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                              Narcizo R. Colmán
                                  (Rosicrán)




                NUESTROS ANTEPASADOS
                     (ÑANDE YPY KUÉRA) (i)
            Versión castellana del mismo autor



                      GÉNESIS DE LA RAZA GUARANÍ
                     Poema Etnogenético y Mitológico




              SEGUIDO DE UN ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LOS
                  MITOS, NOMBRES Y VOCES EMPLEADAS




  NOTA: La traducción de los cuatro primeros capítulos, pertenecen al Dr.
Eudoro Acosta Flores y los sucesivos fueron hechas por el mismo autor del
poema, Don Narciso R. Colman.
PALABRAS PRELIMINARES


   Dice el Prof. Guillermo Tell Bertoni en su obra «La Lengua Guaraní, su Importancia
Histórica y Actual»:
   «Si reveladora fue la obra del Anacreónte guaraní, Narciso R. Colmán, auténtico pioneer
del movimiento de redención de uno de los más caros atributos de la nacionalidad, cuyas
obras hay sentado una posición perdurable en las letras guaraníes y han trascendido al exterior
donde han sido consagradas por la crítica científica y literaria; reveladores fueron también los
análisis radicales del Dr. Domínguez y las rimas de tantos émulos del inmortal Pérez
Martínez».
   Está en razón el ilustre profesor. El título que corresponde a Rosicran es el de auténtico y
esforzado pioneer. Sus obras están llenas de méritos, por que a una rica imaginación y
emotividad, claro ingenio, estilo sobrio, claridad y precisión de conceptos, se suma el espíritu
del investigador tenaz y avezado.
   Hombre de estatura más bien pequeña, pausado en el hablar; de noble mirada y reposado
continente; modesto hasta decir basta, posee sin embargo el espíritu de más poderoso
dinamismo que haya aposentado en carnales hábitos. Se equivocaría quien lo juzgue un
tranquilo burgués, un caballero de inocua sonrisa, un paseante distraído.
    Largos años de meditación, de útil estudio, de fecundos dolores, han impreso en su rostro
el sello de la serenidad. Fraterno en el saludo, discreto en el trato, tardo en opinar y generoso
en la alabanza de ajenas obras. He aquí uno de esos hombres a quien como el Prof. Teodoro
Rojas, sabio y modesto compatriota de extendida fama, podríamos considerar aureolado de
santidad civil.
   Rosicran, cuyo es el seudónimo del ilustre autor de «Ñande Ypy Kuéra», no padeció nunca
de injusticia, orgullo, ingratitud. El sabe expresar su canto diáfano, exento de culteranismo,
limpio de amargura, sin tono de admonición, sin ficciones de erizado combativísmo. Es un
verdadero Avare Ñe'ê Porã, sumo sacerdote de belleza.
   Cuando se ha logrado como él, infundir a la poesía el soplo de la sabiduría, los rigores del
método se dulcifican y la obra maestra se realiza y queda vencedora e invencible ante la
mirada de la crítica y ante la sagrada emoción de los que, comprendan o no el arte, la intuyen,
sienten y gozan dentro del sublime postulado de Manclair: Sin fe es vana toda teología. Más
cerca de Dios, que el más sabio teólogo está el humilde creyente, de fe profunda y sincera.
    Narciso R. Colmán ostenta título más que suficiente para honrar, como lo hace, a la patria
y sentirse glorioso: el telegrafista de la estación de Aregua que fue en su niñez precozmente
ungido de responsabilidad; el Secretario Municipal en Yvytymi, su pueblo natal, funcionario
público diligente y probo: Juez de Paz en Caballero, San Bernardino; Sub-Inspector de
telégrafos nacionales; Juez del Crimen en el distrito de San Roque; Jubilado a los 33 años de
servicio en la administración pública, es además miembro del XX Congreso Internacional de
Americanistas en Río de Janeiro (1922), Miembro actuante de la Sociedad fluminense de
Jurisprudencia del Brasil (1924); miembro de la Sociedad de Ciencias Auxiliares de la
Historia, del II Congreso de Historia y Geografía de América (1926); propuesto para formar la
sección paraguaya, en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual de París (1927);
invitado a participar del VII Congreso Científico americano reunido en la ciudad de Méjico
(1931); Miembro de la Comisión de Filología Aborigen del Museo Histórico y Etnográfico
(1920); Miembro Corresponsal del Circulo de Altos Estudios de Rosario de Santa Fe (1936).
   El nombre de Narciso R. Colman figura en la portada de la revista «El Ideal», de Buenos
Aires, como colaborador al lado de los de Ruben Darío, Guido y Spano, Bartolomé Mitre,
Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte, Pedro B. Palacios (Almafuerte), Carlos Rolox, Eduardo I.
Santiago, Martiniano Leguizamón.
   Ha merecido justiciera alabanza de ilustres intelectuales: entre ellos, Moisés S. Bertoni,
0’Leary, Guillermo T. Bertoni, Federico García, Natalicio González, Justo P. Benítez,
Robustiano Vera, Manuel Riquelme, Eloy Fariña Núñez, Juan Vicente Ramírez, Facundo
Recalde, Eudoro Acosta Flores, Juan Stefanich, Leopoldo Ramos Giménez, etc.
   La prensa nacional y extranjera se ha ocupado de sus obras. «La Prensa», «La Nación»,
«El Ideal», «La Razón», «Catalunya» de Buenos Aires, «Jornal do Comercio» «O Jornal» de
Río; «La Voz de Madrid», etc.
  Y entre los del extranjero, João Ribeiro, Berduc, Gustavo Barroso, Luis Alberto de
Herrera, Manuel María Oliver, Agustín Fontanella. etc.
   Sus libros principales son: «Ocára Potǐ» dos tomos «Mil Refranes Guaraníes», «Ñande Ǐpǐ
Cuéra» (ii), recibidos con aplauso de la crítica continental. Valdría la pena que todos esos
juicios se coleccionen en un volumen como cuarteles del blasón heráldico de su obra literaria.
  Hubiera querido transcribirlos. No es posible. Son tantos – a cual más eruditos.
Mencionarlos llevaría a llenar páginas y páginas...
    Por eso lector amigo, en el umbral de la prolija versión castellana de «Ñande Ǐpǐ Cuéra»
(iii), me limitaré a rendir el homenaje de mi admiración y simpatía al excelso poeta y noble
amigo, con las bellas palabras de Natalicio González: Que siga el Anacreónte guaraní tañendo
la septicorde lira celebrando el rubor de las vírgenes, el vuelo de las palomas y el canto de las
cigarras, para eterno regocijo de los hombres.


                                         F. Ortíz Méndez
CAPÍTULO I.


   En medio del hondo silencio y de la gran noche milenaria que rodea a los astros, sólo el sol
despide áureos destellos.
    Desde este astro, su luminosa morada, Tupã (1) observa el universo entero con ojos
escrutadores que ven a través de las sombras y de las cosas. Una débil nube de amargura
parece envolver el brillo maravilloso de su mirada. Acaso le infunde alguna tristeza la soledad
infinita que le circunda.
   Después, Tupã, da por celebradas sus nupcias con Arasy (2). Conságrale enseguida como
Madre del Cielo y le fija por morada la Luna, blanca y tenuemente resplandeciente, como un
copo gigantesco de algodón flotante en el espacio.


   Un tibio calor circunda a la tierra. Un vaho caldeado, que se escapa de las aguas agitadas,
se desliza presuroso y siseante; y, allá a lo lejos, el trueno, como un heraldo de guerra, anuncia
con su ronco estertor una recia tempestad. Relámpagos prolongados se suceden con
intermitencia, iluminando el ámbito y todo el orbe parece moverse en pasmódica convulsión.
Las nubes se agrupan y se dispersan como corderos enloquecidos de un fantástico rebaño...
De improviso, rásgase el cielo con la fugitiva quebrada luminosa de un rayo, y, poco a poco,
como perlas desengarzadas de un collar, caen los granizos sobre la faz de la tierra. ¡Los
elementos, dirigidos por una mano monumental y bárbara traban la más formidable batalla
que haya conmovido jamás la lid del universo!...
   Como al anochecer, rompiendo la densa cortina de las sombras, comienza a caer la lluvia
con su agua purificadora y fecunda. Primero caen grandes gotas que a la luz fugaz de los
relámpagos cobran extrañas fulguraciones, y luego, se precipitan las aguas copiosamente en
torrente incontenible.


   Hasta los pies del cerro, que se alza en medio de la planicie como una admonición, llegan
las aguas, blanquecinas a la distancia, llenas de espumajos. La luna, entre unas nubes que
corren veloces, cabeceando como veleros desorientados, asoma su faz sonriente y blanca.
   Ya cerca del amanecer, el cielo despéjase por completo y aparece limpia y brillante la
superficie toda de la tierra.


                                          CAPÍTULO II


   Aquella remota mañana, luminosa y fresca, Tupã levantóse temprano con el ánimo
despreocupado y alegre. Invitó a Arasy, su esposa, para que bajase con él a la tierra, hasta la
colina (3) de Arigua (4). Desde este lugar crearían los mares y los ríos, los bosques, las
estrellas y todos los seres del universo.
   La tierra experimentó un leve estremecimiento, como si despertase de su larga modorra de
siglos, y desde entonces florecieron las plantas, retoñaron los árboles, rieron los pájaros con
su risa loca y jovial y el viento difundió por todas partes mil aromas agradables... La tierra,
como infundida de nueva vida, giraba armoniosamente y toda su faz ofrecía un espectáculo
portentoso y sublime, pero faltaba algo para completar la gama maravillosa de todo lo creado
y entones Tupã se propuso crear la primera pareja humana.
   Reunió un poco de arcilla y mezclándola con sumo de ka'a ruvicha, (5) sangre de un ave
llamada Yvyja'u, (6) unas hojas de sensitivas (7) y un insecto llamado ambu'a,(miriápodo)
hizo una pasta que remojó con agua que fueran a buscar de un manantial cercano que desde
entonces quedó consagrado con el nombre de Tupãykua (8) (hoy Ypacaraí). Hicieron luego
con ella dos estatuas, a su semejanza, y la expusieron al sol para secarse.
   No bien sintieron el calor de los rayos solares, cuando dotados de vida se estremecieron
ambas estatuas, transformándose en dos seres vigorosos que prorrumpieron en gritos de
júbilo.
   Ambos dioses hicieron sentar en frente de ellos a los recién creados, y Arasy prorrumpió a
decir:
   Mujer que de mí naciste a mi semejanza: te doy por nombre Sypavê (9).
   Y Tupã, a su vez, le dijo al otro, que era varón:
   Te doy por nombre Rupavê (10) y luego, dirigiéndose a ambos, continuó:
   Amáos mucho, hijos míos, y reproducíos indefinidamente. Mostrad siempre especial
cariño a los niños, y no os aflijáis nunca por nada, que nada faltará en vuestra senda, pues
todo lo pondré al alcance de vuestras manos...
   ¿Por qué dices así? – le interrumpió Arasy – Si no hacen nada, si no trabajan, si no distraen
la felicidad de vivir que acabamos de darles con la pena de una labor, acaso lleguen a ser
desdichados. Vida siempre grata y fácil no es vida, sino muerte lenta.
   Bien – dijo Tupã, dirigiéndose de nuevo a los recién creados, sin prestar mayor atención a
las palabras de su esposa – Para vuestro alimento no sólo os dejamos las frutas de las plantas
y los árboles que componen los bosques, sino también la carne de los animales (11) que con
vosotros habitarán esta tierra.
   ¿A mi, qué me dejáis? – preguntóles Sypavê.
   Arasy le replicó:
  Para ti, Sypavê, queda la fruta del guayabo (arasa) cuyo nombre tanto se asemeja al mío.
Cuando la gustes, acuérdate de mí.
   ¿Y a mí, que me dais? – requirió a su vez Rupavê.
   Tupã, generoso, con paternal ternura, le replicó al punto:
   Para ti, hijo mío, queda el cocotero.
   ¡Yo quiero más! – gritó Rupavê, acercándose.
   ¡Hombre pedigüeño! – respondióle Tupã con fingida ira, señalándole el suelo. – Te dejo
también este lecho (tupa) (12) cuyo nombre te recordará el mío.
   Levantó luego su diestra Tupã, y bendijo a todos los animales que poblaban los bosques.
   Y volvió a hablar:
    Todo esto, que para vosotros queda, debéis respetar y conservar. Empleád a su modo todas
las cosas sin desperdiciarlas; comed cuanto querráis hasta que arribe a las playas de estas
tierras el verdadero señor, el karaiete (13), que vendrá un día para marcar el destino de este
continente... Vosotros – entendédlo bien – sois parte de la arcilla que estáis pisando. La tierra
es vuestra madre común y hermana suya es la Luna, que veis allá suspendida en el espacio:
Ambas tienen vida y constantemente giran aunque vosotros no os deis cuenta de ello.
   Todo lo que allá abajo se mueve (14), como una enorme cabellera agitada a impulso dei
viento, son los árboles (15), y todo lo que veis animarse a ras del suelo, como gusanillos(16),
son los seres vivientes... Cuando la vida se escape de vosotros y tornéis al seno de esta arcilla,
mezcláos con ella, por entero y así, una vez que os hayáis confundido con ella, volveréis a
gozar de nueva vida... (17). Vosotros estáis de paso en esta tierra; quedaréis un momento
sobre ella y luego pasaréis. Seréis como los fuegos fatuos, que veréis surgir a flor del suelo,
en noches tormentosas, que iluminan un momento y después se esfuman para siempre. ¡Cómo
quisiera veros ya vivir esta existencia que acabamos de daros! Si la dignificáis, no os faltarán
las recompensas...
   Calló un momento Tupã, y luego con amplio ademán, como abarcándolo todo, continuó
con pausada voz:
    Aquello que veis parpadear en el cielo, como infinitas pupilas, son las estrellas (18),
fragmentos de la Luna, tocados por mi mano... Habéis de saber que todo lo que se reproduce
tiene vida. El agua es la sangre, el elemento fecundante de la tierra; el viento, (yvytu o
yvypytu) que es el aliento de la tierra – es ésa cosa misteriosa, cargada de rumores, que a veces
pasa suavemente, acariciándoos, y otras, como poseído por un espíritu maléfico, corre
velozmente, terrible y brutal – contiene el aire que es la base de vuestra existencia...... Amáos
mucho, vivid en el amor, pacíficamente, en tanto que yo vele por vosotros. Os dejo a Taû (19)
y a Angatupyry (20) como compañeros: Ambos conocen desde ya los caminos que seguiréis y
aunque no los veáis, el uno os sostendrá en el Bien y el otro os empujará hacia el Mal.
   ¿Para qué nos dais por compañero a Taû? – gimió medrosa, Sypavê.
    ¡Su presencia es necesaria entre vosotros! – replicóle Tupã,. Si el miedo no existiese,
seríais muy desdichados: así también, si todo lo obtuvieseis sin esfuerzo alguno, no sabríais el
valor de las cosas... No llegarían a conocerse las virtudes curativas de las hierbas si no
existieran las enfermedades; tampoco experimentaríais placer si no conocierais el dolor...
Vagaríais errantes, padeciendo, si no pudierais morir, y yo no quisiera que vivierais renegando
de la vida, cargados de hastío y de blasfemias... En estos lugares nada habría, sería un desierto
terrible si yo no os pusiera a vosotros sobre este globo para multiplicáros indefinidamente... Si
os afecta algún mal es porque Taû os somete a prueba y comienza entonces el combate entre
él y Angatupyry. Esta será la eterna lucha del bien con el mal. Si llegáis a recobrar la salud, es
porque Taû abandona la lid, derrotado, y es Angatupyry, en cambio, el que queda triunfante.
No os dejéis llevar jamás por la tentación de robar, es mi principal consejo, y no creáis que si
alguna vez cometiereis un hurto de las cosas de vuestros semejantes, aún a cubierto de toda
mirada, no dejaría de conocerse luego vuestra falta, pues habéis de saber que siempre, en
cualquier lugar que os encontréis, por signos que escaparán a vuestra más escrupulosa
previsión y prudencia, asomará la vergüenza de vuestros actos.
   Quedó un momento Tupã ensimismado, como abstraído en algún pensamiento profundo, y
luego prosiguió:
   No arrebatéis jamás la vida a vuestros semejantes, porque, quien así llegare a hacer, no
gozará tranquilidad en todos sus días. Hubiera, querido yo que supierais con alguna
anticipación lo que os sucederá, pero ello no es bueno ni conveniente, porque en
conocimiento de vuestro destino, acaso lleguéis a cometer muchos excesos.
   Llenaré de pájaros estos bosques (21) para que con su canto alegren estos lugares y por
consiguiente a vosotros también, pero si por ventura yo llegare a ver que por perversa sed de
maldad, sacrificáis inútilmente a los animales, no llegaréis a merecer jamás ninguna
recompensa. Así también le pasará a los que mutilasen sin necesidad los árboles y las plantas.
Alimentáos con sus frutos, pero no los destruyáis.
   En vuestra sangre hay savia de ka'a ruvicha y es por eso que los árboles os aman a su
manera. Tened presente que todos los vegetales tienen vida como vosotros, pero no os será
dado nunca comprender su lenguaje.
   En esta tierra hallaréis unas hierbecillas que deben ser mezcladas con ka'a ruvicha. De esta
mezcla, ¡cuántos remedios maravillosos obtendréis! Con el sumo de ambos se compone un
remedio milagroso, pero vosotros lograréis conocerlo sólo después de muchísimos esfuerzos.
   Enseñad a vuestros hijos el amor a los suyos y recomendad especialmente a los varones
que reconozcan y respeten a sus descendientes.
   Roturad la tierra y sembrad en ella las semientes.
   Arrancad las primicias y gustadlas en paz y tranquilidad.
   Aquellos que se hayan unido en matrimonio, deben ayudarse mutuamente, debiendo
repartirse cordialmente los frutos. Tomad ejemplo de los pájaros que cuando hallan un
gusano, llaman alegremente a su compañera para saborearlo juntos.
   A los buenos los ayudaré siempre y cuando lleguen a mi morada, después de muertos, les
rodearé de mimos y cuidados.
   Los que abrigan pensamientos perversos y tienen el espíritu del mal en sus entrañas, los
que sólo siguen las indicaciones de Taû, no se librarán jamás del fracaso (22). Les pesará el
vivir; les atormentarán los genios malignos, y todo lo que hicieran, contrariamente a sus
deseos será. Toda la vida de estos seres, será un constante sufrimiento tanto físico como
moral, y así purgará las faltas y pecados que hubiesen cometido.
   A los que arrebatasen la vida a sus semejantes y a los que robasen, el remordimiento de
Angekovóra (23) no dejará un momento en paz, atormentándole con mil punzantes garfios
invisibles.
   Os tatuaré (24) el rostro para que al fijáros, os acordéis que también existimos nosotros. De
este modo nunca olvidaréis nuestras palabras.


  No bien había acabado de hablar, cuando Tupã y Arasy desaparecieron de la vista de
Rupavê y Sypavê.


                                        CAPÍTULO III.


   Desde ese instante Rupavê y Sypavê, sobre la colina de Aregua, comenzaron a vivir en el
mundo de la realidad. Semejantes a los pájaros, se amaron mucho, se arrullaron más y se
multiplicaron prodigiosamente bajo la mirada protectora de Tupã, sin conocer jamás los
dolores punzantes del hambre ni la angustia torturante del deseo insatisfecho.


                                         CAPÍTULO IV.


   Conozcamos ahora, quiénes fueron sus descendientes:
   Tres fueron los varones y las mujeres muchas. Uno de los primeros, el mayor, llamábase
Tumê Arandu (25); el segundo Marangatu (26) y el último, de quién decían que había nacido
de pié, al revés de los demás, nombrábase Japeusa (27). Entre sus hermanas, solamente cuatro
se hicieron prontamente notables en el lugar que moraban: Porãsy (28), considerada como
madre de la hermosura por ser de singular belleza; Guarasyáva (29), porque no tenía rival
como nadadora; Tupinamba (30), por su fuerza física incomparable; y, por último, Yrasêma
(31) a quien la llamaban «murmullo de las aguas» porque tocaba a maravilla la guitarra y
hechizaba a cuantos la oyeran, con su canto melodioso y sedante que semejaba al murmullo
de los arroyuelos.
CAPÍTULO V.


   Transcurrieron muchos años en que esta familia vivía satisfecha sobre la colina de Arigua.
Allí procrearon a la sombra de la más completa armonía y felicidad, hasta que una noche en
que Yrasêma había cantado con exceso, amaneció enferma, afónica. En tal circunstancia la
madre Sypãve llamó a su hijo Japeusa para que fuese con urgencia en busca de las yerbas que
le servirían de medicamento. Encargóle especialmente trajese hojas de agrial y cáscaras de
inga para un cocimiento, con sal extraída de uno de los barreros cercanos. Era el objeto
suministrar en ayunas a la enferma al día siguiente en forma de gárgaras; pero Japeusa, que
había nacido al revés para hacerlo todo en sentido contrario, fue y recogió ajíes picantes, hojas
de ka'atai, tres hojas de ortigas, y dos frutas de naranja agria, con los cuales preparó un
menjunje e impuso a su hermana para que lo bebiese.
    No había transcurrido media hora cuando la garganta de Yrasêma se hinchó y se irritó de
tal manera que se le cerró por completo la respiración.
   Era medio día cuando Yrasêma dobló la cerviz, cual una flor marchita que dobla su corola,
y entregó su espíritu a Tupã en medio de general consternación.
    Aquella virgen, dechado de la gracia guaraní, flor predilecta de la tribu, ha cerrado sus ojos
de pasionaria (32) para siempre, dejando solo su perfume que flotaba en aquel ambiente de
tristeza hasta entonces ignorado.
   Toda la tribu se agolpó en su alrededor rompiendo en inconsolable llanto ante aquel
insólito cuadro. Yrasêma murió sin mancha como había vivido; porque siempre había
rechazado los vínculos carnales de sus parientes cercanos (33) y era tan solo su afición la
música y el canto.
   La noticia de su muerte atrajo a las gentes (34) de las más lejanas comarcas, quienes le
presentaron numerosas ofrendas, en su mayoría comestibles, que iban depositando en una
gran urna de barro, en la creencia, sin duda, de que con tales vituallas podrían hacer revivir a
la muerta. También acumularon sobre su cuerpo muchas yerbas medicinales y así esperaron
por varios días confiados en que tornaría a la vida. Era el primer caso de muerte que
presenciara la tribu, por ello se encontraba perpleja, no atinando qué partido tomar.
   Uno de los circunstantes levantó la voz para expresarse en estos términos: Aunque somos
testigos de la amarga realidad de su muerte, nos resistimos a creerlo; porque Yrasêma parece
convivir con nosotros.
   Al escuchar éstas breves palabras el hermano mayor de la extinta, apodado Arandu y que
no era otro que el profeta, Tumê, le replicó del siguiente modo: Este cuerpo inanimado de mi
hermana, debemos depositarlo en algún sitio; pues, ya lo ven ustedes que Arasy le ha
sustraído el aliento para siempre; y como tú lo acabas de decir, aunque somos testigos de su
muerte, nos resistimos a creer la amarga realidad, Y esa incredulidad subsistirá mientras su
cuerpo se halle presente a nuestros ojos y mientras su espíritu invisible flote en nuestro
rededor. Llevémosla, pues, a darle sepultura en el seno de la tierra: Así lo ordena Tupã porque
ese es el sitio a donde iremos a parar todos en la hora de la muerte.
   Así es que, ya veis, hermanos míos, el porvenir que nos está reservado. A los mortales nos
aguarda un tyvy (35) o sea, una triste fosa; y agrego: ¡Cuan grande es la sabiduría de Tupã al
construir nuestro cuerpo lleno de orificios, que requiere cada uno de ellos una necesidad
imprescindible! La boca pide de comer y beber desde que nace el día hasta la noche; los ojos
piden la contemplación de bellos paisajes y cuanto de hermoso hay en el mundo. La nariz,
pide recibir los más delicados olores, las esencias más gratas al olfato. Los oídos reclaman la
percepción de las más dulces armonías, los cantares y los tiernos acordes de la guitarra.
También estaréis de acuerdo conmigo en que experimentamos la necesidad de los goces
sexuales; sería muy triste la vida sin una compañera que nos haga feliz la existencia. Tupã
hizo nuestro cuerpo llenándolo de ansiedades que deben ser satisfechas y para calmarlas,
fuerza es trabajar. Y prosiguió: Esta misma tierra que pisamos, tiene existencia propia. Es un
ser que vive, se alimenta de las plantas y de nuestro cuerpo. Nada perdura sobre ella. Todo lo
que sobre su superficie existe irá a parar, tarde o temprano, en sus entrañas inexorables. Tan
solo las piedras y el carbón no puede digerirlos fácilmente. Y prosiguiendo su plática expresó:
Ya veréis vosotros cuando hayan pasado algunos plenilunios, nadie ya recordará de esos
muertos; más todavía, cuando la tierra se haya nutrido de aquellos despojos o sea cuando se
hayan mezclado con ella hasta las últimas partículas, el individuo muerto habrá pasado a otro
estado. Comenzará a vivir la vida elemental (17.). Allí sentirá las emociones que experimenta
la madre tierra, que no es sino un ser con vida y movimiento.
   – El agua es su sangre y el aire su aliento. La vegetación es como el vello que le circunda y
los bejucos son a modo de intestinos del boscaje (15.).
   Y mi hermano Japeusa ha cometido ese error por una supina ignorancia.
   – Obedecía a su modo de ser, a su propio temperamento. Hay un destino trazado por Tupã
y sus designios deben cumplirse infaliblemente, pese a los sabios o ignorantes que quisieran
oponerse a esa ley.
   Por eso pido clemencia para los extraviados como mi hermano Japeusa.


                                        CAPÍTULO VI.


   Los restos de Yrasêma, la doncella romántica cuyo canto era como el murmullo de los
arroyuelos, fueron colocados en una urna de barro repleta de olorosas flores y de apetitosos
manjares. Esta urna fue situada en una fosa profunda mientras el cortejo allí presente formó
en circuito una gran cadena, y tomándose de las manos, saltaron, danzaron, y cantaron por
largo rato.
   En este instante se adelantó la madre Sypãve y fue la primera en arrojar sobre la fosa
partículas de tierra, hecho que fue imitado por los presentes hasta llenar por completo la
sepultura. Terminada esta ceremonia trajeron a Japeusa, y lo colocaron sobre la tumba ya
cubierta de tierra. La tribu indignada pedía a gritos para que Japeusa fuese ultimado; pero el
corazón de una madre, allí presente, corazón misericordioso como no se hallará otro igual, se
opuso, escudándose con las palabras de Tupã que había dicho: «No arrebatéis jamás la vida de
vuestros semejantes» y añadió: Ya que mi hijo Japeusa está destinado a vivir contrariando
siempre todas las voluntades, dejemos a Arasy que ella misma aplique el castigo que su error
o su maldad merecen.
   Retiróse Japeusa y en medio del general ludibrio, fue a arrojarse en un arroyo cercano.
Inútil fue la búsqueda que de él se hiciera. Solo después de muchos días se halló su esqueleto
en la ribera ante el cual se agruparon las gentes y vieron por primera vez un bicho muy
extraño, parecido a la tarántula, adherido al ya referido esqueleto. Lo desprendieron y al
ponerlo sobre la arena, comenzó a andar hacia atrás, cuya condición les convenció que no era
otro que Japeusa (cangrejo). En ese instante todos exclamaron horrorizados: ¡Japeusa!
¡Japeusa!, siempre marchando para atrás. Ved en qué animal lo había, convertido Arasy como
expiación de su culpa. Luego el esqueleto fue enterrado en la arena, retirándose los
circunstantes hacia la población. Allí debían encontrarse con otra novedad: el novio de
Yrasêma había llegado esa tarde. En Tavaypy (36) le había sorprendido la amarga nueva de la
muerte de su adorada y veloz como un rayo vino hasta Arigua. Era el pobre Jahari que en su
desesperación había llegado hasta el aposento de su prometida, regando con sus lágrimas
todos los objetos que le pertenecieron en vida.
   Allá en el poniente se escondía el sol entre nubes de color rojo como ahogándose en
charcos de sangre, mientras aquí el apasionado Jahari se lamentaba desoladamente.
Encaminóse hacía la sepultura de su idolatrada Yrasêma y revolcándose sobre su fosa, ensayó
este triste cantar:
   Yrasêma, Yrasêma, me dejaste abandonado. ¿Y esto será verdad? Quiero morir ahora
mismo para juntarme a ti. Yo no podré resignarme a vivir solo: lloraré por donde quiera que
vaya. Y a la contemplación de tu tapera y de tus cosas abandonadas, siéntome volver loco.
¡Oh! Tupã, por favor, llévame donde está mi Yrasêma.
   Al terminar su canto cayó muerto sobre la misma sepultura guardadora de los restos de
aquella a quién tanto amó. Al lado mismo le enterraron.


                                        CAPÍTULO VII.


        Los siete mitos generados de Taû y Kerana:

        Teju jagua, Mboy Tu'i, / Moñai, Jasy Jatere, /
        Kurupi, Ao Ao, / Ha Juisõ Ipahague


    Ha pasado el plenilunio y conforme había pronosticado el sabio Tumê, ya nadie recordaba
aquel suceso luctuoso que marginó las tres primeras muertes acaecidas en los albores de la
Era Guaranítica. Pero bien pronto habría de ocurrir un hecho sensacional llamado a quedar
indeleble en la memoria de la posteridad que marcaría el origen de la Mitología y las
tradiciones del mundo guaraní. Ocurrió que en la tribu existía una nieta de Sypãve, hija
mimada de Marangatu, niña de extraordinaria belleza, que pasaba sus días durmiendo; por
eso la apodaron Kerana (37) (dormilona.) Esta era la unigénita de Marangatu, que constituía
el encanto del hogar, y era la simpatía personificada, el ídolo de la tribu.
   El espíritu maléfico Taû, que hacía tiempo se había prendado de ella en silencio,
transfomóse en un apuesto joven y fue a cumplimentarla. A los siete días (38) de sus
frecuentes visitas, intentó raptarla, pero oportunamente intervino Angatupyry, el espíritu del
bien, quien se presentó resuelto a defenderla. Apenas se hallaron frente a frente, se trabaron en
una encarnizada lucha, tomando por escenario un gran campo. Lucharon 7 días con sus
noches, hasta que Taû, desfalleciente, se consideró perdido. En tal emergencia solicitó la
ayuda de su viejo abuelo (39) Pytajovái (40),que era el Dios del valor y llevaba en sus
entrañas el fuego de la destrucción; no tenia rivales y su aliento despedía llamaradas que a él
mismo le inquietaban y llenaban de zozobra.
   Este intrépido guerrero hizo rodar por tierra a Angatupyry, y ya dueño del campo, Taû fue
a raptar a Kerana. Esta actitud produjo una justa indignación entre las gentes, quienes desde
ese momento, se desvelaron en suplicas y ruegos a Arasy para el ejemplar castigo del raptor.
  La diosa escuchó aquellos ruegos y su propia indignación se manifiesta en terrible
maldición lanzada contra Taû. Esta maldición va a cumplirse bien pronto.
   Veamos lo que ocurre. Al llegar siete plenilunios, o sean siete meses, (41) Kerana dio a luz
el primer hijo monstruo. Era su figura el de un iguana-perro con siete cabezas. Siguieron los
alumbramientos cada siete meses (42) hasta completar los siete mitos conocidos en las
leyendas guaraníes hasta nuestros días.
   Ellos son: Teju jagua (iguana-perro) (43), Mbói Tu'î (víbora-loro) (44), Moñái (45), Jasy
jatere (46), Kurupi (47), Ao-Ao (48), y Huicho (49) o sea, el Luisón, que fue el séptimo hijo.
    Estos seres contrahechos por la Naturaleza, desde tierna edad se revelaron como entes
diabólicos, inspirando terror general. Sus inclinaciones se manifestaron bien pronto con los
atributos que siguen:
   Así: Teju jagua, (iguana-perro) o Jaguaru (50) es la encarnación del mito que significa la
inacción obligada, debida a la deformidad de su cuerpo por las siete cabezas que le
embarazaban para todo movimiento. Era el más horrible por su fealdad. Sus ojos despedían
llamaradas. Tupã no le concedió la facultad de desarrollar su ferocidad, siendo, por el
contrario, dócil e inofensivo. Se nutría de frutas y su hermano Jasy jatere le proporcionaba
miel de abeja, alimento de su predilección Fue considerado como el señor de las cavernas y
protector de las frutas.
   Mbói Tu'î (víbora-loro) – Serpiente de formas colosales con cabeza de loro, fue el segundo
hijo del connubio maléfico. Sus dominios se extendían por los esteros. Protector de los
anfibios, del rocío, de la humedad y de las flores.
    Moñai – Señor de los campos, de los aires y de las aves: protector del robo y de toda
pillería o picardía.
   Jasy jatere o Jasy Atere (fragmento de la luna); hombrecillo de cabellos dorados, señor de
las siestas poseedor de una varita áurea que le hacía invisible, protector del Ka'aruvicha o
yerba hechicera y de las abejas.
   Kurupi – El prototipo de la sensualidad, dominador de la selva y de los animales silvestres.
Su miembro viril era de una longitud descomunal.
   En los montes se cría una especie de liana con el nombre de Kurupi rembo, como una
confirmación de lo dicho.
   Ao-Ao – Señor de la fecundidad. Era considerado como el dominador de los cerros y
montañas. Cuenta la tradición que vivía como los Jabalíes en majadas canibalinas y voraces,
persiguiendo a las gentes. Cuando éstas, al escaparse de aquellas, para librarse se subían a los
árboles, las rodeaban gritando en coro: Ao-Ao, Ao-Ao. Luego desarraigaban los árboles y los
volteaban para apoderarse de sus víctimas. Los que subían a las palmeras se salvaban, como si
estas plantas tuviesen una virtud contra ellos.
   Juicho, Luisón o Luvisón – Séptimo hijo de Taû y de Kerana; señor de la noche y
compañero de las parcas. Su dominio se extendía por los cementerios y se nutria de la carne
de los difuntos.
    Estos fenómenos sietemesinos tuvieron su desarrollo máximo a los siete años (38.), y entre
todos ellos, quién más alboroto promovía era Kurupi que se dedicaba al rapto de las vírgenes.
Las más bellas de éstas desaparecían misteriosamente y bien pronto, se hallaban encinta para
alumbrar a los siete meses. Pero como los vástagos eran de origen maléfico, dado el caso que
tuvieran que vivir, incendiarían el mundo con sus fechorías; pero Tupã dispuso que a los siete
días de nacer se les descompusiera el ombligo, acabando por fallecer del mal de siete días
(tétano).
   Entre los siete hijos de Taû, Moñái era aficionado al robo, ubicándose en una gruta en
Yvyty kuape (51), hoy llamado «Cerro Kavaju», departamento de Atyrá. En esa gruta Moñái
acumulaba los productos de su rapiña. Los hechos vandálicos de estos hermanos vinieron a
crear un estado de nerviosidad superlativa entre las gentes, un semillero de discordias
plantado por la influencia maligna de aquellos. Se odiaban, se culpaban, se armaban,
envenenaban sus flechas, incendiaban los montes y sementeras. Allá un asesinato, acá una
violación, acullá un incendio de casa. Viejos, chicos y mujeres, poseídos de odio colectivo, se
agredían y se mataban ferozmente.
   Pero, he aquí que aparece en el escenario el gran profeta Tumê resuelto a poner fin a este
estado de cosas.
   Convocó a los Avare (sacerdotes), caciques y demás vecinos caracterizados del pueblo a un
Amandaje (asamblea) y les pidió a que le ayudaran a dar fin a esta desgracia colectiva. Fueron
invitados a concurrir al Ñemono'ongáva (52) o Cabildo, situado entonces en Atyra, que
también significa lugar de reunión, en el que en esa ocasión hablaría Tumê.


                                        CAPÍTULO VIII


    Una mañana Taû meditaba y sonreía irónicamente al contemplar a sus vástagos
deformados fenomenales así como la obra de destrucción a que se entregaban. Sus ojos
bailaban en las órbitas, sus dientes castañeteaban, por su boca despedía llamaradas y
monologaba en estos términos: «Dicen que las mujeres me habían maldecido y que por eso he
sido condenado a tener esta descendencia contrahecha. ¡Bueno! A esas mujeres (Kuña), yo
también las maldigo y quiero que la maldad arraigue en sus lenguas. En vez de kuña, que
lleven la denominación de ku ñaña o sea, lengua maldita. También los kuimba'e (hombres),
que gozan de la plena posesión de sus lenguas, (i ku imba'e). No obstante eso, podrán tener la
debilidad de obedecer todos los caprichos femeninos. Ved si no, que la mayor parte de los
acontecimientos humanos que conmueven a las sociedades, (crímenes, dramas, tragedias etc.),
tendrán por móvil siempre la mujer; o si no fuere su propia obra, será su insinuación.
    La serpiente misma, esconde su ponzoña, y no hace uso de ella si no es agredida y solo en
tal caso morderá en defensa propia, y su mordedura mata o pronto cura. En cambio, las
mujeres serán mucho peor. El que fuere picado por su lengua viperina, no caerá fulminado,
pero tendrá un sufrimiento lento, hasta su total aniquilamiento. Su predilección será clavar los
dientes en la carne de las amigas ausentes. Hay que dejarlas que se desahoguen, pues, así
como los volcanes, cuando no vomitan lava se produce un terremoto. Hay que dejarlas que se
desahoguen, que mastiquen las reputaciones ajenas, pues es ese su placer oculto. Ellas, en vez
de buscar la calma que produce la paz del espíritu, su propio temperamento las condenará a
una vida de desasosiego y de contrariedades.
   ¡Que ellas sufran pues, las consecuencias de su propia maldad!


                                         CAPÍTULO IX


   Era una noche blanca. La luna iluminaba el conjunto de panoramas que ofrecían los
contornos de Atija, (hoy Atyrá).
    Un panorama primitivo, una naturaleza joven, pletórica de exuberancia y cargada de
aromas. El Yvyty rembó o sea la cordillera de los Altos, dibujaba su silueta, en la penumbra,
allá en el fondo de la planicie.
   El Ñemono'ongáva o Cabildo se hallaba atestado de un público sediento de escuchar las
palabras salvadoras de Tumê, quién, presentándose ante ellos, les habló de unión, de
concordia, de amor mutuo. Después de una larga exhortación pública invitó a una sesión
secreta a los más caracterizados auditores, en cuyo acto volvió a recomendar mucha
prudencia, a fin de que no se enterase Moñái de los planes que les preparaba, pues, agregó, en
ésta dura prueba aquel que se adelantare gustará de la mejor presa.
   No hace aún mucho tiempo, cuando Kerana comenzaba a alumbrar a los niños fenómenos,
predije entonces que aquel hecho era un mal augurio; y ya veis vosotros que mis sospechas
han llegado a confirmarse. Estamos asistiendo a un período de desolación de sangre, de
lágrimas y de asesinatos y estos asesinatos tienen también sus lógicos efectos. El
remordimiento de conciencia de los homicidas que pone en tensión los nervios.
    Si acabareis con la vida de vuestros semejantes, sentiréis el espíritu de Angekovóra que
posesionándose de vuestras entrañas os calcinará el corazón con un fuego lento, que os quitará
la tranquilidad y el sueño. Pero Tupã, dijo ¡basta! y me envió un emisario, es éste, el Jahari
gua'a, (papagallo) que me acompaña y que por su intermedio, me transmite sus deseos. Él
dispuso que, sin pérdida de tiempo, se tome una represalia contra los hermanos mitos
inspirándome para prepararles una trampa; agregando: «Dentro de siete días, por la noche,
haréis al pié de la letra lo que os indicaré. Una de mis hermanas ya está destinada al sacrificio;
tiene la misión abnegada y sublime de salvarnos (53), si la suerte le acompaña volverá ilesa; si
no, su vida habrá sido ofrendada en holocausto a nuestra tranquilidad. Marchará resuelta a
aplacar las iras de Moñái, a seducirlo, a desarmarlo, o en caso contrario, a perecer!


                                          CAPÍTULO X


    Tan pronto como regresó a su casa Tumê, llamó a sus tres hermanas quienes iban llegando
sucesivamente a su presencia; primero Tupinamba, luego Guarasyáva y finalmente Porãsy,
que era la menor; todas ellas radiantes doncellas a quienes su hermano Tumê o sea Pa'i
arandu (25.), les habló confidencialmente en estos términos: ¿Qué habéis pensado de nuestra
vida? Hemos vivido muchos años y no envejecemos nunca y estamos destinados a subsistir en
ésta forma. Si alguien no nos matare, las enfermedades no nos matarán, porque estamos
inmunizados. Conservamos nuestra juventud pletórica de energía, mientras la mayor parte de
nuestros parientes cercanos ya han desaparecido. Tan solo cuatro hemos sobrevivido los que
estamos aquí presentes; quiero revelarles un secreto, para lo cual espero me prestéis la debida
atención. Queridas hermanas, escuchadme: Debéis saber que yo os he suministrado un
remedio contra la muerte, para que os mantengáis siempre jóvenes e inmunes a toda
enfermedad. ¿Conocéis aquel Jahari gua'a, el papagallo (54) que me acompaña?; aquel que
fue obsequio del joven Jahari a nuestra finada hermana Yrasêma? Pues bien, ese pájaro yo lo
recogí después de la muerte de los amantes; y ¡qué revelación! Un día amaneció lleno de la
chispa divina de la sabiduría. Nada menos que Tupã lo había elegido como medio de
comunicación para hacerme conocer sus deseos. Gracias a las indicaciones de ese pájaro, supe
el secreto de una yerba silvestre llamada Ka'a ruvicha (yerba soberana). El varón que llega a
ingerir una poción de aquella yerba, no morirá mientras no cometiere el angaipa (55)
(fornicación); no envejecerá y gozará siempre de buen humor, será sabio y estará a salvo de
toda enfermedad.
   El que hiciere uso de aquella yerba maravillosa, podrá también conocer el porvenir,
adivinará cuantos secretos deseare; solo depende de la forma de cocimiento y mezcla.
Unicamente existen cuatro seres que han gustado de esa medicina: los cuatro hermanos que
nos hallamos presente y éste gua'a.
   Desde aquél día, vosotras os halláis poseídas del encantamiento y si lo deseáis, hoy mismo
podréis elegir esposo sin que os perjudique el remedio, como lo habíamos supuesto; al
contrario, la mujer procreará mejor y no sufrirá los dolores del parto. El varón, por el
contrario, si llegare a cohabitar, morirá y no sentirá los placeres sexuales. Este es mi secreto
que hoy os revelo. Y prosiguió en su plática: vosotras sois testigos de cuán amarga va siendo
nuestra existencia. Estamos bajo la influencia maléfica de los siete espíritus que nos llenan de
terror; y nuestra raza necesita un salvador. Me dirá, una de vosotras, si se anima a afrontar la
magna empresa de ir ante Moñái para poner en ejecución el arandu ka'aty (56), plan forjado
por mi ingenio. Porãsy se adelanta y con voz resuelta, expresa: ¡Yo iré a matarlo!
    Luego de haber recibido las instrucciones del caso, marchó a cumplir la difícil misión que
se le había encomendado.
   ¡Cuán joven y hermosa era la doncella, última hermana de Tumê, que ofrecía su vida en
holocausto de la redención de su patria, librándola así de la dominación de los siete mitos que
asolaban el terruño amado!


                                         CAPITULO XI


   No muy lejos de Atyja se divisa el cerro Kabaju (51.), en cuya gruta vivía Moñái. Allí fue
que Porãsy se presentó una mañana muy temprano para poner en práctica los planes de su
hermano Tumê. Tan pronto como despertó el terrible Moñái, apareció ante sus ojos como una
visión la elegante y voluptuosa figura de Porãsy, y ésta en cuanto lo vio, le dijo: hacía tiempo
que tenía vivos deseos de conoceros; hoy, al fin, me encuentro en vuestra presencia, tenéis
fama de valiente y de esforzado, por eso os amo y a costa de muchos empeños os he hallado.
Os felicito y celebro que gocéis de buena salud.
    Moñái, ante ésta repentina aparición, se incorporó en su lecho y mirándola, se sintió
burlado de tal modo que hasta le parecía un sueño. Aquel malvado de tan negras entrañas, que
nunca conoció el miedo helo aquí ante una mujer, sintiéndose pequeño, cohibido,
abochornado. Era que jamás había visto una mujer tan hermosa, de formas esculturales tan
perfectas, de mirada tan dulce y penetrante, y armada de una audacia incomparable. Le
subyugaba de tal suerte que se sentía avergonzado al mirarla fijamente al rostro. Y lo que más
le halagaba era el hecho de que viniera expresamente a visitarle porque le amaba. Así que se
sintió sumiso y humillado. Después de muchos rodeos se venía acercando tímidamente a su
visitante y con voz suplicante, le habló: Sois tan bella, que no me canso de contemplaros; y
luego prosiguió: Hace tantos años que vivo aquí solo, en medio de estas piedras, jamás ha
llegado hasta aquí un ser humano que tuviese la amabilidad de visitarme. Tú lo has hecho y si
es verdad que me amas, creo no tendréis inconveniente en que nos vinculemos ahora mismo...
Porãsy le interrumpió: Para eso he venido, pero sería mi deseo que juntéis a todos vuestros
hermanos a quienes tengo vivos deseos de conocer y una vez reunidos todos en este lugar
realizaremos una gran fiesta y nos casaremos, pero antes de eso es inútil pensar en ello. Así es
que apresuraos en reunirlos a todos ellos para dentro de diez días por la noche. Que estemos
todos juntos y contentos; y si no los trajereis, yo no me arrobaré en vuestros brazos y pensaré
que no me amáis; y así tal como he venido volveré a casa, pues ¿qué buscaría yo por acá?
   Haré todo cuanto me sea posible le repuso Moñái. De todos modos desde ahora yo vivo y
viviré para consagrarme a satisfacer todos tus deseos. Sólo encuentro una dificultad, uno de
mis hermanos reside en Jaguaru (Yaguarón), y no podrá venir hasta aquí debido a su
deformidad, pero nos trasladaremos a su residencia para que aquel pueda estar también en
nuestra compañía. En ese mismo momento ambos se encaminaron a Jaguaru, en donde le fue
dado conocer a Teju jagua. Éste al ver tanta belleza se sintió como humillado por tener siete
cabezas. Entre tanto Moñái salió en busca de sus otros hermanos para la reunión que se
proyectaba.
   Todas las instrucciones de Tumê Arandu se iban cumpliendo exactamente. A los diez días
señalados se encontraban reunidos en la gruta de Yaguarón: Teju jagua, Mboi tu'î, Moñái,
Jasy jatere, Kurupi, Ao-Ao y Luisón, quienes rodearon e hicieron cumplida adoración a
Porãsy, que allí estaba más hermosa que nunca en su atavío nupcial.
    Comenzaron a abusar de la chicha, la bebida tradicional de los indígenas, y bien pronto
quedaron embriagados (57). Esta circunstancia esperaba aprovechar Tumê, que los acechaba
con su gente. En el acto se dispuso a cerrar la puerta de la caverna, en el momento preciso en
que Porãsy tenía que abandonar la gruta. Se ignora las causas por las cuales los mitos se
dieron cuenta de las artimañas que les urdían; lo cierto es que, al pretender la huida, Porãsy
fue asaltada por Moñái quien, en medio de su borrachera, atinó a sujetarla de los brazos,
apostrofándola del modo siguiente: ¡No me abandonéis, hija querida!, me estáis
traicionando...
   ¡Traición!, ¡traición!, (58) respondieron a coro los hermanos. Descubierto así el plan,
Porãsy gritó a los suyos: ¡Ya no puedo salir, prefiero morir aquí con ellos, así... aseguren la
entrada!
    Entre tanto Tumê y los suyos acumularon piedras y leñas, de modo que ya nadie pudiera
salir de la caverna. Y los siete hermanos maléficos, al verse así encerrados, comenzaron a
lanzar alaridos terribles. Teju jagua ladraba desesperadamente, el gárrulo Mbói loro despedía
gritos desaforados, produciendo todo esto una infernal orquesta que hacía trepidar la tierra en
aquellos contornos.
   Había que escuchar el tumulto de los mitos, en su desesperación. El uno lanzaba ayes
ensordecedores, otro bramaba, otro lanzaba alaridos y los demás contribuían con sus voces a
una gritería capaz de reventar los tímpanos.
   La puerta de la caverna se sentía crujir. Las fuerzas concentradas de todos ellos, hacían
vacilar toda la tierra en los alrededores, hasta levantar una densa polvareda que obscurecía el
cielo.
   En tales instantes, Tumê prendió fuego a la hoguera y siguió atizando toda la noche.
   A eso de la madrugada, Porãsy dejó de existir entre el humo y el fuego y su espíritu
luminoso, semejante a una luciérnaga, salió de aquel antro candente y se elevó a las regiones
del éter, donde mora. Desde aquel entonces el firmamento se exornó con la estrella matutina
que los guaraníes llamaron Mbyja co'ê (59).
   Ese radiante lucero es el espíritu de Porãsy, que fue situado allí por obra de Tupã,
destinado a alumbrar todas las auroras por los siglos de los siglos. El rutilar de aquel lucero,
recordará perennemente los ojos de aquella diosa de la hermosura, sacrificada en aras de la
’redención de un pueblo.
   Y, en tanto que Porãsy fue la primera en asfixiarse, los demás mitos necesitaron siete días
y siete noches para consumirse.
    Y así, sus espíritus purificados por el fuego, abandonaron el antro ígneo, y también
resplandecientes remontaron hacia el infinito, ubicándose los siete unidos para formar después
el conjunto astronómico de las siete cabrillas (Eichu).
   Después de siete años de continuas depredaciones y fechorías, aquellos siete monstruos,
hijos malditos de Kerana, fueron incinerados en aquella gruta que les sirvió de tormento
ígneo.
   Ese horno fue abierto por Tumê y todo el pueblo allí reunido, pudo contemplar las cenizas.
   Y aquel sitio legendario, desde entonces quedó consagrado con el nombre de Moñái Kuare
(60), departamento de Yaguarón (Véase el Mapa del Paraguay).
CAPITULO XII


   La tribu de Sypãve, fue presa de un hondo sentimiento por la muerte de su ídolo Porãsy,
quemada viva por salvar a su nación.
   Existía por entonces un Ne'ê papára (61), contador de sílabas, o sea, un versificador
guaraní, llamado Etiguara, ferviente adorador de Porãsy a quien dedicó un salmo, que las
muchedumbres solían entonar en coro, y cuyo sentido ha llegado hasta nosotros en alas de la
tradición:


                 Mbyja ko'êju                    Toda la natura
                 Py'a roryha                     se mueve gozosa
                 Ejúna eguejy                    cuanto tu apareces,
                 Nde jasy resa                   estrellita hermosa
                 ¡NDE YASY RESA! (Coro)          (Coro)


                 Ko'ê mbyjami                    Blanca flor del alba,
                 Py'a roryete                    por buena que fuiste,
                 Ore pysyrõvo                    de querer salvarnos
                 Re káinga vaekue                quemada moriste
                 ¡RE KÁINGA VAEKUE!              (Coro)
              (Coro)


                 Nde yvága resa                  Hija de Arasy
                 Arasy memby                     perlita del cielo,
                 Reserõ reína                    tu fresco rocío
                 Okúiva ysapy                    se infiltra en el suelo.
                 ¡OKÚIVA YSAPY! (Coro)           (Coro)


                 Ysapy resa                      Lágrimas de niebla
                 Ha ára roky                     cargadas de esencia.
                 Nde ju ombojera                 las flores se abren
                 Umi yvoty...                    ante tu presencia.
                 ¡UMI YVOTY! (Coro)              (Coro)


                 Ko'êta jave                     Oh, bella estrellita
                 Reje hechauka                   cuando asoma el día,
                 Nde resa rory                   al mirar tu brillo
                 Ha rejajáipa...                 nos das alegría.
                 ¡HA REJAJÁIPA...! (Coro)        (Coro)
Nde ypýgui okuirõ       Y si de las heladas
   Ro'y rypy'a (62)        blanquean los campos,
   Remimbipa véva          tu luz refulgente
   Péicha revy'a...        tórnase un encanto
   ¡PÉICHA REVY'A...!      (Coro)
(Coro)


  Moñái nde rayhúgui       Moñái te adoraba
  Ore rejaite...           por efecto tal...
  Ha ára ru'ãre            ¡nos abandonaste
  Reje japete              para nunca más!
  ¡REJE JAPETE! (Coro)     (Coro)


   ¿Népa rehoitéma         Para siempre fuiste
   Ore Porãsy?             Porãsy adorada,
   ¡Kóva mba'etéma,        te lloramos siempre
   Hípa rombyasy!          con las alboradas
   ¡HÍPA ROMBYASY!         (Coro)
(Coro)


  Pe ñemboñangára          Más ello no obstante
  –Tupã ro'eha –           hallamos consuelo
  Ndéje hesa'yiva (iv)     al saber que eres
  Ha ikunu'ûha...          mimada del cielo
  HA IKUNU'ÛHA... (Coro)   (Coro)


  ¿Mamópa reho?            ¿Adonde te has ido?
  ¡Ko'ápena eju!           vuélvete enseguida,
  Guyrama jory             ¡las aves reclaman
  Reru ko'êju              tu pronta venida!
  ¡RERU KO'êJU! (Coro)     (Coro)


  Porã asyete              ¡Tu eres del cielo
  Ko'ê mbyjami...          la estrella encanada,
  ¡Nde yvága poty          que incitas las almas
  Toro hetûmi!...          a ser adorada!
  TORO HETÛMI! (Coro)      (Coro)
CAPÍTULO XIII


   Después de la incineración de los siete seres maléficos que azotaban la región, terminaron,
por un corto tiempo, las inquietudes y zozobras.
   Una aparente calma invadía el ambiente, infundiendo el aliento de vagas esperanzas de un
futuro mejor, pero bien pronto, los hombres volvieron a alentar ansias de venganza, para
derramar entre ellos los torrentes de sus odios y rencores.
    Eso se debía a la influencia diabólica de Taû que había regresado de un largo viaje, para
atizar la discordia en el alma de los guaraníes.
   El exterminio de su prole había ocurrido en su ausencia. Él se encontraba en sus dominios
de Ruapehû (63), cerca de Taûranga, allá por la Nueva Zelandia, por una larga temporada.
   Tan pronto como volvió a la tierra de Tumê (Paraguay) fue a ascender a la cumbre del
cerro de Jaguaru con su consorte. Ésta le refiere la horrorosa catástrofe ocurrida; y al saber
Taû que sus siete hijos fueron sacrificados en las llamas por Tumê, se levantó enfurecido y
lanzó un soberbio puntapié, contra una piedra cuyas huellas (64), aún se dejan ver hasta hoy, y
rápido como el viento, salió en busca de Tumê, de quien juró vengarse.
   Dirigióse a Atyha, su residencia habitual. Iba resuelto a triturarlo, a aniquilarlo. Pero había
incurrido en un lastimoso error...
   Entre tanto, Kerana, en la cumbre del cerro de Jaguaru traspasada de dolor, lloraba
inconsolablemente hasta que se le agotó la fuente de sus lágrimas, acabando por fallecer de
pena.
  En ese mismo sitio puede observarse hasta hoy un pocito de agua surgente donde filtra
como un hilo permanente, gota a gota, el líquido cristalino.
   La tradición refiere que aquellas gotas evocan las lágrimas dolientes de Kerana.
   Entre tanto, Taû empeñosamente andaba en busca de Tumê, a quien halló desnudo
bañándose en un pequeño salto del arroyo Karumbe'y en el paraje Mbururu, departamento de
Atyha.
   Taû se le acercó sigilosamente, pero Tumê, avisado ya de antemano por el Gua'a, estaba
alerta y volviendo el rostro rápidamente hacia él, le dirigió una mirada desconcertante.
    Taû no pudo resistir la fuerza de aquella mirada y quedó vencido. Aquel profeta
extraordinario le "empayenó", o sea le magnetizó, le dominó y le conjuró con el símbolo
triangular (o) y tuvo que huir de su presencia despavorido, como alma que lleva el diablo.
   En su huida pasó por un lugar donde existe una curiosa piedra hoy llamada Ita Espejo (65),
que Tumê utilizaba entonces como tal.
   Por venganza, Taû empañó la piedra con su aliento y trazó sobre ella la figura de una pata
de avestruz, cuyo significado es la amenaza de un soberbio puntapié lanzado contra la
generación de Tumê. Se retiró luego, e inmediatamente fue a poner en práctica sus negros
designios.
   Sembró la cizaña entre los hombres y entre éstos surgieron guerras intestinas.
   Y volvió, como en otrora, la época más siniestra de sangre y muerte que recuerda la
historia guaraniana.
   Un incendio, voraz por fin, desbastó casi la mitad de la región, y así pudo vengarse Taû de
los guaraníes, sus mortales enemigos.
   En vista de la maldad humana que reinaba entonces, Tupã se encolerizó y dispuso que un
Yporu (diluvio) viniese a poner fin a tan espantosas crueldades.
   Esa determinación la transmitió a Tumê por medio del Gua'a.
   Deseaba que él, personalmente, construyese un Ygarusu (66), o sea un lanchón de un solo
tronco de árbol para su salvamento. Tumê aguzó todo su ingenio para dicha construcción y tan
pronto como terminó la obra, una tarde, mientras el sol iba declinando se produjo un
fenómeno extraordinario en las regiones siderales que asombró a todos los rebeldes que
luchaban incesantemente.
   El astro rey parecía bañarse en un mar de sangre. Estaba ornado de un enorme círculo
semejante a un gran reflector que producía arreboles (67) que iluminaban la faz de la tierra
con sus irisáceos colores. Esta era una señal que presagiaba un acontecimiento grave. Todos
los seres vivientes comenzaron a agitarse y al caer la noche, la sorpresa culminó con la caída
de una lluvia de estrellas (68).
    Un calor extraordinario calcinaba el ambiente. Los insectos zumbaban; las ranas croaban;
los zorros gruñían; las aves nocturnas silbaban y el tajasu guyra, ave agorera, con su
estridente grito anunciaba un cercano y espantoso cataclismo. En los esteros, el karãu
lanzaba, lamentos desesperados, en coro con el chaha y el graznido del kurukãu, que desde
las alturas llenaba los corazones de honda congoja.
  Los jaguaru (lobos grandes) aullaban por doquiera. Los tigres y leones estremecían el
ambiente con sus ronquidos soberanos, mientras en los bañados silbaban las serpientes.
   Estas escenas producían estupor y escalofríos hasta en los guerreros más intrépidos y
fuertes, quienes temblaban ante el presentimiento de su fin cercano. Éstos en su
arrepentimiento hicieron las paces. Hubo un momento en que el oxigeno se enrarecía y los
seres vivientes comenzaban a respirar jadeantes. Ante este desesperante momento, los
guerreros rompían sus flechas y llenos de alarma fueron a refugiarse entre los peñascos y
otros escondrijos. Por fin terminó la guerra... (69)
   Causó mucha pena a Arasy el próximo exterminio del género humano. Deploraba que los
hombres, a causa de su ignorancia, se hubieran hecho crueles entre si y debido a ello tuviesen
que recibir la pena capital.
   Se constituyó ante Tupã para pedirle la gracia de que fueran perdonados, pero aquél le
contestó: «No es posible, ya he ordenado a Tupã amaru (70) que, como su nombre lo indica,
es el padre de las agua, que habita el fondo de los mares, para que, mañana mismo, azote la
faz de la tierra con una lluvia larga y torrencial. De ese diluvio, agregó, quiero que se salven
tan solo Tumê con sus hermanas y el Gua'a, porque entiendo que ellos procrearan otra
generación más pura y más obediente a nuestros mandatos». Y así era que ya nada se pudo
objetar. Tupã haría su voluntad, y ésta será la más justa e inapelable.
   No hubo otro remedio que aguardar la hora suprema de la gran lluvia... En aquella noche
de ansiedad infinita, nadie concilió el sueño, hasta que al fin despuntó el día, pero no surgió el
sol. Se interpuso delante un Jaguaveve (71), un eclipse total, para vendar los ojos dei sol, la
morada de Tupã, quien no deseaba contemplar el exterminio de tantos malvados. Se concretó
a descargar sobre ellos un Ara kañy, o sea, el día del juicio final, que viene a ser algo así como
un remedio heroico, extirpador de impurezas.


                                         CAPÍTULO XIV


   Por fin llegó el día del Yporu, o sea, el del diluvio Universal.
   El cielo amaneció encapotado; parecía vestirse de luto. Un algo tenebroso flotaba en el
ambiente. Tumê con sus dos hermanas y el Gua'a ya se hallaban ubicados convenientemente
dentro de la embarcación. Un vaho sofocante se escapaba de las aguas agitadas y las
corrientes de aire caldeada, traían fuerte olor a cucarachas. Se avecinaba una pavorosa
tempestad. Relámpagos prolongados se sucedían con intermitencia, iluminando todos los
ámbitos y el orbe parecía moverse en espasmódica convulsión.
    Las nubes se agrupan, se dispersan, suben y bajan, remolineando en tremenda confusión.
Las descargas eléctricas menudean; y, ya cerca del medio día comenzó a azotar la faz de la
tierra una horrorosa tormenta con lluvia. Los campos y lugares se inundaban con sábanas de
agua, y seguía lloviendo y lloviendo... hasta que ellas cubrieron por completo los montes
quedando solo visibles los picos de una que otra elevada montaña. (72)


                                        CAPÍTULO XV


   Tumê nunca pudo precisar cuanto tiempo duró el diluvio sólo recuerda que, después de
muchos días de continuas y torrenciales lluvias, no quedaron a flote sino una que otra cumbre
de elevadas montañas (72.) sobre las cuales se salvaron los animales que constituyen la fauna
guaraní actual. Numerosas especies desaparecieron, aquellas que hoy se citan como seres ante
diluvianos.
   Los hombres todos perecieron a excepción de los tres elegidos por Tupã.
   Cuando las aguas iban ascendiendo por las laderas de los cerros, se ofrecía el espectáculo
más emocionante y grandioso que hasta entonces se hubiere visto, y que era digno por cierto
de la pantalla cinematográfica.
   Millares de aborígenes, luchando desesperadamente contra las aguas, pugnaban por llegar
hasta las cumbres pero se veían atacados de continuo por los animales feroces, o por colosales
serpientes que los devoraban, de suerte que aquellos que no morían ahogados, perecían en las
garras de las bestias, o acosados por el hambre.
   Después de escampar comenzaron a descender las aguas, hasta que normalizaron sus
cauces; pero un Yvytyngusu, o sea una intensa neblina reinó por espacio de varios días, hasta
que por fin, también se disipó y fue entonces que un sol brillante iluminó la faz de la tierra.
Tumê se decidió a abandonar su barquilla para salir a realizar una breve excursión por los
alrededores.
   Contemplaba las frondas verdinas y los limbos amarillentos de las hojas, recientemente
exhumadas de las aguas. Los árboles estaban cubiertos de algas y líquenes, por efecto de la
humedad, suspendidos de las ramas en forma de cabelleras. Hongos gigantescos brotaban por
doquiera; y he aquí que con gran sorpresa de Tumê, aparecieron las siluetas de dos hombres
(73) de un montículo cercano. Eran dos arrogantes donceles de cutis amarillo obscuro (74), de
miradas risueñas (ma'ê hory), sanos, robustos y atractivos.
   Tumê se entrevistó con ellos y como no comprendía su lenguaje los llevó en presencia de
sus hermanas y bien pronto con el trato llegaron a comprenderse, profesándose mutua
simpatía.
   Los desconocidos relataron su historia del modo siguiente:
   Nosotros somos del mar (Paragua) (75). Hemos llegado hasta aquí navegando (76) en un
botecillo y Ñandejára (77) nos ha guiado para hallarnos aquí juntos.
   En medio del mar se hallaba situado nuestro hermoso país, que fue el luminoso Halánte
(78) (Atlántida) tierra de incomparables encantos. Una noche siniestra se lo tragó el mar, y sus
habitantes sucumbieron en la lucha con las olas espumosas.
Las aguas embravecidas rugían de un modo extraño y el oleaje se elevaba a centenares de
metros cuando sus habitantes perecían todos ahogados más una mano providencial colocó a
nuestro paso dos botecillos que venían flotando.
   En nuestra inminente ruina, yo y mi hermano nos apoderamos de uno de ellos y en el otro
se ubicó un matrimonio que también pugnaba por salvar la vida. Ese matrimonio que resultó
ser Kariõ (Deucalión) y su mujer Pirra, quienes nos acompañaron por muchos días en la
navegación, hasta que las olas los llevaron a rumbos desconocidos (79). Y, prosiguió: Yo me
llamo Karaive (13.), y mi hermano mayor aquí presente se llama Ma'ê hory (80). Somos
sobrevivientes del diluvio.
   Tumê le interrogó: ¿Sois entonces marítimos? Bien venido seáis y demos gracias a Tupã
por haberos conservado, cayendo aquí como gusanos de la lluvia (amaraso), expresamente
designados para esposos de mis hermanas...
   Ocurrió que Amaraso (81) quedó como apodo de Ma'ê hory y a Karaive se le dio el
sobrenombre de Paragua (que significa marítimo.) Ambos quedaron con ellos.
   Guarasyáva se casó con Paragua y Tupinamba se unió con Amaraso; éste se dirigió al
Brasil con su esposa radicándose a orillas de un gran río que llevó la denominación primitiva
de Amarasoya (82), palabra que por dificultades de pronunciación fue cambiada por
Amasonia.
   Tupinamba llegó a ser así la madre de los tupíes. Paragua, quedó aquí y también levantó
su hogar provisoriamente a orillas de otro gran río que llamaron Paraguay (agua del
marítimo); pero, más tarde, por dificultades ortográficas, escribieron y pronunciaron
Paraguay, que equivale a PARAGUAY.
   ¡Qué hombre inteligente era Paragua!
   Tupã había enviado un digno colaborador, un buen cuñado a Tumê.
  Este un día vino a llevarlo a Arigua para fundar un pueblo, muy cerca del Tupã Ykua y
Paragua se trasladó allí porque algo le faltaba, no hallaba paz en el lugar que él había elegido.
   Comenzó pues a laborar con ahínco para levantar un pueblo ideal que sería la admiración
de la época. Tenía un hijo primogénito que se llamaba Arekaja (83), un modelo de hombre
dinámico, dotado de facultades extraordinarias. Nadie como él para las invenciones, Era el
factótum, el indispensable, para dirigir y animar los trabajos de construcciones, las que iban
progresando día a día. Todos los habitantes se hallaban empeñados en aquellos trabajos, hasta
que por fin llegó a su apogeo.
   Desde Arigua se contemplaba una ciudad resplandeciente; era el símil de aquella capital de
la Atlántida desaparecida. Se fabricó también todo cuanto era uso en aquella urbe. Por la
noche despedía un resplandor blanco semejante a la luz del relámpago (84). Cuenta la
tradición que la casa de Paragua era un Edén (85) suspendido a las orillas del Tupã Ykua.
Construcción de extraordinaria altura, sus mborechakáva (ventanas), eran doradas a fuego. Al
contacto de los rayos solares despedían áureos reflejos que cegaban la vista. Paragua tenía la
obsesión de las luces y acarició la idea de obtener una iluminación igual a la que se usaba en
la gran ciudad resplandeciente que fue la metrópoli de Atlántida, en cuyas cercanías había un
pozo de profundidad extraordinaria, de donde se extraía un líquido amarillento que tenía
propiedades fosforescentes, capaces de alumbrar en la obscuridad como alumbran las
luciérnagas.
    Este líquido era envasado en grandes redomas de cristal. Se ponía en contacto con ciertos
aparatos fabricados de ita embo po'i (alambre), ita karu (imán), sostenido por itapygua morotî
(clavos de plata pulida); todo lo cual se hacía funcionar por medio de una ñokendavoka
(llave); y teniendo como elemento primario el aceite amarillo, de origen mineral, mezclado
con ita ysy (azufre) y el itatymbéy (azogue) se obtenía una iluminación semejante a la luz del
día.
   Paragua confiaba encontrar esa substancia amarillenta a una gran profundidad, e hizo
cavar un pozo en su mismo predio de Mba'e vera guasu en busca del Arakua (86); pero la
magna empresa dio un resultado negativo. Después de centenares de metros de perforación,
brotó un líquido blanco muy espeso, parecido a la leche pero no fosforescente. Era un barniz
blanco, con el cual bañaban los más importantes edificios y, a la luz solar, producía extrañas
fulguraciones.
   Los aborígenes gustaron de esa leche y la encontraron muy agradable. Bebiendo cierta
cantidad de ella, producía la embriaguez y una somnolencia que hacía transportar a un estado
de arrobamiento deleitoso.
   Muy pronto, aquellos que la ingerían engordaban, pero también los huesos se les
reblandecían, terminando por fallecer.
    En presencia de tal descubrimiento, se ordenó que se siguiese adelante la excavación, y ya
se había trabajado doblemente cuando, de pronto, brotó fuego... lo que produjo una gran
alarma. El director de los trabajos, (Arekaja) dijo: Nosotros que íbamos buscando el antro de
la luz, venimos ahora a topar el infierno...
   Ordenó, pues, el cierre inmediato del pozo y con esa medida quedó truncada la colosal
empresa. Los afanes de Arekaja se dirigieron a la búsqueda de otro procedimiento tendiente a
dar nombre a la ciudad fascinadora de Têtã vera guasu.
   Paragua y su hijo Arecaya comenzaron a ocuparse exclusivamente en practicar
experimentos. Extrajeron el zumo de la naranja agria en el cual sumergieron el ita karu
(piedra imán), ignorándose qué otras substancias, hasta que un día se le incendió el fuego, es
decir, cuajaron sus ideas y consiguieron producir una luz bastante intensa. Había que ver a
estos dos genios del progreso con qué entusiasmo anduvieron colocando unos extraños
aparatos en lo alto de las casas, que, por la noche, se hallaban adornadas con ramilletes de
luces, generadores de la electricidad.
   Apenas oscurecía, comenzaban a funcionar los aparatos llenando de resplandores toda la
población que cobraba así un aspecto verdaderamente fantástico.
  A esta ciudad, cuna de los misterios y de los encantos (87) le dieron la denominación de
Mba'e vera guasu, que quiere decir, gran ciudad resplandeciente.


                                       CAPÍTULO XVI


    La vida de Paragua fue una integral consagración al trabajo, a la realización de obras
artísticas, que en aquella lejana época no había quien pudiera superarlas, dando aquello una
idea del superior grado de adelanto de los atlantes. Y aquellas obras sobrenaturales, según sus
propias manifestaciones, la realizaba para olvidar sus penas, porque se sentía avasallado por
una profunda e incurable nostalgia. En tal estado vivía meditabundo y melancólico,
redoblando así sus actividades. Durante todo el tiempo de sus tareas y afanes tenía por
costumbre ponerse a silbar aires tan tristes que impresionaban vivamente a cuantos le
escuchaban; con frecuencia exhalaba suspiros exclamando ¡Ha Atlante! que parecían brotar
del fondo mismo de su corazón. Sus hijos que a menudo oían de sus labios esa frase
interjectiva, le remedaban: ¡Ha tualante! (88) que vive hasta hoy en boca de algunos ancianos,
haciendo equivaler a ¡Ah caramba! ignorándose su origen, que no es otro que el desahogo o el
suspiro del padre de la raza guaraní evocando su Atlántida desaparecida.
Paragua soportó en silencio aquella angustia torturante, porque, como hombre, no quería
demostrar debilidad y trataba de ocultar sus lágrimas.
   No obstante esa precaución, un día fue sorprendido infraganti.
    Era una tarde lila. El sol estaba a punto de ocultarse entre nubes de ópalo y grana. Era un
momento solemne que invitaba al éxtasis y a la meditación. Las cigarras con sus pitos de
sirenas anunciaban la capitulación del día con el reinado de las sombras. En esa hora se
inundaba de tristeza el corazón de Paragua, quien se hallaba cabizbajo y profundamente
impresionado. En esa actitud le sorprendió su esposa. Le salta al cuello, lo besa, lo llena de
caricias, le baña el rostro con sus lágrimas y poseída de un gran celo le interroga: Maridito
mío, ¿qué sientes tanto?, ¿quién habrá sido la ingrata que te redujo a ese estado? Confiésame
la verdad porque estoy tan quebrantada de verte poseído, de un tiempo a ésta parte, de una
melancolía tan profunda que ya no puedes ocultar. Ni si hubiese muerto tu propia madre, no
es posible que llegue hasta ese extremo tu dolor. iAh! Cuanto he sufrido y sufro ante tus
incurables angustias!
   Paragua la abrazó y le dijo en tono confidencial: iAh, Guarasyáva! No quieras pensar en
tonterías; es que vivo embargado por el recuerdo de mi antigua querencia. Esta honda
melancolía que me domina, es una especie de enfermedad que se llama nostalgia.
   Siempre.... ¡pero siempre! me atormenta la duda de si existirá o no sobre el planeta aquella
hermosa Atlánte, aquella patria adorada que, en una noche de pesadilla, vi sumergirse en el
abismo insondable de los mares. Durante las horas de mi intensa labor, trato de atemperar mis
penas , silbando aires que me transportan a aquellos lugares de mi infancia.
   Es verdad que es muy grave la pérdida de una madre; pero encuentro aún mucho más
horroroso pensar que toda una gran nación ya no existe; ni siquiera el sitio donde estuvo
ubicada... Además me embarga la inmensa duda de si ya estará o no a flote aquel bello país.
En mis noches de insomnio, me pierdo en conjeturas y si duermo, es para soñar que ando
recorriendo feliz las calles de mi ciudad predilecta. Y si despierto, es para volver a luchar con
los recuerdos que bullen en mi mente como una horrible pesadilla o cual una enfermedad que
me va consumiendo paulatina y fatalmente. (pausa)
   Así se expresó Paragua y su esposa amante se convenció de la sinceridad de sus palabras.
Enjugó sus lágrimas, consolándose ante la realidad de que, al fin, había llegado a conocer la
causa original de la infinita tristeza de su esposo, que siempre fue motivo de una justa
inquietud para sus familiares.
   Así fue que aquella profunda nostalgia que dominaba al padre Paragua, quedó como una
herencia a sus pósteros y, justamente, es aquella la causa de que el indio sea, por naturaleza,
pensativo, cabizbajo y melancólico.


                                        CAPÍTULO XVII


    La sublime misión de Põrasy:
    "Che ajahane ajuka / Porasy osê he'i / Ha haku kuére voi / Ohóma
    Moñai reka.
    Iporã je, ha i mitã / Tumê reindy pahague / O me'eta o guecove /
    Oipysyrõvo Jetã"


   Un día Tumê se hallaba pensativo y meditabundo, en su adusto semblante se retrataba el
dolor que le torturaba el alma. De pronto poniéndose de pie exclamó: ¡Cuántos años he vivido
ya, y aunque disfruto de buena salud, el tedio me invade a tal punto que me hace aborrecer la
vida. Es sabido que cuando nace una criatura la partera, como primera providencia, le corta el
ombligo y lo lleva a depositar bajo tierra detrás de la casa. Esto viene a ser como una
anotación del día del nacimiento. Por las capas geológicas, se contarán después los años del
nacido. Y mi ombligo, cuan profundo estará ya en el seno de la tierra. Yo siento el tremendo
peso que está encima. Así también es pesada mi vida y no veo llegar ya el día de hallar un
descanso. Ya quiero morir para finiquitar esta pena que me devora y comprendo que no podré
alcanzar esa gracia porque cometí el gran error de haber gustado de aquel ka'a ruvicha, como
elixir de larga vida de la cual ya estoy harto y no atino a discurrir qué podría hacer.
   Por otra parte, me desespera el pensamiento de que se va acercando el día en que los
karaiete, o sea, los hombres que se titulan civilizados, pronto avanzarán sobre nuestros lares,
en son de guerra. Esto es lo que más me inquieta porque no quisiera verlos.
   Aquellos conquistadores arribarán a nuestras playas en tres Ygarata (89) (carabelas) y nos
traerán «la semilla del bien y del mal»; así me lo ha pronosticado el gua'a...
   ¡Oh, Tupã, oh Arasy! Escuchad mis ruegos. Inspiradme lo que debo hacer para llegar a la
obtención de mi ambicionado descanso. El gua'a, que había estado escuchándole repuso:
Trata de casarte para dejar un heredero. Sólo después te será dado morir y si no prefieres la
muerte, elige entre ella y la vida. Torna a transformarte en inocente niño. Resuélvete ahora
mismo a hacer lo que te digo, porque Tupã te concede ese privilegio solo a ti, así me lo
manda.
    Y, prosiguiendo su plática, expresó: ¿Por qué no retornas a la infancia?; vuelve a aquella
edad feliz que fue siempre objeto de tus adorables recuerdos, a aquellos días rosados de
ventura en que sólo te faltaba alas para volar por un mundo resurrecto. Volverás a contemplar
a través del prisma de tus visiones toda tu edad vivida, esa naturaleza rebosante de alegría, de
exuberancia, de murmullos, de cánticos alados, que te elevarán a las encantadas regiones de
las caricias y las cristalinas fuentes del amor.
   Renacerán para ti aquellas lejanas auroras que hacían brotar el rocío fecundante,
produciendo la sagrada y magnífica eclosión de los cálices y de las aromosas corolas
mañaneras, que invadirán el ambiente con sus gratas esencias.
   Renacerán las alegrías en tu pecho rejuvenecido y volverás a gozar, como en otrora, de la
apacible serenidad del paisaje iluminado por los plateados fulgores de un radiante plenilunio.
   La contemplación de aquellas sencillas escenas de la Naturaleza que tanto te ilusionaban
en pretéritos amaneceres, hoy, por desventura, noto que te llenan de tristeza. Resuélvete pues
sin tardanza. ¿Por qué no te decides a lanzar hacia atrás los años y entrar de nuevo a
recomenzar la misma ruta de tu propia vida?
   Tumê, presa de honda emoción exclamó: ¡Oh, divino papagallo, dulce compañero de mi
existencia! qué consoladoras palabras son las tuyas!... Breves momentos de reflexión
siguieron a esta escena y continuó diciendo: ¡Cuán hermoso debe ser todo esto!, pero
únicamente si tuviese que elegir las frutas dulces del sendero, menos para aprisionarme entre
los espinosos lazos de los zarzales, propios de la vida.
   En nuestras peregrinaciones por esta tierra hallamos, por desventura, que los sufrimientos
son mayores que los goces, como las lágrimas son más permanentes que los instantes fugaces
del placer. Yo comparo la vida con esa planta de tala, con el tallo vestido de espinas punzantes
nos clavan por cada frutilla insignificante que vamos a recoger. Por cada gota de almíbar un
torrente de amargura.
   ¡Ah, si pensamos en todo esto, en el fondo de la conciencia, nos desilusiona la vida!... Pero
los recuerdos viven perennemente en nuestros espíritus, velados casi siempre por el antifaz
del optimismo. Esto no es otra cosa que la añoranza de la dulce fruta, no de las espinas. Por
eso la existencia es amable.
    Aspiramos a vivir más y más. Pero ahora mismo me estoy perdiendo en conjeturas. Pienso
que si volviera a trocar mis años por las auroras de mi juventud y tuviese que recorrer el
panorama de lo que ya he vivido, si tuviese que experimentar las mismas sensaciones del ayer
gustado, y si me fuera dado alguna vez la contemplación de un día preñado de fatalidades,
¡ay!.. en la víspera sería capaz de volverme loco. Y ve, ¡que es ingrato el destino!. Él nos va
llevando a la rastra, hacia horribles tempestades. Él nos somete a la más ruda labor y a las
inclemencias de la intemperie: frío, calor, hambre, y angustias de toda laya y los martirios
ocasionados por las picaduras de miles de sabandijas... ¡No, mil veces no! ¡Jamás retrocederé
a aquella edad pasada!... (Pausa)
   Manorã (90) o sea las Parcas nos aterra cuando vemos que se nos viene acercando. Es por
nuestro instinto de conservación, porque sabemos que viene armado de un aguijón que, pese a
nuestro temor, llegará irremisiblemente a devorar nuestros sesos y este será el instante
precursor del descanso eterno.
    Manorã es, sin embargo, nuestro mejor amigo. Pero, ¿quien es Manorã? Es un colosal
gusano volador, ciego, pero con buen olfato. Su cuerpo está armado de púas, en cada una de
ellas hay virus microbianos de una enfermedad. Debido a su ceguera, a nadie puede elegir;
son sus futuras víctimas las que se arrastran hacia él, movidos por su imprudencia o por su
mala estrella. Es como el hierro que solicita el imán. Y como es invisible, es también difícil
notar su presencia. Basta su contacto para que el cuerpo humano quede contagiado del
siniestro virus de la muerte. Es como la bala perdida que sin precautelación posible, se
incrusta en el organismo, tronchando la vida, por eso es justo en el rol que desempeña. Y
quien quiera que fuese aquel con que llegare a tropezar, estaría irremisiblemente perdido, ya
fuere rico, pobre, joven o anciano.
   Si es verdad que la visión de la muerte nos infunde terror, también es cierto que nos causa
tedio la vida, cuando ésta nos resulta interminable. Y soy de aquellos que prefieren un abrazo
de Manorã, antes que el insomnio, la modorra y el aburrimiento que me devoran. ¡Oh
Manorã inexorable! tú eres el bálsamo de los que sufren, y único refugio de los
desesperados ... ¡¡Dispón de mí a tu placer y voluntad!!...


                                      CAPÍTULO XVIII


   Era la media noche.
   Tumê pasaba en vela. Un algo inexplicable embargaba su mente.
   Levantóse de su lecho y, acercándose al gua'a le dijo: Despierta ave divina y dile a Tupã,
que tengo vivos deseos de conocerle personalmente. ¡Oh, Tupã, yo te veo constantemente con
los ojos de la imaginación pero hasta hoy no me ha sido dado contemplar tu rostro soberano!
Unicamente tú, gua'a, eres el que estableces el contacto espiritual entre yo y él. El gua'a
incorporándose con misteriosa voz le contesta: Levanta tus brazos al cielo, permanece en esa
suplicante actitud y prepárate a escuchar la misma voz de Tupã.
   Dicho esto, se dibujaron en el espacio los vivos trazos de relámpagos intermitentes que
alumbraban la inmensidad con azulados reflejos. Rasga el rayo las tinieblas con estruendo
pavoroso, y su eco repercute por valles y collados provocando la caída de una lluvia
abundante, acompañada de granizo. El huracán arrecia, los troncos de los bambúes balancean
y silban de un modo extraño. El fragor de la tormenta seguía produciendo en el boscaje una
orquestación terrífica, un concierto infernal, escuchándose como el eco de asordantes
flautines.
   De pronto, se deja sentir una breve trepidación de la tierra, luego todo vuelve a su cauce.
Se aleja la tempestad y una profunda calma vuelve a reinar en aquella noche misteriosa y
solemne...
   Entonces el gua'a interroga:
   – ¿Has escuchado la divina voz de Tupa?
   Tumê solo acertó a menear la cabeza exclamando: Pues no se nada.
    – Ese amandareko, ese ciclón, prosiguió, que acaba de extinguirse, es el compañero de
Tupã, pero tu mente frágil no ha tenido la suficiencia para comprender su lenguaje, ni tus ojos
alcanzaron a distinguir su forma. Como medio de adentrar en tu cerebro, las palabras que aquí
acaba de pronunciar, ponte a esculpir ahora mismo sobre esta piedra los signos equivalentes a
las palabras de Él, que yo voy a dictarte.
   Así quedarán grabados esos pensamientos para que tú los analices y sean del conocimiento
de la posteridad.
   Son las breves explicaciones que acabo de escuchar, las que dan una idea acerca de la
existencia de ese ser supremo, dominador del Universo, que nosotros conocemos con el
nombre de Tupã:
    «Todas las cosas movibles y estáticas, y todo cuanto se abarca con la mirada, tanto en la
superficie de la tierra, como también los cuerpos que brillan en las honduras del firmamento;
todos los líquidos, sanguíneos o lechosos como la savia misma de las plantas, en donde quiera
que se respire oxígeno: Yo estoy allí. En la luz como en las tinieblas, en el vacío de la gran
inmensidad, en la NADA misma o sea donde los ojos humanos son de nula percepción y todo
habla del misterio insondable... Mi espíritu está allí. Yo estoy mezclado con las lágrimas, con
el amor mismo...; en los rayos solares que filtran en lo más recóndito del boscaje; en el canto,
grito o vagido de los animales silvestres; en todos los elementos; en esa misma tierra que
pisas; en las tempestades, en los relámpagos, en el trueno, en las descargas eléctricas,
desapercibidamente Yo estoy allí. Soy yo el Creador, el Ñemoñangára, como también soy la
destrucción, el Principio y el Fin, la enfermedad y la salud, la ventura y la adversidad, lo
posible y lo imposible, la revelación y el misterio, o lo que es lo mismo, el enigma universal
que el cerebro humano jamás podrá trasponer.
   Soy el murmullo del arroyuelo que serpea por el hondón de los valles ocultos; el torrente
que se precipita sobre las peñas y se convierte en espumas, Hyjuipa (91) expresándose en un
lenguaje que jamás podrá ser comprendido por el ser humano.
   Soy la gota de rocío que titila sobre la flor, que la luz solar adorna bañándola con los
colores del iris y done los insectos de alas doradas que liban su licor, vuelan a mis impulsos.
    Soy el deseo nunca satisfecho, el pensamiento y la idea que ha quedado sin expresión y
jamás tendrá su realidad. Soy así mismo, todo aquello que ha dejado de suceder, soy lo
infinito, lo curable y lo irreparable. Por eso mi espíritu está diluido en todo ello.


   «Yvytúre, tyapúre, araíre ovevéva
   Opaite mba'e oîva ryepýpe ku akachã
   Mbyã kuéra resaitépe avei ku che oikóva
   Ha'e kuéra omañante..., ¡ndikatúiri che recha!
(versión castellana)
   «Por los aires, por los ecos,
   por las nubes, voy flotando,
   y en todo lo creado,
   mi divino soplo está.
   A los ojos de los hombres,
   mi poder está brillando
   y por más que ellos me miren,
   no podrán verme jamás.»


   Al terminar su obra grabatoria, Tumê arrojó el cincel exclamando: ¡Oh, pájaro endiablado,
que estas soñando. Déjame dormir por que ya veo que no podrá entrar en cabeza alguna los
disparates que acabas de dictarme.
   ¿Será posible Tumê que así te expreses?, le interrumpió el gua'a. Estás chocho? Nada has
entendido? Aunque todo eso no me extraña cuando se trata de manifestaciones de Tupã, en las
que vislumbra siempre algo de enigmático a los ojos de la investigación mental de los
hombres.
   ¿Es acaso que no tienes interés en conocer el sentido de las palabras de Tupã? ¡Ah, es vano
empeño el esfuerzo desplegado para enseñar al terco! Es tarea inútil pretender mostrar algo al
ciego, dar de comer al harto, hacerse escuchar de un sordo, que se hace tal para no oírte. Los
que nacieron para ignorantes es fuerza que acaben así. Nunca tendrán la lucidez necesaria
para conocer y comprender a su Creador, ni siquiera para forjarse una idea acerca del sitio
donde tiene su morada aquél.
   ¿Pero como puede comprendérsete si estás diciendo cosas incoherentes? Tu presunta
revelación sobre la anunciada aparición de Tupã no tiene pies ni cabeza.
   – ¡Muy bien Tumê, muy bien Tumê!, has dado en la clave... Es eso mismo, Tupã no tiene
pies ni cabeza; su aspecto físico nada tiene de parecido con los hombres, tal como tu lo
esperabas ver.


                                       CAPÍTULO XIX


      La Víspera del Diluvio:
      Ha sapy'ante ka'aru ete / Ko kuarasy je hetyma mba / Ha oike
      kuetévo tuguyicha * ite / Ara rapópe o hesakapa.
      (*La y de tuguycha debe llevar tilde nasal ~)


   Atyha estaba de fiesta. Una apiñada muchedumbre ocupaba el Cabildo (92) y sus
alrededores. Los habitantes de la gran región hallábanse convocados a una junta general para
escuchar por última vez la palabra del maestro Tumê, que toda aquella mañana estuvo
ocupado en exhortar a los suyos con su acostumbrada elocuencia. Sus palabras llenas de
emoción y de sanos consejos eran como blandas caricias para sus oyentes, quienes al
escucharle no podían menos que llorar amargamente.
– Aunque está muy lejano todavía el día nefasto, dijo Tumê, en que los karai ete arribarán a
nuestras playas en tres ygarata, me espanta el sólo pensar que tenga que llegar a vivir hasta
aquel día para presenciar su arribo, y luego ver, oír y sentir las iniquidades que cometerán y
que quizás sean peores que la plaga de los siete mitos, de tan ingrata historia para nuestra
nación. Aquellos extranjeros serán nuestros encarnizados enemigos; nos despreciarán,
exterminarán nuestros animales silvestres y nuestra raza será batida, a la par que las bestias
feroces, a chuzazos, a lanzazos y será desahuciada por los perros, se verá perseguida y
desbaratada hasta su total exterminio. Aquellos extranjeros prevalidos de su inteligencia y de
los elementos científicos de que seguramente dispondrán, harán mucho de bueno, como
también podrán hacer mucho de malo.
   La sed de oro será su constante obsesión. Los intereses bastardos arraigarán en sus pechos
haciendo brotar la envidia y la mezquindad, como un mal que se trasmitirá a sus
descendientes. Quebrantarán la armonía común y desaparecerá en gran parte la simpatía y la
hospitalidad. El sentimiento de humanidad llegará a ser ante los intereses creados
contrapuestos cosa secundaria.
   Prosiguiendo en sus disquisiciones agregó Tumê:
   – Deploro tener que abandonaros para ir en busca de una esperanza que vislumbro en el
camino de mi vida y regocija mi alma. Tras largo y rudo bregar por esta tierra, condenado a
no morir, veo al fin acercarse la hora feliz de mi eterno descanso. Por eso vengo hoy a
despedirme de vosotros para siempre. Debo marchar hoy mismo a un sitio prefijado, donde
me ocultaré en el seno de un cerro matizado (yvyty paraguari pe) (93)

   yvyty paraguari
   guari, guari añapengo;
   pe che juhúne kuri,
   itáro aháta aiko.

   (versión castellana)
   En el cerro matizado
   la vida voy a enmendar
   y me hallaré transformado
   en roca de aquel lugar.


   Al dejar Tumê el uso de la palabra, desapareció de entre la muchedumbre.
   Se había dirigido sigilosamente con su gua'a hacia un elevado cerro, en cuya falda se sentó
a descansar sobre una ancha piedra blanca que le sirvió de marandeko kuatia rã (94) o sea de
elemento para la Historia, comenzando allí mismo a grabar unos extraños jeroglíficos, por
inspiración del gua'a cuyo sentido se presume sea una predicción del destino reservado a la
raza guaraní.
   Era una tibia siesta de invierno que invitaba por igual a los ejercicios físicos o al descanso.
   Una brisa templada difundía por doquiera los perfumes de extrañas orquídeas.
   Tumê, fatigado moral y materialmente se sintió dominado por el sueño, del que despertó
sobresaltado por los gritos estridentes del gua'a...
   ¿Qué había ocurrido? Una hermosa gua'a, hembra, se le había acercado, quedando absorta
al contemplar al pájaro divino ornado de hermosísimos colores.
   Se acercó a su lado y después de afectuosas caricias, la cubrió, y cayendo desfalleciente,
murió a la vista de su dueño. Era el efecto del ka'a ruvicha, contrario al coito. El dolor de
Tumê fue grande y como el caso no tenía remedio, enterró el cuerpo del ave parlera debajo de
la misma piedra donde había grabado los petroglifos de que ya hemos hecho mención.
   Antes de arrojar tierra sobre la fosa abierta, le dirigió sentidas frases de despedida al amigo
inseparable, al buen consejero, que tantos años le había acompañando. «Yo envidio vuestro
descanso» le dice al final mientras sepultaba su cuerpo inerte.
    Y el cerro que fue teatro de esta escena de dolor es el mismo que se titula «Jarigua'a»,
situado entre los departamentos de Paraguarí y Carapeguá.
   Su primitivo nombre era Jaharigua'a porque allí murió y fue enterrado el gua'a de Jahari
bajo aquella histórica loza que fue motivo de justa curiosidad de parte de los turistas y
hombres de ciencia que solían visitarla. No hará mucho que fu destruida por manos
criminales.
    Después de este trágico suceso, Tumê se dirigió hacia el Cerro Para, (Cerro Overo), donde
eligió el sitio de su última morada, dentro de una gruta.
   Seguidamente salió por las aldeas en busca de una joven que le serviría de esposa. Bien
pronto encontró una doncella de aspecto atrayente llamada Tere (95) a quien eligió como
esposa y la llevó inmediatamente para instruirla e inculcarle algo de su sabiduría, por que le
decía: Yo pronto te dejaré para conocer el descanso eterno.
   La enseñanza duró varias semanas. Tumê tuvo que aplazar el fin de sus días solo con el
objeto de dejar a su esposa una mediana instrucción, así como también la revelación de
algunos secretos entre los cuales figuraba el uso de la yerba mate y del avati (maíz).
   Una tarde, hallándose ambos en la puerta de la gruta, Tumê dirigió una mirada melancólica
hacia el cerro Jahari gua'a y le dijo a Tere con voz compungida, apuntando con el índice.
    ¿Ves como parece estar muy cerca aquel lejano cerro? ¡Upe hi'ari gua'a o manónga
chehegui! (de aquel cerro en la cima, murió mi pobre papagallo); ¡ave de mi hondo afecto que
me acompañó toda mi vida! Al expresarse así se le inundaron los ojos de lágrimas. Luego le
refirió la historia de los karai ete que llegarían un día en son de guerra, dispuestos a luchar por
el oro y la desmembración de la raza guaraní. Por último, le confesó la triste determinación de
abandonar el mundo para sustraerse a todo, horrorizado por la perspectiva de un batallar por
la vida, tanto más intenso cuanto más avanza la civilización, y hasta llegará una época
ominosa en que desaparecerá la armonía colectiva.
   Luego agregó: Esta misma noche nos vincularemos para poder dejarte un gua'i rã (un
vástago) que heredará mis cualidades y te servirá de amparo.
   En efecto, ni bien entrada la noche, cohabitó con su virgen esposa y bien pronto produjo
sus efectos el ka'a ruvicha; se sintió desfallecer; una extraña frialdad hizo presa de su cuerpo;
se levantó y en aquel instante, uno de sus pies comenzaba a convertirse en piedra;
sucesivamente cada uno de los miembros de su cuerpo amanecía petrificado, quedando intacta
solamente la cabeza. En presencia de un hecho tan extraño, la gente de la comarca se
agolpaba a su rededor. Era tan emocionante el cuadro y tan admirable la plática que
escuchaban de labios de aquel moribundo, o mejor dicho, de aquella estatua de piedra con
cabeza animada, que llamaba constantemente a Tupã y a Arasy y dirigía cariñosas palabras de
consuelo a la joven esposa que tan pronto iba a abandonar.
   Momentos antes de expirar le dijo: Tere, hoy en el ocaso de mi vida, te contemplo tan llena
de gracia que te amo de todo corazón y deploro una y mil veces que tenga que separarme de
tu lado. Recién ahora conozco la felicidad que se experimenta al lado del ser querido,
aprisionado en los brazos de una consorte amantísima, rodeado de hijos queridos que le
acarician y le acosan a preguntas inocentes llenas de infantil ingenuidad. Así sería otra cosa la
vida, no se sentiría el aburrimiento que de mi alma se ha apoderado en mi triste soledad. Si a
tiempo hubiera sabido que existían estos placeres, jamás hubiese gustado de la «yerba
soberana» que me sirvió de elixir de larga vida. Pero, mira Tere, no te canses de recomendar a
nuestros descendientes para que se abstengan de cometer esa locura de ingerirla. Yo estoy
convencido de que sólo al hombre le produce este mal efecto, no así a la mujer; por el
contrario, le ahorra el sufrimiento del parto. Y a fin de que nadie haga uso de ella he dejado
enterrada la receta en este itakoty (96) (aposento de piedra), donde quedará oculta hasta el día
del juicio final.
   Enjugad vuestras lágrimas, que ya no tardará en brillar la alborada en que volvamos a
conversar familiarmente como ahora. Desde otras regiones, quizá desde algún Jasy rata
guasu (92.) (desde algún planeta), os enviaré mis mensajes de cariño y amor, y eso lo
cumpliré estrictamente... es mi formal promesa...!
   Terminada esta exhortación el gran Profeta de los guaraníes, aquel Tumê, Tomé, Sumé, Pa'i
Arandu, Paisandú o Santo Tomás, (éste último según suposición de los conquistadores) cuyo
nombre se ha prestado para la denominación de numerosos lugares, pueblos y hasta ciudades
de este continente, le llegó también su hora, dándose a eterno silencio porque acababa de
convertirse totalmente en piedra en la gruta de Santo Tomás en Paraguarí (93.).
    Su espíritu luminoso despidió fulgores por varios segundos, alumbrando el obscuro
aposento de piedra (ita koty) y luego se elevó a la mansión celeste, donde mora convertido en
el planeta Marte. (Léase la nota (100.).
   Su esposa Tere se quedó asida al cuello de sus despojos petrificados, en tanto la
concurrencia le acompañaba con sus lágrimas.
   Existía por entonces un anciano llamado Chochî (97), director de rezos, mejor dicho avare
(sacerdote), quién rezó un curioso salmo, especie de letanía respondiendo dialogalmente un
coro de voces el estribillo: Tere Noe (98).


                        Chochî – Nuestro apreciado Tumê
                        fue hijo de Rupavê
                                                           Tere Noe (Coro)

                        del vientre de Sypavê
                        nació en la primavera
                                                                  Tere Noe

                        Nuestro entendido Avare
                        utilizaba el paye (magia)
                                                                  Tere Noe

                        Incineró con su ciencia (99)
                        a Moñái y sus hermanos.
                                                                  Tere Noe
y merced a su invención
se tuvo una embarcación.
                                Tere Noe

A él mediante, del diluvio
se ha salvado nuestra raza.
                                Tere Noe

Así que el grande Tumê
fue ante nosotros, Noé.
                                Tere Noe

Él nos enseñó el cultivo
de la yerba y el maíz.
                                Tere Noe

Él fundó para nosotros
el Mba'e vera guasu.
                                Tere Noe

El grabó con propias manos
las palabras del gua'a (94.)
                                Tere Noe

Con blandas alas fue al cielo
para hallar reposo y paz.
                                Tere Noe

Fue a dar grata visita
a aquella Arasy infinita.
                                Tere Noe

Del Jarigua'a en la cumbre
sus leyes están grabadas.
                                Tere Noe

Ya solo está entre nosotros
su fría imagen de piedra.
                                Tere Noe
Y desde allá nos alumbra
                        un planeta (100) en la penumbra.
                                                                   Tere Noe

                        iOh Tupã grande Deidad
                        a nuestra raza amparad...!
                                                                   Tere Noe

                        Tumê desde el firmamento
                        nos dará su mandamiento.

                                (Coro: Nos dará su mandamiento).


   Al finalizar este salmo reverente en adoración a Tumê, en la maraña cercana de la selva se
oyó un lamento quejumbroso, lastimero, así también como el lúgubre tañido de una campana
en son de tétrico doblar.
   Era Urutaû (101) que, en su hondo duelo, lloraba la desaparición eterna de Tumê y el
guyra ita o Tupin (102) (pájaro campana), que con su canto metálico invitaba a la meditación
y al recogimiento.
   Desde aquel día memorable, la fauna guaraní cuenta con dos curiosas especies de pájaros,
cuyos cantos han dado origen a conocidas e interesantes leyendas.


   Nueve meses después de los hechos que acabamos de relatar, la joven viuda de Tumê dio a
luz un varoncito a quién le dieron el nombre de Gua'irã, que significa vástago o heredero.
   Desde su infancia, este niño demostró una mentalidad clarividente.
    Entre sus primeras aficiones le encantaba la construcción de botecitos cuyos ejemplares
llenaban la casa.
   Aquella singular y tal vez lógica inclinación la heredó de Tumê, quién fue un día inventor
de aquel ygarusu con el que salvó su propia vida y las de sus hermanas.
   Ya adolescente, Gua'irã, se dirigió una siesta hacia la selva cercana con sus herramientas,
con el objeto de cortar maderas para la fabricación de sus botecillos, pero con tal mala suerte
que extravió el camino. Aquí es oportuno recordar que Taû, el genio maléfico, nunca pudo
vengarse de Tumê, debido a la posesión del paye, contrario a toda influencia del exorcismo.
   Aconteció que después de su muerte acechó a su unigénito Gua'irã. Siendo este un niño
inexperto aun, lo extravió por las sendas ocultas del bosque por donde anduvo vagando
durante varias semanas.
    En esta obligada peregrinación, causada por el extravío, recorrió las sierras de «Amambáy»
y «Mbarakaju», sustentándose sólo de frutas silvestres y miel de abejas, hasta que se le
interpuso un gran río, un Parana que tenía que vadear para volver a su hogar, según su
creencia. Así tuvo que quedar a trabajar varios días para construir un ygatimî (botecillo
blanco) (103), con el cual pensó vadear el Paraná. Terminada su obra y botada al agua la
pequeña embarcación, se puso a remar hasta quedar rendido de cansancio. Entonces se dejó
llevar por las olas, hasta que de pronto una corriente impetuosa lo arrastró al infierno, o sea al
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Ñande Ypy Kuéra (Nuestros Antepassados) - Narcizo R. Colmán

  • 1.
  • 2. Biblioteca Virtual del Paraguay Narcizo R. Colmán (Rosicrán) NUESTROS ANTEPASADOS (ÑANDE YPY KUÉRA) (i) Versión castellana del mismo autor GÉNESIS DE LA RAZA GUARANÍ Poema Etnogenético y Mitológico SEGUIDO DE UN ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LOS MITOS, NOMBRES Y VOCES EMPLEADAS NOTA: La traducción de los cuatro primeros capítulos, pertenecen al Dr. Eudoro Acosta Flores y los sucesivos fueron hechas por el mismo autor del poema, Don Narciso R. Colman.
  • 3. PALABRAS PRELIMINARES Dice el Prof. Guillermo Tell Bertoni en su obra «La Lengua Guaraní, su Importancia Histórica y Actual»: «Si reveladora fue la obra del Anacreónte guaraní, Narciso R. Colmán, auténtico pioneer del movimiento de redención de uno de los más caros atributos de la nacionalidad, cuyas obras hay sentado una posición perdurable en las letras guaraníes y han trascendido al exterior donde han sido consagradas por la crítica científica y literaria; reveladores fueron también los análisis radicales del Dr. Domínguez y las rimas de tantos émulos del inmortal Pérez Martínez». Está en razón el ilustre profesor. El título que corresponde a Rosicran es el de auténtico y esforzado pioneer. Sus obras están llenas de méritos, por que a una rica imaginación y emotividad, claro ingenio, estilo sobrio, claridad y precisión de conceptos, se suma el espíritu del investigador tenaz y avezado. Hombre de estatura más bien pequeña, pausado en el hablar; de noble mirada y reposado continente; modesto hasta decir basta, posee sin embargo el espíritu de más poderoso dinamismo que haya aposentado en carnales hábitos. Se equivocaría quien lo juzgue un tranquilo burgués, un caballero de inocua sonrisa, un paseante distraído. Largos años de meditación, de útil estudio, de fecundos dolores, han impreso en su rostro el sello de la serenidad. Fraterno en el saludo, discreto en el trato, tardo en opinar y generoso en la alabanza de ajenas obras. He aquí uno de esos hombres a quien como el Prof. Teodoro Rojas, sabio y modesto compatriota de extendida fama, podríamos considerar aureolado de santidad civil. Rosicran, cuyo es el seudónimo del ilustre autor de «Ñande Ypy Kuéra», no padeció nunca de injusticia, orgullo, ingratitud. El sabe expresar su canto diáfano, exento de culteranismo, limpio de amargura, sin tono de admonición, sin ficciones de erizado combativísmo. Es un verdadero Avare Ñe'ê Porã, sumo sacerdote de belleza. Cuando se ha logrado como él, infundir a la poesía el soplo de la sabiduría, los rigores del método se dulcifican y la obra maestra se realiza y queda vencedora e invencible ante la mirada de la crítica y ante la sagrada emoción de los que, comprendan o no el arte, la intuyen, sienten y gozan dentro del sublime postulado de Manclair: Sin fe es vana toda teología. Más cerca de Dios, que el más sabio teólogo está el humilde creyente, de fe profunda y sincera. Narciso R. Colmán ostenta título más que suficiente para honrar, como lo hace, a la patria y sentirse glorioso: el telegrafista de la estación de Aregua que fue en su niñez precozmente ungido de responsabilidad; el Secretario Municipal en Yvytymi, su pueblo natal, funcionario público diligente y probo: Juez de Paz en Caballero, San Bernardino; Sub-Inspector de telégrafos nacionales; Juez del Crimen en el distrito de San Roque; Jubilado a los 33 años de servicio en la administración pública, es además miembro del XX Congreso Internacional de Americanistas en Río de Janeiro (1922), Miembro actuante de la Sociedad fluminense de Jurisprudencia del Brasil (1924); miembro de la Sociedad de Ciencias Auxiliares de la Historia, del II Congreso de Historia y Geografía de América (1926); propuesto para formar la sección paraguaya, en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual de París (1927); invitado a participar del VII Congreso Científico americano reunido en la ciudad de Méjico (1931); Miembro de la Comisión de Filología Aborigen del Museo Histórico y Etnográfico (1920); Miembro Corresponsal del Circulo de Altos Estudios de Rosario de Santa Fe (1936). El nombre de Narciso R. Colman figura en la portada de la revista «El Ideal», de Buenos Aires, como colaborador al lado de los de Ruben Darío, Guido y Spano, Bartolomé Mitre,
  • 4. Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte, Pedro B. Palacios (Almafuerte), Carlos Rolox, Eduardo I. Santiago, Martiniano Leguizamón. Ha merecido justiciera alabanza de ilustres intelectuales: entre ellos, Moisés S. Bertoni, 0’Leary, Guillermo T. Bertoni, Federico García, Natalicio González, Justo P. Benítez, Robustiano Vera, Manuel Riquelme, Eloy Fariña Núñez, Juan Vicente Ramírez, Facundo Recalde, Eudoro Acosta Flores, Juan Stefanich, Leopoldo Ramos Giménez, etc. La prensa nacional y extranjera se ha ocupado de sus obras. «La Prensa», «La Nación», «El Ideal», «La Razón», «Catalunya» de Buenos Aires, «Jornal do Comercio» «O Jornal» de Río; «La Voz de Madrid», etc. Y entre los del extranjero, João Ribeiro, Berduc, Gustavo Barroso, Luis Alberto de Herrera, Manuel María Oliver, Agustín Fontanella. etc. Sus libros principales son: «Ocára Potǐ» dos tomos «Mil Refranes Guaraníes», «Ñande Ǐpǐ Cuéra» (ii), recibidos con aplauso de la crítica continental. Valdría la pena que todos esos juicios se coleccionen en un volumen como cuarteles del blasón heráldico de su obra literaria. Hubiera querido transcribirlos. No es posible. Son tantos – a cual más eruditos. Mencionarlos llevaría a llenar páginas y páginas... Por eso lector amigo, en el umbral de la prolija versión castellana de «Ñande Ǐpǐ Cuéra» (iii), me limitaré a rendir el homenaje de mi admiración y simpatía al excelso poeta y noble amigo, con las bellas palabras de Natalicio González: Que siga el Anacreónte guaraní tañendo la septicorde lira celebrando el rubor de las vírgenes, el vuelo de las palomas y el canto de las cigarras, para eterno regocijo de los hombres. F. Ortíz Méndez
  • 5. CAPÍTULO I. En medio del hondo silencio y de la gran noche milenaria que rodea a los astros, sólo el sol despide áureos destellos. Desde este astro, su luminosa morada, Tupã (1) observa el universo entero con ojos escrutadores que ven a través de las sombras y de las cosas. Una débil nube de amargura parece envolver el brillo maravilloso de su mirada. Acaso le infunde alguna tristeza la soledad infinita que le circunda. Después, Tupã, da por celebradas sus nupcias con Arasy (2). Conságrale enseguida como Madre del Cielo y le fija por morada la Luna, blanca y tenuemente resplandeciente, como un copo gigantesco de algodón flotante en el espacio. Un tibio calor circunda a la tierra. Un vaho caldeado, que se escapa de las aguas agitadas, se desliza presuroso y siseante; y, allá a lo lejos, el trueno, como un heraldo de guerra, anuncia con su ronco estertor una recia tempestad. Relámpagos prolongados se suceden con intermitencia, iluminando el ámbito y todo el orbe parece moverse en pasmódica convulsión. Las nubes se agrupan y se dispersan como corderos enloquecidos de un fantástico rebaño... De improviso, rásgase el cielo con la fugitiva quebrada luminosa de un rayo, y, poco a poco, como perlas desengarzadas de un collar, caen los granizos sobre la faz de la tierra. ¡Los elementos, dirigidos por una mano monumental y bárbara traban la más formidable batalla que haya conmovido jamás la lid del universo!... Como al anochecer, rompiendo la densa cortina de las sombras, comienza a caer la lluvia con su agua purificadora y fecunda. Primero caen grandes gotas que a la luz fugaz de los relámpagos cobran extrañas fulguraciones, y luego, se precipitan las aguas copiosamente en torrente incontenible. Hasta los pies del cerro, que se alza en medio de la planicie como una admonición, llegan las aguas, blanquecinas a la distancia, llenas de espumajos. La luna, entre unas nubes que corren veloces, cabeceando como veleros desorientados, asoma su faz sonriente y blanca. Ya cerca del amanecer, el cielo despéjase por completo y aparece limpia y brillante la superficie toda de la tierra. CAPÍTULO II Aquella remota mañana, luminosa y fresca, Tupã levantóse temprano con el ánimo despreocupado y alegre. Invitó a Arasy, su esposa, para que bajase con él a la tierra, hasta la colina (3) de Arigua (4). Desde este lugar crearían los mares y los ríos, los bosques, las estrellas y todos los seres del universo. La tierra experimentó un leve estremecimiento, como si despertase de su larga modorra de siglos, y desde entonces florecieron las plantas, retoñaron los árboles, rieron los pájaros con su risa loca y jovial y el viento difundió por todas partes mil aromas agradables... La tierra, como infundida de nueva vida, giraba armoniosamente y toda su faz ofrecía un espectáculo portentoso y sublime, pero faltaba algo para completar la gama maravillosa de todo lo creado y entones Tupã se propuso crear la primera pareja humana. Reunió un poco de arcilla y mezclándola con sumo de ka'a ruvicha, (5) sangre de un ave
  • 6. llamada Yvyja'u, (6) unas hojas de sensitivas (7) y un insecto llamado ambu'a,(miriápodo) hizo una pasta que remojó con agua que fueran a buscar de un manantial cercano que desde entonces quedó consagrado con el nombre de Tupãykua (8) (hoy Ypacaraí). Hicieron luego con ella dos estatuas, a su semejanza, y la expusieron al sol para secarse. No bien sintieron el calor de los rayos solares, cuando dotados de vida se estremecieron ambas estatuas, transformándose en dos seres vigorosos que prorrumpieron en gritos de júbilo. Ambos dioses hicieron sentar en frente de ellos a los recién creados, y Arasy prorrumpió a decir: Mujer que de mí naciste a mi semejanza: te doy por nombre Sypavê (9). Y Tupã, a su vez, le dijo al otro, que era varón: Te doy por nombre Rupavê (10) y luego, dirigiéndose a ambos, continuó: Amáos mucho, hijos míos, y reproducíos indefinidamente. Mostrad siempre especial cariño a los niños, y no os aflijáis nunca por nada, que nada faltará en vuestra senda, pues todo lo pondré al alcance de vuestras manos... ¿Por qué dices así? – le interrumpió Arasy – Si no hacen nada, si no trabajan, si no distraen la felicidad de vivir que acabamos de darles con la pena de una labor, acaso lleguen a ser desdichados. Vida siempre grata y fácil no es vida, sino muerte lenta. Bien – dijo Tupã, dirigiéndose de nuevo a los recién creados, sin prestar mayor atención a las palabras de su esposa – Para vuestro alimento no sólo os dejamos las frutas de las plantas y los árboles que componen los bosques, sino también la carne de los animales (11) que con vosotros habitarán esta tierra. ¿A mi, qué me dejáis? – preguntóles Sypavê. Arasy le replicó: Para ti, Sypavê, queda la fruta del guayabo (arasa) cuyo nombre tanto se asemeja al mío. Cuando la gustes, acuérdate de mí. ¿Y a mí, que me dais? – requirió a su vez Rupavê. Tupã, generoso, con paternal ternura, le replicó al punto: Para ti, hijo mío, queda el cocotero. ¡Yo quiero más! – gritó Rupavê, acercándose. ¡Hombre pedigüeño! – respondióle Tupã con fingida ira, señalándole el suelo. – Te dejo también este lecho (tupa) (12) cuyo nombre te recordará el mío. Levantó luego su diestra Tupã, y bendijo a todos los animales que poblaban los bosques. Y volvió a hablar: Todo esto, que para vosotros queda, debéis respetar y conservar. Empleád a su modo todas las cosas sin desperdiciarlas; comed cuanto querráis hasta que arribe a las playas de estas tierras el verdadero señor, el karaiete (13), que vendrá un día para marcar el destino de este continente... Vosotros – entendédlo bien – sois parte de la arcilla que estáis pisando. La tierra es vuestra madre común y hermana suya es la Luna, que veis allá suspendida en el espacio: Ambas tienen vida y constantemente giran aunque vosotros no os deis cuenta de ello. Todo lo que allá abajo se mueve (14), como una enorme cabellera agitada a impulso dei viento, son los árboles (15), y todo lo que veis animarse a ras del suelo, como gusanillos(16), son los seres vivientes... Cuando la vida se escape de vosotros y tornéis al seno de esta arcilla, mezcláos con ella, por entero y así, una vez que os hayáis confundido con ella, volveréis a
  • 7. gozar de nueva vida... (17). Vosotros estáis de paso en esta tierra; quedaréis un momento sobre ella y luego pasaréis. Seréis como los fuegos fatuos, que veréis surgir a flor del suelo, en noches tormentosas, que iluminan un momento y después se esfuman para siempre. ¡Cómo quisiera veros ya vivir esta existencia que acabamos de daros! Si la dignificáis, no os faltarán las recompensas... Calló un momento Tupã, y luego con amplio ademán, como abarcándolo todo, continuó con pausada voz: Aquello que veis parpadear en el cielo, como infinitas pupilas, son las estrellas (18), fragmentos de la Luna, tocados por mi mano... Habéis de saber que todo lo que se reproduce tiene vida. El agua es la sangre, el elemento fecundante de la tierra; el viento, (yvytu o yvypytu) que es el aliento de la tierra – es ésa cosa misteriosa, cargada de rumores, que a veces pasa suavemente, acariciándoos, y otras, como poseído por un espíritu maléfico, corre velozmente, terrible y brutal – contiene el aire que es la base de vuestra existencia...... Amáos mucho, vivid en el amor, pacíficamente, en tanto que yo vele por vosotros. Os dejo a Taû (19) y a Angatupyry (20) como compañeros: Ambos conocen desde ya los caminos que seguiréis y aunque no los veáis, el uno os sostendrá en el Bien y el otro os empujará hacia el Mal. ¿Para qué nos dais por compañero a Taû? – gimió medrosa, Sypavê. ¡Su presencia es necesaria entre vosotros! – replicóle Tupã,. Si el miedo no existiese, seríais muy desdichados: así también, si todo lo obtuvieseis sin esfuerzo alguno, no sabríais el valor de las cosas... No llegarían a conocerse las virtudes curativas de las hierbas si no existieran las enfermedades; tampoco experimentaríais placer si no conocierais el dolor... Vagaríais errantes, padeciendo, si no pudierais morir, y yo no quisiera que vivierais renegando de la vida, cargados de hastío y de blasfemias... En estos lugares nada habría, sería un desierto terrible si yo no os pusiera a vosotros sobre este globo para multiplicáros indefinidamente... Si os afecta algún mal es porque Taû os somete a prueba y comienza entonces el combate entre él y Angatupyry. Esta será la eterna lucha del bien con el mal. Si llegáis a recobrar la salud, es porque Taû abandona la lid, derrotado, y es Angatupyry, en cambio, el que queda triunfante. No os dejéis llevar jamás por la tentación de robar, es mi principal consejo, y no creáis que si alguna vez cometiereis un hurto de las cosas de vuestros semejantes, aún a cubierto de toda mirada, no dejaría de conocerse luego vuestra falta, pues habéis de saber que siempre, en cualquier lugar que os encontréis, por signos que escaparán a vuestra más escrupulosa previsión y prudencia, asomará la vergüenza de vuestros actos. Quedó un momento Tupã ensimismado, como abstraído en algún pensamiento profundo, y luego prosiguió: No arrebatéis jamás la vida a vuestros semejantes, porque, quien así llegare a hacer, no gozará tranquilidad en todos sus días. Hubiera, querido yo que supierais con alguna anticipación lo que os sucederá, pero ello no es bueno ni conveniente, porque en conocimiento de vuestro destino, acaso lleguéis a cometer muchos excesos. Llenaré de pájaros estos bosques (21) para que con su canto alegren estos lugares y por consiguiente a vosotros también, pero si por ventura yo llegare a ver que por perversa sed de maldad, sacrificáis inútilmente a los animales, no llegaréis a merecer jamás ninguna recompensa. Así también le pasará a los que mutilasen sin necesidad los árboles y las plantas. Alimentáos con sus frutos, pero no los destruyáis. En vuestra sangre hay savia de ka'a ruvicha y es por eso que los árboles os aman a su manera. Tened presente que todos los vegetales tienen vida como vosotros, pero no os será dado nunca comprender su lenguaje. En esta tierra hallaréis unas hierbecillas que deben ser mezcladas con ka'a ruvicha. De esta
  • 8. mezcla, ¡cuántos remedios maravillosos obtendréis! Con el sumo de ambos se compone un remedio milagroso, pero vosotros lograréis conocerlo sólo después de muchísimos esfuerzos. Enseñad a vuestros hijos el amor a los suyos y recomendad especialmente a los varones que reconozcan y respeten a sus descendientes. Roturad la tierra y sembrad en ella las semientes. Arrancad las primicias y gustadlas en paz y tranquilidad. Aquellos que se hayan unido en matrimonio, deben ayudarse mutuamente, debiendo repartirse cordialmente los frutos. Tomad ejemplo de los pájaros que cuando hallan un gusano, llaman alegremente a su compañera para saborearlo juntos. A los buenos los ayudaré siempre y cuando lleguen a mi morada, después de muertos, les rodearé de mimos y cuidados. Los que abrigan pensamientos perversos y tienen el espíritu del mal en sus entrañas, los que sólo siguen las indicaciones de Taû, no se librarán jamás del fracaso (22). Les pesará el vivir; les atormentarán los genios malignos, y todo lo que hicieran, contrariamente a sus deseos será. Toda la vida de estos seres, será un constante sufrimiento tanto físico como moral, y así purgará las faltas y pecados que hubiesen cometido. A los que arrebatasen la vida a sus semejantes y a los que robasen, el remordimiento de Angekovóra (23) no dejará un momento en paz, atormentándole con mil punzantes garfios invisibles. Os tatuaré (24) el rostro para que al fijáros, os acordéis que también existimos nosotros. De este modo nunca olvidaréis nuestras palabras. No bien había acabado de hablar, cuando Tupã y Arasy desaparecieron de la vista de Rupavê y Sypavê. CAPÍTULO III. Desde ese instante Rupavê y Sypavê, sobre la colina de Aregua, comenzaron a vivir en el mundo de la realidad. Semejantes a los pájaros, se amaron mucho, se arrullaron más y se multiplicaron prodigiosamente bajo la mirada protectora de Tupã, sin conocer jamás los dolores punzantes del hambre ni la angustia torturante del deseo insatisfecho. CAPÍTULO IV. Conozcamos ahora, quiénes fueron sus descendientes: Tres fueron los varones y las mujeres muchas. Uno de los primeros, el mayor, llamábase Tumê Arandu (25); el segundo Marangatu (26) y el último, de quién decían que había nacido de pié, al revés de los demás, nombrábase Japeusa (27). Entre sus hermanas, solamente cuatro se hicieron prontamente notables en el lugar que moraban: Porãsy (28), considerada como madre de la hermosura por ser de singular belleza; Guarasyáva (29), porque no tenía rival como nadadora; Tupinamba (30), por su fuerza física incomparable; y, por último, Yrasêma (31) a quien la llamaban «murmullo de las aguas» porque tocaba a maravilla la guitarra y hechizaba a cuantos la oyeran, con su canto melodioso y sedante que semejaba al murmullo de los arroyuelos.
  • 9. CAPÍTULO V. Transcurrieron muchos años en que esta familia vivía satisfecha sobre la colina de Arigua. Allí procrearon a la sombra de la más completa armonía y felicidad, hasta que una noche en que Yrasêma había cantado con exceso, amaneció enferma, afónica. En tal circunstancia la madre Sypãve llamó a su hijo Japeusa para que fuese con urgencia en busca de las yerbas que le servirían de medicamento. Encargóle especialmente trajese hojas de agrial y cáscaras de inga para un cocimiento, con sal extraída de uno de los barreros cercanos. Era el objeto suministrar en ayunas a la enferma al día siguiente en forma de gárgaras; pero Japeusa, que había nacido al revés para hacerlo todo en sentido contrario, fue y recogió ajíes picantes, hojas de ka'atai, tres hojas de ortigas, y dos frutas de naranja agria, con los cuales preparó un menjunje e impuso a su hermana para que lo bebiese. No había transcurrido media hora cuando la garganta de Yrasêma se hinchó y se irritó de tal manera que se le cerró por completo la respiración. Era medio día cuando Yrasêma dobló la cerviz, cual una flor marchita que dobla su corola, y entregó su espíritu a Tupã en medio de general consternación. Aquella virgen, dechado de la gracia guaraní, flor predilecta de la tribu, ha cerrado sus ojos de pasionaria (32) para siempre, dejando solo su perfume que flotaba en aquel ambiente de tristeza hasta entonces ignorado. Toda la tribu se agolpó en su alrededor rompiendo en inconsolable llanto ante aquel insólito cuadro. Yrasêma murió sin mancha como había vivido; porque siempre había rechazado los vínculos carnales de sus parientes cercanos (33) y era tan solo su afición la música y el canto. La noticia de su muerte atrajo a las gentes (34) de las más lejanas comarcas, quienes le presentaron numerosas ofrendas, en su mayoría comestibles, que iban depositando en una gran urna de barro, en la creencia, sin duda, de que con tales vituallas podrían hacer revivir a la muerta. También acumularon sobre su cuerpo muchas yerbas medicinales y así esperaron por varios días confiados en que tornaría a la vida. Era el primer caso de muerte que presenciara la tribu, por ello se encontraba perpleja, no atinando qué partido tomar. Uno de los circunstantes levantó la voz para expresarse en estos términos: Aunque somos testigos de la amarga realidad de su muerte, nos resistimos a creerlo; porque Yrasêma parece convivir con nosotros. Al escuchar éstas breves palabras el hermano mayor de la extinta, apodado Arandu y que no era otro que el profeta, Tumê, le replicó del siguiente modo: Este cuerpo inanimado de mi hermana, debemos depositarlo en algún sitio; pues, ya lo ven ustedes que Arasy le ha sustraído el aliento para siempre; y como tú lo acabas de decir, aunque somos testigos de su muerte, nos resistimos a creer la amarga realidad, Y esa incredulidad subsistirá mientras su cuerpo se halle presente a nuestros ojos y mientras su espíritu invisible flote en nuestro rededor. Llevémosla, pues, a darle sepultura en el seno de la tierra: Así lo ordena Tupã porque ese es el sitio a donde iremos a parar todos en la hora de la muerte. Así es que, ya veis, hermanos míos, el porvenir que nos está reservado. A los mortales nos aguarda un tyvy (35) o sea, una triste fosa; y agrego: ¡Cuan grande es la sabiduría de Tupã al construir nuestro cuerpo lleno de orificios, que requiere cada uno de ellos una necesidad imprescindible! La boca pide de comer y beber desde que nace el día hasta la noche; los ojos piden la contemplación de bellos paisajes y cuanto de hermoso hay en el mundo. La nariz, pide recibir los más delicados olores, las esencias más gratas al olfato. Los oídos reclaman la
  • 10. percepción de las más dulces armonías, los cantares y los tiernos acordes de la guitarra. También estaréis de acuerdo conmigo en que experimentamos la necesidad de los goces sexuales; sería muy triste la vida sin una compañera que nos haga feliz la existencia. Tupã hizo nuestro cuerpo llenándolo de ansiedades que deben ser satisfechas y para calmarlas, fuerza es trabajar. Y prosiguió: Esta misma tierra que pisamos, tiene existencia propia. Es un ser que vive, se alimenta de las plantas y de nuestro cuerpo. Nada perdura sobre ella. Todo lo que sobre su superficie existe irá a parar, tarde o temprano, en sus entrañas inexorables. Tan solo las piedras y el carbón no puede digerirlos fácilmente. Y prosiguiendo su plática expresó: Ya veréis vosotros cuando hayan pasado algunos plenilunios, nadie ya recordará de esos muertos; más todavía, cuando la tierra se haya nutrido de aquellos despojos o sea cuando se hayan mezclado con ella hasta las últimas partículas, el individuo muerto habrá pasado a otro estado. Comenzará a vivir la vida elemental (17.). Allí sentirá las emociones que experimenta la madre tierra, que no es sino un ser con vida y movimiento. – El agua es su sangre y el aire su aliento. La vegetación es como el vello que le circunda y los bejucos son a modo de intestinos del boscaje (15.). Y mi hermano Japeusa ha cometido ese error por una supina ignorancia. – Obedecía a su modo de ser, a su propio temperamento. Hay un destino trazado por Tupã y sus designios deben cumplirse infaliblemente, pese a los sabios o ignorantes que quisieran oponerse a esa ley. Por eso pido clemencia para los extraviados como mi hermano Japeusa. CAPÍTULO VI. Los restos de Yrasêma, la doncella romántica cuyo canto era como el murmullo de los arroyuelos, fueron colocados en una urna de barro repleta de olorosas flores y de apetitosos manjares. Esta urna fue situada en una fosa profunda mientras el cortejo allí presente formó en circuito una gran cadena, y tomándose de las manos, saltaron, danzaron, y cantaron por largo rato. En este instante se adelantó la madre Sypãve y fue la primera en arrojar sobre la fosa partículas de tierra, hecho que fue imitado por los presentes hasta llenar por completo la sepultura. Terminada esta ceremonia trajeron a Japeusa, y lo colocaron sobre la tumba ya cubierta de tierra. La tribu indignada pedía a gritos para que Japeusa fuese ultimado; pero el corazón de una madre, allí presente, corazón misericordioso como no se hallará otro igual, se opuso, escudándose con las palabras de Tupã que había dicho: «No arrebatéis jamás la vida de vuestros semejantes» y añadió: Ya que mi hijo Japeusa está destinado a vivir contrariando siempre todas las voluntades, dejemos a Arasy que ella misma aplique el castigo que su error o su maldad merecen. Retiróse Japeusa y en medio del general ludibrio, fue a arrojarse en un arroyo cercano. Inútil fue la búsqueda que de él se hiciera. Solo después de muchos días se halló su esqueleto en la ribera ante el cual se agruparon las gentes y vieron por primera vez un bicho muy extraño, parecido a la tarántula, adherido al ya referido esqueleto. Lo desprendieron y al ponerlo sobre la arena, comenzó a andar hacia atrás, cuya condición les convenció que no era otro que Japeusa (cangrejo). En ese instante todos exclamaron horrorizados: ¡Japeusa! ¡Japeusa!, siempre marchando para atrás. Ved en qué animal lo había, convertido Arasy como expiación de su culpa. Luego el esqueleto fue enterrado en la arena, retirándose los circunstantes hacia la población. Allí debían encontrarse con otra novedad: el novio de Yrasêma había llegado esa tarde. En Tavaypy (36) le había sorprendido la amarga nueva de la
  • 11. muerte de su adorada y veloz como un rayo vino hasta Arigua. Era el pobre Jahari que en su desesperación había llegado hasta el aposento de su prometida, regando con sus lágrimas todos los objetos que le pertenecieron en vida. Allá en el poniente se escondía el sol entre nubes de color rojo como ahogándose en charcos de sangre, mientras aquí el apasionado Jahari se lamentaba desoladamente. Encaminóse hacía la sepultura de su idolatrada Yrasêma y revolcándose sobre su fosa, ensayó este triste cantar: Yrasêma, Yrasêma, me dejaste abandonado. ¿Y esto será verdad? Quiero morir ahora mismo para juntarme a ti. Yo no podré resignarme a vivir solo: lloraré por donde quiera que vaya. Y a la contemplación de tu tapera y de tus cosas abandonadas, siéntome volver loco. ¡Oh! Tupã, por favor, llévame donde está mi Yrasêma. Al terminar su canto cayó muerto sobre la misma sepultura guardadora de los restos de aquella a quién tanto amó. Al lado mismo le enterraron. CAPÍTULO VII. Los siete mitos generados de Taû y Kerana: Teju jagua, Mboy Tu'i, / Moñai, Jasy Jatere, / Kurupi, Ao Ao, / Ha Juisõ Ipahague Ha pasado el plenilunio y conforme había pronosticado el sabio Tumê, ya nadie recordaba aquel suceso luctuoso que marginó las tres primeras muertes acaecidas en los albores de la Era Guaranítica. Pero bien pronto habría de ocurrir un hecho sensacional llamado a quedar indeleble en la memoria de la posteridad que marcaría el origen de la Mitología y las tradiciones del mundo guaraní. Ocurrió que en la tribu existía una nieta de Sypãve, hija mimada de Marangatu, niña de extraordinaria belleza, que pasaba sus días durmiendo; por eso la apodaron Kerana (37) (dormilona.) Esta era la unigénita de Marangatu, que constituía el encanto del hogar, y era la simpatía personificada, el ídolo de la tribu. El espíritu maléfico Taû, que hacía tiempo se había prendado de ella en silencio, transfomóse en un apuesto joven y fue a cumplimentarla. A los siete días (38) de sus frecuentes visitas, intentó raptarla, pero oportunamente intervino Angatupyry, el espíritu del bien, quien se presentó resuelto a defenderla. Apenas se hallaron frente a frente, se trabaron en una encarnizada lucha, tomando por escenario un gran campo. Lucharon 7 días con sus noches, hasta que Taû, desfalleciente, se consideró perdido. En tal emergencia solicitó la ayuda de su viejo abuelo (39) Pytajovái (40),que era el Dios del valor y llevaba en sus entrañas el fuego de la destrucción; no tenia rivales y su aliento despedía llamaradas que a él mismo le inquietaban y llenaban de zozobra. Este intrépido guerrero hizo rodar por tierra a Angatupyry, y ya dueño del campo, Taû fue a raptar a Kerana. Esta actitud produjo una justa indignación entre las gentes, quienes desde ese momento, se desvelaron en suplicas y ruegos a Arasy para el ejemplar castigo del raptor. La diosa escuchó aquellos ruegos y su propia indignación se manifiesta en terrible maldición lanzada contra Taû. Esta maldición va a cumplirse bien pronto. Veamos lo que ocurre. Al llegar siete plenilunios, o sean siete meses, (41) Kerana dio a luz el primer hijo monstruo. Era su figura el de un iguana-perro con siete cabezas. Siguieron los
  • 12. alumbramientos cada siete meses (42) hasta completar los siete mitos conocidos en las leyendas guaraníes hasta nuestros días. Ellos son: Teju jagua (iguana-perro) (43), Mbói Tu'î (víbora-loro) (44), Moñái (45), Jasy jatere (46), Kurupi (47), Ao-Ao (48), y Huicho (49) o sea, el Luisón, que fue el séptimo hijo. Estos seres contrahechos por la Naturaleza, desde tierna edad se revelaron como entes diabólicos, inspirando terror general. Sus inclinaciones se manifestaron bien pronto con los atributos que siguen: Así: Teju jagua, (iguana-perro) o Jaguaru (50) es la encarnación del mito que significa la inacción obligada, debida a la deformidad de su cuerpo por las siete cabezas que le embarazaban para todo movimiento. Era el más horrible por su fealdad. Sus ojos despedían llamaradas. Tupã no le concedió la facultad de desarrollar su ferocidad, siendo, por el contrario, dócil e inofensivo. Se nutría de frutas y su hermano Jasy jatere le proporcionaba miel de abeja, alimento de su predilección Fue considerado como el señor de las cavernas y protector de las frutas. Mbói Tu'î (víbora-loro) – Serpiente de formas colosales con cabeza de loro, fue el segundo hijo del connubio maléfico. Sus dominios se extendían por los esteros. Protector de los anfibios, del rocío, de la humedad y de las flores. Moñai – Señor de los campos, de los aires y de las aves: protector del robo y de toda pillería o picardía. Jasy jatere o Jasy Atere (fragmento de la luna); hombrecillo de cabellos dorados, señor de las siestas poseedor de una varita áurea que le hacía invisible, protector del Ka'aruvicha o yerba hechicera y de las abejas. Kurupi – El prototipo de la sensualidad, dominador de la selva y de los animales silvestres. Su miembro viril era de una longitud descomunal. En los montes se cría una especie de liana con el nombre de Kurupi rembo, como una confirmación de lo dicho. Ao-Ao – Señor de la fecundidad. Era considerado como el dominador de los cerros y montañas. Cuenta la tradición que vivía como los Jabalíes en majadas canibalinas y voraces, persiguiendo a las gentes. Cuando éstas, al escaparse de aquellas, para librarse se subían a los árboles, las rodeaban gritando en coro: Ao-Ao, Ao-Ao. Luego desarraigaban los árboles y los volteaban para apoderarse de sus víctimas. Los que subían a las palmeras se salvaban, como si estas plantas tuviesen una virtud contra ellos. Juicho, Luisón o Luvisón – Séptimo hijo de Taû y de Kerana; señor de la noche y compañero de las parcas. Su dominio se extendía por los cementerios y se nutria de la carne de los difuntos. Estos fenómenos sietemesinos tuvieron su desarrollo máximo a los siete años (38.), y entre todos ellos, quién más alboroto promovía era Kurupi que se dedicaba al rapto de las vírgenes. Las más bellas de éstas desaparecían misteriosamente y bien pronto, se hallaban encinta para alumbrar a los siete meses. Pero como los vástagos eran de origen maléfico, dado el caso que tuvieran que vivir, incendiarían el mundo con sus fechorías; pero Tupã dispuso que a los siete días de nacer se les descompusiera el ombligo, acabando por fallecer del mal de siete días (tétano). Entre los siete hijos de Taû, Moñái era aficionado al robo, ubicándose en una gruta en Yvyty kuape (51), hoy llamado «Cerro Kavaju», departamento de Atyrá. En esa gruta Moñái acumulaba los productos de su rapiña. Los hechos vandálicos de estos hermanos vinieron a crear un estado de nerviosidad superlativa entre las gentes, un semillero de discordias
  • 13. plantado por la influencia maligna de aquellos. Se odiaban, se culpaban, se armaban, envenenaban sus flechas, incendiaban los montes y sementeras. Allá un asesinato, acá una violación, acullá un incendio de casa. Viejos, chicos y mujeres, poseídos de odio colectivo, se agredían y se mataban ferozmente. Pero, he aquí que aparece en el escenario el gran profeta Tumê resuelto a poner fin a este estado de cosas. Convocó a los Avare (sacerdotes), caciques y demás vecinos caracterizados del pueblo a un Amandaje (asamblea) y les pidió a que le ayudaran a dar fin a esta desgracia colectiva. Fueron invitados a concurrir al Ñemono'ongáva (52) o Cabildo, situado entonces en Atyra, que también significa lugar de reunión, en el que en esa ocasión hablaría Tumê. CAPÍTULO VIII Una mañana Taû meditaba y sonreía irónicamente al contemplar a sus vástagos deformados fenomenales así como la obra de destrucción a que se entregaban. Sus ojos bailaban en las órbitas, sus dientes castañeteaban, por su boca despedía llamaradas y monologaba en estos términos: «Dicen que las mujeres me habían maldecido y que por eso he sido condenado a tener esta descendencia contrahecha. ¡Bueno! A esas mujeres (Kuña), yo también las maldigo y quiero que la maldad arraigue en sus lenguas. En vez de kuña, que lleven la denominación de ku ñaña o sea, lengua maldita. También los kuimba'e (hombres), que gozan de la plena posesión de sus lenguas, (i ku imba'e). No obstante eso, podrán tener la debilidad de obedecer todos los caprichos femeninos. Ved si no, que la mayor parte de los acontecimientos humanos que conmueven a las sociedades, (crímenes, dramas, tragedias etc.), tendrán por móvil siempre la mujer; o si no fuere su propia obra, será su insinuación. La serpiente misma, esconde su ponzoña, y no hace uso de ella si no es agredida y solo en tal caso morderá en defensa propia, y su mordedura mata o pronto cura. En cambio, las mujeres serán mucho peor. El que fuere picado por su lengua viperina, no caerá fulminado, pero tendrá un sufrimiento lento, hasta su total aniquilamiento. Su predilección será clavar los dientes en la carne de las amigas ausentes. Hay que dejarlas que se desahoguen, pues, así como los volcanes, cuando no vomitan lava se produce un terremoto. Hay que dejarlas que se desahoguen, que mastiquen las reputaciones ajenas, pues es ese su placer oculto. Ellas, en vez de buscar la calma que produce la paz del espíritu, su propio temperamento las condenará a una vida de desasosiego y de contrariedades. ¡Que ellas sufran pues, las consecuencias de su propia maldad! CAPÍTULO IX Era una noche blanca. La luna iluminaba el conjunto de panoramas que ofrecían los contornos de Atija, (hoy Atyrá). Un panorama primitivo, una naturaleza joven, pletórica de exuberancia y cargada de aromas. El Yvyty rembó o sea la cordillera de los Altos, dibujaba su silueta, en la penumbra, allá en el fondo de la planicie. El Ñemono'ongáva o Cabildo se hallaba atestado de un público sediento de escuchar las palabras salvadoras de Tumê, quién, presentándose ante ellos, les habló de unión, de concordia, de amor mutuo. Después de una larga exhortación pública invitó a una sesión secreta a los más caracterizados auditores, en cuyo acto volvió a recomendar mucha
  • 14. prudencia, a fin de que no se enterase Moñái de los planes que les preparaba, pues, agregó, en ésta dura prueba aquel que se adelantare gustará de la mejor presa. No hace aún mucho tiempo, cuando Kerana comenzaba a alumbrar a los niños fenómenos, predije entonces que aquel hecho era un mal augurio; y ya veis vosotros que mis sospechas han llegado a confirmarse. Estamos asistiendo a un período de desolación de sangre, de lágrimas y de asesinatos y estos asesinatos tienen también sus lógicos efectos. El remordimiento de conciencia de los homicidas que pone en tensión los nervios. Si acabareis con la vida de vuestros semejantes, sentiréis el espíritu de Angekovóra que posesionándose de vuestras entrañas os calcinará el corazón con un fuego lento, que os quitará la tranquilidad y el sueño. Pero Tupã, dijo ¡basta! y me envió un emisario, es éste, el Jahari gua'a, (papagallo) que me acompaña y que por su intermedio, me transmite sus deseos. Él dispuso que, sin pérdida de tiempo, se tome una represalia contra los hermanos mitos inspirándome para prepararles una trampa; agregando: «Dentro de siete días, por la noche, haréis al pié de la letra lo que os indicaré. Una de mis hermanas ya está destinada al sacrificio; tiene la misión abnegada y sublime de salvarnos (53), si la suerte le acompaña volverá ilesa; si no, su vida habrá sido ofrendada en holocausto a nuestra tranquilidad. Marchará resuelta a aplacar las iras de Moñái, a seducirlo, a desarmarlo, o en caso contrario, a perecer! CAPÍTULO X Tan pronto como regresó a su casa Tumê, llamó a sus tres hermanas quienes iban llegando sucesivamente a su presencia; primero Tupinamba, luego Guarasyáva y finalmente Porãsy, que era la menor; todas ellas radiantes doncellas a quienes su hermano Tumê o sea Pa'i arandu (25.), les habló confidencialmente en estos términos: ¿Qué habéis pensado de nuestra vida? Hemos vivido muchos años y no envejecemos nunca y estamos destinados a subsistir en ésta forma. Si alguien no nos matare, las enfermedades no nos matarán, porque estamos inmunizados. Conservamos nuestra juventud pletórica de energía, mientras la mayor parte de nuestros parientes cercanos ya han desaparecido. Tan solo cuatro hemos sobrevivido los que estamos aquí presentes; quiero revelarles un secreto, para lo cual espero me prestéis la debida atención. Queridas hermanas, escuchadme: Debéis saber que yo os he suministrado un remedio contra la muerte, para que os mantengáis siempre jóvenes e inmunes a toda enfermedad. ¿Conocéis aquel Jahari gua'a, el papagallo (54) que me acompaña?; aquel que fue obsequio del joven Jahari a nuestra finada hermana Yrasêma? Pues bien, ese pájaro yo lo recogí después de la muerte de los amantes; y ¡qué revelación! Un día amaneció lleno de la chispa divina de la sabiduría. Nada menos que Tupã lo había elegido como medio de comunicación para hacerme conocer sus deseos. Gracias a las indicaciones de ese pájaro, supe el secreto de una yerba silvestre llamada Ka'a ruvicha (yerba soberana). El varón que llega a ingerir una poción de aquella yerba, no morirá mientras no cometiere el angaipa (55) (fornicación); no envejecerá y gozará siempre de buen humor, será sabio y estará a salvo de toda enfermedad. El que hiciere uso de aquella yerba maravillosa, podrá también conocer el porvenir, adivinará cuantos secretos deseare; solo depende de la forma de cocimiento y mezcla. Unicamente existen cuatro seres que han gustado de esa medicina: los cuatro hermanos que nos hallamos presente y éste gua'a. Desde aquél día, vosotras os halláis poseídas del encantamiento y si lo deseáis, hoy mismo podréis elegir esposo sin que os perjudique el remedio, como lo habíamos supuesto; al contrario, la mujer procreará mejor y no sufrirá los dolores del parto. El varón, por el contrario, si llegare a cohabitar, morirá y no sentirá los placeres sexuales. Este es mi secreto
  • 15. que hoy os revelo. Y prosiguió en su plática: vosotras sois testigos de cuán amarga va siendo nuestra existencia. Estamos bajo la influencia maléfica de los siete espíritus que nos llenan de terror; y nuestra raza necesita un salvador. Me dirá, una de vosotras, si se anima a afrontar la magna empresa de ir ante Moñái para poner en ejecución el arandu ka'aty (56), plan forjado por mi ingenio. Porãsy se adelanta y con voz resuelta, expresa: ¡Yo iré a matarlo! Luego de haber recibido las instrucciones del caso, marchó a cumplir la difícil misión que se le había encomendado. ¡Cuán joven y hermosa era la doncella, última hermana de Tumê, que ofrecía su vida en holocausto de la redención de su patria, librándola así de la dominación de los siete mitos que asolaban el terruño amado! CAPITULO XI No muy lejos de Atyja se divisa el cerro Kabaju (51.), en cuya gruta vivía Moñái. Allí fue que Porãsy se presentó una mañana muy temprano para poner en práctica los planes de su hermano Tumê. Tan pronto como despertó el terrible Moñái, apareció ante sus ojos como una visión la elegante y voluptuosa figura de Porãsy, y ésta en cuanto lo vio, le dijo: hacía tiempo que tenía vivos deseos de conoceros; hoy, al fin, me encuentro en vuestra presencia, tenéis fama de valiente y de esforzado, por eso os amo y a costa de muchos empeños os he hallado. Os felicito y celebro que gocéis de buena salud. Moñái, ante ésta repentina aparición, se incorporó en su lecho y mirándola, se sintió burlado de tal modo que hasta le parecía un sueño. Aquel malvado de tan negras entrañas, que nunca conoció el miedo helo aquí ante una mujer, sintiéndose pequeño, cohibido, abochornado. Era que jamás había visto una mujer tan hermosa, de formas esculturales tan perfectas, de mirada tan dulce y penetrante, y armada de una audacia incomparable. Le subyugaba de tal suerte que se sentía avergonzado al mirarla fijamente al rostro. Y lo que más le halagaba era el hecho de que viniera expresamente a visitarle porque le amaba. Así que se sintió sumiso y humillado. Después de muchos rodeos se venía acercando tímidamente a su visitante y con voz suplicante, le habló: Sois tan bella, que no me canso de contemplaros; y luego prosiguió: Hace tantos años que vivo aquí solo, en medio de estas piedras, jamás ha llegado hasta aquí un ser humano que tuviese la amabilidad de visitarme. Tú lo has hecho y si es verdad que me amas, creo no tendréis inconveniente en que nos vinculemos ahora mismo... Porãsy le interrumpió: Para eso he venido, pero sería mi deseo que juntéis a todos vuestros hermanos a quienes tengo vivos deseos de conocer y una vez reunidos todos en este lugar realizaremos una gran fiesta y nos casaremos, pero antes de eso es inútil pensar en ello. Así es que apresuraos en reunirlos a todos ellos para dentro de diez días por la noche. Que estemos todos juntos y contentos; y si no los trajereis, yo no me arrobaré en vuestros brazos y pensaré que no me amáis; y así tal como he venido volveré a casa, pues ¿qué buscaría yo por acá? Haré todo cuanto me sea posible le repuso Moñái. De todos modos desde ahora yo vivo y viviré para consagrarme a satisfacer todos tus deseos. Sólo encuentro una dificultad, uno de mis hermanos reside en Jaguaru (Yaguarón), y no podrá venir hasta aquí debido a su deformidad, pero nos trasladaremos a su residencia para que aquel pueda estar también en nuestra compañía. En ese mismo momento ambos se encaminaron a Jaguaru, en donde le fue dado conocer a Teju jagua. Éste al ver tanta belleza se sintió como humillado por tener siete cabezas. Entre tanto Moñái salió en busca de sus otros hermanos para la reunión que se proyectaba. Todas las instrucciones de Tumê Arandu se iban cumpliendo exactamente. A los diez días
  • 16. señalados se encontraban reunidos en la gruta de Yaguarón: Teju jagua, Mboi tu'î, Moñái, Jasy jatere, Kurupi, Ao-Ao y Luisón, quienes rodearon e hicieron cumplida adoración a Porãsy, que allí estaba más hermosa que nunca en su atavío nupcial. Comenzaron a abusar de la chicha, la bebida tradicional de los indígenas, y bien pronto quedaron embriagados (57). Esta circunstancia esperaba aprovechar Tumê, que los acechaba con su gente. En el acto se dispuso a cerrar la puerta de la caverna, en el momento preciso en que Porãsy tenía que abandonar la gruta. Se ignora las causas por las cuales los mitos se dieron cuenta de las artimañas que les urdían; lo cierto es que, al pretender la huida, Porãsy fue asaltada por Moñái quien, en medio de su borrachera, atinó a sujetarla de los brazos, apostrofándola del modo siguiente: ¡No me abandonéis, hija querida!, me estáis traicionando... ¡Traición!, ¡traición!, (58) respondieron a coro los hermanos. Descubierto así el plan, Porãsy gritó a los suyos: ¡Ya no puedo salir, prefiero morir aquí con ellos, así... aseguren la entrada! Entre tanto Tumê y los suyos acumularon piedras y leñas, de modo que ya nadie pudiera salir de la caverna. Y los siete hermanos maléficos, al verse así encerrados, comenzaron a lanzar alaridos terribles. Teju jagua ladraba desesperadamente, el gárrulo Mbói loro despedía gritos desaforados, produciendo todo esto una infernal orquesta que hacía trepidar la tierra en aquellos contornos. Había que escuchar el tumulto de los mitos, en su desesperación. El uno lanzaba ayes ensordecedores, otro bramaba, otro lanzaba alaridos y los demás contribuían con sus voces a una gritería capaz de reventar los tímpanos. La puerta de la caverna se sentía crujir. Las fuerzas concentradas de todos ellos, hacían vacilar toda la tierra en los alrededores, hasta levantar una densa polvareda que obscurecía el cielo. En tales instantes, Tumê prendió fuego a la hoguera y siguió atizando toda la noche. A eso de la madrugada, Porãsy dejó de existir entre el humo y el fuego y su espíritu luminoso, semejante a una luciérnaga, salió de aquel antro candente y se elevó a las regiones del éter, donde mora. Desde aquel entonces el firmamento se exornó con la estrella matutina que los guaraníes llamaron Mbyja co'ê (59). Ese radiante lucero es el espíritu de Porãsy, que fue situado allí por obra de Tupã, destinado a alumbrar todas las auroras por los siglos de los siglos. El rutilar de aquel lucero, recordará perennemente los ojos de aquella diosa de la hermosura, sacrificada en aras de la ’redención de un pueblo. Y, en tanto que Porãsy fue la primera en asfixiarse, los demás mitos necesitaron siete días y siete noches para consumirse. Y así, sus espíritus purificados por el fuego, abandonaron el antro ígneo, y también resplandecientes remontaron hacia el infinito, ubicándose los siete unidos para formar después el conjunto astronómico de las siete cabrillas (Eichu). Después de siete años de continuas depredaciones y fechorías, aquellos siete monstruos, hijos malditos de Kerana, fueron incinerados en aquella gruta que les sirvió de tormento ígneo. Ese horno fue abierto por Tumê y todo el pueblo allí reunido, pudo contemplar las cenizas. Y aquel sitio legendario, desde entonces quedó consagrado con el nombre de Moñái Kuare (60), departamento de Yaguarón (Véase el Mapa del Paraguay).
  • 17. CAPITULO XII La tribu de Sypãve, fue presa de un hondo sentimiento por la muerte de su ídolo Porãsy, quemada viva por salvar a su nación. Existía por entonces un Ne'ê papára (61), contador de sílabas, o sea, un versificador guaraní, llamado Etiguara, ferviente adorador de Porãsy a quien dedicó un salmo, que las muchedumbres solían entonar en coro, y cuyo sentido ha llegado hasta nosotros en alas de la tradición: Mbyja ko'êju Toda la natura Py'a roryha se mueve gozosa Ejúna eguejy cuanto tu apareces, Nde jasy resa estrellita hermosa ¡NDE YASY RESA! (Coro) (Coro) Ko'ê mbyjami Blanca flor del alba, Py'a roryete por buena que fuiste, Ore pysyrõvo de querer salvarnos Re káinga vaekue quemada moriste ¡RE KÁINGA VAEKUE! (Coro) (Coro) Nde yvága resa Hija de Arasy Arasy memby perlita del cielo, Reserõ reína tu fresco rocío Okúiva ysapy se infiltra en el suelo. ¡OKÚIVA YSAPY! (Coro) (Coro) Ysapy resa Lágrimas de niebla Ha ára roky cargadas de esencia. Nde ju ombojera las flores se abren Umi yvoty... ante tu presencia. ¡UMI YVOTY! (Coro) (Coro) Ko'êta jave Oh, bella estrellita Reje hechauka cuando asoma el día, Nde resa rory al mirar tu brillo Ha rejajáipa... nos das alegría. ¡HA REJAJÁIPA...! (Coro) (Coro)
  • 18. Nde ypýgui okuirõ Y si de las heladas Ro'y rypy'a (62) blanquean los campos, Remimbipa véva tu luz refulgente Péicha revy'a... tórnase un encanto ¡PÉICHA REVY'A...! (Coro) (Coro) Moñái nde rayhúgui Moñái te adoraba Ore rejaite... por efecto tal... Ha ára ru'ãre ¡nos abandonaste Reje japete para nunca más! ¡REJE JAPETE! (Coro) (Coro) ¿Népa rehoitéma Para siempre fuiste Ore Porãsy? Porãsy adorada, ¡Kóva mba'etéma, te lloramos siempre Hípa rombyasy! con las alboradas ¡HÍPA ROMBYASY! (Coro) (Coro) Pe ñemboñangára Más ello no obstante –Tupã ro'eha – hallamos consuelo Ndéje hesa'yiva (iv) al saber que eres Ha ikunu'ûha... mimada del cielo HA IKUNU'ÛHA... (Coro) (Coro) ¿Mamópa reho? ¿Adonde te has ido? ¡Ko'ápena eju! vuélvete enseguida, Guyrama jory ¡las aves reclaman Reru ko'êju tu pronta venida! ¡RERU KO'êJU! (Coro) (Coro) Porã asyete ¡Tu eres del cielo Ko'ê mbyjami... la estrella encanada, ¡Nde yvága poty que incitas las almas Toro hetûmi!... a ser adorada! TORO HETÛMI! (Coro) (Coro)
  • 19. CAPÍTULO XIII Después de la incineración de los siete seres maléficos que azotaban la región, terminaron, por un corto tiempo, las inquietudes y zozobras. Una aparente calma invadía el ambiente, infundiendo el aliento de vagas esperanzas de un futuro mejor, pero bien pronto, los hombres volvieron a alentar ansias de venganza, para derramar entre ellos los torrentes de sus odios y rencores. Eso se debía a la influencia diabólica de Taû que había regresado de un largo viaje, para atizar la discordia en el alma de los guaraníes. El exterminio de su prole había ocurrido en su ausencia. Él se encontraba en sus dominios de Ruapehû (63), cerca de Taûranga, allá por la Nueva Zelandia, por una larga temporada. Tan pronto como volvió a la tierra de Tumê (Paraguay) fue a ascender a la cumbre del cerro de Jaguaru con su consorte. Ésta le refiere la horrorosa catástrofe ocurrida; y al saber Taû que sus siete hijos fueron sacrificados en las llamas por Tumê, se levantó enfurecido y lanzó un soberbio puntapié, contra una piedra cuyas huellas (64), aún se dejan ver hasta hoy, y rápido como el viento, salió en busca de Tumê, de quien juró vengarse. Dirigióse a Atyha, su residencia habitual. Iba resuelto a triturarlo, a aniquilarlo. Pero había incurrido en un lastimoso error... Entre tanto, Kerana, en la cumbre del cerro de Jaguaru traspasada de dolor, lloraba inconsolablemente hasta que se le agotó la fuente de sus lágrimas, acabando por fallecer de pena. En ese mismo sitio puede observarse hasta hoy un pocito de agua surgente donde filtra como un hilo permanente, gota a gota, el líquido cristalino. La tradición refiere que aquellas gotas evocan las lágrimas dolientes de Kerana. Entre tanto, Taû empeñosamente andaba en busca de Tumê, a quien halló desnudo bañándose en un pequeño salto del arroyo Karumbe'y en el paraje Mbururu, departamento de Atyha. Taû se le acercó sigilosamente, pero Tumê, avisado ya de antemano por el Gua'a, estaba alerta y volviendo el rostro rápidamente hacia él, le dirigió una mirada desconcertante. Taû no pudo resistir la fuerza de aquella mirada y quedó vencido. Aquel profeta extraordinario le "empayenó", o sea le magnetizó, le dominó y le conjuró con el símbolo triangular (o) y tuvo que huir de su presencia despavorido, como alma que lleva el diablo. En su huida pasó por un lugar donde existe una curiosa piedra hoy llamada Ita Espejo (65), que Tumê utilizaba entonces como tal. Por venganza, Taû empañó la piedra con su aliento y trazó sobre ella la figura de una pata de avestruz, cuyo significado es la amenaza de un soberbio puntapié lanzado contra la generación de Tumê. Se retiró luego, e inmediatamente fue a poner en práctica sus negros designios. Sembró la cizaña entre los hombres y entre éstos surgieron guerras intestinas. Y volvió, como en otrora, la época más siniestra de sangre y muerte que recuerda la historia guaraniana. Un incendio, voraz por fin, desbastó casi la mitad de la región, y así pudo vengarse Taû de los guaraníes, sus mortales enemigos. En vista de la maldad humana que reinaba entonces, Tupã se encolerizó y dispuso que un
  • 20. Yporu (diluvio) viniese a poner fin a tan espantosas crueldades. Esa determinación la transmitió a Tumê por medio del Gua'a. Deseaba que él, personalmente, construyese un Ygarusu (66), o sea un lanchón de un solo tronco de árbol para su salvamento. Tumê aguzó todo su ingenio para dicha construcción y tan pronto como terminó la obra, una tarde, mientras el sol iba declinando se produjo un fenómeno extraordinario en las regiones siderales que asombró a todos los rebeldes que luchaban incesantemente. El astro rey parecía bañarse en un mar de sangre. Estaba ornado de un enorme círculo semejante a un gran reflector que producía arreboles (67) que iluminaban la faz de la tierra con sus irisáceos colores. Esta era una señal que presagiaba un acontecimiento grave. Todos los seres vivientes comenzaron a agitarse y al caer la noche, la sorpresa culminó con la caída de una lluvia de estrellas (68). Un calor extraordinario calcinaba el ambiente. Los insectos zumbaban; las ranas croaban; los zorros gruñían; las aves nocturnas silbaban y el tajasu guyra, ave agorera, con su estridente grito anunciaba un cercano y espantoso cataclismo. En los esteros, el karãu lanzaba, lamentos desesperados, en coro con el chaha y el graznido del kurukãu, que desde las alturas llenaba los corazones de honda congoja. Los jaguaru (lobos grandes) aullaban por doquiera. Los tigres y leones estremecían el ambiente con sus ronquidos soberanos, mientras en los bañados silbaban las serpientes. Estas escenas producían estupor y escalofríos hasta en los guerreros más intrépidos y fuertes, quienes temblaban ante el presentimiento de su fin cercano. Éstos en su arrepentimiento hicieron las paces. Hubo un momento en que el oxigeno se enrarecía y los seres vivientes comenzaban a respirar jadeantes. Ante este desesperante momento, los guerreros rompían sus flechas y llenos de alarma fueron a refugiarse entre los peñascos y otros escondrijos. Por fin terminó la guerra... (69) Causó mucha pena a Arasy el próximo exterminio del género humano. Deploraba que los hombres, a causa de su ignorancia, se hubieran hecho crueles entre si y debido a ello tuviesen que recibir la pena capital. Se constituyó ante Tupã para pedirle la gracia de que fueran perdonados, pero aquél le contestó: «No es posible, ya he ordenado a Tupã amaru (70) que, como su nombre lo indica, es el padre de las agua, que habita el fondo de los mares, para que, mañana mismo, azote la faz de la tierra con una lluvia larga y torrencial. De ese diluvio, agregó, quiero que se salven tan solo Tumê con sus hermanas y el Gua'a, porque entiendo que ellos procrearan otra generación más pura y más obediente a nuestros mandatos». Y así era que ya nada se pudo objetar. Tupã haría su voluntad, y ésta será la más justa e inapelable. No hubo otro remedio que aguardar la hora suprema de la gran lluvia... En aquella noche de ansiedad infinita, nadie concilió el sueño, hasta que al fin despuntó el día, pero no surgió el sol. Se interpuso delante un Jaguaveve (71), un eclipse total, para vendar los ojos dei sol, la morada de Tupã, quien no deseaba contemplar el exterminio de tantos malvados. Se concretó a descargar sobre ellos un Ara kañy, o sea, el día del juicio final, que viene a ser algo así como un remedio heroico, extirpador de impurezas. CAPÍTULO XIV Por fin llegó el día del Yporu, o sea, el del diluvio Universal. El cielo amaneció encapotado; parecía vestirse de luto. Un algo tenebroso flotaba en el
  • 21. ambiente. Tumê con sus dos hermanas y el Gua'a ya se hallaban ubicados convenientemente dentro de la embarcación. Un vaho sofocante se escapaba de las aguas agitadas y las corrientes de aire caldeada, traían fuerte olor a cucarachas. Se avecinaba una pavorosa tempestad. Relámpagos prolongados se sucedían con intermitencia, iluminando todos los ámbitos y el orbe parecía moverse en espasmódica convulsión. Las nubes se agrupan, se dispersan, suben y bajan, remolineando en tremenda confusión. Las descargas eléctricas menudean; y, ya cerca del medio día comenzó a azotar la faz de la tierra una horrorosa tormenta con lluvia. Los campos y lugares se inundaban con sábanas de agua, y seguía lloviendo y lloviendo... hasta que ellas cubrieron por completo los montes quedando solo visibles los picos de una que otra elevada montaña. (72) CAPÍTULO XV Tumê nunca pudo precisar cuanto tiempo duró el diluvio sólo recuerda que, después de muchos días de continuas y torrenciales lluvias, no quedaron a flote sino una que otra cumbre de elevadas montañas (72.) sobre las cuales se salvaron los animales que constituyen la fauna guaraní actual. Numerosas especies desaparecieron, aquellas que hoy se citan como seres ante diluvianos. Los hombres todos perecieron a excepción de los tres elegidos por Tupã. Cuando las aguas iban ascendiendo por las laderas de los cerros, se ofrecía el espectáculo más emocionante y grandioso que hasta entonces se hubiere visto, y que era digno por cierto de la pantalla cinematográfica. Millares de aborígenes, luchando desesperadamente contra las aguas, pugnaban por llegar hasta las cumbres pero se veían atacados de continuo por los animales feroces, o por colosales serpientes que los devoraban, de suerte que aquellos que no morían ahogados, perecían en las garras de las bestias, o acosados por el hambre. Después de escampar comenzaron a descender las aguas, hasta que normalizaron sus cauces; pero un Yvytyngusu, o sea una intensa neblina reinó por espacio de varios días, hasta que por fin, también se disipó y fue entonces que un sol brillante iluminó la faz de la tierra. Tumê se decidió a abandonar su barquilla para salir a realizar una breve excursión por los alrededores. Contemplaba las frondas verdinas y los limbos amarillentos de las hojas, recientemente exhumadas de las aguas. Los árboles estaban cubiertos de algas y líquenes, por efecto de la humedad, suspendidos de las ramas en forma de cabelleras. Hongos gigantescos brotaban por doquiera; y he aquí que con gran sorpresa de Tumê, aparecieron las siluetas de dos hombres (73) de un montículo cercano. Eran dos arrogantes donceles de cutis amarillo obscuro (74), de miradas risueñas (ma'ê hory), sanos, robustos y atractivos. Tumê se entrevistó con ellos y como no comprendía su lenguaje los llevó en presencia de sus hermanas y bien pronto con el trato llegaron a comprenderse, profesándose mutua simpatía. Los desconocidos relataron su historia del modo siguiente: Nosotros somos del mar (Paragua) (75). Hemos llegado hasta aquí navegando (76) en un botecillo y Ñandejára (77) nos ha guiado para hallarnos aquí juntos. En medio del mar se hallaba situado nuestro hermoso país, que fue el luminoso Halánte (78) (Atlántida) tierra de incomparables encantos. Una noche siniestra se lo tragó el mar, y sus habitantes sucumbieron en la lucha con las olas espumosas.
  • 22. Las aguas embravecidas rugían de un modo extraño y el oleaje se elevaba a centenares de metros cuando sus habitantes perecían todos ahogados más una mano providencial colocó a nuestro paso dos botecillos que venían flotando. En nuestra inminente ruina, yo y mi hermano nos apoderamos de uno de ellos y en el otro se ubicó un matrimonio que también pugnaba por salvar la vida. Ese matrimonio que resultó ser Kariõ (Deucalión) y su mujer Pirra, quienes nos acompañaron por muchos días en la navegación, hasta que las olas los llevaron a rumbos desconocidos (79). Y, prosiguió: Yo me llamo Karaive (13.), y mi hermano mayor aquí presente se llama Ma'ê hory (80). Somos sobrevivientes del diluvio. Tumê le interrogó: ¿Sois entonces marítimos? Bien venido seáis y demos gracias a Tupã por haberos conservado, cayendo aquí como gusanos de la lluvia (amaraso), expresamente designados para esposos de mis hermanas... Ocurrió que Amaraso (81) quedó como apodo de Ma'ê hory y a Karaive se le dio el sobrenombre de Paragua (que significa marítimo.) Ambos quedaron con ellos. Guarasyáva se casó con Paragua y Tupinamba se unió con Amaraso; éste se dirigió al Brasil con su esposa radicándose a orillas de un gran río que llevó la denominación primitiva de Amarasoya (82), palabra que por dificultades de pronunciación fue cambiada por Amasonia. Tupinamba llegó a ser así la madre de los tupíes. Paragua, quedó aquí y también levantó su hogar provisoriamente a orillas de otro gran río que llamaron Paraguay (agua del marítimo); pero, más tarde, por dificultades ortográficas, escribieron y pronunciaron Paraguay, que equivale a PARAGUAY. ¡Qué hombre inteligente era Paragua! Tupã había enviado un digno colaborador, un buen cuñado a Tumê. Este un día vino a llevarlo a Arigua para fundar un pueblo, muy cerca del Tupã Ykua y Paragua se trasladó allí porque algo le faltaba, no hallaba paz en el lugar que él había elegido. Comenzó pues a laborar con ahínco para levantar un pueblo ideal que sería la admiración de la época. Tenía un hijo primogénito que se llamaba Arekaja (83), un modelo de hombre dinámico, dotado de facultades extraordinarias. Nadie como él para las invenciones, Era el factótum, el indispensable, para dirigir y animar los trabajos de construcciones, las que iban progresando día a día. Todos los habitantes se hallaban empeñados en aquellos trabajos, hasta que por fin llegó a su apogeo. Desde Arigua se contemplaba una ciudad resplandeciente; era el símil de aquella capital de la Atlántida desaparecida. Se fabricó también todo cuanto era uso en aquella urbe. Por la noche despedía un resplandor blanco semejante a la luz del relámpago (84). Cuenta la tradición que la casa de Paragua era un Edén (85) suspendido a las orillas del Tupã Ykua. Construcción de extraordinaria altura, sus mborechakáva (ventanas), eran doradas a fuego. Al contacto de los rayos solares despedían áureos reflejos que cegaban la vista. Paragua tenía la obsesión de las luces y acarició la idea de obtener una iluminación igual a la que se usaba en la gran ciudad resplandeciente que fue la metrópoli de Atlántida, en cuyas cercanías había un pozo de profundidad extraordinaria, de donde se extraía un líquido amarillento que tenía propiedades fosforescentes, capaces de alumbrar en la obscuridad como alumbran las luciérnagas. Este líquido era envasado en grandes redomas de cristal. Se ponía en contacto con ciertos aparatos fabricados de ita embo po'i (alambre), ita karu (imán), sostenido por itapygua morotî (clavos de plata pulida); todo lo cual se hacía funcionar por medio de una ñokendavoka (llave); y teniendo como elemento primario el aceite amarillo, de origen mineral, mezclado
  • 23. con ita ysy (azufre) y el itatymbéy (azogue) se obtenía una iluminación semejante a la luz del día. Paragua confiaba encontrar esa substancia amarillenta a una gran profundidad, e hizo cavar un pozo en su mismo predio de Mba'e vera guasu en busca del Arakua (86); pero la magna empresa dio un resultado negativo. Después de centenares de metros de perforación, brotó un líquido blanco muy espeso, parecido a la leche pero no fosforescente. Era un barniz blanco, con el cual bañaban los más importantes edificios y, a la luz solar, producía extrañas fulguraciones. Los aborígenes gustaron de esa leche y la encontraron muy agradable. Bebiendo cierta cantidad de ella, producía la embriaguez y una somnolencia que hacía transportar a un estado de arrobamiento deleitoso. Muy pronto, aquellos que la ingerían engordaban, pero también los huesos se les reblandecían, terminando por fallecer. En presencia de tal descubrimiento, se ordenó que se siguiese adelante la excavación, y ya se había trabajado doblemente cuando, de pronto, brotó fuego... lo que produjo una gran alarma. El director de los trabajos, (Arekaja) dijo: Nosotros que íbamos buscando el antro de la luz, venimos ahora a topar el infierno... Ordenó, pues, el cierre inmediato del pozo y con esa medida quedó truncada la colosal empresa. Los afanes de Arekaja se dirigieron a la búsqueda de otro procedimiento tendiente a dar nombre a la ciudad fascinadora de Têtã vera guasu. Paragua y su hijo Arecaya comenzaron a ocuparse exclusivamente en practicar experimentos. Extrajeron el zumo de la naranja agria en el cual sumergieron el ita karu (piedra imán), ignorándose qué otras substancias, hasta que un día se le incendió el fuego, es decir, cuajaron sus ideas y consiguieron producir una luz bastante intensa. Había que ver a estos dos genios del progreso con qué entusiasmo anduvieron colocando unos extraños aparatos en lo alto de las casas, que, por la noche, se hallaban adornadas con ramilletes de luces, generadores de la electricidad. Apenas oscurecía, comenzaban a funcionar los aparatos llenando de resplandores toda la población que cobraba así un aspecto verdaderamente fantástico. A esta ciudad, cuna de los misterios y de los encantos (87) le dieron la denominación de Mba'e vera guasu, que quiere decir, gran ciudad resplandeciente. CAPÍTULO XVI La vida de Paragua fue una integral consagración al trabajo, a la realización de obras artísticas, que en aquella lejana época no había quien pudiera superarlas, dando aquello una idea del superior grado de adelanto de los atlantes. Y aquellas obras sobrenaturales, según sus propias manifestaciones, la realizaba para olvidar sus penas, porque se sentía avasallado por una profunda e incurable nostalgia. En tal estado vivía meditabundo y melancólico, redoblando así sus actividades. Durante todo el tiempo de sus tareas y afanes tenía por costumbre ponerse a silbar aires tan tristes que impresionaban vivamente a cuantos le escuchaban; con frecuencia exhalaba suspiros exclamando ¡Ha Atlante! que parecían brotar del fondo mismo de su corazón. Sus hijos que a menudo oían de sus labios esa frase interjectiva, le remedaban: ¡Ha tualante! (88) que vive hasta hoy en boca de algunos ancianos, haciendo equivaler a ¡Ah caramba! ignorándose su origen, que no es otro que el desahogo o el suspiro del padre de la raza guaraní evocando su Atlántida desaparecida.
  • 24. Paragua soportó en silencio aquella angustia torturante, porque, como hombre, no quería demostrar debilidad y trataba de ocultar sus lágrimas. No obstante esa precaución, un día fue sorprendido infraganti. Era una tarde lila. El sol estaba a punto de ocultarse entre nubes de ópalo y grana. Era un momento solemne que invitaba al éxtasis y a la meditación. Las cigarras con sus pitos de sirenas anunciaban la capitulación del día con el reinado de las sombras. En esa hora se inundaba de tristeza el corazón de Paragua, quien se hallaba cabizbajo y profundamente impresionado. En esa actitud le sorprendió su esposa. Le salta al cuello, lo besa, lo llena de caricias, le baña el rostro con sus lágrimas y poseída de un gran celo le interroga: Maridito mío, ¿qué sientes tanto?, ¿quién habrá sido la ingrata que te redujo a ese estado? Confiésame la verdad porque estoy tan quebrantada de verte poseído, de un tiempo a ésta parte, de una melancolía tan profunda que ya no puedes ocultar. Ni si hubiese muerto tu propia madre, no es posible que llegue hasta ese extremo tu dolor. iAh! Cuanto he sufrido y sufro ante tus incurables angustias! Paragua la abrazó y le dijo en tono confidencial: iAh, Guarasyáva! No quieras pensar en tonterías; es que vivo embargado por el recuerdo de mi antigua querencia. Esta honda melancolía que me domina, es una especie de enfermedad que se llama nostalgia. Siempre.... ¡pero siempre! me atormenta la duda de si existirá o no sobre el planeta aquella hermosa Atlánte, aquella patria adorada que, en una noche de pesadilla, vi sumergirse en el abismo insondable de los mares. Durante las horas de mi intensa labor, trato de atemperar mis penas , silbando aires que me transportan a aquellos lugares de mi infancia. Es verdad que es muy grave la pérdida de una madre; pero encuentro aún mucho más horroroso pensar que toda una gran nación ya no existe; ni siquiera el sitio donde estuvo ubicada... Además me embarga la inmensa duda de si ya estará o no a flote aquel bello país. En mis noches de insomnio, me pierdo en conjeturas y si duermo, es para soñar que ando recorriendo feliz las calles de mi ciudad predilecta. Y si despierto, es para volver a luchar con los recuerdos que bullen en mi mente como una horrible pesadilla o cual una enfermedad que me va consumiendo paulatina y fatalmente. (pausa) Así se expresó Paragua y su esposa amante se convenció de la sinceridad de sus palabras. Enjugó sus lágrimas, consolándose ante la realidad de que, al fin, había llegado a conocer la causa original de la infinita tristeza de su esposo, que siempre fue motivo de una justa inquietud para sus familiares. Así fue que aquella profunda nostalgia que dominaba al padre Paragua, quedó como una herencia a sus pósteros y, justamente, es aquella la causa de que el indio sea, por naturaleza, pensativo, cabizbajo y melancólico. CAPÍTULO XVII La sublime misión de Põrasy: "Che ajahane ajuka / Porasy osê he'i / Ha haku kuére voi / Ohóma Moñai reka. Iporã je, ha i mitã / Tumê reindy pahague / O me'eta o guecove / Oipysyrõvo Jetã" Un día Tumê se hallaba pensativo y meditabundo, en su adusto semblante se retrataba el dolor que le torturaba el alma. De pronto poniéndose de pie exclamó: ¡Cuántos años he vivido
  • 25. ya, y aunque disfruto de buena salud, el tedio me invade a tal punto que me hace aborrecer la vida. Es sabido que cuando nace una criatura la partera, como primera providencia, le corta el ombligo y lo lleva a depositar bajo tierra detrás de la casa. Esto viene a ser como una anotación del día del nacimiento. Por las capas geológicas, se contarán después los años del nacido. Y mi ombligo, cuan profundo estará ya en el seno de la tierra. Yo siento el tremendo peso que está encima. Así también es pesada mi vida y no veo llegar ya el día de hallar un descanso. Ya quiero morir para finiquitar esta pena que me devora y comprendo que no podré alcanzar esa gracia porque cometí el gran error de haber gustado de aquel ka'a ruvicha, como elixir de larga vida de la cual ya estoy harto y no atino a discurrir qué podría hacer. Por otra parte, me desespera el pensamiento de que se va acercando el día en que los karaiete, o sea, los hombres que se titulan civilizados, pronto avanzarán sobre nuestros lares, en son de guerra. Esto es lo que más me inquieta porque no quisiera verlos. Aquellos conquistadores arribarán a nuestras playas en tres Ygarata (89) (carabelas) y nos traerán «la semilla del bien y del mal»; así me lo ha pronosticado el gua'a... ¡Oh, Tupã, oh Arasy! Escuchad mis ruegos. Inspiradme lo que debo hacer para llegar a la obtención de mi ambicionado descanso. El gua'a, que había estado escuchándole repuso: Trata de casarte para dejar un heredero. Sólo después te será dado morir y si no prefieres la muerte, elige entre ella y la vida. Torna a transformarte en inocente niño. Resuélvete ahora mismo a hacer lo que te digo, porque Tupã te concede ese privilegio solo a ti, así me lo manda. Y, prosiguiendo su plática, expresó: ¿Por qué no retornas a la infancia?; vuelve a aquella edad feliz que fue siempre objeto de tus adorables recuerdos, a aquellos días rosados de ventura en que sólo te faltaba alas para volar por un mundo resurrecto. Volverás a contemplar a través del prisma de tus visiones toda tu edad vivida, esa naturaleza rebosante de alegría, de exuberancia, de murmullos, de cánticos alados, que te elevarán a las encantadas regiones de las caricias y las cristalinas fuentes del amor. Renacerán para ti aquellas lejanas auroras que hacían brotar el rocío fecundante, produciendo la sagrada y magnífica eclosión de los cálices y de las aromosas corolas mañaneras, que invadirán el ambiente con sus gratas esencias. Renacerán las alegrías en tu pecho rejuvenecido y volverás a gozar, como en otrora, de la apacible serenidad del paisaje iluminado por los plateados fulgores de un radiante plenilunio. La contemplación de aquellas sencillas escenas de la Naturaleza que tanto te ilusionaban en pretéritos amaneceres, hoy, por desventura, noto que te llenan de tristeza. Resuélvete pues sin tardanza. ¿Por qué no te decides a lanzar hacia atrás los años y entrar de nuevo a recomenzar la misma ruta de tu propia vida? Tumê, presa de honda emoción exclamó: ¡Oh, divino papagallo, dulce compañero de mi existencia! qué consoladoras palabras son las tuyas!... Breves momentos de reflexión siguieron a esta escena y continuó diciendo: ¡Cuán hermoso debe ser todo esto!, pero únicamente si tuviese que elegir las frutas dulces del sendero, menos para aprisionarme entre los espinosos lazos de los zarzales, propios de la vida. En nuestras peregrinaciones por esta tierra hallamos, por desventura, que los sufrimientos son mayores que los goces, como las lágrimas son más permanentes que los instantes fugaces del placer. Yo comparo la vida con esa planta de tala, con el tallo vestido de espinas punzantes nos clavan por cada frutilla insignificante que vamos a recoger. Por cada gota de almíbar un torrente de amargura. ¡Ah, si pensamos en todo esto, en el fondo de la conciencia, nos desilusiona la vida!... Pero los recuerdos viven perennemente en nuestros espíritus, velados casi siempre por el antifaz
  • 26. del optimismo. Esto no es otra cosa que la añoranza de la dulce fruta, no de las espinas. Por eso la existencia es amable. Aspiramos a vivir más y más. Pero ahora mismo me estoy perdiendo en conjeturas. Pienso que si volviera a trocar mis años por las auroras de mi juventud y tuviese que recorrer el panorama de lo que ya he vivido, si tuviese que experimentar las mismas sensaciones del ayer gustado, y si me fuera dado alguna vez la contemplación de un día preñado de fatalidades, ¡ay!.. en la víspera sería capaz de volverme loco. Y ve, ¡que es ingrato el destino!. Él nos va llevando a la rastra, hacia horribles tempestades. Él nos somete a la más ruda labor y a las inclemencias de la intemperie: frío, calor, hambre, y angustias de toda laya y los martirios ocasionados por las picaduras de miles de sabandijas... ¡No, mil veces no! ¡Jamás retrocederé a aquella edad pasada!... (Pausa) Manorã (90) o sea las Parcas nos aterra cuando vemos que se nos viene acercando. Es por nuestro instinto de conservación, porque sabemos que viene armado de un aguijón que, pese a nuestro temor, llegará irremisiblemente a devorar nuestros sesos y este será el instante precursor del descanso eterno. Manorã es, sin embargo, nuestro mejor amigo. Pero, ¿quien es Manorã? Es un colosal gusano volador, ciego, pero con buen olfato. Su cuerpo está armado de púas, en cada una de ellas hay virus microbianos de una enfermedad. Debido a su ceguera, a nadie puede elegir; son sus futuras víctimas las que se arrastran hacia él, movidos por su imprudencia o por su mala estrella. Es como el hierro que solicita el imán. Y como es invisible, es también difícil notar su presencia. Basta su contacto para que el cuerpo humano quede contagiado del siniestro virus de la muerte. Es como la bala perdida que sin precautelación posible, se incrusta en el organismo, tronchando la vida, por eso es justo en el rol que desempeña. Y quien quiera que fuese aquel con que llegare a tropezar, estaría irremisiblemente perdido, ya fuere rico, pobre, joven o anciano. Si es verdad que la visión de la muerte nos infunde terror, también es cierto que nos causa tedio la vida, cuando ésta nos resulta interminable. Y soy de aquellos que prefieren un abrazo de Manorã, antes que el insomnio, la modorra y el aburrimiento que me devoran. ¡Oh Manorã inexorable! tú eres el bálsamo de los que sufren, y único refugio de los desesperados ... ¡¡Dispón de mí a tu placer y voluntad!!... CAPÍTULO XVIII Era la media noche. Tumê pasaba en vela. Un algo inexplicable embargaba su mente. Levantóse de su lecho y, acercándose al gua'a le dijo: Despierta ave divina y dile a Tupã, que tengo vivos deseos de conocerle personalmente. ¡Oh, Tupã, yo te veo constantemente con los ojos de la imaginación pero hasta hoy no me ha sido dado contemplar tu rostro soberano! Unicamente tú, gua'a, eres el que estableces el contacto espiritual entre yo y él. El gua'a incorporándose con misteriosa voz le contesta: Levanta tus brazos al cielo, permanece en esa suplicante actitud y prepárate a escuchar la misma voz de Tupã. Dicho esto, se dibujaron en el espacio los vivos trazos de relámpagos intermitentes que alumbraban la inmensidad con azulados reflejos. Rasga el rayo las tinieblas con estruendo pavoroso, y su eco repercute por valles y collados provocando la caída de una lluvia abundante, acompañada de granizo. El huracán arrecia, los troncos de los bambúes balancean y silban de un modo extraño. El fragor de la tormenta seguía produciendo en el boscaje una orquestación terrífica, un concierto infernal, escuchándose como el eco de asordantes
  • 27. flautines. De pronto, se deja sentir una breve trepidación de la tierra, luego todo vuelve a su cauce. Se aleja la tempestad y una profunda calma vuelve a reinar en aquella noche misteriosa y solemne... Entonces el gua'a interroga: – ¿Has escuchado la divina voz de Tupa? Tumê solo acertó a menear la cabeza exclamando: Pues no se nada. – Ese amandareko, ese ciclón, prosiguió, que acaba de extinguirse, es el compañero de Tupã, pero tu mente frágil no ha tenido la suficiencia para comprender su lenguaje, ni tus ojos alcanzaron a distinguir su forma. Como medio de adentrar en tu cerebro, las palabras que aquí acaba de pronunciar, ponte a esculpir ahora mismo sobre esta piedra los signos equivalentes a las palabras de Él, que yo voy a dictarte. Así quedarán grabados esos pensamientos para que tú los analices y sean del conocimiento de la posteridad. Son las breves explicaciones que acabo de escuchar, las que dan una idea acerca de la existencia de ese ser supremo, dominador del Universo, que nosotros conocemos con el nombre de Tupã: «Todas las cosas movibles y estáticas, y todo cuanto se abarca con la mirada, tanto en la superficie de la tierra, como también los cuerpos que brillan en las honduras del firmamento; todos los líquidos, sanguíneos o lechosos como la savia misma de las plantas, en donde quiera que se respire oxígeno: Yo estoy allí. En la luz como en las tinieblas, en el vacío de la gran inmensidad, en la NADA misma o sea donde los ojos humanos son de nula percepción y todo habla del misterio insondable... Mi espíritu está allí. Yo estoy mezclado con las lágrimas, con el amor mismo...; en los rayos solares que filtran en lo más recóndito del boscaje; en el canto, grito o vagido de los animales silvestres; en todos los elementos; en esa misma tierra que pisas; en las tempestades, en los relámpagos, en el trueno, en las descargas eléctricas, desapercibidamente Yo estoy allí. Soy yo el Creador, el Ñemoñangára, como también soy la destrucción, el Principio y el Fin, la enfermedad y la salud, la ventura y la adversidad, lo posible y lo imposible, la revelación y el misterio, o lo que es lo mismo, el enigma universal que el cerebro humano jamás podrá trasponer. Soy el murmullo del arroyuelo que serpea por el hondón de los valles ocultos; el torrente que se precipita sobre las peñas y se convierte en espumas, Hyjuipa (91) expresándose en un lenguaje que jamás podrá ser comprendido por el ser humano. Soy la gota de rocío que titila sobre la flor, que la luz solar adorna bañándola con los colores del iris y done los insectos de alas doradas que liban su licor, vuelan a mis impulsos. Soy el deseo nunca satisfecho, el pensamiento y la idea que ha quedado sin expresión y jamás tendrá su realidad. Soy así mismo, todo aquello que ha dejado de suceder, soy lo infinito, lo curable y lo irreparable. Por eso mi espíritu está diluido en todo ello. «Yvytúre, tyapúre, araíre ovevéva Opaite mba'e oîva ryepýpe ku akachã Mbyã kuéra resaitépe avei ku che oikóva Ha'e kuéra omañante..., ¡ndikatúiri che recha!
  • 28. (versión castellana) «Por los aires, por los ecos, por las nubes, voy flotando, y en todo lo creado, mi divino soplo está. A los ojos de los hombres, mi poder está brillando y por más que ellos me miren, no podrán verme jamás.» Al terminar su obra grabatoria, Tumê arrojó el cincel exclamando: ¡Oh, pájaro endiablado, que estas soñando. Déjame dormir por que ya veo que no podrá entrar en cabeza alguna los disparates que acabas de dictarme. ¿Será posible Tumê que así te expreses?, le interrumpió el gua'a. Estás chocho? Nada has entendido? Aunque todo eso no me extraña cuando se trata de manifestaciones de Tupã, en las que vislumbra siempre algo de enigmático a los ojos de la investigación mental de los hombres. ¿Es acaso que no tienes interés en conocer el sentido de las palabras de Tupã? ¡Ah, es vano empeño el esfuerzo desplegado para enseñar al terco! Es tarea inútil pretender mostrar algo al ciego, dar de comer al harto, hacerse escuchar de un sordo, que se hace tal para no oírte. Los que nacieron para ignorantes es fuerza que acaben así. Nunca tendrán la lucidez necesaria para conocer y comprender a su Creador, ni siquiera para forjarse una idea acerca del sitio donde tiene su morada aquél. ¿Pero como puede comprendérsete si estás diciendo cosas incoherentes? Tu presunta revelación sobre la anunciada aparición de Tupã no tiene pies ni cabeza. – ¡Muy bien Tumê, muy bien Tumê!, has dado en la clave... Es eso mismo, Tupã no tiene pies ni cabeza; su aspecto físico nada tiene de parecido con los hombres, tal como tu lo esperabas ver. CAPÍTULO XIX La Víspera del Diluvio: Ha sapy'ante ka'aru ete / Ko kuarasy je hetyma mba / Ha oike kuetévo tuguyicha * ite / Ara rapópe o hesakapa. (*La y de tuguycha debe llevar tilde nasal ~) Atyha estaba de fiesta. Una apiñada muchedumbre ocupaba el Cabildo (92) y sus alrededores. Los habitantes de la gran región hallábanse convocados a una junta general para escuchar por última vez la palabra del maestro Tumê, que toda aquella mañana estuvo ocupado en exhortar a los suyos con su acostumbrada elocuencia. Sus palabras llenas de emoción y de sanos consejos eran como blandas caricias para sus oyentes, quienes al escucharle no podían menos que llorar amargamente.
  • 29. – Aunque está muy lejano todavía el día nefasto, dijo Tumê, en que los karai ete arribarán a nuestras playas en tres ygarata, me espanta el sólo pensar que tenga que llegar a vivir hasta aquel día para presenciar su arribo, y luego ver, oír y sentir las iniquidades que cometerán y que quizás sean peores que la plaga de los siete mitos, de tan ingrata historia para nuestra nación. Aquellos extranjeros serán nuestros encarnizados enemigos; nos despreciarán, exterminarán nuestros animales silvestres y nuestra raza será batida, a la par que las bestias feroces, a chuzazos, a lanzazos y será desahuciada por los perros, se verá perseguida y desbaratada hasta su total exterminio. Aquellos extranjeros prevalidos de su inteligencia y de los elementos científicos de que seguramente dispondrán, harán mucho de bueno, como también podrán hacer mucho de malo. La sed de oro será su constante obsesión. Los intereses bastardos arraigarán en sus pechos haciendo brotar la envidia y la mezquindad, como un mal que se trasmitirá a sus descendientes. Quebrantarán la armonía común y desaparecerá en gran parte la simpatía y la hospitalidad. El sentimiento de humanidad llegará a ser ante los intereses creados contrapuestos cosa secundaria. Prosiguiendo en sus disquisiciones agregó Tumê: – Deploro tener que abandonaros para ir en busca de una esperanza que vislumbro en el camino de mi vida y regocija mi alma. Tras largo y rudo bregar por esta tierra, condenado a no morir, veo al fin acercarse la hora feliz de mi eterno descanso. Por eso vengo hoy a despedirme de vosotros para siempre. Debo marchar hoy mismo a un sitio prefijado, donde me ocultaré en el seno de un cerro matizado (yvyty paraguari pe) (93) yvyty paraguari guari, guari añapengo; pe che juhúne kuri, itáro aháta aiko. (versión castellana) En el cerro matizado la vida voy a enmendar y me hallaré transformado en roca de aquel lugar. Al dejar Tumê el uso de la palabra, desapareció de entre la muchedumbre. Se había dirigido sigilosamente con su gua'a hacia un elevado cerro, en cuya falda se sentó a descansar sobre una ancha piedra blanca que le sirvió de marandeko kuatia rã (94) o sea de elemento para la Historia, comenzando allí mismo a grabar unos extraños jeroglíficos, por inspiración del gua'a cuyo sentido se presume sea una predicción del destino reservado a la raza guaraní. Era una tibia siesta de invierno que invitaba por igual a los ejercicios físicos o al descanso. Una brisa templada difundía por doquiera los perfumes de extrañas orquídeas. Tumê, fatigado moral y materialmente se sintió dominado por el sueño, del que despertó sobresaltado por los gritos estridentes del gua'a... ¿Qué había ocurrido? Una hermosa gua'a, hembra, se le había acercado, quedando absorta
  • 30. al contemplar al pájaro divino ornado de hermosísimos colores. Se acercó a su lado y después de afectuosas caricias, la cubrió, y cayendo desfalleciente, murió a la vista de su dueño. Era el efecto del ka'a ruvicha, contrario al coito. El dolor de Tumê fue grande y como el caso no tenía remedio, enterró el cuerpo del ave parlera debajo de la misma piedra donde había grabado los petroglifos de que ya hemos hecho mención. Antes de arrojar tierra sobre la fosa abierta, le dirigió sentidas frases de despedida al amigo inseparable, al buen consejero, que tantos años le había acompañando. «Yo envidio vuestro descanso» le dice al final mientras sepultaba su cuerpo inerte. Y el cerro que fue teatro de esta escena de dolor es el mismo que se titula «Jarigua'a», situado entre los departamentos de Paraguarí y Carapeguá. Su primitivo nombre era Jaharigua'a porque allí murió y fue enterrado el gua'a de Jahari bajo aquella histórica loza que fue motivo de justa curiosidad de parte de los turistas y hombres de ciencia que solían visitarla. No hará mucho que fu destruida por manos criminales. Después de este trágico suceso, Tumê se dirigió hacia el Cerro Para, (Cerro Overo), donde eligió el sitio de su última morada, dentro de una gruta. Seguidamente salió por las aldeas en busca de una joven que le serviría de esposa. Bien pronto encontró una doncella de aspecto atrayente llamada Tere (95) a quien eligió como esposa y la llevó inmediatamente para instruirla e inculcarle algo de su sabiduría, por que le decía: Yo pronto te dejaré para conocer el descanso eterno. La enseñanza duró varias semanas. Tumê tuvo que aplazar el fin de sus días solo con el objeto de dejar a su esposa una mediana instrucción, así como también la revelación de algunos secretos entre los cuales figuraba el uso de la yerba mate y del avati (maíz). Una tarde, hallándose ambos en la puerta de la gruta, Tumê dirigió una mirada melancólica hacia el cerro Jahari gua'a y le dijo a Tere con voz compungida, apuntando con el índice. ¿Ves como parece estar muy cerca aquel lejano cerro? ¡Upe hi'ari gua'a o manónga chehegui! (de aquel cerro en la cima, murió mi pobre papagallo); ¡ave de mi hondo afecto que me acompañó toda mi vida! Al expresarse así se le inundaron los ojos de lágrimas. Luego le refirió la historia de los karai ete que llegarían un día en son de guerra, dispuestos a luchar por el oro y la desmembración de la raza guaraní. Por último, le confesó la triste determinación de abandonar el mundo para sustraerse a todo, horrorizado por la perspectiva de un batallar por la vida, tanto más intenso cuanto más avanza la civilización, y hasta llegará una época ominosa en que desaparecerá la armonía colectiva. Luego agregó: Esta misma noche nos vincularemos para poder dejarte un gua'i rã (un vástago) que heredará mis cualidades y te servirá de amparo. En efecto, ni bien entrada la noche, cohabitó con su virgen esposa y bien pronto produjo sus efectos el ka'a ruvicha; se sintió desfallecer; una extraña frialdad hizo presa de su cuerpo; se levantó y en aquel instante, uno de sus pies comenzaba a convertirse en piedra; sucesivamente cada uno de los miembros de su cuerpo amanecía petrificado, quedando intacta solamente la cabeza. En presencia de un hecho tan extraño, la gente de la comarca se agolpaba a su rededor. Era tan emocionante el cuadro y tan admirable la plática que escuchaban de labios de aquel moribundo, o mejor dicho, de aquella estatua de piedra con cabeza animada, que llamaba constantemente a Tupã y a Arasy y dirigía cariñosas palabras de consuelo a la joven esposa que tan pronto iba a abandonar. Momentos antes de expirar le dijo: Tere, hoy en el ocaso de mi vida, te contemplo tan llena de gracia que te amo de todo corazón y deploro una y mil veces que tenga que separarme de
  • 31. tu lado. Recién ahora conozco la felicidad que se experimenta al lado del ser querido, aprisionado en los brazos de una consorte amantísima, rodeado de hijos queridos que le acarician y le acosan a preguntas inocentes llenas de infantil ingenuidad. Así sería otra cosa la vida, no se sentiría el aburrimiento que de mi alma se ha apoderado en mi triste soledad. Si a tiempo hubiera sabido que existían estos placeres, jamás hubiese gustado de la «yerba soberana» que me sirvió de elixir de larga vida. Pero, mira Tere, no te canses de recomendar a nuestros descendientes para que se abstengan de cometer esa locura de ingerirla. Yo estoy convencido de que sólo al hombre le produce este mal efecto, no así a la mujer; por el contrario, le ahorra el sufrimiento del parto. Y a fin de que nadie haga uso de ella he dejado enterrada la receta en este itakoty (96) (aposento de piedra), donde quedará oculta hasta el día del juicio final. Enjugad vuestras lágrimas, que ya no tardará en brillar la alborada en que volvamos a conversar familiarmente como ahora. Desde otras regiones, quizá desde algún Jasy rata guasu (92.) (desde algún planeta), os enviaré mis mensajes de cariño y amor, y eso lo cumpliré estrictamente... es mi formal promesa...! Terminada esta exhortación el gran Profeta de los guaraníes, aquel Tumê, Tomé, Sumé, Pa'i Arandu, Paisandú o Santo Tomás, (éste último según suposición de los conquistadores) cuyo nombre se ha prestado para la denominación de numerosos lugares, pueblos y hasta ciudades de este continente, le llegó también su hora, dándose a eterno silencio porque acababa de convertirse totalmente en piedra en la gruta de Santo Tomás en Paraguarí (93.). Su espíritu luminoso despidió fulgores por varios segundos, alumbrando el obscuro aposento de piedra (ita koty) y luego se elevó a la mansión celeste, donde mora convertido en el planeta Marte. (Léase la nota (100.). Su esposa Tere se quedó asida al cuello de sus despojos petrificados, en tanto la concurrencia le acompañaba con sus lágrimas. Existía por entonces un anciano llamado Chochî (97), director de rezos, mejor dicho avare (sacerdote), quién rezó un curioso salmo, especie de letanía respondiendo dialogalmente un coro de voces el estribillo: Tere Noe (98). Chochî – Nuestro apreciado Tumê fue hijo de Rupavê Tere Noe (Coro) del vientre de Sypavê nació en la primavera Tere Noe Nuestro entendido Avare utilizaba el paye (magia) Tere Noe Incineró con su ciencia (99) a Moñái y sus hermanos. Tere Noe
  • 32. y merced a su invención se tuvo una embarcación. Tere Noe A él mediante, del diluvio se ha salvado nuestra raza. Tere Noe Así que el grande Tumê fue ante nosotros, Noé. Tere Noe Él nos enseñó el cultivo de la yerba y el maíz. Tere Noe Él fundó para nosotros el Mba'e vera guasu. Tere Noe El grabó con propias manos las palabras del gua'a (94.) Tere Noe Con blandas alas fue al cielo para hallar reposo y paz. Tere Noe Fue a dar grata visita a aquella Arasy infinita. Tere Noe Del Jarigua'a en la cumbre sus leyes están grabadas. Tere Noe Ya solo está entre nosotros su fría imagen de piedra. Tere Noe
  • 33. Y desde allá nos alumbra un planeta (100) en la penumbra. Tere Noe iOh Tupã grande Deidad a nuestra raza amparad...! Tere Noe Tumê desde el firmamento nos dará su mandamiento. (Coro: Nos dará su mandamiento). Al finalizar este salmo reverente en adoración a Tumê, en la maraña cercana de la selva se oyó un lamento quejumbroso, lastimero, así también como el lúgubre tañido de una campana en son de tétrico doblar. Era Urutaû (101) que, en su hondo duelo, lloraba la desaparición eterna de Tumê y el guyra ita o Tupin (102) (pájaro campana), que con su canto metálico invitaba a la meditación y al recogimiento. Desde aquel día memorable, la fauna guaraní cuenta con dos curiosas especies de pájaros, cuyos cantos han dado origen a conocidas e interesantes leyendas. Nueve meses después de los hechos que acabamos de relatar, la joven viuda de Tumê dio a luz un varoncito a quién le dieron el nombre de Gua'irã, que significa vástago o heredero. Desde su infancia, este niño demostró una mentalidad clarividente. Entre sus primeras aficiones le encantaba la construcción de botecitos cuyos ejemplares llenaban la casa. Aquella singular y tal vez lógica inclinación la heredó de Tumê, quién fue un día inventor de aquel ygarusu con el que salvó su propia vida y las de sus hermanas. Ya adolescente, Gua'irã, se dirigió una siesta hacia la selva cercana con sus herramientas, con el objeto de cortar maderas para la fabricación de sus botecillos, pero con tal mala suerte que extravió el camino. Aquí es oportuno recordar que Taû, el genio maléfico, nunca pudo vengarse de Tumê, debido a la posesión del paye, contrario a toda influencia del exorcismo. Aconteció que después de su muerte acechó a su unigénito Gua'irã. Siendo este un niño inexperto aun, lo extravió por las sendas ocultas del bosque por donde anduvo vagando durante varias semanas. En esta obligada peregrinación, causada por el extravío, recorrió las sierras de «Amambáy» y «Mbarakaju», sustentándose sólo de frutas silvestres y miel de abejas, hasta que se le interpuso un gran río, un Parana que tenía que vadear para volver a su hogar, según su creencia. Así tuvo que quedar a trabajar varios días para construir un ygatimî (botecillo blanco) (103), con el cual pensó vadear el Paraná. Terminada su obra y botada al agua la pequeña embarcación, se puso a remar hasta quedar rendido de cansancio. Entonces se dejó llevar por las olas, hasta que de pronto una corriente impetuosa lo arrastró al infierno, o sea al