1. El gran libro del miedo. 1
INDICE
TABLA DE CONTENIDO
Contenido
LA MUERTE.......................................................................................................................................... 2
Los ojos verdes................................................................................................................................ 2
El vampiro........................................................................................................................................ 3
LA ENFERMEDAD Y LA LOCURA........................................................................................................... 4
El extraño ........................................................................................................................................ 4
El pozo y péndulo............................................................................................................................ 5
EL PODER DE LA MENTE...................................................................................................................... 6
Morella............................................................................................................................................ 6
Magnetismo .................................................................................................................................... 7
EL MAL................................................................................................................................................. 8
El gato negro ................................................................................................................................... 8
El convenio de Sir Dominick............................................................................................................ 9
2. El gran libro del miedo. 2
LA MUERTE.
Los ojos verdes.
Atravesaban un frondoso1 bosque del Moncayo soriano un grupo de
cazadores, que corría tras un ciervo herido por don Fernando de Argensola. Era la
primera pieza que cazaba junto a su amigo Íñigo, montero muy reconocido en
aquellas tierras.
Pero el ciervo herido corría deprisa, buscando un lugar por donde escapar del fatal
desenlace, y por más que los cazadores se apresuraban, no conseguían
apresarlo.
De pronto, el ciervo se escabulló por un camino estrecho, tortuoso y repleto de
árboles, un camino que llevaba directo a la fuente de los Álamos, famosa por
esconder una leyenda tenebrosa y sobrecogedora.
Los cazadores se pararon de golpe y al pronto llegó don Fernando, quien, rojo de
cólera, recriminó al resto esta actitud:
– ¿Pero qué hacéis? ¿Por qué os detenéis? ¡Se va a escapar la presa! – gritó muy
enfadado don Fernando.
– Señor, este camino lleva directo a la fuente del Álamo. Ese lugar está
endemoniado y ningún hombre debe llegar hasta su orilla.
– ¿Endemoniado dices? ¿Qué tonterías son esas? ¿Y dejar perder así mi primera
pieza de caza? ¡Si aún la puedo ver desde aquí! ¡Está herida y apenas puede
correr! ¿Quieres dejarla morir para que los lobos se alimenten de ella? ¡Pues yo
no pienso darles el gusto! ¡Ese ciervo es mío y pienso ir a por él!
– Don Fernando, no vaya. Ninguna de las personas que llegaron hasta esa fuente
se libraron de un fatal destino…
– No me importa. Ni aunque me agarre el demonio, como tú dices. Pienso
recuperar lo que es mío.
Y, diciendo esto, Fernando de Argensola se adentró en la espesura del camino.
1
Que tiene mucha vegetación.
3. El gran libro del miedo. 3
El vampiro.
Sucedió en medio de las disipaciones2 de un duro invierno en Londres. Apareció
en diversas fiestas de los personajes más importantes de la vida nocturna y
diurna3 de la capital inglesa, un noble, más notable por sus peculiaridades que por
su rango. Miraba a su alrededor como si no participara de las diversiones
generales. Aparentemente, sólo atraían su atención las risas de los demás, como
si pudiera acallarlas a su voluntad y amedrentar aquellos pechos donde reinaba la
alegría y la despreocupación.Los que experimentaban esta sensación de temor no
sabían explicar cual era su causa. Algunos la atribuían a la mirada gris y fija, que
penetraba hasta lo más hondo de una conciencia, hasta lo más profundo de un
corazón. Aunque lo cierto era que la mirada sólo recaía sobre una mejilla con un
rayo de plomo que pesaba sobre la piel que no lograba atravesar. Sus rarezas
provocaban una serie de invitaciones a las principales mansiones de la capital.
Todos deseaban verle, y quienes se hallaban acostumbrados a la excitación
violenta, y experimentaban el peso del "ennui", estaban sumamente contentos de
tener algo ante ellos capaz de atraer su atención de manera intensa. A pesar del
matiz mortal de su semblante, que jamás se coloreaba con un tinte rosado ni por
modestia ni por la fuerte emoción de la pasión, pese a que sus facciones y su
perfil fuesen bellos, muchas damas que andaban siempre en busca de notoriedad
trataban de conquistar sus atenciones y conseguir al menos algunas señales de
afecto. Lady Mercer, que había sido la burla de todos los monstruos arrastrados a
sus aposentos particulares después de su casamiento, se interpuso en su paso, e
hizo cuanto pudo para llamar su atención... pero en vano. Cuando la joven se
hallaba ante él, aunque los ojos del misterioso personaje parecían fijos en ella, no
parecían darse cuenta de su presencia. Incluso su imprudencia parecía pasar
desapercibida a los ojos del caballero, por lo que, cansada de su fracaso,
abandonó la lucha.
2
Esfumación.
3
De día.
4. El gran libro del miedo. 4
LA ENFERMEDAD Y LA LOCURA.
El extraño.
Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza.
Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres4
recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o
hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos,
cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas
retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron… a mí, el aturdido, el frustrado,
el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro
con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza
con ir más allá, hacia el otro.
No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos
oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras.
Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y
por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de
generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y
quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol,
ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una
sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido,
pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro
poco menos que imposible de escalar.
Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos
debieron haber atendido a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a
persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos
y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió
haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de
una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y
deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los
esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de
los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los
hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos
libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o
me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas…, ni
siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se
me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi
mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme
como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los
libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.
4
Que es oscuro.
5. El gran libro del miedo. 5
El pozo y péndulo
El narrador recibe una sentencia de muerte por parte de la corte de la Inquisición,
que lo juzga por un crimen que no conocemos. Tras escucharla, al hombre lo
invade el terror y, si bien por un momento cobra esperanza al ver “siete velas
blancas” como “formas angélicas” en una mesa del lugar, luego empieza a tener
visiones delirantes que se transforman en “espectros sin ningún sentido, con
cabeza de llamarada” (693). En ese momento, se vuelve incapaz de seguir oyendo
a sus jueces y, finalmente, se desmaya. Al despertar, advierte que se encuentra
en un espacio a oscuras e intenta poner en orden sus recuerdos, pero no consigue
identificar cuánto hay de real en ellos.
Pasa un tiempo y el narrador recuerda que un auto de fe se había celebrado la
noche de su juicio. En esta ceremonia, típica de la Inquisición, se anuncian las
sentencias de los pecadores antes de proceder a la ejecución. Sin embargo, él no
solo no está muerto, sino que está en un calabozo. Espantado, deduce que lo han
condenado a una muerte cruel en los calabozos de Toledo, famosos por la
crueldad con la que ejecutan a sus prisioneros. Tras adquirir esta certeza, el
prisionero vuelve a desmayarse.
Luego de un tiempo indefinido, el protagonista recobra la conciencia y comienza a
explorar el calabozo, que se encuentra completamente a oscuras. En medio de su
tarea, tropieza y, debido al cansancio, vuelve a quedarse dormido en el sitio. Al
despertar, nota que le dejaron un trozo de pan y una jarra con agua cerca suyo.
El narrador retoma el recorrido y deduce que la habitación es relativamente
grande, aunque no puede determinar su forma. Se propone entonces atravesarla
cruzando el centro. Sin embargo, en medio de su caminata vuelve a tropezar y
aterriza al borde de un pozo circular. Para detectar su profundidad, toma una
piedra que encuentra en el piso y la arroja. El sonido de su caída le da la pauta de
que el pozo es muy profundo y de que tiene agua en el fondo. En ese momento,
unos ruidos cercanos y el breve destello de una luz le hacen reconocer que lo
están observando y piensa que el pozo es, en realidad, una prueba: seguramente
le esperaba una muerte cruel y tortuosa si caía. Profundamente asustado, cavila
junto al pozo hasta quedarse dormido.
Al despertar, el hombre bebe el agua que le han dejado, pero esta parece estar
adulterada, porque nuevamente lo vence el sueño. Cuando recupera la
conciencia, una luz tenue le permite observar la celda, que resulta ser más
pequeña de lo que había calculado. También se percata de que la habitación es
cuadrada y que unas largas placas de metal decoradas con figuras tenebrosas
decoran sus paredes. Cerca suyo, alcanza a ver el pozo en el centro de la
habitación.
Pero eso no es todo: él mismo se encuentra en una nueva situación ya que,
mientras dormía, alguien lo dejó atado a una estructura de madera. Ahora, una
correa se enrolla sobre su cuerpo y lo mantiene inmovilizado boca arriba.
Únicamente es capaz de mover la cabeza y, en menor medida, un brazo, pero
solo lo suficiente para alcanzar la comida que le dejaron en un plato cercano.
6. El gran libro del miedo. 6
EL PODER DE LA MENTE
Morella
Desde que se conocen, a Morella y al narrador los une “un singular afecto” basado
en la afinidad intelectual y espiritual. Aunque su cariño está desprovisto de pasión
y erotismo, y su relación se asemeja más a una amistad que a un romance,
terminan contrayendo matrimonio. Desde entonces, la pareja pasa el tiempo
compartido estudiando y leyendo sobre filosofía y misticismo.
Como la erudición e inteligencia de Morella es inmensa, y sus talentos no parecen
ser “de clase común”, el narrador se deja guiar y dirigir por ella en sus estudios.
Sin embargo, las lecturas que realizan juntos abordan temas místicos que
conmocionan y asustan al narrador, tales como la posibilidad de la vida después
de la muerte. Además, luego de horas de estudio bajo la dirección de Morella, su
presencia empieza a aterrorizarlo sin que pueda comprender exactamente el
motivo. Algo sobrenatural en ella lo perturba; no logra soportar el roce de sus frías
manos, el “tono grave de su lenguaje musical, ni el brillo de sus melancólicos
ojos”.
Llega el momento en que, mientras el amor del narrador decrece, la salud de
Morella empieza a deteriorarse y parece que su vida está cerca de terminar. Pese
a ello, el tiempo de su muerte se dilata más de lo que desea el narrador, quien
prefiere verla muerta debido a que su presencia y su mirada lo perturban5
demasiado.
Finalmente, una noche de otoño, en la que un vapor brillante rodea los
alrededores de la casa, Morella lo llama a su lecho y lo acusa de nunca haberla
amado en vida, anunciando además que lo hará en la muerte. Luego le confiesa
que está embarazada, que su hija comenzará a vivir cuando su espíritu se marche
y que le dará muchos días de dolor. Una vez pronunciadas estas palabras, Morella
muere y, a la vez, da a luz a una pequeña “que no respiró hasta que la madre
hubo muerto”.
A partir de entonces, el narrador se encarga de su hija “con un amor más ferviente
del que había creído sentir por ningún habitante de la tierra”. Ella comienza a
crecer más rápido de lo normal y a parecerse cada día más a su difunta madre.
Los cambios no son de aspecto únicamente: empieza a desarrollar un intelecto
idéntico, a expresarse como ella y a manifestar la inteligencia propia de una mujer
madura.
Pasan los años y el padre de la niña se resiste a ponerle un nombre o hablarle de
su difunta madre. El parecido entre madre e hija lo atormenta al punto en que se
recluye con ella en el hogar para que nadie pueda observarla. Lo recuerdos de las
misteriosas lecturas compartidas con la muerta lo perturban y cada semejanza
nueva alimenta su obsesión como a “un gusano que se resiste a morir”
5
Alterar el orden.
7. El gran libro del miedo. 7
Magnetismo
»Sentí todo esto con una inolvidable violencia. Aquella mujer fue mía, tan mía que
la tibia dulzura de su piel quedó en mis dedos, el olor de su piel quedó en mi
cerebro, el sabor de sus besos quedó en mis labios, el sonido de su voz quedó en
mis oídos, el círculo de su abrazo alrededor de mis riñones, y el encanto ardiente
de su ternura en toda mi persona, mucho tiempo después de mi exquisito y
decepcionante despertar. »Y tres veces más, aquella misma noche, el sueño se
repitió. »Llegado el día, ella me obsesionaba, me poseía, me llenaba la cabeza y
los sentidos, hasta tal punto que no pasaba ni un segundo sin que pensara en ella.
»Finalmente, sin saber qué hacer, me vestí y fui a verla. En su escalera temblaba
de emoción, el corazón latía alocado: un vehemente deseo me invadía desde los
pies hasta los cabellos. »Entré. Ella se levantó, envarada, apenas oír pronunciar
mi nombre; y de pronto nuestros ojos se cruzaron con una sorprendente fijeza. Me
senté. »Balbuceé6 algunas banalidades7 que ella no pareció escuchar. Yo no
sabía ni qué hacer ni qué decir; entonces, bruscamente, me arrojé sobre ella, la
aferré entre mis brazos; y todo mi sueño se hizo realidad tan aprisa, tan
fácilmente, tan locamente , que de pronto dudé de estar despierto... Ella fue mi
amante durante dos años. -¿Qué conclusión saca de esto? -preguntó una voz. El
narrador parecía dudar. -Llego a la conclusión... ¡llego a la conclusión de una
coincidencia, por Dios! Y además, ¿quién sabe? Quizá hubo una mirada de ella
que jamás observé y que me llegó esa tarde por uno de estos misteriosos e
inconscientes giros de la memoria que nos traen a menudo cosas olvidadas por
nuestra consciencia, que nos han pasado desapercibidas delante de nuestra
inteligencia. -Todo lo que usted quiera -concluyo uno de los comensales-, ¡pero si
no cree en el magnetismo después de esto, es usted un ingrato, mi querido señor!
6
Hablar con dificultad.
7
Trivial
8. El gran libro del miedo. 8
EL MAL
El gato negro
Desde pequeño fue un niño cariñoso que demostraba gran afecto por lo animales,
al momento de casarse lo hace con una mujer que comparte su amor y su cariño
hacia los animales, poseían varios animales entre ellos un gato negro llamado
Plutón. Este mismo era entre todos el favorito para él, por varios años mantuvieron
una estrecha amistad.
Empiezan sus problemas de alcoholismo y su carácter varia drásticamente, se torna
violento en vez de afectuoso8 hacia su gato incluso hasta hacia su esposa.
Ebrio al llegar a casa agredía a Plutón, una noche bajo efectos del alcohol le saco
un ojo. Luego de este acto despiadado el gato le temía, él estaba arrepentido pero
al sentir el rechazo
Al paso de los días se hace más y más amargado y aborrece todo lo que lo rodea,
Su mujer incluso es víctima de su nostalgia e incomodidad.
Un día haciendo una tarea domestica; bajando al sótano de la casa acompañado de
su mujer, el gato atado a él como siempre, se le entrecruza entre las piernas de tal
modo que casi lo hace caer de cabeza por las empinadas escaleras. La furia lo
invade y el temor de pegarle desaparece, tomando un hacha en su mano para
agredirlo, su mujer en un intento de detenerlo interviene terminando la escena con
la muerte de esta, mientras que el gato sale ileso.
En su desesperación por ocultar su crimen esconde el cadáver tras una pared la
cual sella con ladrillos tal y como antes estaba. Pasan los días y no hay rastros del
gato, el supone que huyo aterrado.
Más adelante la policía va a la casa a investigar el muy confiado del trabajo que hizo
escondiendo el cadáver le muestra sin pero alguno toda la casa, pero bajo su
exceso de confianza habla de más y golpea con un bastón la pared de ladrillo tras la
cual se encontraba el cadáver de su esposa, entonces se escullo un fuerte maullido
que provenía del interior de la pared en donde oculto el cadáver. Rápidamente los
oficiales rompieron la pared y he allí el cadáver y nada más y nada menos que el
gato causante de todo.
8
Amoroso.
9. El gran libro del miedo. 9
El convenio9 de Sir Dominick
En los primeros días del otoño de 1838 un asunto de negocios me llevó al sur de
Irlanda. El tiempo era agradable, el lugar y la gente me eran nuevos. Alquilé un
caballo en una taberna y envié mi equipaje con un sirviente a bordo de una diligencia
de correo y luego, con la curiosidad de un explorador, inicié un recorrido de 25 millas
a caballo, por caminos inhóspitos, hasta llegar a mi destino. Atravesé pantanos,
colinas, planicies y castillos en ruinas, siempre bajo un consistente viento.
Inicié la marcha tarde, y habiendo hecho poco menos de la mitad del camino, ya
estaba pensando en hacer un alto en el próximo lugar conveniente, para que
descansase el caballo y se alimentase, y también para hacerme de algunas
provisiones.
Eran cerca de las cuatro cuando el camino, que ascendía gradualmente, se desvió
a través de un desfiladero entre la abrupta terminación de unas montañas a mi
izquierda, y una colina que se elevaba a mi derecha. Abajo se erguía una precaria
villa bajo una larga línea de gigantescos árboles de hayas, cuyas ramas cobijaban
a pequeñas chimeneas que emitían sus respectivas columnas de humo. A mi
izquierda, separadas por millas, ascendiendo el cordón montañoso antes
nombrado, había un bosque salvaje, cuyos follajes y helechos terminaban en las
rocas.
A medida que descendía, el camino daba algunas curvas, siempre teniendo a mi
izquierda el paredón de piedra gris, cubierto aquí y allá con hiedra. Y al acercarme
a la villa, a través de sendas en el bosque, pude ver el largo murallón de una vieja
y ruinosa casa ubicada entre los árboles, a medio camino entre el pintoresco paisaje
montañoso.
La soledad y la melancolía de esa ruina picó mi curiosidad, y una vez que hube
llegado a la posada de St. Columbkill, habiendo puesto a descansar a mi caballo y
permitiéndome a mí mismo una buena comida, comencé a pensar nuevamente en
el bosque y la casa ruinosa, resolviendo dar luego un paseo por aquellas soledades.
El nombre del lugar, supe, era Demorado; y luego de traspasar el portón de entrada
a la propiedad, inicié un paseo por la dilapidada mansión.
Una larga senda en la que sobresalían muchas ligustrinas, me llevó, luego de
algunas curvas y recodos, a la vieja casona, bajo la sombra de los árboles.
El camino traspasaba una hondonada recubierta de malezas, pequeños árboles y
arbustos, y la silente casa tenía su puerta principal abierta hacia esta oscura
cañada. Más allá se extendían robustos árboles por entre la casa, en sus desiertos
parques y establos.
Entré y vagué por todos lados, viendo ortigas y ligustrinas a través de los pasillos;
de cuarto en cuarto los cielorrasos estaban caídos, y por aquí y por allá había vigas
oscuras y raídas, con zarcillos de hiedra por todos lados. Las paredes altas, con el
yeso picado, estaban manchadas y enmohecidas. Las ventanas estaban opacadas
9
Pacto.
10. El gran libro del miedo. 10
por la hiedra y, cerca de la gran chimenea unos grajos, especie de pequeños
cuervos, revoloteaban mientras que de los árboles que cubrían la cañada, desde el
otro lado, se escuchaban los graznidos de sus pichones.
Y, mientras caminaba por entre aquellos melancólicos pasillos, mirando solo en las
habitaciones cuyos entarimados no estaban hundidos (circunstancia que hacía de
mi exploración una actividad peligrosa), comencé a preguntarme por qué una casa
tan grande, en el medio de tan pintoresco paisaje, se había permitido decaer; soñé
con la hospitalidad de quienes mucho tiempo antes fueran sus dueños, e imaginé la
escena de fiestas y francachelas que se habría visto en medianoche.
La gran escalera era de roble, y había aguantado maravillosamente el tiempo. Me
senté en sus escalones pensando vagamente en la transitoriedad de todas las
cosas bajo el sol.
Excepto por el ronco y distante clamor de los pichones, apenas perceptible desde
donde yo me encontraba sentado, ningún sonido quebraba la profunda quietud del
lugar. Raras veces había experimentado tal sentimiento de soledad. No había
viento; ni siquiera el crepitar de una hoja marchita a través del pasillo. Todo era
opresivo. Los altos árboles que se erguían alrededor de la casa la oscurecían y
añadían algo de terror a la melancolía del lugar.
En ese momento, cercano a mí, escuché con desagradable sorpresa una voz muy
particular, que repitió estas palabras:
-Comida para los gusanos, muerta y podrida.
Había una pequeña ventana en la pared, y a través de su oscuro hueco vi, casi entre
las sombras, la forma difusa de un hombre, sentado y bamboleando su pie. Me
miraba fijo y reía cínicamente; antes de que pudiera recuperarme de la sorpresa,
repitió este dicho:
-Si la muerte fuera una cosa que con dinero se pudiese evitar, los ricos vivirían y los
pobres habrían de morir.
-Fue una gran casa, señor -continuó- la Casa Dunoran, de los Sarsfield. Sir
Dominick Sarsfield fue el último de su familia. Perdió la vida a no más de seis pies
de distancia de donde usted está sentado.
Y mientras decía esto, saltó con un leve brinco al piso. Tenía el rostro oscuro, rasgos
afilados, un poco encorvado. Tenía un bastón para caminar con el cual señaló a un
punto en la pared. Una mancha en el yeso.