El documento describe cómo muchos discípulos de Jesús se alejaron después de que sus enseñanzas sobre comer su carne y beber su sangre les resultaron demasiado duras. Pedro defiende a Jesús diciendo que sus palabras dan vida eterna. El documento explica que las palabras de Jesús exigían una comprensión más profunda que la antropofagia y reconocían a Jesús como el supremo revelador.
1. DOMINGO XXI - Tiempo Ordinario Tú tienes palabras de Vida eterna
El final de la “primavera” Galilea
Después de oír la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían:
«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?».
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los
escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir
donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento
quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y
agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se
lo concede».
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron
de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes
quieren irse?».
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios»
(Jn 6,60-69).
El discurso de Jesús desemboca en una amplia deserción.
Quienes no está dispuestos a seguir escuchándolo son, no sólo quienes lo
buscaban sólo porque comieron hasta saciarse (Jn 6,25), sino «muchos de
sus discípulos» (6,66).
2. DOMINGO XXI - Tiempo Ordinario Tú tienes palabras de Vida eterna
Palabras duras
Después de oír la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían:
«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?».
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los
escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir
donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento
quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y
agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se
lo concede» (Jn 6,60-69).
Al indagar qué palabras han resultado duras e inaceptables para los
oyentes hay que tomar la integridad del discurso.
La exigencia de comer su CARNE y beber su SANGRE podía sonar a una
práctica antropofágica, tal como lo comprendían erróneamente los primeros
críticos del cristianismo en el mundo grecorromano.
Pero también podía resultar inaceptable el lugar que Jesús manifiesta
como supremo REVELADOR, superior a Moisés, que no proporciona el
alimento que da verdaderamente la vida ETERNA (Jn 6,32).
3. DOMINGO XXI - Tiempo Ordinario Tú tienes palabras de Vida eterna
Palabras de Vida verdadera
«Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y
dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También
ustedes quieren irse?».
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios»
(Jn 6,60-69).
También el Sermón de la Montaña terminaba con una advertencia a quienes, sin
protestar a las palabras de Jesús, sin embargo no las practican, y que pueden
compararse a «un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena» (Mt 7,26).
A ellos, aunque invoquen haber predicado o haber hecho milagros en su
Nombre, él les manifestará el día del Juicio:
«Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal» (Mt 7,23).
Las palabras de Jesús son tienen VIDA ETERNA, como Pedro reconoce, pero
en la medida en que son asumidas y puestas en práctica.
Quien eso ha comprendido se anima a seguir a Jesús, sabiendo que sólo su
camino estrecho es el que conduce a la VIDA:
«Es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los
que lo encuentran» (Mt 7,14).