1. Como dos gotas de agua en una tarta
Un anciano vivía con su anciana esposa en una pequeña casa en la cima de
una colina. Habían estado enamorados desde que eran adolescentes y,
aunque ocasionalmente reñían por alguna tontería, llevaban casados más
de 40 años.
Cada mañana, el hombre iba en bicicleta al mercado para hacer la compra
del día, mientras la mujer atendía la huerta y las tareas del hogar. No
tenían mucho dinero, así que sobrevivían a partir de pan y verduras
estofadas. Aún así, siempre se sintieron agradecidos por lo que tenían, y
por tenerse el uno al otro.
Una vez a la semana, después de su cena de cada día, los dos se
acurrucaban al lado de la chimenea y compartían un pedazo de pastel de
cerezas. Era el único lujo que se permitían, y algunos de sus mejores
momentos juntos los pasaron de esa manera, compartiendo historias,
abrazándose y riéndose con su postre favorito entre las manos.
Curiosamente, al hombre sólo le encantaba la corteza de la tarta; la masa
hojaldrada y llena de mantequilla que sólo tenía un pequeño resto del
dulce relleno de cerezas. A la mujer, al contrario, sólo le gustaba el
empalagoso y calentito relleno, y no le prestaba mucha atención a la masa
de afuera. Así, se dividían la tarta y ambos estaban tan contentos.
2. Era la dinámica perfecta. El modo en que se comían la tarta reflejaba su
vida juntos y cómo eran ideales el uno para el otro, como dos manos
entrelazadas. Él completaba los vacíos de ella, y ella, los de él.
Un invierno particularmente duro, el hombre cayó enfermo con una
neumonía. Le pasó una gran factura a su salud y, después de unos días,
tuvieron que aceptar que no superaría la enfermedad.
La afligida mujer se sentó a su lado en la cama en la habitación
tenuemente iluminada, con los ojos llenos de lágrimas clavados en los de
su marido.
"Hay algo que llevo tiempo queriendo decirte", dijo él despacio, tomando
gentilmente la mano de su esposa.
"¿Qué es, querido?" dijo ella, intentando contener las lágrimas.
"Te quiero tanto", contestó él.
"Bueno, ¡eso ya lo sé, desde luego!" le cortó ella, riéndose bajito. "Yo
también te quiero".
Él continuó, "Todo lo que quise hacer con mi vida fue dedicarla a hacerte
feliz. Espero haberlo hecho. Y, querida, espero que no te enfades, pero he
estado mintiéndote todo este tiempo".
Instintivamente, la mujer giró su cabeza, intentando esconder su
preocupación.
"No... No me gusta tanto la corteza de las tartas", dijo él despacio,
sonriendo.
Por un momento, la mujer se quedó sin habla. Entonces se le escapó:
"Entonces, ¿por qué...?".
3. "Porque", siguió diciendo él, "Me daba muchísima más alegría darte algo
que sabía que te haría tan feliz que lo que habría disfrutado de un postre
tonto".
La habitación quedó en silencio durante unos segundos mientras se
miraban el uno al otro, sonriendo. Ella se agachó para poder descansar su
cabeza en el pecho de su marido.
"Oh, mi querido esposo", dijo ella. "Somos como dos gotas de agua. Todos
estos años yo he intentado hacerte feliz a ti diciéndote que me encantaba
el relleno..., cuando de hecho lo que prefiero es la corteza".