PRESENTACION PLAN ESTRATEGICOS DE SEGURIDAD VIAL - PESV.pdf
Nuestros fierros viejos
1. Nuestros fierros viejos
12 marzo, 2015
Por Manuela Hoya
El primer ferrocarril llegó al país en el momento en que el Estado Nacional y el Modelo
Agroexportador se estaban erigiendo. La máquina, junto con la consolidación de la gran
propiedad y las oleadas inmigratorias, fue uno de los pilares fundamentales de esa
estrategia económica que se impulsaba desde Buenos Aires y a espalda del resto del
país. El tendido de las vías, por las que corría la mejor muestra de la potencia humana
hasta entonces, se proyectó con forma de abanico: todos los caminos conducían al
floreciente puerto de la ex capital virreinal. Con esta disposición del trazado ferroviario, el
país ingresó a la división internacional del trabajo y estructuró su producción primaria en
función de los propósitos industriales británicos. El proyecto oligárquico, unitario y
librecambista lo concibió con la convicción de que abriría las puertas de la modernidad, el
progreso y la civilización. Sin embargo, tras haber alcanzado la independencia política,
nuestra inerme república quedó enredada en el no-progreso planificado por el
imperialismo para nuestra región.
La lógica de intercambio bilateral asimétrico, materias primas a cambio de bienes
industriales y capitales, comenzó a tambalearse después de la Primera Guerra Mundial
cuando Estados Unidos reemplazó a la reina de los mares y se ubicó como la potencia
imperial hegemónica. Con la explosión industrial norteamericana de la década de 1920,
llegaron al país firmas e inversiones de la colonia inglesa devenida en potencia. Fue
entonces cuando se inició una lucha inter-imperial en nuestro suelo: carbón y ferrocarriles
ingleses versus petróleo y automóviles norteamericanos. Sin embargo, la aftosa y la
década infame resolvieron, una vez más, a favor de la isla con el sello Roca- Runciman.
2. Fue recién la Revolución Peronista la que quebró la hegemonía inglesa en todos los
niveles, al levantar las históricas demandas del pueblo argentino y transformarlas en
banderas de su proyecto político. La estrategia justicialista fue cimentada sobre la
nacionalización del Banco Central y del Comercio Exterior, con el propósito de alcanzar la
dirección estatal de la economía para orientarla hacia un desarrollo independiente de los
designios imperiales, con un carácter federal y redistributivo. Con ese horizonte, en 1947
Perón estatizó el sistema ferroviario. Se le indilgó que la operación era un sinsentido
porque los trenes eran “fierros viejos”. Y lo eran. Pero, como lo reveló Scalabrini Ortiz,
siempre lo fueron: el primer tren que llegó al país ya había sido usado en la India. Y
aunque chatarra, Perón sabía que el sistema de transporte debía estar en manos del
Estado como llave fundamental en la conducción de la política nacional. El control público
aseguró que el ferrocarril recorriera el territorio al servicio del país y ya no de los intereses
foráneos.
El oscuro proceso que se abrió con la autoproclamada Revolución Libertadora se orientó
a extirpar, sin éxito, el peronismo en el sentir nacional, a quebrantar las instituciones
democráticas, a limitar las conquistas de los trabajadores y asegurar la racionalización de
la economía. Los grandes grupos económicos nacionales y transnacionales encontraron
terreno fértil para la concentración de la riqueza. Los trabajadores, los estudiantes y la
sociedad civil en general se levantaron en estos años para frenar la avanzada del capital
sobre el trabajo, alcanzando importantes victorias.
Sin embargo, el zarpazo final del capital quedó asegurado con la alianza militar-
empresarial en marzo de 1976. El último golpe habilitó también la profundización del
desguace del Estado. La Secretaría de Transporte y Obras Públicas, a cargo del ministro
de Hacienda Martínez de Hoz, inició el desmantelamiento de los Ferrocarriles Argentinos
guiado por la idea de que era necesario cerrar las “líneas antieconómicas”. Esta
cosmovisión sobre los asuntos públicos, cuya fórmula podría resumirse en que “si no es
rentable, se cierra”, se profundizó en la década de 1990. El despojo final fue asegurado
por el gobierno de Carlos Menem quien, con la bendición de la prensa cipaya y en medio
de la crisis socioeconómica, logró hacer hegemónico su programa de reforma del Estado.
Desde julio de 1989, el proyecto neoliberal alcanzó su máxima expresión. La conducción
del Poder Ejecutivo combatió contra la “excesiva burocracia” y la “ineficaz administración
de las empresas estatales”. La opinión pública se convenció de que el Estado había sido
un mal administrador y de “que nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos
3. del Estado”. Lo que siguió fue, en términos de Galasso, la venta de las joyas de la abuela.
Argentina terminó de arrodillarse y, doblegada, retrocedió hasta los tiempos anteriores a
la Revolución Peronista, en donde el sistema ferroviario se guiaba por el lucro y los
intereses privados, que son siempre antagónicos a los requerimientos nacionales.
Veinte años después, Néstor Kirchner y Cristina Fernández señalaron que era posible
(re)construir un proyecto nacional y popular como el de 1946, con la certeza de que la
independencia económica era una pieza fundamental para asegurar la soberanía política
y la justicia social. La convocatoria a desempolvar estas históricas banderas entusiasmó a
muchos, de todas las edades y de las más diversas trayectorias políticas- organizativas.
Pero también encontró la resistencia de la ideología liberal oligárquica tan extendida en el
medio pelo argentino que piensa dándole la espalda al profundo país.
Hace unas semanas, se escribió un nuevo capítulo de la recuperación de las joyas del
viejo por parte del Estado Nacional: la presidenta hizo su mayor apuesta desde que inició
el proyecto de devolverle a la nación los trenes por los que circula el trabajo, el goce y los
bienes. Hoy tenemos la posibilidad de volver a construir un sistema de transporte que
sirva a la vida de nuestra nación, de manera integral y con un carácter federal, porque
como lo indican los números, el Estado sabe administrar mejor que los privados. Este
modelo, como el peronismo y las expresiones anti-imperialistas de la región, se enfrenta
con el norte que no nos quiere ver de pie y que, junto con la oligarquía, nos mantuvo de
rodillas. Esa es la lucha principal de América Latina: patria sí, colonia no.
Los fierros son nuestros.