18. ENSÉÑAME TU CAMINO.
“¡Enséñame, Señor, tu camino!”
Salmo 86,11.
Era joven.
Entonces me esforcé en aprender de la vida, pero mis conocimientos se disiparon como
humareda dispersa por el viento y me dormí en una interminable noche de ocio.
Cuando desperté los rayos de tu aurora, Señor, tocaron mi corazón y acepté el reto de
la vida.
Pero marchitos mis ojos y cansado ya mi cuerpo, no pude reanudar la marcha.
En mi jardín las florecillas, arrasadas por el temporal de la incomprensión, se perdieron
como mi lejana juventud. Las nubes se amontonaron sombrías en mi horizonte. En mi
alma la oscuridad se hizo más profunda cada vez y mi corazón, gimiendo, vagó sobre el
viento de la sinrazón.
Pero invoqué tu nombre y caminé firme sobre la tierra polvorienta. No creí otras
verdades ni acepté otras mentiras, fui valeroso y libre, y ¡mirándote a los ojos encontré
mi salvación!