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M.FRANCISCO
«No somos dueños de nuestra vida, ni de nuestra muerte»
A Tite Kubo por crear “Bleach” mi fuente de inspiración, a mi familia y a mi profesora de
castellano y literatura Marggi Martínez.
A mi imaginación, plagada de ideas a cada segundo…
Cuando Alexa Donovan escuchaba hablar sobre la muerte lo único que se le venía a la
mente era el color negro. Hasta que en un giro vertiginoso de su vida se topó cara a cara
con ella… o más bien con él: Jerid Collins es un Segador de Almas; una entidad con la
responsabilidad de salvaguardar almas humanas en el Mundo Espiritual.
Es él, acompañado por su huraña y epigramática actitud quienes comenzarán a cavar
en la frágil entereza de Alexa, abriéndole las puertas a un mundo al cual pertenece sin
saber que existe. Haciéndola abandonar su vida, la que creía gris y repetitiva, para el resto
de su existencia.
Los sucesos paranormales se desatan entre el bizarro dúo, e inclusive antes de que
puedan conocerse del todo sabrán que algo los une de alguna manera. Un instinto
antiguamente escondido para Alexa comienza a surgir desde su más oscuro rincón;
alertándole del los peligros ocultos en cada esquina.
No podrá huir de su destino, ni de su labor.
Tan anhelada y a la vez tan odiada
Oh, tú, salvadora de la agonía de mi alma
Dichosos sean los dignos de tu mirada
Y castigados los corrompidos por tu guadaña
Te vi venir en mis sueños antes de advertir que llegabas.
¿Y qué puede hacer mi alma bienaventurada?
Si es digna de tu compasión
Bajo tus dedos me hago único, me hago invisible para los demás
Y en la letanía de un sueño dorado puedo descansar.
Prólogo.
Londres, Inglaterra
Año 1796
Humanos, ilusos e inocentes humanos, esos a los que sus ambiciones no los dejan ver
más allá de sus narices, están destinados a un final sin derecho a réplica. Sus actos se les
serán recordados el día del juicio final; y es allí, donde nace la historia de tres dimensiones
paralelas, pero involucradas entre sí: Cielo, tierra, infierno. la primera y la última
encargadas de velar por el equilibrio total de un planeta que ha sido creación divina del
Jefe Supremo, así como también, de la custodia absoluta de la materia espiritual de los
ególatras pecadores, salvándolos de su perdición, empleando un sistema infalible.
“Todo aquel cuya alma sea pura, será bienvenido a su
salvación, de lo contrario, arderá en las pailas del infierno.
En un mundo oscuro del cual nunca podrá escapar”
Esa vez de revuelo en la que las tres dimensiones conspiraban entre sí, el anochecer era
tan inminente como el impacto de una bala, y tan oscuro como un pozo sin fondo. Cubría
con su manto de tinieblas el terreno de un bosque repleto de árboles secos cuyas ramas
parecían delgados dedos de esqueletos. Algunos de ellos, cercanos a una casa
completamente consumida por las llamas vengativas de un fuego intencionado.
El débil brillo de la luna rebotó vacilante en el cuerpo agitado de una joven mujer cual
cabello yacía amarrado en un pequeño y desarreglado moño. Arrastraba con pesar y
desespero su vestido rasgado, sucio y magullado mientras acurrucaba contra su pecho un
libro de cubierta roja como la sangre. Procurando correr con la vida dependiendo de ello,
luchando por ella, alejándose del siniestro que consumía la estructura rural de la época.
Resaltaba en su cuello un medallón dorado de media luna que giraba sobre su propio
eje, y al hacerlo mostraba la cara de un sol. El rostro de la joven de ojos marrones estaba
lleno de pánico. Lágrimas se escapaban de sus párpados enrojecidos y agotados de tanta
actividad, al igual que su cuerpo. Sabía del todo que no podía dejarse alcanzar por quien
la perseguía, una guerra de adrenalina y pánico se desataba en su interior con la intención
de fortalecerla. Ayudarla a sobrevivir.
Pero aquello no fue suficiente, tropezó sin aviso previo y cayó en la tierra húmeda,
vulnerable e indefensa…giró para mirar hacia atrás mientras un rayo veloz y brillante
iluminó aquel instante.
— ¡Por favor, no lo hagas! —suplicó ahogada en su llanto.
Haciéndole caso omiso, la entidad escalofriante se acercaba a ella con paso firme, su
cuerpo y rostro cubiertos completamente por una túnica oscura como la noche a su
alrededor. Una extraña niebla rodeándole, persiguiéndole.
La joven se arrastró por el suelo retrocediendo, intentando huir de su destino. Del cruel
y despiadado destino que se acercaba hacia ella. Gimió al sentir una puntiaguda rama de
árbol clavada en la palma de su mano, sintió sangre correr. Pero eso no hizo que sus ojos
se apartaran. La enorme sombra se cernió sobre su cuerpo cuando estuvo a solo un metro.
Un grito desgarrador se escapó de su garganta. Las manos de la entidad se abrieron
como si estuvieran apoyadas sobre algo. Y entonces, una llamarada se extendió por el
cuerpo de la atemorizada joven, calcinándolo por completo.
El libro que llevaba salió disparado hacia unos metros lejos. La sombra esperó paciente
a que el fuego se extinguiera, indolente ante lo que ocurría. Y cuando así fue, se acercó al
cuerpo carbonizado de la joven, que hace segundos había estado viva. Y arrancó con
crudeza de su cuello incinerado el medallón que intacto permanecía. Fue por el libro de
cubierta roja, tomándolo entre sus manos.
Luego se desapareció en la lúgubre oscuridad.
1
Venecia, Italia
Cinco de enero año 2013
Presente
Despierto de la angustiosa aventura creada por mi subconsciente, respirando
entrecortadamente y con un enorme dolor en el pecho. Ante la conmoción, debo tocarlo
con la palma extendida para asegurarme de que el corazón no saldrá desbocado de su
lugar. Noto cómo mi camiseta blanca está bañada en sudor, y no solo la camiseta. Estoy
sudando de la cabeza a los pies.
Tomo asiento en la cama y fijo la mirada hacia el closet blanco que resalta en las
paredes cafés de mi habitación, dejo escapar un largo suspiro sabiendo que es la
duodécima vez en la que sueño con lo mismo. La misma chica, perseguida por una
sombra, en un bosque que me da escalofríos. La queman viva de la nada y lleva consigo el
medallón que me ha regalado mi padre.
¿Qué significa todo eso? ¿Por qué esa mujer lleva mi medallón? Me toco el cuello para
brindarme algo de seguridad y confort, para sentir con mis dedos la valiosa joya. Pero un
escalofrío sacude mi cuerpo.
El medallón no está.
— ¡Alexa Haylobeth Donovan Parkers!—exclama la voz regañona e inconfundible de
mi madre desde el primer piso.
Miro hacia la puerta de la habitación, aguardando por escuchar nuevamente su voz.
Algo común si se trata de Emma Parkers.
—Espero que ya estés despierta y tengas todo listo. Baja a desayunar — agrega
autoritaria.
—Está bien— le contesto alzando la voz, para que consiga escucharme.
Escrudiño el suelo con la mirada, esperando encontrar el medallón. Me agacho en el
suelo cerca de la cama para buscar debajo de ella. Nada, simplemente unos viejos zapatos
azules y un viejo oso de felpa; además de polvo y algunas telarañas.
Minutos después de haberme cansado de buscarlo el sueño repetitivo aún no sale de
mis pensamientos ¿Acaso tenía algo que ver con esa mujer? —Para nada—me refuto a mí
misma en el camino hacia el baño. Mi vida es tan monótona que veo esa posibilidad
completamente nula. Tanto o más repetitiva que el sueño sangriento del cual no me he
podido deshacer.
Un nuevo recuerdo del rostro calcinado de la joven hace que se me ponga la piel de
gallina y mi estómago ruge, no de hambre. Me observo en el espejo y las enormes bolsas
oscuras bajo mis ojos es lo primero que diviso. Luego me fijo en mi cabello rojo chillón que
podría verse a un kilómetro de distancia, y desarreglado, como cualquier mañana al
despertar. Posteriormente, encuentro esos pómulos cubiertos de pecas, ojos verde
esmeralda y con párpados caídos por el sueño.
Mojo las manos en el grifo y luego las acerco a mi rostro. Me animo mentalmente a
buscar el jabón especial —que según mi madre— sirve para opacar manchas en la piel,
aunque tengo la convicción de que ha sido una total estafa. El susodicho está guardado
detrás del compartimiento del espejo. Lo abro confiada, hasta que el rápido movimiento
de una sombra hace que me sobresalte. Una mariposa negra sale disparada de un rincón
hacia otro. Luego simplemente sale volando.
Mis glándulas sudoríparas se activan nuevamente y mis pupilas se dilatan. Tengo un
irracional miedo hacia las mariposas desde que tengo memoria. No hay razón alguna,
pero simplemente es así desde pequeña. El revolotear errático de sus alas me hace sentir
desconfiada, creyendo que en cualquier momento se estrellarán contra mi cara. El pánico
se apodera de mí por un instante. La mariposa se escabulle por la ventana abierta del
baño.
Llego a creer que ese sueño definitivamente me ha dejado los nervios de toque.
Cuando mi corazón comienza a latir con normalidad cierro el pequeño compartimiento
tras el espejo, enjabono mi rostro y luego me cepillo con tedio. El frío comienza a picar en
la piel de mis pies descalzos. Sin duda un recordatorio de época de invierno en Venecia.
Recojo lo que queda de mis pertenencias y las añado a la maleta.
Cuando desalojo el baño un sentimiento de nostalgia me invade. Admiro con
detenimiento mi habitación… vacía. Las paredes cafés ya no están adornadas con posters
de The Beatles, Nirvana o Andrea Bocelli. Los muebles se encuentran cubiertos con
plástico, y mi ropa está ya empacada. Me iré dentro de unas horas y debo dejar la casa que
tanto quiero. Y el país en donde me he criado desde los siete años. Regreso a Los Ángeles,
el lugar donde he nacido. Pero eso no me alegra demasiado. Lo único que me hace pensar
positivamente es que por fin veré a mi padre después de tanto tiempo.
Saco ropa de mi equipaje. Vaqueros cómodos acompañados de un suéter blanco, una
chaqueta marrón y una bufanda fucsia. Además de zapatos cafés, bajo completamente
despierta por las escaleras de madera que están justo frente a la puerta de mi habitación;
deambulo por la sala y advierto pesadamente que los muebles color vino tinto que antes la
hacían parecer elegante ya están cubiertos por sábanas. Los retratos han desaparecido,
dejando en la pintura cuadriculas más claras como único recordatorio de su existencia.
Por supuesto, ya han pasado cinco días desde que mi madre anunció que nos iríamos
de Italia, noticia que me dejó completamente desorientada. Pero sé el por qué: Estados
Unidos le ofrece más y mejores propuestas de trabajo. Eso es mejor que un pequeño
puesto en una pastelería. Que es lo que ella tiene.
—Buongiorno— le saludo a mi madre cuando llego a la cocina.
Su cabello rubio está recogido en una cola de caballo baja y desarreglada. Está limpiando
las hornillas de la cocina, y cuando me escucha se gira para sonreírme. Con la dulzura de
sus facciones brillando más que nunca.
—Good morning— Corresponde el saludo con un acento estadounidense que no me
llega a gustar ni un ápice.
Mi sonrisa se desvanece abruptamente.
Me tumbo en una de las sillas de la mesa redonda, ya sin el mantel que tantas veces tuve
que lavar a escondidas antes de que mamá supiera que lo había manchado de Nutella.
Solo hay un plato de pancakes cubiertos de miel y a su lado un vaso de vidrio lleno de
zumo de naranja.
— ¿Tienes todo listo? — me pregunta, volviendo su atención a su labor. Me ha
perseguido todo este tiempo recordándome que no puedo dejar nada, como si no lo
supiera.
Trago un poco de jugo y le contesto:
—Supongo que sí…Oye mamá... ¿Has tomado mi medallón sin decirme?
Se detiene en seco y vuelve a mirarme. Su expresión me hace saber que no tiene ni la más
mínima idea de lo que le estoy hablando. La he embarrado, aquí viene mi regaño:
— ¿Acaso volviste a perder tu medallón, Al? —me interroga frunciéndome el ceño. —
Ya es la tercera vez—advierte.
Trago grueso. Odio verla molesta. Lo odio tanto como las noches acaloradas de verano.
Preferiría morirme de hipotermia.
—Lo tenía antes de dormir. Desperté y ya no lo tenía puesto— Aseguro.
—Sí, claro. Seguramente desapareció por arte de magia— mofa irónica—No sé cómo
vas a hacer, pero debes encontrarlo antes de irnos— dice con cierto tono de amenaza,
meciendo su dedo índice acusador.
—De acuerdo.
Justo al terminar de comer recuerdo que debo visitar a July, esta será la última vez que
la veré…, la última vez que estaré con mi mejor amiga. En realidad, la única que tengo.
Hemos sido amigas un año después mi llegada a Italia. No soy exactamente un imán de
amigos.
Me despido de mamá y abro la puerta de la casa. Una brisa helada hace que me
acurruque con la chaqueta. Camino por el pequeño muelle hasta la góndola anclada cerca
de él y subo a ella. Elevo el ancla que salpica agua en mis zapatos y luego tomo el remo
para comenzar a alejarme de la casa. Me informo que también será la última vez que veré
los hermosos canales de Venecia, esos que a pesar de vivir allí por tantos años no me
aburren para nada. El remo está gélido y me hace lamentar no llevar guantes, también el
banco en el que estoy sentada. De hecho todo está frío.
Navego hasta que puedo divisar la casa de July a unos metros. Una casa bella, más que
la mía. Lo que más atrae las miradas es el tejado y las paredes de ladrillos rojos. Recuerdo
por un instante la ausencia de mi medallón y me siento insegura, no solo en un aspecto.
Escalofríos repentinos comienzan a atacar mi cuerpo. El corazón se me acelera sin ningún
motivo aparente…y eso no es todo, sentía el aire pesado a mí alrededor. No le encuentro
explicación hasta que consigo echarle la culpa a la niebla espesa que se instala haciéndome
dificultoso ver por dónde voy.
Llego hasta el pequeño muellecillo de la casa de July. Al fijar la mirada en la puerta de
entrada puedo ver a mi amiga allí, esperando con los brazos cruzados, visiblemente
muerta de frío bajo su fino abrigo. Esbelta y refinada como de costumbre. Aunque no esté
muy arreglada sigue siendo linda. Algo que admiro.
Aun con mi misma edad, July es totalmente opuesta a mí: Unos quince centímetros más
alta que yo, su rostro es delgado…yo tengo mejillas prominentes. Su cabello castaño claro
de medio lado y su piel blanca; pero no tanto como la mía. Ojos color miel y una muy
tierna sonrisa. Que en esta ocasión no puedo encontrar.
Cuando me bajo de la góndola una lágrima se resbala por su mejilla. Me contagia la
melancolía.
—Eres una boba, Alexa— Dice casi sollozando.
—No encontraré una amiga como tú. Supongo que tienes razón— le contesto,
intentando no sonar triste. Pero es imposible. Tantos años de amistad yéndose,
esfumándose en gran parte gracias a la distancia que ahora nos separará.
July se acerca hasta mí acunándome en sus brazos. Le correspondo sin pensarlo,
sabiendo que voy a extrañar a la loca y alegre chica que me hace sentir mejor conmigo
misma.
—Quiero que sepas que yo, Julian Marcucci nunca…escúchalo bien, nunca voy a
olvidarte—dice con la voz quebrada.
Se me forma un nudo en la garganta.
— ¿Me invitas a pasar por última vez a tu casa? —pregunto con un ardor
extendiéndose en mi garganta.
—Por supuesto— Afirma soltando una amarga sonrisa.
Se hacen las tres de la tarde con una rapidez increíble. Recordando momentos
inolvidables con July, momentos que, al igual que el pasado, no regresarán. Además de
tomarnos nuestras fotografías de recuerdo. La despedida ha sido lo peor que pudo
haberme ocurrido en todo el día. Sé muy bien que sería la última vez, aunque July me ha
prometido que nos veremos nuevamente si logra viajar a Estados Unidos. Pero en el
fondo, sé que eso no es tan fácil.
Ya en la góndola navego de regreso a casa, lágrimas comienzan a escaparse
discretamente de mis ojos. Ya no tendré a mi mejor amiga, y tampoco el hermoso paisaje
de Venecia ante mis ojos. Una nostalgia tremenda me azota. Limpio con cuidado las
lágrimas mientras me fijo en el frío clima que es la atmósfera a mí alrededor. Estoy sola, no
hay nadie navegando por los canales, algo extraño a estas horas. Las góndolas están
estacionadas y parecen ser las cinco de la tarde, en vez de las tres. La neblina no se ha ido,
parece empeorar a cada segundo.
De pronto, un brillo peculiar obliga mis ojos a mirar. Inmediatamente mis ojos se
dirigen hacia él. Es el reflejo del muy tenue sol reflejado en algo dorado. Enfoco bien los
ojos en aquel objeto.
Es mi medallón.
Atónita, casi es como si mi quijada cayera al suelo de la góndola. Observo con más
cuidado esta vez, y definitivamente no estoy alucinando. Mi medallón cuelga sutilmente
de la proa puntiaguda de una góndola roja, que está anclada en la orilla. Un centenar de
preguntas inundan mi mente ¿Cómo puede ser posible? Encabeza la lista. Es
inextricablemente abrumador.
Remo con cuidado hasta estar unos metros cerca de la embarcación. No quiero
acercarme mucho y dañar la pintura, o incluso la estructura. El medallón está meciéndose
con el viento, esperando por mí. Estiro el brazo intentando alcanzarlo, pero entonces, una
inesperada ráfaga de viento helado hace que el susodicho caiga al agua.
En el momento no pienso en lo que puede suceder. Solo estar concentrada en recuperar
lo que me pertenece. Pensé que lo atraparía en el aire, y es un error que me lleva a caer de
cabeza hacia el agua fría. De inmediato mis extremidades se entumecen. Pero debo
encontrar mi medallón, y el agua fría del canal no va a impedírmelo.
Me armo de valor, tomo aire y bajo hasta lo profundo, No es la primera vez que caigo
al agua (por accidente o voluntad). Un rayo de esperanza sigue brillando en mí, ese mismo
me dice que no debo rendirme. Ese medallón no es cualquier cosa, significa mucho para
mí. Porque a pesar de la distancia entre mi padre y yo, hay algo en él que me hace sentir
cerca de papá. Me estoy quedando sin aire viendo cómo el objeto más preciado que tengo
baja con cuidado hasta el fondo, eso me anima a nadar más rápido.
Se posa en una roca cubierta de moho y algas, extiendo mi mano para alcanzarlo. Aquí
todo está más oscuro, por eso mi vista empeora y casi no puedo ver nada. Cuando al fin
logro sentirlo entre mi mano un alivio me reconforta, quiero subir lo más rápido posible a
la superficie. Pero algo repentino sucede: mi brazo ha quedado atascado en algo,
impidiéndome subir. Bajo la mirada mientras mi corazón late fuertemente necesitando
más oxígeno.
La única luz proveniente de la superficie me permite ver algo que nunca imaginé: una
mano huesuda y pálida sosteniéndome fuerte. Su tamaño es pequeño, se aferra a mi
chaqueta tan fuerte que por un momento pienso que la romperá. Tras de un montón de
algas verdes y onduladas una sensación invade mi cuerpo, un rostro comienza a asomarse;
mis mejillas se desinflan con cada segundo restándome oxígeno valioso. Se revela ante mí
el rostro pálido de un niño.
Tan incoloro como hoja de papel, sus pequeños labios al igual que sus párpados están
cubiertos de un morado claro. Su cuerpo puedo verlo al bajar la mirada, cubierto por
harapos sucios, desgarrados y desgastados.
Con los ojos grandes y oscuros cual noche sin estrellas; se hallan repletos de una infinita
tristeza, que por poco me encoge el alma. Su cabello café y corto flota al igual que el mío,
que comienza a estorbarme en el rostro. No consigo entender qué es lo que está pasando
frente a mis ojos, ni por qué estoy en el fondo de un canal de Venecia arriesgando mi
pellejo por el medallón que osa desaparecerse a diario de mi vista.
Entonces, cuando el silencio parece de nunca acabar, todo a mí alrededor se hace más y
más oscuro. Miro al niño frente a mí, el mismo que sostiene mi brazo. Como algún tipo de
absurda pesadilla, una sonrisa deforme comienza a dibujarse en su boca mientras inclina
la cabeza. Su piel comienza a tornarse verde y repulsiva. De sus labios deformes un grito
desgarrador se escapa ensordeciendo mis oídos.
El poco aire que me resta se escapa de mis pulmones cuando abro la boca al querer
gritar. Tiro de mi brazo dando patadas para liberarme y no tengo éxito, en lugar de ello
me hundo más. Contemplo aterrada la manera en la que su rostro comienza a tornarse
más asqueroso y siniestro: los ojos se le escapan de sus órbitas, sus piernas se desprenden.
Con la poca fuerza de la que soy poseedora tiro nuevamente de mi brazo, y lo puedo
lograr. Desesperada por salir de allí lo más rápido posible nado a toda marcha hacia la
superficie, apartando con las palmas y las manos el agua para impulsarme hacia arriba.
Asomo mi cabeza al brincar del agua y tomo aire en una brusca exhalación. Sollozos
comienzan a escaparse de mi boca ante las horrendas imágenes que procesa mi cerebro.
Chapuceo hasta la góndola y mi instinto de supervivencia es el único que me ayuda a
aferrarme a la orilla y lanzarme a ella.
— ¡Auxilio! — Grito ahogada en llanto y agua. — ¡Auxilio!
Los pulmones comienzan a fallar, toso erráticamente. El sonido del agua me alerta de
la presencia de alguien….alguien está cerca. Desesperada poso los ojos inquietos hacia
donde proviene el ruido y puedo ver que alguien se acerca remando con rapidez. No
puedo recordar su nombre pero sé de quién se trata. Un chico de piel morena y ojos color
miel, de cabello rizado y largo.
-Carlo el de la pastelería- jadea repentinamente mi propia voz interna.
— ¿Alexa? — él pega su góndola contra la mía.
Descontrolada y completamente asustada salto hacia la góndola de Carlo. Él y yo
somos simplemente conocidos, nunca hemos charlado. Pero poco me importa en esta
circunstancia. Me acurruco en sus brazos mientras no dejo de temblar, flashes se disparan
en mis ojos, haciéndome recordar lo sucedido.
— ¡El niño….el niño!—sollozo mientras las palabras se atascan en mi garganta.
El rostro de Carlo muestra confusión total. Pero me ha recibido en sus brazos sin
ningún impedimento. Yo estoy demasiado asustada como para hablar con claridad.
— ¿De qué hablas? ¿Qué te ha sucedido?—pregunta apartando mechones de cabello de
mi rostro.
Intento respirar profundo para poder hablar, poder recuperarme. Predigo que en
cualquier instante me desmayaré.
—Hay un niño…en el agua—Logro decirle.
Frunce el ceño, negándose a entenderme. Escalofríos recorren mi cuerpo nuevamente,
estoy en shock.
— ¿Un niño? ¿Un cuerpo? —quiere saber.
Me niego rotundamente a responder. Un ardor inmenso inunda mi garganta. Las
lágrimas no dejan de brotar de mis ojos hinchados, balbuceo constantemente. Me pego al
pecho de Carlo mientras niego con la cabeza, noto cómo él comienza a mecerme,
ayudándome a encontrar la calma…
Han pasado tres horas desde el terrorífico chapuzón. No encuentro coherencia alguna,
no cabe en mi mente la posibilidad de haber visto algo así. Algo que no es nada normal, de
hecho se asemeja a una de esas películas de terror que mamá alquila para ver juntas en la
noche de un aburrido fin de semana. No he querido mencionarle el porqué de mi caída al
agua para recuperar mi medallón, le he dicho que caí por accidente sin detalle alguno.
-Por amor a Dios, Alexa- suplica mi mente silenciosa. Dentro de unos años voy a
graduarme y seré una doctora, dispuesta a desempeñar el oficio y comenzar mi carrera, lo
que me hace sentir aún peor. Se supone que los doctores siempre son coherentes,
razonables y tienen respuesta a todo… ¿O quizá no?
Estoy enrollada en un grueso y afelpado edredón que ha sacado mamá, luego de que
Carlo me ha traído a casa, para luego irse a buscar a la policía. Mamá está con el rostro
entre las manos y los codos apoyados en las rodillas, justo en frente del sofá grande en
donde me encuentro yo. El azul hermoso de sus ojos se ve empañado por manchas rojas,
efectos de la preocupación que ha sufrido por mí. Y todo por lo que me ha pasado. Lo
menos que quiero en la vida es hacer sufrir a mamá, pues ella es todo para mí.
El timbre de la puerta principal suena. Mamá corre hasta ella, enroscando el picaporte
para abrirla. Al ella hacerlo me encuentro con el comisario Marco Lovvan, un miembro
respetable de la policía de Venecia, sus ojos cafés se posan en mí y con su mano rasca su
barba descolorida. Permanece de pie ante mí, con una expresión de desagrado e
incredulidad que ya conozco.
—Señorita Donovan, señora Donovan— se dirige a ambas con aparente calma. —
Hemos registrado el área donde supuestamente la señorita Donovan vio a un niño.
Lamento informarles que no encontramos absolutamente nada— informa con notable
sorna.
Miedo brilla dentro de mí. Luego de un pequeño recuerdo de todo lo que ha
acontecido. No puedo estar loca, he visto a un niño. Un niño que tenía aspecto de
cadáver…
—Comisario, ¿Está usted seguro?— Interviene mamá —Estamos en Venecia, puede ser
que un niño haya caído al canal y entonces…
—Absolutamente no, señora Donovan— Interrumpe Lovvan en un intento fallido por
sonar cortés. —No ha habido casos de ahogamiento de menores desde hace un buen
tiempo. Debo presumir que mis oficiales y yo hacemos un buen trabajo, velando por el
bienestar de los venecianos.
— ¿Cuándo fue la última vez? —Pregunto repentinamente, sin siquiera saber de dónde
proviene aquella pregunta.
El comisario Lovvan hace una mueca, pareciendo fastidiado.
—Cuatro años, un niño llamado Nathaniel D’onnor— contesta de brazos cruzados. —
Un secuestro. El malhechor ató un bloque a sus pies. El cadáver fue hallado muy cerca del
lugar en donde usted cayó, señorita Donovan— se dirige a mí.
Una extraña necesidad de ver el rostro de aquel niño me invade, desesperada por
hallarle una respuesta coherente a lo sucedido. Aunque estoy insegura de lo que suplica
mi conciencia.
— ¿Cree usted que pueda encontrarme una foto de ese niño? —pregunto, curiosa y con
desdén.
Lovvan alza una ceja, luego ambas. Bufa, como si se tratara de un mal chiste.
—Duré tanto tiempo buscando a ese niño que su foto se ha quedado en mi cartera—
Habla irónico.
Comienza a rebuscar en sus bolsillos, de allí logra sacar una cartera de cuero café, la
abre con lentitud agobiante para mí. Y saca una pequeña fotografía.
—He olvidado sacarla, pero este es el niño—dice mientras me acerca la fotografía.
La tomo entre mis manos entretanto mis ojos se van cristalizando. Una briza gélida
sopla sobre mi nuca cuando puedo advertir silenciosamente que es el mismo niño que he
visto, bajo el agua. Las manos comienzan a temblarme erráticamente, pierdo el control y la
pequeña fotografía se mece hasta caer al suelo. Escucho los pasos de mamá acercándose
hasta mí con rapidez.
—Hija, ¿Qué te sucede? ¿Te sientes mal? — Pregunta acariciando mi cabello.
Hago un esfuerzo sobrehumano por controlar las lágrimas que se escapan de mis ojos.
Mamá no entendería esto, —que ni siquiera comprendo yo— lo único que podía hacerle al
decírselo era preocuparla más, amargarle la vida. Y ya ha sido suficiente con mi
enfermedad.
Lovvan carraspea la garganta para llamar nuestra atención.
—No me diga que usted ve espíritus, señorita Donovan—Insinúa con burla. —Eso sí
sería una locura.
Retengo mis impulsos de arrojar por la ventana al comisario Lovvan y limpio mis
lágrimas con torpeza. No puedo decir lo que ha sucedido, creerán que estoy loca. Ni
siquiera yo misma sé cómo ni por qué, pero realmente he visto a ese niño, y si ya está
muerto, lo más probable es que lo que yo he visto sea su alma en pena. Un escalofrío corre
por mi espalda.
¿Acaso eso realmente existe?
—No se preocupe, comisario. Creo que mi mente me ha jugado sucio— digo
intentando sonar más relajada. —Ya puede irse.
El comisario suelta una carcajada y luego niega con la cabeza.
—Así lo haré. Que tengan buen viaje, familia Donovan—se despide, agachando la
cabeza.
La puerta se cierra y quedo con mamá agachada a mi lado como mi única compañera.
— ¿Estás segura, Al? — Pregunta, llena de preocupación.
Inhalo y exhalo, para poder hablarle.
—Si mamá, no te preocupes. En serio, estoy bien.
Mamá niega con la cabeza.
—Sabes que esto me preocupa, Alexa. Hace un mes dejaste de tomarte tus
medicamentos, temo que eso pueda causarte algún mal, cariño—dice, causándome un
tenue dolor.
—Estoy bien— Insisto —Ese trastorno no podrá conmigo…
—Al, la bipolaridad no es cualquier cosa y eso tú y yo lo sabemos bien, por favor, no
dudes en decirme si te sientes mal. Deja de preocuparte tanto por mí. Tómate esto en
serio—pasó de estar preocupada a hablar con un tono autoritario.
Tiene razón, pero sé que lo que ha sucedido no tiene nada que ver con el trastorno
bipolar que desde los ocho años padezco. Hay algo interno que me dice que es ajeno a
todo eso.
—De acuerdo—Contesto, intentando calmarla.
Una pequeña sonrisa se dibuja en su boca. En la mesa cerca de mí está el medallón por
el cual he caído repentinamente al agua. Mamá lo alcanza con su mano y toma la mía,
depositándolo en la palma extendida, causándome otro escalofrío.
—Toma tu medallón. Tomaremos nuestro equipaje y nos iremos al aeropuerto—
anuncia.
Asiento obediente y me levanto del sillón.
Se hacen las ocho con treinta de la noche cuando mi madre y yo bajamos del taxi hasta
el Aeroporto Internazionale Marco Polo Di Venezia. El frío es casi torturador, me retuerzo
en mi chaqueta y camino junto a mamá arrastrando nuestro equipaje. No hay mucha gente
en él, los pasajeros esperaban tranquilos por la salida de sus vuelos. Tomamos asiento y
nos disponemos a aguardar por el nuestro. En algunas horas, estaremos reunidas con
papá, quien nos ha enviado el dinero necesario para poder irnos.
No pasa mucho tiempo cuando una voz femenina anuncia que nuestro vuelo es el
siguiente. Mamá se levanta tan rápido que me asusta un poco. Caminamos hasta llegar a la
plataforma que nos lleva a abordar el avión. A pesar de que he abordado uno varias veces
en los viajes que antes mi mamá hacía frecuentemente a Roma, esta vez tengo algo de
nervios. Ya en nuestros asientos la aeromoza comienza con su rutinaria explicación de
seguridad ante cualquier posible accidente; posteriormente mamá y yo abrochamos
nuestros cinturones, el avión comenzó a despegar al cabo de unos minutos más.
Rezo en voz baja, temiendo por la seguridad de mi madre, y de todos los que
viajábamos en este avión de noche. Luego simplemente me aferro a mi medallón,
recordando que muy pronto mi familia estará nuevamente reunida. A pesar de mi miedo a
una repentina turbulencia las ganas de descansar se hacen presentes, y no es para menos,
después de lo que me ha sucedido hace unas horas lo que más merezco es dormir aunque
sea por unas horas. Me inclino hacia mamá, casi puedo oír leves ronquidos de su parte.
Por lo menos ella si está descansando.
Este es un nuevo comienzo…
2
«Se les anuncia a todos nuestros pasajeros nuestro exitoso aterrizaje en la ciudad de
New York, Estados Unidos. Por favor desabrochen sus cinturones y disfruten de su
estancia»
La voz a través de los altavoces es suficiente para hacerme despertar. A mi lado, mamá
bosteza con tedio y estira sus brazos. Corro la cortina que cubre la ventanilla y una
sucesión de varios edificios en el horizonte se hace presente. Una ciudad muy cosmopolita
para mi gusto, aunque esta es New York, no Los Ángeles. Es una simple escala en el
aeropuerto John F. Kennedy, de allí tomaremos otro vuelo hasta el Aeropuerto
Internacional de Los Ángeles. Por un breve momento no puedo creer que estemos en USA.
Sacamos nuestro equipaje de los cajetines que están justo arriba de nuestros asientos y
nos acercamos a la puerta, comenzando a bajar por la plataforma mientras yo acomodo mi
bolso en el hombro. El sol está fuerte y comienza a darme calor, sintiendo la necesidad de
deshacerme de mi chaqueta de cuero negra. Por suerte entramos rápidamente a la sala del
aeropuerto donde más pasajeros esperan. El escenario es diferente al del aeropuerto en
Italia, hay personas por todas partes. Ni siquiera hay un puesto libre para sentarse.
Escucho a mamá soltar un suspiro de cansancio justo a mi lado, mientras acomoda su
blusa rosa.
Esperamos aquí, varadas con nuestro equipaje en mano listo para la revisión. Luego
tuvimos que seguir esperando. Treinta minutos después de que mamá comprara los
boletos para el vuelo hacia Los Ángeles, el vuelo fue anunciado por una voz masculina.
Abordamos la nave luego de diez minutos más, y ya vamos volando hacia Los Ángeles.
Allí, incómoda por el silencio, mientras mamá lee con atención una revista que ha
comprado decido buscar en mi bolso cruzado pequeño mi ipod Shuffle color morado.
Acomodo los audífonos blancos en cada oreja y le doy play a la música. Poco a poco la
tensión que comenzaba a sentir se va aliviando.
Horas más tarde, una leve turbulencia me hace reaccionar, arranco los audífonos de
mis orejas y escucho a una mujer hablando: «Se les informa a nuestros pasajeros que ya hemos
aterrizado exitosamente en la ciudad de los Ángeles…» la mujer continúa hablando pero no le
presto atención, me coloco los audífonos de nuevo, exhausta por tantas horas de viaje.
Repetimos los pasos anteriormente hechos en New York y tomamos nuestros respectivos
asientos, ya dentro del aeropuerto.
Debemos esperar a papá, aunque con la cantidad de personas que hay seguro va a ser
complicado que nos encuentre, Hay más pasajeros que en New York. A eso se le suma que
no he visto a mi papá desde que tenía catorce años. Le había guardado rencor por un
tiempo, pero a medida que fui creciendo comprendí el porqué de la distancia. Con el pasar
de los años su empresa fue creciendo sin detenerse, cada vez nos mandaba más dinero a
mamá y a mí, eso rectifica que se ha convertido en un empresario exitoso, y que no puede
abandonar su trabajo de la noche a la mañana.
— ¿Tienes hambre? —pregunta mamá, sacándome de mis pensamientos.
Niego con la cabeza, aunque si tengo un poco de hambre lo que más me interesa es ver
a mi padre pronto.
—Tenemos que comer, creo que el aeropuerto tiene un cafetín.
—Mamá, tú si tienes hambre ¿Cierto? — pregunto enarcando una ceja.
Suelta una pequeña carcajada, dejando en evidencia que yo tengo razón.
—Sí, pero ya le dije a tu papá que estaríamos aquí, así que mejor esperemos a que
llegue— Informa, prestando atención a su teléfono.
Aún llevo mi ipod entre las manos, allí no está haciendo nada. Por eso me animo a
colocármelo nuevamente y a dejarme llevar por la música. La gente pasa en frente de
nosotras, mientras la canción suena, «el mundo…no se detiene ni un momento». La voz de
aquel cantante es mi mejor calmante y distractor.
En medio de aquella multitud, la presencia de alguien llama repentinamente mi
atención: Un hombre, bastante alto, y esbelto se encuentra de espaldas. Mis ojos se
entrecierran para conseguir verlo mejor. Notar que, inquietantemente, un extraño color
grisáceo le rodea, asemejándose a un aura rara y algo brillante. Las personas se van
apartando, todo parece suceder en cámara lenta ante mis ojos, sin nadie que me obstruya
la vista puedo contemplarlo completamente, parece tener unos veinticinco años como
máximo. Él comienza a caminar hacia la derecha, mientras yo no puedo dejar de estudiar
su perfil y preguntarme a qué se debe el color que emana de su cuerpo.
Él va vistiendo un smoking negro sin corbata, tan pulcro como los zapatos del mismo
color, impecable de pies a cabeza. Su cabello castaño oscuro pareciera ser inmune a
cualquier ráfaga inoportuna de viento. A medida que mi curiosidad aumenta, un extraño
sentimiento de incomodidad también lo hace. Lentamente, su cabeza va girando hasta
donde yo estoy, es allí cuando sus ojos me avizoran.
Azules, tan claros que llego a pensar que es una especie de ilusión óptica
proporcionada por la claridad del cristal a un costado de él, nunca en mis diecinueve años
he visto ojos así. Su andar se detiene bruscamente. Entonces, comienzo a sentir una
ansiedad terrible, una especie de temor que nunca antes he experimentado. Aquel sujeto
está escrudiñando en lo más profundo de mí ser.
Lo siento, como si estuviera invadiendo mi sistema, algo que no puede ser hecho por
una persona común y corriente. Frío casi insoportable comienza a expandirse por mi
cuerpo, ¿Cómo puede ser eso posible, si todos en aquel aeropuerto luchan por escaparse
del calor infernal que hay afuera?
La música que antes escuchaba se ha vuelto casi inaudible para mis oídos. Llego a creer
que el tiempo se ha congelado en un instante, hasta que el sujeto al que miro sigue su
camino, desapareciendo de mi vista, sus ojos me abandonan. Desesperada por seguirle el
rastro, me levanto de mi lugar, entumecida y en un grado alto conmocionada,
colocándome de puntillas para lograr ver en medio de tanta gente. Aquel extraño hombre
me ha provocado un miedo terrible, pero a su vez, ha picado mi curiosidad. Y ahora
necesito averiguar si lo que estuve viendo es real, o en verdad estoy comenzando a
alucinar con cosas inexistentes.
— ¿Al? —la voz de mi madre se repite varias veces, lenta y tortuosamente.
—Ya vuelvo—le contesto, mi voz se escapa frívola y absorta de mis sentimientos.
Intento quizá de parecer calmada ante sus ojos.
Comienzo a caminar rápido, siguiendo el mismo camino por el cual razono que está
caminando aquel hombre, apartando gente entre codazos y empellones, comienzo a
abrirme paso y a caminar más rápido, mis pasos veloces se vuelven zancadas cuando
empiezo a correr mirando hacia todos lados, el corazón se me desboca.
Me detengo en seco rápidamente, detrás de un hombre cuya edad es avanzada está
aquel sujeto. El extraño campo grisáceo que le rodeaba no ha desaparecido, él aguarda allí,
tranquilamente, mirando a ese señor con una pericia malévola que me eriza la piel. Su
aspecto dominante, poderoso, le calculo al menos 1.80 de altura con el poco razonamiento
que poseo en estos momentos. Se da cuenta de mi presencia, mirándome por encima del
hombro del señor que está frente a él. Esos ojos sobre mí nuevamente, mis piernas
comienzan a temblar. Luego empiezo a sentir un frío incluso más fuerte que el que ya
había sentido.
Desvío la vista hasta el señor que permanece conversando de pie con una señora frente
a él. Parece estar tranquilo, hasta que súbitamente se lleva una mano al pecho. De pronto,
de una manera sorpresiva, su ceño se frunce y su respiración se vuelve irregular. Atónita
ante lo que ocurre me acerco más, a pesar de que el frío se incremente con cada paso que
me atreva a dar.
— ¿Richard? —le llama la mujer frente a él.
El hombre estruja su pecho, como si en él le hubieran clavado una daga. Sus piernas
comienzan a temblar, su rostro se enrojece, su frente se llena de sudor. Finalmente, el
sujeto cae al suelo llamando la atención de las personas que están cerca, soltando suspiros
y gritos de asombro. Un montón de curiosos se acumulan alrededor de ellos y de mí.
— ¡Richard, amor!— Grita su acompañante lanzándose de bruces en el suelo junto a él.
La desesperación brota de sus palabras.
Un hombre se acerca rápidamente, y toca la muñeca del señor que yace en el suelo con
los ojos abiertos sin parpadear ni moverse. Su cara de sorpresa me deja saber lo que ha
pasado.
—Señora, este hombre ha muerto—anuncia el hombre, con pesar, ojos amplios y
consternados.
Infarto fulminante.
La mujer se niega a creer lo que está pasando, echándose a llorar. Abro la boca aterrada
y la cubro con mis manos. La mujer solloza histéricamente mientras el hombre que ha
anunciado la muerte del señor se pone de pie siguiendo conmocionado. Dirijo mi mirada
hasta el hombre que hace tan pocos segundos había estado persiguiendo, y permanece allí,
como si nada malo hubiera ocurrido, sin dejar de mirarme.
Las personas comienzan a amontonarse más, estrujando mi cuerpo. Tengo ganas de
salir corriendo, huir despavorida de aquí, no comprendo nada de lo que está sucediendo.
De pronto sin quitar la mirada del hombre del aura gris, percibo el tacto de una mano que
tira bruscamente de mi brazo, obligándome a salir de la multitud curiosa, trastabillo y
encuentro con los ojos a mamá, casi furiosa.
—Alexa, ¿Cómo se te ocurre desaparecerte de esa manera? — pregunta ella enojada.
—Lo siento— pido disculpas, apenada.
— ¡Jesús, me has preocupado tanto!…tu padre ya está por llegar—dice mientras aún
tira de mi brazo, conduciéndome lejos de donde estaba.
Volteo nuevamente, en búsqueda exhaustiva de aquel extraño sujeto, pero ya no puedo
verlo, de hecho, pareciera que nunca estuvo allí, ¿Nadie aparte de mí pudo verle?
—Vamos, vamos—Insiste mi madre tirando nuevamente de mi brazo.
Acelero el paso para acoplarme a ella, nos dirigimos hasta los asientos que hace unos
minutos habíamos ocupado, cerca de ellos permanece inquieto otro señor, de espaldas a
nosotras, mientras revisa su teléfono con aparente impaciencia. A mi lado, mamá se ha
quedado perpleja. El hombre gira y entonces comprendo todo.
Ojos grises, cabello café con algunas canas, y una cautivante sonrisa…ese es mi papá.
Nota nuestra presencia y se sorprende bastante, olvidando casi por completo del teléfono
que tiene en su mano.
— ¿Alexa? — murmura boquiabierto.
Mi madre me dirige una sonrisa nerviosa, entonces, ladea la cabeza señalando a mi
padre.
—Hola, papá— le saludo en tono neutral. Todavía estoy conmocionada con lo que he
visto hace unos minutos. Intento desesperadamente controlar mis fluidas emociones.
Me acerco a él y me rodea con sus brazos, abrazándome. Dios, cuanto había necesitado
eso y no me había dado cuenta. La tensión y el temor poco a poco van evaporándose.
—Hola, Oliver— Saluda mamá, de brazos cruzados.
—Hola, Emma— Responde mientras yo permanezco cerca de él.
Incómodo, a pesar de que no se han divorciado mamá y papá no se la llevaban muy
bien, no parecen un matrimonio, la distancia ha estropeado casi todo, no lo comprendo
muy bien. Aunque tal vez aún brilla una esperanza…pero mi materia gris no procesa
dicha especulación, puesto que está total y completamente ocupada sobre los hechos
inquietantes que acaban de presentarse.
—Bien—habla él, animosamente —Vamos a casa, hay que hablar muchas cosas.
Bajamos del auto de papá frente a una gran casona de colores pasteles. Amplios
ventanales le dan un aire moderno y hermoso, la estructura es admirable, un deleite
repentino para mis ojos, ¿Vivir aquí? Papá se aproxima a mí, seguramente nota mi
expresión de asombro (A pesar de que no soy una amante de la modernidad) esta casa ha
llamado mi atención; acaricia mi cabello mientras comenzamos a caminar, detrás de
nosotros escucho los pasos de mi madre.
Busca en los bolsillos de su elegante pantalón un llavero metálico que une al menos
nueve llaves. Escoge una de ellas y la hunde en el picaporte de la gran puerta central. La
puerta al abrirse da paso a una hermosa sala con grandes sillones de cuero, paredes
blancas y un piso inmaculado.
—Bueno, bienvenidas a su nueva casa—anuncia papá dando un pequeño giro para
mostrar su entorno.
Mi casa en Venecia es una ratonera comparada con esta mansión. Es un buen comienzo,
tal vez deba cambiar mi carrera de medicina y dedicarme a ser ingeniera, quizá corra con
la misma suerte.
No, definitivamente no haré eso.
La presencia de alguien más en la sala me hace volver de mis propuestas internas.
Resulta ser una señora de uniforme negro y delantal blanco que se aproxima a nosotros
con una sonrisa. Su cabello algo canoso está recogido en un moño bajo su nuca. Su aspecto
es pulcro, profesional, pero evidentemente dulce.
—Señor Donovan—Saluda en tono servicial — ¿En qué le puedo ayudar?
—Oh, Marie— Papá esboza una sonrisa —Quiero presentarte a mi hija, ella Alexa—
ladea la cabeza hacia mí.
Extiendo la mano y la estrecho con la de Marie, sonriendo. Su palma carrasposa es señal
de arduo trabajo. Inmediatamente la admiro, porque me inspira confianza, esfuerzo…,
tenacidad.
—Y ella es mi esposa—se gira hacia mamá.
Ella, visiblemente no muy convencida de las palabras anteriormente dichas por mi
padre, acepta estrechar la mano con Marie. Pero no deja de mirar a mi progenitor con una
advertencia silenciosa.
—Bienvenidas, será un placer servirle a dos mujeres tan bonitas— Alaga Marie, mamá
y yo sonreímos con cierta complicidad.
—Muchas gracias. ¿Quieren algo de comer o tomar? —Ofrece papá.
Mi madre y yo negamos con la cabeza. Por mi parte, no creo que mi estómago acepte
algo por ahora, internamente aún soy un manojo de nervios, pero intento no parecerlo
frente a mis padres.
—La verdad quisiera aclarar ciertos asuntos, Oliver— Interviene mamá, adusta.
Mi padre levanta las cejas a señal de que comprende. La expresión es seguida por un
exasperante silencio.
—Bien, vamos a mi despacho—Dice. —Ah, y Marie por favor, dile a Guillermo que baje
las maletas— pide con decente carisma.
Marie asiente obediente y camina, desapareciendo por otra amplia puerta, a la derecha.
Papá nos hace subir por las sencillas pero bellas escaleras de caracol hasta una habitación
equipada con un escritorio de madera y cómodos muebles. Paredes de color café claro que
le dan un tono de elegancia, recordándome mi antigua habitación.
Cuando se sienta frente a nosotras, mi padre nos mira con una sonrisa en los labios.
—Verás, Alexa. He hecho todos los trámites para que comiences con tus estudios aquí
lo más pronto posible. —Informa papá apoyado en su escritorio.
No sé si esa noticia me gusta o no.
—Qué bueno, ¿Cuándo comienzo?—quiero saber, apoyando mis codos en el escritorio.
—Mañana mismo—afirma con alegría.
Tanta es mi sorpresa que mis codos resbalan del liso escritorio de madera, había
confiado tanto mi peso en él que por poco entierro la barbilla en la dura superficie.
— ¿Qué? ¿Tan rápido?
—Es lo correcto, no debes atrasarte más—interviene mamá, seria.
—Sobre todo en una carrera como la medicina—agrega mi padre—He arreglado todo
para ti, tus cuadernos, libros y materiales necesarios están en tu habitación—afirma con
parsimonia.
Me estoy comenzando a preocupar sobre el tema, ¿Cómo será mi primer día de clases
en una nueva universidad, con gente que nunca en mi vida he visto? Como odio la simple
idea de volver a hacer amigos, con lo mucho que me cuesta.
—Cariño, necesito hablar con tu padre ¿Podrías dejarnos a solas un momento? —
pregunta mamá, aparentemente calmada.
Aunque su mirada ceñuda hacia papá me da a entender que no lo está. Y que no van a
hablar de un tema de chiste. Papá le devuelve una mirada con aparente candidez, luego la
utiliza conmigo también.
—Tu habitación es la última del pasillo—indica volviendo su mirada hacia mí.
Acepto y me levanto, dirigiéndome a la puerta. Al salir comienzo con la búsqueda de
mi nueva habitación. Camino por el pasillo de paredes color crema y lindos cuadros hasta
la última puerta que veo, giro el picaporte entre mi mano y la puerta se abre. Lo primero
que puedo ver es un enorme ventanal con vista hacia otras casas con bonitos jardines, y
más allá de ellas el mar.
Avanzo y observo todo a mí alrededor, las paredes de color blanco hacen destacar tres
cuadros enmarcados en madera, uno de ellos con una joven hermosa que peina su cabello
con los ojos cerrados disfrutando de una relajación invisible para aquellos que no aprecian
el arte, el segundo un paisaje de un gran lago con árboles frondosos de innumerables
colores rodeándole, y el tercero una pequeña casa en medio de un bosque oscuro, que por
un momento me recuerda al sueño repetitivo. Intentando borrar el recuerdo de mi mente,
examino la cama que se encuentra en el centro, amplia y cubierta de sábanas blancas con
diminutas flores azules. Me dejo caer en ella y reboto, es increíblemente suave, qué bien
dormiré. Además de ello, posee un baño bien equipado, y un tocador justo en frente de la
cama, con un gran espejo redondo. Ah, y un closet grande a lado del baño.
Me sorprende el hecho de encontrar el bolso que contiene mis preciadas cosas a un lado
de la cama, quizá la señora… Marie, se ha tomado la molestia de traer mis cosas hasta mi
habitación.
Las horas pasan entretanto desempaco mis cosas y comienzo a ordenarlas un poco.
Diviso en el closet ya lleno de mi ropa. Me doy cuenta de que, en serio, necesito un cambio
de imagen urgentemente.
— ¿Por qué tienes que ser tan desabrida, Alexa? —me quejo conmigo misma. —Gris,
vino tino, gris, negro, blanco, gris, un poco de fucsia…—murmuro mientras admiro la
ropa.
Eres tan simple, replica una voz interna que ya conocía. Para cualquier joven es fácil
decir que es su propia conciencia, pero para mí es algo completamente distinto,
perturbador. Convivir con este trastorno desde tan corta edad ha sido un calvario. Me
molesta terriblemente la manera en la que las jóvenes actuales confunden una etapa de la
adolescencia con la bipolaridad, seguramente porque no saben lo terrible del asunto.
Debo convencerme de que no me dejaré tumbar nuevamente por esto. Hay una sola
Alexa Donovan, y esa es la pelirroja simplona amante del pop lírico y fan de las novelas de
Sherlock Holmes que todos los días veo en el espejo. Nadie más.
Tres intrépidos toques suenan en la puerta, interrumpiendo mis pensamientos.
— ¿Señorita Donovan? Soy Marie, — se identifica —han dicho sus padres que dentro
de unas horas irán a dar un paseo. Me han pedido que le pregunte si gusta usted ir—
Informa tras la puerta.
La abro para verla y le sonrío cortésmente.
—Hola Marie, por favor, dígale a mis padres que pueden ir solos. Yo quiero quedarme.
—afirmo.
Marie hace una mueca.
—Señorita, creo que ellos querían ir con usted.
—Pues dígales que se deben un tiempo, y no quiero ser una farola en medio de
ambos— indico con seguridad.
Marie ríe. Mostrando una faceta más encantadora.
—De acuerdo, señorita.
—Por favor, dígame Alexa.
—Alexa entonces— se autocorrige— ¿Quiere que le prepare algo para comer?
—Sería estupendo, muero de hambre— admito con una sonrisa.
—Así será, con permiso…
—Gracias.
Marie se retira y yo cierro la puerta nuevamente.
Comienzo a rebuscar en lo que queda dentro de mi gran maleta azul, buscando las
últimas cosas que me faltan por acomodar. Posteriormente, me doy un baño, me visto con
unos vaqueros, una camisa blanca sin mangas y desciendo a la cocina. En ella me
encuentro con Marie, doy un respiro, por lo menos mamá y papá se han ido sin intentar de
explicarse o refutar mis ideales.
Marie ha preparado una lasagna estupenda. Un ligero sentimiento de nostalgia me hace
mirar hacia atrás, hacia mi antiguo hogar, y recordar lo feliz que July y yo éramos cuando
íbamos a comer al restaurant del señor Ignazio. July está en todas partes de mi memoria y
mis recuerdos: mi primera borrachera, en los juegos de bolos de fin de semana, en las locas
piyamadas…
Subo a mi habitación más que satisfecha, pienso que en cualquier momento estallaré,
definitivamente tengo que ponerme a dieta, aunque siempre se me ha sido tan
complicado, no es para menos, el apetito de un león no es cualquier cosa. Afuera ya está
oscureciendo, mamá y papá aún no llegan. Eso en cierto modo me alegra.
Echo un vistazo a todos los libros y cuadernos que papá ha comprado para mí, es muy
considerado de su parte mover influencias para hacerme volver a mis estudios lo más
pronto posible y no perder más tiempo. Me siento en la orilla de la acolchada cama y
busco en el cajón frente a ella mi cámara Nikon, —esa que gané el año pasado en una rifa
exitosa— el atardecer que dará paso a la noche se ve perfecto desde mi ventana y no voy a
pasar eso por alto, como buena aficionada fotógrafa, eso no va a suceder. Enciendo la
cámara y camino hacia la ventana, es un atardecer crepuscular. El cielo rosa, ligeramente
morado y azul es simplemente perfecto, a eso se le suma el océano a lo lejos que refleja con
gracia ondulante el color del cielo. Es una tarde con vientos suaves.
Enfoco el lente y doy zoom, con la intención de captar mejor el bello paisaje, los árboles
y palmas que se interponen me hacen un poco difícil la tarea. Desvío mi atención por un
momento hasta la larga avenida que se nota a unos cuantos metros lejos de la casa.
Supongo que esa avenida lleva al muelle, bonito lugar, debo ir.
Un movimiento, en la calle bajo mis ojos me distrae de mis intenciones. Hago la cámara
a un lado para ver de qué se trata. Justamente en la acera y con las manos metidas en sus
bolsillos es cuando lo veo.
A él.
El mismo sujeto del aeropuerto, me quedo estática. Sus ojos color iceberg me están
mirando, peligro se pasea por ellos. Examino las facciones de su rostro delgado y
perfilado, impecablemente vestido con un saco gris.
Las piernas me tiemblan de miedo, y de un repentino frio que entra por la ventana,
batiéndome el cabello. No puedo apartar la mirada de él, y de la extraña aura grisácea que
le rodea. Parece producto de mi imaginación. Pestañeo incrédula, pero corroboro que mis
ojos no me están haciendo una mala y sucia jugada. Detrás de mí, la puerta rechina al
abrirse. Ahogo un grito de horror, pero eso no detiene el salto que doy. Giro y mamá está
asomada en la puerta.
— ¿Pasa algo, Al? —murmura con el ceño fruncido.
Esta vez, dirijo mi mirada hacia la calle nuevamente. Y mi corazón da un brinco brusco,
el sujeto ya no está. Jadeo, casi entrando en pánico, pero no debo preocupar a mamá. ¿En
qué momento ha llegado?
Hago mi mejor esfuerzo por parecer serena ante la suspicaz Emma Parkers. Desvío la
mirada de la calle y cierro la ventana de cristal corredizo. La miro y sonrío mecánicamente.
—Nada, estaba tomando unas fotografías—Miento, las manos me tiemblan bajo la
cámara.
Mamá ladea la cabeza. En ese momento, mi padre se une a ella. Armando un cuadro
familiar que, en otra ocasión, habría sido lindo.
— ¿Qué ocurre? —murmura a mi madre.
Ella me lanza una breve mirada.
—Nada—le contesta.
—Bueno, ¿Puedes dejarme a solas con Alexa un momento? —le propone papá, no sé si
estará pidiéndole permiso.
Mamá lo mira con recelo, y se retira. Papá ingresa y cierra la puerta tras él.
—Entonces te gusta la fotografía—inquiere él con una sonrisa.
Miro la cámara entre mis manos.
—Así es— y habría tomado una perfecta si no hubiera sido por el sujeto ridículamente
perturbador que estaba a unos metros de mi ventana.
—No me habías mencionado eso en las cartas.
—Quizá no es un detalle relevante.
—Todo sobre ti me interesa, Alexa. Toma asiento—me invita, sentándose en la cama.
Yo me siento a su lado. — ¿Sabes conducir?
—El hecho de que haya vivido en Venecia casi toda mi vida no quiere decir que no
conduzca un auto.
Me doy cuenta de que mis palabras han sonado hostiles. Y me extraña la sensación de
que a una parte de mi conciencia no le interese.
—Lo siento.
—No te preocupes—murmura. —Tengo dos autos. Puedo darte uno para que puedas ir
a la universidad más cómoda, es lo que te mereces.
Lo miro confundida.
—No lo sé, tal vez sea mejor que me vaya en un bus.
—Estoy tramitando todo para que obtengas tu licencia de conducir sin mucho
problema. Lo más seguro es que me la entreguen mañana a primera hora.
¿Qué? ¿Licencia? ¿Y mi foto? ¿Y las pruebas y exámenes?
—No pongas esa cara—una sonrisa se le escapa. —tengo todo listo.
—Gracias…has hecho muchas cosas por mí.
Se acerca y planta un beso en mi cabeza.
—Después de dejarte sola a ti y a tu mamá, es lo menos que puedo hacer.
Asiento con una sonrisa apretada.
—Además de eso—Continúa. —Tengo un apartamento cerca de tu universidad,
quisiera que te quedaras aquí, pero he estado meditando bien y…creo que sería mucho
más cómodo que te quedes en él. No me gustaría que te quedes en el campus de la
universidad, teniendo más privacidad y comodidad en el apartamento.
Vaya, las sorpresas no terminan. ¿Un apartamento para mí?
—No creo que sea necesario.
—Sí lo es, la universidad está a treinta kilómetros de aquí. No quiero que conduzcas
mucho, me sentiría más seguro al saber que estás en tu apartamento a pocos minutos de la
universidad. ¿Me comprendes, verdad?
¿Qué si comprendo? Por supuesto. Pero yo he llegado a Los Ángeles para unir a mi familia, no
para vivir sola, ¿En qué está pensando? Una amargura me embarga.
—Tengo sueño—espeto. — ¿Podrías…?
Papá me mira, ceñudo.
— ¿Quieres descansar?
—Si—contesto secamente.
—Entiendo, buenas noches hija— dicho esto, deposita nuevamente un beso en mi
frente.
Se levanta de la cama, abre la puerta y sale. Me lanzo de espaldas con canta brusquedad
a la cama que por poco reboto hacia el piso. Una lágrima rueda insensata por mi mejilla,
estoy frustrada, cansada y con miedo. Miedo de que las cosas no sean como yo pienso,
miedo de que aquel sujeto aparezca nuevamente.
¿Dónde está? ¿Por qué ha aparecido nuevamente? Y lo más importante… ¿Quién es y
por qué tiene ese efecto en mí? Entre tantas preguntas el cansancio llega. Mis ojos se van
cerrando, soy consciente de ello, pero no pude hacer nada para detenerlo.
3
Tres repentinos golpes en la puerta me arremolinan de mi sueño hasta la realidad. Me
revuelco en la cama y abriendo los ojos con pesadez me doy cuenta de que aún llevo
puesta la ropa de ayer. Recuerdo que mi sueño pesado me había hecho imposible
levantarme y ponerme una ropa más adecuada.
—Alexa, ya son las cinco con treinta—Informa la voz clara de mi madre, tras la puerta
—levántate, estaremos en el comedor.
Hago un esfuerzo para levantarme lo más rápido posible. Me baño, me visto…hago
todo lo que debo, hasta acomodar mis libros gracias al horario que papá me ha dejado en
el tocador. Saco de mis cosas el mismo morral negro con una estrella blanca el en centro
que usaba en la universidad, allá en Italia; me arrastra un mar de recuerdos simplemente
con tenerlo en mis manos. Lo sacudo y meto mis cosas en él. Es comienzo de clases y
prácticamente comienzo de año.
Me deslizo en un jean claro, blusón vino tinto y zapatos negros para acompañar. Al
final, decido dejar mi cabello suelto, cosa que comúnmente no hago. Tomo mi medallón,
que estaba en el tocador anteriormente y lo cuelgo en mi cuello. Bajo por las escaleras de
caracol hasta el comedor, donde veo sentados mis padres… ¿Acaso han compartido
habitación? No puedo evitar sonreír ante la idea. La mesa cuadrada tiene siete sillas, pero
yo opto por la que está justo en frente de mamá. Hay mucha comida sobre la mesa, y todo
se ve delicioso…no sé por dónde comenzar hasta que veo las tostadas. Se me hace agua la
boca.
— ¿Has dormido bien? —me pregunta papá, desviando la atención de su comida.
—Sí.
—Eso me alegra. Espero que te vaya muy bien en tu primer día en la universidad. Yo
debo ir un momento a casa de los vecinos.
— ¿Pasó algo? —pregunto, sorbiendo un poco de jugo.
—La señora Ginny, nuestra vecina, ha sufrido de un paro respiratorio mientras dormía
ayer por la noche.
El líquido se atasca en mi garganta, haciéndome difícil respirar comienzo a toser
rápidamente en la lucha de volver a la normalidad. No puedo creer lo que he escuchado.
Ha muerto otra persona justo después de que yo he visto a ese extraño sujeto. El de los
ojos azul brillante.
Bien puede ser una simple casualidad al igual que lo que ha sucedido en su presencia, o
cerca de él. Pero como soy tan paranoica, cuesta auto convencerme. Debo dejar todo lo
sucedido atrás y concentrarme en mis metas.
— ¿Estás bien, Alexa? —pregunta papá con la misma cara de preocupación de mamá.
—Si si, no se preocupen—aseguro en el acto. Mamá frunce el ceño. —He estado algo
distraída.
— Lo sé, ¿Has decidido lo que harás, cariño? —me interrumpe mamá.
Tengo una tostada en la boca y repentinamente se me quita el hambre. No había
recordado lo que papá me ha dicho ayer hasta que mamá habló. Dejo la tostada en el plato.
—Eso creo.
Mis padres comparten una mirada de incertidumbre.
—Digo, si vine aquí para estar con ustedes, pero quieren mantenerme lejos. Estará
bien—continúo no pudiendo detener mi sarcasmo.
—Alexa, estaba hablando de esto contigo ayer…
—Te dije que era mala idea—acusa mi madre, interrumpiéndolo.
Los miro, inquisitiva.
—Admito su razón, señor Donovan—le hablo a mi padre. —Ahora si me disculpan,
necesito llegar temprano a clases.
Dicho eso, me levanto bruscamente de la mesa. Escucho mi nombre en la voz de mamá,
pero no doy marcha atrás. Tomo mis cosas y abro la puerta de la casa. Justo a medio
camino del amplio porche, papá me llama:
—Hija, por favor—Pronuncia. —llévate del auto—Señala a la izquierda con su pulgar.
Estacionado cerca del Chevrolet Cruze rojo de papá, reluce un Dodge Caliber negro.
Abro la boca y luego la cierro. Papá saca unas llaves de sus bolsillos, acompañadas de un
pequeño carnet. Al pulsar un botón, el sonido de las puertas abiertas invade mis oídos.
Luego simplemente extiende la llave y el carnet. Me acerco para tomarla y me doy cuenta
de que el pequeño carnet es una licencia de conducir.
—El resto del papeleo está en el auto.
—Gracias.
— ¿Estarás bien? Por favor, no te enojes con nosotros. Te queremos y lo más importante
para nosotros es tu seguridad.
Proceso sus palabras y luego de unos segundos le asiento con la cabeza. No, no puedo
enojarme con él ni con mamá. Ellos son mi vida, son mi todo. Y tiene razón, viajar treinta
kilómetros todos los días ha de ser agotador. Me acerco a él y lo abrazo, librando mis
tensiones.
Me aproximo al auto, admirándolo. Mi subconsciente me anima a no parecer
demasiado emocionada frente a papá, ¿Qué pensará de mí? Ocupo el lugar del piloto y
cierro la puerta. El auto enciende y una sonrisa de idiota se me escapa.
Vaya, quién lo diría, Alexa Donovan ahora tiene auto, sí señor.
Retrocedo para salir del estacionamiento de la casa, acoplándome a la forma del auto y
sus pedales. El portón eléctrico de rejas blancas se abre ante mí. Me pongo en marcha y
abandono la casa.
La Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) espera por mí. Entonces me detengo a
pensar un momento, ¿Cómo llegaría? Oh por Dios, no tengo la dirección.
¿En qué estabas pensando, Alexa?
Un botón rojo en el tablero pica mi curiosidad. ¿Para qué sirve? Lo pulso y rezo por no
salir eyectada del auto, con tanta tecnología en auge, como en las caricaturas. Casi me
sobresalto cuando una pantalla pequeña comienza a salir del tablero, se amolda, pegada a
él. Y da paso a la voz chillona de una mujer:
—Bienvenido al sistema GPS ¿Hacia dónde desea ir?
Ahora comprendo, qué oportuno para una chica nueva que olvida pedir la dirección de
su nueva universidad a su padre.
—Universidad UCLA— le hablo, apegándome un poco a ella, ¿Me escucha?
—Gire a la derecha—Contesta la mujer.
Le hago caso y emprendo mi viaje. En la pantalla se refleja la calle en la que estoy y
otros caminos. Un puntito negro se mueve, seguramente es el auto. Al final, la mujer de
voz chillona y su sistema me condujeron por una gran autopista hasta una estructura
múltiple que parece de siglos pasados: dos torres altas pegadas a una estructura triangular
superior, en ella tres arcos en el primer y segundo piso. Todo formado en una especie de
ladrillos rojizos. Esto ha de costar bastante.
Bajo del auto mientras echo un vistazo a la fachada de aquel lugar, además del amplio
campus de áreas verdes que le rodea. Hay otras personas cerca del estacionamiento,
supongo que se trata de estudiantes y camino nerviosa hasta la que parece ser la entrada
principal siguiendo un largo camino. No puedo dejar de admirar lo que está ante mis ojos,
generalmente ese tipo de estructuras siempre me dejan con la boca abierta. Eso es
completamente normal, me aferro al bolso que cuelga de mi hombro izquierdo y acelero el
paso.
Hay chicos conversando a mí alrededor, al verme guardan silencio por unos segundos,
¿Acaso algo anda mal en mí? Miro a mi ropa. Nada. Entonces supongo amargamente que
puede ser mi cabello rojo chillón el centro de su atención, como me irrita. Más cuando los
curiosos suponen que es teñido y no natural.
Ingreso con la convicción de que todo estará bien, es el comienzo, tengo tiempo
suficiente para acostumbrarme. Quedo pasmada al observar la estructura interna del
lugar. Parece un castillo antiguo en vez de una universidad, estoy en el paraíso, me siento
instantáneamente trasportada a otro siglo. Los hermosos pilares decorativos y los arcos
que parecen dar un aspecto redondo al techo llaman toda mi atención. Si, esto
definitivamente es un colirio.
-Vamos, Alexa- me llamo a mí misma entre dientes. –concéntrate-
Camino por un rato más en la búsqueda de mi salón asignado, la estructura cambia y se
vuelve más moderna, paredes y puertas corrientes. Saco dificultosamente de mi bolso el
horario de clases, donde también está anotado el número de pasillo y salón. Mis ojos
buscan el salón con el nombre 3F. Y aparece frente a mí minutos después. La letra y el
número en una calcomanía azul rey adheridos a una puerta blanca. La empujo, suplicando
internamente no haber llegado tarde.
Para mi suerte la clase parece no comenzar todavía. Los estudiantes conversan
tranquilamente en sus asientos, algunos me miran, otros ni siquiera notan mi presencia. El
salón es amplio y pulcro con paredes blanquecinas, el escritorio digno del profesor aún
está vacío. Camino envarada como hierro hasta un puesto vacío que he pillado desde la
puerta. Tomo asiento en la silla de madera y dejo mi bolso a un lado de la mesita frente a
mí. Dejo salir un largo suspiro, bajo la mirada y cierro los ojos por un momento.
La puerta de entrada es abierta abruptamente haciéndome abrir los ojos de golpe. Miro
hacia la puerta y veo a un chico y a una chica discutiendo. No puedo decir que se trata de
una pareja, puesto que ambos parecen ser mellizos. Examino a los dos individuos y
corroboro que no se trata de personas americanas. Sus rasgos arábicos son evidentes.
Además de que discuten en su idioma a todo pulmón. Al final, la chica enojada le da un
pequeño empujón y se va a zancadas acercándose hasta donde estoy.
Se detiene frente a mí y no pierde tiempo en examinarme con la mirada. Yo también la
observo detenidamente: Su cabello negro azabache cae en cascadas por su hombro en
forma de unos rizos bien formados, sus puntas son de color rubio, obviamente intencional.
Sus ojos oscuros están delineados con un lápiz negro bastante evidente. La ropa que
llevaba consiste en un jean negro brillante ajustado y una blusa blanca con naranja.
—Este es mi asiento—dice secamente.
Yo miro la mesa y luego a ella de nuevo.
—Lo siento mucho, soy nueva— me excuso con una sonrisa apenada.
Ella bufa. Me levanto de la silla.
—No, está bien. —me detiene. Su expresión fruncida se suaviza. —Tomaré otro.
Yo le sonrío aún muerta de vergüenza. Se da la vuelta y encara a un chico de cabello
rubio que lleva un suéter azul.
— ¿Quieres mi puesto? —le ofrece él en el acto.
—Gracias, perdedor. —Toma al chico de los hombros y lo hace a un lado.
Quedo boquiabierta. Esta chica inspira problemas en todos los sentidos o yo me estoy
dejando llevar por su apariencia. Luego de haber dejado su bolso dorado en la mesa me
encara nuevamente. Su puesto está justo a mi lado.
—Así que eres nueva—murmura entrelazando sus manos bajo la barbilla.
—Así es— Digo. —Soy Alexa Donovan—me presento.
Ella sonríe y me extiende su mano.
—Yadira Abdallah—dice, estrechando mi mano con la suya.
—Gracias.
— ¿De dónde eres?
—He vivido en Italia, pero nací aquí en Los Ángeles.
—Hmm, ya decía yo que ese acento se me hacía familiar. Tienes más pinta de italiana
que de americana—su voz suena divertida.
Me encojo de hombros. Nunca había escuchado eso.
—Yo soy de Marruecos, pero mi hermano y yo nos hemos asentado en Estados
Unidos— explica con un guiño.
Quiero decirle que su acento también la delata. Pero al final me guardo las palabras y
las reemplazo.
—Me parece que no te la llevas bien con ese chico con el que llegaste—murmuro.
Ella se recuesta en la silla y comenzó a reírse.
— ¿Hablas de él? — Señala hacia atrás. —Es mi hermano. —dice poniendo los ojos en
blanco.
Tiene sentido. No había notado que el chico con el que Yadira estaba discutiendo está
justo tras ella. Él extiende su mano hacia mí y me dedica una cálida sonrisa. Es la viva
versión masculina de su hermana, sus ojos y cabello del mismo color, rasgos bien
definidos. Viste una camisa blanca bajo su chaqueta de cuero al estilo punk y jeans azul
oscuro.
—Alí Abdallah—se presenta y yo acepto su mano. —Gusto en conocerte, pelirroja.
Frunzo el ceño y Yadira suelta un grito.
—Casi lo paso por alto, ¿Cómo has obtenido ese color de cabello? ¿Qué tinte has usado?
Niego con la cabeza.
—Es natural.
Yadira ladea la cabeza y suelta una pequeña risita.
—Oh vamos, dime el nombre del tinte. Me encanta ese color.
—Es en serio.
Ella para de reír y su boca formo una perfecta O.
—Excelente—alaga aparentemente fascinada.
Toma un mechón de mi cabello mientras yo no puedo fruncir más las cejas.
Nuestra un- poco- incómoda charla es interrumpida cuando la puerta del salón vuelve
a abrirse, esta vez no abruptamente. Entra al salón un hombre de más o menos cuarenta y
pocos con un maletín color café en su mano izquierda. Cierra la puerta mientras examino
su semblante de profesional, viste un traje pulcro que lo hace verse sofisticado, no tiene
canas y a simple vista parece cuidar bien su cuerpo con ejercicio. De soslayo noto que
Yadira se acomoda en su lugar, al igual que su hermano.
—Buenos días—saluda el hombre con cortesía, recorriendo con la mirada cada rincón
del salón. —Al parecer hay nuevos estudiantes, así que me presentaré: Soy Steven Watson,
su profesor de anatomía.
Hmm, Watson, como John Watson, el amigo incondicional de Holmes… le echo un
vistazo a mi horario de clases y como primera materia encuentro su vocación. Dirijo mi
mirada hacia él nuevamente. Tiene los ojos grises, un poco más claros que los de papá.
Mi padre, si no fuera por él no estaría aquí.
—Espero que este año no tener inconvenientes con ninguno de ustedes—
repentinamente su mirada se posa sobre alguien cercano a mí, me doy cuenta de que se
trata de Alí. Él sonríe un poco descarado. —Sé que podremos. Por favor, saquen su libro y
comencemos con la clase.
Nos da la espalda y comienza a escribir en la pizarra acrílica con marcador azul chillón.
Suspiro, de inmediato me inclino a buscar mi libro y mi libreta. En todo el proceso, noto la
mirada de alguien encima de mí. Me doy cuenta de que es Alí, Oh, vamos…
Durante toda la clase me concentro absolutamente en las palabras del profesor, en cada
explicación, incluso en cada pausa. Encuentro fascinante su manera de explicar con tanta
soltura, además de que la anatomía es mi materia favorita. Todos los alumnos están
prestando atención, hay un silencio absoluto en el aula de clases, solo la voz del profesor
Watson tiene el derecho de romper ese silencio, cuando menos me lo espero un timbre se
une a la voz del profesor y este para de explicar. Miro hacia los lados, se ha terminado la
clase.
El profesor toma su maletín, recoge sus pertenencias y cordialmente se retira. Me estiro
un poco en mi mesa y tan pronto como lo hago, una señora de cabello castaño y ojos
cafés—Incluso más baja que yo—irrumpe en la sala, dando los buenos días. Nuevamente
recurro a mi horario de clases y está remarcada Bioquímica justo debajo de Anatomía.
Las horas han pasado muy rápido, me doy cuenta de ello cuando el timbre suena. Esta
vez, todos se levantaron de sus asientos hacia la puerta de salida. Tal vez es un receso ¿O
no? Aquí en mi horario no dice receso por ningún lado.
— ¿No vas a comer algo? —Yadira está parada a mi lado, cruzada de brazos.
¿Acaso me está insinuando que vaya con ella? Me quedo callada por unos segundos
observándola y le contesto:
—Supongo que sí— me expreso levantándome de mi silla.
Yadira me sonríe y me anima a seguirle el paso. Ambas salimos del aula mientras
Yadira me cuenta acerca del horario de clases, según ella es un asco, pero a mí me parece
bien. Mientras me cuenta sobre la única tarde libre que tenemos—que es hoy lunes—
recorro con la mirada cada espacio que me rodea, es un oasis para mis ojos cada cosa de
este lugar. Es realmente imponente y acogedor, muy bonito. Cuando consigo volver de
mis pensamientos, estoy entrando a un pequeño cafetín junto con Yadira, hay estudiantes
y maestros conversando tranquilamente, a su vez, alimentándose. Huele a chocolate recién
hecho. Mi estómago gruñe en respuesta.
Tomo asiento con mi nueva compañera en una de las mesas de la esquina y observo con
detenimiento el lugar. Es un poco más moderno que el resto de la estructura, y a su vez
tiene ese aire del siglo pasado. Siento el vibrar de algo cerca de mi muslo y me doy cuenta
de que es mi teléfono.
Saco mi Pearl y tengo la llamada de un número desconocido. Frunzo en ceño y atiendo.
— ¿Sí?
— ¿Alexa? Soy yo, tu papá ¿Qué tal te va en tu primer día de universidad en la UCLA?
Me recuesto al espaldar de la silla gris en la que estoy sentada. Extrañamente aliviada.
—Todo bien papá, gracias.
—Eso me alegra mucho, escucha. Te llamo para hacerte saber que te he dejado mi
tarjeta de crédito en tu auto, en la guantera, quiero que compres lo que necesites, ya sabes,
ropa u otra cosa.
¿Qué? ¿Ropa? Abro la boca y papá me interrumpe.
—Por favor, no me digas que no. Me he dado cuenta de que eres una jovencita muy
humilde, admiro eso de ti, pero eres mi hija. Puedes comprarte lo que quieras.
¿Mamá tendrá algo que ver con esto? Ella debería saber muy bien que no me gusta
aprovecharme de las situaciones.
—Está bien—Miro a Yadira que está sentada frente a mí. —Gracias.
Papá cuelga después de despedirse y yo resoplo. Yadira me pasa un pequeño menú
empastado de los dos lados.
— ¿Pasa algo? —me pregunta.
—No, es que mi padre quiere que me compre algunas cosas con su tarjeta— le contesto.
— ¿Y por qué pones esa cara de drama? —alza la voz, como si estuviera sorprendida
ante mi acto, sus ojos negros azabache se ensanchan. Me encojo de hombros.
—No soy muy buena para comprar ropa, creo que no tengo un estilo definido.
Yadira niega con la cabeza.
—No quería decírtelo, pero sí que necesitas un cambio de look—alza la voz
nuevamente y casi muero de vergüenza cuando me doy cuenta de que un chico me mira.
Rayos —Oye, podría ofrecerte mi ayuda, claro, si gustas.
— ¿En serio? Sería muy gentil de tu parte, Yadira.
—Dime Yadi, linda— me guiña un ojo y le sonrío. — ¿Puedo llamarte Al?
—Claro—asiento y ella se emociona.
—Bien, hoy tenemos la tarde libre, ¿Quieres aprovecharla? Conozco unas muy buenas
tiendas que te gustarán.
Asiento nuevamente y ella se acomoda en su puesto hacia atrás.
— ¿Vives por aquí cerca? —pregunta, sus ojos escanean el menú.
Recuerdo el apartamento de papá y le respondo, algo dudosa. Además de incómoda
por sus preguntas, no me gustan las preguntas personales.
—Sí.
— ¿Cuál es el nombre del edificio?
—Fellinston— le contesto, recordando el nombre.
Yadira me mira y su boca se entreabre de sorpresa, una desconocida para mí.
—Yo también— sonríe abiertamente. —Esto es genial.
Entonces comprendo. Nuestra conversación emprende vuelo y me deshago hábilmente
de mis incomodidades, Yadira me cuenta que ella y su hermano, Alí, han deshecho lazos
con sus padres porque piensan que esa vida musulmana no es para ellos, estoy fascinada
con la historia. Los dos han trabajado para pagarse sus propios estudios—e incluso el
departamento, que comparten juntos y su camioneta—hago una mueca, algo pensativa. Yo
he llegado aquí sin mucho esfuerzo, sin tener que ganarme algo, y todo gracias a papá. Me
siento demasiado inútil, tal vez deba recompensarlo de alguna forma. Luego de que me
recomienda un buen aperitivo dulce, el timbre vuelve a sonar y ambas regresamos al
salón.
Horas más tarde de salir de la universidad, estoy bajando del auto, en el
estacionamiento del edificio al cual me condujo la pantallita mandona del Caliber. Alzo la
mirada evitando el sol chillón que lastima mis ojos. Tiene diez pisos, con su fachada
circular de amarillo pálido y amplios ventanales verdosos, se ve bastante bien por fuera,
algo me dice que también lo es por dentro. Respiro profundo y me dirijo hacia la gran
puerta de cristal que tiene como entrada. La recepción es amplia, hay muebles de todos los
colores, de esos en los que provoca lanzarse boca abajo y no levantarse más. Además de
plantas exóticas que nunca había visto. Hay una chica con uniforme tras un gran
mostrador de mármol marrón, camino hacia ella.
—Buenas tardes, ¿Qué se le ofrece? —pregunta cordialmente la chica del moño rubio
perfecto.
—Buenas tardes, soy la hija del señor Oliver Donovan. Alexa Donovan—le contesto sin
saber nada más que decirle.
Por fortuna, parece saber quién soy, me está sonriendo.
—Oh, un momento por favor—la chica se escabulle de su silla y sale corriendo a una
puerta de madera cercana. La abre y cierra.
Aguardo por un minuto. La chica aparece con una llave en sus manos.
—El señor Donovan le ha dejado la llave— se explica. Acercándomela. —Es esta, piso
cinco. Que tenga buenas tardes.
Le sonrío y tomo la llave que tiene un llavero de una carita feliz amarilla. Alzo ambas
cejas y, algo resignada, camino hacia el ascensor que había notado cuando la chica rubia
fue a buscar la llave. Pulso un botón y las puertas metálicas se abren rápido para mi
sorpresa. Entro y pulso el botón con el número cinco en el panel de mi derecha. Las
puertas se cierran y mientras estoy aquí, me doy cuenta de la anchura y elegancia del
ascensor. Tras de mí, un espejo que rellena completamente la pared.
Me sobresalto cuando el ascensor llega a su destino. Salgo de él y justo frente a mí,
tengo al apartamento con el número veinte en su puerta. Me quedo allí, por un minuto y
salgo de mi trance sacudiendo la cabeza. Camino por el pasillo e inserto la llave en el
picaporte. Miro a todos lados con la puerta abierta.
A mi izquierda: un bonito ventanal. En el centro: un sofá beige ancho y una televisión,
con dos sofás individuales parecidos a él de espaldas a mí. Tras el sofá grande dos puertas
de madera rojiza. A mi derecha: una acogedora cocina bien equipada, nevera, platos y
hasta una barra de mármol que apunta hacia mí, parecida a la de la recepción pero
obviamente más pequeña. Las paredes son blancas en todo el espacio.
Cierro la puerta y en la cocina, paso la mano por la barra. No hay polvo, quizá papá le
paga a alguien para que limpie. Abro la nevera y encuentro comida suficiente como para
un mes ¡Por las santas centellas!
Camino curiosa hasta los muebles y la televisión, y por último hecho un vistazo hacia el
ventanal. Me quedo frente a él y admiro otros edificios cercanos a través del cristal.
Resoplo con amargura.
Recuerdo esa vez en la que le dije a mamá que me encantaría tener un apartamento,
¿Ella se lo dijo a papá? ¿Es por eso que él me ha dado este? Bueno, es estupendo, pero
quería estar con ellos. A su vez de que este lugar está perfecto.
Oh no, otra vez esa sensación de no-concordancia.
Llego hasta el sofá y me desparramo en él, haciendo mi bolso a un lado. Mis ojos se
pierden, lo siento cuando mi vista se desenfoca. Han sido muchos cambios en poco
tiempo. Pero esto era lo que quería... ¿O no? No puedo evitar recordar las cosas extrañas
que me han sucedido últimamente. Me estremezco. El BlackBerry vibra en el bolso,
sacándome de quicio. Lo saco y tengo una llamada de mamá.
—Oh, Alexa. Llevo veinte minutos llamándote— se queja. — ¿Cómo estás? ¿Ya has
visto el apartamento?
—Perdón mamá. Sí, ya lo vi. Está genial.
—Le conté a tu papá que querías tener tu apartamento, por eso ha querido darte el que
tenía antes de comprar la casa—explica, casi puedo verla encogerse de hombros.
—Supuse eso—camuflo mi voz llena de confusión por una alegre.
— ¿Pasa algo? —pregunta. —Tu papá enviará tus cosas al apartamento, ah, y quiere ir
para allá esta noche, podemos ir los dos juntos y cenar.
Mi rostro se ilumina. Pero entonces recuerdo que he quedado con Yadira para ir de
compras, ¿Qué hago?
—No lo sé, mamá. He quedado con una amiga— me muerdo el labio con algo de
remordimiento.
La escucho contener la respiración tras el teléfono.
— ¿Ya has hecho amistades? ¡Eso es estupendo, hija! — me felicita.
—Gracias, ya casi es la hora. Debo cambiarme ¿Me llamas luego?
—Tenlo por seguro, cariño. Te extrañaré.
—Yo también. —cuelgo y dejo salir un suspiro.
Miro a mí alrededor. Puntualizando que todo esto para mi sola. Adiós Alexa y sus
padres, hola Alexa independiente.
4
Cuando estoy de regreso en el apartamento mis pies ya no pueden sostenerme, me
recuesto de la puerta y resoplo. La tarde ha sido un calvario para mí, todo lo contrario
para Yadira. Mientras recorríamos las tiendas no paraba de hablar sobre moda, jeans
ajustados y cosméticos. Es increíble, si no hubiera sido por ella no habría comprado ni la
mitad de las cosas que compré, y me hubiera costado más conseguir ropa tan bonita yo
sola... ¿Será que me pasé de la raya?
Tengo tres bolsas en cada mano. De tres tiendas distintas. Camino con dificultad y las
dejo en el sofá. Me dejo caer al lado. Estoy exhausta y rellena como un pavo después de
haber comido en Burger King con Yadira. Miro el reloj de mi teléfono y son las ocho con
treinta de la noche. Por lo menos no me han mandado trabajos de la universidad.
Dentro de las cosas que compré figuran cuatro nuevos pantalones, uno de ellos rojo.
Tres camisas, un par de zapatos, y una pijama de Victoria’s Secret. Me levanto del sofá y
me dirijo hasta la habitación. La cama está justo en el centro, es grande y luce más
tentativa de lo que estaba hace unas horas, enciendo la luz al sentirme incómoda en la
oscuridad. Me dirijo al baño, hay toallas apiladas a un lado, incluso un cepillo de dientes.
Un momento…frunzo en ceño. Cuando entré al baño por primera vez, ese cepillo no
estaba allí. Salgo a paso rápido del baño y hay una maleta acostada cerca de la cama
¿Cómo no me di cuenta? Recuerdo lo que me dijo mamá y mi respiración se tranquiliza.
-Tu papá enviará tus cosas al apartamento-
Me agacho cerca de la maleta, la abro y allí están todas mis cosas. Por un momento
llego a sentirme dolida, como si me hubieran corrido de la casa. Meneo la cabeza
deshaciéndome del extraño pensamiento. Esto me lo busqué yo cuando le dije a mamá que
me gustaría tener un apartamento.
Decido no prestarle mucha atención al resto de los detalles. Después de todo, no puedo
hacerlo, estoy demasiado cansada. Luego de una ducha y de estrenar mi nueva piyama,
apenas toco la almohada caigo rendida en un oscuro sueño.
Algo se mueve cerca de mi muñeca, el sueño en el que antes me hallaba sumida se
desvanece. Mis ojos se abren y miro mi Blackberry, por la ventana trasparente de la
habitación están entrando los rayos de sol y se reflejan en el suelo. Ha amanecido. Tomo el
teléfono y mis ojos se ensanchan en sorpresa. Es tarde, ¡voy a llegar tarde!
Salto de la cama y salgo disparada al baño, estoy hecha un desastre y me doy cuenta al
mirarme en el espejo. Mi cabello está ondulado hoy a causa de haberme bañado antes de
acostarme, su típica carrera recta se ha vuelto hacia un lado. Mis ojos están húmedos.
Corro de aquí para allá, habitación, baño, habitación. Luego de terminar me doy cuenta de
que mi ropa vieja aún está en la maleta, que yace abierta a un lado de la cama. Toda
doblada con sumo cuidado y gentileza.
Me decido por estrenar la ropa y los zapatos que compré ayer. El jean rojo, la blusa de
mangas cortas y franjas azul marino horizontales. Me doy prisa, creo que no tengo tiempo
siquiera de comerme algo, tomo mi bolso y me doy cuenta de que a un lado de la barra de
la cocina están el resto de mis libros y libretas. Papá piensa en todo.
Los escojo rápidamente concordando con el horario, tomo mi teléfono, las llaves del
auto y salgo del apartamento cerrándolo con la llave. Reviso mi teléfono y tiene poca
carga, además de un mensaje. Lo abro curiosa y resulta ser Yadira.
-Hola Al, donde estás?? Acaso no estas despierta??
Detengo mi caminar para responderle.
-Lo siento. Se me han pegado las sábanas. Voy saliendo del apartamento.
-Acelera el paso, pelirroja. Al profesor Phills no le gustan las alumnas que
llegan tarde.
Eso es, precisamente, lo menos que quiero. Alzo la vista y me doy cuenta de que las
puertas del ascensor se están cerrando, con una sola persona a bordo. Corro
inmediatamente hacia él, sabiendo que si baja sin mí sería más tiempo de retraso. Y ya va
suficiente.
— ¡Párelo, por favor!—exclamo mientras corro.
Las puertas del ascensor se detienen automáticamente. La persona, que es un hombre,
permanece quieta en la esquina izquierda del ascensor. Me aproximo y subo. Dándole la
espalda al hombre marco la R, de recepción. Estoy sin aliento, algo distraída. Si hay algo
que no quiero es tener problemas con un profesor que no conozco y que por supuesto,
tampoco me conoce. Suspiro intentando calmarme, mientras el ascensor comienza a
descender.
Me quedo callada y por un momento estoy sintiendo que algo me incomoda. El hombre
que está conmigo en el ascensor permanece silencioso. Lo espío por el rabillo del ojo, está
usando un abrigo gris de doble botones, bufanda marrón, con la cabeza gacha —por lo que
no puedo ver su rostro—, y sus manos están dentro de los bolsillos laterales del abrigo.
Repentinamente, una corriente de aire frío fluye a mis espaldas, se está extendiendo por la
cabina. Y lo peor de todo es que ya la he sentido. He sentido este extraño vapor helado que
trae consigo una energía inefable que me crispa los vellos del brazo.
En un extraño suceso; las luces del ascensor parpadean y este hace un extraño ruido,
tambaleándose y deteniéndose, haciendo que mi frecuencia cardíaca aumente
considerablemente. Se me hace un nudo intenso en la garganta, el espesor del miedo
repentino comienza a extenderse por mi sistema nervioso. Pulso nuevamente el botón de
la R, al extender el brazo mi mano tiembla. Como sospeché, el ascensor sigue varado.
Vuelvo a pulsar frenética y nerviosamente el botón. Admito que estoy siendo
tontamente terca, pero estoy comenzando a sacudirme de miedo de la cabeza a los pies,
extraño e incalculable miedo. Por un momento, el frío y el miedo se me hacen sinónimos.
Lo pulso de nuevo, una dos tres veces…y de pronto escucho una risa corta detrás de mí.
Una risa ronca, masculina y burladora. A pesar de su suavidad, consigue aturdirme.
Le doy la vuelta a mi cabeza para mirar hacia atrás, enfrentándome al temor. Un
extraño sentimiento que parece ir mucho más allá del pánico. Y el hombre alza la cabeza,
con una sonrisa curvándole los labios. Me giro completamente y estoy tan golpeada por el
presente que me estremezco y necesito acercarme a la puerta del ascensor para lograr
recostarme en ella y así permanecer en mis pies. La luz del ascensor es poca, pero con ella,
me doy cuenta de quién me acompaña.
Mis ojos se abren de par en par, mientras él permanece completamente absorto a ello.
Se ve más alto de lo que recuerdo ahora que esta tan cerca, me siento como una cucaracha
aplastada en comparación con él. Estoy entrando en un pánico inminente. Tengo tantas
cosas en la cabeza que pienso que voy a desmayarme dentro de poco.
Sus ojos exageradamente azules están posados sobre mí, su cabello algo desordenado,
su expresión es de… ¿Burla? ¿Ironía? No me cuesta saber que puedo estar en peligro.
Percibo la adrenalina como constancia de ello. Pero abriéndome paso a través de lo que
percibo también puedo descubrir una diferencia en su aspecto: el aura grisácea que le
rodeaba aquella vez no está. Se ve más natural, más realista. Pero sigo sintiendo un frío
que me pica la piel.
—Me parece que tiene frío, señorita Donovan—insinúa con una pequeña sonrisa. Esa
voz, grave, profunda. Me tambaleo de solo escucharlo hablar. Una tonada única, la mezcla
perfecta entre suavidad y peligro.
Me armo con la poca fuerza que me queda.
— ¿Qu-quién es usted? —tartamudeo. Tengo la boca seca y estoy mareada.
Él alza una ceja. Su labio superior se eleva un poco, mostrándome otro tipo de sonrisa.
Si pensaba que antes lucía perturbador ahora luce peor.
— ¿Quién soy? —dice, y por un momento parece quedarse pensativo. — ¿Para qué
quieres saberlo, si ni siquiera sabes quién eres tú? —pregunta.
¿De qué está hablando? Este hombre ha de tener algún tipo de desorden mental o
psicosis. Tiene que ser eso. Aunque eso no responde por las extrañas cosas que pasan
cuando él está cerca de mí, tampoco de su aura grisácea. Sacudo la cabeza e intento
calmarme para conservar el aire en mis pulmones y responderle.
—Mire, no sé quién es. Tampoco tengo claras sus intenciones, por favor, no me haga
daño. —expreso, mi voz espesa. En pocas palabras muerta de miedo.
Él vuelve a reír, esta vez más ampliamente. Presumiendo su sabiduría él dice:
—Alexa Haylobeth Donovan Parkers, hija de Emma Parkers y Oliver Donovan. Nacida
el doce de abril de 1994 en Los Ángeles, California, Estados Unidos. Residente italiana
desde los ocho años. Regresaste hace dos días—suelta.
Abro la boca, conmocionada. No puedo creerlo. Este hombre sabe todo de mí, o por lo
menos lo esencial para secuestrarme. ¿Eso es lo que quiere? ¿Secuestrarme y pedir
recompensa? ¿O matarme y arrojar mi cuerpo al caño en una bolsa negra? Comienzo a
especular lo peor.
— ¿Cómo sabe todas esas cosas de mí? —le pregunto. Por un momento mi curiosidad
traiciona mi miedo.
—Curiosidad, una de tus virtudes… o he de decir, ¿defectos?—dice sin responder a mi
pregunta. Frunzo el ceño. —Sé muchas cosas, señorita Donovan. Cosas que usted no
puede ni imaginarse.
—No me haga repetirlo—un extraño valor me azota. — ¿Quién es usted? ¿Por qué me
persigue? ¿Qué es lo que quiere de mí? — inhalo.
Él ladea la cabeza.
—Yo no te he perseguido—Alega, tuteándome sin permiso y frunce los ojos —Te
atravesaste en mi camino, mientras realizaba mi rutinaria labor, allá en el aeropuerto. Me
ha sorprendido encontrarte. Qué sorpresas nos da este mundo.
Proceso sus palabras. ¿Es acaso un maniaco? ¿O todo esto va mucho más allá de lo que
puedo imaginar?
—Eres escéptica y a la vez creyente. Debe ser difícil para ti— sus ojos vagan.
Examinándome de la cabeza a los pies. Todo mi cuerpo tiembla.
Descubro con ello que ha sido suficiente. Me vuelvo hacia el panel de botones y
comienzo a golpearlo, desesperada.
— ¡Auxilio, sáquenme de aquí, estoy atrapada!— grito con el timbre más alto de voz
que poseo.
—Eres muy interesante—murmura a mis espaldas. —Me pregunto, ¿Cómo serás
desempeñando tu labor?
— ¡Auxilio!— grito sin prestarle atención. Entonces, se me pasa por la mente un
pensamiento y me giro hacia él. — ¿Qué le ha hecho al ascensor? —le pregunto,
estupefacta.
Él se encoge de hombros, falsamente.
—No saldrás de aquí hasta que hablemos de nuestra vocación.
— ¿Vocación? ¡¿De qué diablos está hablando?! — le grito y por un momento me quedo
sin aire. Estoy más que asustada. Espantada. Aterrada.
—Estás mal—afirma negando con la cabeza. —Pensé que ya sospechabas algo.
—Sí, si sospecho. ¡Eres un psicópata que me persigue y ahora me tiene encerrada en un
ascensor!—le contesto de espaldas, mi instinto de supervivencia al máximo. — ¡Auxilio!
Mientras golpeo el panel, comienzo a sentir el frio extenderse por mis manos hechas
puños. Ya no puedo controlarlos. Me quedo inmóvil, paralizada. Mis brazos bajan hasta
colgar de mi cuerpo. Mi boca se queda entreabierta y mis ojos desorientados. Lo ubico, él
se acerca hasta mi oreja.
—El hombre que viste en el aeropuerto. Infarto fulminante. La vecina de tu padre, paro
respiratorio, —murmura seco cerca de mi oreja. Me mareo. —Estuve allí, porque es mi
deber, es lo que hago. Es mi trabajo.
Estoy paralizada por dos cosas: miedo… y frío. Este sujeto no es un psicópata, ni
secuestrador, ni acosador. Dudo que sea siquiera un humano, estoy traicionándome a mí
misma y a mis principios de futura médico escéptica. Pero llego a una conclusión. Una
extraña, pero única conclusión.
—Entonces…—mi lengua trastabilla en mi paladar. — ¿Quién eres?
Por el rabillo de mi casi inmovible ojo veo a sus labios curvarse.
—La Muerte, Señor de la paciencia, San Justo, San Esqueleto, Ayucaba, la Pelona, San
Parca…tengo muchos nombres, señorita Donovan. Decida cuál es su favorito.
Mis piernas ya no pueden con todo el peso. Tiene que haber una explicación lógica a
todo lo que me ha sucedido últimamente…pero… ¿Cuál?... ¿Qué tal si todo es una
coincidencia estúpida, y este hombre, es un maniaco como pensaba inicialmente? Oh no,
estoy discutiendo conmigo misma otra vez. Algo no anda bien. Me animo a seguirle la
corriente temeraria de su reacción.
Le asiento con la cabeza.
—Y si tú eres La Muerte…—le sigo la corriente. —Eso significa que…ha llegado mi
hora.
Trago saliva y él guarda silencio por un momento tortuoso.
—No puedes engañarme, capto tu lenguaje corporal. Estás tensa. No puedo leer tus
pensamientos, pero tu cuerpo es lo suficientemente obvio para darme los detalles. —dice,
su voz más que segura. — ¿Qué puedo hacer para que me creas?
Su aliento sigue cerca de mi oreja, frío. Tiemblo de polo a polo. Este sujeto sabe
demasiado, me asusta esa manera de saberlo todo. ¿Ahora qué hago? Tengo que salir de
aquí antes de que pierda la cordura.
—Por favor, déjame ir—le pido, casi suplicando. En voz baja.
Veo de soslayo que él asiente. Y repentinamente puedo moverme. La sensación es como
si me hubiera desencadenado de unos grilletes de hielo.
—Mi nombre es Jerid Collins. Y vendré por ti, otra vez.
La luz del ascensor vuelve y las puertas se abren. Tan pronto como me doy cuenta huyo
despavorida, sin siquiera mirar hacia atrás. Unas chicas se atraviesan justo en frente de mí
mientras corro por la recepción, me estrello con ellas y por poco dejo caer mi bolso, —que
llevo colgado del hombro derecho—. Reacciono, apartándolas. Hay miradas encima de mi
espalda cuando empujo la puerta de cristal y salgo corriendo hacia el estacionamiento del
edificio. Acelero el paso y encuentro el auto, quito la alarma de seguridad y salto
ocupando el asiento del conductor.
Estoy llorando y jadeando, las lágrimas saladas corren con abundancia por mis mejillas.
Enciendo el auto y muevo la palanca al retroceso. Los neumáticos chillan en el pavimento
y me escabullo del estacionamiento. Alejándome del edificio me encuentro aún en pánico,
no sé qué ha sucedido, mis manos tiemblan sosteniendo el volante. Inhalo y exhalo en
búsqueda de una necesitada calma. Abro bien los ojos, para concentrarme en el camino
que debo tomar para llegar hacia la universidad…y lo consigo.
—Veinticinco minutos de retraso, eso es casi media hora—Me regaña alzando una ceja.
Me encuentro frente a frente con el profesor Alfred Phills, de Fisiopatología. Es bajo,
pero bastante intimidante. Suspiro y aún siento mis ojos hinchados.
—He tenido un inconveniente, profesor. No era mi intención llegar tarde— me
disculpo.
Él me estudia con su mirada y mientras tanto estoy muerta de vergüenza. He
interrumpido en la clase. Estamos en frente de todos. Odio ser observada por tanta gente.
Tengo miedo escénico…además de otros cien miedos. Señala con su índice hacia la puerta
de entrada.
—Al despacho, señorita Donovan. Háblele a la rectora de sus problemas.
Pese a que solo tengo diecinueve años de existencia puedo bautizar el día como uno de
los peores que he tenido. La rectora estudiantil —una señora muy quisquillosa de cabello
ochentero—me ha dado un sermón acerca de las normas de la universidad: «esto no es
una secundaria» «usted no es una niña» «ya tiene suficiente edad para ser responsable de
su horario» «esta es una de las mejores universidades de USA» de todos modos, no me ha
dado permiso de ingresar a clases por mi falta. Mientras estuve allí me di cuenta de todo el
papeleo y requisitos que deben manejar las oficinas. Es demasiado. Mi padre sí que se ha
movido. Le debo mucho.
Por supuesto, no hallé cómo explicarle a la rectora lo que me sucedió, puesto que si le
decía la verdad lo más seguro habría sido que me suspendiera, o que me mandara a un
psicólogo.
Ahora, conduzco sin rumbo fijo alejándome de la UCLA. Mi mente vaga en sentidos
distintos amenazando con perderse. Finalmente, me fijo en un local con el nombre Jim’s
Coffe justo encima de los toldillos marrones que alejan el sol de la vidriera. Bajo del
Caliber, estacionándolo con cuidado de no hacerlo en una zona prohibida. Cuando empujo
la puerta de cristal, escucho el tintinar de unos cascabeles, miro a mí alrededor, cuento
cinco personas: una pareja, y tres amigos. El lugar es acogedor, el aroma del café se
expande por el espacio.
Tomo asiento en una de las mesas más alejadas frente a el vidrio trasparente que me
deja ver hacia la calle, dejándome caer en la silla. Coloco el rostro entre mis manos y
suspiro, embriagada por los múltiples sentimientos que han sido despertados
directamente por el tipo del aura y todo lo que sucede cuando está cerca de mí. Me doy
cuenta de que mi monótona vida ha dado una vuelta bastante brusca en torno a hechos
que no termino de comprender. Comienzo a sollozar aún ocultando mi rostro entre las
manos, todo esto no tiene sentido alguno, nada de lo que ha sucedido hasta hoy. No hay
razones; no hay explicación para algo parecido. Estoy en el centro de mi intelecto lleno de
escepticismo y la inexplicable sensación de creer en algo que ya he visto y sentido.
De pronto, escucho pasos acercarse hasta mi mesa, con los nervios a flor de piel retiro el
rostro de mis manos y alzo la vista. Un hombre moreno de aproximadamente unos
cuarenta y tantos me sonríe con amabilidad, lleva puesta una boina gris, con algo de
barba. Sus ojos a pesar de ser comúnmente marrones llegan a ser algo cautivantes a simple
vista. De pronto pienso que detrás de esa mirada hay muchas cosas ocultas…, pero ignoro
dicha especulación.
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Almas Perdidas - M.Francisco

  • 1.
  • 2. M.FRANCISCO «No somos dueños de nuestra vida, ni de nuestra muerte»
  • 3. A Tite Kubo por crear “Bleach” mi fuente de inspiración, a mi familia y a mi profesora de castellano y literatura Marggi Martínez. A mi imaginación, plagada de ideas a cada segundo…
  • 4. Cuando Alexa Donovan escuchaba hablar sobre la muerte lo único que se le venía a la mente era el color negro. Hasta que en un giro vertiginoso de su vida se topó cara a cara con ella… o más bien con él: Jerid Collins es un Segador de Almas; una entidad con la responsabilidad de salvaguardar almas humanas en el Mundo Espiritual. Es él, acompañado por su huraña y epigramática actitud quienes comenzarán a cavar en la frágil entereza de Alexa, abriéndole las puertas a un mundo al cual pertenece sin saber que existe. Haciéndola abandonar su vida, la que creía gris y repetitiva, para el resto de su existencia. Los sucesos paranormales se desatan entre el bizarro dúo, e inclusive antes de que puedan conocerse del todo sabrán que algo los une de alguna manera. Un instinto antiguamente escondido para Alexa comienza a surgir desde su más oscuro rincón; alertándole del los peligros ocultos en cada esquina. No podrá huir de su destino, ni de su labor.
  • 5. Tan anhelada y a la vez tan odiada Oh, tú, salvadora de la agonía de mi alma Dichosos sean los dignos de tu mirada Y castigados los corrompidos por tu guadaña Te vi venir en mis sueños antes de advertir que llegabas. ¿Y qué puede hacer mi alma bienaventurada? Si es digna de tu compasión Bajo tus dedos me hago único, me hago invisible para los demás Y en la letanía de un sueño dorado puedo descansar.
  • 6. Prólogo. Londres, Inglaterra Año 1796 Humanos, ilusos e inocentes humanos, esos a los que sus ambiciones no los dejan ver más allá de sus narices, están destinados a un final sin derecho a réplica. Sus actos se les serán recordados el día del juicio final; y es allí, donde nace la historia de tres dimensiones paralelas, pero involucradas entre sí: Cielo, tierra, infierno. la primera y la última encargadas de velar por el equilibrio total de un planeta que ha sido creación divina del Jefe Supremo, así como también, de la custodia absoluta de la materia espiritual de los ególatras pecadores, salvándolos de su perdición, empleando un sistema infalible. “Todo aquel cuya alma sea pura, será bienvenido a su salvación, de lo contrario, arderá en las pailas del infierno. En un mundo oscuro del cual nunca podrá escapar” Esa vez de revuelo en la que las tres dimensiones conspiraban entre sí, el anochecer era tan inminente como el impacto de una bala, y tan oscuro como un pozo sin fondo. Cubría con su manto de tinieblas el terreno de un bosque repleto de árboles secos cuyas ramas parecían delgados dedos de esqueletos. Algunos de ellos, cercanos a una casa completamente consumida por las llamas vengativas de un fuego intencionado. El débil brillo de la luna rebotó vacilante en el cuerpo agitado de una joven mujer cual cabello yacía amarrado en un pequeño y desarreglado moño. Arrastraba con pesar y desespero su vestido rasgado, sucio y magullado mientras acurrucaba contra su pecho un libro de cubierta roja como la sangre. Procurando correr con la vida dependiendo de ello, luchando por ella, alejándose del siniestro que consumía la estructura rural de la época. Resaltaba en su cuello un medallón dorado de media luna que giraba sobre su propio eje, y al hacerlo mostraba la cara de un sol. El rostro de la joven de ojos marrones estaba lleno de pánico. Lágrimas se escapaban de sus párpados enrojecidos y agotados de tanta actividad, al igual que su cuerpo. Sabía del todo que no podía dejarse alcanzar por quien la perseguía, una guerra de adrenalina y pánico se desataba en su interior con la intención de fortalecerla. Ayudarla a sobrevivir. Pero aquello no fue suficiente, tropezó sin aviso previo y cayó en la tierra húmeda, vulnerable e indefensa…giró para mirar hacia atrás mientras un rayo veloz y brillante iluminó aquel instante. — ¡Por favor, no lo hagas! —suplicó ahogada en su llanto.
  • 7. Haciéndole caso omiso, la entidad escalofriante se acercaba a ella con paso firme, su cuerpo y rostro cubiertos completamente por una túnica oscura como la noche a su alrededor. Una extraña niebla rodeándole, persiguiéndole. La joven se arrastró por el suelo retrocediendo, intentando huir de su destino. Del cruel y despiadado destino que se acercaba hacia ella. Gimió al sentir una puntiaguda rama de árbol clavada en la palma de su mano, sintió sangre correr. Pero eso no hizo que sus ojos se apartaran. La enorme sombra se cernió sobre su cuerpo cuando estuvo a solo un metro. Un grito desgarrador se escapó de su garganta. Las manos de la entidad se abrieron como si estuvieran apoyadas sobre algo. Y entonces, una llamarada se extendió por el cuerpo de la atemorizada joven, calcinándolo por completo. El libro que llevaba salió disparado hacia unos metros lejos. La sombra esperó paciente a que el fuego se extinguiera, indolente ante lo que ocurría. Y cuando así fue, se acercó al cuerpo carbonizado de la joven, que hace segundos había estado viva. Y arrancó con crudeza de su cuello incinerado el medallón que intacto permanecía. Fue por el libro de cubierta roja, tomándolo entre sus manos. Luego se desapareció en la lúgubre oscuridad.
  • 8. 1 Venecia, Italia Cinco de enero año 2013 Presente Despierto de la angustiosa aventura creada por mi subconsciente, respirando entrecortadamente y con un enorme dolor en el pecho. Ante la conmoción, debo tocarlo con la palma extendida para asegurarme de que el corazón no saldrá desbocado de su lugar. Noto cómo mi camiseta blanca está bañada en sudor, y no solo la camiseta. Estoy sudando de la cabeza a los pies. Tomo asiento en la cama y fijo la mirada hacia el closet blanco que resalta en las paredes cafés de mi habitación, dejo escapar un largo suspiro sabiendo que es la duodécima vez en la que sueño con lo mismo. La misma chica, perseguida por una sombra, en un bosque que me da escalofríos. La queman viva de la nada y lleva consigo el medallón que me ha regalado mi padre. ¿Qué significa todo eso? ¿Por qué esa mujer lleva mi medallón? Me toco el cuello para brindarme algo de seguridad y confort, para sentir con mis dedos la valiosa joya. Pero un escalofrío sacude mi cuerpo. El medallón no está. — ¡Alexa Haylobeth Donovan Parkers!—exclama la voz regañona e inconfundible de mi madre desde el primer piso. Miro hacia la puerta de la habitación, aguardando por escuchar nuevamente su voz. Algo común si se trata de Emma Parkers. —Espero que ya estés despierta y tengas todo listo. Baja a desayunar — agrega autoritaria. —Está bien— le contesto alzando la voz, para que consiga escucharme.
  • 9. Escrudiño el suelo con la mirada, esperando encontrar el medallón. Me agacho en el suelo cerca de la cama para buscar debajo de ella. Nada, simplemente unos viejos zapatos azules y un viejo oso de felpa; además de polvo y algunas telarañas. Minutos después de haberme cansado de buscarlo el sueño repetitivo aún no sale de mis pensamientos ¿Acaso tenía algo que ver con esa mujer? —Para nada—me refuto a mí misma en el camino hacia el baño. Mi vida es tan monótona que veo esa posibilidad completamente nula. Tanto o más repetitiva que el sueño sangriento del cual no me he podido deshacer. Un nuevo recuerdo del rostro calcinado de la joven hace que se me ponga la piel de gallina y mi estómago ruge, no de hambre. Me observo en el espejo y las enormes bolsas oscuras bajo mis ojos es lo primero que diviso. Luego me fijo en mi cabello rojo chillón que podría verse a un kilómetro de distancia, y desarreglado, como cualquier mañana al despertar. Posteriormente, encuentro esos pómulos cubiertos de pecas, ojos verde esmeralda y con párpados caídos por el sueño. Mojo las manos en el grifo y luego las acerco a mi rostro. Me animo mentalmente a buscar el jabón especial —que según mi madre— sirve para opacar manchas en la piel, aunque tengo la convicción de que ha sido una total estafa. El susodicho está guardado detrás del compartimiento del espejo. Lo abro confiada, hasta que el rápido movimiento de una sombra hace que me sobresalte. Una mariposa negra sale disparada de un rincón hacia otro. Luego simplemente sale volando. Mis glándulas sudoríparas se activan nuevamente y mis pupilas se dilatan. Tengo un irracional miedo hacia las mariposas desde que tengo memoria. No hay razón alguna, pero simplemente es así desde pequeña. El revolotear errático de sus alas me hace sentir desconfiada, creyendo que en cualquier momento se estrellarán contra mi cara. El pánico se apodera de mí por un instante. La mariposa se escabulle por la ventana abierta del baño. Llego a creer que ese sueño definitivamente me ha dejado los nervios de toque. Cuando mi corazón comienza a latir con normalidad cierro el pequeño compartimiento tras el espejo, enjabono mi rostro y luego me cepillo con tedio. El frío comienza a picar en la piel de mis pies descalzos. Sin duda un recordatorio de época de invierno en Venecia. Recojo lo que queda de mis pertenencias y las añado a la maleta. Cuando desalojo el baño un sentimiento de nostalgia me invade. Admiro con detenimiento mi habitación… vacía. Las paredes cafés ya no están adornadas con posters de The Beatles, Nirvana o Andrea Bocelli. Los muebles se encuentran cubiertos con
  • 10. plástico, y mi ropa está ya empacada. Me iré dentro de unas horas y debo dejar la casa que tanto quiero. Y el país en donde me he criado desde los siete años. Regreso a Los Ángeles, el lugar donde he nacido. Pero eso no me alegra demasiado. Lo único que me hace pensar positivamente es que por fin veré a mi padre después de tanto tiempo. Saco ropa de mi equipaje. Vaqueros cómodos acompañados de un suéter blanco, una chaqueta marrón y una bufanda fucsia. Además de zapatos cafés, bajo completamente despierta por las escaleras de madera que están justo frente a la puerta de mi habitación; deambulo por la sala y advierto pesadamente que los muebles color vino tinto que antes la hacían parecer elegante ya están cubiertos por sábanas. Los retratos han desaparecido, dejando en la pintura cuadriculas más claras como único recordatorio de su existencia. Por supuesto, ya han pasado cinco días desde que mi madre anunció que nos iríamos de Italia, noticia que me dejó completamente desorientada. Pero sé el por qué: Estados Unidos le ofrece más y mejores propuestas de trabajo. Eso es mejor que un pequeño puesto en una pastelería. Que es lo que ella tiene. —Buongiorno— le saludo a mi madre cuando llego a la cocina. Su cabello rubio está recogido en una cola de caballo baja y desarreglada. Está limpiando las hornillas de la cocina, y cuando me escucha se gira para sonreírme. Con la dulzura de sus facciones brillando más que nunca. —Good morning— Corresponde el saludo con un acento estadounidense que no me llega a gustar ni un ápice. Mi sonrisa se desvanece abruptamente. Me tumbo en una de las sillas de la mesa redonda, ya sin el mantel que tantas veces tuve que lavar a escondidas antes de que mamá supiera que lo había manchado de Nutella. Solo hay un plato de pancakes cubiertos de miel y a su lado un vaso de vidrio lleno de zumo de naranja. — ¿Tienes todo listo? — me pregunta, volviendo su atención a su labor. Me ha perseguido todo este tiempo recordándome que no puedo dejar nada, como si no lo supiera. Trago un poco de jugo y le contesto: —Supongo que sí…Oye mamá... ¿Has tomado mi medallón sin decirme?
  • 11. Se detiene en seco y vuelve a mirarme. Su expresión me hace saber que no tiene ni la más mínima idea de lo que le estoy hablando. La he embarrado, aquí viene mi regaño: — ¿Acaso volviste a perder tu medallón, Al? —me interroga frunciéndome el ceño. — Ya es la tercera vez—advierte. Trago grueso. Odio verla molesta. Lo odio tanto como las noches acaloradas de verano. Preferiría morirme de hipotermia. —Lo tenía antes de dormir. Desperté y ya no lo tenía puesto— Aseguro. —Sí, claro. Seguramente desapareció por arte de magia— mofa irónica—No sé cómo vas a hacer, pero debes encontrarlo antes de irnos— dice con cierto tono de amenaza, meciendo su dedo índice acusador. —De acuerdo. Justo al terminar de comer recuerdo que debo visitar a July, esta será la última vez que la veré…, la última vez que estaré con mi mejor amiga. En realidad, la única que tengo. Hemos sido amigas un año después mi llegada a Italia. No soy exactamente un imán de amigos. Me despido de mamá y abro la puerta de la casa. Una brisa helada hace que me acurruque con la chaqueta. Camino por el pequeño muelle hasta la góndola anclada cerca de él y subo a ella. Elevo el ancla que salpica agua en mis zapatos y luego tomo el remo para comenzar a alejarme de la casa. Me informo que también será la última vez que veré los hermosos canales de Venecia, esos que a pesar de vivir allí por tantos años no me aburren para nada. El remo está gélido y me hace lamentar no llevar guantes, también el banco en el que estoy sentada. De hecho todo está frío. Navego hasta que puedo divisar la casa de July a unos metros. Una casa bella, más que la mía. Lo que más atrae las miradas es el tejado y las paredes de ladrillos rojos. Recuerdo por un instante la ausencia de mi medallón y me siento insegura, no solo en un aspecto. Escalofríos repentinos comienzan a atacar mi cuerpo. El corazón se me acelera sin ningún motivo aparente…y eso no es todo, sentía el aire pesado a mí alrededor. No le encuentro explicación hasta que consigo echarle la culpa a la niebla espesa que se instala haciéndome dificultoso ver por dónde voy. Llego hasta el pequeño muellecillo de la casa de July. Al fijar la mirada en la puerta de entrada puedo ver a mi amiga allí, esperando con los brazos cruzados, visiblemente
  • 12. muerta de frío bajo su fino abrigo. Esbelta y refinada como de costumbre. Aunque no esté muy arreglada sigue siendo linda. Algo que admiro. Aun con mi misma edad, July es totalmente opuesta a mí: Unos quince centímetros más alta que yo, su rostro es delgado…yo tengo mejillas prominentes. Su cabello castaño claro de medio lado y su piel blanca; pero no tanto como la mía. Ojos color miel y una muy tierna sonrisa. Que en esta ocasión no puedo encontrar. Cuando me bajo de la góndola una lágrima se resbala por su mejilla. Me contagia la melancolía. —Eres una boba, Alexa— Dice casi sollozando. —No encontraré una amiga como tú. Supongo que tienes razón— le contesto, intentando no sonar triste. Pero es imposible. Tantos años de amistad yéndose, esfumándose en gran parte gracias a la distancia que ahora nos separará. July se acerca hasta mí acunándome en sus brazos. Le correspondo sin pensarlo, sabiendo que voy a extrañar a la loca y alegre chica que me hace sentir mejor conmigo misma. —Quiero que sepas que yo, Julian Marcucci nunca…escúchalo bien, nunca voy a olvidarte—dice con la voz quebrada. Se me forma un nudo en la garganta. — ¿Me invitas a pasar por última vez a tu casa? —pregunto con un ardor extendiéndose en mi garganta. —Por supuesto— Afirma soltando una amarga sonrisa. Se hacen las tres de la tarde con una rapidez increíble. Recordando momentos inolvidables con July, momentos que, al igual que el pasado, no regresarán. Además de tomarnos nuestras fotografías de recuerdo. La despedida ha sido lo peor que pudo haberme ocurrido en todo el día. Sé muy bien que sería la última vez, aunque July me ha prometido que nos veremos nuevamente si logra viajar a Estados Unidos. Pero en el fondo, sé que eso no es tan fácil.
  • 13. Ya en la góndola navego de regreso a casa, lágrimas comienzan a escaparse discretamente de mis ojos. Ya no tendré a mi mejor amiga, y tampoco el hermoso paisaje de Venecia ante mis ojos. Una nostalgia tremenda me azota. Limpio con cuidado las lágrimas mientras me fijo en el frío clima que es la atmósfera a mí alrededor. Estoy sola, no hay nadie navegando por los canales, algo extraño a estas horas. Las góndolas están estacionadas y parecen ser las cinco de la tarde, en vez de las tres. La neblina no se ha ido, parece empeorar a cada segundo. De pronto, un brillo peculiar obliga mis ojos a mirar. Inmediatamente mis ojos se dirigen hacia él. Es el reflejo del muy tenue sol reflejado en algo dorado. Enfoco bien los ojos en aquel objeto. Es mi medallón. Atónita, casi es como si mi quijada cayera al suelo de la góndola. Observo con más cuidado esta vez, y definitivamente no estoy alucinando. Mi medallón cuelga sutilmente de la proa puntiaguda de una góndola roja, que está anclada en la orilla. Un centenar de preguntas inundan mi mente ¿Cómo puede ser posible? Encabeza la lista. Es inextricablemente abrumador. Remo con cuidado hasta estar unos metros cerca de la embarcación. No quiero acercarme mucho y dañar la pintura, o incluso la estructura. El medallón está meciéndose con el viento, esperando por mí. Estiro el brazo intentando alcanzarlo, pero entonces, una inesperada ráfaga de viento helado hace que el susodicho caiga al agua. En el momento no pienso en lo que puede suceder. Solo estar concentrada en recuperar lo que me pertenece. Pensé que lo atraparía en el aire, y es un error que me lleva a caer de cabeza hacia el agua fría. De inmediato mis extremidades se entumecen. Pero debo encontrar mi medallón, y el agua fría del canal no va a impedírmelo. Me armo de valor, tomo aire y bajo hasta lo profundo, No es la primera vez que caigo al agua (por accidente o voluntad). Un rayo de esperanza sigue brillando en mí, ese mismo me dice que no debo rendirme. Ese medallón no es cualquier cosa, significa mucho para mí. Porque a pesar de la distancia entre mi padre y yo, hay algo en él que me hace sentir cerca de papá. Me estoy quedando sin aire viendo cómo el objeto más preciado que tengo baja con cuidado hasta el fondo, eso me anima a nadar más rápido. Se posa en una roca cubierta de moho y algas, extiendo mi mano para alcanzarlo. Aquí todo está más oscuro, por eso mi vista empeora y casi no puedo ver nada. Cuando al fin logro sentirlo entre mi mano un alivio me reconforta, quiero subir lo más rápido posible a la superficie. Pero algo repentino sucede: mi brazo ha quedado atascado en algo,
  • 14. impidiéndome subir. Bajo la mirada mientras mi corazón late fuertemente necesitando más oxígeno. La única luz proveniente de la superficie me permite ver algo que nunca imaginé: una mano huesuda y pálida sosteniéndome fuerte. Su tamaño es pequeño, se aferra a mi chaqueta tan fuerte que por un momento pienso que la romperá. Tras de un montón de algas verdes y onduladas una sensación invade mi cuerpo, un rostro comienza a asomarse; mis mejillas se desinflan con cada segundo restándome oxígeno valioso. Se revela ante mí el rostro pálido de un niño. Tan incoloro como hoja de papel, sus pequeños labios al igual que sus párpados están cubiertos de un morado claro. Su cuerpo puedo verlo al bajar la mirada, cubierto por harapos sucios, desgarrados y desgastados. Con los ojos grandes y oscuros cual noche sin estrellas; se hallan repletos de una infinita tristeza, que por poco me encoge el alma. Su cabello café y corto flota al igual que el mío, que comienza a estorbarme en el rostro. No consigo entender qué es lo que está pasando frente a mis ojos, ni por qué estoy en el fondo de un canal de Venecia arriesgando mi pellejo por el medallón que osa desaparecerse a diario de mi vista. Entonces, cuando el silencio parece de nunca acabar, todo a mí alrededor se hace más y más oscuro. Miro al niño frente a mí, el mismo que sostiene mi brazo. Como algún tipo de absurda pesadilla, una sonrisa deforme comienza a dibujarse en su boca mientras inclina la cabeza. Su piel comienza a tornarse verde y repulsiva. De sus labios deformes un grito desgarrador se escapa ensordeciendo mis oídos. El poco aire que me resta se escapa de mis pulmones cuando abro la boca al querer gritar. Tiro de mi brazo dando patadas para liberarme y no tengo éxito, en lugar de ello me hundo más. Contemplo aterrada la manera en la que su rostro comienza a tornarse más asqueroso y siniestro: los ojos se le escapan de sus órbitas, sus piernas se desprenden. Con la poca fuerza de la que soy poseedora tiro nuevamente de mi brazo, y lo puedo lograr. Desesperada por salir de allí lo más rápido posible nado a toda marcha hacia la superficie, apartando con las palmas y las manos el agua para impulsarme hacia arriba. Asomo mi cabeza al brincar del agua y tomo aire en una brusca exhalación. Sollozos comienzan a escaparse de mi boca ante las horrendas imágenes que procesa mi cerebro. Chapuceo hasta la góndola y mi instinto de supervivencia es el único que me ayuda a aferrarme a la orilla y lanzarme a ella. — ¡Auxilio! — Grito ahogada en llanto y agua. — ¡Auxilio!
  • 15. Los pulmones comienzan a fallar, toso erráticamente. El sonido del agua me alerta de la presencia de alguien….alguien está cerca. Desesperada poso los ojos inquietos hacia donde proviene el ruido y puedo ver que alguien se acerca remando con rapidez. No puedo recordar su nombre pero sé de quién se trata. Un chico de piel morena y ojos color miel, de cabello rizado y largo. -Carlo el de la pastelería- jadea repentinamente mi propia voz interna. — ¿Alexa? — él pega su góndola contra la mía. Descontrolada y completamente asustada salto hacia la góndola de Carlo. Él y yo somos simplemente conocidos, nunca hemos charlado. Pero poco me importa en esta circunstancia. Me acurruco en sus brazos mientras no dejo de temblar, flashes se disparan en mis ojos, haciéndome recordar lo sucedido. — ¡El niño….el niño!—sollozo mientras las palabras se atascan en mi garganta. El rostro de Carlo muestra confusión total. Pero me ha recibido en sus brazos sin ningún impedimento. Yo estoy demasiado asustada como para hablar con claridad. — ¿De qué hablas? ¿Qué te ha sucedido?—pregunta apartando mechones de cabello de mi rostro. Intento respirar profundo para poder hablar, poder recuperarme. Predigo que en cualquier instante me desmayaré. —Hay un niño…en el agua—Logro decirle. Frunce el ceño, negándose a entenderme. Escalofríos recorren mi cuerpo nuevamente, estoy en shock. — ¿Un niño? ¿Un cuerpo? —quiere saber. Me niego rotundamente a responder. Un ardor inmenso inunda mi garganta. Las lágrimas no dejan de brotar de mis ojos hinchados, balbuceo constantemente. Me pego al pecho de Carlo mientras niego con la cabeza, noto cómo él comienza a mecerme, ayudándome a encontrar la calma…
  • 16. Han pasado tres horas desde el terrorífico chapuzón. No encuentro coherencia alguna, no cabe en mi mente la posibilidad de haber visto algo así. Algo que no es nada normal, de hecho se asemeja a una de esas películas de terror que mamá alquila para ver juntas en la noche de un aburrido fin de semana. No he querido mencionarle el porqué de mi caída al agua para recuperar mi medallón, le he dicho que caí por accidente sin detalle alguno. -Por amor a Dios, Alexa- suplica mi mente silenciosa. Dentro de unos años voy a graduarme y seré una doctora, dispuesta a desempeñar el oficio y comenzar mi carrera, lo que me hace sentir aún peor. Se supone que los doctores siempre son coherentes, razonables y tienen respuesta a todo… ¿O quizá no? Estoy enrollada en un grueso y afelpado edredón que ha sacado mamá, luego de que Carlo me ha traído a casa, para luego irse a buscar a la policía. Mamá está con el rostro entre las manos y los codos apoyados en las rodillas, justo en frente del sofá grande en donde me encuentro yo. El azul hermoso de sus ojos se ve empañado por manchas rojas, efectos de la preocupación que ha sufrido por mí. Y todo por lo que me ha pasado. Lo menos que quiero en la vida es hacer sufrir a mamá, pues ella es todo para mí. El timbre de la puerta principal suena. Mamá corre hasta ella, enroscando el picaporte para abrirla. Al ella hacerlo me encuentro con el comisario Marco Lovvan, un miembro respetable de la policía de Venecia, sus ojos cafés se posan en mí y con su mano rasca su barba descolorida. Permanece de pie ante mí, con una expresión de desagrado e incredulidad que ya conozco. —Señorita Donovan, señora Donovan— se dirige a ambas con aparente calma. — Hemos registrado el área donde supuestamente la señorita Donovan vio a un niño. Lamento informarles que no encontramos absolutamente nada— informa con notable sorna. Miedo brilla dentro de mí. Luego de un pequeño recuerdo de todo lo que ha acontecido. No puedo estar loca, he visto a un niño. Un niño que tenía aspecto de cadáver… —Comisario, ¿Está usted seguro?— Interviene mamá —Estamos en Venecia, puede ser que un niño haya caído al canal y entonces… —Absolutamente no, señora Donovan— Interrumpe Lovvan en un intento fallido por sonar cortés. —No ha habido casos de ahogamiento de menores desde hace un buen tiempo. Debo presumir que mis oficiales y yo hacemos un buen trabajo, velando por el bienestar de los venecianos.
  • 17. — ¿Cuándo fue la última vez? —Pregunto repentinamente, sin siquiera saber de dónde proviene aquella pregunta. El comisario Lovvan hace una mueca, pareciendo fastidiado. —Cuatro años, un niño llamado Nathaniel D’onnor— contesta de brazos cruzados. — Un secuestro. El malhechor ató un bloque a sus pies. El cadáver fue hallado muy cerca del lugar en donde usted cayó, señorita Donovan— se dirige a mí. Una extraña necesidad de ver el rostro de aquel niño me invade, desesperada por hallarle una respuesta coherente a lo sucedido. Aunque estoy insegura de lo que suplica mi conciencia. — ¿Cree usted que pueda encontrarme una foto de ese niño? —pregunto, curiosa y con desdén. Lovvan alza una ceja, luego ambas. Bufa, como si se tratara de un mal chiste. —Duré tanto tiempo buscando a ese niño que su foto se ha quedado en mi cartera— Habla irónico. Comienza a rebuscar en sus bolsillos, de allí logra sacar una cartera de cuero café, la abre con lentitud agobiante para mí. Y saca una pequeña fotografía. —He olvidado sacarla, pero este es el niño—dice mientras me acerca la fotografía. La tomo entre mis manos entretanto mis ojos se van cristalizando. Una briza gélida sopla sobre mi nuca cuando puedo advertir silenciosamente que es el mismo niño que he visto, bajo el agua. Las manos comienzan a temblarme erráticamente, pierdo el control y la pequeña fotografía se mece hasta caer al suelo. Escucho los pasos de mamá acercándose hasta mí con rapidez. —Hija, ¿Qué te sucede? ¿Te sientes mal? — Pregunta acariciando mi cabello. Hago un esfuerzo sobrehumano por controlar las lágrimas que se escapan de mis ojos. Mamá no entendería esto, —que ni siquiera comprendo yo— lo único que podía hacerle al decírselo era preocuparla más, amargarle la vida. Y ya ha sido suficiente con mi enfermedad. Lovvan carraspea la garganta para llamar nuestra atención. —No me diga que usted ve espíritus, señorita Donovan—Insinúa con burla. —Eso sí sería una locura.
  • 18. Retengo mis impulsos de arrojar por la ventana al comisario Lovvan y limpio mis lágrimas con torpeza. No puedo decir lo que ha sucedido, creerán que estoy loca. Ni siquiera yo misma sé cómo ni por qué, pero realmente he visto a ese niño, y si ya está muerto, lo más probable es que lo que yo he visto sea su alma en pena. Un escalofrío corre por mi espalda. ¿Acaso eso realmente existe? —No se preocupe, comisario. Creo que mi mente me ha jugado sucio— digo intentando sonar más relajada. —Ya puede irse. El comisario suelta una carcajada y luego niega con la cabeza. —Así lo haré. Que tengan buen viaje, familia Donovan—se despide, agachando la cabeza. La puerta se cierra y quedo con mamá agachada a mi lado como mi única compañera. — ¿Estás segura, Al? — Pregunta, llena de preocupación. Inhalo y exhalo, para poder hablarle. —Si mamá, no te preocupes. En serio, estoy bien. Mamá niega con la cabeza. —Sabes que esto me preocupa, Alexa. Hace un mes dejaste de tomarte tus medicamentos, temo que eso pueda causarte algún mal, cariño—dice, causándome un tenue dolor. —Estoy bien— Insisto —Ese trastorno no podrá conmigo… —Al, la bipolaridad no es cualquier cosa y eso tú y yo lo sabemos bien, por favor, no dudes en decirme si te sientes mal. Deja de preocuparte tanto por mí. Tómate esto en serio—pasó de estar preocupada a hablar con un tono autoritario. Tiene razón, pero sé que lo que ha sucedido no tiene nada que ver con el trastorno bipolar que desde los ocho años padezco. Hay algo interno que me dice que es ajeno a todo eso. —De acuerdo—Contesto, intentando calmarla.
  • 19. Una pequeña sonrisa se dibuja en su boca. En la mesa cerca de mí está el medallón por el cual he caído repentinamente al agua. Mamá lo alcanza con su mano y toma la mía, depositándolo en la palma extendida, causándome otro escalofrío. —Toma tu medallón. Tomaremos nuestro equipaje y nos iremos al aeropuerto— anuncia. Asiento obediente y me levanto del sillón. Se hacen las ocho con treinta de la noche cuando mi madre y yo bajamos del taxi hasta el Aeroporto Internazionale Marco Polo Di Venezia. El frío es casi torturador, me retuerzo en mi chaqueta y camino junto a mamá arrastrando nuestro equipaje. No hay mucha gente en él, los pasajeros esperaban tranquilos por la salida de sus vuelos. Tomamos asiento y nos disponemos a aguardar por el nuestro. En algunas horas, estaremos reunidas con papá, quien nos ha enviado el dinero necesario para poder irnos. No pasa mucho tiempo cuando una voz femenina anuncia que nuestro vuelo es el siguiente. Mamá se levanta tan rápido que me asusta un poco. Caminamos hasta llegar a la plataforma que nos lleva a abordar el avión. A pesar de que he abordado uno varias veces en los viajes que antes mi mamá hacía frecuentemente a Roma, esta vez tengo algo de nervios. Ya en nuestros asientos la aeromoza comienza con su rutinaria explicación de seguridad ante cualquier posible accidente; posteriormente mamá y yo abrochamos nuestros cinturones, el avión comenzó a despegar al cabo de unos minutos más. Rezo en voz baja, temiendo por la seguridad de mi madre, y de todos los que viajábamos en este avión de noche. Luego simplemente me aferro a mi medallón, recordando que muy pronto mi familia estará nuevamente reunida. A pesar de mi miedo a una repentina turbulencia las ganas de descansar se hacen presentes, y no es para menos, después de lo que me ha sucedido hace unas horas lo que más merezco es dormir aunque sea por unas horas. Me inclino hacia mamá, casi puedo oír leves ronquidos de su parte. Por lo menos ella si está descansando. Este es un nuevo comienzo…
  • 20. 2 «Se les anuncia a todos nuestros pasajeros nuestro exitoso aterrizaje en la ciudad de New York, Estados Unidos. Por favor desabrochen sus cinturones y disfruten de su estancia» La voz a través de los altavoces es suficiente para hacerme despertar. A mi lado, mamá bosteza con tedio y estira sus brazos. Corro la cortina que cubre la ventanilla y una sucesión de varios edificios en el horizonte se hace presente. Una ciudad muy cosmopolita para mi gusto, aunque esta es New York, no Los Ángeles. Es una simple escala en el aeropuerto John F. Kennedy, de allí tomaremos otro vuelo hasta el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Por un breve momento no puedo creer que estemos en USA. Sacamos nuestro equipaje de los cajetines que están justo arriba de nuestros asientos y nos acercamos a la puerta, comenzando a bajar por la plataforma mientras yo acomodo mi bolso en el hombro. El sol está fuerte y comienza a darme calor, sintiendo la necesidad de deshacerme de mi chaqueta de cuero negra. Por suerte entramos rápidamente a la sala del aeropuerto donde más pasajeros esperan. El escenario es diferente al del aeropuerto en Italia, hay personas por todas partes. Ni siquiera hay un puesto libre para sentarse. Escucho a mamá soltar un suspiro de cansancio justo a mi lado, mientras acomoda su blusa rosa. Esperamos aquí, varadas con nuestro equipaje en mano listo para la revisión. Luego tuvimos que seguir esperando. Treinta minutos después de que mamá comprara los boletos para el vuelo hacia Los Ángeles, el vuelo fue anunciado por una voz masculina. Abordamos la nave luego de diez minutos más, y ya vamos volando hacia Los Ángeles. Allí, incómoda por el silencio, mientras mamá lee con atención una revista que ha comprado decido buscar en mi bolso cruzado pequeño mi ipod Shuffle color morado. Acomodo los audífonos blancos en cada oreja y le doy play a la música. Poco a poco la tensión que comenzaba a sentir se va aliviando. Horas más tarde, una leve turbulencia me hace reaccionar, arranco los audífonos de mis orejas y escucho a una mujer hablando: «Se les informa a nuestros pasajeros que ya hemos aterrizado exitosamente en la ciudad de los Ángeles…» la mujer continúa hablando pero no le presto atención, me coloco los audífonos de nuevo, exhausta por tantas horas de viaje.
  • 21. Repetimos los pasos anteriormente hechos en New York y tomamos nuestros respectivos asientos, ya dentro del aeropuerto. Debemos esperar a papá, aunque con la cantidad de personas que hay seguro va a ser complicado que nos encuentre, Hay más pasajeros que en New York. A eso se le suma que no he visto a mi papá desde que tenía catorce años. Le había guardado rencor por un tiempo, pero a medida que fui creciendo comprendí el porqué de la distancia. Con el pasar de los años su empresa fue creciendo sin detenerse, cada vez nos mandaba más dinero a mamá y a mí, eso rectifica que se ha convertido en un empresario exitoso, y que no puede abandonar su trabajo de la noche a la mañana. — ¿Tienes hambre? —pregunta mamá, sacándome de mis pensamientos. Niego con la cabeza, aunque si tengo un poco de hambre lo que más me interesa es ver a mi padre pronto. —Tenemos que comer, creo que el aeropuerto tiene un cafetín. —Mamá, tú si tienes hambre ¿Cierto? — pregunto enarcando una ceja. Suelta una pequeña carcajada, dejando en evidencia que yo tengo razón. —Sí, pero ya le dije a tu papá que estaríamos aquí, así que mejor esperemos a que llegue— Informa, prestando atención a su teléfono. Aún llevo mi ipod entre las manos, allí no está haciendo nada. Por eso me animo a colocármelo nuevamente y a dejarme llevar por la música. La gente pasa en frente de nosotras, mientras la canción suena, «el mundo…no se detiene ni un momento». La voz de aquel cantante es mi mejor calmante y distractor. En medio de aquella multitud, la presencia de alguien llama repentinamente mi atención: Un hombre, bastante alto, y esbelto se encuentra de espaldas. Mis ojos se entrecierran para conseguir verlo mejor. Notar que, inquietantemente, un extraño color grisáceo le rodea, asemejándose a un aura rara y algo brillante. Las personas se van apartando, todo parece suceder en cámara lenta ante mis ojos, sin nadie que me obstruya la vista puedo contemplarlo completamente, parece tener unos veinticinco años como máximo. Él comienza a caminar hacia la derecha, mientras yo no puedo dejar de estudiar su perfil y preguntarme a qué se debe el color que emana de su cuerpo. Él va vistiendo un smoking negro sin corbata, tan pulcro como los zapatos del mismo color, impecable de pies a cabeza. Su cabello castaño oscuro pareciera ser inmune a cualquier ráfaga inoportuna de viento. A medida que mi curiosidad aumenta, un extraño
  • 22. sentimiento de incomodidad también lo hace. Lentamente, su cabeza va girando hasta donde yo estoy, es allí cuando sus ojos me avizoran. Azules, tan claros que llego a pensar que es una especie de ilusión óptica proporcionada por la claridad del cristal a un costado de él, nunca en mis diecinueve años he visto ojos así. Su andar se detiene bruscamente. Entonces, comienzo a sentir una ansiedad terrible, una especie de temor que nunca antes he experimentado. Aquel sujeto está escrudiñando en lo más profundo de mí ser. Lo siento, como si estuviera invadiendo mi sistema, algo que no puede ser hecho por una persona común y corriente. Frío casi insoportable comienza a expandirse por mi cuerpo, ¿Cómo puede ser eso posible, si todos en aquel aeropuerto luchan por escaparse del calor infernal que hay afuera? La música que antes escuchaba se ha vuelto casi inaudible para mis oídos. Llego a creer que el tiempo se ha congelado en un instante, hasta que el sujeto al que miro sigue su camino, desapareciendo de mi vista, sus ojos me abandonan. Desesperada por seguirle el rastro, me levanto de mi lugar, entumecida y en un grado alto conmocionada, colocándome de puntillas para lograr ver en medio de tanta gente. Aquel extraño hombre me ha provocado un miedo terrible, pero a su vez, ha picado mi curiosidad. Y ahora necesito averiguar si lo que estuve viendo es real, o en verdad estoy comenzando a alucinar con cosas inexistentes. — ¿Al? —la voz de mi madre se repite varias veces, lenta y tortuosamente. —Ya vuelvo—le contesto, mi voz se escapa frívola y absorta de mis sentimientos. Intento quizá de parecer calmada ante sus ojos. Comienzo a caminar rápido, siguiendo el mismo camino por el cual razono que está caminando aquel hombre, apartando gente entre codazos y empellones, comienzo a abrirme paso y a caminar más rápido, mis pasos veloces se vuelven zancadas cuando empiezo a correr mirando hacia todos lados, el corazón se me desboca. Me detengo en seco rápidamente, detrás de un hombre cuya edad es avanzada está aquel sujeto. El extraño campo grisáceo que le rodeaba no ha desaparecido, él aguarda allí, tranquilamente, mirando a ese señor con una pericia malévola que me eriza la piel. Su aspecto dominante, poderoso, le calculo al menos 1.80 de altura con el poco razonamiento que poseo en estos momentos. Se da cuenta de mi presencia, mirándome por encima del hombro del señor que está frente a él. Esos ojos sobre mí nuevamente, mis piernas comienzan a temblar. Luego empiezo a sentir un frío incluso más fuerte que el que ya había sentido.
  • 23. Desvío la vista hasta el señor que permanece conversando de pie con una señora frente a él. Parece estar tranquilo, hasta que súbitamente se lleva una mano al pecho. De pronto, de una manera sorpresiva, su ceño se frunce y su respiración se vuelve irregular. Atónita ante lo que ocurre me acerco más, a pesar de que el frío se incremente con cada paso que me atreva a dar. — ¿Richard? —le llama la mujer frente a él. El hombre estruja su pecho, como si en él le hubieran clavado una daga. Sus piernas comienzan a temblar, su rostro se enrojece, su frente se llena de sudor. Finalmente, el sujeto cae al suelo llamando la atención de las personas que están cerca, soltando suspiros y gritos de asombro. Un montón de curiosos se acumulan alrededor de ellos y de mí. — ¡Richard, amor!— Grita su acompañante lanzándose de bruces en el suelo junto a él. La desesperación brota de sus palabras. Un hombre se acerca rápidamente, y toca la muñeca del señor que yace en el suelo con los ojos abiertos sin parpadear ni moverse. Su cara de sorpresa me deja saber lo que ha pasado. —Señora, este hombre ha muerto—anuncia el hombre, con pesar, ojos amplios y consternados. Infarto fulminante. La mujer se niega a creer lo que está pasando, echándose a llorar. Abro la boca aterrada y la cubro con mis manos. La mujer solloza histéricamente mientras el hombre que ha anunciado la muerte del señor se pone de pie siguiendo conmocionado. Dirijo mi mirada hasta el hombre que hace tan pocos segundos había estado persiguiendo, y permanece allí, como si nada malo hubiera ocurrido, sin dejar de mirarme. Las personas comienzan a amontonarse más, estrujando mi cuerpo. Tengo ganas de salir corriendo, huir despavorida de aquí, no comprendo nada de lo que está sucediendo. De pronto sin quitar la mirada del hombre del aura gris, percibo el tacto de una mano que tira bruscamente de mi brazo, obligándome a salir de la multitud curiosa, trastabillo y encuentro con los ojos a mamá, casi furiosa. —Alexa, ¿Cómo se te ocurre desaparecerte de esa manera? — pregunta ella enojada. —Lo siento— pido disculpas, apenada.
  • 24. — ¡Jesús, me has preocupado tanto!…tu padre ya está por llegar—dice mientras aún tira de mi brazo, conduciéndome lejos de donde estaba. Volteo nuevamente, en búsqueda exhaustiva de aquel extraño sujeto, pero ya no puedo verlo, de hecho, pareciera que nunca estuvo allí, ¿Nadie aparte de mí pudo verle? —Vamos, vamos—Insiste mi madre tirando nuevamente de mi brazo. Acelero el paso para acoplarme a ella, nos dirigimos hasta los asientos que hace unos minutos habíamos ocupado, cerca de ellos permanece inquieto otro señor, de espaldas a nosotras, mientras revisa su teléfono con aparente impaciencia. A mi lado, mamá se ha quedado perpleja. El hombre gira y entonces comprendo todo. Ojos grises, cabello café con algunas canas, y una cautivante sonrisa…ese es mi papá. Nota nuestra presencia y se sorprende bastante, olvidando casi por completo del teléfono que tiene en su mano. — ¿Alexa? — murmura boquiabierto. Mi madre me dirige una sonrisa nerviosa, entonces, ladea la cabeza señalando a mi padre. —Hola, papá— le saludo en tono neutral. Todavía estoy conmocionada con lo que he visto hace unos minutos. Intento desesperadamente controlar mis fluidas emociones. Me acerco a él y me rodea con sus brazos, abrazándome. Dios, cuanto había necesitado eso y no me había dado cuenta. La tensión y el temor poco a poco van evaporándose. —Hola, Oliver— Saluda mamá, de brazos cruzados. —Hola, Emma— Responde mientras yo permanezco cerca de él. Incómodo, a pesar de que no se han divorciado mamá y papá no se la llevaban muy bien, no parecen un matrimonio, la distancia ha estropeado casi todo, no lo comprendo muy bien. Aunque tal vez aún brilla una esperanza…pero mi materia gris no procesa dicha especulación, puesto que está total y completamente ocupada sobre los hechos inquietantes que acaban de presentarse. —Bien—habla él, animosamente —Vamos a casa, hay que hablar muchas cosas.
  • 25. Bajamos del auto de papá frente a una gran casona de colores pasteles. Amplios ventanales le dan un aire moderno y hermoso, la estructura es admirable, un deleite repentino para mis ojos, ¿Vivir aquí? Papá se aproxima a mí, seguramente nota mi expresión de asombro (A pesar de que no soy una amante de la modernidad) esta casa ha llamado mi atención; acaricia mi cabello mientras comenzamos a caminar, detrás de nosotros escucho los pasos de mi madre. Busca en los bolsillos de su elegante pantalón un llavero metálico que une al menos nueve llaves. Escoge una de ellas y la hunde en el picaporte de la gran puerta central. La puerta al abrirse da paso a una hermosa sala con grandes sillones de cuero, paredes blancas y un piso inmaculado. —Bueno, bienvenidas a su nueva casa—anuncia papá dando un pequeño giro para mostrar su entorno. Mi casa en Venecia es una ratonera comparada con esta mansión. Es un buen comienzo, tal vez deba cambiar mi carrera de medicina y dedicarme a ser ingeniera, quizá corra con la misma suerte. No, definitivamente no haré eso. La presencia de alguien más en la sala me hace volver de mis propuestas internas. Resulta ser una señora de uniforme negro y delantal blanco que se aproxima a nosotros con una sonrisa. Su cabello algo canoso está recogido en un moño bajo su nuca. Su aspecto es pulcro, profesional, pero evidentemente dulce. —Señor Donovan—Saluda en tono servicial — ¿En qué le puedo ayudar? —Oh, Marie— Papá esboza una sonrisa —Quiero presentarte a mi hija, ella Alexa— ladea la cabeza hacia mí. Extiendo la mano y la estrecho con la de Marie, sonriendo. Su palma carrasposa es señal de arduo trabajo. Inmediatamente la admiro, porque me inspira confianza, esfuerzo…, tenacidad. —Y ella es mi esposa—se gira hacia mamá. Ella, visiblemente no muy convencida de las palabras anteriormente dichas por mi padre, acepta estrechar la mano con Marie. Pero no deja de mirar a mi progenitor con una advertencia silenciosa.
  • 26. —Bienvenidas, será un placer servirle a dos mujeres tan bonitas— Alaga Marie, mamá y yo sonreímos con cierta complicidad. —Muchas gracias. ¿Quieren algo de comer o tomar? —Ofrece papá. Mi madre y yo negamos con la cabeza. Por mi parte, no creo que mi estómago acepte algo por ahora, internamente aún soy un manojo de nervios, pero intento no parecerlo frente a mis padres. —La verdad quisiera aclarar ciertos asuntos, Oliver— Interviene mamá, adusta. Mi padre levanta las cejas a señal de que comprende. La expresión es seguida por un exasperante silencio. —Bien, vamos a mi despacho—Dice. —Ah, y Marie por favor, dile a Guillermo que baje las maletas— pide con decente carisma. Marie asiente obediente y camina, desapareciendo por otra amplia puerta, a la derecha. Papá nos hace subir por las sencillas pero bellas escaleras de caracol hasta una habitación equipada con un escritorio de madera y cómodos muebles. Paredes de color café claro que le dan un tono de elegancia, recordándome mi antigua habitación. Cuando se sienta frente a nosotras, mi padre nos mira con una sonrisa en los labios. —Verás, Alexa. He hecho todos los trámites para que comiences con tus estudios aquí lo más pronto posible. —Informa papá apoyado en su escritorio. No sé si esa noticia me gusta o no. —Qué bueno, ¿Cuándo comienzo?—quiero saber, apoyando mis codos en el escritorio. —Mañana mismo—afirma con alegría. Tanta es mi sorpresa que mis codos resbalan del liso escritorio de madera, había confiado tanto mi peso en él que por poco entierro la barbilla en la dura superficie. — ¿Qué? ¿Tan rápido? —Es lo correcto, no debes atrasarte más—interviene mamá, seria. —Sobre todo en una carrera como la medicina—agrega mi padre—He arreglado todo para ti, tus cuadernos, libros y materiales necesarios están en tu habitación—afirma con parsimonia.
  • 27. Me estoy comenzando a preocupar sobre el tema, ¿Cómo será mi primer día de clases en una nueva universidad, con gente que nunca en mi vida he visto? Como odio la simple idea de volver a hacer amigos, con lo mucho que me cuesta. —Cariño, necesito hablar con tu padre ¿Podrías dejarnos a solas un momento? — pregunta mamá, aparentemente calmada. Aunque su mirada ceñuda hacia papá me da a entender que no lo está. Y que no van a hablar de un tema de chiste. Papá le devuelve una mirada con aparente candidez, luego la utiliza conmigo también. —Tu habitación es la última del pasillo—indica volviendo su mirada hacia mí. Acepto y me levanto, dirigiéndome a la puerta. Al salir comienzo con la búsqueda de mi nueva habitación. Camino por el pasillo de paredes color crema y lindos cuadros hasta la última puerta que veo, giro el picaporte entre mi mano y la puerta se abre. Lo primero que puedo ver es un enorme ventanal con vista hacia otras casas con bonitos jardines, y más allá de ellas el mar. Avanzo y observo todo a mí alrededor, las paredes de color blanco hacen destacar tres cuadros enmarcados en madera, uno de ellos con una joven hermosa que peina su cabello con los ojos cerrados disfrutando de una relajación invisible para aquellos que no aprecian el arte, el segundo un paisaje de un gran lago con árboles frondosos de innumerables colores rodeándole, y el tercero una pequeña casa en medio de un bosque oscuro, que por un momento me recuerda al sueño repetitivo. Intentando borrar el recuerdo de mi mente, examino la cama que se encuentra en el centro, amplia y cubierta de sábanas blancas con diminutas flores azules. Me dejo caer en ella y reboto, es increíblemente suave, qué bien dormiré. Además de ello, posee un baño bien equipado, y un tocador justo en frente de la cama, con un gran espejo redondo. Ah, y un closet grande a lado del baño. Me sorprende el hecho de encontrar el bolso que contiene mis preciadas cosas a un lado de la cama, quizá la señora… Marie, se ha tomado la molestia de traer mis cosas hasta mi habitación. Las horas pasan entretanto desempaco mis cosas y comienzo a ordenarlas un poco. Diviso en el closet ya lleno de mi ropa. Me doy cuenta de que, en serio, necesito un cambio de imagen urgentemente. — ¿Por qué tienes que ser tan desabrida, Alexa? —me quejo conmigo misma. —Gris, vino tino, gris, negro, blanco, gris, un poco de fucsia…—murmuro mientras admiro la ropa.
  • 28. Eres tan simple, replica una voz interna que ya conocía. Para cualquier joven es fácil decir que es su propia conciencia, pero para mí es algo completamente distinto, perturbador. Convivir con este trastorno desde tan corta edad ha sido un calvario. Me molesta terriblemente la manera en la que las jóvenes actuales confunden una etapa de la adolescencia con la bipolaridad, seguramente porque no saben lo terrible del asunto. Debo convencerme de que no me dejaré tumbar nuevamente por esto. Hay una sola Alexa Donovan, y esa es la pelirroja simplona amante del pop lírico y fan de las novelas de Sherlock Holmes que todos los días veo en el espejo. Nadie más. Tres intrépidos toques suenan en la puerta, interrumpiendo mis pensamientos. — ¿Señorita Donovan? Soy Marie, — se identifica —han dicho sus padres que dentro de unas horas irán a dar un paseo. Me han pedido que le pregunte si gusta usted ir— Informa tras la puerta. La abro para verla y le sonrío cortésmente. —Hola Marie, por favor, dígale a mis padres que pueden ir solos. Yo quiero quedarme. —afirmo. Marie hace una mueca. —Señorita, creo que ellos querían ir con usted. —Pues dígales que se deben un tiempo, y no quiero ser una farola en medio de ambos— indico con seguridad. Marie ríe. Mostrando una faceta más encantadora. —De acuerdo, señorita. —Por favor, dígame Alexa. —Alexa entonces— se autocorrige— ¿Quiere que le prepare algo para comer? —Sería estupendo, muero de hambre— admito con una sonrisa. —Así será, con permiso… —Gracias. Marie se retira y yo cierro la puerta nuevamente.
  • 29. Comienzo a rebuscar en lo que queda dentro de mi gran maleta azul, buscando las últimas cosas que me faltan por acomodar. Posteriormente, me doy un baño, me visto con unos vaqueros, una camisa blanca sin mangas y desciendo a la cocina. En ella me encuentro con Marie, doy un respiro, por lo menos mamá y papá se han ido sin intentar de explicarse o refutar mis ideales. Marie ha preparado una lasagna estupenda. Un ligero sentimiento de nostalgia me hace mirar hacia atrás, hacia mi antiguo hogar, y recordar lo feliz que July y yo éramos cuando íbamos a comer al restaurant del señor Ignazio. July está en todas partes de mi memoria y mis recuerdos: mi primera borrachera, en los juegos de bolos de fin de semana, en las locas piyamadas… Subo a mi habitación más que satisfecha, pienso que en cualquier momento estallaré, definitivamente tengo que ponerme a dieta, aunque siempre se me ha sido tan complicado, no es para menos, el apetito de un león no es cualquier cosa. Afuera ya está oscureciendo, mamá y papá aún no llegan. Eso en cierto modo me alegra. Echo un vistazo a todos los libros y cuadernos que papá ha comprado para mí, es muy considerado de su parte mover influencias para hacerme volver a mis estudios lo más pronto posible y no perder más tiempo. Me siento en la orilla de la acolchada cama y busco en el cajón frente a ella mi cámara Nikon, —esa que gané el año pasado en una rifa exitosa— el atardecer que dará paso a la noche se ve perfecto desde mi ventana y no voy a pasar eso por alto, como buena aficionada fotógrafa, eso no va a suceder. Enciendo la cámara y camino hacia la ventana, es un atardecer crepuscular. El cielo rosa, ligeramente morado y azul es simplemente perfecto, a eso se le suma el océano a lo lejos que refleja con gracia ondulante el color del cielo. Es una tarde con vientos suaves. Enfoco el lente y doy zoom, con la intención de captar mejor el bello paisaje, los árboles y palmas que se interponen me hacen un poco difícil la tarea. Desvío mi atención por un momento hasta la larga avenida que se nota a unos cuantos metros lejos de la casa. Supongo que esa avenida lleva al muelle, bonito lugar, debo ir. Un movimiento, en la calle bajo mis ojos me distrae de mis intenciones. Hago la cámara a un lado para ver de qué se trata. Justamente en la acera y con las manos metidas en sus bolsillos es cuando lo veo. A él. El mismo sujeto del aeropuerto, me quedo estática. Sus ojos color iceberg me están mirando, peligro se pasea por ellos. Examino las facciones de su rostro delgado y perfilado, impecablemente vestido con un saco gris.
  • 30. Las piernas me tiemblan de miedo, y de un repentino frio que entra por la ventana, batiéndome el cabello. No puedo apartar la mirada de él, y de la extraña aura grisácea que le rodea. Parece producto de mi imaginación. Pestañeo incrédula, pero corroboro que mis ojos no me están haciendo una mala y sucia jugada. Detrás de mí, la puerta rechina al abrirse. Ahogo un grito de horror, pero eso no detiene el salto que doy. Giro y mamá está asomada en la puerta. — ¿Pasa algo, Al? —murmura con el ceño fruncido. Esta vez, dirijo mi mirada hacia la calle nuevamente. Y mi corazón da un brinco brusco, el sujeto ya no está. Jadeo, casi entrando en pánico, pero no debo preocupar a mamá. ¿En qué momento ha llegado? Hago mi mejor esfuerzo por parecer serena ante la suspicaz Emma Parkers. Desvío la mirada de la calle y cierro la ventana de cristal corredizo. La miro y sonrío mecánicamente. —Nada, estaba tomando unas fotografías—Miento, las manos me tiemblan bajo la cámara. Mamá ladea la cabeza. En ese momento, mi padre se une a ella. Armando un cuadro familiar que, en otra ocasión, habría sido lindo. — ¿Qué ocurre? —murmura a mi madre. Ella me lanza una breve mirada. —Nada—le contesta. —Bueno, ¿Puedes dejarme a solas con Alexa un momento? —le propone papá, no sé si estará pidiéndole permiso. Mamá lo mira con recelo, y se retira. Papá ingresa y cierra la puerta tras él. —Entonces te gusta la fotografía—inquiere él con una sonrisa. Miro la cámara entre mis manos. —Así es— y habría tomado una perfecta si no hubiera sido por el sujeto ridículamente perturbador que estaba a unos metros de mi ventana. —No me habías mencionado eso en las cartas. —Quizá no es un detalle relevante.
  • 31. —Todo sobre ti me interesa, Alexa. Toma asiento—me invita, sentándose en la cama. Yo me siento a su lado. — ¿Sabes conducir? —El hecho de que haya vivido en Venecia casi toda mi vida no quiere decir que no conduzca un auto. Me doy cuenta de que mis palabras han sonado hostiles. Y me extraña la sensación de que a una parte de mi conciencia no le interese. —Lo siento. —No te preocupes—murmura. —Tengo dos autos. Puedo darte uno para que puedas ir a la universidad más cómoda, es lo que te mereces. Lo miro confundida. —No lo sé, tal vez sea mejor que me vaya en un bus. —Estoy tramitando todo para que obtengas tu licencia de conducir sin mucho problema. Lo más seguro es que me la entreguen mañana a primera hora. ¿Qué? ¿Licencia? ¿Y mi foto? ¿Y las pruebas y exámenes? —No pongas esa cara—una sonrisa se le escapa. —tengo todo listo. —Gracias…has hecho muchas cosas por mí. Se acerca y planta un beso en mi cabeza. —Después de dejarte sola a ti y a tu mamá, es lo menos que puedo hacer. Asiento con una sonrisa apretada. —Además de eso—Continúa. —Tengo un apartamento cerca de tu universidad, quisiera que te quedaras aquí, pero he estado meditando bien y…creo que sería mucho más cómodo que te quedes en él. No me gustaría que te quedes en el campus de la universidad, teniendo más privacidad y comodidad en el apartamento. Vaya, las sorpresas no terminan. ¿Un apartamento para mí? —No creo que sea necesario. —Sí lo es, la universidad está a treinta kilómetros de aquí. No quiero que conduzcas mucho, me sentiría más seguro al saber que estás en tu apartamento a pocos minutos de la universidad. ¿Me comprendes, verdad?
  • 32. ¿Qué si comprendo? Por supuesto. Pero yo he llegado a Los Ángeles para unir a mi familia, no para vivir sola, ¿En qué está pensando? Una amargura me embarga. —Tengo sueño—espeto. — ¿Podrías…? Papá me mira, ceñudo. — ¿Quieres descansar? —Si—contesto secamente. —Entiendo, buenas noches hija— dicho esto, deposita nuevamente un beso en mi frente. Se levanta de la cama, abre la puerta y sale. Me lanzo de espaldas con canta brusquedad a la cama que por poco reboto hacia el piso. Una lágrima rueda insensata por mi mejilla, estoy frustrada, cansada y con miedo. Miedo de que las cosas no sean como yo pienso, miedo de que aquel sujeto aparezca nuevamente. ¿Dónde está? ¿Por qué ha aparecido nuevamente? Y lo más importante… ¿Quién es y por qué tiene ese efecto en mí? Entre tantas preguntas el cansancio llega. Mis ojos se van cerrando, soy consciente de ello, pero no pude hacer nada para detenerlo.
  • 33. 3 Tres repentinos golpes en la puerta me arremolinan de mi sueño hasta la realidad. Me revuelco en la cama y abriendo los ojos con pesadez me doy cuenta de que aún llevo puesta la ropa de ayer. Recuerdo que mi sueño pesado me había hecho imposible levantarme y ponerme una ropa más adecuada. —Alexa, ya son las cinco con treinta—Informa la voz clara de mi madre, tras la puerta —levántate, estaremos en el comedor. Hago un esfuerzo para levantarme lo más rápido posible. Me baño, me visto…hago todo lo que debo, hasta acomodar mis libros gracias al horario que papá me ha dejado en el tocador. Saco de mis cosas el mismo morral negro con una estrella blanca el en centro que usaba en la universidad, allá en Italia; me arrastra un mar de recuerdos simplemente con tenerlo en mis manos. Lo sacudo y meto mis cosas en él. Es comienzo de clases y prácticamente comienzo de año. Me deslizo en un jean claro, blusón vino tinto y zapatos negros para acompañar. Al final, decido dejar mi cabello suelto, cosa que comúnmente no hago. Tomo mi medallón, que estaba en el tocador anteriormente y lo cuelgo en mi cuello. Bajo por las escaleras de caracol hasta el comedor, donde veo sentados mis padres… ¿Acaso han compartido habitación? No puedo evitar sonreír ante la idea. La mesa cuadrada tiene siete sillas, pero yo opto por la que está justo en frente de mamá. Hay mucha comida sobre la mesa, y todo se ve delicioso…no sé por dónde comenzar hasta que veo las tostadas. Se me hace agua la boca. — ¿Has dormido bien? —me pregunta papá, desviando la atención de su comida. —Sí. —Eso me alegra. Espero que te vaya muy bien en tu primer día en la universidad. Yo debo ir un momento a casa de los vecinos. — ¿Pasó algo? —pregunto, sorbiendo un poco de jugo. —La señora Ginny, nuestra vecina, ha sufrido de un paro respiratorio mientras dormía ayer por la noche. El líquido se atasca en mi garganta, haciéndome difícil respirar comienzo a toser rápidamente en la lucha de volver a la normalidad. No puedo creer lo que he escuchado.
  • 34. Ha muerto otra persona justo después de que yo he visto a ese extraño sujeto. El de los ojos azul brillante. Bien puede ser una simple casualidad al igual que lo que ha sucedido en su presencia, o cerca de él. Pero como soy tan paranoica, cuesta auto convencerme. Debo dejar todo lo sucedido atrás y concentrarme en mis metas. — ¿Estás bien, Alexa? —pregunta papá con la misma cara de preocupación de mamá. —Si si, no se preocupen—aseguro en el acto. Mamá frunce el ceño. —He estado algo distraída. — Lo sé, ¿Has decidido lo que harás, cariño? —me interrumpe mamá. Tengo una tostada en la boca y repentinamente se me quita el hambre. No había recordado lo que papá me ha dicho ayer hasta que mamá habló. Dejo la tostada en el plato. —Eso creo. Mis padres comparten una mirada de incertidumbre. —Digo, si vine aquí para estar con ustedes, pero quieren mantenerme lejos. Estará bien—continúo no pudiendo detener mi sarcasmo. —Alexa, estaba hablando de esto contigo ayer… —Te dije que era mala idea—acusa mi madre, interrumpiéndolo. Los miro, inquisitiva. —Admito su razón, señor Donovan—le hablo a mi padre. —Ahora si me disculpan, necesito llegar temprano a clases. Dicho eso, me levanto bruscamente de la mesa. Escucho mi nombre en la voz de mamá, pero no doy marcha atrás. Tomo mis cosas y abro la puerta de la casa. Justo a medio camino del amplio porche, papá me llama: —Hija, por favor—Pronuncia. —llévate del auto—Señala a la izquierda con su pulgar. Estacionado cerca del Chevrolet Cruze rojo de papá, reluce un Dodge Caliber negro. Abro la boca y luego la cierro. Papá saca unas llaves de sus bolsillos, acompañadas de un pequeño carnet. Al pulsar un botón, el sonido de las puertas abiertas invade mis oídos. Luego simplemente extiende la llave y el carnet. Me acerco para tomarla y me doy cuenta de que el pequeño carnet es una licencia de conducir. —El resto del papeleo está en el auto. —Gracias.
  • 35. — ¿Estarás bien? Por favor, no te enojes con nosotros. Te queremos y lo más importante para nosotros es tu seguridad. Proceso sus palabras y luego de unos segundos le asiento con la cabeza. No, no puedo enojarme con él ni con mamá. Ellos son mi vida, son mi todo. Y tiene razón, viajar treinta kilómetros todos los días ha de ser agotador. Me acerco a él y lo abrazo, librando mis tensiones. Me aproximo al auto, admirándolo. Mi subconsciente me anima a no parecer demasiado emocionada frente a papá, ¿Qué pensará de mí? Ocupo el lugar del piloto y cierro la puerta. El auto enciende y una sonrisa de idiota se me escapa. Vaya, quién lo diría, Alexa Donovan ahora tiene auto, sí señor. Retrocedo para salir del estacionamiento de la casa, acoplándome a la forma del auto y sus pedales. El portón eléctrico de rejas blancas se abre ante mí. Me pongo en marcha y abandono la casa. La Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) espera por mí. Entonces me detengo a pensar un momento, ¿Cómo llegaría? Oh por Dios, no tengo la dirección. ¿En qué estabas pensando, Alexa? Un botón rojo en el tablero pica mi curiosidad. ¿Para qué sirve? Lo pulso y rezo por no salir eyectada del auto, con tanta tecnología en auge, como en las caricaturas. Casi me sobresalto cuando una pantalla pequeña comienza a salir del tablero, se amolda, pegada a él. Y da paso a la voz chillona de una mujer: —Bienvenido al sistema GPS ¿Hacia dónde desea ir? Ahora comprendo, qué oportuno para una chica nueva que olvida pedir la dirección de su nueva universidad a su padre. —Universidad UCLA— le hablo, apegándome un poco a ella, ¿Me escucha? —Gire a la derecha—Contesta la mujer. Le hago caso y emprendo mi viaje. En la pantalla se refleja la calle en la que estoy y otros caminos. Un puntito negro se mueve, seguramente es el auto. Al final, la mujer de voz chillona y su sistema me condujeron por una gran autopista hasta una estructura múltiple que parece de siglos pasados: dos torres altas pegadas a una estructura triangular superior, en ella tres arcos en el primer y segundo piso. Todo formado en una especie de ladrillos rojizos. Esto ha de costar bastante. Bajo del auto mientras echo un vistazo a la fachada de aquel lugar, además del amplio campus de áreas verdes que le rodea. Hay otras personas cerca del estacionamiento, supongo que se trata de estudiantes y camino nerviosa hasta la que parece ser la entrada
  • 36. principal siguiendo un largo camino. No puedo dejar de admirar lo que está ante mis ojos, generalmente ese tipo de estructuras siempre me dejan con la boca abierta. Eso es completamente normal, me aferro al bolso que cuelga de mi hombro izquierdo y acelero el paso. Hay chicos conversando a mí alrededor, al verme guardan silencio por unos segundos, ¿Acaso algo anda mal en mí? Miro a mi ropa. Nada. Entonces supongo amargamente que puede ser mi cabello rojo chillón el centro de su atención, como me irrita. Más cuando los curiosos suponen que es teñido y no natural. Ingreso con la convicción de que todo estará bien, es el comienzo, tengo tiempo suficiente para acostumbrarme. Quedo pasmada al observar la estructura interna del lugar. Parece un castillo antiguo en vez de una universidad, estoy en el paraíso, me siento instantáneamente trasportada a otro siglo. Los hermosos pilares decorativos y los arcos que parecen dar un aspecto redondo al techo llaman toda mi atención. Si, esto definitivamente es un colirio. -Vamos, Alexa- me llamo a mí misma entre dientes. –concéntrate- Camino por un rato más en la búsqueda de mi salón asignado, la estructura cambia y se vuelve más moderna, paredes y puertas corrientes. Saco dificultosamente de mi bolso el horario de clases, donde también está anotado el número de pasillo y salón. Mis ojos buscan el salón con el nombre 3F. Y aparece frente a mí minutos después. La letra y el número en una calcomanía azul rey adheridos a una puerta blanca. La empujo, suplicando internamente no haber llegado tarde. Para mi suerte la clase parece no comenzar todavía. Los estudiantes conversan tranquilamente en sus asientos, algunos me miran, otros ni siquiera notan mi presencia. El salón es amplio y pulcro con paredes blanquecinas, el escritorio digno del profesor aún está vacío. Camino envarada como hierro hasta un puesto vacío que he pillado desde la puerta. Tomo asiento en la silla de madera y dejo mi bolso a un lado de la mesita frente a mí. Dejo salir un largo suspiro, bajo la mirada y cierro los ojos por un momento. La puerta de entrada es abierta abruptamente haciéndome abrir los ojos de golpe. Miro hacia la puerta y veo a un chico y a una chica discutiendo. No puedo decir que se trata de una pareja, puesto que ambos parecen ser mellizos. Examino a los dos individuos y corroboro que no se trata de personas americanas. Sus rasgos arábicos son evidentes. Además de que discuten en su idioma a todo pulmón. Al final, la chica enojada le da un pequeño empujón y se va a zancadas acercándose hasta donde estoy. Se detiene frente a mí y no pierde tiempo en examinarme con la mirada. Yo también la observo detenidamente: Su cabello negro azabache cae en cascadas por su hombro en forma de unos rizos bien formados, sus puntas son de color rubio, obviamente intencional. Sus ojos oscuros están delineados con un lápiz negro bastante evidente. La ropa que llevaba consiste en un jean negro brillante ajustado y una blusa blanca con naranja.
  • 37. —Este es mi asiento—dice secamente. Yo miro la mesa y luego a ella de nuevo. —Lo siento mucho, soy nueva— me excuso con una sonrisa apenada. Ella bufa. Me levanto de la silla. —No, está bien. —me detiene. Su expresión fruncida se suaviza. —Tomaré otro. Yo le sonrío aún muerta de vergüenza. Se da la vuelta y encara a un chico de cabello rubio que lleva un suéter azul. — ¿Quieres mi puesto? —le ofrece él en el acto. —Gracias, perdedor. —Toma al chico de los hombros y lo hace a un lado. Quedo boquiabierta. Esta chica inspira problemas en todos los sentidos o yo me estoy dejando llevar por su apariencia. Luego de haber dejado su bolso dorado en la mesa me encara nuevamente. Su puesto está justo a mi lado. —Así que eres nueva—murmura entrelazando sus manos bajo la barbilla. —Así es— Digo. —Soy Alexa Donovan—me presento. Ella sonríe y me extiende su mano. —Yadira Abdallah—dice, estrechando mi mano con la suya. —Gracias. — ¿De dónde eres? —He vivido en Italia, pero nací aquí en Los Ángeles. —Hmm, ya decía yo que ese acento se me hacía familiar. Tienes más pinta de italiana que de americana—su voz suena divertida. Me encojo de hombros. Nunca había escuchado eso. —Yo soy de Marruecos, pero mi hermano y yo nos hemos asentado en Estados Unidos— explica con un guiño. Quiero decirle que su acento también la delata. Pero al final me guardo las palabras y las reemplazo. —Me parece que no te la llevas bien con ese chico con el que llegaste—murmuro. Ella se recuesta en la silla y comenzó a reírse.
  • 38. — ¿Hablas de él? — Señala hacia atrás. —Es mi hermano. —dice poniendo los ojos en blanco. Tiene sentido. No había notado que el chico con el que Yadira estaba discutiendo está justo tras ella. Él extiende su mano hacia mí y me dedica una cálida sonrisa. Es la viva versión masculina de su hermana, sus ojos y cabello del mismo color, rasgos bien definidos. Viste una camisa blanca bajo su chaqueta de cuero al estilo punk y jeans azul oscuro. —Alí Abdallah—se presenta y yo acepto su mano. —Gusto en conocerte, pelirroja. Frunzo el ceño y Yadira suelta un grito. —Casi lo paso por alto, ¿Cómo has obtenido ese color de cabello? ¿Qué tinte has usado? Niego con la cabeza. —Es natural. Yadira ladea la cabeza y suelta una pequeña risita. —Oh vamos, dime el nombre del tinte. Me encanta ese color. —Es en serio. Ella para de reír y su boca formo una perfecta O. —Excelente—alaga aparentemente fascinada. Toma un mechón de mi cabello mientras yo no puedo fruncir más las cejas. Nuestra un- poco- incómoda charla es interrumpida cuando la puerta del salón vuelve a abrirse, esta vez no abruptamente. Entra al salón un hombre de más o menos cuarenta y pocos con un maletín color café en su mano izquierda. Cierra la puerta mientras examino su semblante de profesional, viste un traje pulcro que lo hace verse sofisticado, no tiene canas y a simple vista parece cuidar bien su cuerpo con ejercicio. De soslayo noto que Yadira se acomoda en su lugar, al igual que su hermano. —Buenos días—saluda el hombre con cortesía, recorriendo con la mirada cada rincón del salón. —Al parecer hay nuevos estudiantes, así que me presentaré: Soy Steven Watson, su profesor de anatomía. Hmm, Watson, como John Watson, el amigo incondicional de Holmes… le echo un vistazo a mi horario de clases y como primera materia encuentro su vocación. Dirijo mi mirada hacia él nuevamente. Tiene los ojos grises, un poco más claros que los de papá. Mi padre, si no fuera por él no estaría aquí.
  • 39. —Espero que este año no tener inconvenientes con ninguno de ustedes— repentinamente su mirada se posa sobre alguien cercano a mí, me doy cuenta de que se trata de Alí. Él sonríe un poco descarado. —Sé que podremos. Por favor, saquen su libro y comencemos con la clase. Nos da la espalda y comienza a escribir en la pizarra acrílica con marcador azul chillón. Suspiro, de inmediato me inclino a buscar mi libro y mi libreta. En todo el proceso, noto la mirada de alguien encima de mí. Me doy cuenta de que es Alí, Oh, vamos… Durante toda la clase me concentro absolutamente en las palabras del profesor, en cada explicación, incluso en cada pausa. Encuentro fascinante su manera de explicar con tanta soltura, además de que la anatomía es mi materia favorita. Todos los alumnos están prestando atención, hay un silencio absoluto en el aula de clases, solo la voz del profesor Watson tiene el derecho de romper ese silencio, cuando menos me lo espero un timbre se une a la voz del profesor y este para de explicar. Miro hacia los lados, se ha terminado la clase. El profesor toma su maletín, recoge sus pertenencias y cordialmente se retira. Me estiro un poco en mi mesa y tan pronto como lo hago, una señora de cabello castaño y ojos cafés—Incluso más baja que yo—irrumpe en la sala, dando los buenos días. Nuevamente recurro a mi horario de clases y está remarcada Bioquímica justo debajo de Anatomía. Las horas han pasado muy rápido, me doy cuenta de ello cuando el timbre suena. Esta vez, todos se levantaron de sus asientos hacia la puerta de salida. Tal vez es un receso ¿O no? Aquí en mi horario no dice receso por ningún lado. — ¿No vas a comer algo? —Yadira está parada a mi lado, cruzada de brazos. ¿Acaso me está insinuando que vaya con ella? Me quedo callada por unos segundos observándola y le contesto: —Supongo que sí— me expreso levantándome de mi silla. Yadira me sonríe y me anima a seguirle el paso. Ambas salimos del aula mientras Yadira me cuenta acerca del horario de clases, según ella es un asco, pero a mí me parece bien. Mientras me cuenta sobre la única tarde libre que tenemos—que es hoy lunes— recorro con la mirada cada espacio que me rodea, es un oasis para mis ojos cada cosa de este lugar. Es realmente imponente y acogedor, muy bonito. Cuando consigo volver de mis pensamientos, estoy entrando a un pequeño cafetín junto con Yadira, hay estudiantes y maestros conversando tranquilamente, a su vez, alimentándose. Huele a chocolate recién hecho. Mi estómago gruñe en respuesta. Tomo asiento con mi nueva compañera en una de las mesas de la esquina y observo con detenimiento el lugar. Es un poco más moderno que el resto de la estructura, y a su vez tiene ese aire del siglo pasado. Siento el vibrar de algo cerca de mi muslo y me doy cuenta de que es mi teléfono.
  • 40. Saco mi Pearl y tengo la llamada de un número desconocido. Frunzo en ceño y atiendo. — ¿Sí? — ¿Alexa? Soy yo, tu papá ¿Qué tal te va en tu primer día de universidad en la UCLA? Me recuesto al espaldar de la silla gris en la que estoy sentada. Extrañamente aliviada. —Todo bien papá, gracias. —Eso me alegra mucho, escucha. Te llamo para hacerte saber que te he dejado mi tarjeta de crédito en tu auto, en la guantera, quiero que compres lo que necesites, ya sabes, ropa u otra cosa. ¿Qué? ¿Ropa? Abro la boca y papá me interrumpe. —Por favor, no me digas que no. Me he dado cuenta de que eres una jovencita muy humilde, admiro eso de ti, pero eres mi hija. Puedes comprarte lo que quieras. ¿Mamá tendrá algo que ver con esto? Ella debería saber muy bien que no me gusta aprovecharme de las situaciones. —Está bien—Miro a Yadira que está sentada frente a mí. —Gracias. Papá cuelga después de despedirse y yo resoplo. Yadira me pasa un pequeño menú empastado de los dos lados. — ¿Pasa algo? —me pregunta. —No, es que mi padre quiere que me compre algunas cosas con su tarjeta— le contesto. — ¿Y por qué pones esa cara de drama? —alza la voz, como si estuviera sorprendida ante mi acto, sus ojos negros azabache se ensanchan. Me encojo de hombros. —No soy muy buena para comprar ropa, creo que no tengo un estilo definido. Yadira niega con la cabeza. —No quería decírtelo, pero sí que necesitas un cambio de look—alza la voz nuevamente y casi muero de vergüenza cuando me doy cuenta de que un chico me mira. Rayos —Oye, podría ofrecerte mi ayuda, claro, si gustas. — ¿En serio? Sería muy gentil de tu parte, Yadira. —Dime Yadi, linda— me guiña un ojo y le sonrío. — ¿Puedo llamarte Al? —Claro—asiento y ella se emociona. —Bien, hoy tenemos la tarde libre, ¿Quieres aprovecharla? Conozco unas muy buenas tiendas que te gustarán.
  • 41. Asiento nuevamente y ella se acomoda en su puesto hacia atrás. — ¿Vives por aquí cerca? —pregunta, sus ojos escanean el menú. Recuerdo el apartamento de papá y le respondo, algo dudosa. Además de incómoda por sus preguntas, no me gustan las preguntas personales. —Sí. — ¿Cuál es el nombre del edificio? —Fellinston— le contesto, recordando el nombre. Yadira me mira y su boca se entreabre de sorpresa, una desconocida para mí. —Yo también— sonríe abiertamente. —Esto es genial. Entonces comprendo. Nuestra conversación emprende vuelo y me deshago hábilmente de mis incomodidades, Yadira me cuenta que ella y su hermano, Alí, han deshecho lazos con sus padres porque piensan que esa vida musulmana no es para ellos, estoy fascinada con la historia. Los dos han trabajado para pagarse sus propios estudios—e incluso el departamento, que comparten juntos y su camioneta—hago una mueca, algo pensativa. Yo he llegado aquí sin mucho esfuerzo, sin tener que ganarme algo, y todo gracias a papá. Me siento demasiado inútil, tal vez deba recompensarlo de alguna forma. Luego de que me recomienda un buen aperitivo dulce, el timbre vuelve a sonar y ambas regresamos al salón. Horas más tarde de salir de la universidad, estoy bajando del auto, en el estacionamiento del edificio al cual me condujo la pantallita mandona del Caliber. Alzo la mirada evitando el sol chillón que lastima mis ojos. Tiene diez pisos, con su fachada circular de amarillo pálido y amplios ventanales verdosos, se ve bastante bien por fuera, algo me dice que también lo es por dentro. Respiro profundo y me dirijo hacia la gran puerta de cristal que tiene como entrada. La recepción es amplia, hay muebles de todos los colores, de esos en los que provoca lanzarse boca abajo y no levantarse más. Además de plantas exóticas que nunca había visto. Hay una chica con uniforme tras un gran mostrador de mármol marrón, camino hacia ella. —Buenas tardes, ¿Qué se le ofrece? —pregunta cordialmente la chica del moño rubio perfecto. —Buenas tardes, soy la hija del señor Oliver Donovan. Alexa Donovan—le contesto sin saber nada más que decirle.
  • 42. Por fortuna, parece saber quién soy, me está sonriendo. —Oh, un momento por favor—la chica se escabulle de su silla y sale corriendo a una puerta de madera cercana. La abre y cierra. Aguardo por un minuto. La chica aparece con una llave en sus manos. —El señor Donovan le ha dejado la llave— se explica. Acercándomela. —Es esta, piso cinco. Que tenga buenas tardes. Le sonrío y tomo la llave que tiene un llavero de una carita feliz amarilla. Alzo ambas cejas y, algo resignada, camino hacia el ascensor que había notado cuando la chica rubia fue a buscar la llave. Pulso un botón y las puertas metálicas se abren rápido para mi sorpresa. Entro y pulso el botón con el número cinco en el panel de mi derecha. Las puertas se cierran y mientras estoy aquí, me doy cuenta de la anchura y elegancia del ascensor. Tras de mí, un espejo que rellena completamente la pared. Me sobresalto cuando el ascensor llega a su destino. Salgo de él y justo frente a mí, tengo al apartamento con el número veinte en su puerta. Me quedo allí, por un minuto y salgo de mi trance sacudiendo la cabeza. Camino por el pasillo e inserto la llave en el picaporte. Miro a todos lados con la puerta abierta. A mi izquierda: un bonito ventanal. En el centro: un sofá beige ancho y una televisión, con dos sofás individuales parecidos a él de espaldas a mí. Tras el sofá grande dos puertas de madera rojiza. A mi derecha: una acogedora cocina bien equipada, nevera, platos y hasta una barra de mármol que apunta hacia mí, parecida a la de la recepción pero obviamente más pequeña. Las paredes son blancas en todo el espacio. Cierro la puerta y en la cocina, paso la mano por la barra. No hay polvo, quizá papá le paga a alguien para que limpie. Abro la nevera y encuentro comida suficiente como para un mes ¡Por las santas centellas! Camino curiosa hasta los muebles y la televisión, y por último hecho un vistazo hacia el ventanal. Me quedo frente a él y admiro otros edificios cercanos a través del cristal. Resoplo con amargura. Recuerdo esa vez en la que le dije a mamá que me encantaría tener un apartamento, ¿Ella se lo dijo a papá? ¿Es por eso que él me ha dado este? Bueno, es estupendo, pero quería estar con ellos. A su vez de que este lugar está perfecto. Oh no, otra vez esa sensación de no-concordancia. Llego hasta el sofá y me desparramo en él, haciendo mi bolso a un lado. Mis ojos se pierden, lo siento cuando mi vista se desenfoca. Han sido muchos cambios en poco tiempo. Pero esto era lo que quería... ¿O no? No puedo evitar recordar las cosas extrañas que me han sucedido últimamente. Me estremezco. El BlackBerry vibra en el bolso, sacándome de quicio. Lo saco y tengo una llamada de mamá.
  • 43. —Oh, Alexa. Llevo veinte minutos llamándote— se queja. — ¿Cómo estás? ¿Ya has visto el apartamento? —Perdón mamá. Sí, ya lo vi. Está genial. —Le conté a tu papá que querías tener tu apartamento, por eso ha querido darte el que tenía antes de comprar la casa—explica, casi puedo verla encogerse de hombros. —Supuse eso—camuflo mi voz llena de confusión por una alegre. — ¿Pasa algo? —pregunta. —Tu papá enviará tus cosas al apartamento, ah, y quiere ir para allá esta noche, podemos ir los dos juntos y cenar. Mi rostro se ilumina. Pero entonces recuerdo que he quedado con Yadira para ir de compras, ¿Qué hago? —No lo sé, mamá. He quedado con una amiga— me muerdo el labio con algo de remordimiento. La escucho contener la respiración tras el teléfono. — ¿Ya has hecho amistades? ¡Eso es estupendo, hija! — me felicita. —Gracias, ya casi es la hora. Debo cambiarme ¿Me llamas luego? —Tenlo por seguro, cariño. Te extrañaré. —Yo también. —cuelgo y dejo salir un suspiro. Miro a mí alrededor. Puntualizando que todo esto para mi sola. Adiós Alexa y sus padres, hola Alexa independiente.
  • 44. 4 Cuando estoy de regreso en el apartamento mis pies ya no pueden sostenerme, me recuesto de la puerta y resoplo. La tarde ha sido un calvario para mí, todo lo contrario para Yadira. Mientras recorríamos las tiendas no paraba de hablar sobre moda, jeans ajustados y cosméticos. Es increíble, si no hubiera sido por ella no habría comprado ni la mitad de las cosas que compré, y me hubiera costado más conseguir ropa tan bonita yo sola... ¿Será que me pasé de la raya? Tengo tres bolsas en cada mano. De tres tiendas distintas. Camino con dificultad y las dejo en el sofá. Me dejo caer al lado. Estoy exhausta y rellena como un pavo después de haber comido en Burger King con Yadira. Miro el reloj de mi teléfono y son las ocho con treinta de la noche. Por lo menos no me han mandado trabajos de la universidad. Dentro de las cosas que compré figuran cuatro nuevos pantalones, uno de ellos rojo. Tres camisas, un par de zapatos, y una pijama de Victoria’s Secret. Me levanto del sofá y me dirijo hasta la habitación. La cama está justo en el centro, es grande y luce más tentativa de lo que estaba hace unas horas, enciendo la luz al sentirme incómoda en la oscuridad. Me dirijo al baño, hay toallas apiladas a un lado, incluso un cepillo de dientes. Un momento…frunzo en ceño. Cuando entré al baño por primera vez, ese cepillo no estaba allí. Salgo a paso rápido del baño y hay una maleta acostada cerca de la cama ¿Cómo no me di cuenta? Recuerdo lo que me dijo mamá y mi respiración se tranquiliza. -Tu papá enviará tus cosas al apartamento- Me agacho cerca de la maleta, la abro y allí están todas mis cosas. Por un momento llego a sentirme dolida, como si me hubieran corrido de la casa. Meneo la cabeza deshaciéndome del extraño pensamiento. Esto me lo busqué yo cuando le dije a mamá que me gustaría tener un apartamento. Decido no prestarle mucha atención al resto de los detalles. Después de todo, no puedo hacerlo, estoy demasiado cansada. Luego de una ducha y de estrenar mi nueva piyama, apenas toco la almohada caigo rendida en un oscuro sueño. Algo se mueve cerca de mi muñeca, el sueño en el que antes me hallaba sumida se desvanece. Mis ojos se abren y miro mi Blackberry, por la ventana trasparente de la
  • 45. habitación están entrando los rayos de sol y se reflejan en el suelo. Ha amanecido. Tomo el teléfono y mis ojos se ensanchan en sorpresa. Es tarde, ¡voy a llegar tarde! Salto de la cama y salgo disparada al baño, estoy hecha un desastre y me doy cuenta al mirarme en el espejo. Mi cabello está ondulado hoy a causa de haberme bañado antes de acostarme, su típica carrera recta se ha vuelto hacia un lado. Mis ojos están húmedos. Corro de aquí para allá, habitación, baño, habitación. Luego de terminar me doy cuenta de que mi ropa vieja aún está en la maleta, que yace abierta a un lado de la cama. Toda doblada con sumo cuidado y gentileza. Me decido por estrenar la ropa y los zapatos que compré ayer. El jean rojo, la blusa de mangas cortas y franjas azul marino horizontales. Me doy prisa, creo que no tengo tiempo siquiera de comerme algo, tomo mi bolso y me doy cuenta de que a un lado de la barra de la cocina están el resto de mis libros y libretas. Papá piensa en todo. Los escojo rápidamente concordando con el horario, tomo mi teléfono, las llaves del auto y salgo del apartamento cerrándolo con la llave. Reviso mi teléfono y tiene poca carga, además de un mensaje. Lo abro curiosa y resulta ser Yadira. -Hola Al, donde estás?? Acaso no estas despierta?? Detengo mi caminar para responderle. -Lo siento. Se me han pegado las sábanas. Voy saliendo del apartamento. -Acelera el paso, pelirroja. Al profesor Phills no le gustan las alumnas que llegan tarde. Eso es, precisamente, lo menos que quiero. Alzo la vista y me doy cuenta de que las puertas del ascensor se están cerrando, con una sola persona a bordo. Corro inmediatamente hacia él, sabiendo que si baja sin mí sería más tiempo de retraso. Y ya va suficiente. — ¡Párelo, por favor!—exclamo mientras corro. Las puertas del ascensor se detienen automáticamente. La persona, que es un hombre, permanece quieta en la esquina izquierda del ascensor. Me aproximo y subo. Dándole la espalda al hombre marco la R, de recepción. Estoy sin aliento, algo distraída. Si hay algo que no quiero es tener problemas con un profesor que no conozco y que por supuesto, tampoco me conoce. Suspiro intentando calmarme, mientras el ascensor comienza a descender. Me quedo callada y por un momento estoy sintiendo que algo me incomoda. El hombre que está conmigo en el ascensor permanece silencioso. Lo espío por el rabillo del ojo, está usando un abrigo gris de doble botones, bufanda marrón, con la cabeza gacha —por lo que no puedo ver su rostro—, y sus manos están dentro de los bolsillos laterales del abrigo. Repentinamente, una corriente de aire frío fluye a mis espaldas, se está extendiendo por la
  • 46. cabina. Y lo peor de todo es que ya la he sentido. He sentido este extraño vapor helado que trae consigo una energía inefable que me crispa los vellos del brazo. En un extraño suceso; las luces del ascensor parpadean y este hace un extraño ruido, tambaleándose y deteniéndose, haciendo que mi frecuencia cardíaca aumente considerablemente. Se me hace un nudo intenso en la garganta, el espesor del miedo repentino comienza a extenderse por mi sistema nervioso. Pulso nuevamente el botón de la R, al extender el brazo mi mano tiembla. Como sospeché, el ascensor sigue varado. Vuelvo a pulsar frenética y nerviosamente el botón. Admito que estoy siendo tontamente terca, pero estoy comenzando a sacudirme de miedo de la cabeza a los pies, extraño e incalculable miedo. Por un momento, el frío y el miedo se me hacen sinónimos. Lo pulso de nuevo, una dos tres veces…y de pronto escucho una risa corta detrás de mí. Una risa ronca, masculina y burladora. A pesar de su suavidad, consigue aturdirme. Le doy la vuelta a mi cabeza para mirar hacia atrás, enfrentándome al temor. Un extraño sentimiento que parece ir mucho más allá del pánico. Y el hombre alza la cabeza, con una sonrisa curvándole los labios. Me giro completamente y estoy tan golpeada por el presente que me estremezco y necesito acercarme a la puerta del ascensor para lograr recostarme en ella y así permanecer en mis pies. La luz del ascensor es poca, pero con ella, me doy cuenta de quién me acompaña. Mis ojos se abren de par en par, mientras él permanece completamente absorto a ello. Se ve más alto de lo que recuerdo ahora que esta tan cerca, me siento como una cucaracha aplastada en comparación con él. Estoy entrando en un pánico inminente. Tengo tantas cosas en la cabeza que pienso que voy a desmayarme dentro de poco. Sus ojos exageradamente azules están posados sobre mí, su cabello algo desordenado, su expresión es de… ¿Burla? ¿Ironía? No me cuesta saber que puedo estar en peligro. Percibo la adrenalina como constancia de ello. Pero abriéndome paso a través de lo que percibo también puedo descubrir una diferencia en su aspecto: el aura grisácea que le rodeaba aquella vez no está. Se ve más natural, más realista. Pero sigo sintiendo un frío que me pica la piel. —Me parece que tiene frío, señorita Donovan—insinúa con una pequeña sonrisa. Esa voz, grave, profunda. Me tambaleo de solo escucharlo hablar. Una tonada única, la mezcla perfecta entre suavidad y peligro. Me armo con la poca fuerza que me queda. — ¿Qu-quién es usted? —tartamudeo. Tengo la boca seca y estoy mareada. Él alza una ceja. Su labio superior se eleva un poco, mostrándome otro tipo de sonrisa. Si pensaba que antes lucía perturbador ahora luce peor. — ¿Quién soy? —dice, y por un momento parece quedarse pensativo. — ¿Para qué quieres saberlo, si ni siquiera sabes quién eres tú? —pregunta.
  • 47. ¿De qué está hablando? Este hombre ha de tener algún tipo de desorden mental o psicosis. Tiene que ser eso. Aunque eso no responde por las extrañas cosas que pasan cuando él está cerca de mí, tampoco de su aura grisácea. Sacudo la cabeza e intento calmarme para conservar el aire en mis pulmones y responderle. —Mire, no sé quién es. Tampoco tengo claras sus intenciones, por favor, no me haga daño. —expreso, mi voz espesa. En pocas palabras muerta de miedo. Él vuelve a reír, esta vez más ampliamente. Presumiendo su sabiduría él dice: —Alexa Haylobeth Donovan Parkers, hija de Emma Parkers y Oliver Donovan. Nacida el doce de abril de 1994 en Los Ángeles, California, Estados Unidos. Residente italiana desde los ocho años. Regresaste hace dos días—suelta. Abro la boca, conmocionada. No puedo creerlo. Este hombre sabe todo de mí, o por lo menos lo esencial para secuestrarme. ¿Eso es lo que quiere? ¿Secuestrarme y pedir recompensa? ¿O matarme y arrojar mi cuerpo al caño en una bolsa negra? Comienzo a especular lo peor. — ¿Cómo sabe todas esas cosas de mí? —le pregunto. Por un momento mi curiosidad traiciona mi miedo. —Curiosidad, una de tus virtudes… o he de decir, ¿defectos?—dice sin responder a mi pregunta. Frunzo el ceño. —Sé muchas cosas, señorita Donovan. Cosas que usted no puede ni imaginarse. —No me haga repetirlo—un extraño valor me azota. — ¿Quién es usted? ¿Por qué me persigue? ¿Qué es lo que quiere de mí? — inhalo. Él ladea la cabeza. —Yo no te he perseguido—Alega, tuteándome sin permiso y frunce los ojos —Te atravesaste en mi camino, mientras realizaba mi rutinaria labor, allá en el aeropuerto. Me ha sorprendido encontrarte. Qué sorpresas nos da este mundo. Proceso sus palabras. ¿Es acaso un maniaco? ¿O todo esto va mucho más allá de lo que puedo imaginar? —Eres escéptica y a la vez creyente. Debe ser difícil para ti— sus ojos vagan. Examinándome de la cabeza a los pies. Todo mi cuerpo tiembla. Descubro con ello que ha sido suficiente. Me vuelvo hacia el panel de botones y comienzo a golpearlo, desesperada. — ¡Auxilio, sáquenme de aquí, estoy atrapada!— grito con el timbre más alto de voz que poseo.
  • 48. —Eres muy interesante—murmura a mis espaldas. —Me pregunto, ¿Cómo serás desempeñando tu labor? — ¡Auxilio!— grito sin prestarle atención. Entonces, se me pasa por la mente un pensamiento y me giro hacia él. — ¿Qué le ha hecho al ascensor? —le pregunto, estupefacta. Él se encoge de hombros, falsamente. —No saldrás de aquí hasta que hablemos de nuestra vocación. — ¿Vocación? ¡¿De qué diablos está hablando?! — le grito y por un momento me quedo sin aire. Estoy más que asustada. Espantada. Aterrada. —Estás mal—afirma negando con la cabeza. —Pensé que ya sospechabas algo. —Sí, si sospecho. ¡Eres un psicópata que me persigue y ahora me tiene encerrada en un ascensor!—le contesto de espaldas, mi instinto de supervivencia al máximo. — ¡Auxilio! Mientras golpeo el panel, comienzo a sentir el frio extenderse por mis manos hechas puños. Ya no puedo controlarlos. Me quedo inmóvil, paralizada. Mis brazos bajan hasta colgar de mi cuerpo. Mi boca se queda entreabierta y mis ojos desorientados. Lo ubico, él se acerca hasta mi oreja. —El hombre que viste en el aeropuerto. Infarto fulminante. La vecina de tu padre, paro respiratorio, —murmura seco cerca de mi oreja. Me mareo. —Estuve allí, porque es mi deber, es lo que hago. Es mi trabajo. Estoy paralizada por dos cosas: miedo… y frío. Este sujeto no es un psicópata, ni secuestrador, ni acosador. Dudo que sea siquiera un humano, estoy traicionándome a mí misma y a mis principios de futura médico escéptica. Pero llego a una conclusión. Una extraña, pero única conclusión. —Entonces…—mi lengua trastabilla en mi paladar. — ¿Quién eres? Por el rabillo de mi casi inmovible ojo veo a sus labios curvarse. —La Muerte, Señor de la paciencia, San Justo, San Esqueleto, Ayucaba, la Pelona, San Parca…tengo muchos nombres, señorita Donovan. Decida cuál es su favorito. Mis piernas ya no pueden con todo el peso. Tiene que haber una explicación lógica a todo lo que me ha sucedido últimamente…pero… ¿Cuál?... ¿Qué tal si todo es una coincidencia estúpida, y este hombre, es un maniaco como pensaba inicialmente? Oh no, estoy discutiendo conmigo misma otra vez. Algo no anda bien. Me animo a seguirle la corriente temeraria de su reacción. Le asiento con la cabeza.
  • 49. —Y si tú eres La Muerte…—le sigo la corriente. —Eso significa que…ha llegado mi hora. Trago saliva y él guarda silencio por un momento tortuoso. —No puedes engañarme, capto tu lenguaje corporal. Estás tensa. No puedo leer tus pensamientos, pero tu cuerpo es lo suficientemente obvio para darme los detalles. —dice, su voz más que segura. — ¿Qué puedo hacer para que me creas? Su aliento sigue cerca de mi oreja, frío. Tiemblo de polo a polo. Este sujeto sabe demasiado, me asusta esa manera de saberlo todo. ¿Ahora qué hago? Tengo que salir de aquí antes de que pierda la cordura. —Por favor, déjame ir—le pido, casi suplicando. En voz baja. Veo de soslayo que él asiente. Y repentinamente puedo moverme. La sensación es como si me hubiera desencadenado de unos grilletes de hielo. —Mi nombre es Jerid Collins. Y vendré por ti, otra vez. La luz del ascensor vuelve y las puertas se abren. Tan pronto como me doy cuenta huyo despavorida, sin siquiera mirar hacia atrás. Unas chicas se atraviesan justo en frente de mí mientras corro por la recepción, me estrello con ellas y por poco dejo caer mi bolso, —que llevo colgado del hombro derecho—. Reacciono, apartándolas. Hay miradas encima de mi espalda cuando empujo la puerta de cristal y salgo corriendo hacia el estacionamiento del edificio. Acelero el paso y encuentro el auto, quito la alarma de seguridad y salto ocupando el asiento del conductor. Estoy llorando y jadeando, las lágrimas saladas corren con abundancia por mis mejillas. Enciendo el auto y muevo la palanca al retroceso. Los neumáticos chillan en el pavimento y me escabullo del estacionamiento. Alejándome del edificio me encuentro aún en pánico, no sé qué ha sucedido, mis manos tiemblan sosteniendo el volante. Inhalo y exhalo en búsqueda de una necesitada calma. Abro bien los ojos, para concentrarme en el camino que debo tomar para llegar hacia la universidad…y lo consigo. —Veinticinco minutos de retraso, eso es casi media hora—Me regaña alzando una ceja. Me encuentro frente a frente con el profesor Alfred Phills, de Fisiopatología. Es bajo, pero bastante intimidante. Suspiro y aún siento mis ojos hinchados. —He tenido un inconveniente, profesor. No era mi intención llegar tarde— me disculpo.
  • 50. Él me estudia con su mirada y mientras tanto estoy muerta de vergüenza. He interrumpido en la clase. Estamos en frente de todos. Odio ser observada por tanta gente. Tengo miedo escénico…además de otros cien miedos. Señala con su índice hacia la puerta de entrada. —Al despacho, señorita Donovan. Háblele a la rectora de sus problemas. Pese a que solo tengo diecinueve años de existencia puedo bautizar el día como uno de los peores que he tenido. La rectora estudiantil —una señora muy quisquillosa de cabello ochentero—me ha dado un sermón acerca de las normas de la universidad: «esto no es una secundaria» «usted no es una niña» «ya tiene suficiente edad para ser responsable de su horario» «esta es una de las mejores universidades de USA» de todos modos, no me ha dado permiso de ingresar a clases por mi falta. Mientras estuve allí me di cuenta de todo el papeleo y requisitos que deben manejar las oficinas. Es demasiado. Mi padre sí que se ha movido. Le debo mucho. Por supuesto, no hallé cómo explicarle a la rectora lo que me sucedió, puesto que si le decía la verdad lo más seguro habría sido que me suspendiera, o que me mandara a un psicólogo. Ahora, conduzco sin rumbo fijo alejándome de la UCLA. Mi mente vaga en sentidos distintos amenazando con perderse. Finalmente, me fijo en un local con el nombre Jim’s Coffe justo encima de los toldillos marrones que alejan el sol de la vidriera. Bajo del Caliber, estacionándolo con cuidado de no hacerlo en una zona prohibida. Cuando empujo la puerta de cristal, escucho el tintinar de unos cascabeles, miro a mí alrededor, cuento cinco personas: una pareja, y tres amigos. El lugar es acogedor, el aroma del café se expande por el espacio. Tomo asiento en una de las mesas más alejadas frente a el vidrio trasparente que me deja ver hacia la calle, dejándome caer en la silla. Coloco el rostro entre mis manos y suspiro, embriagada por los múltiples sentimientos que han sido despertados directamente por el tipo del aura y todo lo que sucede cuando está cerca de mí. Me doy cuenta de que mi monótona vida ha dado una vuelta bastante brusca en torno a hechos que no termino de comprender. Comienzo a sollozar aún ocultando mi rostro entre las manos, todo esto no tiene sentido alguno, nada de lo que ha sucedido hasta hoy. No hay razones; no hay explicación para algo parecido. Estoy en el centro de mi intelecto lleno de escepticismo y la inexplicable sensación de creer en algo que ya he visto y sentido. De pronto, escucho pasos acercarse hasta mi mesa, con los nervios a flor de piel retiro el rostro de mis manos y alzo la vista. Un hombre moreno de aproximadamente unos cuarenta y tantos me sonríe con amabilidad, lleva puesta una boina gris, con algo de barba. Sus ojos a pesar de ser comúnmente marrones llegan a ser algo cautivantes a simple vista. De pronto pienso que detrás de esa mirada hay muchas cosas ocultas…, pero ignoro dicha especulación.