1. La guerra, la xenofobia, el maltrato, el salto infinito sobre las leyes
humanas, la opresión y el engaño, son reglas que ni los antiguos griegos en
aquella, su estridente retórica habrían podido concebir.
Las pestañas se rompen, la garganta se deforma, los pulmones caducan, el
cuerpo, aquel templo infame lleno de ideas y esperanzas se contrae, en una
pequeña y furtiva nube de colapso; en cuanto el primer disparo hace añicos la
caridad y la sonrisa, aquella necesidad de aire se hace presa de la virilidad del
revólver y nosotros, seres tortuosos, dignos de cualesquiera de los círculos de
lucifer corremos indignos y acongojados al alero de alguna deidad imaginaria. Es
inconcebible, irrefutable, imperdonable e incluso indescriptible sentirse humano,
persona, sujeto, etc., pero lamentablemente se asume como una necesidad, peor
aún, como una realidad.
Mira tú pared, mira tu cuarto, mira tú televisor, tu cine, escucha tu receptor,
qué sientes, qué crees, qué puedes ver, tan solo un sin número preciso de
indeseables corrupciones, una previsional sentencia que ha de cumplirse a gotas,
en donde el voraz y humeante deseo de vida, corroe un lapsus del tiempo al que
llamamos existencia.
El mal de la vida es la vida misma, graficada en la evolución y
desdichadamente está correlacionada de forma inexplicable a nuestra raza, lo que
deriva innecesariamente hacia nosotros mismos. Qué ha de consignar todo
aquello, simplemente que la raza ha de desaparecer, desprovista y carente de un
alma, con el fin último de perdurar ante las demás especies, que es lo que
realmente una deidad imaginaria debería desear.
Son éstas palabras conocidas, dichas, mil veces escritas, pero que en la
conciencia, en el espíritu y en la realidad del ser mismo, de esta esencia
repugnante, les hemos plantado una maldita semilla que refunde en miles de
millones de años de una triste y pútrida verdad.
Son dichos desprovistos de lectura, de simplemente alguien que pretenda
recibirlos, sin ninguna intención especial más que su existencia misma, es un
2. deseo vacío, una creciente, ya dicha necesidad, que coexiste con el resto, así
como nacer, crecer, respirar, “tirar”, es parte de lo mismo, de esa lógica
inconsecuente que representamos.
Qué tal si fuésemos seres sin conciencia, eso conllevaría a sentirnos de
otra forma, ¿animales tal vez? O más animales de lo que ya somos, o bien no
otorgaría un perdón divino, quien sabe, puede que solo sea otra verdad a medias,
en la que la capacidad de escritura y de comunicación nos sigue engañando.
Vendiendo un circulo de vicios, en los que el ego y esa supuesta pasión por la
supervivencia y la evolución nos han acorralado.
Dichos sin sentido, palabras románticas o boludeces de borrachos. Así tal
vez, sería más preciso denominar nuestras capacidades, en el sentido que
otorgan a la contrariedad que expresa nuestra propia vida. Evidentemente sería
alucinógeno pensar que todos podríamos asumir que el desastre es la mejor
solución, que el holocausto es la salida perfecta ha tanto desgano, pero quién
podría negar que el vicio que representa nuestra raza, ha de exterminarse algún
día así mismo por nuestras propias manos. Sería parte de la crisis, la salida
extrema pero concreta, la única evidencia que realmente nos amamos una
miserable onza de todo aquello que decimos sentir.
Una evidencia más, que la vida, el aire, la comida y la libre expresión, son
regalos inventados, dádivas colapsadas por la egocéntrica idea, de que nuestra
posición en el mundo, no es otra cosa que una falacia expresada por un tiempo
que no nos pertenece y que tan solo hemos ganado en el primer round de nuestra
pedante guerra.