"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
Tránsito de san francisco 21
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ORDEN FRANCISCANA SECULAR ESPAÑA
COMISIÓN DE FORMACIÓN
TRÁNSITO DE SAN FRANCISCO.
Narrador/a: Esta noche queremos celebrar la muerte de Francisco de Asís. La muerte de un
cristiano que la vivió como momento necesario para el encuentro con su Maestro. En ella vamos a
comprobar la confianza que el santo Asís tenía en la bondad y en la misericordia de un Dios que no
nos deja de su mano. En silencio, celebramos y oramos.
ORACIÓN INICIAL.-
¡OH, ALTO Y GLORIOSO DIOS!,
ILUMINA LAS TINIEBLAS DE MI CORAZÓN
Y DAME FE RECTA, ESPERANZA CIERTA, CARIDAD PERFECTA,
SENTIDO Y CONOCIMIENTO, SEÑOR,
PARA QUE CUMPLA TU SANTO Y VERAZ MANDAMIENTO.
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Lector 1: Son las 11 de la noche del 3 de Octubre del año 1226. Estamos en la pradera de la
pequeña ermita de Ntra. Sra. De los Ángeles. Se oye un grillo y el crepitar de las llamas del fuego.
SIGNO.- (Se van encendiendo las velas en torno al santo).
Lector 1: Los cuatro hermanos instalaron a Francisco en la cabaña de la Porciúncula, en pleno
bosque, a unos cuatro metros de la capilla de santa María, reparada por sus propias manos. Mandó,
pues, que llamasen a todos los que estaban en el lugar, y, alentándolos con palabras de consolación
ante el dolor que les causaba su muerte, los exhortó, con afecto de padre, al amor a Dios. Habló
largo sobre la paciencia y la guarda de la pobreza, recomendando el santo Evangelio por encima de
todas las demás disposiciones. Luego extendió la mano derecha sobre los hermanos que estaban
sentados alrededor, y, comenzando por su vicario, la puso en la cabeza de cada uno, y dijo:
Francisco: «Conservaos, hijos todos, en el temor del Señor y permaneced siempre en Él. Y pues se
acercan la prueba y la tribulación, dichosos los que perseveraren en la obra emprendida. Yo ya me
voy a Dios; a su gracia os encomiendo a todos».
Lector 1: Como los hermanos lloraban muy amargamente y se lamentaban inconsolables, ordenó el
Padre santo que le trajeran un pan. Lo bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno.
Ordenando asimismo que llevaran el códice de los evangelios, pidió que le leyeran el evangelio
según San Juan.
Sacerdote o Presiente/a: Lectura del evangelio según san Juan (Jn 17, 2-17).
«Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo
te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre
toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has
dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he
glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me
encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti,
con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He
manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado
tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y
han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me
has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se
las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y
han creído que tú me has enviado.
Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo
mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero
ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros.
Palabra del Señor.
Lector 1: Francisco pidió al hermano León que le despojara de sus ropas y les dijo a los hermanos:
Francisco: “Hermanos, no vaciléis. El Padre me echó desnudo a este mundo, y desnudo quiero
volver a sus brazos. Quiero morir desnudo, como mi Señor Jesucristo. Quiero morir en los brazos de
la Dama pobreza y en el seño de la Madre Tierra, mi hermana. Ahora, tomadme, dejadme sobre la
desnuda tierra y decidle al hermano Pacífico que entone el cántico de la Criaturas”.
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CÁNTICO DE LAS CRIATURAS (Recitado a dos coros).
Omnipotente altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor;
tan solo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de tí mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial, loado por el hermano sol,
que alumbra y abre el día,
y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
por el hermano fuego que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos, y flores de color,
y nos sustenta y rige : ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!,
ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
No probarán la muerte de la condenación.
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
¡Las criaturas todas load a mi Señor!
Lector 2: Nuestro beatísimo padre Francisco, cumplidos los veinte años de su total adhesión a
Cristo en el seguimiento de la vida y huellas de los apóstoles y habiendo dado cima perfectamente a
lo que había iniciado, salió de la cárcel de la carne y remontó felizmente el vuelo a las mansiones de
los espíritus celestiales el año 1226 de la encarnación del Señor, en la indicción decimocuarta, el 4
de octubre, domingo, en la ciudad de Asís, lugar de su nacimiento, y cerca de Santa María de la
Porciúncula. Su sagrado y santo cuerpo fue colocado entre himnos y cánticos y guardado con todos
los honores en esa misma ciudad, y en ella resplandece por sus muchos milagros. Amén.
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Presidente (se levantan todos): Hermanas y hermanos, aquel que confía en la misericordia de Dios no queda
defraudado. El trance de la muerte fue para el santo de Asís el momento clave de la fe, de la confianza plena
en el Cristo que le habló en San Damián y se le hizo presente en el leproso. Aquella noche, Dios le tomó con
su misericordia y, de manos de la hermana muerte, lo arrebató al cielo. Pidamos nosotros confiar de la misma
manera.
BENDICIÓN DE SAN FRANCISCO: (inclinando la cabeza respondemos “amén” a cada invocación)
El Señor os bendiga y os guarde. Amén.
Ilumine su rostro sobre vosotros y os conceda su favor. Amén.
Vuelva a vosotros su mirada y os conceda la Paz. Amén.
El Señor os bendiga hermanos en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
CANTO FINAL. Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=oUl66WqpmTs
Te alabo, Señor, por tantas maravillas que me hablan de ti.
Te alabo, Señor, por tantas alegrías que me has hecho sentir.
Te alabo, Señor, por este amanecer que me ha llenado de paz.
Te alabo, Señor, en ti descubro mi libertad.
Me has dado, Señor, el don de tu llamada que me invita a seguir.
Me has dado, Señor, tu gracia que me inunda y que me empuja a vivir.
Me has dado, Señor, hermanos que trabajan y abren su corazón.
Me has dado, Señor, un ser irrepetible, mi «yo».
Me pides, Señor, que forje con mis manos un presente feliz.
Me pides, Señor, que viva mi respuesta pronunciando un sí.
Me pides, Señor, mirar hacia delante confiando en tu amor.
Aquí estoy, Señor, dispón y haz lo que quieras de mí.
Te ofrezco, Señor, las fuerzas que me has dado y la ilusión por
vivir.
Te ofrezco, Señor, los triunfos y fracasos, el gozar y el sufrir.
Te ofrezco, Señor, el tiempo de esperanza, fruto de tu bondad.
Aquí estoy, Señor, dispón y haz lo que quieras de mí.
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T E S T A M E N T O DE SAN FRANCISCO (Se entrega personalmente al final)
LEER PERSONALMENTE CADA UNO; FRANCISCO LO HA ESCRITO PARA CADA UNO
El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como
estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo
entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía
amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo. Y el
Señor me dio una tal fe en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: Te adoramos, Señor Jesucristo,
también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz
redimiste al mundo. Después, el Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de
la santa Iglesia Romana, por el orden de los mismos, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. Y si
tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las
parroquias en que moran, no quiero predicar más allá de su voluntad. Y a éstos y a todos los otros quiero
temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno en ellos
al Hijo de Dios, y son señores míos. Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del
mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y ellos solos
administran a los otros. Y quiero que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados,
venerados y colocados en lugares preciosos. Los santísimos nombres y sus palabras escritas, dondequiera
que los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar
honroso. Y a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar
y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida.
Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo
me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas
palabras y sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó. Y aquellos que venían a tomar esta vida, daban a
los pobres todo lo que podían tener; y estaban contentos con una túnica, forrada por dentro y por fuera, el
cordón y los paños menores. Y no queríamos tener más. Los clérigos decíamos el oficio como los otros
clérigos; los laicos decían los Padrenuestros; y muy gustosamente permanecíamos en las iglesias. Y éramos
iletrados y súbditos de todos. Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos
los otros hermanos trabajen en trabajo que conviene al decoro. Los que no saben, que aprendan, no por la
codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el ejemplo y para rechazar la ociosidad. Y cuando no se nos
dé el precio del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta. El Señor me
reveló que dijésemos el saludo: El Señor te dé la paz. Guárdense los hermanos de recibir en absoluto
iglesias, moradas pobrecillas y todo lo que para ellos se construya, si no fueran como conviene a la santa
pobreza que hemos prometido en la Regla, hospedándose allí siempre como forasteros y peregrinos. Mando
firmemente por obediencia a todos los hermanos que, dondequiera que estén, no se atrevan a pedir
documento alguno en la Curia romana, ni por sí mismos ni por interpuesta persona, ni para la iglesia ni para
otro lugar, ni con miras a la predicación, ni por persecución de sus cuerpos; sino que, cuando en algún lugar
no sean recibidos, huyan a otra tierra para hacer penitencia con la bendición de Dios.
Y firmemente quiero obedecer al ministro general de esta fraternidad y al guardián que le plazca darme. Y del
tal modo quiero estar cautivo en sus manos, que no pueda ir o hacer más allá de la obediencia y de su
voluntad, porque es mi señor. Y aunque sea simple y esté enfermo, quiero, sin embargo, tener siempre un
clérigo que me rece el oficio como se contiene en la Regla. Y todos los otros hermanos estén obligados a
obedecer de este modo a sus guardianes y a rezar el oficio según la Regla. Y los que fuesen hallados que no
rezaran el oficio según la Regla y quisieran variarlo de otro modo, o que no fuesen católicos, todos los
hermanos, dondequiera que estén, por obediencia están obligados, dondequiera que hallaren a alguno de
éstos, a presentarlo al custodio más cercano del lugar donde lo hallaren. Y el custodio esté firmemente
obligado por obediencia a custodiarlo fuertemente día y noche como a hombre en prisión, de tal manera que
no pueda ser arrebatado de sus manos, hasta que personalmente lo ponga en manos de su ministro. Y el
ministro esté firmemente obligado por obediencia a enviarlo con algunos hermanos que día y noche lo
custodien como a hombre en prisión, hasta que lo presenten ante el señor de Ostia, que es señor, protector y
corrector de toda la fraternidad. Y no digan los hermanos: "Esta es otra Regla"; porque ésta es una
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recordación, amonestación, exhortación y mi testamento que yo, hermano Francisco, pequeñuelo, os hago a
vosotros, mis hermanos benditos, por esto, para que guardemos más católicamente la Regla que hemos
prometido al Señor.
Y el ministro general y todos los otros ministros y custodios estén obligados por obediencia a no añadir ni
quitar en estas palabras. Y tengan siempre este escrito consigo junto a la Regla. Y en todos los capítulos que
hacen, cuando leen la Regla, lean también estas palabras. Y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando
firmemente por obediencia que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras diciendo: "Así han de
entenderse". Sino que así como el Señor me dio el decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas
palabras, así sencillamente y sin glosa las entendáis y con santas obras las guardéis hasta el fin.
Y todo el que guarde estas cosas, en el cielo sea colmado de la bendición del altísimo Padre y en la tierra sea
colmado de la bendición de su amado Hijo con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los
cielos y con todos los santos. Y yo, hermano Francisco, pequeñuelo, vuestro siervo, os confirmo, todo cuanto
puedo, por dentro y por fuera, esta santísima bendición.