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La mejor antología del príncipe
     de los poetas malditos

              †1†
www.romancenocturno.es.tl

 versogotico@gmail.com




          †2†
Preludio
Sin duda alguna Edgar Allan Poe es el príncipe de los poetas
malditos, siempre demostró que el sacrificio vale la pena
sufrirlo. Escarba en el gran caos que dejan los sentimientos para
rendirle culto a aquello que convertido en recuerdo se niega a
morir. Él la toma a la Muerte de la mano y luego le ofrece una
copa.

Tenía tantos motivos para desaparecer de esta basura de mundo
que prefirió escalar el monte de la melancolía para hacer más
placentera la caída.

Los títulos de borracho, drogadicto, desquiciado mental o
necrófago, son simples aposiciones que si las quitamos del
universo Poe no cambiaría en anda la grandeza del mismo.

Y es que fue un alma privilegiada que nunca se dejó contaminar
por la deshonra social. Alma que consciente de su superioridad
cambió los jardines por parajes fantasmales y las rosas por
tumbas en descomposición donde hasta el día de hoy sigue
posado un cuervo.

Querido lector aquí encontrarás una selecta antología de los
poemas más sombríos y deprimentes de uno de los escritores
que más ha influido en el mundo de las artes. Escribir una
biografía del mismo sería atentar a su legado. Así que
nuevamente bienvenido a este “Romance Nocturno”.


Diego Riofrío Vivanco
Febrero del 2011
Quito-Ecuador

                             †3†
A la muerte se la toma de frente con valor
       y después se le invita a una copa…
                         (Edgar Allan Poe)




           †4†
Para Annie
  ¡Gracias a Dios, la crisis...
     el peligro ha pasado!
      Y el mal insistente
      ya está superado...
  Y la fiebre llamada «vida»
   es terreno conquistado.

       Sé, con tristeza,
    que he perdido vigor
  y, postrado en mi lecho,
    me atenaza el sopor...
     Mas ¡qué importa!...
Me siento francamente mejor.

   Y tan manso en mi cama
     yo reposo despierto
    que cualquiera podría
 suponer que me he muerto...
    Suponer con espanto
 que en verdad estoy muerto.

   Los lamentos y gemidos,
     los sollozos y suspiros
         acallados están
     por ese horrible latido
del corazón... ¡ah, ese horrible,
         horrible latido!




             †5†
El mareo... la náusea...
    el dolor inclemente...
   se han ido con la fiebre
 que enloquecía mi mente...
  Esa fiebre llamada «vida»
  que abrasaba mi mente.

  Mas de todas las torturas,
    esa la peor mitigó...
   Mitigó la sed horrible
  que a beber me empujó
   de las aguas naftalinas
   del río de la pasión...
   He bebido de un agua
    que todo lo sació...

    Un agua que surge
de un torrente bajo el suelo,
     cantarina y alegre
  como arrullo del cielo...
  De una gruta escondida
 a pocos metros del suelo.

  No digáis sin fundamento
   ni particular provecho
  que mi alcoba es sombría
      y ceñido mi lecho;
pues nunca nadie ha dormido
 en jergón menos estrecho...
 Quien duerme ha de soñar
    en este tipo de lecho.




            †6†
Espíritu atormentado,
    aquí cómodo reposas
olvidando, o tal vez nunca
  lamentando, tus rosas...
 Tus antiguas inquietudes
    de mirtos y de rosas.

 Pues ahora, mientras yaces
    apacible, interpretas
que te envuelve un perfume
 más sagrado, de violetas...

   Un olor de romero
combinado con violetas...
Con rudas y con hermosas
  y puritanas violetas.

     Y así yaces feliz,
  bañado por la riqueza
 de la verdad de ensueño
de Annie y de su belleza...
  Y sus trenzas delicadas
 te bañan con su tibieza.

 Ella, tierna, me ha besado,
dulces caricias me ha hecho
 y yo me he ido quedando
 adormecido en su pecho...
  Profundamente dormido
   en el edén de su pecho.




           †7†
Al extinguirse la luz
   me ha arropado, maternal,
   y ha rogado a los ángeles
  que me guardaran del mal...
    A la reina de los ángeles
    que me proteja del mal.

    Y tan quieto y tranquilo
    reposo, tibio y cubierto
  (sabiendo que ella me ama)
 que diríais que estoy muerto...

       Y reposo tan sereno
   ahora, en mi lecho, cubierto
 (con su amor junto a mi pecho)
 que diríais que me he muerto...
     Supondríais con espanto
que estáis mirando a un muerto..

    Mas mi corazón irradia
    una luz más estrellada
   que las estrellas del cielo
  pues Annie es su alborada...

 Lo enciende el amor fulgurante
     de mi Annie adorada...
Se enciende al pensar un instante
       en su dulce mirada.




              †8†
A… F...
  ¡Querida! Entre todas las penas
   que jalonan mi senda terrenal
      (triste senda sin apenas
   una mísera rosa en el brocal),
 mi espíritu, soñando cosas buenas
    de ti, encontró tranquilidad
   y un oasis de edénicas arenas.

  Por eso cuando evoco tu recuerdo
   veo una isla remota y encantada
  en medio de un océano revuelto;
una isla que, a pesar de estar rodeada
por temibles borrascas y por vientos,
 luce siempre sonriente y despejada
    hasta en los peores momentos.




                †9†
Annabel Lee

        Hace ya muchos, muchos años,
           en un reino junto al mar,
  vivía una doncella a quién puedes conocer
        por el nombre de Annabel Lee,
 y esta muchacha vivía sin otro pensamiento
      que el de amar y ser amada por mí.

      Yo era un niño y era ella una niña
          en ese reino junto al mar,
       pero nos amábamos con un amor
      tan grande cual jamás yo presentí,
          yo y mi bella Anabel Lee,
 los ángeles en el cielo envidiaban tal amor,
   y los serafines nos miraban con rencor.

         Ese fue el motivo por el cual,
           ¡Hace mucho tiempo ya!,
     de los confines del océano y más allá
  sopló el viento desde una nube y yo sentí
    como se helaba mi bella Annabel Lee.

     Entonces parientes ilustres vinieron
y en solemne funeral se la llevaron lejos de mí
        para encerrarla en un sepulcro
          en ese reino junto al mar.




                    † 10 †
Los ángeles que no eran muy felices en el cielo,
    nos miraban desde su reino con recelo,
         como todos los hombres saben
          ese fue el motivo por el cual
      el viento salió de una nube carmesí
para helar una noche a mi bella Annabel Lee.

       Pero nuestro amor era más fuerte
           que el de nuestros mayores
     y ni siquiera los ángeles sobre el cielo
      ni los demonios en el fondo del mar
             podrán separar mi alma
            del alma de Annabel Lee

Pues los astros no se elevan sin traerme ensueños
            de la hermosa Annabel Lee
      y la luna vaporosa jamás brilla baladí,
        así toda la noche paso en la tumba
        de mi querida, mi vida, mi esposa
  en aquel sepulcro junto a la marea ruidosa.




                     † 11 †
A.F.S.O.
¿Deseas que te amen? No pierdas, pues,
        el rumbo de tu corazón.
   Sólo aquello que eres has de ser
       y aquello que no eres, no.
   Así, en el mundo, tu modo sutil,
       tu gracia, tu bellísimo ser;
     serán objeto de elogio sin fin
    y el amor... un sencillo deber.




                † 12 †
A. M.
 No me aflige que mi cuota de mundo
    Tenga poco de terrenal en ella;
 Ni que años de amor, en un segundo
de rencor, se esfumen sin dejar huella.
    No lamento que los desvalidos
 sean, querida, más dichosos que yo.
  Pero sí que sufras por mi destino,
      Siendo pasajero como soy.




                † 13 †
El día más feliz
      El día más feliz, la hora más dichosa
     que mi triste y marchito corazón vivió
y esa esperanza de poder y orgullo que vanidosa
                   presta voló.

      ¿Dije poder? Pues sí, tal yo pensaba,
   pero ¡ay!, ha tiempo que se desvanecieron
   las visiones que en mi juventud guardaba

              Y al final murieron.
 ¿Y el orgullo? ¿Qué tengo yo que ver contigo?
     Aún es posible que otra infausta alma
    reciba el veneno que me diste enemigo

     El día más feliz, la hora más dichosa
  que mis ojos verán o han visto enardecidos,
   del orgullo y poder la visión majestuosa,
               ¡Son sueños idos!

 Mas si aquella esperanza de poder y de orgullo
se me ofreciera hoy con su dolor y su melancolía
       pienso que aun así el vano orgullo
             una vez más no viviría.

   Porque en sus alas hubo un polvo oscuro
     que al aletear cayó en lluvia dispersa
        esencia poderosa y malhadada
    que mata al alma con su roce impuro.




                     † 14 †
Los espíritus de la muerte
                     I
Tu alma, con sus sombríos pensamientos,
  se hallará sola en la siniestra tumba.
  Nadie querrá saber lo que en secreto
  tu corazón y tu conciencia ocultan.

                    II
  Sé silencioso en soledad tan grande,
que no es tal soledad, pues te circundan,
    los espíritus todos de la muerte,
 que ya en vida rondaban en tu busca.
 Ellos querrán ensombrecerte el alma
  con sus negros arcanos y sus dudas.
  Sé silencioso en soledad tan grande;
 cierra los labios cual la misma tumba.

                    III
  Y la noche, aunque clara y luminosa,
 se tornará de pronto en cueva oscura;
    desde sus altos tronos las estrellas
    no alumbrarán tu soledad adusta.
   Mas sus rojizos globos sin fulgores
   han de ser a tu tedio y a tu angustia
  como incendio voraz, cual una fiebre
 de los que libre no has de verte nunca.




                 † 15 †
IV
 No podrás desechar los pensamientos
 ni las visiones que tu mente turban,
  y que antes en tu espíritu dejaban
   la huella del rocío en la llanura.

                     V
 La brisa, que es de Dios el puro aliento,
  soplará en torno de la helada tumba,
      y en la colina tenderá su velo
     la niebla vaporosa y taciturna.
  Las tinieblas, las sombras invioladas
símbolo y prenda son; hablan y auguran.
   Sobre las altas copas de los árboles
  tiende el misterio su cerrada túnica.




                 † 16 †
A mi madre
  ¡Porque sé que los ángeles que viven en el cielo
y que entre ellos entonan sus más hermosos cantos,
   no han hallado palabra que tenga los encantos
      que aquel de «madre», del amor gemelo.

  Yo te doy ese nombre porque así lo ha querido
  mi corazón: Tú has sido más que la madre mía,
   cuando nuestra Virginia dejó la tierra un día
   y tu amor llenó entonces mi corazón dolido.

  Mi pobrecita madre -que se fue tan temprano¬
  era mi propia madre, mas tú lo eres de aquella
   que me fue tan querida en la vida, y por ella,

    te amo más que a la madre que fue la mía
   con ese amor intenso de mi esposa querida
  que era, para mi alma, más que su propia vida.




                      † 17 †
Eulalia
   Desterrado del mundo voluntario,
     entre quejas y lágrimas vivía;
    era mi alma tristísimo calvario
    sin amores ni dulce compañía.

     Mas Eulalia, gentil y pudorosa
  llegó a ser mi agradable compañera,
  y en sus bucles auríferos, la hermosa
      recibió mi caricia placentera.

   En la noche el fulgor de las estrellas
   no iguala sus miradas tan radiantes,
 ni en el mínimo crepúsculo hay en ellas
   que irise cual sus ojos tan brillantes.

Los bucles que ella ostenta en sus cabellos
       inculcan en mi ser la poesía,
     y Astarté lanza cálidos destellos
 contemplando a mi Eulalia noche y día.

    Suspiro por suspiro su alma entera
       Eulalia me dedica con amor;
   no me invade ya más la duda artera,
     ni yazgo en el abismo del dolor.




                  † 18 †
Para alguien en el cielo
   Para mi alma, fuiste, amor,
  cuanto en el mundo sonreía,
  la isla verde en el mar, amor,
      y la fuente y el ara pía.
    Flores brotaban en redor,
     y cada flor, fue sólo mía.

 ¡Sueño fugaz, de tan brillante!
  ¡Níveo estelar que tan puro,
       lució un instante!
  En vano a mi alma lo futuro
       clama: -¡Adelante!
vuelta al pasado, abismo oscuro,
persigue mudo el sueño amante.

 Pues, ¡ay de mí!, la luz de vida
 se me ha extinguido por jamás.
“Ya nunca más -no más- no más”
    Así a la playa combatida,
   mar solemne, diciendo vas
 ¡Tenderás vuelo, águila herida,
     árbol seco florecerás!

Y éxtasis son mis noches hondas;
  y estoy contigo alma fraterna
 donde el mirar celeste ahondas,
donde el flotante andar gobiernas,
  al ritmo de qué etéreas rondas
   y ante cuáles ondas eternas.



             † 19 †
La ciudad en el mar
       ¡Mira! La muerte se ha izado un trono
          en una extraña y solitaria ciudad
            allá lejos en el sombrío Oeste,
   donde el bueno y el malo y el mejor y el peor
              han ido a su reposo eterno.
           Allí capillas y palacios y torres,
torres devoradoras de tiempo que no se estremecen
       no se asemejan a nada que sea nuestro.
En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos
             resignadamente bajo el cielo
           las melancólicas aguas reposan.

       No bajan rayos de luz del santo cielo
          a esta ciudad de la eterna noche.
        Pero una luz interior del lívido mar
           proyecta silenciosas torrecillas,
    resplandecen los pináculos por todas partes
           cúpulas-agujas, salones reales,
        pórticos, paredes estilo babilónico,
           sombrías y olvidadas glorietas
        de hiedra esculpida y flores pétreas,
    y muchos, muchos maravillosos santuarios
        cuyos ensortijados frisos entrelazan
             la viola, la violeta y la vid.




                      † 20 †
Resignadamente bajo el cielo
             las melancólicas aguas reposan.
      Tanto se mezclan allí las torres y las sombras
            que parecen péndulos en el aire
     mientras que desde una altiva torre en la ciudad
 la muerte mira hacia abajo como desde una enormidad.

   Allí los tiempos abiertos y las descubiertas tumbas
         bostezan a nivel con las luminosas olas,
             pero no las riquezas que allí yacen
     en cada uno de los ojos de diamante del ídolo,
            los muertos alegremente enjoyados
          no tientan las aguas desde sus lechos;
                 pues no se rizan las ondas,
               ¡Ay! en este desierto de cristal.
  Ninguna agitación dice que los vientos pueden estar
              en algún mar lejano y más feliz.
    Ninguna ola sugiere que los vientos han estado
        en mares menos espantosamente serenos.

            ¡Pero, mira! ¡Algo se agita en el aire!
              La ola. ¡Hay un movimiento allí!,
          como si las torres se hubieran apartado,
        sumergiéndose lentamente, la lenta marea,
      como si sus cimas débilmente hubieran dejado
                un vacío en el brumoso cielo.
            Las olas tienen ahora un brillo rojizo
           las olas respiran desmayadas y lentas.
          Y cuando ya no hay lamentos terrenales
baja, baja esta ciudad hasta donde se quedará desde ahora.
         El infierno, elevándose desde mil tronos,
                     le hará reverencias.


                         † 21 †
Un himno
                  I
¿Cómo será leído el rito del entierro?
    ¿La solemne canción cantada?
¿El réquiem para la más bella muerta,
     que haya muerto tan joven?

                    II
   Sus amigos están contemplándola,
          en su vistoso féretro.
       ¡Y lloran! ¡Oh!, deshonrar
  la belleza muerta, con una lágrima!

                  III
   Ellos la amaban por su riqueza
      la odiaban por su orgullo.
   Pero ella creció con salud feble,
    y ellos la aman, pues murió.

                  IV
   Ellos me dicen (mientras hablan
   de su "costosa mortaja bordada")
  que mi voz se está volviendo débil,
que no debería cantar de ningún modo.

                 V
      ¡Oh, que mi tono debiera
  adecuarse a tan solemne canción
    tan lastimera, tan lastimera,
  que la muerta no sintiese agravio.



                † 22 †
VI
      Pero ella se ha ido arriba,
  con la joven esperanza a su lado,
 y yo estoy embriagado con el amor
    de la muerta, que es mi novia.

                 VII
 De la muerta de la muerta que yace
        toda perfumada aquí,
      con la muerte en los ojos,
       y la vida en el cabello.

                  VIII
    Así en el ataúd recio y largo
   yo golpeo. El susurro enviado
 por las grises cámaras a mi canción
      será el acompañamiento.

                 IX
Tú bien moriste en el junio de tu vida,
  pero no moriste demasiado bella
    no moriste demasiado pronto,
 no con demasiada calma en el aire.

                  X
     Por eso, para ti esta noche
       no elevaré un réquiem,
     pero te llevaré en tu vuelo,
      con un himno de antaño




                † 23 †
Un sueño dentro de un sueño
    ¡Recibe en la frente este beso!
      Y, por librarme de un peso
       antes de partir, confieso
         que acertaste si creías
   que han sido un sueño mis días;
     ¿Pero es acaso menos grave
      que la esperanza se acabe
        de noche o a pleno sol,
         con o sin una visión?.
    Hasta nuestro último empeño
    es sólo un sueño en un sueno.

    Me encuentro en la costa fría
       que agita la mar bravía,
    oprimiendo entre mis manos,
     como arena, oro en granos.
   ¡Qué pocos son! Y allí mismo,
       de mis dedos al abismo
        se desliza mi tesoro,
   mientras lloro, ¡Mientras lloro!,
     ¿Evitaré ¡oh Dios! su suerte
     oprimiéndolos más fuerte?

         ¿Del vacío despiadado
      ni uno solo habré salvado?
¿Cuánto hay de grande o de pequeño?
¿Es solo un sueño dentro de un sueño?




                † 24 †
Leonora
     ¡El vaso se hizo trizas! Desapareció su esencia
              ¡Se fue; se fue! ¡Se fue; se fue!
    Doblad, doblad campanas, con ecos plañideros,
   que un alma inmaculada de Estigia en los linderos
                        flotar se ve.

    Y tú, Guy de Vere, ¿qué hiciste de tus lágrimas?
                   ¡Ah, déjalas correr!
     Mira, el angosto féretro encierra a tu Leonora;
   oye los cantos fúnebres que entona el fraile; ahora

                   Ven a su lado, ven.
      Antífonas salmodien a la que un noble cetro
                   fue digna de regir;
      un ronco De Profundis a la que yace inerte,
                      que con morir
      indignos, los que amábais en ella solamente
                  las formas de mujer,
        pues su altivez nativa os imponía tanto,
    dejasteis que muriera, cuando el fatal quebranto
                   Posó sobre su sien.

¿Quién abre los rituales? ¿Quién va a cantar el Réquiem?
                Quiero saberlo, ¿quién?
      ¿Vosotros miserables de lengua ponzoñosa
      y ojos de basilisco? ¡Mataron a la hermosa,
                 Que tan agraciada fue!




                         † 25 †
¿Peccavimus cantasteis? Cantasteis en mala hora
              el Sabbath entonad;
  que su solemne acento suba al excelso trono
 como un sollozo amargo que no suscite encono
            en la que duerme en paz.


     Ella, la hermosa, la gentil Leonora,
   emprendió el vuelo en su primer aurora;
     ella, tu novia, en soledad profunda
               ¡Huérfano te dejó!

       Ella, la gracia misma ahora reposa
       en rígida quietud; en sus cabellos
      hay vida aún; mas en sus ojos bellos
            ¡No hay vida, no, no, no!

        ¡Atrás! Mi corazón late de prisa
     y en alegre compás. ¡Atrás! No quiero
       cantar el De Profundis majadero,
              porque es inútil ya.

     Tenderé el vuelo y al celeste espacio
      me lanzaré en su noble compañía.
     ¡Voy contigo, alma mía, sí, alma mía
           y un himno te cantaré!

 ¡Silencio las campanas! Sus ecos plañideros
              acaso lo hagan mal.
No turben con sus voces la beatitud de un alma
que vaga sobre el mundo con misteriosa calma
              y en plena libertad.


                    † 26 †
Respeto para el alma que los terrenos lazos
              triunfante desató;
  que ahora luminosa flotando en el abismo
ve amigos y contrarios; que del infierno mismo
               al cielo se lanzó.

 Si el vaso se hizo trizas, su eterna esencia libre
                   ¡Se va, se va!
 ¡callad, callad campanas de acentos plañideros,
que su alma inmaculada del cielo en los linderos
                   tocando está!




                      † 27 †
Solo
 Desde mi hora más tierna no he sido
  como otros fueron, no he percibido
  como otros vieron, no pude extraer
      del mismo arroyo mi placer,
   ni de la misma fuente ha brotado
     mi desconsuelo; no he logrado
hacer vibrar mi corazón al mismo tono
 y si algo he amado, lo he amado solo.

 Entonces, en mi infancia, en el albor
   de una vida tormentosa, del crisol
  del bien y el mal, de su raíz misma,
surgió el misterio que aún me abisma:
       desde el venero o el vado,
        desde el rojo acantilado,
     desde el sol que me envolvía
    en otoño con su pátina bruñida,
      desde el arroyo electrizante
      que me rozó, seco y rasante,
     desde el trueno y la tormenta
          y la nube cenicienta
      que en el cielo transparente
   formó un demonio en mi mente.




                † 28 †
El vencedor gusano
         ¡Véanla! ¡Es una noche de gala,
          en los últimos años desolados!
     La muchedumbre de ángeles con alas,
        con velos y de lágrimas bañados
      son platea de un teatro que observa
     una tragedia de esperanzas y temores,
           mientras la orquesta ejecuta,
        la música sin final de las esferas.

   Imágenes de la deidad que está en lo alto;
      allí los mimos reniegan y murmuran,
              corren de aquí para allá;
     y los provocan amplias cosas sin forma
    que el escenario perturban de continuo,
        exhalando de sus alas desplegadas
     un invisible y prolongado sufrimiento.

        ¡Este múltiple espectáculo nunca,
            nunca más será olvidado!
   Con su fantasma para siempre perseguido
por una muchedumbre que no puede alcanzarlo,
      cruzando un círculo que gira siempre
               en un mismo sitio.
     Y mucho de locura y mucho de pecado
   y mucho horror ,son el alma de la intriga.




                    † 29 †
¡Pero mirad: entre los mimos en desorden
      una forma reptante se evidencia!
      ¡Roja como la sangre se retuerce
          sobre la escena desnuda!
 ¡Se retuerce y retuerce! Entre tormentos,
           los mimos son su presa,
     sus fauces destilan sangre humana
      y los ángeles lloran por su causa.

    ¡Se apangan las luces, todas, todas!
      Y sobre cada forma temblorosa
   cae el telón como cortina funeraria,
  con todo el retumbar de las tormentas.
     Y los ángeles pálidos y mustios,
se levantan, se quitan los velos, y afirman
      que la tragedia es la del hombre
      y su héroe el vencedor gusano.




                  † 30 †
Ulalume
    Los cielos cenicientos y sombríos,
   crespas las hojas, lívidas y mustias,
  y era una noche del doliente octubre
del tiempo inmemorial entre las brumas,
 era en las tristes márgenes del Auber,
    el lago tenebroso de aguas mudas,
   ante los bosques tétricos del Weir,
     la región espectral de la pavura.

      A solas con mi alma recorría
        avenida titánica y oscura
  de fúnebres cipreses, o con mi alma,
con Psiquis, alma que el misterio turba...
   Era la edad del corazón volcánico
 como las llamas del Yaanek sulfúreas,
 como las lavas del Yaanek que brotan
  allá del polo en la región nocturna.

        Pocas palabras nos dijimos,
era como una confidencia íntima y muda;
   palabras serias, pensamientos graves
  que la memoria para siempre turban;
 no recordamos que era el triste octubre,
que era la noche, ¡noche infausta y única!
    no recordamos la región del Auber
    que tanto conoció mi desventura,
  ni el bosque fantasmagórico del Weir,
     la región espectral de la pavura.




                 † 31 †
Y cuando la noche avanza
        de estrellas al vago temblor
         al fin de la oscura avenida
           un lánguido rayo se ve,
      fulgor diamantino que anuncia
          de fúnebre velo a través,
      que emerge de nube fantástica
         la luna, la blanca Astarté.

    Y yo dije a mi alma: -Más que Diana
      ardiente aquella misteriosa luna
   rueda al través de un éter de suspiros;
       lágrimas de su faz una por una
    caen donde el gusano nunca muere.
       Para mostrarnos la celeste ruta
      y el alma imperio de la paz letea
        atrás deja a Leo en las alturas,
           sus estrellas traspasando,
    de Leo a su despecho, ora nos busca
      y sus miradas límpidas y dulces
  son las miradas que el amor anuncian-.


     Mas, Psiquis dijo señalando al cielo:
    -La palidez de ese astro me conturba;
pronto, huyamos de aquí pronto, es preciso-.
       Y de sus alas recogió las plumas
      con intenso terror, y sollozando,
   presa de pronto de invencible angustia
       plegó las alas hasta el polvo frío
    lentas dejando descender las plumas.




                   † 32 †
Y yo le dije: -Tu terror es vano,
        sigamos esa luz trémula y pura,
     que nos bañen sus rayos cristalinos,
      sus rayos sibilinos que ya auguran
     e irradian la belleza y la esperanza.
           Mira: la senda de los cielos,
     sigamos sin temor sus limpias rayas
       que ellos a playa llevarán seguro,
      sigamos esa luz limpia y tranquila
         a través de la bóveda cerúlea-.

     Tranquilicé a mi Psiquis y besándola
      de su mente aparté las inquietudes
        y sus zozobras disipé profundas,
        y convencerla que siguiera pude.
       Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca
     llegara! Al fin de la avenida lúgubre
      nos detuvo la puerta de una tumba
      ¡oh triste noche del lejano octubre!
        nos detuvo la losa de una tumba,
     de legendario monumento fúnebre.
¡Oh, hermana! -dije- ¿Qué inscripción confusa
          en la sellada losa se descubre?
  Respondióme: Ulalume: -ésta es su tumba,
        ¡la tumba de tu pálida Ulalume!-




                    † 33 †
Quedó mi corazón como ese cielo
   ceniciento, como esas hojas mustias,
    como esas hojas yertas y crispadas.
¡Ay!, pensé: el mismo octubre fue sin duda
  fue en esa misma noche cuando vine
     al través del horror y de la bruma
     aquí trayendo mi doliente carga.

¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna!
   ¡Oh!, ¿qué infernal espíritu me trajo
     a esta región fatal de la tristura?
  Bien conozco el mudo lago del Auber,
   y esta comarca que el horror anubla,
      y el bosque fantástico de Weir,
     ¡la región espectral de la pavura!




                  † 34 †
Amigos que por siempre nos dejaron...
        Amigos que por siempre
               nos dejaron,
     caros amigos para siempre idos,
             fuera del Tiempo
           y fuera del Espacio!
     Para el alma nutrida de pesares,
     para el transido corazón, acaso.




                 † 35 †
Imitación

      Una ola insondable de inmune orgullo,
             un misterio y un sueño,
       tal debió parecer mi primera edad.

              Yo añado que ese sueño
  estaba atravesado por un pensamiento huraño,
    siempre despierto, de seres que han existido,
       y que mi espíritu no hubiera apercibido
   jamás si los hubiera dejado pasar cerca de mi,
             bajo mi ensoñadora pupila.

            Que ningún otro, acá abajo,
          herede esta visión de mi espíritu,
                de esos pensamientos
        que a cada instante quisiera dominar
y que se extienden como un hechizo sobre mi alma.

      Porque, al fin, esa brillante esperanza
          y ese tiempo liviano se han ido,
       y mi reposo terrestre me ha dejado,
       él también, con un suspiro, al pasar.

  Entre tanto, no me preocupo de que él perezca
   con un pensamiento que entonces amaba....!




                      † 36 †
El Cuervo
      Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
                cabeceando, casi dormido,
             oyóse de súbito un leve golpe,
              como si suavemente tocaran,
            tocaran a la puerta de mi cuarto.
          “Es —dije musitando— un visitante
        tocando quedó a la puerta de mi cuarto.
                 Eso es todo, y nada más.”

                ¡Ah! aquel lúcido recuerdo
                  de un gélido diciembre;
              espectros de brasas moribundas
                   reflejadas en el suelo;
             angustia del deseo del nuevo día;
            en vano encareciendo a mis libros
                 dieran tregua a mi dolor.
        Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
    virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
           Aquí ya sin nombre, para siempre.



                         † 37 †
Y el crujir triste, vago, escalofriante
                de la seda de las cortinas rojas
              llenábame de fantásticos terrores
        jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
             acallando el latido de mi corazón,
                       vuelvo a repetir:
          “Es un visitante a la puerta de mi cuarto
             queriendo entrar. Algún visitante
          que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
                  Eso es todo, y nada más.”

              Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
                     y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
              mas el caso es que, adormilado
          cuando vinisteis a tocar quedamente,
                tan quedo vinisteis a llamar,
             a llamar a la puerta de mi cuarto,
            que apenas pude creer que os oía.”
         Y entonces abrí de par en par la puerta:
                  Oscuridad, y nada más.

          Escrutando hondo en aquella negrura
        permanecí largo rato, atónito, temeroso,
      dudando, soñando sueños que ningún mortal
              se haya atrevido jamás a soñar.
     Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
              y la única palabra ahí proferida
       era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
          Lo pronuncié en un susurro, y el eco
        lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
               Apenas esto fue, y nada más.


                          † 38 †
Vuelvo a mi cuarto, mi alma toda,
         toda mi alma abrasándose dentro de mí,
    no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
         “Ciertamente —me dije—, ciertamente
           algo sucede en la reja de mi ventana.
          Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
            y así penetrar pueda en el misterio.
  Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
           y así penetrar pueda en el misterio.”
                  ¡Es el viento, y nada más!

                 De un golpe abrí la puerta,
              y con suave batir de alas, entró
                   un majestuoso cuervo
                   de los santos días idos.
                 Sin asomos de reverencia,
                    ni un instante quedo;
         y con aires de gran señor o de gran dama
             fue a posarse en el busto de Palas,
                sobre el dintel de mi puerta.
               Posado, inmóvil, y nada más.

               Entonces, este pájaro de ébano
        cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
                 con el grave y severo decoro
                del aspecto de que se revestía.
    “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
                     no serás un cobarde,
           hórrido cuervo vetusto y amenazador.
               Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
               Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”


                           † 39 †
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
          pudiera hablar tan claramente;
       aunque poco significaba su respuesta.
      Poco pertinente era. Pues no podemos
    sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
        posado sobre el dintel de su puerta,
   pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
         de Palas en el dintel de su puerta
       con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
     las palabras pronunció, como vertiendo
           su alma sólo en esas palabras.
              Nada más dijo entonces;
              no movió ni una pluma.
  Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
          “Otros amigos se han ido antes;
           mañana él también me dejará,
     como me abandonaron mis esperanzas.”
     Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

         Sobrecogido al romper el silencio
                tan idóneas palabras,
    “sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
 de un amo infortunado a quien desastre impío
           persiguió, acosó sin dar tregua
   hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
      hasta que las endechas de su esperanza
        llevaron sólo esa carga melancólica
              de ‘Nunca, nunca más’.”


                      † 40 †
Mas el Cuervo arrancó todavía
        de mis tristes fantasías una sonrisa;
            acerqué un mullido asiento
       frente al pájaro, el busto y la puerta;
   y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
     empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
     lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
         flaco y ominoso pájaro de antaño
      quería decir graznando: “Nunca más.”

 En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
      quemaban hasta el fondo de mi pecho.
           Esto y más, sentado, adivinaba,
               con la cabeza reclinada
         en el aterciopelado forro del cojín
        acariciado por la luz de la lámpara;
          en el forro de terciopelo violeta
         acariciado por la luz de la lámpara
      ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

          Entonces me pareció que el aire
         se tornaba más denso, perfumado
   por invisible incensario mecido por serafines
 cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
  “¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
   por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
 tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
       ¡Apura, oh, apura este dulce nepente
          y olvida a tu ausente Leonora!”
          Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”


                      † 41 †
“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabólica!
             ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
            enviado por el Tentador, o arrojado
  por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
              a esta desértica tierra encantada,
           a este hogar hechizado por el horror!
         Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
           ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
                  ¡Dime, dime, te imploro!”
               Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

          “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
            ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
    ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
               ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
         tendrá en sus brazos a una santa doncella
              llamada por los ángeles Leonora,
     tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
             llamada por los ángeles Leonora!”
               Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

        “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
    pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
   No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
                  que profirió tu espíritu!
                  Deja mi soledad intacta.
       Abandona el busto del dintel de mi puerta.
               Aparta tu pico de mi corazón
            y tu figura del dintel de mi puerta.
              Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”


                         † 42 †
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
       Aún sigue posado, aún sigue posado
            en el pálido busto de Palas.
      en el dintel de la puerta de mi cuarto.
          Y sus ojos tienen la apariencia
     de los de un demonio que está soñando.
 Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
    tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
         no podrá liberarse. ¡Nunca más!




                     † 43 †
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                † 44 †

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El sanatorio de poe

  • 1. La mejor antología del príncipe de los poetas malditos †1†
  • 3. Preludio Sin duda alguna Edgar Allan Poe es el príncipe de los poetas malditos, siempre demostró que el sacrificio vale la pena sufrirlo. Escarba en el gran caos que dejan los sentimientos para rendirle culto a aquello que convertido en recuerdo se niega a morir. Él la toma a la Muerte de la mano y luego le ofrece una copa. Tenía tantos motivos para desaparecer de esta basura de mundo que prefirió escalar el monte de la melancolía para hacer más placentera la caída. Los títulos de borracho, drogadicto, desquiciado mental o necrófago, son simples aposiciones que si las quitamos del universo Poe no cambiaría en anda la grandeza del mismo. Y es que fue un alma privilegiada que nunca se dejó contaminar por la deshonra social. Alma que consciente de su superioridad cambió los jardines por parajes fantasmales y las rosas por tumbas en descomposición donde hasta el día de hoy sigue posado un cuervo. Querido lector aquí encontrarás una selecta antología de los poemas más sombríos y deprimentes de uno de los escritores que más ha influido en el mundo de las artes. Escribir una biografía del mismo sería atentar a su legado. Así que nuevamente bienvenido a este “Romance Nocturno”. Diego Riofrío Vivanco Febrero del 2011 Quito-Ecuador †3†
  • 4. A la muerte se la toma de frente con valor y después se le invita a una copa… (Edgar Allan Poe) †4†
  • 5. Para Annie ¡Gracias a Dios, la crisis... el peligro ha pasado! Y el mal insistente ya está superado... Y la fiebre llamada «vida» es terreno conquistado. Sé, con tristeza, que he perdido vigor y, postrado en mi lecho, me atenaza el sopor... Mas ¡qué importa!... Me siento francamente mejor. Y tan manso en mi cama yo reposo despierto que cualquiera podría suponer que me he muerto... Suponer con espanto que en verdad estoy muerto. Los lamentos y gemidos, los sollozos y suspiros acallados están por ese horrible latido del corazón... ¡ah, ese horrible, horrible latido! †5†
  • 6. El mareo... la náusea... el dolor inclemente... se han ido con la fiebre que enloquecía mi mente... Esa fiebre llamada «vida» que abrasaba mi mente. Mas de todas las torturas, esa la peor mitigó... Mitigó la sed horrible que a beber me empujó de las aguas naftalinas del río de la pasión... He bebido de un agua que todo lo sació... Un agua que surge de un torrente bajo el suelo, cantarina y alegre como arrullo del cielo... De una gruta escondida a pocos metros del suelo. No digáis sin fundamento ni particular provecho que mi alcoba es sombría y ceñido mi lecho; pues nunca nadie ha dormido en jergón menos estrecho... Quien duerme ha de soñar en este tipo de lecho. †6†
  • 7. Espíritu atormentado, aquí cómodo reposas olvidando, o tal vez nunca lamentando, tus rosas... Tus antiguas inquietudes de mirtos y de rosas. Pues ahora, mientras yaces apacible, interpretas que te envuelve un perfume más sagrado, de violetas... Un olor de romero combinado con violetas... Con rudas y con hermosas y puritanas violetas. Y así yaces feliz, bañado por la riqueza de la verdad de ensueño de Annie y de su belleza... Y sus trenzas delicadas te bañan con su tibieza. Ella, tierna, me ha besado, dulces caricias me ha hecho y yo me he ido quedando adormecido en su pecho... Profundamente dormido en el edén de su pecho. †7†
  • 8. Al extinguirse la luz me ha arropado, maternal, y ha rogado a los ángeles que me guardaran del mal... A la reina de los ángeles que me proteja del mal. Y tan quieto y tranquilo reposo, tibio y cubierto (sabiendo que ella me ama) que diríais que estoy muerto... Y reposo tan sereno ahora, en mi lecho, cubierto (con su amor junto a mi pecho) que diríais que me he muerto... Supondríais con espanto que estáis mirando a un muerto.. Mas mi corazón irradia una luz más estrellada que las estrellas del cielo pues Annie es su alborada... Lo enciende el amor fulgurante de mi Annie adorada... Se enciende al pensar un instante en su dulce mirada. †8†
  • 9. A… F... ¡Querida! Entre todas las penas que jalonan mi senda terrenal (triste senda sin apenas una mísera rosa en el brocal), mi espíritu, soñando cosas buenas de ti, encontró tranquilidad y un oasis de edénicas arenas. Por eso cuando evoco tu recuerdo veo una isla remota y encantada en medio de un océano revuelto; una isla que, a pesar de estar rodeada por temibles borrascas y por vientos, luce siempre sonriente y despejada hasta en los peores momentos. †9†
  • 10. Annabel Lee Hace ya muchos, muchos años, en un reino junto al mar, vivía una doncella a quién puedes conocer por el nombre de Annabel Lee, y esta muchacha vivía sin otro pensamiento que el de amar y ser amada por mí. Yo era un niño y era ella una niña en ese reino junto al mar, pero nos amábamos con un amor tan grande cual jamás yo presentí, yo y mi bella Anabel Lee, los ángeles en el cielo envidiaban tal amor, y los serafines nos miraban con rencor. Ese fue el motivo por el cual, ¡Hace mucho tiempo ya!, de los confines del océano y más allá sopló el viento desde una nube y yo sentí como se helaba mi bella Annabel Lee. Entonces parientes ilustres vinieron y en solemne funeral se la llevaron lejos de mí para encerrarla en un sepulcro en ese reino junto al mar. † 10 †
  • 11. Los ángeles que no eran muy felices en el cielo, nos miraban desde su reino con recelo, como todos los hombres saben ese fue el motivo por el cual el viento salió de una nube carmesí para helar una noche a mi bella Annabel Lee. Pero nuestro amor era más fuerte que el de nuestros mayores y ni siquiera los ángeles sobre el cielo ni los demonios en el fondo del mar podrán separar mi alma del alma de Annabel Lee Pues los astros no se elevan sin traerme ensueños de la hermosa Annabel Lee y la luna vaporosa jamás brilla baladí, así toda la noche paso en la tumba de mi querida, mi vida, mi esposa en aquel sepulcro junto a la marea ruidosa. † 11 †
  • 12. A.F.S.O. ¿Deseas que te amen? No pierdas, pues, el rumbo de tu corazón. Sólo aquello que eres has de ser y aquello que no eres, no. Así, en el mundo, tu modo sutil, tu gracia, tu bellísimo ser; serán objeto de elogio sin fin y el amor... un sencillo deber. † 12 †
  • 13. A. M. No me aflige que mi cuota de mundo Tenga poco de terrenal en ella; Ni que años de amor, en un segundo de rencor, se esfumen sin dejar huella. No lamento que los desvalidos sean, querida, más dichosos que yo. Pero sí que sufras por mi destino, Siendo pasajero como soy. † 13 †
  • 14. El día más feliz El día más feliz, la hora más dichosa que mi triste y marchito corazón vivió y esa esperanza de poder y orgullo que vanidosa presta voló. ¿Dije poder? Pues sí, tal yo pensaba, pero ¡ay!, ha tiempo que se desvanecieron las visiones que en mi juventud guardaba Y al final murieron. ¿Y el orgullo? ¿Qué tengo yo que ver contigo? Aún es posible que otra infausta alma reciba el veneno que me diste enemigo El día más feliz, la hora más dichosa que mis ojos verán o han visto enardecidos, del orgullo y poder la visión majestuosa, ¡Son sueños idos! Mas si aquella esperanza de poder y de orgullo se me ofreciera hoy con su dolor y su melancolía pienso que aun así el vano orgullo una vez más no viviría. Porque en sus alas hubo un polvo oscuro que al aletear cayó en lluvia dispersa esencia poderosa y malhadada que mata al alma con su roce impuro. † 14 †
  • 15. Los espíritus de la muerte I Tu alma, con sus sombríos pensamientos, se hallará sola en la siniestra tumba. Nadie querrá saber lo que en secreto tu corazón y tu conciencia ocultan. II Sé silencioso en soledad tan grande, que no es tal soledad, pues te circundan, los espíritus todos de la muerte, que ya en vida rondaban en tu busca. Ellos querrán ensombrecerte el alma con sus negros arcanos y sus dudas. Sé silencioso en soledad tan grande; cierra los labios cual la misma tumba. III Y la noche, aunque clara y luminosa, se tornará de pronto en cueva oscura; desde sus altos tronos las estrellas no alumbrarán tu soledad adusta. Mas sus rojizos globos sin fulgores han de ser a tu tedio y a tu angustia como incendio voraz, cual una fiebre de los que libre no has de verte nunca. † 15 †
  • 16. IV No podrás desechar los pensamientos ni las visiones que tu mente turban, y que antes en tu espíritu dejaban la huella del rocío en la llanura. V La brisa, que es de Dios el puro aliento, soplará en torno de la helada tumba, y en la colina tenderá su velo la niebla vaporosa y taciturna. Las tinieblas, las sombras invioladas símbolo y prenda son; hablan y auguran. Sobre las altas copas de los árboles tiende el misterio su cerrada túnica. † 16 †
  • 17. A mi madre ¡Porque sé que los ángeles que viven en el cielo y que entre ellos entonan sus más hermosos cantos, no han hallado palabra que tenga los encantos que aquel de «madre», del amor gemelo. Yo te doy ese nombre porque así lo ha querido mi corazón: Tú has sido más que la madre mía, cuando nuestra Virginia dejó la tierra un día y tu amor llenó entonces mi corazón dolido. Mi pobrecita madre -que se fue tan temprano¬ era mi propia madre, mas tú lo eres de aquella que me fue tan querida en la vida, y por ella, te amo más que a la madre que fue la mía con ese amor intenso de mi esposa querida que era, para mi alma, más que su propia vida. † 17 †
  • 18. Eulalia Desterrado del mundo voluntario, entre quejas y lágrimas vivía; era mi alma tristísimo calvario sin amores ni dulce compañía. Mas Eulalia, gentil y pudorosa llegó a ser mi agradable compañera, y en sus bucles auríferos, la hermosa recibió mi caricia placentera. En la noche el fulgor de las estrellas no iguala sus miradas tan radiantes, ni en el mínimo crepúsculo hay en ellas que irise cual sus ojos tan brillantes. Los bucles que ella ostenta en sus cabellos inculcan en mi ser la poesía, y Astarté lanza cálidos destellos contemplando a mi Eulalia noche y día. Suspiro por suspiro su alma entera Eulalia me dedica con amor; no me invade ya más la duda artera, ni yazgo en el abismo del dolor. † 18 †
  • 19. Para alguien en el cielo Para mi alma, fuiste, amor, cuanto en el mundo sonreía, la isla verde en el mar, amor, y la fuente y el ara pía. Flores brotaban en redor, y cada flor, fue sólo mía. ¡Sueño fugaz, de tan brillante! ¡Níveo estelar que tan puro, lució un instante! En vano a mi alma lo futuro clama: -¡Adelante! vuelta al pasado, abismo oscuro, persigue mudo el sueño amante. Pues, ¡ay de mí!, la luz de vida se me ha extinguido por jamás. “Ya nunca más -no más- no más” Así a la playa combatida, mar solemne, diciendo vas ¡Tenderás vuelo, águila herida, árbol seco florecerás! Y éxtasis son mis noches hondas; y estoy contigo alma fraterna donde el mirar celeste ahondas, donde el flotante andar gobiernas, al ritmo de qué etéreas rondas y ante cuáles ondas eternas. † 19 †
  • 20. La ciudad en el mar ¡Mira! La muerte se ha izado un trono en una extraña y solitaria ciudad allá lejos en el sombrío Oeste, donde el bueno y el malo y el mejor y el peor han ido a su reposo eterno. Allí capillas y palacios y torres, torres devoradoras de tiempo que no se estremecen no se asemejan a nada que sea nuestro. En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos resignadamente bajo el cielo las melancólicas aguas reposan. No bajan rayos de luz del santo cielo a esta ciudad de la eterna noche. Pero una luz interior del lívido mar proyecta silenciosas torrecillas, resplandecen los pináculos por todas partes cúpulas-agujas, salones reales, pórticos, paredes estilo babilónico, sombrías y olvidadas glorietas de hiedra esculpida y flores pétreas, y muchos, muchos maravillosos santuarios cuyos ensortijados frisos entrelazan la viola, la violeta y la vid. † 20 †
  • 21. Resignadamente bajo el cielo las melancólicas aguas reposan. Tanto se mezclan allí las torres y las sombras que parecen péndulos en el aire mientras que desde una altiva torre en la ciudad la muerte mira hacia abajo como desde una enormidad. Allí los tiempos abiertos y las descubiertas tumbas bostezan a nivel con las luminosas olas, pero no las riquezas que allí yacen en cada uno de los ojos de diamante del ídolo, los muertos alegremente enjoyados no tientan las aguas desde sus lechos; pues no se rizan las ondas, ¡Ay! en este desierto de cristal. Ninguna agitación dice que los vientos pueden estar en algún mar lejano y más feliz. Ninguna ola sugiere que los vientos han estado en mares menos espantosamente serenos. ¡Pero, mira! ¡Algo se agita en el aire! La ola. ¡Hay un movimiento allí!, como si las torres se hubieran apartado, sumergiéndose lentamente, la lenta marea, como si sus cimas débilmente hubieran dejado un vacío en el brumoso cielo. Las olas tienen ahora un brillo rojizo las olas respiran desmayadas y lentas. Y cuando ya no hay lamentos terrenales baja, baja esta ciudad hasta donde se quedará desde ahora. El infierno, elevándose desde mil tronos, le hará reverencias. † 21 †
  • 22. Un himno I ¿Cómo será leído el rito del entierro? ¿La solemne canción cantada? ¿El réquiem para la más bella muerta, que haya muerto tan joven? II Sus amigos están contemplándola, en su vistoso féretro. ¡Y lloran! ¡Oh!, deshonrar la belleza muerta, con una lágrima! III Ellos la amaban por su riqueza la odiaban por su orgullo. Pero ella creció con salud feble, y ellos la aman, pues murió. IV Ellos me dicen (mientras hablan de su "costosa mortaja bordada") que mi voz se está volviendo débil, que no debería cantar de ningún modo. V ¡Oh, que mi tono debiera adecuarse a tan solemne canción tan lastimera, tan lastimera, que la muerta no sintiese agravio. † 22 †
  • 23. VI Pero ella se ha ido arriba, con la joven esperanza a su lado, y yo estoy embriagado con el amor de la muerta, que es mi novia. VII De la muerta de la muerta que yace toda perfumada aquí, con la muerte en los ojos, y la vida en el cabello. VIII Así en el ataúd recio y largo yo golpeo. El susurro enviado por las grises cámaras a mi canción será el acompañamiento. IX Tú bien moriste en el junio de tu vida, pero no moriste demasiado bella no moriste demasiado pronto, no con demasiada calma en el aire. X Por eso, para ti esta noche no elevaré un réquiem, pero te llevaré en tu vuelo, con un himno de antaño † 23 †
  • 24. Un sueño dentro de un sueño ¡Recibe en la frente este beso! Y, por librarme de un peso antes de partir, confieso que acertaste si creías que han sido un sueño mis días; ¿Pero es acaso menos grave que la esperanza se acabe de noche o a pleno sol, con o sin una visión?. Hasta nuestro último empeño es sólo un sueño en un sueno. Me encuentro en la costa fría que agita la mar bravía, oprimiendo entre mis manos, como arena, oro en granos. ¡Qué pocos son! Y allí mismo, de mis dedos al abismo se desliza mi tesoro, mientras lloro, ¡Mientras lloro!, ¿Evitaré ¡oh Dios! su suerte oprimiéndolos más fuerte? ¿Del vacío despiadado ni uno solo habré salvado? ¿Cuánto hay de grande o de pequeño? ¿Es solo un sueño dentro de un sueño? † 24 †
  • 25. Leonora ¡El vaso se hizo trizas! Desapareció su esencia ¡Se fue; se fue! ¡Se fue; se fue! Doblad, doblad campanas, con ecos plañideros, que un alma inmaculada de Estigia en los linderos flotar se ve. Y tú, Guy de Vere, ¿qué hiciste de tus lágrimas? ¡Ah, déjalas correr! Mira, el angosto féretro encierra a tu Leonora; oye los cantos fúnebres que entona el fraile; ahora Ven a su lado, ven. Antífonas salmodien a la que un noble cetro fue digna de regir; un ronco De Profundis a la que yace inerte, que con morir indignos, los que amábais en ella solamente las formas de mujer, pues su altivez nativa os imponía tanto, dejasteis que muriera, cuando el fatal quebranto Posó sobre su sien. ¿Quién abre los rituales? ¿Quién va a cantar el Réquiem? Quiero saberlo, ¿quién? ¿Vosotros miserables de lengua ponzoñosa y ojos de basilisco? ¡Mataron a la hermosa, Que tan agraciada fue! † 25 †
  • 26. ¿Peccavimus cantasteis? Cantasteis en mala hora el Sabbath entonad; que su solemne acento suba al excelso trono como un sollozo amargo que no suscite encono en la que duerme en paz. Ella, la hermosa, la gentil Leonora, emprendió el vuelo en su primer aurora; ella, tu novia, en soledad profunda ¡Huérfano te dejó! Ella, la gracia misma ahora reposa en rígida quietud; en sus cabellos hay vida aún; mas en sus ojos bellos ¡No hay vida, no, no, no! ¡Atrás! Mi corazón late de prisa y en alegre compás. ¡Atrás! No quiero cantar el De Profundis majadero, porque es inútil ya. Tenderé el vuelo y al celeste espacio me lanzaré en su noble compañía. ¡Voy contigo, alma mía, sí, alma mía y un himno te cantaré! ¡Silencio las campanas! Sus ecos plañideros acaso lo hagan mal. No turben con sus voces la beatitud de un alma que vaga sobre el mundo con misteriosa calma y en plena libertad. † 26 †
  • 27. Respeto para el alma que los terrenos lazos triunfante desató; que ahora luminosa flotando en el abismo ve amigos y contrarios; que del infierno mismo al cielo se lanzó. Si el vaso se hizo trizas, su eterna esencia libre ¡Se va, se va! ¡callad, callad campanas de acentos plañideros, que su alma inmaculada del cielo en los linderos tocando está! † 27 †
  • 28. Solo Desde mi hora más tierna no he sido como otros fueron, no he percibido como otros vieron, no pude extraer del mismo arroyo mi placer, ni de la misma fuente ha brotado mi desconsuelo; no he logrado hacer vibrar mi corazón al mismo tono y si algo he amado, lo he amado solo. Entonces, en mi infancia, en el albor de una vida tormentosa, del crisol del bien y el mal, de su raíz misma, surgió el misterio que aún me abisma: desde el venero o el vado, desde el rojo acantilado, desde el sol que me envolvía en otoño con su pátina bruñida, desde el arroyo electrizante que me rozó, seco y rasante, desde el trueno y la tormenta y la nube cenicienta que en el cielo transparente formó un demonio en mi mente. † 28 †
  • 29. El vencedor gusano ¡Véanla! ¡Es una noche de gala, en los últimos años desolados! La muchedumbre de ángeles con alas, con velos y de lágrimas bañados son platea de un teatro que observa una tragedia de esperanzas y temores, mientras la orquesta ejecuta, la música sin final de las esferas. Imágenes de la deidad que está en lo alto; allí los mimos reniegan y murmuran, corren de aquí para allá; y los provocan amplias cosas sin forma que el escenario perturban de continuo, exhalando de sus alas desplegadas un invisible y prolongado sufrimiento. ¡Este múltiple espectáculo nunca, nunca más será olvidado! Con su fantasma para siempre perseguido por una muchedumbre que no puede alcanzarlo, cruzando un círculo que gira siempre en un mismo sitio. Y mucho de locura y mucho de pecado y mucho horror ,son el alma de la intriga. † 29 †
  • 30. ¡Pero mirad: entre los mimos en desorden una forma reptante se evidencia! ¡Roja como la sangre se retuerce sobre la escena desnuda! ¡Se retuerce y retuerce! Entre tormentos, los mimos son su presa, sus fauces destilan sangre humana y los ángeles lloran por su causa. ¡Se apangan las luces, todas, todas! Y sobre cada forma temblorosa cae el telón como cortina funeraria, con todo el retumbar de las tormentas. Y los ángeles pálidos y mustios, se levantan, se quitan los velos, y afirman que la tragedia es la del hombre y su héroe el vencedor gusano. † 30 †
  • 31. Ulalume Los cielos cenicientos y sombríos, crespas las hojas, lívidas y mustias, y era una noche del doliente octubre del tiempo inmemorial entre las brumas, era en las tristes márgenes del Auber, el lago tenebroso de aguas mudas, ante los bosques tétricos del Weir, la región espectral de la pavura. A solas con mi alma recorría avenida titánica y oscura de fúnebres cipreses, o con mi alma, con Psiquis, alma que el misterio turba... Era la edad del corazón volcánico como las llamas del Yaanek sulfúreas, como las lavas del Yaanek que brotan allá del polo en la región nocturna. Pocas palabras nos dijimos, era como una confidencia íntima y muda; palabras serias, pensamientos graves que la memoria para siempre turban; no recordamos que era el triste octubre, que era la noche, ¡noche infausta y única! no recordamos la región del Auber que tanto conoció mi desventura, ni el bosque fantasmagórico del Weir, la región espectral de la pavura. † 31 †
  • 32. Y cuando la noche avanza de estrellas al vago temblor al fin de la oscura avenida un lánguido rayo se ve, fulgor diamantino que anuncia de fúnebre velo a través, que emerge de nube fantástica la luna, la blanca Astarté. Y yo dije a mi alma: -Más que Diana ardiente aquella misteriosa luna rueda al través de un éter de suspiros; lágrimas de su faz una por una caen donde el gusano nunca muere. Para mostrarnos la celeste ruta y el alma imperio de la paz letea atrás deja a Leo en las alturas, sus estrellas traspasando, de Leo a su despecho, ora nos busca y sus miradas límpidas y dulces son las miradas que el amor anuncian-. Mas, Psiquis dijo señalando al cielo: -La palidez de ese astro me conturba; pronto, huyamos de aquí pronto, es preciso-. Y de sus alas recogió las plumas con intenso terror, y sollozando, presa de pronto de invencible angustia plegó las alas hasta el polvo frío lentas dejando descender las plumas. † 32 †
  • 33. Y yo le dije: -Tu terror es vano, sigamos esa luz trémula y pura, que nos bañen sus rayos cristalinos, sus rayos sibilinos que ya auguran e irradian la belleza y la esperanza. Mira: la senda de los cielos, sigamos sin temor sus limpias rayas que ellos a playa llevarán seguro, sigamos esa luz limpia y tranquila a través de la bóveda cerúlea-. Tranquilicé a mi Psiquis y besándola de su mente aparté las inquietudes y sus zozobras disipé profundas, y convencerla que siguiera pude. Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca llegara! Al fin de la avenida lúgubre nos detuvo la puerta de una tumba ¡oh triste noche del lejano octubre! nos detuvo la losa de una tumba, de legendario monumento fúnebre. ¡Oh, hermana! -dije- ¿Qué inscripción confusa en la sellada losa se descubre? Respondióme: Ulalume: -ésta es su tumba, ¡la tumba de tu pálida Ulalume!- † 33 †
  • 34. Quedó mi corazón como ese cielo ceniciento, como esas hojas mustias, como esas hojas yertas y crispadas. ¡Ay!, pensé: el mismo octubre fue sin duda fue en esa misma noche cuando vine al través del horror y de la bruma aquí trayendo mi doliente carga. ¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna! ¡Oh!, ¿qué infernal espíritu me trajo a esta región fatal de la tristura? Bien conozco el mudo lago del Auber, y esta comarca que el horror anubla, y el bosque fantástico de Weir, ¡la región espectral de la pavura! † 34 †
  • 35. Amigos que por siempre nos dejaron... Amigos que por siempre nos dejaron, caros amigos para siempre idos, fuera del Tiempo y fuera del Espacio! Para el alma nutrida de pesares, para el transido corazón, acaso. † 35 †
  • 36. Imitación Una ola insondable de inmune orgullo, un misterio y un sueño, tal debió parecer mi primera edad. Yo añado que ese sueño estaba atravesado por un pensamiento huraño, siempre despierto, de seres que han existido, y que mi espíritu no hubiera apercibido jamás si los hubiera dejado pasar cerca de mi, bajo mi ensoñadora pupila. Que ningún otro, acá abajo, herede esta visión de mi espíritu, de esos pensamientos que a cada instante quisiera dominar y que se extienden como un hechizo sobre mi alma. Porque, al fin, esa brillante esperanza y ese tiempo liviano se han ido, y mi reposo terrestre me ha dejado, él también, con un suspiro, al pasar. Entre tanto, no me preocupo de que él perezca con un pensamiento que entonces amaba....! † 36 †
  • 37. El Cuervo Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto. “Es —dije musitando— un visitante tocando quedó a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más.” ¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre. † 37 †
  • 38. Y el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: “Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más.” Ahora, mi ánimo cobraba bríos, y ya sin titubeos: “Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía.” Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más. Escrutando hondo en aquella negrura permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar. Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!” Apenas esto fue, y nada más. † 38 †
  • 39. Vuelvo a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. “Ciertamente —me dije—, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.” ¡Es el viento, y nada más! De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más. Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—, no serás un cobarde, hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” † 39 †
  • 40. Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: “Nunca más.” Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto. las palabras pronunció, como vertiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: “Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.” Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.” Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, “sin duda —pensé—, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de ‘Nunca, nunca más’.” † 40 †
  • 41. Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el terciopelo, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado, hórrido, flaco y ominoso pájaro de antaño quería decir graznando: “Nunca más.” En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada en el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara; en el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más! Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado. “¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” † 41 †
  • 42. “¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” † 42 †
  • 43. Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más! † 43 †
  • 44. câuÄ|vtv|ÉÇxá w|z|àtÄxá ÑtÜt àÉwt _tà|ÇÉtÅ°Ü|vt www.romancenocturno.es.tl † 44 †