2. Nació en la aldea llamada
Cuevas Altas o de San Marcos
en la provincia y diócesis de
Málaga el 27 de diciembre de
1875, recibió el nombre de
Juan Silverio por sus piado-sos
padres Juan Pérez Valverde y
Antonia Ruano
3.
4. Cultivó las virtudes desde su
infancia, so-bresaliendo por su
devoción a la Virgen
asistiendo diariamente al rezo
del Rosario en la iglesia, aún
en días desapacibles y
"observan-do en todo muy
buena conducta", por lo que
su párroco "le juzgó digno de
5.
6. Siguiendo la llamada de Dios,
ingresó en la Orden
Capuchina, a los treinta años
de edad, vistiendo el hábito
capuchino el 7 de septiembre
de 1905 dando siempre
ejemplos de silencio, caridad y
bondad.
7.
8. Hizo su primera profesión el 9
de septiembre de 1906 y la
segunda el 28 de noviembre
de 1909. Marchó después a la
Custodia de Santo Domingo en
América, trabajando con
dedicación y generosa entrega
en la catequesis, siendo un
9.
10. En 1925 regresó a su provincia
religiosa de Andalucía, donde
atrajo hacia sí la benevolencia
de los Hermanos y de los
fieles, por su constante
humildad, afabilidad de trato y
exquisita y delicada caridad
11. Fue notable en el Siervo de
Dios su constante re-nuncia a
las criaturas y su generosa
entrega al Señor, su
perseverancia en la oración
asidua y constante y su fiel
observancia de la Regla y
Constituciones de la Orden.
12.
13. Quienes lo conocieron
destacan, como vir-tudes mas
sobresalientes del Siervo de
Dios, la humildad y la pobreza:
"Fray Crispín de Cuevas era
muy humilde, jamás se hacía
notar; era muy amante de la
pobreza y respecto a la
14. Si se le daba alguna cosa, la
tomaba; si no se le daba, no
protestaba" -dice de el él P.
Jerónimo de Málaga-. Su
humildad le hacía pa-sar
siempre por inadvertido. Se
preocupaba mu-cho por la
comunidad, procurando que
15. Junto a la humildad y
pobreza, también Fray Crispín
fue un hombre de
oración, aman-te del silencio.
Los milicianos lo encontraron
orando en la iglesia, pero al
igual que los san-tos
hermanos capuchinos, el
16.
17. Su serenidad de espíritu
provocó las iras de sus
verdugos que, el 3 de agosto
de 1936, cuando asaltaron el
convento de manera violenta
e infame, se abalanzaron
sobre él mientras oraba en la
iglesia ante los altares de San
18. Bañado en su propia
sangre, cayó bajo las armas de
fuego. Así, el Siervo de
Dios, pasó de las tristezas de la
vida presente a las alegrías de
la eterna.