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Prefacio




    Hace veinte años, cuando yo era todavía estudiante en el
Pontificio Instituto Bíblico, me vi en una gran dificultad pa-
ra elegir el tema de la tesina para la licenciatura en Sagrada Es-
critura. Tras haber seguido con vivo interés una gran cantidad
de cursos tanto sobre el Antiguo (o Primer) Testamento como
sobre el Nuevo, me encontré en una situación embarazosa,
porque no sabía qué camino tomar. Me gustaban mucho los
libros sapienciales, especialmente los pasajes sobre la misterio-
sa figura de «Doña Sabiduría», pero, al mismo tiempo, me fas-
cinaba el evangelio de Juan con su rica simbología. Pensándo-
lo bien, me parece que fueron las inolvidables lecciones del
padre Ignace de La Potterie en la atestada aula magna del Ins-
tituto las que orientaron mi decisión hacia el cuarto evangelio.
Tras haber decidido, pues, el campo en el que iba a trabajar,
lo único que me faltaba era elegir el tema de la tesina, y esto
me llevó algún tiempo. Después de haber leído y releído el
evangelio de Juan una infinidad de veces, quedé impactada
por la fragancia del perfume que inundaba la casa de Betania
tras la unción de María, la hermana de Marta y de Lázaro (Jn
12,3). Gracias a Dios, ese perfume no me ha abandonado
nunca. Han pasado los años, dedicados constantemente al es-
tudio y a la enseñanza de la palabra de Dios, y heme aquí,
ahora, escribiendo este libro titulado El perfume del Evangelio.
    Puede ser que el lector o la lectora de hoy, al ver la palabra
perfume en la cubierta del libro, haya pensado espontánea-
mente en un libro que ha obtenido un gran éxito editorial. Me
8                     El perfume del Evangelio


refiero a la novela de Patrick Süskind, El perfume, traducida a
más de 45 idiomas y que ha vendido más de 15 millones de
ejemplares; por no hablar de la versión cinematográfica, La pa-
sión invisible, realizada por Tom Tykwer con el famoso actor
Dustin Hoffman. Nuestro perfume, sin embargo, no tiene na-
da que ver con esta intrigante novela de aventuras. Nuestro li-
bro, El perfume del Evangelio, desea presentar algunos encuen-
tros entre Jesús y las mujeres a partir de una selección de
pasajes tomados de los sinópticos y del evangelio de Juan. Al-
gunos de estos pasajes se caracterizan, tal como sugiere el títu-
lo, por la presencia del perfume, un elemento cargado de con-
notaciones y rico en contenido simbólico, que se abre a
múltiples interpretaciones en función de los contenidos.
   Los dos primeros encuentros se narran en el evangelio de
Marcos, un evangelio en el que abundan los relatos de cura-
ción. Entre las personas curadas por Jesús se encuentran tam-
bién cuatro mujeres afligidas por diversas enfermedades: la
suegra de Pedro (Mc 1,29-33), la hija de Jairo (Mc 5,21-24;
35-43); la hemorroísa (Mc 5,25-34) y la hija de la sirofenicia
(Mc 7,24-30).
    A nosotros nos interesan especialmente las dos últimas: «la
hemorroísa», una mujer que se acerca a Jesús con ademán te-
meroso y avergonzado, tras doce años de padecer una enfer-
medad que la aísla y la separa de todos los demás por ser cul-
turalmente impura; y «la hija de la sirofenicia», una niña presa
de una posesión demoníaca, que no sólo la atormenta a ella,
sino también a su madre, una mujer desesperada, aunque, al
mismo tiempo, decidida y sensata, que no duda en salir al en-
cuentro de Jesús para pedirle la curación de su hija. En ambos
casos, la curación llevada a cabo por Jesús rompe las barreras
(límites o tabúes) características de la sociedad de la época.
    El evangelio de Lucas es el que narra más historias de mu-
jeres. Es el único que nos cuenta las historias de Isabel, de Ma-
ría, de Ana, de la viuda de Naín, de la mujer del perfume,
de María Magdalena, de Juana, de Susana y de otras mujeres de
Galilea, de Marta y María, de la mujer encorvada, de la mujer
Prefacio                            9

que busca la moneda perdida, de la viuda que importunaba al
juez inicuo y de las mujeres que lloran a Jesús en su camino ha-
cia el Calvario. Todas estas narraciones son exclusivas de Lucas,
aunque en su evangelio encontramos otras historias de muje-
res que tienen sus paralelos en los evangelios de Marcos y de
Mateo. Entre todas las mujeres que acabamos de citar, «la mu-
jer del perfume» se convertirá en la protagonista de nuestro ter-
cer encuentro (Lc 7,36-50). Ella es la única mujer que recibe
el perdón de Jesús; es la única mujer que, sin pedirlo, queda li-
bre de una enfermedad, no del cuerpo, sino del espíritu. Jun-
to a esta pecadora sin nombre, que, paradójicamente, se con-
vierte en un ejemplo para imitar, recorreremos las huellas de las
mujeres que seguían a Jesús en las primeras fases de su predi-
cación en Galilea, deteniéndonos en un texto muy discutido
(Lc 8,1-3). Se trata, en efecto, de un sumario de sólo tres ver-
sículos, que atestigua la presencia y el ministerio desarrollado
por las mujeres en los desplazamientos de Jesús. A algunas de
las discípulas se las cita por su nombre, como a María de Mag-
dala, Juana y Susana, mientras que otras muchas se han que-
dado en el anonimato, sepultadas en el silencio de la historia
no contada. Éste es el cuarto encuentro.
    La presencia de las mujeres en el evangelio de Juan pre-
senta unas características muy especiales. Aparecen siempre
como protagonistas y su actitud está descrita de manera posi-
tiva. La importancia concedida a las mujeres se deja entrever
por el sitio que ocupan en sus narraciones –en general muy
extensas– en el interior del libro, por los temas teológicos desa-
rrollados en sus pasajes y, finalmente, por el profundo simbo-
lismo que emerge de los textos. Por otra parte, las tradicio-
nes del Antiguo Testamento, a las que el autor hace referencia
a menudo, sobre todo en los episodios protagonizados por
mujeres, son siempre tradiciones favorables a la mujer. El es-
tudio de la unción de Betania (Jn 12,1-11) nos permitirá pre-
sentar el encuentro entre Jesús y María, la hermana de Marta
y de Lázaro, en toda su amplitud y ahondar en su riqueza teo-
lógica. Además de esto, mediante un análisis detallado de Jn
12,3 –«La casa se llenó de la fragancia del perfume», frase que,
10                    El perfume del Evangelio


ya desde los primeros tiempos fue considerada como un mis-
terio por desvelar–, demostraremos que el perfume de la un-
ción no anuncia sólo la muerte de Jesús, sino también su re-
surrección. Dicho con otras palabras, la fragancia del perfume
de Betania es símbolo de la victoria de Cristo sobre la muerte.
    Todos los encuentros de Jesús nacen de su amor gratuito.
Y la gratuidad se manifiesta en la preferencia que siente Jesús
por los pobres, por los pequeños y los marginados por diver-
sos motivos (extranjeros, enfermos, minusválidos, pecadores,
publicanos, prostitutas). Todas nuestras protagonistas perte-
necen, en cierto modo, a esta categoría de víctimas de la so-
ciedad, ya sea por su sexo, ya sea por su enfermedad, su ofi-
cio, su religión o su nacionalidad. Jesús se encuentra con una
israelita impura a causa de su enfermedad, con una cananea
de cultura griega, con una pecadora pública y con sus muchas
discípulas, que con tal de seguir al Maestro en su misión no
tuvieron miedo de infringir el sistema androcéntrico que do-
minaba la sociedad israelita del siglo I. Jesús se pone abierta-
mente a favor de todas estas mujeres y, solidarizándose con su
dolor, físico o espiritual, engendra una nueva corriente de hu-
manidad desde su interior. Procediendo de este modo, Jesús
invierte la escala de valores propuesta por la sociedad y supe-
ra las discriminaciones vigentes con su actitud gratuita y su re-
lación solidaria e igualitaria con las personas.
    El libro concluye con un encuentro inaudito, que, a buen
seguro, nadie se habría esperado. Se trata, ciertamente, de un
encuentro muy especial, porque no tiene lugar entre Jesús y
una mujer, sino entre Jesús y la Sophia. La Sophia, o «Doña
Sabiduría», como se la suele llamar, es la personificación bí-
blica más potente. Aparece en las páginas de los libros de los
Proverbios, de Job, del Sirácida, de Baruc y de la Sabiduría,
con los rostros más diversos: es niña, hermana, muchacha,
hospitalaria anfitriona, madre y maestra, guía y compañera de
viaje, novia cortejada y esposa acogedora. Unos rostros cierta-
mente diversos, pero siempre femeninos. Ahora bien, en el
Nuevo Testamento, Pablo, Mateo, Lucas y Juan, cada uno a
su manera, presentan a Jesús como la Sabiduría de Dios.
Prefacio                                11

Adaptan los textos de la antigua alianza de Israel de manera
que puedan ser aplicados a la persona de Jesús. Por eso atri-
buyen a Jesús los rasgos, las funciones y las expresiones pro-
pias de la sabiduría personificada.
    Espero que, a través de las lecturas de estos encuentros, los
lectores y lectoras se dejarán envolver por el perfume del evan-
gelio, que no es otra cosa que el perfume de Cristo resucita-
do, vencedor del pecado y de la muerte, que se difunde por el
mundo entero comunicando vida y salvación.
    Doy las gracias a Guillermo Santamaría por haber acepta-
do publicar este libro mío en la editorial que dirige, así como
por su constante apoyo en la tarea de difundir la palabra de
Dios.
                                              NURIA CALDUCH-BENAGES
                                        Roma, 8 de septiembre de 2007,
                                         fiesta de la Natividad de María
Primer encuentro

                        Jesús y la hemorroísa
                            (Mc 5,25-34)



     Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía
doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había
gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a
peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás en-
tre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque só-
lo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuen-
te de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al
instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él,
se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?».
Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime
y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». Pero él miraba a su alrede-
dor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer,
viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y tembloro-
sa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu
fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Jesús sanador 1
    La actividad terapéutica de Jesús es una de las característi-
cas más significativas del evangelio de Marcos . Las personas       2


curadas por Jesús en este evangelio son personalidades colec-

     1
       Cf. Nuria Calduch-Benages, «La guarigione dell’emorroissa (Mc 5,25-34). Un dia-
logo corporale terapeutico», Insieme per servire 54 (2002) 8-20, con algunas variantes.
     2
       La temática goza de una gran actualidad en la exégesis neotestamentaria, cf. el es-
tudio de R. Aguirre (ed.), Los milagros de Jesús. Perspectivas metodológicas plurales (ABE
39), Verbo Divino, Estella 2002.
16                              El perfume del Evangelio


tivas o «diádicas»; es decir, individuos que dependen fuerte-
mente de la opinión y de la valoración de los otros 3. De ahí
que sus enfermedades tengan un significado eminentemente
social y cultural. Jesús cura a hombres y niños afligidos por di-
ferentes enfermedades: un endemoniado (Mc 1,21-28), un le-
proso (1,40-45), un paralítico (2,1-12), el hombre con la ma-
no paralizada (3,1-12), el endemoniado de Gerasa (5,1-20),
un sordomudo (7,31-37), el ciego de Betsaida (8,22-26), un
niño epiléptico (9,14-29) y el ciego Bartimeo (10,46-52). En-
tre los curados hay también mujeres: la suegra de Pedro, que
estaba en la cama con fiebre (Mc 1,29-33), la hija de Jairo
(5,21-24; 35-43); la hemorroísa (Mc 5,25-34) y la hija de la
sirofenicia (7,24-30). Además de estos textos, hay también
cinco episodios de tipo sumario, donde el narrador alude a las
curaciones y a los exorcismos de Jesús de una manera genéri-
ca (Mc 1,32-34.39; 3,10-12; 6,5.53-56) 4.
    De las cuatro mujeres curadas por Jesús, nos interesa espe-
cialmente la hemorroísa: una mujer que se acerca a Jesús con
ademán temeroso y avergonzado, tras doce años de padecer
una enfermedad que la aísla y la separa de todos los demás por
ser culturalmente impura. Debemos señalar que Mc 5,25-34
(cf. Mt 9,20-22 y Lc 8,43-48) es el único relato de los evan-
gelios que se ocupa específicamente de una enfermedad gine-
cológica, que, según John P. Meier, podría tratarse de una
hemorragia uterina crónica 5. Esta mujer que padece hemorra-
gias siente escapar la vida lentamente, como un continuo va-
ciamiento de sí que preanuncia un final inminente, y, deses-
perada, decide ir al encuentro de Jesús. Será, como veremos,
un encuentro fugaz, pero decisivo en su vida. Podemos leer e


      3
        J. J. Pilch, Healing in the New Testament. Insights from Medical and Mediterranean
Anthropology, Fortress Press, Minneapolis 2000, p. 65.
      4
        Cf. E. van Eck – A. G. van Aarde, «Sickness and Healing in Mark: A Social Scien-
tific Interpretation», Neotestamentica 27 (1993) 27-54 y J. J. Pilch, Healing in the New
Testament, esp. pp. 57-73.
      5
        J. P. Meier, Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico, tomo II/2: Los mi-
lagros, Verbo Divino, Estella 2000, p. 818 (orig. inglés 1994).
Jesús y la hemorroísa                           17

interpretar este encuentro de muchas maneras y con diferen-
tes objetivos. Yo propongo leerlo como un diálogo corporal
terapéutico entre la mujer y Jesús, un diálogo entre el cuerpo
enfermo y la energía del amor que cura.
    Antes de presentar esta interpretación, vamos a tomar en
consideración el texto de Marcos en su contexto, y después
recurriremos a la antropología cultural y médica en lo que se
refiere a la preocupación por la salud y al concepto de pureza
en el mundo mediterráneo del siglo I.

1. La curación de la hemorroísa en su contexto
Las mujeres curadas por Jesús
    ¿Quiénes son las cuatro mujeres curadas por Jesús? Des-             6


conocemos sus nombres. Tres de ellas pueden ser identificadas
por los lazos de parentesco que afirman su pertenencia al gru-
po familiar: «suegra» e «hija» (la suegra de Pedro, la hija de Jai-
ro, la hija de la sirofenicia). Esta identificación sugiere que su
enfermedad ha afectado a sus relaciones y sus funciones en el
interior de la familia. La referencia a los hombres (padre, ma-
rido) refleja la estructura patriarcal, característica de la socie-
dad israelita. Ellos son quienes dictan las reglas de comporta-
miento de las mujeres, incluso cuando están enfermas. Por eso
va Jairo al encuentro de Jesús. Su hijita de doce años se en-
cuentra bajo su patria potestad. Lo único que sabemos de su
mujer es que estaba presente en la escena (cf. Mc 5,40b:
«Jesús toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los
suyos»).
    Ni las dos hijas ni la suegra pronuncian una sola palabra,
mientras que la hemorroísa (una mujer israelita observante) y
la sirofenicia (una mujer griega y pagana) hablan con Jesús.
Cada una a su modo le pide la curación: la hemorroísa se la

      6
        Cf. J. Dewey, «Jesus’ Healings of Women: Conformity and Non-Conformity to
Dominant Cultural Values as Clues for Historical Reconstruction», SBL Seminar Pa-
pers, Scholars Press, Atlanta, GA 1993, pp. 178-193.
18                           El perfume del Evangelio


pide para sí misma y la sirofenicia para su hija, poseída por un
espíritu inmundo. Jesús escucha sus peticiones del mismo
modo que escucha la de sus discípulos (en el caso de la suegra
de Pedro) y la de Jairo. A Jesús no le importa ni el día, ni la
posición social, ni la religión o la nacionalidad del solicitante,
ni el tipo de enfermedad, ya sea o no contagiosa. Jesús cura a
la suegra de Pedro en sábado, a la hija del jefe de la sinagoga 7,
a la de la mujer sirofenicia y a la mujer que padecía una en-
fermedad impura, sin preocuparse de los límites sociocultura-
les y religiosos impuestos por el sistema.

La hemorroísa y la hija de Jairo
    Siguiendo la técnica de la construcción por ensambladura
(conocida asimismo con el nombre de «interposición», «inter-
calación» o, más coloquialmente, de sándwich), bastante fre-
cuente en el evangelio de Marcos (3,20-35; 11,12-25; 14,53-
72), el narrador entrelaza el relato de la hemorroísa con el de
la hija de Jairo . La relación entre ambas escenas no es, con to-
                   8


do, simplemente narrativa: existe una conexión temática más
profunda. Se trata de dos mujeres que están en peligro: una,
mujer adulta, afligida desde hace doce años por una enferme-
dad impura, y la otra, una niña que va a morir a los doce años
(edad en la que en el antiguo Israel la mujer se volvía adulta,
casadera). Ambas reciben el apelativo de «hijas», una de parte
de Jesús y la otra de parte de su padre, quien curiosamente di-
ce «mi hija», no «nuestra hija»; en ambos casos se produce la
curación a través de un contacto físico, con la mano. Se trata
de una historia de mujeres: una niña que no puede llegar a la
vida adulta y una mujer adulta vencida por su sangre impura.
En este caso, no hay espíritus inmundos para conjurar ni
disputas verbales entre Jesús y sus adversarios (cf., por oposi-


    7
      También aquí tiene su importancia la idea de pureza: según la ley, tocar a los
muertos es causa de impureza (Nm 19,11-16; 31,19).
    8
      Cf. V. Scippa, «Ricerche preliminari per uno studio su Mc 5,21-43 secondo la
Redaktionsgeschichte», RivB 51 (1983) 399-401.
Jesús y la hemorroísa                              19

ción, Mc 5,1-20 y 2,23–3,6). Todo parece acontecer en un
clima pacífico, casi en silencio, pero del relato emerge un pro-
fundo dinamismo de liberación humana en perspectiva feme-
nina 9.
    Ambas curaciones revelan el poder de Jesús –un poder que
descompone los tabúes sociales y los preceptos de la ley– y
exaltan el poder de la fe: una fe sencilla, pero fuerte, madura-
da en la prueba, que contrasta con la perplejidad de los discí-
pulos en el fragmento de la tempestad calmada (Mc 4,35-41).
Según el comentario de Franco Lambiasi, «el centro temático
de los dos fragmentos es la maduración de la fe: se va desde una
confianza en el poder de Jesús como curador hacia una fe ple-
na en su identidad de Mesías que da la salvación» 10.

2. La preocupación por la salud
   en el Mediterráneo del siglo I
Salud, enfermedad y curación
    En nuestro mundo contemporáneo, concebimos la enfer-
medad como una disfunción del organismo que se puede cu-
rar con una terapia biomédica adecuada, admitiendo que se
consiga formular un diagnóstico exacto y se disponga de los
medios idóneos. Por lo general, lo que nos interesa a nosotros
es que la persona pueda volver a la normalidad lo antes posi-
ble, tal como estaba antes de ponerse enferma, pero esto ni es
(ni ha sido) así en todas las sociedades. Por ejemplo, en la an-
tigua cultura mediterránea se apreciaba mucho más a la per-
sona como tal que su capacidad de actuar o trabajar. En esta
línea actuaban también los sanadores de aquel tiempo. Éstos
se interesaban mucho más por el ambiente social de los enfer-

     9
        Estas dos escenas forman, según Xabier Pikaza, el primer capítulo de lo que po-
dríamos llamar el evangelio femenino de Marcos (cf. X. Pikaza, Para vivir el evangelio.
Lectura de Marcos, Verbo Divino, Estella 1995, p. 79).
     10
        F. Lambiasi, Il vangelo di Marco, en Bibbia Piemme, Piemme, Casale Monferra-
to (AL) 1995, p. 2.389.
20                            El perfume del Evangelio


mos que por la disfunción orgánica en sentido biomédico.
John J. Pilch define así el concepto de salud en la sociedad del
Mediterráneo del siglo I: «La salud es un estado de bienestar
completo y no simplemente la ausencia de dolencia o enfer-
medad» 11. Resulta evidente que, en esta definición, el acento
recae en el «estar bien», y no en la recuperación de la activi-
dad que ha sido interrumpida entre tanto.
    No es casual que los antropólogos distingan entre disease e
illness. El término disease se refiere a una manifestación clínica
de anormalidad del funcionamiento físico o infección por un
elemento patógeno en un individuo o huésped. Incluye anor-
malidades orgánicas y patológicas observables en órganos y sis-
temas, sean o no culturalmente reconocibles. Por su parte, ill-
ness sería la experiencia de un cambio desfavorable en el
funcionamiento social o en referencia a un estado de bienestar
anterior, es decir, un estado de connotación principalmente so-
cial que incluye la enfermedad, pero que no está limitado a
ella. Este segundo término, como se ve, no es tanto una cues-
tión biomédica como una cuestión social atribuida a causas so-
ciales y no físicas. Recordemos además que en la sociedad is-
raelita (y también en otras) el pecado supone una ruptura en
las relaciones interpersonales; por eso, pecado y enfermedad
suelen ir juntos, como bien lo muestra la pregunta que los dis-
cípulos plantearon a Jesús en Jn 9,2: «Rabbí, ¿quién pecó, él o
sus padres, para que haya nacido ciego?», y la atinada respues-
ta del Maestro: «Ni él pecó ni sus padres» (Jn 9,3). El israelita
de tiempos de Jesús entendía la enfermedad como una desvia-
ción de las normas y de los valores de su propia cultura.
    Pongamos un ejemplo. En nuestra sociedad, un leproso es
una persona que padece una enfermedad. A causa de ella es-
tán disminuidas sus capacidades físicas y no puede desarrollar
sus actividades normales. En la Palestina del tiempo de Jesús,
un leproso no era sólo una persona afligida por una enferme-
dad, sino también una persona considerada impura y, en con-

    11
       J. J. Pilch, «Sickness and Healing in Luke-Acts», en J. H. Neyrey, The Social
World of Luke-Acts. Models for Interpretation, Hendrickson, Peabody, MA 1991, p. 189.
Jesús y la hemorroísa                             21

secuencia, estaba excluida automáticamente de la comunidad.
Los leprosos eran intocables. Se les expulsaba de la ciudad y
estaban condenados a vivir completamente aislados, separa-
dos de su familia, de sus amigos, del mundo del trabajo y has-
ta del culto. En el Levítico se mencionan otras exclusiones si-
milares: «Ningún hombre que tenga defecto corporal se
acercará [a ofrecer el pan de su Dios]: ni ciego, ni cojo, ni de-
forme, ni monstruoso, ni lisiado, ni manco; ni jorobado, ni
raquítico, ni con defecto en un ojo, ni sarnoso o tiñoso, ni eu-
nuco» (Lv 21,18-20). Todos estos defectos corporales eran en
realidad enfermedades, condiciones humanas anormales des-
de el punto de vista social y cultural, porque separaban a la
persona enferma del grupo social y, en este caso concreto, le
impedían el acceso al ejercicio del sacerdocio 12.

Médicos y sanadores populares
    En el mundo mediterráneo del siglo I, los médicos o, me-
jor, los sanadores profesionales ofrecían sus servicios a las fami-
lias acomodadas. En el Nuevo Testamento, sin embargo, se ha-
bla rara vez de ellos . En efecto, la palabra «médico» (iatros)
                            13


aparece sólo en siete ocasiones. Podemos citar Col 4,14: «Os sa-
luda Lucas, el médico querido, y Demas» (no está del todo cla-
ro que este Lucas sea el evangelista). El mismo término apare-
ce en dos proverbios populares citados por Jesús: «No necesitan
médico los que están sanos, sino los que están mal» (Mc 2,17;
Mt 9,12; Lc 5,31) y «Médico, cúrate a ti mismo» (Lc 4,23a) 14.
Aunque estos proverbios se refieran por analogía a la actividad
de Jesús, Jesús no se presenta nunca como médico de profesión.


     12
        Según algunos, sin embargo, estos defectos corporales eran sólo impedimentos
para el sacerdocio, en cuanto que para éste era menester ser «perfecto». Lo mismo se
aplicaba a los animales destinados a los sacrificios.
     13
        En el Primer Testamento debemos señalar un extenso fragmento dedicado al mé-
dico en el libro de Ben Sirá, Sirácida o Eclesiástico (38,1-15).
     14
        Cf. N. Calduch-Benages, «Médico, cúrate a ti mismo (Lc 4,23a). Perspectiva bí-
blica y extrabíblica», en L. Sandrin – N. Calduch-Benages – F. Torralba, Cuidarse a sí
mismo. Para ayudar sin quemarse (Colección Pastoral), PPC, Madrid 2007, pp. 33-76.
22                             El perfume del Evangelio


Por último, los médicos reciben, en el episodio de la hemo-
rroísa, un trato en modo alguno benévolo por parte del evan-
gelista: «La mujer había sufrido mucho con muchos médicos y
había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien,
yendo a peor» (Mc 5,26). Si Marcos subraya en particular la in-
competencia de la clase médica, Lucas no vacila en afirmar que
aquella mujer «no había podido ser curada por nadie [incluidos
los médicos]» (Lc 8,43).
    Los sanadores populares, a diferencia de los médicos pro-
fesionales, desarrollaban su oficio entre los estratos más po-
bres de la sociedad. Mediante el tacto, uno de los medios te-
rapéuticos más usados en el Mediterráneo antiguo, estos
sanadores curaban todo tipo de enfermedades 15. Los enfermos
recuperaban la salud a través del contacto físico directo. Jesús
pertenecía a este tipo de sanadores. Jesús era un terapeuta que
curaba por medio del tacto-contacto (cf. la hija de Jairo, la he-
morroísa y otros relatos). Son muchos los textos en que apa-
recen los verbos que significan ‘tocar’ (hapt¯ ), ‘coger con fuer-
                                               o
za’ (krate¯ ) o ‘poner encima’ (epitith¯mi). El tacto simboliza un
          o                            e
espacio compartido entre el terapeuta y la persona enferma,
un espacio simbólico de solidaridad. Jesús ofrece su fuerza cu-
radora y el enfermo la recibe en su cuerpo y en su ser. Entre
ambas personas se establece una relación vital, una comunica-
ción solidaria que se convierte en fuente de vida. Jesús cura a
los enfermos de manera que puedan volver a la vida diaria, de
la que les había apartado la enfermedad. Ya no son enfermos,
dejan de ser marginados, y pueden reincorporarse a todos los
efectos en el sistema social que antes les había rechazado.

3. La idea de «pureza» en el judaísmo
   Según la antropóloga Mary Douglas 16, la idea de pureza
hace referencia a las estructuras sistemáticas, a las clasificacio-

     15
        Cf. E. Estévez, «“Y todos los que lo tocaban quedaban sanados”. El cuerpo co-
mo espacio de gracia», Sal Terrae 85/4 (1997), esp. 332-334.
     16
        Cf. M. Douglas, Pureza y peligro: análisis de los conceptos de contaminación y ta-
bú, Siglo XXI de España Editores, Madrid 3 2000 (orig. inglés 1966); el modelo de pu-
Jesús y la hemorroísa                                23

nes y a las valoraciones que configuran los grupos sociales.
«Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio» es un antiguo
proverbio que se puede aplicar a las personas, a los lugares, a
los tiempos, a las cosas. Lo que se encuentra en su sitio ade-
cuado está limpio (puro), mientras que lo que está fuera de su
sitio, es decir, lo que supone una transgresión a las leyes del
sistema al que pertenece, se ensucia (se vuelve impuro o con-
taminado). El término pureza se refiere, por consiguiente, al
sistema cultural y al principio organizativo de una sociedad.
Sin embargo, a este primer significado podemos añadirle otro
que está relacionado con él: el término en cuestión puede in-
dicar asimismo las reglas y normas de pureza peculiares de un
determinado grupo social. Los antiguos judíos, por ejemplo,
tenían reglas específicas para clasificar los alimentos, los obje-
tos, los animales, las personas, según su grado de pureza/im-
pureza. Basta con recordar la detallada legislación del Levíti-
co, especialmente en todo lo relacionado con el culto.
    Según Jerome H. Neyrey, «la pureza es un mapa de un sis-
tema social que coordina y clasifica las cosas según su sitio
apropiado» 16. En el judaísmo del tiempo de Jesús circulaban
muchos «catálogos» de este tipo: había catálogos de cosas, de
lugares, de personas y de tiempos clasificados según el siste-
ma de pureza. Tomemos, por ejemplo, el catálogo de personas
que nos ofrece la Misná y la Toseftá en el T. Megillá 2.7. Ésta
es la clasificación de personas que se nos propone: 1) sacerdo-
tes, 2) levitas, 3) israelitas, 4) convertidos, 5) esclavos libera-
dos, 6) sacerdotes descalificados, 7) esclavos del templo, 8)
bastardos, 9) eunucos, 10) hombres con los testículos aplasta-
dos, 11) hombres sin pene. Esta lista no excluía otras clasifi-
caciones. Por ejemplo, los israelitas se dividían entre obser-
vantes y no observantes. Entre los nos observantes figuraban


reza que ella propuso fue seguido por J. Neusner... y B. Malina, El mundo del Nuevo
Testamento: perspectivas desde la antropología cultural, Verbo Divino, Estella 1995 (orig.
inglés 1991), entre otros.
     17
        J. H. Neyrey, «The Idea of Purity in Mark’s Gospel», Semeia 35 (1986) 94.
24                            El perfume del Evangelio


los pecadores públicos, como los recaudadores de impuestos o
las prostitutas; las personas físicamente impuras, como los le-
prosos, las mujeres durante la menstruación, los ciegos y los
cojos. También había diversas categorías entre los observantes,
definidas sobre la base de los cánones de impureza: la impu-
reza de un hombre queda superada por cualquiera de las im-
purezas de una mujer. Y ésta por la de un leproso, que, a su
vez, queda superada por la impureza de un cadáver.
    Si el concepto de pureza va estrechamente unido, como
hemos visto, a un sistema de catálogos clasificatorios, a nadie
sorprenderá la importancia que la sociedad judía atribuía a la
composición y a las fronteras de estos catálogos. Dicho con
palabras de Jerome H. Neyrey: «La actividad principal de un
grupo que tenga un sistema riguroso de pureza será fijar y
mantener estables estas líneas y fronteras» 18. Los límites ex-
ternos que distinguen a los judíos del tiempo de Jesús de los
otros se pueden señalar fácilmente: la observancia del sábado,
la insistencia en el alimento y la circuncisión. Los judíos te-
nían una gran preocupación por los elementos situados al
margen de su sistema: las personas con deformaciones físicas
(leprosos, cojos, ciegos, eunucos) estaban marginadas, no po-
dían ser israelitas completos o santos. También ciertos ani-
males y determinados alimentos estaban marginados y, por
consiguiente, prohibidos, por el hecho de ser considerados
impuros 19. Un animal híbrido, un alimento mezclado, en su-
ma, una cosa ambigua será siempre peligrosa, siempre conta-
minará. Este miedo a los límites, a las fronteras, se aplica
también al cuerpo humano. Todas las sustancias que sale del
cuerpo de manera voluntaria o involuntaria (orina, semen,
sangre) son sustancias impuras, porque atraviesan las fronte-
ras corporales. Rebasar los márgenes significa, por tanto, con-
taminarse.

     18
        J. H. Neyrey, «The Idea of Purity in Mark’s Gospel», Semeia 35 (1986) 100.
     19
        Las reglas sobre la pureza o impureza de los animales (cf. Lv 11) se basaban en
ciertas obligaciones religiosas muy antiguas, que no siempre se consiguen explicar de
manera adecuada.
Jesús y la hemorroísa                              25

   Por lo que se refiere a las personas, el Nuevo Testamento
nos presenta asimismo su catálogo de pureza 20:
    1. Los sumos sacerdotes               (Jn 18,28; Heb 7,18-28)
    2. Los escribas y los sacerdotes      (Lc 10,31-32)
    3. Los fariseos                       (Mc 7,3-5; Lc 18,11-12)
    4. Los israelitas observantes         (Lc 2,25-28: Simeón; Lc
                                          18,18-26: el joven rico; Lc
                                          23,50-51: José de Arimatea)
    5. Los israelitas no observantes      (Hch 4,13: Pedro y Juan; Jn
                                          7,15.49: Jesús)
    6. Los israelitas físicamente impuros (Mc 1,40-45; Lc 17,11-14: le-
                                          prosos; Lc 14,13: pobres, co-
                                          jos, mutilados, ciegos; Mc
                                          5,24-34: mujer que padece de
                                          hemorragias)
    7. Los israelitas moralmente impuros (Lc 15,1-2; Mt 9,10-13: re-
                                          caudadores de impuestos y pe-
                                          cadores)
    8. Los cadáveres                      (Jn 19,31) 21.

    Mirando este catálogo cada uno puede encontrar su pro-
pio sitio en el sistema, ya sea en el interior del mismo, ya sea
en los márgenes. El israelita observante se preocupaba de de-
fender el sistema, de respetar los límites, de no rebasar las
fronteras, evitando el contacto con todo lo que fuera dema-
siado santo, demasiado marginal o demasiado impuro. Según
la religión y la cultura judías, se esperaba que Jesús respetara
el sistema de pureza vigente y evitara el contacto con las cosas
o las personas impuras. Sin embargo, no fue así. Jesús no res-
petó ni el catálogo de los tiempos (cura varias veces en sába-
do: Mc 3,1-6), ni el de los lugares (Jesús expulsa a los pro-
fanadores del templo: Mt 21,12), ni tampoco el de personas
(Jesús toca a los leprosos, a mujeres con la menstruación y los


     20
        Debemos señalar que no se menciona ni a los gentiles (cf. Hch 10,28; 11,3) ni
a los samaritanos (Jn 4,9), porque no pertenecían al pueblo de la alianza.
     21
        Cf. J. H. Neyrey, «The Idea of Purity in Mark’s Gospel», Semeia 35 (1986) 101.
26                              El perfume del Evangelio


cadáveres: cf. Mt 8,3; Mc 5,25-34; Lc 8,54). Por otra parte,
Jesús descuida las abluciones (Lc 11,37-38), come con recau-
dadores de impuestos y con los pecadores (Mt 9,11; Mc 2,15)
y hasta aconseja a sus discípulos que no observen las reglas re-
lacionadas con el alimento (Lc 10,7-8). En conclusión, en los
evangelios y de manera especial en el de Marcos, Jesús se opo-
ne abiertamente al sistema de pureza dominante y ofrece a to-
das las personas que quieran seguirle una alternativa mejor.

La pureza respecto a las mujeres
    Las reglas de pureza limitaban la actividad de la mujer en
el culto, en la sociedad y en la familia. Según el Levítico, la
mujer permanecerá impura (akathartos) durante siete días en
el período de la menstruación . Si su ciclo es irregular y pa-
                                            22


dece hemorragias, quedará impura hasta su curación. Todo lo
que toque esa mujer quedará impuro, del mismo modo que
quedará impura toda persona que tenga contacto con ella. Del
mismo modo, quedará impura toda persona que toque un ob-
jeto que esa mujer haya tocado previamente. Si la mujer man-
tiene relaciones sexuales con su marido, éste quedará impuro
durante siete días (Lv 15,19-30). Por otra parte, la mujer que-
dará impura inmediatamente después del parto durante siete
días, si da a luz un varón; y el doble, si da a luz una niña. En
el primer caso, deberá purificarse de su sangre durante treinta
y tres días, en el segundo caso se doblará el tiempo de purifi-
cación (Lv 12,1-8) .       23


    Los hechos descritos más arriba están estrechamente liga-
dos a la identidad de toda mujer. Pertenecen a su cuerpo, a su
sexualidad, a sus ciclos vitales de fecundidad y de transmisión
de la vida. Forman parte de su experiencia cotidiana con su
cuerpo, con su persona. A pesar de ello, la ley establece que


    22
       Cf. G. Deiana, Levitico. Nuova versione, introduzione e commento (I libri biblici.
Primo Testamento 3), Paoline, Milán 2005, pp. 152-153.
    23
       Cf. G. Deiana, Levitico, pp. 151-152 y también el Excursus: puro e impuro, pp.
153-159.
Jesús y la hemorroísa                                27

todo esto es impuro y contamina. Esta legislación trae consi-
go consecuencias sociales, religiosas, económicas y también
psicológicas 24, que agravan la situación de opresión y de mar-
ginación de las mujeres en la sociedad judía. Voy a señalar só-
lo algunas: la mujer estaba prácticamente excluida de la con-
vivencia social, porque era impura y causa de impureza desde
la adolescencia hasta la menopausia; la mujer debía pagar al
templo por su purificación después del parto o en caso de flu-
jo irregular; la mujer no podía acceder al Dios de la alianza a
causa de la fecundidad y vitalidad de su cuerpo.
    La marginación de la mujer a causa de su flujo menstrual
no es un hecho exclusivo del judaísmo, sino frecuente en las
religiones primitivas. Según Bernard J. Bamberger, «el hom-
bre antiguo reaccionó al fenómeno de la menstruación con
horror, algo que a nosotros nos parece grotesco e histérico» 25.
La legislación levítica sobre la mujer con flujo menstrual in-
fluyó sobremanera en los escritos judíos posteriores y en la li-
teratura rabínica. Según Flavio Josefo, las antiguas leyes de
pureza se seguían con fidelidad en el siglo I d. C. Afirma en
La guerra de los judíos: «El templo estaba cerrado a las mujeres
durante la menstruación, e incluso cuando se habían purifica-
do de su impureza, no les estaba permitido rebasar los límites
que he mencionado más arriba» (5.5.6 §227). Debemos seña-
lar que la Misná y los Talmud (siglos II-V d. C.) incluyen mu-
chos capítulos sobre el tema de la niddâ (la mujer con la
menstruación) 26.


     24
        Cf. M. Navarro, «Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios. Cuerpos de mujeres en
la Biblia: exégesis y psicología», en Idem (dir.), Para comprender el cuerpo de la mujer.
Una perspectiva bíblica y ética, Verbo Divino, Estella 1996, p. 162.
     25
        B. J. Bamberger, Leviticus. The Torah. A Modern Commentary, 3, Union of Ame-
rican Hebrew Congregations, Nueva York 1981, pp. 849-850. Véase también J. Mil-
grom, Leviticus 1-16. A New Translation with Introduction and Commentary (The An-
chor Bible 3), Doubleday, Nueva York 1991, pp. 948-953.
     26
        Para un debate sobre la observancia de las leyes de la pureza menstrual por par-
te de las mujeres, cf. R. Sheppard Kraemer, Her Share of the Blessings: Women’s Religions
among Pagans, Jews, and Christians in the Greco-Roman World, Oxford University Press,
Oxford 1992, pp. 99-105, 125-126 y 143.
28                             El perfume del Evangelio


    Dirijamos ahora nuestra mirada hacia el evangelio de Mar-
cos. El episodio de la curación de la hemorroísa (Mc 5,25-34)
trastorna el antiguo sistema de pureza legal y las discrimina-
ciones sociales derivadas del mismo. Podemos considerarlo
como una reacción a Lv 15,19-20 27. En efecto, Marcos utiliza
las expresiones en rysei haimatos, ‘flujo de sangre’ (5,25; cf. Lv
15,19-33; 20,18) y h¯ p¯g¯ tou haimatos, ‘la fuente de la san-
                       e ee
gre’ (5,29; cf. Lv 12,7; 20,18) de una manera eufemística, para
designar las condiciones ginecológicas normales e irregulares
asociadas al ciclo menstrual. A continuación, veremos cómo
la actitud de Jesús con la hemorroísa supera la ley antigua y
revaloriza el cuerpo de las mujeres.

4. Un diálogo corporal terapéutico (Mc 5,25-34)
El cuerpo de la mujer
    El escenario de la curación es un lugar público: en la otra
orilla del mar de Galilea. Tras una primera nota relativa al cuer-
po de Jesús, «le seguía un gran gentío que le oprimía» (Mc
5,24; cf. 5,31), aparece la mujer hemorroísa (literalmente, «una
mujer»). Marcos cuenta la enfermedad de la mujer con todo ti-
po de detalles: padecía hemorragias desde hacía doce años, ha-
bía sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos
sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor. Este
cuadro clínico expresa de un modo particularmente claro lo
que siente la mujer en su interior. Se siente herida en lo más
hondo; siente que se hunde su identidad femenina. Su sufri-
miento es terrible: por una parte, desea incesantemente estar


     27
        M. J. Selvidge, «Mark 5:25-34 and Leviticus 15:19-20: A Reaction to Restricti-
ve Purity Regulations», JBL 103 (1984) 623: «El retrato de la mujer “con flujo de san-
gre” contrasta directamente con el retrato de la mujer que los autores levíticos ofrecen
con su visión androcéntrica. La mujer del evangelio de Marcos se muestra activa. No
aparece limitada en la secuencia del relato. Toca, conoce, descubre y, después, actúa (Mc
5,27.29.33). Sus problemas ginecológicos la han angustiado terriblemente, pero no la
han aislado de la sociedad (Mc 5,26), como habrían establecido, sin embargo, los au-
tores del Levítico (Lv 15,19.28)».
Jesús y la hemorroísa                                29

con su familia, con sus amigas, con los vecinos y, por otra, sa-
be que no puede acercarse a ellos, porque el contacto con ella
podría contagiarlos. Ha intentado salir de este círculo con la
ayuda de la medicina tradicional, pero los médicos no han con-
seguido encontrar una terapia adecuada. Se encuentra cada vez
más pobre, cada vez más vacía, cada vez más sola. La sociedad
a la que pertenece la ha condenado a ser una muerta en vida.
    Observemos que, al final del episodio, después de haber
tocado a Jesús, la mujer aparece «atemorizada y temblorosa»
(Mc 5,33). ¿Por qué este miedo, por qué este temblor? ¿Tiene
miedo de Jesús, de su posible rechazo? Evidentemente, no.
Tiene miedo de la ley, de las reglas, de las obligaciones. Tiene
conciencia de haber transgredido el sistema, porque ha toca-
do el manto de Jesús mientras no debería haberlo hecho. Ha
contaminado a Jesús con su impureza. La mujer es conscien-
te, por tanto, de que es impura. En efecto, ha vivido en esta
condición durante doce años y ahora está convencida no sólo
de ser impura, sino también de ser portadora de la impureza.
Y, en consecuencia, indigna y pecadora. La mujer había asi-
milado personalmente el sistema ético del Levítico 28.
    Analicemos el gesto de la mujer: «Habiendo oído lo que se
decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su
manto» (Mc 5,27). No tiene valor para acercarse a Jesús abier-
tamente, por eso se le acerca por detrás, de una manera clan-
destina. Comenta Eugen Drewermann: «Y así se atreve, furti-
vamente, a esta toma de contacto, que tiene la apariencia de
algo casual y que desde fuera no se puede distinguir en abso-
luto de un contacto no intencional» 29. Sabe que su gesto cons-
tituye una violación de las prescripciones legales, pero en él es-


     28
        Marcos presenta en 7,20 una lista de las cosas que convierten en impuro al ser
humano. Sin embargo, no menciona en ella ni la lepra, ni el ciclo menstrual, ni la
muerte, o sea, las situaciones físicas que contaminaban cultualmente a través del tacto.
Jesús, en cambio, cura a los leprosos, a la mujer con hemorragias y a la niña muerta (cf.
M. Navarro, Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios, p. 176, nota 60).
     29
        E. Drewermann, Il messaggio delle donne. Il sapore dell’amore (Nuovi Saggi Queri-
niana 65), Queriniana, Brescia 3 1997, p. 136 (orig. alemán 1992 y trad. española 1996).
30                             El perfume del Evangelio


tán contenidos la esperanza, la confianza y el don de toda una
vida. Ninguna mujer en estado de impureza se hubiera atrevi-
do nunca, por su propia iniciativa, a tocar a un hombre des-
conocido en público. Entonces, ¿por qué lo hace? ¿por qué
viola conscientemente la ley? La respuesta es simple: quiere
curarse, y este deseo suyo es más fuerte que la ley, que la cul-
tura y que la tradición. Este deseo la lleva hacia Jesús, de quien
ha oído hablar. Sólo los lectores y las lectoras conocen el de-
seo de la mujer, gracias a la voz del narrador: «Si logro tocar
aunque sólo sea su manto, me curaré» (Mc 5,28). El deseo le
confiere una fuerza insólita, inesperada. El deseo actúa como
un motor que impulsa su corazón a ir hacia la persona busca-
da. El deseo de curarse la convierte en una mujer libre; le ha-
ce superar todos los límites y las fronteras de la ley.
    En el fragmento que nos ocupa, el deseo va unido al tacto,
a la piel. El deseo de verse curada, de volver a la vida y de re-
cuperar su propia identidad como persona, pasa a través de las
manos de la mujer. La mujer transmite a Jesús, con las manos
y no con las palabras, su deseo de vivir. Con el gesto temerario
de tocar el manto de Jesús, la mujer expresa confianza en sí mis-
ma, capacidad de decisión y un valor inaudito. Quiere vivir y
por eso no vacila en desafiar el orden establecido. Extendiendo
la mano se abre a la experiencia del amor, la misma experien-
cia que se le había negado. Tocar a Jesús es un gesto de liber-
tad que le restituye la vida y la reincorpora a la comunidad 30.
    Sólo sabemos que la mujer tocó el manto 31 de Jesús por-
que él lo revela verbalmente. Nadie se había dado cuenta, sólo

     30
        J. J. Pilch (Healing in the New Testament, p. 66) afirma: «La hemorroísa es una
mujer especialmente significativa, porque simboliza el poder de las mujeres en el mo-
delo universal de la sociedad humana: el ámbito público es al doméstico como el hom-
bre a la mujer. La sangre menstrual es un símbolo positivo para las mujeres en el ám-
bito doméstico, mientras que sigue siendo tabú en el ámbito público. Jesús transmite a
la mujer una energía poderosa a fin de que pueda asumir de nuevo un papel positivo
en la sociedad».
     31
        Tal vez se pueda ver aquí una alusión al manto de Booz que Rut tocó durante la
noche (cf. X. Pikaza, Para vivir el evangelio, p. 80). Sobre el valor terapéutico del man-
to hablará Marcos en 6,56.
Jesús y la hemorroísa                  31

Jesús advierte aquel toque delicado, furtivo, y quiere saber
quién le ha tocado. Sin embargo, antes de que Jesús pregunte
en voz alta: «¿Quién me ha tocado el manto?», se produce la
tan deseada curación. El narrador nos explica: «Inmediata-
mente se le secó la fuente de sangre (h¯ p¯g¯ tou haimatos aut¯s)
                                       e ee                    e
y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal» (Mc 5,29). Su
deseo canalizado a través del tacto la ha curado y es su propio
cuerpo el que le comunica la curación. Su cuerpo, fuente de
autoconocimiento y de certeza, le dice la verdad. No se ha vis-
to ni oído nada, pero en el interior de la mujer ha tenido lugar
un gran cambio, un cambio hacia la vida, que estalla en grati-
tud a Jesús. Jesús le ha transmitido su energía vital y sanadora.
Y la mujer, aunque atemorizada y temblorosa, «viendo lo que
le había sucedido, se acercó a Jesús, se postró ante él y le con-
tó toda la verdad» (Mc 5,33). La mujer, inclinando su cuerpo
ante Jesús, le reconoce como el Señor de la vida, como el Dios
que ha establecido una nueva alianza con ella. El gesto realiza-
do revela, por una parte, su valor y, por otra, su capacidad de
agradecimiento. Según Mercedes Navarro, la mujer no sólo se
mostró activa en su propia curación, sino que expresa también
«una nueva ética a partir de la experiencia de su cuerpo cuan-
do dice el texto que le contó a Jesús toda la verdad, emplean-
do una palabra (al¯theian) que reserva siempre para Jesús» 32.
                    e

El cuerpo de Jesús
    La reacción de Jesús es también una reacción corporal: el
cuerpo de Jesús entra en diálogo con el de la mujer. Ésta no
recita un monólogo, sino que se comunica con Jesús a través
de su cuerpo enfermo e impuro. En efecto, el mensaje de la
mujer no se pierde, sino que llega a su destinatario: Jesús ad-
vierte que alguien le ha tocado. Alguien ha puesto en movi-
miento las energías de su cuerpo y ha salido de él una fuerza
arrolladora. Es cierto que la muchedumbre le apretaba, pero
estos contactos no contenían ningún mensaje, no expresaban

   32
        M. Navarro, «Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios», p. 176.
32                                El perfume del Evangelio


nada. El contacto con la mujer era, por el contrario, una in-
vitación a la comunicación. Un solo gesto, pero consciente,
deseado, pensado, cumplido. Un gesto que pedía respuesta,
ayuda, curación. Y Jesús responde enseguida y con su res-
puesta hace visible el cuerpo de la mujer como espacio signi-
ficativo de comunicación.
     Jesús se detiene de inmediato y mira a su alrededor (perie-
blepeto) 33 para ver quién le había tocado. Jesús podía actuar de
una manera diferente, ignorar el hecho acontecido y seguir su
camino; sin embargo «tiene el valor de revelar la audacia
desesperada de esta mujer a los ojos de toda la gente. Él no se
avergüenza de ella, ni quiere tampoco que ella continúe aver-
gonzándose de su enfermedad. El paso más valiente de su vi-
da hacia la curación no debe conservar ya la impresión de ser
un hurto disimulado» 34.
     El encuentro final es sublime. La mujer curada se encuen-
tra cara a cara con el que la ha curado. Ella expresa, como ya
hemos visto, lo mejor de sí misma, y Jesús se revela como el
Salvador: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda cura-
da de tu enfermedad» (Mc 5,34). El verbo ses¯ ken (perfecto de
                                                 o
s¯ z¯ , ‘salvar’) indica que la mujer no sólo ha sido curada, sino
 o o
también salvada. Y aquí surge la ironía del relato: ha alcanza-
do la curación y la salvación precisamente porque ha trans-
gredido los preceptos de la ley, que, supuestamente, hubiera
debido salvarla. Las últimas palabras de Jesús son sólo una
confirmación de lo que ya ha sucedido antes, es decir, la cu-
ración de la mujer. Antes de despedirse, Jesús alaba la fe de la
mujer, mostrando una actitud presente en muchos otros rela-
tos de curación (cf. Mt 8,10: la fe del centurión; Lc 17,19: la
fe del leproso samaritano; Mt 9,2: la fe de los que acompañan
al paralítico). En conclusión, Jesús, al dejarse tocar, anula los
códigos sociales y religiosos de su tiempo y proclama que los
cuerpos de las mujeres no son un lugar impuro que necesite


     33
          Cf. V. Scippa, «Stile e spunti di teologia in Mc 5,21-43», Asprenas 30 (1983) 224.
     34
          E. Drewermann, Il messaggio delle donne, p. 137.
Jesús y la hemorroísa             33

una purificación constante, sino un lugar de salvación. Entre
el cuerpo de Jesús y el cuerpo de la hemorroísa se ha produci-
do, por tanto, un encuentro personal, un encuentro de au-
téntica liberación.
    Jesús no le dice a la mujer que vaya al sacerdote, como sí hi-
zo con el leproso en Mc 1,40-45, siguiendo las prescripciones
de Lv 14,28-30. Y este silencio es muy significativo. No hay que
buscar la autoridad fuera de la mujer, sino en ella misma, en su
propio cuerpo: un cuerpo que refleja una nueva relación con
Dios. Con Jesús cae así el tabú de la impureza y se extiende la
salvación a otras muchas mujeres, que podrán vivir una relación
de reconciliación con su propio cuerpo. Para decirlo con pala-
bras de Xabier Pikaza: «Jesús dice a la mujer que se realice: la in-
troduce en la paz de su propia vida liberada, le permite ser mu-
jer en salud y autonomía. Esta llamada a la mujer constituye en
este caso su enseñanza, es su acción liberadora» 35.

5. Conclusión
   Permítaseme concluir esta reflexión con las palabras de
uno de los teólogos alemanes más originales, más leídos y
también más discutidos de estos últimos años (también es psi-
coterapeuta), contenidas en su comentario a Mc 5,25-34:
       El único medio que puede curar a la persona es el amor: una
   relación, completamente independiente y libre de las cuestiones
   de dignidad y de indignidad, independiente incluso de la cues-
   tión de la pureza o de la impureza; basta simplemente con po-
   der tender una mano sin verse rechazado, simplemente con un
   contacto que no compromete ni exige nada para sí, como si se
   cerrara un circuito eléctrico a través del cual fluye la energía de
   la curación; pero también viceversa, puesto que en el otro, en
   Jesús, se forma algo semejante a una corriente que, en sentido
   contrario, llena el vacío que esta mujer siente dentro de sí, una
   fuerza que sale de él y acaba con el «flujo» de la mujer 36.

   35
        Cf. X. Pikaza, Para vivir el evangelio, p. 81.
   36
        E. Drewermann, Il messaggio delle donne, pp. 135-136.

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  • 1. Prefacio Hace veinte años, cuando yo era todavía estudiante en el Pontificio Instituto Bíblico, me vi en una gran dificultad pa- ra elegir el tema de la tesina para la licenciatura en Sagrada Es- critura. Tras haber seguido con vivo interés una gran cantidad de cursos tanto sobre el Antiguo (o Primer) Testamento como sobre el Nuevo, me encontré en una situación embarazosa, porque no sabía qué camino tomar. Me gustaban mucho los libros sapienciales, especialmente los pasajes sobre la misterio- sa figura de «Doña Sabiduría», pero, al mismo tiempo, me fas- cinaba el evangelio de Juan con su rica simbología. Pensándo- lo bien, me parece que fueron las inolvidables lecciones del padre Ignace de La Potterie en la atestada aula magna del Ins- tituto las que orientaron mi decisión hacia el cuarto evangelio. Tras haber decidido, pues, el campo en el que iba a trabajar, lo único que me faltaba era elegir el tema de la tesina, y esto me llevó algún tiempo. Después de haber leído y releído el evangelio de Juan una infinidad de veces, quedé impactada por la fragancia del perfume que inundaba la casa de Betania tras la unción de María, la hermana de Marta y de Lázaro (Jn 12,3). Gracias a Dios, ese perfume no me ha abandonado nunca. Han pasado los años, dedicados constantemente al es- tudio y a la enseñanza de la palabra de Dios, y heme aquí, ahora, escribiendo este libro titulado El perfume del Evangelio. Puede ser que el lector o la lectora de hoy, al ver la palabra perfume en la cubierta del libro, haya pensado espontánea- mente en un libro que ha obtenido un gran éxito editorial. Me
  • 2. 8 El perfume del Evangelio refiero a la novela de Patrick Süskind, El perfume, traducida a más de 45 idiomas y que ha vendido más de 15 millones de ejemplares; por no hablar de la versión cinematográfica, La pa- sión invisible, realizada por Tom Tykwer con el famoso actor Dustin Hoffman. Nuestro perfume, sin embargo, no tiene na- da que ver con esta intrigante novela de aventuras. Nuestro li- bro, El perfume del Evangelio, desea presentar algunos encuen- tros entre Jesús y las mujeres a partir de una selección de pasajes tomados de los sinópticos y del evangelio de Juan. Al- gunos de estos pasajes se caracterizan, tal como sugiere el títu- lo, por la presencia del perfume, un elemento cargado de con- notaciones y rico en contenido simbólico, que se abre a múltiples interpretaciones en función de los contenidos. Los dos primeros encuentros se narran en el evangelio de Marcos, un evangelio en el que abundan los relatos de cura- ción. Entre las personas curadas por Jesús se encuentran tam- bién cuatro mujeres afligidas por diversas enfermedades: la suegra de Pedro (Mc 1,29-33), la hija de Jairo (Mc 5,21-24; 35-43); la hemorroísa (Mc 5,25-34) y la hija de la sirofenicia (Mc 7,24-30). A nosotros nos interesan especialmente las dos últimas: «la hemorroísa», una mujer que se acerca a Jesús con ademán te- meroso y avergonzado, tras doce años de padecer una enfer- medad que la aísla y la separa de todos los demás por ser cul- turalmente impura; y «la hija de la sirofenicia», una niña presa de una posesión demoníaca, que no sólo la atormenta a ella, sino también a su madre, una mujer desesperada, aunque, al mismo tiempo, decidida y sensata, que no duda en salir al en- cuentro de Jesús para pedirle la curación de su hija. En ambos casos, la curación llevada a cabo por Jesús rompe las barreras (límites o tabúes) características de la sociedad de la época. El evangelio de Lucas es el que narra más historias de mu- jeres. Es el único que nos cuenta las historias de Isabel, de Ma- ría, de Ana, de la viuda de Naín, de la mujer del perfume, de María Magdalena, de Juana, de Susana y de otras mujeres de Galilea, de Marta y María, de la mujer encorvada, de la mujer
  • 3. Prefacio 9 que busca la moneda perdida, de la viuda que importunaba al juez inicuo y de las mujeres que lloran a Jesús en su camino ha- cia el Calvario. Todas estas narraciones son exclusivas de Lucas, aunque en su evangelio encontramos otras historias de muje- res que tienen sus paralelos en los evangelios de Marcos y de Mateo. Entre todas las mujeres que acabamos de citar, «la mu- jer del perfume» se convertirá en la protagonista de nuestro ter- cer encuentro (Lc 7,36-50). Ella es la única mujer que recibe el perdón de Jesús; es la única mujer que, sin pedirlo, queda li- bre de una enfermedad, no del cuerpo, sino del espíritu. Jun- to a esta pecadora sin nombre, que, paradójicamente, se con- vierte en un ejemplo para imitar, recorreremos las huellas de las mujeres que seguían a Jesús en las primeras fases de su predi- cación en Galilea, deteniéndonos en un texto muy discutido (Lc 8,1-3). Se trata, en efecto, de un sumario de sólo tres ver- sículos, que atestigua la presencia y el ministerio desarrollado por las mujeres en los desplazamientos de Jesús. A algunas de las discípulas se las cita por su nombre, como a María de Mag- dala, Juana y Susana, mientras que otras muchas se han que- dado en el anonimato, sepultadas en el silencio de la historia no contada. Éste es el cuarto encuentro. La presencia de las mujeres en el evangelio de Juan pre- senta unas características muy especiales. Aparecen siempre como protagonistas y su actitud está descrita de manera posi- tiva. La importancia concedida a las mujeres se deja entrever por el sitio que ocupan en sus narraciones –en general muy extensas– en el interior del libro, por los temas teológicos desa- rrollados en sus pasajes y, finalmente, por el profundo simbo- lismo que emerge de los textos. Por otra parte, las tradicio- nes del Antiguo Testamento, a las que el autor hace referencia a menudo, sobre todo en los episodios protagonizados por mujeres, son siempre tradiciones favorables a la mujer. El es- tudio de la unción de Betania (Jn 12,1-11) nos permitirá pre- sentar el encuentro entre Jesús y María, la hermana de Marta y de Lázaro, en toda su amplitud y ahondar en su riqueza teo- lógica. Además de esto, mediante un análisis detallado de Jn 12,3 –«La casa se llenó de la fragancia del perfume», frase que,
  • 4. 10 El perfume del Evangelio ya desde los primeros tiempos fue considerada como un mis- terio por desvelar–, demostraremos que el perfume de la un- ción no anuncia sólo la muerte de Jesús, sino también su re- surrección. Dicho con otras palabras, la fragancia del perfume de Betania es símbolo de la victoria de Cristo sobre la muerte. Todos los encuentros de Jesús nacen de su amor gratuito. Y la gratuidad se manifiesta en la preferencia que siente Jesús por los pobres, por los pequeños y los marginados por diver- sos motivos (extranjeros, enfermos, minusválidos, pecadores, publicanos, prostitutas). Todas nuestras protagonistas perte- necen, en cierto modo, a esta categoría de víctimas de la so- ciedad, ya sea por su sexo, ya sea por su enfermedad, su ofi- cio, su religión o su nacionalidad. Jesús se encuentra con una israelita impura a causa de su enfermedad, con una cananea de cultura griega, con una pecadora pública y con sus muchas discípulas, que con tal de seguir al Maestro en su misión no tuvieron miedo de infringir el sistema androcéntrico que do- minaba la sociedad israelita del siglo I. Jesús se pone abierta- mente a favor de todas estas mujeres y, solidarizándose con su dolor, físico o espiritual, engendra una nueva corriente de hu- manidad desde su interior. Procediendo de este modo, Jesús invierte la escala de valores propuesta por la sociedad y supe- ra las discriminaciones vigentes con su actitud gratuita y su re- lación solidaria e igualitaria con las personas. El libro concluye con un encuentro inaudito, que, a buen seguro, nadie se habría esperado. Se trata, ciertamente, de un encuentro muy especial, porque no tiene lugar entre Jesús y una mujer, sino entre Jesús y la Sophia. La Sophia, o «Doña Sabiduría», como se la suele llamar, es la personificación bí- blica más potente. Aparece en las páginas de los libros de los Proverbios, de Job, del Sirácida, de Baruc y de la Sabiduría, con los rostros más diversos: es niña, hermana, muchacha, hospitalaria anfitriona, madre y maestra, guía y compañera de viaje, novia cortejada y esposa acogedora. Unos rostros cierta- mente diversos, pero siempre femeninos. Ahora bien, en el Nuevo Testamento, Pablo, Mateo, Lucas y Juan, cada uno a su manera, presentan a Jesús como la Sabiduría de Dios.
  • 5. Prefacio 11 Adaptan los textos de la antigua alianza de Israel de manera que puedan ser aplicados a la persona de Jesús. Por eso atri- buyen a Jesús los rasgos, las funciones y las expresiones pro- pias de la sabiduría personificada. Espero que, a través de las lecturas de estos encuentros, los lectores y lectoras se dejarán envolver por el perfume del evan- gelio, que no es otra cosa que el perfume de Cristo resucita- do, vencedor del pecado y de la muerte, que se difunde por el mundo entero comunicando vida y salvación. Doy las gracias a Guillermo Santamaría por haber acepta- do publicar este libro mío en la editorial que dirige, así como por su constante apoyo en la tarea de difundir la palabra de Dios. NURIA CALDUCH-BENAGES Roma, 8 de septiembre de 2007, fiesta de la Natividad de María
  • 6. Primer encuentro Jesús y la hemorroísa (Mc 5,25-34) Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás en- tre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque só- lo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuen- te de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». Pero él miraba a su alrede- dor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y tembloro- sa, se postró ante él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Jesús sanador 1 La actividad terapéutica de Jesús es una de las característi- cas más significativas del evangelio de Marcos . Las personas 2 curadas por Jesús en este evangelio son personalidades colec- 1 Cf. Nuria Calduch-Benages, «La guarigione dell’emorroissa (Mc 5,25-34). Un dia- logo corporale terapeutico», Insieme per servire 54 (2002) 8-20, con algunas variantes. 2 La temática goza de una gran actualidad en la exégesis neotestamentaria, cf. el es- tudio de R. Aguirre (ed.), Los milagros de Jesús. Perspectivas metodológicas plurales (ABE 39), Verbo Divino, Estella 2002.
  • 7. 16 El perfume del Evangelio tivas o «diádicas»; es decir, individuos que dependen fuerte- mente de la opinión y de la valoración de los otros 3. De ahí que sus enfermedades tengan un significado eminentemente social y cultural. Jesús cura a hombres y niños afligidos por di- ferentes enfermedades: un endemoniado (Mc 1,21-28), un le- proso (1,40-45), un paralítico (2,1-12), el hombre con la ma- no paralizada (3,1-12), el endemoniado de Gerasa (5,1-20), un sordomudo (7,31-37), el ciego de Betsaida (8,22-26), un niño epiléptico (9,14-29) y el ciego Bartimeo (10,46-52). En- tre los curados hay también mujeres: la suegra de Pedro, que estaba en la cama con fiebre (Mc 1,29-33), la hija de Jairo (5,21-24; 35-43); la hemorroísa (Mc 5,25-34) y la hija de la sirofenicia (7,24-30). Además de estos textos, hay también cinco episodios de tipo sumario, donde el narrador alude a las curaciones y a los exorcismos de Jesús de una manera genéri- ca (Mc 1,32-34.39; 3,10-12; 6,5.53-56) 4. De las cuatro mujeres curadas por Jesús, nos interesa espe- cialmente la hemorroísa: una mujer que se acerca a Jesús con ademán temeroso y avergonzado, tras doce años de padecer una enfermedad que la aísla y la separa de todos los demás por ser culturalmente impura. Debemos señalar que Mc 5,25-34 (cf. Mt 9,20-22 y Lc 8,43-48) es el único relato de los evan- gelios que se ocupa específicamente de una enfermedad gine- cológica, que, según John P. Meier, podría tratarse de una hemorragia uterina crónica 5. Esta mujer que padece hemorra- gias siente escapar la vida lentamente, como un continuo va- ciamiento de sí que preanuncia un final inminente, y, deses- perada, decide ir al encuentro de Jesús. Será, como veremos, un encuentro fugaz, pero decisivo en su vida. Podemos leer e 3 J. J. Pilch, Healing in the New Testament. Insights from Medical and Mediterranean Anthropology, Fortress Press, Minneapolis 2000, p. 65. 4 Cf. E. van Eck – A. G. van Aarde, «Sickness and Healing in Mark: A Social Scien- tific Interpretation», Neotestamentica 27 (1993) 27-54 y J. J. Pilch, Healing in the New Testament, esp. pp. 57-73. 5 J. P. Meier, Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico, tomo II/2: Los mi- lagros, Verbo Divino, Estella 2000, p. 818 (orig. inglés 1994).
  • 8. Jesús y la hemorroísa 17 interpretar este encuentro de muchas maneras y con diferen- tes objetivos. Yo propongo leerlo como un diálogo corporal terapéutico entre la mujer y Jesús, un diálogo entre el cuerpo enfermo y la energía del amor que cura. Antes de presentar esta interpretación, vamos a tomar en consideración el texto de Marcos en su contexto, y después recurriremos a la antropología cultural y médica en lo que se refiere a la preocupación por la salud y al concepto de pureza en el mundo mediterráneo del siglo I. 1. La curación de la hemorroísa en su contexto Las mujeres curadas por Jesús ¿Quiénes son las cuatro mujeres curadas por Jesús? Des- 6 conocemos sus nombres. Tres de ellas pueden ser identificadas por los lazos de parentesco que afirman su pertenencia al gru- po familiar: «suegra» e «hija» (la suegra de Pedro, la hija de Jai- ro, la hija de la sirofenicia). Esta identificación sugiere que su enfermedad ha afectado a sus relaciones y sus funciones en el interior de la familia. La referencia a los hombres (padre, ma- rido) refleja la estructura patriarcal, característica de la socie- dad israelita. Ellos son quienes dictan las reglas de comporta- miento de las mujeres, incluso cuando están enfermas. Por eso va Jairo al encuentro de Jesús. Su hijita de doce años se en- cuentra bajo su patria potestad. Lo único que sabemos de su mujer es que estaba presente en la escena (cf. Mc 5,40b: «Jesús toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos»). Ni las dos hijas ni la suegra pronuncian una sola palabra, mientras que la hemorroísa (una mujer israelita observante) y la sirofenicia (una mujer griega y pagana) hablan con Jesús. Cada una a su modo le pide la curación: la hemorroísa se la 6 Cf. J. Dewey, «Jesus’ Healings of Women: Conformity and Non-Conformity to Dominant Cultural Values as Clues for Historical Reconstruction», SBL Seminar Pa- pers, Scholars Press, Atlanta, GA 1993, pp. 178-193.
  • 9. 18 El perfume del Evangelio pide para sí misma y la sirofenicia para su hija, poseída por un espíritu inmundo. Jesús escucha sus peticiones del mismo modo que escucha la de sus discípulos (en el caso de la suegra de Pedro) y la de Jairo. A Jesús no le importa ni el día, ni la posición social, ni la religión o la nacionalidad del solicitante, ni el tipo de enfermedad, ya sea o no contagiosa. Jesús cura a la suegra de Pedro en sábado, a la hija del jefe de la sinagoga 7, a la de la mujer sirofenicia y a la mujer que padecía una en- fermedad impura, sin preocuparse de los límites sociocultura- les y religiosos impuestos por el sistema. La hemorroísa y la hija de Jairo Siguiendo la técnica de la construcción por ensambladura (conocida asimismo con el nombre de «interposición», «inter- calación» o, más coloquialmente, de sándwich), bastante fre- cuente en el evangelio de Marcos (3,20-35; 11,12-25; 14,53- 72), el narrador entrelaza el relato de la hemorroísa con el de la hija de Jairo . La relación entre ambas escenas no es, con to- 8 do, simplemente narrativa: existe una conexión temática más profunda. Se trata de dos mujeres que están en peligro: una, mujer adulta, afligida desde hace doce años por una enferme- dad impura, y la otra, una niña que va a morir a los doce años (edad en la que en el antiguo Israel la mujer se volvía adulta, casadera). Ambas reciben el apelativo de «hijas», una de parte de Jesús y la otra de parte de su padre, quien curiosamente di- ce «mi hija», no «nuestra hija»; en ambos casos se produce la curación a través de un contacto físico, con la mano. Se trata de una historia de mujeres: una niña que no puede llegar a la vida adulta y una mujer adulta vencida por su sangre impura. En este caso, no hay espíritus inmundos para conjurar ni disputas verbales entre Jesús y sus adversarios (cf., por oposi- 7 También aquí tiene su importancia la idea de pureza: según la ley, tocar a los muertos es causa de impureza (Nm 19,11-16; 31,19). 8 Cf. V. Scippa, «Ricerche preliminari per uno studio su Mc 5,21-43 secondo la Redaktionsgeschichte», RivB 51 (1983) 399-401.
  • 10. Jesús y la hemorroísa 19 ción, Mc 5,1-20 y 2,23–3,6). Todo parece acontecer en un clima pacífico, casi en silencio, pero del relato emerge un pro- fundo dinamismo de liberación humana en perspectiva feme- nina 9. Ambas curaciones revelan el poder de Jesús –un poder que descompone los tabúes sociales y los preceptos de la ley– y exaltan el poder de la fe: una fe sencilla, pero fuerte, madura- da en la prueba, que contrasta con la perplejidad de los discí- pulos en el fragmento de la tempestad calmada (Mc 4,35-41). Según el comentario de Franco Lambiasi, «el centro temático de los dos fragmentos es la maduración de la fe: se va desde una confianza en el poder de Jesús como curador hacia una fe ple- na en su identidad de Mesías que da la salvación» 10. 2. La preocupación por la salud en el Mediterráneo del siglo I Salud, enfermedad y curación En nuestro mundo contemporáneo, concebimos la enfer- medad como una disfunción del organismo que se puede cu- rar con una terapia biomédica adecuada, admitiendo que se consiga formular un diagnóstico exacto y se disponga de los medios idóneos. Por lo general, lo que nos interesa a nosotros es que la persona pueda volver a la normalidad lo antes posi- ble, tal como estaba antes de ponerse enferma, pero esto ni es (ni ha sido) así en todas las sociedades. Por ejemplo, en la an- tigua cultura mediterránea se apreciaba mucho más a la per- sona como tal que su capacidad de actuar o trabajar. En esta línea actuaban también los sanadores de aquel tiempo. Éstos se interesaban mucho más por el ambiente social de los enfer- 9 Estas dos escenas forman, según Xabier Pikaza, el primer capítulo de lo que po- dríamos llamar el evangelio femenino de Marcos (cf. X. Pikaza, Para vivir el evangelio. Lectura de Marcos, Verbo Divino, Estella 1995, p. 79). 10 F. Lambiasi, Il vangelo di Marco, en Bibbia Piemme, Piemme, Casale Monferra- to (AL) 1995, p. 2.389.
  • 11. 20 El perfume del Evangelio mos que por la disfunción orgánica en sentido biomédico. John J. Pilch define así el concepto de salud en la sociedad del Mediterráneo del siglo I: «La salud es un estado de bienestar completo y no simplemente la ausencia de dolencia o enfer- medad» 11. Resulta evidente que, en esta definición, el acento recae en el «estar bien», y no en la recuperación de la activi- dad que ha sido interrumpida entre tanto. No es casual que los antropólogos distingan entre disease e illness. El término disease se refiere a una manifestación clínica de anormalidad del funcionamiento físico o infección por un elemento patógeno en un individuo o huésped. Incluye anor- malidades orgánicas y patológicas observables en órganos y sis- temas, sean o no culturalmente reconocibles. Por su parte, ill- ness sería la experiencia de un cambio desfavorable en el funcionamiento social o en referencia a un estado de bienestar anterior, es decir, un estado de connotación principalmente so- cial que incluye la enfermedad, pero que no está limitado a ella. Este segundo término, como se ve, no es tanto una cues- tión biomédica como una cuestión social atribuida a causas so- ciales y no físicas. Recordemos además que en la sociedad is- raelita (y también en otras) el pecado supone una ruptura en las relaciones interpersonales; por eso, pecado y enfermedad suelen ir juntos, como bien lo muestra la pregunta que los dis- cípulos plantearon a Jesús en Jn 9,2: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?», y la atinada respues- ta del Maestro: «Ni él pecó ni sus padres» (Jn 9,3). El israelita de tiempos de Jesús entendía la enfermedad como una desvia- ción de las normas y de los valores de su propia cultura. Pongamos un ejemplo. En nuestra sociedad, un leproso es una persona que padece una enfermedad. A causa de ella es- tán disminuidas sus capacidades físicas y no puede desarrollar sus actividades normales. En la Palestina del tiempo de Jesús, un leproso no era sólo una persona afligida por una enferme- dad, sino también una persona considerada impura y, en con- 11 J. J. Pilch, «Sickness and Healing in Luke-Acts», en J. H. Neyrey, The Social World of Luke-Acts. Models for Interpretation, Hendrickson, Peabody, MA 1991, p. 189.
  • 12. Jesús y la hemorroísa 21 secuencia, estaba excluida automáticamente de la comunidad. Los leprosos eran intocables. Se les expulsaba de la ciudad y estaban condenados a vivir completamente aislados, separa- dos de su familia, de sus amigos, del mundo del trabajo y has- ta del culto. En el Levítico se mencionan otras exclusiones si- milares: «Ningún hombre que tenga defecto corporal se acercará [a ofrecer el pan de su Dios]: ni ciego, ni cojo, ni de- forme, ni monstruoso, ni lisiado, ni manco; ni jorobado, ni raquítico, ni con defecto en un ojo, ni sarnoso o tiñoso, ni eu- nuco» (Lv 21,18-20). Todos estos defectos corporales eran en realidad enfermedades, condiciones humanas anormales des- de el punto de vista social y cultural, porque separaban a la persona enferma del grupo social y, en este caso concreto, le impedían el acceso al ejercicio del sacerdocio 12. Médicos y sanadores populares En el mundo mediterráneo del siglo I, los médicos o, me- jor, los sanadores profesionales ofrecían sus servicios a las fami- lias acomodadas. En el Nuevo Testamento, sin embargo, se ha- bla rara vez de ellos . En efecto, la palabra «médico» (iatros) 13 aparece sólo en siete ocasiones. Podemos citar Col 4,14: «Os sa- luda Lucas, el médico querido, y Demas» (no está del todo cla- ro que este Lucas sea el evangelista). El mismo término apare- ce en dos proverbios populares citados por Jesús: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal» (Mc 2,17; Mt 9,12; Lc 5,31) y «Médico, cúrate a ti mismo» (Lc 4,23a) 14. Aunque estos proverbios se refieran por analogía a la actividad de Jesús, Jesús no se presenta nunca como médico de profesión. 12 Según algunos, sin embargo, estos defectos corporales eran sólo impedimentos para el sacerdocio, en cuanto que para éste era menester ser «perfecto». Lo mismo se aplicaba a los animales destinados a los sacrificios. 13 En el Primer Testamento debemos señalar un extenso fragmento dedicado al mé- dico en el libro de Ben Sirá, Sirácida o Eclesiástico (38,1-15). 14 Cf. N. Calduch-Benages, «Médico, cúrate a ti mismo (Lc 4,23a). Perspectiva bí- blica y extrabíblica», en L. Sandrin – N. Calduch-Benages – F. Torralba, Cuidarse a sí mismo. Para ayudar sin quemarse (Colección Pastoral), PPC, Madrid 2007, pp. 33-76.
  • 13. 22 El perfume del Evangelio Por último, los médicos reciben, en el episodio de la hemo- rroísa, un trato en modo alguno benévolo por parte del evan- gelista: «La mujer había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor» (Mc 5,26). Si Marcos subraya en particular la in- competencia de la clase médica, Lucas no vacila en afirmar que aquella mujer «no había podido ser curada por nadie [incluidos los médicos]» (Lc 8,43). Los sanadores populares, a diferencia de los médicos pro- fesionales, desarrollaban su oficio entre los estratos más po- bres de la sociedad. Mediante el tacto, uno de los medios te- rapéuticos más usados en el Mediterráneo antiguo, estos sanadores curaban todo tipo de enfermedades 15. Los enfermos recuperaban la salud a través del contacto físico directo. Jesús pertenecía a este tipo de sanadores. Jesús era un terapeuta que curaba por medio del tacto-contacto (cf. la hija de Jairo, la he- morroísa y otros relatos). Son muchos los textos en que apa- recen los verbos que significan ‘tocar’ (hapt¯ ), ‘coger con fuer- o za’ (krate¯ ) o ‘poner encima’ (epitith¯mi). El tacto simboliza un o e espacio compartido entre el terapeuta y la persona enferma, un espacio simbólico de solidaridad. Jesús ofrece su fuerza cu- radora y el enfermo la recibe en su cuerpo y en su ser. Entre ambas personas se establece una relación vital, una comunica- ción solidaria que se convierte en fuente de vida. Jesús cura a los enfermos de manera que puedan volver a la vida diaria, de la que les había apartado la enfermedad. Ya no son enfermos, dejan de ser marginados, y pueden reincorporarse a todos los efectos en el sistema social que antes les había rechazado. 3. La idea de «pureza» en el judaísmo Según la antropóloga Mary Douglas 16, la idea de pureza hace referencia a las estructuras sistemáticas, a las clasificacio- 15 Cf. E. Estévez, «“Y todos los que lo tocaban quedaban sanados”. El cuerpo co- mo espacio de gracia», Sal Terrae 85/4 (1997), esp. 332-334. 16 Cf. M. Douglas, Pureza y peligro: análisis de los conceptos de contaminación y ta- bú, Siglo XXI de España Editores, Madrid 3 2000 (orig. inglés 1966); el modelo de pu-
  • 14. Jesús y la hemorroísa 23 nes y a las valoraciones que configuran los grupos sociales. «Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio» es un antiguo proverbio que se puede aplicar a las personas, a los lugares, a los tiempos, a las cosas. Lo que se encuentra en su sitio ade- cuado está limpio (puro), mientras que lo que está fuera de su sitio, es decir, lo que supone una transgresión a las leyes del sistema al que pertenece, se ensucia (se vuelve impuro o con- taminado). El término pureza se refiere, por consiguiente, al sistema cultural y al principio organizativo de una sociedad. Sin embargo, a este primer significado podemos añadirle otro que está relacionado con él: el término en cuestión puede in- dicar asimismo las reglas y normas de pureza peculiares de un determinado grupo social. Los antiguos judíos, por ejemplo, tenían reglas específicas para clasificar los alimentos, los obje- tos, los animales, las personas, según su grado de pureza/im- pureza. Basta con recordar la detallada legislación del Levíti- co, especialmente en todo lo relacionado con el culto. Según Jerome H. Neyrey, «la pureza es un mapa de un sis- tema social que coordina y clasifica las cosas según su sitio apropiado» 16. En el judaísmo del tiempo de Jesús circulaban muchos «catálogos» de este tipo: había catálogos de cosas, de lugares, de personas y de tiempos clasificados según el siste- ma de pureza. Tomemos, por ejemplo, el catálogo de personas que nos ofrece la Misná y la Toseftá en el T. Megillá 2.7. Ésta es la clasificación de personas que se nos propone: 1) sacerdo- tes, 2) levitas, 3) israelitas, 4) convertidos, 5) esclavos libera- dos, 6) sacerdotes descalificados, 7) esclavos del templo, 8) bastardos, 9) eunucos, 10) hombres con los testículos aplasta- dos, 11) hombres sin pene. Esta lista no excluía otras clasifi- caciones. Por ejemplo, los israelitas se dividían entre obser- vantes y no observantes. Entre los nos observantes figuraban reza que ella propuso fue seguido por J. Neusner... y B. Malina, El mundo del Nuevo Testamento: perspectivas desde la antropología cultural, Verbo Divino, Estella 1995 (orig. inglés 1991), entre otros. 17 J. H. Neyrey, «The Idea of Purity in Mark’s Gospel», Semeia 35 (1986) 94.
  • 15. 24 El perfume del Evangelio los pecadores públicos, como los recaudadores de impuestos o las prostitutas; las personas físicamente impuras, como los le- prosos, las mujeres durante la menstruación, los ciegos y los cojos. También había diversas categorías entre los observantes, definidas sobre la base de los cánones de impureza: la impu- reza de un hombre queda superada por cualquiera de las im- purezas de una mujer. Y ésta por la de un leproso, que, a su vez, queda superada por la impureza de un cadáver. Si el concepto de pureza va estrechamente unido, como hemos visto, a un sistema de catálogos clasificatorios, a nadie sorprenderá la importancia que la sociedad judía atribuía a la composición y a las fronteras de estos catálogos. Dicho con palabras de Jerome H. Neyrey: «La actividad principal de un grupo que tenga un sistema riguroso de pureza será fijar y mantener estables estas líneas y fronteras» 18. Los límites ex- ternos que distinguen a los judíos del tiempo de Jesús de los otros se pueden señalar fácilmente: la observancia del sábado, la insistencia en el alimento y la circuncisión. Los judíos te- nían una gran preocupación por los elementos situados al margen de su sistema: las personas con deformaciones físicas (leprosos, cojos, ciegos, eunucos) estaban marginadas, no po- dían ser israelitas completos o santos. También ciertos ani- males y determinados alimentos estaban marginados y, por consiguiente, prohibidos, por el hecho de ser considerados impuros 19. Un animal híbrido, un alimento mezclado, en su- ma, una cosa ambigua será siempre peligrosa, siempre conta- minará. Este miedo a los límites, a las fronteras, se aplica también al cuerpo humano. Todas las sustancias que sale del cuerpo de manera voluntaria o involuntaria (orina, semen, sangre) son sustancias impuras, porque atraviesan las fronte- ras corporales. Rebasar los márgenes significa, por tanto, con- taminarse. 18 J. H. Neyrey, «The Idea of Purity in Mark’s Gospel», Semeia 35 (1986) 100. 19 Las reglas sobre la pureza o impureza de los animales (cf. Lv 11) se basaban en ciertas obligaciones religiosas muy antiguas, que no siempre se consiguen explicar de manera adecuada.
  • 16. Jesús y la hemorroísa 25 Por lo que se refiere a las personas, el Nuevo Testamento nos presenta asimismo su catálogo de pureza 20: 1. Los sumos sacerdotes (Jn 18,28; Heb 7,18-28) 2. Los escribas y los sacerdotes (Lc 10,31-32) 3. Los fariseos (Mc 7,3-5; Lc 18,11-12) 4. Los israelitas observantes (Lc 2,25-28: Simeón; Lc 18,18-26: el joven rico; Lc 23,50-51: José de Arimatea) 5. Los israelitas no observantes (Hch 4,13: Pedro y Juan; Jn 7,15.49: Jesús) 6. Los israelitas físicamente impuros (Mc 1,40-45; Lc 17,11-14: le- prosos; Lc 14,13: pobres, co- jos, mutilados, ciegos; Mc 5,24-34: mujer que padece de hemorragias) 7. Los israelitas moralmente impuros (Lc 15,1-2; Mt 9,10-13: re- caudadores de impuestos y pe- cadores) 8. Los cadáveres (Jn 19,31) 21. Mirando este catálogo cada uno puede encontrar su pro- pio sitio en el sistema, ya sea en el interior del mismo, ya sea en los márgenes. El israelita observante se preocupaba de de- fender el sistema, de respetar los límites, de no rebasar las fronteras, evitando el contacto con todo lo que fuera dema- siado santo, demasiado marginal o demasiado impuro. Según la religión y la cultura judías, se esperaba que Jesús respetara el sistema de pureza vigente y evitara el contacto con las cosas o las personas impuras. Sin embargo, no fue así. Jesús no res- petó ni el catálogo de los tiempos (cura varias veces en sába- do: Mc 3,1-6), ni el de los lugares (Jesús expulsa a los pro- fanadores del templo: Mt 21,12), ni tampoco el de personas (Jesús toca a los leprosos, a mujeres con la menstruación y los 20 Debemos señalar que no se menciona ni a los gentiles (cf. Hch 10,28; 11,3) ni a los samaritanos (Jn 4,9), porque no pertenecían al pueblo de la alianza. 21 Cf. J. H. Neyrey, «The Idea of Purity in Mark’s Gospel», Semeia 35 (1986) 101.
  • 17. 26 El perfume del Evangelio cadáveres: cf. Mt 8,3; Mc 5,25-34; Lc 8,54). Por otra parte, Jesús descuida las abluciones (Lc 11,37-38), come con recau- dadores de impuestos y con los pecadores (Mt 9,11; Mc 2,15) y hasta aconseja a sus discípulos que no observen las reglas re- lacionadas con el alimento (Lc 10,7-8). En conclusión, en los evangelios y de manera especial en el de Marcos, Jesús se opo- ne abiertamente al sistema de pureza dominante y ofrece a to- das las personas que quieran seguirle una alternativa mejor. La pureza respecto a las mujeres Las reglas de pureza limitaban la actividad de la mujer en el culto, en la sociedad y en la familia. Según el Levítico, la mujer permanecerá impura (akathartos) durante siete días en el período de la menstruación . Si su ciclo es irregular y pa- 22 dece hemorragias, quedará impura hasta su curación. Todo lo que toque esa mujer quedará impuro, del mismo modo que quedará impura toda persona que tenga contacto con ella. Del mismo modo, quedará impura toda persona que toque un ob- jeto que esa mujer haya tocado previamente. Si la mujer man- tiene relaciones sexuales con su marido, éste quedará impuro durante siete días (Lv 15,19-30). Por otra parte, la mujer que- dará impura inmediatamente después del parto durante siete días, si da a luz un varón; y el doble, si da a luz una niña. En el primer caso, deberá purificarse de su sangre durante treinta y tres días, en el segundo caso se doblará el tiempo de purifi- cación (Lv 12,1-8) . 23 Los hechos descritos más arriba están estrechamente liga- dos a la identidad de toda mujer. Pertenecen a su cuerpo, a su sexualidad, a sus ciclos vitales de fecundidad y de transmisión de la vida. Forman parte de su experiencia cotidiana con su cuerpo, con su persona. A pesar de ello, la ley establece que 22 Cf. G. Deiana, Levitico. Nuova versione, introduzione e commento (I libri biblici. Primo Testamento 3), Paoline, Milán 2005, pp. 152-153. 23 Cf. G. Deiana, Levitico, pp. 151-152 y también el Excursus: puro e impuro, pp. 153-159.
  • 18. Jesús y la hemorroísa 27 todo esto es impuro y contamina. Esta legislación trae consi- go consecuencias sociales, religiosas, económicas y también psicológicas 24, que agravan la situación de opresión y de mar- ginación de las mujeres en la sociedad judía. Voy a señalar só- lo algunas: la mujer estaba prácticamente excluida de la con- vivencia social, porque era impura y causa de impureza desde la adolescencia hasta la menopausia; la mujer debía pagar al templo por su purificación después del parto o en caso de flu- jo irregular; la mujer no podía acceder al Dios de la alianza a causa de la fecundidad y vitalidad de su cuerpo. La marginación de la mujer a causa de su flujo menstrual no es un hecho exclusivo del judaísmo, sino frecuente en las religiones primitivas. Según Bernard J. Bamberger, «el hom- bre antiguo reaccionó al fenómeno de la menstruación con horror, algo que a nosotros nos parece grotesco e histérico» 25. La legislación levítica sobre la mujer con flujo menstrual in- fluyó sobremanera en los escritos judíos posteriores y en la li- teratura rabínica. Según Flavio Josefo, las antiguas leyes de pureza se seguían con fidelidad en el siglo I d. C. Afirma en La guerra de los judíos: «El templo estaba cerrado a las mujeres durante la menstruación, e incluso cuando se habían purifica- do de su impureza, no les estaba permitido rebasar los límites que he mencionado más arriba» (5.5.6 §227). Debemos seña- lar que la Misná y los Talmud (siglos II-V d. C.) incluyen mu- chos capítulos sobre el tema de la niddâ (la mujer con la menstruación) 26. 24 Cf. M. Navarro, «Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios. Cuerpos de mujeres en la Biblia: exégesis y psicología», en Idem (dir.), Para comprender el cuerpo de la mujer. Una perspectiva bíblica y ética, Verbo Divino, Estella 1996, p. 162. 25 B. J. Bamberger, Leviticus. The Torah. A Modern Commentary, 3, Union of Ame- rican Hebrew Congregations, Nueva York 1981, pp. 849-850. Véase también J. Mil- grom, Leviticus 1-16. A New Translation with Introduction and Commentary (The An- chor Bible 3), Doubleday, Nueva York 1991, pp. 948-953. 26 Para un debate sobre la observancia de las leyes de la pureza menstrual por par- te de las mujeres, cf. R. Sheppard Kraemer, Her Share of the Blessings: Women’s Religions among Pagans, Jews, and Christians in the Greco-Roman World, Oxford University Press, Oxford 1992, pp. 99-105, 125-126 y 143.
  • 19. 28 El perfume del Evangelio Dirijamos ahora nuestra mirada hacia el evangelio de Mar- cos. El episodio de la curación de la hemorroísa (Mc 5,25-34) trastorna el antiguo sistema de pureza legal y las discrimina- ciones sociales derivadas del mismo. Podemos considerarlo como una reacción a Lv 15,19-20 27. En efecto, Marcos utiliza las expresiones en rysei haimatos, ‘flujo de sangre’ (5,25; cf. Lv 15,19-33; 20,18) y h¯ p¯g¯ tou haimatos, ‘la fuente de la san- e ee gre’ (5,29; cf. Lv 12,7; 20,18) de una manera eufemística, para designar las condiciones ginecológicas normales e irregulares asociadas al ciclo menstrual. A continuación, veremos cómo la actitud de Jesús con la hemorroísa supera la ley antigua y revaloriza el cuerpo de las mujeres. 4. Un diálogo corporal terapéutico (Mc 5,25-34) El cuerpo de la mujer El escenario de la curación es un lugar público: en la otra orilla del mar de Galilea. Tras una primera nota relativa al cuer- po de Jesús, «le seguía un gran gentío que le oprimía» (Mc 5,24; cf. 5,31), aparece la mujer hemorroísa (literalmente, «una mujer»). Marcos cuenta la enfermedad de la mujer con todo ti- po de detalles: padecía hemorragias desde hacía doce años, ha- bía sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor. Este cuadro clínico expresa de un modo particularmente claro lo que siente la mujer en su interior. Se siente herida en lo más hondo; siente que se hunde su identidad femenina. Su sufri- miento es terrible: por una parte, desea incesantemente estar 27 M. J. Selvidge, «Mark 5:25-34 and Leviticus 15:19-20: A Reaction to Restricti- ve Purity Regulations», JBL 103 (1984) 623: «El retrato de la mujer “con flujo de san- gre” contrasta directamente con el retrato de la mujer que los autores levíticos ofrecen con su visión androcéntrica. La mujer del evangelio de Marcos se muestra activa. No aparece limitada en la secuencia del relato. Toca, conoce, descubre y, después, actúa (Mc 5,27.29.33). Sus problemas ginecológicos la han angustiado terriblemente, pero no la han aislado de la sociedad (Mc 5,26), como habrían establecido, sin embargo, los au- tores del Levítico (Lv 15,19.28)».
  • 20. Jesús y la hemorroísa 29 con su familia, con sus amigas, con los vecinos y, por otra, sa- be que no puede acercarse a ellos, porque el contacto con ella podría contagiarlos. Ha intentado salir de este círculo con la ayuda de la medicina tradicional, pero los médicos no han con- seguido encontrar una terapia adecuada. Se encuentra cada vez más pobre, cada vez más vacía, cada vez más sola. La sociedad a la que pertenece la ha condenado a ser una muerta en vida. Observemos que, al final del episodio, después de haber tocado a Jesús, la mujer aparece «atemorizada y temblorosa» (Mc 5,33). ¿Por qué este miedo, por qué este temblor? ¿Tiene miedo de Jesús, de su posible rechazo? Evidentemente, no. Tiene miedo de la ley, de las reglas, de las obligaciones. Tiene conciencia de haber transgredido el sistema, porque ha toca- do el manto de Jesús mientras no debería haberlo hecho. Ha contaminado a Jesús con su impureza. La mujer es conscien- te, por tanto, de que es impura. En efecto, ha vivido en esta condición durante doce años y ahora está convencida no sólo de ser impura, sino también de ser portadora de la impureza. Y, en consecuencia, indigna y pecadora. La mujer había asi- milado personalmente el sistema ético del Levítico 28. Analicemos el gesto de la mujer: «Habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto» (Mc 5,27). No tiene valor para acercarse a Jesús abier- tamente, por eso se le acerca por detrás, de una manera clan- destina. Comenta Eugen Drewermann: «Y así se atreve, furti- vamente, a esta toma de contacto, que tiene la apariencia de algo casual y que desde fuera no se puede distinguir en abso- luto de un contacto no intencional» 29. Sabe que su gesto cons- tituye una violación de las prescripciones legales, pero en él es- 28 Marcos presenta en 7,20 una lista de las cosas que convierten en impuro al ser humano. Sin embargo, no menciona en ella ni la lepra, ni el ciclo menstrual, ni la muerte, o sea, las situaciones físicas que contaminaban cultualmente a través del tacto. Jesús, en cambio, cura a los leprosos, a la mujer con hemorragias y a la niña muerta (cf. M. Navarro, Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios, p. 176, nota 60). 29 E. Drewermann, Il messaggio delle donne. Il sapore dell’amore (Nuovi Saggi Queri- niana 65), Queriniana, Brescia 3 1997, p. 136 (orig. alemán 1992 y trad. española 1996).
  • 21. 30 El perfume del Evangelio tán contenidos la esperanza, la confianza y el don de toda una vida. Ninguna mujer en estado de impureza se hubiera atrevi- do nunca, por su propia iniciativa, a tocar a un hombre des- conocido en público. Entonces, ¿por qué lo hace? ¿por qué viola conscientemente la ley? La respuesta es simple: quiere curarse, y este deseo suyo es más fuerte que la ley, que la cul- tura y que la tradición. Este deseo la lleva hacia Jesús, de quien ha oído hablar. Sólo los lectores y las lectoras conocen el de- seo de la mujer, gracias a la voz del narrador: «Si logro tocar aunque sólo sea su manto, me curaré» (Mc 5,28). El deseo le confiere una fuerza insólita, inesperada. El deseo actúa como un motor que impulsa su corazón a ir hacia la persona busca- da. El deseo de curarse la convierte en una mujer libre; le ha- ce superar todos los límites y las fronteras de la ley. En el fragmento que nos ocupa, el deseo va unido al tacto, a la piel. El deseo de verse curada, de volver a la vida y de re- cuperar su propia identidad como persona, pasa a través de las manos de la mujer. La mujer transmite a Jesús, con las manos y no con las palabras, su deseo de vivir. Con el gesto temerario de tocar el manto de Jesús, la mujer expresa confianza en sí mis- ma, capacidad de decisión y un valor inaudito. Quiere vivir y por eso no vacila en desafiar el orden establecido. Extendiendo la mano se abre a la experiencia del amor, la misma experien- cia que se le había negado. Tocar a Jesús es un gesto de liber- tad que le restituye la vida y la reincorpora a la comunidad 30. Sólo sabemos que la mujer tocó el manto 31 de Jesús por- que él lo revela verbalmente. Nadie se había dado cuenta, sólo 30 J. J. Pilch (Healing in the New Testament, p. 66) afirma: «La hemorroísa es una mujer especialmente significativa, porque simboliza el poder de las mujeres en el mo- delo universal de la sociedad humana: el ámbito público es al doméstico como el hom- bre a la mujer. La sangre menstrual es un símbolo positivo para las mujeres en el ám- bito doméstico, mientras que sigue siendo tabú en el ámbito público. Jesús transmite a la mujer una energía poderosa a fin de que pueda asumir de nuevo un papel positivo en la sociedad». 31 Tal vez se pueda ver aquí una alusión al manto de Booz que Rut tocó durante la noche (cf. X. Pikaza, Para vivir el evangelio, p. 80). Sobre el valor terapéutico del man- to hablará Marcos en 6,56.
  • 22. Jesús y la hemorroísa 31 Jesús advierte aquel toque delicado, furtivo, y quiere saber quién le ha tocado. Sin embargo, antes de que Jesús pregunte en voz alta: «¿Quién me ha tocado el manto?», se produce la tan deseada curación. El narrador nos explica: «Inmediata- mente se le secó la fuente de sangre (h¯ p¯g¯ tou haimatos aut¯s) e ee e y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal» (Mc 5,29). Su deseo canalizado a través del tacto la ha curado y es su propio cuerpo el que le comunica la curación. Su cuerpo, fuente de autoconocimiento y de certeza, le dice la verdad. No se ha vis- to ni oído nada, pero en el interior de la mujer ha tenido lugar un gran cambio, un cambio hacia la vida, que estalla en grati- tud a Jesús. Jesús le ha transmitido su energía vital y sanadora. Y la mujer, aunque atemorizada y temblorosa, «viendo lo que le había sucedido, se acercó a Jesús, se postró ante él y le con- tó toda la verdad» (Mc 5,33). La mujer, inclinando su cuerpo ante Jesús, le reconoce como el Señor de la vida, como el Dios que ha establecido una nueva alianza con ella. El gesto realiza- do revela, por una parte, su valor y, por otra, su capacidad de agradecimiento. Según Mercedes Navarro, la mujer no sólo se mostró activa en su propia curación, sino que expresa también «una nueva ética a partir de la experiencia de su cuerpo cuan- do dice el texto que le contó a Jesús toda la verdad, emplean- do una palabra (al¯theian) que reserva siempre para Jesús» 32. e El cuerpo de Jesús La reacción de Jesús es también una reacción corporal: el cuerpo de Jesús entra en diálogo con el de la mujer. Ésta no recita un monólogo, sino que se comunica con Jesús a través de su cuerpo enfermo e impuro. En efecto, el mensaje de la mujer no se pierde, sino que llega a su destinatario: Jesús ad- vierte que alguien le ha tocado. Alguien ha puesto en movi- miento las energías de su cuerpo y ha salido de él una fuerza arrolladora. Es cierto que la muchedumbre le apretaba, pero estos contactos no contenían ningún mensaje, no expresaban 32 M. Navarro, «Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios», p. 176.
  • 23. 32 El perfume del Evangelio nada. El contacto con la mujer era, por el contrario, una in- vitación a la comunicación. Un solo gesto, pero consciente, deseado, pensado, cumplido. Un gesto que pedía respuesta, ayuda, curación. Y Jesús responde enseguida y con su res- puesta hace visible el cuerpo de la mujer como espacio signi- ficativo de comunicación. Jesús se detiene de inmediato y mira a su alrededor (perie- blepeto) 33 para ver quién le había tocado. Jesús podía actuar de una manera diferente, ignorar el hecho acontecido y seguir su camino; sin embargo «tiene el valor de revelar la audacia desesperada de esta mujer a los ojos de toda la gente. Él no se avergüenza de ella, ni quiere tampoco que ella continúe aver- gonzándose de su enfermedad. El paso más valiente de su vi- da hacia la curación no debe conservar ya la impresión de ser un hurto disimulado» 34. El encuentro final es sublime. La mujer curada se encuen- tra cara a cara con el que la ha curado. Ella expresa, como ya hemos visto, lo mejor de sí misma, y Jesús se revela como el Salvador: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda cura- da de tu enfermedad» (Mc 5,34). El verbo ses¯ ken (perfecto de o s¯ z¯ , ‘salvar’) indica que la mujer no sólo ha sido curada, sino o o también salvada. Y aquí surge la ironía del relato: ha alcanza- do la curación y la salvación precisamente porque ha trans- gredido los preceptos de la ley, que, supuestamente, hubiera debido salvarla. Las últimas palabras de Jesús son sólo una confirmación de lo que ya ha sucedido antes, es decir, la cu- ración de la mujer. Antes de despedirse, Jesús alaba la fe de la mujer, mostrando una actitud presente en muchos otros rela- tos de curación (cf. Mt 8,10: la fe del centurión; Lc 17,19: la fe del leproso samaritano; Mt 9,2: la fe de los que acompañan al paralítico). En conclusión, Jesús, al dejarse tocar, anula los códigos sociales y religiosos de su tiempo y proclama que los cuerpos de las mujeres no son un lugar impuro que necesite 33 Cf. V. Scippa, «Stile e spunti di teologia in Mc 5,21-43», Asprenas 30 (1983) 224. 34 E. Drewermann, Il messaggio delle donne, p. 137.
  • 24. Jesús y la hemorroísa 33 una purificación constante, sino un lugar de salvación. Entre el cuerpo de Jesús y el cuerpo de la hemorroísa se ha produci- do, por tanto, un encuentro personal, un encuentro de au- téntica liberación. Jesús no le dice a la mujer que vaya al sacerdote, como sí hi- zo con el leproso en Mc 1,40-45, siguiendo las prescripciones de Lv 14,28-30. Y este silencio es muy significativo. No hay que buscar la autoridad fuera de la mujer, sino en ella misma, en su propio cuerpo: un cuerpo que refleja una nueva relación con Dios. Con Jesús cae así el tabú de la impureza y se extiende la salvación a otras muchas mujeres, que podrán vivir una relación de reconciliación con su propio cuerpo. Para decirlo con pala- bras de Xabier Pikaza: «Jesús dice a la mujer que se realice: la in- troduce en la paz de su propia vida liberada, le permite ser mu- jer en salud y autonomía. Esta llamada a la mujer constituye en este caso su enseñanza, es su acción liberadora» 35. 5. Conclusión Permítaseme concluir esta reflexión con las palabras de uno de los teólogos alemanes más originales, más leídos y también más discutidos de estos últimos años (también es psi- coterapeuta), contenidas en su comentario a Mc 5,25-34: El único medio que puede curar a la persona es el amor: una relación, completamente independiente y libre de las cuestiones de dignidad y de indignidad, independiente incluso de la cues- tión de la pureza o de la impureza; basta simplemente con po- der tender una mano sin verse rechazado, simplemente con un contacto que no compromete ni exige nada para sí, como si se cerrara un circuito eléctrico a través del cual fluye la energía de la curación; pero también viceversa, puesto que en el otro, en Jesús, se forma algo semejante a una corriente que, en sentido contrario, llena el vacío que esta mujer siente dentro de sí, una fuerza que sale de él y acaba con el «flujo» de la mujer 36. 35 Cf. X. Pikaza, Para vivir el evangelio, p. 81. 36 E. Drewermann, Il messaggio delle donne, pp. 135-136.