Tema 19. Inmunología y el sistema inmunitario 2024
Cuadernillo 1 eso Practicas del lenguaje
1. 1
CIRCUITO DE LA COMUNICACIÓN
Identifica el emisor-receptor-canal-código-mensaje
Actividad de clase
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1. Observa la siguiente ilustración y responde a las preguntas.
a. ¿Quién habla?
b. ¿A quién se dirige?
C. ¿Qué dice?
d. ¿Sobre qué tema habla?
e. ¿En qué idioma lo hace?
f. ¿Se comunica de manera oral o escrita?
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Actividades
a- ¿Cómo interpreta el gesto de la Muerte el jardinero, y qué actitud toma frente al
hecho?
b- ¿Qué expresó la Muerte con su gesto?
c- ¿Logran comunicarse el jardinero y la Muerte?
d- Marcá con una cruz la opción correcta y explica:
El jardinero tuvo dificultades con:
-La competencia lingüística.
-La competencia paralingüística.
-La competencia cultural.
4. 4
FUNCIONES DEL LENGUAJE.
Lee atentamente cada enunciado y determina qué función del lenguaje predomina y qué
intención tiene el emisor.
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a)........................................................................................................................................................
b).....................................................................................................................................................
c).........................................................................................................................................................
d)........................................................................................................................................................
e).........................................................................................................................................................
f).........................................................................................................................................................
Leyendas
Leyenda del calafate
Se dice que cierta vez Koonex, la anciana curandera de una tribu de tehuelches, no podía caminar
más, ya que sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la marcha no se podía detener.
Entonces, Koonex comprendió la ley natural de cumplir con el destino. Las mujeres de la tribu
confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y alimentos para dejarle a
la anciana curandera, despidiéndose de ella con el canto de la familia.
Koonex, de regreso a su casa, fijó sus cansados ojos a la distancia, hasta que la gente de su tribu se
perdió tras el filo de una meseta. Ella quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes se alejaban
y comenzó a sentir el silencio como un sopor pesado y envolvente.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta la
llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los
alegres chingolos, las charlatanas cotorras. Volvía la vida.
Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente. De
repente, se escuchó la voz de la anciana curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por
haberla dejado sola durante el largo y riguroso invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió:
- “nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento. Además durante el invierno no
tenemos lugar en donde abrigarnos.”
- “Los comprendo”, respondió Koonex, “por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen
abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola” y luego la anciana calló. Cuando una ráfaga de
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pronto volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de
perfumadas flores amarillas.
Al promediar el verano las delicadas flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a
madurar tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario.
Desde aquél día algunas aves no emigraron más y las que se habían marchado, al enterarse de la
noticia, regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados. Los tehuelches
también lo probaron, adoptándolo para siempre.
Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, “el que come Calafate, siempre
vuelve.”
Origen del calafate
Cuando los Selknam habitaban Tierra de Fuego se agrupaban en diversas tribus.
En ese tiempo dos de ellas se encontraban en gran conflicto pues los jefes de ambas
comunidades se odiaban hasta la muerte.
Uno de ellos tenía un joven hijo, que gustaba de recorrer los campos y en una ocasión en
que paseaba se encontró con una bella niña de ojos negros intensos y nada más verla se
enamoró de ella.
Lamentablemente la bella jovencita era la hija del enemigo de su padre. Al saberlo se
lamentaron mucho más no pudieron impedir el amor que sentían.
Desde ese día la única manera de verse era a escondidas y así fue un tiempo. Pero el brujo
de la tribu de la niña los descubrió y trató de separarlos pues estaba enamorado de ella.
Ninguno de sus hechizos surtió efecto y cuando al fin comprendió con rabia y envidia que
no podría separarlos, condenó a la niña, transformándola en una planta que conservó toda
la belleza de sus ojos negros, pero con espinas, para que el joven enamorado no pudiera
tocarla. Pero el amor era tan fuerte que el joven nunca se separó de esta planta y murió a
su lado.
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Por eso desde entonces se sabe que quien logre comer el fruto de este arbusto está
destinado a regresar a la Patagonia, pues uno no puede separarse del poder de amor que
hay en el calafate, nos atrae a él y no nos permite que nos marchemos por mucho tiempo.
Título:.......................................
Cuentan los viejos cuentacuentos del Sur, de muy, muy al Sur... De lo más al sur del
mundo...que los antiguos habitantes, que se llamaban selknam y que hoy conocemos
como Onas, cuando veían a lo lejos, en el mar, acercarse una ballena, acampaban en la
playa durante varios días porque eso significaba comida y alegría por mucho tiempo. Y
entonces, para calentarse, prendían un lindo fuego. ¡Pero aquella vez no se trataba de
una ballena, sino de un barco! Eran unos marineros, que estaban cumpliendo la hazaña
de dar la vuelta al mundo por primera vez. Y mirando la costa no dudaron al poner el
nombre a la nueva tierra: ¡Tierra del Fuego!
Desde la costa, una familia ona decidió acercarse a los visitantes en canoas a darles la
bienvenida.
-¡Atrapadlos!- rugió el capitán del barco- Servirán para diversión de los reyes en la corte!
Y así la familia Ona fue hecha prisionera. Pero no todos en el barco estaban felices con
esto, y, en medio de una feroz tempestad, un grumete llamado Miguel, los ayudó a
escapar, y mientras los marineros temblaban de miedo porque creían haber llegado al fin
del mundo, los Onas se arrojaron al mar para llegar nadando hasta sus playas.-
Preferimos nadar, antes que ser esclavos...
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Pero el mar es inmenso, y por más que nadaran muy bien, nunca llegarían. Así que algo
pasó, algo fantástico, algo increíble: ¡Los Onas se transformaron en delfines! ¡Sí! ¡Así
nacieron los primeros delfines! Nadan como peces, pero respiran y piensan como
personas, y, como los Onas, viven y crecen juntos, ayudándose en una gran comunidad.
FÁBULAS
El león enamorado
Un león de alto linaje, se enamoró de un pastora y le pidió en matrimonio. El padre de la muchacha
hubiera deseado un yerno menos temible. Entregársela le parecía doloroso, negársela, poco seguro.
Hasta fuera posible que ante su negativa, una buena mañana se juntos, pues, además de que la
muchacha sentía predilección por los arrogantes, una doncella se encapricha fácilmente de un
enamorado de hermosa cabellera.
No atreviéndose a negarse, le dijo con precauciones:
- Mi hija es muy delicada. Con esas garras podríais herirla al acariciarla. Permitid que os las corten.
Y al mismo tiempo que os limen los dientes. Así vuestros besos serán más dulces.
El león estaba tan ciego de amor que a todo consintió. Al cabo de un rato, sin uñas ni dientes,
parecía un fuerte desmantelado. En ese momento, le soltaron unos perros y el inválido león apenas
pudo defenderse.
¡Amor, amor!. Cuando nos subyugas ya podemos decir ¡Adios, prudencia!
Jean de La Fontaine
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El perro y el pedazo de carne
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Un perro llevaba en la boca un pedazo de carne, cuando se disponía a
pasar un rió, vio reflejada la sombra del pedazo de carne que llevaba en
el hocico, viendo que la carne que se veía en el agua era más grande y
jugoso que el que llevaba consigo.
El perro se quedó quieto un rato mirando fijamente la imagen, hasta que
abrió la boca para agarrarlo; al hacer esto, el pedazo de carne que llevaba se le cayó al
agua, quedándose el pobre perro sin ambos.
MORALEJA:..........................................................................................................
Esopo.
El león y el ratón
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo.
Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste
que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El
león echó a reír y lo dejó marchar.
Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda
a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al
lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.
-- Días atrás -- le dijo --, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en
agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y
cumplidos.
Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento
las cumplirán.
La liebre y la tortuga.
Cierto día una liebre se burlaba de las cortas patas y la lentitud al caminar de una
tortuga. Pero ésta, riéndose, le replicó: -Puede que seas veloz como el viento, pero en una
competición yo te ganaría.- La liebre, totalmente segura de que aquello era imposible,
aceptó el reto, y propusieron a la zorra que señalara el camino y la meta.
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Llegado el día de la carrera, emprendieron ambas la marcha al mismo tiempo. La
tortuga en ningún momento dejó de caminar y, a su paso lento pero constante, avanzaba
tranquila hacia la meta. En cambio, la liebre, que a ratos se echaba a descansar en el
camino se quedó dormida. Cuando despertó, y moviéndose lo más veloz que pudo, vio
como la tortuga había llegado tranquilamente al final y obtenido la victoria.
Con constancia y paciencia, aunque a veces parezcamos lentos, obtendremos siempre el
éxito.
EL PERRO Y EL ASNO
Cierto día caminaba un perro en compañía de un asno cargado con alforjas llenas de pan.
El camino, ya demasiado largo, despertó el hambre de ambos. El burro, sin más ni más, se
detuvo y comió unos pastos que crecían al borde del camino. El perro, el cachorro aún y
con el vacío en el estómago, corría a su alrededor, pero no encontraba nada y ni siquiera
miguitas caían de las alforjas. Cuando no pudo más, le pidió al asno un pedazo de pan de
los que llevaba en su carga. Muy soberbio, le respondió el otro que si tenía hambre
buscara, como él algo para comer, ya que el pan no se podía desperdiciar. El perro bajó la
cabeza y siguió su camino, pero para sus adentros pensaba que el compañero de viaje era
realmente un egoísta. La tarde avanzaba y todavía faltaba un buen trecho para llegar a
destino.
Andando, andando, llegaron a un sitio donde alcanzaron a divisar a lo lejos un lobo que
avanzaba hacia ellos. Apenas lo vio. El asno se puso a temblar de los pies a la cabeza y le
suplicaba al perro que no se alejase de su lado y que lo defendiera de la bestia. El perro
aprovechó la ocasión y le dijo:
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-No hace falta. Los que comen solos deben ser lo suficientemente fuertes como para
luchar también solos.
Y diciendo esto se alejó rápidamente del lugar.
Versión libre de una fábula de Esopo
El mensajero del Rey
Era un joven mensajero del rey llamado Teobaldo, que para hacer su trabajo cruzaba ríos y
montañas y sorteaba toda clase de peligros. Pero no era persona sino personaje. Era el personaje del
primero de los cuentos de un libro que en total tenía cinco relatos.
El libro estaba en la biblioteca de una escuela y era uno de los preferidos de los alumnos. Sin
embargo, los chicos lloraban en el último cuento porque trataba sobre una princesa que estaba
encerrada en una cueva.
Un ogro maligno la había encerrado allí. Al final la chica comenzaba a llorar y sus lágrimas
inundaban a todo el reino: el Ogro, ella y todo el mundo morían ahogados.
Como los chicos de la escuela solían leer en voz alta, Teobaldo prestaba atención a ese cuento. Así
llegó a enamorarse de la princesa y un día decidió hacer una expedición para salvar a la princesa.
Teobaldo caminó páginas y páginas. Atravesó un cuento sobre un incendio, otro de laboriosos
animalitos que hablaban y otro, muy tonto, sobre hadas. Al fin llegó al cuento de la princesa.
En la entrada de la cueva donde un Ogro mantenía cautiva a la princesa había un espantoso
dragón. El dragón lanzó sobre él sus potentes llamas para convertirlo en un chicharrón derretido
pero Teobaldo usó un matafuego que había tomado en el cuento del incendio. El dragón, sin fuego,
era más inofensivo que una gallina.
En el fondo de la caverna estaba el Ogro. Teobaldo sacó de su bolsillo las cien abejas de las que se
había hecho amigo en el cuento de los animalitos y ellas se encargaron de correrlo al Ogro durante
veinte páginas.
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A continuación, Teobaldo desató a la princesa un segundo antes de que comenzara a llorar e
inundara el reino. Con la varita mágica que le había prestado una de las hadas tontas hizo aparecer
un carruaje y en él escaparon los dos, se casaron y fueron felices.
Desde entonces el último cuento tuvo final feliz y para Teobaldo el trabajo fue doble, si los chicos
estaban por leer el primer cuento corría para participar de mensajero; si en cambio se les daba por
leer el último, corría para hacer de héroe que salvaba a la princesa.
Y los chicos que leían rápido hasta llegaban a verlo en los demás cuentos, mientras tomaba el
matafuegos, hablaba con las abejas o le pedía la varita a las hadas tontas.
RICARDO MARIÑO
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CUENTOS
LA COLA DEL GATO
Don Roque Pérez es el hombre más flemático de Salta. Tiene cuarenta años. Hace veinte
que está empleado en una oficina de la casa de Gobierno. Es solterón, metódico, cumplidor
y beato.
Su vida es simple y redundante, como el rodar monótono de los días provincianos, o bien
como marcha circular y pacífica de un macho de noria.
La historia de este hombre contiene dos etapas, separadas entre sí por un acontecimiento
trascendental que dejó en su espíritu una perplejidad perdurable.
La primera etapa comprende su juventud, los diez años que pasó de dependiente en la
tienda de Don Pepe Sarratea. La segunda etapa comprende su madurez, sus veinte años de
empleado público.
Con una sonrisa indefinible y calmosa, mientras fuma un cigarrillo, don Roque Pérez
cuenta su caso a un grupo de oficinistas.
Cuando él era dependiente, dormía en la trastienda. El negocio de Sarratea ocupaba una
vieja casuca que todavía existe en una esquina de la plaza.
El dependiente barría la vereda todas las mañanas, plumereaba los estantes y aguardaba al
patrón, que se presentaba a las ocho.
Sarratea despachaba personalmente, detrás del mostrador; pero si había que bajar alguna
pieza de un alto estante, colocaba la escalera y el dependiente se encaramaba por ella.
A las nueve de la noche, Sarratea despedía a sus contertulios del barrio; guardábase el
dinero en el bolsillo y se marchaba a su casa. Entonces el dependiente trancaba las dos
puertas de la tienda, rezaba su rosario y se metía en cama.
Una noche entre las noches, Roque Pérez, después de acostarse, dirigió la vista al techo, y
vio que colgaba una cola de gato por una rotura del cañizo.
El agujero quedaba perpendicularmente sobre su cabeza, y la cola de gato apuntaba,
naturalmente, a sus narices.
-¿Qué será eso?- pensó el dependiente -. ¿Qué será...?
Apagó la vela y se durmió.
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Varias noches después del descubrimiento, Roque Pérez volvió a mirar la cola de gato. Al
cabo de una hora de contemplación, pensaba: "Que será esa cola...?" Y se decía: "Mañana
voy aponer la escalera para ver lo que es..." Y apagaba la vela y se dormía.
Todas las mañanas, al despertar, Roque Pérez se desperezaba y miraba la cola de gato. La
miraba todas las noches al acostarse. Y siempre pensaba: "En uno de estos días voy a poner
la escalera".
Pero Roque Pérez era indolente, con esa profunda indolencia de los seres palúdicos. El
había tenido una idea: aquella cola de gato debía significar algo. Para saber qué era había
tiempo.
Así pasaron dos años, y pasaron cinco años, ¡y pasaron diez años...!
El señor Sarratea murió de tabardillo; los herederos liquidaron el negocio, Pérez tuvo que
abandonar la vieja casuca.
Salió de allí con quinientos pesos de sueldos economizados y se contrató en la tienda de
enfrente.
A poco de esto, alquiló la casa de Sarratea un boticario alemán que llegó a Salta con su
mujer. Lo primero que hizo el boticario, naturalmente, fue preocuparse por la limpieza del
chiribitil, para instalar su botica.
Un día el boticario entró en la trastienda, y al revisar las paredes y los techos, vio la cola de
gato. El alemán llamó a su mujer y le mostró aquello. Pidieron prestada una escalera en la
tienda de enfrente. Roque Pérez, en persona, trajo la escalera. El boticario, ayudado por
Pérez, la afianzó sobre un cajón para que alcanzase al techo, y se trepó.
Mientras el pobre Roque sostenía la escalera, el boticario, allá arriba, asió de la cola, tiró y
cayó al suelo una moneda de oro. Tiró más, y cayeron algunos cascotes y varias monedas.
Luego, metiendo el brazo en un agujero del techo, sacó un zurrón lleno de onzas de oro, y
se lo arrojó a su mujer. Buscó más, y encontró otro zurrón, y cargando el pesado fardo,
bajó al suelo.
- Bueno - dijo el alemán todo sofocado, entregándole a Pérez una monedita -; aquí tiene
usted su propina. Y gracias por la escalera.
Ahora, don Roque, ante la rueda de empleados, da un chupón formidable a su cigarrillo,
sonríe con calma, y con las barbas llenas de humo, dice:
- Entonces fue cuando comprendí que mi destino era ser empleado público.
De: "Cuentos y Relatos del Norte Argentino".
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Flemático: adj. Que actúa con calma y lentitud:
Metódico: adj. Hecho con método, ordenado:
Beato: Que se dedica a hacer obras de caridad y se aleja de los placeres mundanos. Que muestra
una religiosidad exagerada:
Redundante: adj. Que está de más o que es una redundancia:
Macho de noria: En las ferias, instalación recreativa consistente en una rueda que gira en vertical
y de la que cuelgan cabinas donde van sentadas las personas.
Contertulios: m. y f. Persona que participa en una tertulia:
Cañizo: Armazón de cañas entretejidas que se usa para cobertizos y techos o como sostén del yeso
o la escayola en la construcción:
Palúdicos: Que padece paludismo. Enfermo
Tabardillo : insolación. Persona alocada, inquieta y molesta.
Zurrón : Cualquier bolsa de cuero.
Onzas : Antigua moneda española.
La muerte de un pajarito
En un pueblecito de la provincia de Jujuy llamado Yavi, en una de sus ambulancias por las orillas,
en compañía de un muchacho callejero, gran perseguidor de nidos, entró Boris conducido por él, a
un terreno baldío encerrado por un cerco de piedra.
- Aquí hay muchos nidos- dijo el muchacho-. El otro día tapé uno de rabia por no poderlo sacar;
estaba muy hondo; voy a ver si lo encuentro.
Buscó un rato, dio con el sitio, retiró una piedra del hueco y se vio detrás de ella un pajarito,
parado, muerto, ya seco... Tenía la cabeza caída y los ojos abiertos; Boris reconstruyó en su mente,
ante el tristísimo espectáculo, la tragedia que había ocurrido en el nido; vio los pichones con los
picos abiertos en escuadra, piando, muriéndose de hambre y a la madre yendo y viniendo de sus
polluelos a la puerta del nido cerrado; calculó sus angustias, su desesperación ante el terrible
conflicto, sintiéndose ella misma desfallecer; su resignación, en fin, al situarse en la puerta para
morir de pie como ningún héroe lo ha hecho hasta ahora...
Echó una mirada de cólera y de reproche al muchacho, bandido y cruel, privado de todo
sentimiento humano; le pareció un monstruo horrible y, sin decir palabra, huyó de su lado para no
verlo nunca más.
La escena del pajarito, con todos sus detalles, quedó grabada en la memoria de Boris para
siempre.
Eduardo Wilde.
21. 21
a) Coloca un título al cuento.
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A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril.
Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos
canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.
Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del
campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta
el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que
hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la
Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en
que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el
viejo bien podía ir a ver los otros partidos que se jugaban a la misma hora en las
canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.
Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos.
Roberto Fontanarrosa, “Viejo con árbol” en: Usted no me lo va a creer.
Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2.003. (Fragmento).
b) Responder.
1) ¿Quién se ubicaba debajo del árbol?
2) Subraya en el texto la descripción del lugar.
3) ¿Cómo iba vestido el viejo? Describe.
4) ¿Por qué lo consideraron “hinchada propia”?
5) Este cuento es realista porque ______________________________________
22. 22
El Cautivo
En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que
lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que
venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin
con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron
reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras
de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa.
Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De
pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la
cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta
que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque
habían encontrado al hijo.
Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a
buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el
presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si
alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.
J. L. Borges
23. 23
Mil grullas
Un cuento de Elsa Bornemann
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Por que
ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo
entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien que
era lo que esta pasando. Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la cuidad japonesa de
Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos
callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y
el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio,
que hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y
esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah…y también se estaban descubriendo uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la caminata
hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos
podrían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras.
Estaban tan acostumbrados al silencio… Pero Naomi, sabía que quería a ese muchacho delgado, que
más de una vez se quedaba sin almorzar para darle a ella la ración de batatas de había traído de su
casa.
-No tengo hambre-le mentía Toshiro, cuando veía a la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para
pasar el mediodía.
-Te dejo mi vianda-y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para
que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración. Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le
anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para
poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente el 21 de
junio y anunció las vacaciones escolares. Y con la misma intensidad con que otras veces habían
esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban
que empezara. Su comienzo significaba que dejar de verse durante un mes y medio inacabable. A
pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos un de la otra, sus familias no se conocían. Ni
siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar
pacientemente la reanudación de las clases.
24. 24
Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque… Se fue julio y Naomi arrancó
contenta la hoja del almanaque Y aunque no lo supieran ¡Por fin llegó agosto!-pensaron los dos al
mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto con sus padres, hacia la aldea de
Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse
vasijas en todos los rincones del local. Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían
modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas.
–Para cuando termine la guerra… -decía el abuelo.
- Todo acaba algún día... – comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro se sentía que la paz debería
ser algo muy hermoso, porque los ojos de sus madres parecían aclararse fugazmente cada vez que se
referían al fin de la guerra, tal como a el se le aclaraban los suyo cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi? El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba, sobre la
nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la
habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus.
Lento se apaga el verano. Enciendo lámparas y sonrisas.
Pronto florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que
escondía sus pequeños tesoros de curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta la ropa para
remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir
en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por
ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar el deseo para que se
cumpliese. La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego
de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de papá, el pedido de
que Toshiro no la olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta su obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
25. 25
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez en el
cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegraron esta mañana. Y con
ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el paso de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente
la puerta de su casa, ni retomar ningún camino requerido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en la localidad próxima de Hiroshima. Como
tantos otros cientos de miles que también había sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera
ahora instalado dentro de ellos, en sus misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era el frío exterior o sus pensamientos
lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y
la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobra su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… -susurró, no bien sus amigo se paró, en silencio, al lado de su cama. –
Nunca llegaré a plegar las mil grullas que hacen falta…
Mil grullas… o Semba-Tsuru, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte.
Después, las juntó cuidadosamente en un bolsillo de su chaqueta. -Te vas a curar, Naomi- le dijo
entonces, pero su amiga no lo oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
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Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente
alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles
que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diarios, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían
haberse esfumado mágicamente.
Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre sombras. Esperó hasta que
tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y
abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y
volvió a su lecho. La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta
cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras
sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a
través de la silueta de papel. Separó en grupos de diez frágiles grullas del milagro y las aprestó para
que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de su furoshiki y partió
rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la
bicicleta de su primo.
No había tiempo perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo
separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala de
uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho. Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel.
Con la misma impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le
permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso en su silla sobre la mesa de
luz luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaba
las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita
echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-Chan… Gracias…
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-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas-y el muchacho abandonó la sala sin darse cuenta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a
balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos
instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos
¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente
de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle porqué, entre
el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan
sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella
superstición japonesa.
-Algún día completará las mil…-cuchicheaban entre risas-. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre
su escritorio?
Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida de
Hiroshima de su niñez.
Con su perdido amor primero.
Extraído de “No somos irrompibles, doce cuentos de chicos enamorados” Elsa Bornemann, Editorial
Alfaguara.
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Actividad
1. Resume en una oración el tema del texto.
2. Responde a las siguientes preguntas:
¿Qué pasó? ¿Dónde pasó? ¿Quién/es protagonizó/aron el hecho? ¿Cómo pasó?
¿Cuándo pasó? y ¿Por qué pasó?
3. Señala las partes de la noticia.
4. ¿Qué partes le faltan? Menciónalas
5. ¿Crees que el autor se desvía mucho al contar el tema?
6. ¿Cuál es la función del lenguaje que predomina?
7. ¿Qué persona utiliza el autor para escribir?
8. ¿El vocabulario te parece difícil de entender? ¿Por qué?
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A la siguiente noticia le faltan elementos característicos de estos textos. Completa los datos
que le faltan y coloca el nombre a las partes de esta noticia (volanta, copete, título, etc).
· Fecha de la noticia: 24 de enero de 2007 (La Nación)
¿Cuál es el hecho “noticiable” que da origen a este texto?
Responde las seis preguntas básicas. Contesta con oraciones bien redactadas.
¿Qué ocurrió?
¿Quiénes protagonizaron el hecho?
¿Cuándo ocurrió?
¿Cómo sucedió?
¿Dónde ocurrió?
¿Por qué ocurrió?
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TEXTOS EXPOSITIVOS
La papa, Cenicienta vegetal
La papa (Solanum tuberosum) es una planta herbácea, anual, de la familia de las solanáceas, cultivada en casi todo el
mundo por su tubérculo comestible.
El lugar de origen de esta Cenicienta entre los vegetales, cara
sucia y de cutis picado, hermanastra apagada del tomate y de la
berenjena (también solanáceas), es el continente americano, en la
región del altiplano andino en un área que coincide
aproximadamente con el sur del Perú.
Ocho mil años antes de Cristo ya la consumían los incas. Los
primeros conquistadores españoles descubrieron esta extraña
planta cuyo fruto crecía bajo la tierra y la llevaron a España hacía
1550. Desde allí se extendió por toda Europa durante el siglo XVI.
Francia fue el país europeo que más se resistió a aceptarla por desconfiar de ella como alimento.
Sólo la belleza de sus flores permitió su permanencia, pues se dice que María Antonieta las
convirtió en el adorno favorito para su cabello. Luego, el farmacéutico y gastrónomo Antoine
Parmentier popularizó el consumo de la papa en ese país ofreciéndola como novedad alimenticia
en sus banquetes.
Posteriormente, en el siglo XVII, se adoptó su cultivo en Irlanda. Pero, en dicha centuria, Europa
soportó unos inviernos duros que afectaron a la producción agrícola; a ello se unieron las
enfermedades y las guerras, lo que redujo sensiblemente la mano de obra disponible para el
campo.
En el siglo XVIII la papa era ya considerada como un artículo de primera necesidad, aunque la
inestabilidad social y política de Francia, incidió negativamente en la producción del vegetal.
Durante el siglo XIX llegó a ser el alimento base de la población -Napoleón I pudo reunir y
alimentar grandes ejércitos merced al rendimiento de la papa como alimento-y cuando se desató
en las Islas Británicas una plaga de tizón de la papa, entre 1846-1848, que destruyó todas las cosechas, se
produjo una gran hambruna que causó la muerte de más de un millón de irlandeses y la emigración de otro millón.
En la actualidad, la papa ocupa un lugar sustancial en la economía de los países y constituye el alimento básico de
mucho» de ellos, pero la tasa de crecimiento de la producción papera es inferior a la de la población.
Alejandra Groba, Revista Rumbos nº 236, 2 de marzo de 2008 (texto adaptado)
1. ¿Qué tipo de texto es? ¿Por qué piensas que colocaron ese nombre?
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2. ¿Cuál es el tema del texto? Seleccionen el que mejor se adecua:
La papa, aumento fundamental - Producción de la papa - Origen e historia de la papa
3. ¿Cuál es la intención del autor? ¿Qué función del lenguaje emplea?
4. Marquen la estructura en el texto.
5. La definición es un procedimiento de los textos expositivos. Identifiquen la que aparece en este texto.
6. Identifica y numera los párrafos, coloca un título a cada uno.
7. Identifica los elementos paratextuales.
35. 35
Los flamencos son aves gregarias altamente especializadas, que habitan sistemas salinos
de donde obtienen su alimento (compuesto generalmente de algas microscópicas e invertebrados)
y materiales para desarrollar sus hábitos reproductivos. Las tres especies de flamencos
sudamericanos obtienen su alimento desde el sedimento limoso del fondo de lagunas o espejos
lacustre-salinos de salares, El pico del flamenco actúa como una bomba filtrante. El agua y los
sedimentos superficiales pasan a través de lamelas en las que quedan depositadas las presas que
ingieren. La alimentación consiste principalmente en diferentes especies de algas diatomeas,
pequeños moluscos, crustáceos y larvas de algunos insectos.
Para ingerir el alimento, abren y cierran el pico constantemente produciendo un chasquido
leve en el agua, y luego levantan la cabeza como para ingerir lo retenido por el pico. En ocasiones,
se puede observar cierta agresividad entre los miembros de la misma especie y frente a las otras
especies cuando está buscando su alimento, originada posiblemente por conflictos de
territorialidad. ‘‘
Omar Rocha
1) Ordena el siguiente texto y copia en tu carpeta.
2) Coloca un título: ....................................
Son muy peligrosos ya que, además de las pérdidas materiales, pueden herir
gravemente u ocasionar la muerte de las personas.
Los incendios son fuegos fuera de control que, muchas veces, se producen por
negligencia o descuidos.
El fuego es muy útil para el hombre, pero también puede ser el causante de
grandes daños: los incendios.
3) Agrega ejemplos de descuidos que puedan provocar incendios.
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Capítulo V
Una triste noche del mes de noviembre pude, por fin ver realizados mis sueños. El reloj
había dado la una de la madrugada, y la lluvia caía quedamente en los cristales de mi ventana. Con
ansiedad casi agónica, dispuse todos los instrumentos necesarios para infundir vida en el ser inerte
que reposaba a mis pies. De pronto, los ojos de la criatura se abrieron; respiró hondo, y sus
miembros se agitaron. Luego, comenzó a estremecerse, a agitarse en convulsiones.
Quisiera poder describir los sentimientos que hicieron presa de mí ante semejante
catástrofe, o tan solo dibujar al ser despreciable que tantos esfuerzos me había costado formar.
Aquella criatura que yo había soñado bella... ¡Santo cielo! Si bien sus miembros eran
proporcionados a su talla, la piel era enfermiza y amarillenta; apenas lograba cubrir la red de
músculos y arterias; su cabello, negro y abundante, era lacio: sus dientes mostraban la blancura de
las perlas... Sin embargo, esta mezcla no conseguía sino poner más de manifiesto lo horrible de sus
vidriosos ojos, de color blanco sucio como sus cuencas, y de todo su rostro arrugado, donde se
destacaban los labios finos y oscuros. Durante dos años me había esforzado por dar vida a este ser
inmundo: ahora que lo conseguía, la realidad caía sobre mí. Incapaz de soportar la visión de aquella
obra repugnante, huí del taller a mi dormitorio.
Durante horas, intenté en vano dormir.
Cuando por fin el cansancio me venció, tuve horribles pesadillas. Creí ver a Elizabeth
desbordante de salud, paseando por las calles de Ingolstudt; yo, sorprendido y feliz iba a
abrazarla, pero, cuando besaba sus labios fríos, su cara palidecía como la
de un muerto, y su cuerpo se convertía en el de mi propia madre, envuelta
en su sudario, por el que corrían los gusanos. Desperté horrorizado,
tembloroso. Y entonces surgió él; el engendro que yo había creado, quien
apartó las cortinas de mi cama y se quedó mirándome.
Abrió su boca y emitió unos sonidos, mientras una mueca espantosa
contraía sus mejillas. Una de sus manos se extendía hacia mí, pero de u n
salto logré escapar hasta el patio, escaleras abajo. Allí, pasé el resto de la
noche, dando vueltas, atento al menor ruido, sin poder creer que había
dado vida a un cadáver demoníaco, a un miserable monstruo.
¡No hay ser sobre la Tierra capaz de soportar la visión de aquel rostro!
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Mientras no estaba terminado, me hacía la ilusión de que la vida lo
dotaría de una belleza celestial, sin embargo, se transformó en algo tan
horrible que ni el mismo Dante hubiera sido capaz de imaginarlo en su
descenso a los infiernos.
Pasé la noche más amarga de mi vida.
Al día siguiente, en cuanto el portero abrió las puertas del patio, me
lancé a la calle con paso rápido para alejarme del monstruo, al que creía
ver en cada esquina. Solo tenía un plan: alejarme y alejarme de mi casa,
del monstruo, y no me preocupaba la llovizna que de pronto, fue lluvia y
me empapó. Enfermo de pánico, no volví la cabeza atrás. Recordé unos
versos de Coleridge:
Como aquel que en el camino solitario
avanza lleno de miedo y temor,
y tras mirar atrás sigue marchando
sin ya nunca volver la cabeza
porque sabe que un horrible enemigo
muy cerca, a su espalda, le acecha [...].
Capítulo VI
Clerval puso en mis manos aquella carta, escrita por Elizabeth y que decía lo siguiente:
Ginebra. 18 de marzo 17…
Mi querido primo:
Sé que has estado enfermo y ni siquiera las numerosas cartas que nos envió Herry aliviaron mi
preocupación por ti. Sé también que no te han permitido escribir; pero una sola palabra de tu puño y letra
bastaría para dejarnos tranquilos. Durante días y días esperé en cada correo la llegada de tus cartas. […]
Cúrate pronto y vuelve con nosotros: aquí encontrarás un hogar feliz y seres que te amaron siempre.
La salud de tu padre es excelente, y su único deseo es verte, porque solo de esa forma podrá convencerse de que
estás curado. Tu hermano menor, Ernest, tiene ya dieciséis años, y su sueño es entrar en el ejército, en el
Servicio Exterior; está lleno optimismo quiere ser un buen ciudadano suizo. […]
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Querido primo, al escribirte, me siento mejor; te di noticias y ahora espero las tuyas. […]
¡Escríbenos!
Ehzabeth Lavenza
POESÍAS
ROMANCES Y CANCIONES
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Letra de la canción
El oso Intérprete: Moris
Yo vivía en el bosque muy contento,
caminaba, caminaba sin parar.
Las mañanas y las tardes eran mías,
por la noche me tiraba a descansar.
Pero un día vino el hombre con sus jaulas,
me encerró y me llevó a la ciudad.
En el circo me enseñaron las piruetas,
y así yo perdí mi amada libertad.
"Conformate" me decía un tigre viejo,
"nunca el techo y la comida han de faltar,
sólo exigen que hagamos las piruetas
y a los niños podamos alegrar".
Han pasado cuatro años de esta vida,
con el circo recorrí el mundo así.
Pero nunca pude olvidarme de todo,
de mis bosques, de mis tardes y de mí.
Ahora piso yo el suelo de mi bosque,
otra vez el verde de la libertad.
Estoy viejo, pero las tardes son mías,
vuelvo al bosque, estoy contento de
verdad.
En un pueblito alejado
en una noche sin luna
alguien no cerró el candado
y yo dejé la ciudad.
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Letra de la canción
Muchacha (Ojos de papel)
Intérprete: Almendra
Autor: Luis Alberto Spinetta
Muchacha ojos de papel,
¿adónde vas? Quédate hasta el alba.
Muchacha pequeños pies,
no corras más. Quédate hasta el alba.
Sueña un sueño despacito entre mis
manos
hasta que por la ventana suba el sol.
Muchacha piel de rayón,
no corras más. Tu tiempo es hoy.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.
Muchacha voz de gorrión,
¿adonde vas? Quédate hasta el día.
Muchacha pechos de miel,
no corras más. Quedate hasta el día.
Duerme un poco y yo entretanto
construiré
un castillo con tu vientre hasta que el
sol,
muchacha, te haga reír
hasta llorar, hasta llorar.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.
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Callejero
Era callejero por derecho propio
su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás.
aunque fue de todos nunca tuvo dueño
que condicionara su razón de ser
libre como el viento era nuestro perro
nuestro y de la calle que lo vio nacer.
Era un callejero con el sol a cuestas
fiel a su destino y a su parecer
sin tener horario para hacer la siesta
ni rendirle cuentas al amanecer
Era nuestro perro y era la ternura,
esa que perdemos cada día más
y era una metáfora de la aventura
que en el diccionario no se puede hallar.
Digo nuestro perro porque lo que amamos
lo consideramos nuestra propiedad
y era de los niños y del viejo Pablo
a quien rescatara de su soledad.
Era un callejero y era el personaje
de la puerta abierta en cualquier hogar
y era en nuestro barrio como del paisaje
el sereno, el cura y todos los demás.
Era el callejero de las cosas bellas
y se fue con ellas cuando se marchó
se bebió de golpe todas las estrellas
se quedó dormido y ya no despertó
Nos dejó el espacio como testamento
lleno de nostalgia, lleno de emoción
vaga su recuerdo por los sentimientos
para derramarlos en esta canción.
Al fin y al cabo amigos míos,
no era más que un perro...
Alberto Cortez