Jesús vivió como un hombre ordinario en Palestina, formando parte de la cultura judía y compartiendo las preocupaciones de su pueblo. A pesar de ser Dios, experimentó las mismas necesidades humanas como el hambre, la sed y el cansancio. Mostró compasión por los demás, perdonó a los pecadores y se puso al servicio de los pobres y necesitados.