1. ¿EXISTIÓ EL CONTINENTE LEMURIA?
Se cuenta que fue uno de los continentes que existió hace millones de años; aún en la
actualidad, esas tierras mantienen geológicamente sus características sepultadas bajo el Océano Pacífico.
Helena P. Blavatsky fue una de las principales pioneras en hablar de ese continente, aunque mientras vivió no
fue escuchada con atención ni se tomaron en serio sus sabias palabras ni sus mensajes. Según la
Antropogénesis (el estudio de los orígenes del hombre), existieron varias humanidades a lo largo de la
evolución de la tierra; y a medida que ésta tomaba forma física, también lo hacían los seres vivos que
habitaban el planeta (en esa época una masa gaseosa y caliente)
"Lemuria", entonces es el continente de la tercera Raza Raíz porque así fue designado por el geólogo Sclater;
pero los antiguos textos esotéricos lo llaman Zalmali Patala.
La segunda Raza, los hiperbóreos, habían sido destruidos por los vendavales y tragados por fuertes corrientes
oceánicas, pero las últimas subrazas de la humanidad hiperbórea no habían perecido en su totalidad. Un
grupo selecto (los más evolucionados y que servirían para la continua formación evolutiva) se salvó del
holocausto para implantar, en el nuevo continente, una Raza de hombres conocidos como los conquistadores
de la mente.
Se habían esfumado los días de sol y perenne primavera, hasta que ésos climas cálidos quedaron en el olvido.
Las fuerzas de las piedras fundidas brotaron del suelo; y toda la superficie terrestre entró en un asfixiante
estado de ebullición. Las aguas oceánicas, eran una rara mezcla de agua y elementos químicos; todo hervía
como en un gigantesco caldero natural, preparando el ambiente acuático para disminuir aquellos elementos
químicos venenosos para quedar solamente los dos elementos únicos que actualmente constituyen el agua
actual. De la tierra brotaban vapores, la atmosfera era densa y el sol aún no atravesaba las nubes espesas.
Poco a poco, los monstruos se transformaron en hombres, hombres gigantescos de movimientos lentos y
pesados que pasaban parte de su vida echados en el suelo, hasta que comenzaron su esfuerzo por ponerse de
pie. Como no poseían la flexión de las rodillas, los que lograban pararse tenían que recostarse en los árboles;
con el tiempo comenzaron a caminar pero no pudieron hacerlo sin la ayuda de pesados árboles que utilizaban
como bastones.
El paso de los hombres lemurianos está espléndidamente marcado por la sinfonía de Wagner, en su "Oro del
Rin", cuando los gigantes suben a reclamar a los Dioses el precio de la edificación del Valhalla.
La conquista de la evolución era lenta y penosa. Su piel amarilla y luminosa (heredada de los las últimas
subrazas hiperbóreas) se apagaba con el pasar de los años; sus cuerpos se iban condensando y volviéndose
más físicos mientras el color de su piel se volvía intensamente roja.
Hacia mediados de la Raza (quinta subraza), los lemures dejaron de procrear por el huevo, se efectuó la
separación de los sexos y las mónadas penetraron en el cuerpo de los lemures, dándoles el don de la mente.
Las mónadas no estaban afirmadas por completo en estos cuerpos, ahora físicos. Cuando las mónadas salían
de sus cuerpos trabajaban por medio de las glándulas hipófisis y epífisis, o tercer ojo; cuando estaban dentro
de ellos, utilizaban los ojos físicos, que empezaban a vislumbrar las sombras y las figuras.
También, su forma craneana dejaba la mollera completamente abierta, dando a estos hombres, en lo físico,
un aspecto característico tal que bien podrían llamarse "hombres sin cabeza". La separación de los sexos
trajo la grandeza evolutiva pero no tenían una conciencia desarrollada como para utilizar semejante don y, al
mismo tiempo, trajo la ruina y destrucción de esta Raza.
Mientras tanto, el fuego interno de la Tierra la hacía crujir y explotar por todas partes. Cada montaña era un
volcán que continuamente arrojaba fuego y lava. Los hombres más adelantados empezaron a experimentar el
placer carnal y se juntaron con las subrazas menos evolucionadas y que aún no habían sido dotadas de mente.
Este comportar fue motivo de graves consecuencias y causó degeneraciones tanto físicas como mentales.
2. De la unión de los tipos con mente con los sin mente, nacieron hombres monstruosos y sin conciencia ni
mente, que poblaron la nueva era geológica que ya estaba en plena formación; fueron especies más animales
que hombres, vertebrados, y la subraza que siguió degeneró en los ictiosaurios, plesiosaurios y dinosaurios. Se
produjo la maldición de la Raza de Lemuria, acelerando su destrucción y muerte.
Inmensos cataclismos y sismos destruían paulatinamente a Lemuria. Los tres grandes océanos iban
invadiendo las tres partes del Continente Lemuriano: Zampa, Zampata y Zalmali Patala.
Pero los Lemures más evolucionados habían conseguido grandes victorias en su arduo proceso evolutivo
(físico y mental). la separación de los sexos, la conquista de la mente, la formación de un cuerpo apto para
que sus espíritus puedan quedar fijos en conjunto con el cuerpo eterofísico, y el perfeccionamiento de la
espina dorsal.
Fue en la última subraza de los lemures cuando Kundalini conquistó por completo el cerebro. La última Raza
Lemur venció definitivamente a las razas sin mente o animales, y estableció entre el reino animal y el hominal
una barrera infranqueable, dándole al hombre el verdadero derecho a la Humanidad y total control contra
las bestias.
LA TERCER RAZA
Primer Subraza: ZA
Durante la formación del Continente Lemuriano se desenvolvió la primera subraza, llamada Za; era aimilar
a la última subraza hiperbórea. Estaban siempre echados y se reproducían por la deposición de huevos. La
estabilización de los vasos sanguíneos y el calor condensó su carne y su piel perdió su brillo y se volvió opaca.
Habitaban hace 6.000.000 de años, aproximadamente, en el inmenso continente que los antiguos textos
denominan Zalmali que cubría toda Australia, parte del continente africano, Asia, el actual Océano Pacífico y
América del Sud.
Era un territorio de escasa vegetación; la flora del continente Lemuria aparecería un tiempo después. La
tierra y el mar no tenían límites; ambos formaban una sustancia de lodo hirviente. Las montañas no eran
como las conocemos sino protuberancias que los gases volcánicos formaban haciéndolas surgir desde abajo.
El aire estaba cargado de vapores viscosos brotados del lodo, y esa atmósfera constante y nubosa era lo único
que conocían los Lemures.
Por el intenso calor se formaron los insectos más variados y múltiples; desde amebas y estrellas de mar, hasta
moluscos de gran tamaño; era la fauna y flora característica de la primera raza lemuriana. El barro estaba
comuesto por un alto porcentaje de hierro; este lodo se enfriaba y se calentaba con frecuencia por la acción de
otros elementos químicos gaseosos.
Segunda Subraza: ZA-HA
Durante la segunda subraza empieza a surgir una flora tropical y muy particular; hojas carnosas y grandes
resaltaban por doquier formando una capa verde protectora de los los rayos nocivos del sol; helechos y otras
plantas características de esa era y de la cual los lemures sacaban su alimento.
Existía otra rara especie plantas de donde sacaban hojas que luego podían usar de bastones para mantenerse
3. parados; las hojas, una vez extraídas de las plantas se endurecían por el calor. Esto se realizaba de una
manera peculiar: bajo la capa externa de la corteza terrestre existían yacimientos líquidos cuyo origen es
desconocido y de los cuales se sabe poco. Esos líquidos llegaban de las raíces a sus hojas, dejándolas
embebidas en su interior. Este árbol era como el eucalipto actual, pero era más grande y sus hojas eran
perfumadas. Mientras la segunda subraza seguía su curso, se produjeron los primeros sismos continentales
que dividirían a la gran Lemuria en dos partes, además de islas e islotes.
Las mónadas clamaban a sus cuerpos para que se levantaran, para que se pusieran de pie; en una palabra,
luchaban para que perfeccionaran el sistema cerebro-espinal. La espina dorsal era perfecta y dura;
presentaban una red nerviosa bien formada pero la masa encefálica aún no se relacionaba con sus mónadas
para que el organismo humano funcionase.
El hombre Lemur no podía estar de pie mientras no retuviera el huevo de la gestación en sí; pero lograron
apoyarse sobre sus propias casas, los árboles. Se le notaban dos puntos opacos en el lugar de sus ojos; era una
marca que demostraba la lucha por querer evolucionar, y cuando llegara el momento adecuado desarrollar
un órgano de visión hacia lo exterior.
Las continuas sacudidas, truenos, relámpagos, erupciones volcánicas y potentes meteoros luminosos que se
levantaban del lodo terrestre, favorecían el desarrollo de la vista.
Tercera Subraza: ZAMI
Durante la tercera subraza, los Zami se apoyaron definitivamente contra los árboles, y ya no expulsaban el
huevo; aún siendo bisexuales, algunos de ellos perfeccionaron la parte femenina y pudieron retener el huevo
hasta la expulsión del feto. En esta subraza el hombre lemuriano comienza a formarse mejor.
Esta Raza sufrió cambios y metamorfosis y experimentó el paso de la parte animal a la humana.
Alcanzaban los 2.80 metros de estatura, pero seguían siendo mal proporcionados. Sus cuerpos eran inmensos;
sus piernas cortas y con pies grandes semirredondos, planos y de dedos cortos. Los brazos de los Zami eran
muy largos, llegaban casi hasta los pies y eso los ayudaba para mantenerse erguidos. La cabeza era pequeña
en relación a sus mandíbulas, sus orejas y su nariz aplastada. Sus ojos eran dos puntos muertos, en
preparación para su futuro desarrollo. La frente era de un dedo de alto y el cráneo completamente abierto
estaba protegido por tiras de piel recubiertas de vello pero sin ocultarlo. La piel compacta y dura por la
acción dominante de la circulación de la sangre y por el calor de la atmósfera era al nacer roja como la de un
camarón hervido; después, por la acción del tiempo y de la suciedad se volvía negruzca.
Estos hombres son muy parecidos a una raza desaparecida y que fueron vistos por Magallanes y su
tripulación; los patagones de América fueron un resto típico de la antigua Lemuria.
Cuarta subraza: ZA-MO
Para el ciclo de ángeles hechos hombres había sonado la hora solemne. El planeta atravesaba la etapa más
violenta y los estremecimientos cada vez más convulsivos. La luz solar a través del cortinaje de nubes, se
reflejaba como una aurora polar sobre la tierra en llamas; todo indicaba que algún hecho extraordinario
estaba por pasar.
El fuego en las entrañas de la tierra rugía buscando numerosas salidas y lo purificaba todo como oro en un
crisol. Por encima de la atmósfera obscura, el hermoso planeta Venus se había enfrentado con Marte, el
poderoso y ambos astros reflejaban sus luces, sobre la Tierra; esa conjunción planetaria fue de un gran
beneficio para el planeta Tierra. Millares y millares de seres pertenecientes a esa arcaica Humanidad, han
salido de sus éxtasis para mirar el acontecimiento. Las mónadas que evolucionaron en la Ronda Lunar y que
han luchado a través de tantas centurias para construirse una casa física, ya la tienen terminada y pueden
penetrar en ella.
Muy despacio, los monstruos rojos se volvieron hombres. Los primeros rasgos de la cuarta subraza llamada
Za-Mo, abandonan sus árboles y se adelantan sostenidos aún con ayuda de sus bastones, por los pantanos de
4. Mu; si bien las mónadas pueden entrar y salir a voluntad de sus nuevas moradas, logran ser retenidas cada
vez durante más tiempo.
Una vez más, en donde creyeron encontrar la muerte y la materialidad que temían, encontraron la copa del
bálsamo del olvido y el amor. Kundalini (la conciencia), la diosa de la fuerza vital, les había dado el don de
manifestar sus fuerzas internas hacia lo externo; pero exige en pago la moneda del sufrimiento, del placer y
de la muerte. Por eso, paulatinamente, se van separando los sexos, y con este enorme hecho evolutivo, una
fiebre de placer y sensualidad estremece la carne de los nuevos hombres.
Olvidan, poco a poco, las moradas divinas y los poderes intuitivos que poseían, para desear únicamente el
placer de la carne. Sus mentes quedan dominadas por una fiebre de acoplamiento; el nuevo placer trae
consigo la procreación, fruto de la unión por vez primera, de dos seres de sexos opuestos.
Quinta subrazas: ZA-MU
Pero las mónadas no han entrado en todos los cuerpos lemurianos; únicamente han elegido los más aptos. Los
no aptos, abandonados a su suerte, decrecen en comprensión y aspecto físico con rapidez.
Durante la quinta subraza, llamada Za-Mu, ya hay una extraordinaria diferencia entre el lemuriano con
mente y el sin mente. Los Maestros, guías de la humanidad, instruyen a los lemurianos durante sus sueños.
Únicamente tenían derecho a procrear con hembras con mente: "Si comiéreis el fruto del árbol prohibido, si
os acopláreis con las hembras de las razas degeneradas, moriréis, perderéis el fruto de vuestra raza, pues
seréis padres de monstruos y no de seres humanos".
Pero las hembras sin mente tentaron a los lemures mientras las mujeres de éstos gestaban; la maldición se
pronunció sobre ellos y las mónadas que esperaban su turno para morar entre los hombres, rehusaron tomar
esas moradas semihumanas. De esa unión maldita, de hombres con mente y mujeres sin mente, nacieron los
inmensos monstruos lemurianos: el plesiosaurio, o serpiente marina; el ictiosaurio y el dinosaurio, inmenso
monstruo volador, el más manso, que más adelante serviría de cabalgadura a los lemurianos. Aquí nace la
escala zoológica que llega hasta el día de hoy.
Sexta subraza: MO-ZA-MU
Mo-Za-Mu, la sexta subraza lemuriana, se inició con la terrible lucha entre hombres y monstruos. Estos
últimos habitaban en la parte occidental del continente Lemuriano moviéndose con su andar pesado, gracias
a sus respectivos medios de locomoción que habían desarrollado. Muchos se arrastraban por tierra, otros
volaban o surcaban los océanos nadando. Las subrazas degeneradas de Lemures encontraban siempre un
camino para invadir el continente central, lugar donde vivían sus más evolucionados hermanos.
El temor a las invasiones de los monstruos vigorizó más el sistema nervioso lemuriano, y esos choques
neurológicos producidos en el organismo a causa del temor, provocó una sistematización definitiva en la
circulación de la sangre; de ese modo se cerró para siempre el agujero de Botal, algo que no había logrado la
naturaleza humana y que desde la Raza Hiperbórea se esforzaba por normalizar.
Los ojos empezaron a vislumbrar luces y figuras, y los lemures comenzaron a agruparse (primeras especies
de clanes o familias) para alcanzar una mejor defensa. Sin embargo, nada hubieran podido hacer solos en
contra de los monstruos si no fuera por la ayuda e intervención de altas entidades espirituales que
encarnaron entre ellos para guiarlos y llevarlos a la victoria.
La defensa y agresión a los monstruos se efectuó así: Sobre un amplio frente se alineaba una fila de machos;
tras de ésta una de hembras; luego otra de machos, otra de hembras, y así sucesivamente. Los hombres iban
5. armados de sus pesados bastones, y las mujeres llevaban sobre las espaldas un saco de fibra vegetal, en el que
cargaban a los niños y frutos alimenticios para sus hombres.
Guiados por los Divinos Instructores, se pusieron en marcha. A medida que avanzaban, sus fuertes pisadas
producían vibraciones en el continente que desorientaron a los monstruos; los lemures sin mente estaban
espantados, desconocían el origen de tales sonidos estremecedores.
La marcha de los hombres con mente abrieron frente a la vanguardia inmensas grietas en la tierra, en las
cuales se hundían los monstruos semiciegos pero que debilitaron la estructura geológica del continente.
Quienes lograban franquear la trinchera eran ultimados a golpes de bastón.
Durante años los lemures practicaron estas marchas, hasta que consiguieron una definitiva victoria sobre los
monstruos; y los únicos que quedaron fueron los más degenerados tipos de bestia, de los cuales hoy
conocemos algunos fósiles; estos últimos sobrevivientes de Lemures sin mente fueron inofensivos ya para las
últimas subrazas de Lemures con mente.
Séptima Subraza: MU-ZA-MU
En el extremo occidental se formó una inmensa isla rodeada por un gran abismo, llamada Tierra Sagrada o
Mu-Za-Mu, en la cual se establecieron los lemures más selectos. Es la época de oro de Lemuria; la cuna más
aventajada de las subrazas, la cual daría su nombre a la tierra.
La séptima subraza, Mu-Za-Mu eran dueños de su mente instintiva. Presentaban un sistema nervioso bien
equilibrado, con una perfecta circulación de la sangre, y obtenían grandes progresos dentro de sus nuevas
vidas experimentales.
Los movimientos sísmicos de los últimos tiempos, habían concentrado la vida lemuriana hacia el occidente;
aunque existían otras islas destacadas, a las cuales emigraron los lemures estableciendo colonias que
marcaron el progreso de su raza.
Las masas acuáticas, si bien efervescentes y en continua ebullición, habían alcanzado la composición química
actual, repartiéndose en tres grandes océanos.
En las mencionadas islas, y especialmente en la Isla Sagrada de Mu-Za-Mu, fue donde se levantaron ciudades
de granito, especies de gigantescas bóvedas dominadas por monolitos.
Estos monolitos, al principio, antes de transformarse en dioses como sucedió durante la cuarta subraza
atlante, eran relojes; los lemures ponían una inmensa piedra facetada, que se mantenía en equilibrio sobre la
punta del monolito y marcaba con oscilaciones y movimientos, los cambios de hora, los movimientos
atmosféricos y las erupciones de los volcanes que constituían el peligro principal de las ciudades lemures.
La mujer lemuriana vivía en los establecimientos (bóvedas de granito), cuidando a los niños de la colectividad
y preparando el alimento. Los lemurianos eran absolutamente vegetarianos: de las piñas de los inmensos
árboles extraían la parte harinosa substancial y la batían en morteros formando grandes tortas, que
cocinaban a los rayos del sol que filtraban por entre las nubes. Había una hora del día en que aparecía el sol,
y esa hora era esperada para el cocimiento de los alimentos, para la limpieza personal y para la comunicación
intuitiva con el mundo espiritual de donde venían. Podría llamarse la hora del alimento material y del
alimento espiritual.
6. Las calles y los tejados de sus grandes bóvedas estaban cubiertos de un barro especial, el barro de los
pantanos de la tierra de Mu, que tantos elementos químicos contenía; mezclado con agua y puesto al sol se
endurecía extraordinariamente, tomando un color amarillento, de oricalco. De este material estaban hechas
las calles, las veredas y los tejados de las ciudades lemurianas. En el centro de la isla tenían una inmensa
rueda de granito que, como molino al viento, se movía rítmicamente; estaba untada con una substancia
química que podría llamarse radioactiva; podía, de noche, alumbrar la isla sin otra iluminación.
El hombre lemuriano se dedicaba a la caza, armado de su poderoso bastón y acompañado de su alado
dinosaurio. Recorría grandes distancias guiado por su secreto sentido de orientación, matando a los animales
salvajes y dañinos y amansando a los dinosaurios. Mas no comía su carne; se limitaba a sacarles los cueros
que, luego de inflados, servían de adorno para sus ciudades.
Se dedicaban también a la escultura; pero los que esto hacían eran considerados como seres privilegiados,
sacerdotales. Estos son los autores de los monolitos y de las estatuas de las cuales queda una imagen, como
reliquia, en la isla de Pascua.
A comienzos de la Raza, los lemurianos creaban sus moradas físicas por el resultado de la conciencia en sí,
operando sobre la voluntad fenomenal; pero en las postrimerías, engendraban normalmente, por la voluntad
masculina, operando sobre la conciencia femenina.
Día tras día, año tras año, generación tras generación, los volcanes ululaban, vomitando lava; lenta, continua,
implacable; y mientras otras masas de tierra surgían del fondo del océano, poco a poco fue devastándose y
destruyéndose el continente lemuriano hasta que las misericordiosas aguas lo cubrieron, apagando el fuego.