El documento analiza las razones por las cuales aumenta el uso de banderas nacionales durante los mundiales de fútbol. Primero, las banderas surgen para reforzar la identidad colectiva, especialmente durante la guerra. Segundo, el deporte puede verse como una "guerra sin derramamiento de sangre" donde se entrena para la defensa del territorio. Tercero, el deporte intensifica la competencia generando emoción similar a la guerra y las fiestas. Por lo tanto, el aumento en el uso de banderas durante los mundiales refleja la necesidad
1. Pasión mundialista y uso de banderas
Mundial de Fúbtol Brasil 2014 y nacionalismo
Por Marcelo Ducart
Sorprendente. Llegó el mundial de Fútbol y pareciera que todo el mundo se tuviera que detener
ante este fenómeno cultural globalizado. Los vendedores de banderitas se hacen la América y
todas las propagandas utilizan el fútbol y la bandera del país para promocionar sus productos, aún
aquellos que nada tengan que ver con el deporte, la salud ni la patria. Ni en la celebración del
Bicentenario del país, se vieron tantas banderitas celeste y blanca como ahora. Pero, podríamos
preguntarnos: ¿Por qué cuando llega un mundial de fútbol los argentinos y, por qué no tantos
amantes del deporte de otros países, nos entusiasmamos más con la bandera que en otras
celebraciones nacionales? La respuesta no es sencilla, obviamente como el análisis de cualquier
problemática social y los acercamientos son siempre provisorios y complejos.
Primera acercamiento: “Las banderas surgen y refuerzan la identificación colectiva con el propio
lugar (territorialidad), en especial durante el tiempo de guerra”.
Las banderas tienen su origen en el sudeste asiático, más concretamente en la actual Birmania.
En tanto que la primera bandera documentada históricamente aparece recién en el Imperio Persa
(550 – 330 a.C.) Más tarde fue asumida como la bandera nacional de Irán. Mas adelante en el
tiempo, encontramos a las legiones del Imperio Romano, portando estandartes con símbolos,
generalmente de animales (águilas o los dragones). Algunos de estos estandartes comenzaron a
tener partes móviles que se movían con el viento, haciéndolos coincidir con las colas de los
animales o las alas.
En siglos sucesivos, las banderas comenzaron a tener varios propósitos, tales como la
identificación de las diferentes clases sociales, el símbolo de religiones, ciudades e imperios. Pero
sobre todo, se los empieza a usar en los campos de batalla, como identificación de las propias
tropas y la de los enemigos. De hecho la historia de nuestra enseña patria, nos remite al General
Manuel Belgrano y su ejército a orillas del río Paraná.
Segundo acercamiento: “El deporte es una guerra sin derramamiento de sangre”.
Las civilizaciones más antiguas, de base rural, celebraban siempre sus acontecimientos máximos
(siembra y cosechas). Las competencias deportivas en Grecia, constituían solemnidades y culto a
Dionisio. (535 AC) Juegos Píticos, Némepos e Istmicos. Nacieron en la ciudad griega de Olimpo,
776 AC., que se celebró la primera Olimpiada. en homenaje a Zeus.
Todas las actividades públicas se suspendían durante el mes de junio (según el calendario
griego). La particularidad, es que hasta las guerras se suspendían mientras duraban los juegos
(tregua sagrada), en la cual se ejercitaba otro tipo de guerra sin derramamiento de sangre ni
crueldad. Los juegos si bien se preparaban con mucha anticipación, duraban 7 días. Allí triunfar
significaba la mayor aspiración de cualquier joven griego. El vencedor recibía una corona de
laureles, y era aclamado por todo el pueblo. Además percibía por su victoria, una remuneración
muy generosa. Pasaba a ser mantenido en adelante por el Estado durante toda su vida. No
pagaba más los impuestos y recibían rentas especiales, que además le permitían ocupar lugares
de privilegio en la sociedad. Los juegos se celebraban cada cuatro años y llegaron a asistir hasta
150.000 espectadores. Entre las finalidades de su realización, aparecen propósitos no tan
religiosos. Y era el hecho que ellos habían advertido la necesidad pragmática de la preparación
constante para la guerra aún en tiempos de paz. Por eso, las olimpiadas bien pueden ser
consideradas una guerra sin derramamiento de sangre. En la cual se buscaba entrenar y
mantener el espíritu agonístico de los más jóvenes y templar su carácter para mejorar la disciplina
de los soldados que defendían su territorio.
Pero también en los clanes rurales de China, Japón y el Tibet, celebraban las estaciones con
campeonatos. Siempre aparecen registros de pensamientos y sentimientos animistas, mágicos y
religiosos rodeando las manifestaciones lúdico-deportivas. Hasta en los sepulcros egipcios, se
hallan testimonios del amor por los deportes (tiro de arco, lucha, esgrima y natación).
2. Con el auge de Roma, como nueva capital geopolítica del mundo occidental, se comienza a dar
un giro en la concepción lúdica de los juegos deportivos. En contraposición con la idea del
deporte, se pasa a la idea del espectáculo. Los romanos eran un pueblo de negociantes, que se
destacaban por su espíritu combativo. Guerreros y de carácter práctico, transformaron la herencia
griega en una actividad que poco a poco se fue asumiendo con una finalidad explícitamente
militarista y mercantil. De la emoción edificante y la agonística se pasó a la explotación humana.
Basta citar aquí el papel que cumplió el Circo romano en toda la extensión del imperio. Se
introdujeron así los combates feroces, que no eran otra cosa que el espectáculo nefasto de los
sacrificios humanos en publico. Pero otra gran innovación en Roma, fue de la profesionalización
del deporte. Existen registros históricos sobre la importancia que asumían ciertos deportes no sólo
en Roma, sino también en otras culturas. Por ejemplo, un juego con pelota llamado Harpastum
era el más popular en Roma en siglo I AC.
Después de la caída de Roma los juegos empezaron a desprenderse paulatinamente de la
crueldad y los sacrificios humanos. Se empezaron a definir reglas más estrictas para el cuidado de
los jugadores. Un hecho sorprendente. En 1495, Cristóbal Colón al llegar a las Antillas, lo primero
que divisó en la playa, fue a unos nativos que jugaban con una pelota. No hace falta citar aquí el
aprecio histórico de estas tierras americanas por los juegos con esferas. Los aztecas jugaban al
Tlatchtil, los araucanos al Pilimato, todos juegos con pelotas.
Tercer acercamiento: “El deporte intensifica la agonística, generando una atmósfera dramática y
estética propia de la guerra y de la fiesta”
Según Dunning (1992) en el deporte confluyen tres grandes causas emergentes: 1) Es una de las
principales fuentes de emoción agradable; 2) Es un poderoso medio de identificación colectiva; 3)
Ha llegado a constituirse en una de las claves que dan sentido a la vida de muchas personas.
Debido al alto grado de rutinización y civilización, y a la existencia de presiones y controles
multipolares, que caracteriza a las sociedades urbanas industrializadas, los ciudadanos se
encuentran presionados cotidianamente para ejercer un gran control emocional sobre sí mismos.
Este hecho hace que surja la necesidad, especialmente intensa de actividades recreativas y
competitivas como los deportes. Ellas permitan aliviar la rutina y el control emocional. Aún de
forma limitada y controlada, el espectáculo deportivo actúa como un factor cohesionador de la
población y de identificación social, función que se hace especialmente importante cuando se trata
de ciudades complejas e impersonales, como son las grandes urbes. Dentro de los aspectos
psicosociales que propicia el deporte, aparece la agonística, como característica esencial del
mismo. La agonística se nutre además de cuatro elementos fundamentales: a) Agresividad; b)
Tensión; c) Sobrecompensación; d) Exhibicionismo. Estos cuatro elementos, conforman un
poderoso impulso catártico, que estimula el entusiasmo y la adhesión de las multitudes. La
agonística para los griegos, se manifestaba en la competencia con otro atleta, con su par. Esa
dirección original ha cambiado con el auge de la matematización de la sociedad. Ahora se compite
contra una estadística, un record, una recopensa en dólares, etc. . Antes se competía gratis por el
honor y la gloria. Hoy por la estética del dinero y la fama. Todos desean ser grandes ídolos
deportivos, pero: ¿cómo y dónde encontrar un buen deportista para coronarlo en campeón y así
convertirlo en una semidivinidad, en un mito? Basta una cancha de fútbol. Allí y desde allí, se
encuentran los mecanismos sociales modernos propios del mundo del espectáculo, para convertir
la competencia en una satisfacción emocional y catarsis individual y colectiva.
Agonística mundialista e identificación colectiva
Cassirer expresaba hace tiempo que en el mito del Estado moderno, se reintrodujo el culto de las
figuras míticas como mecanismo de regulación social. La masa desorientada por la complejidad
de la vida urbana, interiormente desierta, necesita delirios ruidosos, figuras sobrehumanas, mitos
y banderas, para compensar el miedo que siente ante el poder arrasador de ciertos poderes
actuales que lo dominan. Y esa demanda, la encuentra hoy satisfecha plenamente en el fenómeno
deportivo, y en particular, en el fútbol. El fútbol actual, a diferencia de sus inicios históricos
elitistas, se ha convertido en un verdadero dispositivo popular de entusiasmo, cohesión social,
consumo e idenficación y diferenciación social globalizada.
3. En síntesis, a la pregunta que nos hacíamos inicialmente sobre el mayor uso de las banderas y
otros signos nacionalistas durante el Mundial de Fútbol, intenté trazar un camino a partir de tres
acercamientos encadenados entre sí. Por supuesto que no desconozco entre sus causas, el
aprovechamiento que se hace desde las empresas y gobiernos para promocionar el consumo y
otras tareas propias de la agenda política estatal. No obstante, estoy dispuesto a arriesgar
provisoriamente que se trata también de un genuino mecanismo social de defensa territorial, ante
las posibles amenazas de las consecuencias simbólicas de una derrota, aún cuando ésta sea sólo
deportiva. Es que a veces los resultados deportivos, marcan tendencias políticas y empresariales
con más fuerza que muchos proyectos electorales y de gestión económica. Y esta importancia por
la competencia deportiva, le viene dada por ser entendida no sólo como una guerra sin
derramamiento de sangre, sino también como amor a la lucha que comporta al mismo tiempo una
saludable descarga de agresividad.
La pasión mundialista, es en el mundo actual, una razón suficiente para suponer un aumento de la
necesidad de identificación colectiva lúdico-agonística, en busca de reafirmar las potencias
sociales en pugna. Por todo ello, no tengamos miedo de agitar nuestras banderas para alentar a
nuestros equipos. En todo caso, tengamos cuidado de no renunciar a la lucha por un mundo más
justo, alegre y solidario y, movidos por tal sana convicción, de no confundir adversarios deportivos
con enemigos públicos.
Marcelo Ducart
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