolverse en pro o en contra, según el movimiento del Espíritu Santo: cuando
concurren estas tres circunstancias, se puede de ordinario obrar con seguridad v no hay
peligro de sobrepasarse. En diversos lugares de la Sagrada Escritura pueden señalarse
rasgos admirables del don de consejo: El silencio de Nuestro Señor delante de Herodes, las
respuestas que dio para salvar a la mujer adultera y para confundir a los que le
preguntaban si se debería pagar tributo al Cesar; el juicio de Salomon; la empresa de Judit
para librar al pueblo de Dios del ejereito de Holofernes; la conducta de Daniel para
justificar a Susana de la calumnia de los dos ancianos y la de San Pablo cuando convoco a
los fariseos y saduceos y apelo del tribunal de Festo al de Cesar.
El vicio opuesto al don de consejo, es la precipitación a obrar con demasiada prontitud y
sin haber considerado bien antes todas las cosas, siguiendo unicamente el ímpetu de la
actividad natural y sin tomarse el debido tiempo para consultar al Espíritu Santo. Este
defecto, lo mismo que los otros que se oponen a los dones precedentes, a saber: la
necedad, la grosería y la ignorancia, son pecados cuando provienen de falta de diligencia
para disponerse a recibir las inspiraciones del Espíritu Santo; cuando no se toma el tiempo
necesario para pedirle consejo antes de obrar, y cuando al obrar se precipita uno tanto
que no se esta en condiciones de recibir su asistencia, o cuando se deja uno llevar y
4. obscurecer por la impetuosidad de una pasión. El apresuramiento es muy contrario al don
de consejo. El santo Obispo de Ginebra combate frecuentemente este defecto en sus
escritos,. Debemos evitarlo a toda costa, porque llena el espíritu de tinieblas, pone
alboroto, amargura e impaciencia en el corazón, alimenta el amor propio y hace, que nos
apoyemos en nosotros mismos. En cambio el don de consejo, iluminando el espíritu,
derrama en el corazon una unción y una paz completamente opuestas al apresuramiento y
a sus efectos. La temeridad es también muy contraria a este don. Porque confiando
demasiado en uno mismo, no se presta la debida atención a las luces y a los consejos de la
razón y de la gracia. Estamos muy sujetos a este vicio, tanto mas cuanto que nos falta
cordura y madurez de espíritu, estamos acostumbrados a una conducta pueril y tenemos
demasiada buena opinn de nosotros mismos.
Es también un defecto opuesto al don de consejo la lentitud. En las determinaciones es
indispensable obrar con sensatez; pero una vez tomada la resolución según la luz del
Espíritu Santo, debemos ejecutarla con rapidez, porque si se deja, las circunstancias
cambian y las ocasiones se pierden. La bienaventuranza correspondiente, a este don es la
quinta: ((Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzaran misericordia)) (1). Y
la explicaron que da San Agustín, es que Dios no deja de ayudar con su gracia a los que con
desprendimiento asisten a los demás en sus necesidades. Dice:
((Estautemjustumconsilium.,ut qui se a potentioriadjuvarivult, adjuvetinfirmiorem in qua
eat ipse potentior. Itaquebeatimiseirico,rdes, quiaipsorummiserebiturDous)). No se señala
el fruto del Espíritu Santo que directamente corresponde a este don de consejo, porque es
un conocimiento practico que, no tiene otro fruto, propiamente hablando, que la
operación que dirige y a la que tiende. Sin, embargo, como este don dirige especialmente
las obras de misericordia, puede decirse que los frutos de bondad y benignidad le
pertenecen en cierto modo.
El Espíritu Santo ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le
impone, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. Esto
lo hace a través del don de consejo.
Juan Pablo II hablaba de una necesidad que se siente en nuestro tiempo, turbado por no
pocos motivos de crisis e incertidumbre. Es lo que denomina «reconstrucción de las
conciencias». Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos factores destructivos
que fácilmente se insinúan en el espíritu humano, cuando está agitado por las pasiones, y la
de introducir en ellas elementos sanos y positivos.
El Espíritu de Dios sale al encuentro de esta súplica mediante el don de consejo, con el cual
enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola
sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes, o de un
camino que recorrer entre dificultades y obstáculos. La experiencia confirma que “los
pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas”, como dice el Libro de
la Sabiduría (Sb 9, 14). El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia,
sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. La conciencia
Dones del Espíritu
Santo: Consejo (4)
5. se convierte entonces en el “ojo sano” del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una
especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor qué hay que hacer en una
determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El cristiano, ayudado por el
don de consejo, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los
que manifiesta el sermón de la montaña (cfr Mt 5-7).
La Iglesia reconoce en la Madre de Jesús, la “Madre del Buen Consejo”, como se la venera en
tantos rincones del mundo. Ella se manifiesta como la palabra sabia y dócil a las insinuaciones
del Espíritu. Su actitud de escucha, lleva vislumbrar los pequeños soplos divinos aún en las
situaciones más convulsionadas. De ahí que se haya revelado a lo largo de la historia como la
consejera segura, prudente y sabia.
El don de Consejo es necesario para saber elegir en el día a día lo que Dios quiere, no
sólo lo que es lícito, sino lo que es mejor; es tener el discernimiento interior para optar por
“lo bueno, por lo que le agrada a Dios, por lo perfecto” (Rm 12, 2). De este don depende la
conciencia formada y recta, la delicadeza y sensibilidad de la misma conciencia.
Gracias al Don de Consejo, se apuesta por la voluntad divina, se sigue la insinuación del
Espíritu. El salmista “bendice al Señor que le aconseja, que hasta de noche le instruye
internamente” (Sal 16 [15], 7).
San Pablo, después de su
conversión, da testimonio de cómo siguió la directriz del Espíritu: “Cuando Aquel que me
separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su
Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a
la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia…”
(Gal 1, 15-17).
Por la obediencia al don de Consejo se acierta en la elección de forma de vida, en el
6. discernimiento de la vocación. Para seguir la insinuación del Espíritu Santo se debe
permanecer atento a los signos que acompañan sus sugerencias; Él es el Abogado, el
Defensor, el Paráclito.
El Espíritu actúa sin violencia y es fiel. No se impone, a pesar de que no cesa en su
acompañamiento. No compite, pero se deja notar por la paz del corazón. No abandona,
aunque se tarde en percibirlo. Es como el ojo de la conciencia, el oído del corazón, la luz
en el horizonte, hacia donde se deben dirigir los pasos.
En el bautismo se nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo
mediante sus dones (CIC 1266). Por la Confirmación se “aumentan en nosotros los dones
del Espíritu Santo” (CIC 1302). El Espíritu se comunica a través de mediaciones. “En la
formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que
la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es necesario también
examinar nuestra conciencia en relación con la Cruz del Señor. Estamos asistidos por los
dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por
la enseñanza autorizada de la Iglesia.” (CIC 1785)
¡”Ven, Espíritu Santo, e infúndenos el don de CONSEJO”!
Los siete dones del Espíritu Santo pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de
David. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben.
Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones
divinas.
Don de sabiduría
Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle
sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y de nuestras
obligaciones.
Don de inteligencia
Nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.
Don de consejo
Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria,
nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el
bien de los demás.
Don de fortaleza
Nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda
encontramos en nuestro caminar hacia Dios.
Don de ciencia
Nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón
en Dios y en lo creado en la medida en que nos lleve a Él.
Don de piedad
Nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
7. Don de temor de Dios
Nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar
todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo, a temer radicalmente
separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de
vivir