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EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS
                           de Friedrich NIETZSCHE
        No comparte Nietzsche en esta obra el punto de vista de Spencer de la selección natural en
la evolución de las especies, pues la historia muestra que no siempre los individuos superiores lo-
gran imponerse a los débiles, ya que estos son más en número y tienden a oponer virtudes que son
modos de actuar gregarios que fomentan la cohesión de la comunidad, única defensa de la cantidad
contra la calidad, de los individuos débiles contra los individuos superiores. El triunfo de los débiles
es pues posible y puede perpetuarse, y así es posible en una especie una evolución a peor, al menos
durante un periodo de su historia.

 Esto es lo que ha pasado con nuestra especie, como se demuestra con una rápida ojeada a nuestra
actual cultura, la cual, no cabe duda, arranca de los griegos y no ha hecho sino degenerar desde sus
orígenes que conocemos por la primera obra escrita que los primeros griegos nos han legado (las
epopeyas homéricas y las formidables tragedias de Esquilo, Eurípides, Sófocles que se representa-
ban en el teatro y conformaban la cultura de aquel pueblo)

 Los héroes griegos encarnaban al hombre fuerte. Arrostraban los duros golpes de la vida sin inven-
tar consuelos propios de hombres débiles, incapaces de encarar su fatum, sin recurrir a providencias
imaginarias, ni compensaciones prometidas en cielo alguno, sin engañarse con encontrar sentido
alguno a su dolor. No actuaban por la razón, sino que en ellos pujaba la vida, el espíritu de Dionisios
que inspira la primera cultura griega, el dios de los placeres, Dios de la vida, pasional, desnudo, que
encarna para Nietzsche esta civilización fuerte, natural, antes de ser contaminada.

 Por eso sus héroes eran libres, porque conocían la necesidad de su fatum (idea hegeliana, como
recordaremos) y eran creadores de la verdad, porque la creaban con sus actos, de los que no tenían
que dar cuenta a nadie, porque nadie estaba por encima de ellos. En esos héroes no se manifestaba la
razón sino la vida, y su única verdadera creencia era la permanencia de la vida, no como eternidad
inmutable de un Dios inventado, sino como continuo movimiento, como eterno retorno. Esta vida
simplemente la experimentaban en sí mismos, no necesitaban para ello en modo alguno de la razón,
simplemente la vivían, entregándose a sus placeres, sin ninguna sujeción moral. No vivían atormen-
tados por sentimiento alguno de culpa, no sentían arrepentimiento, pues no se sentían responsables
de sus actos, simplemente no eran causa de ellos- no hay causa, solo hay fatum. Eran grandes, como
grandes son las tragedias que narran sus vidas, las epopeyas que de generación en generación se
repiten recordando sus hazañas.

 Pero llegó la dialéctica, la razón, el arma de los débiles, el arma que solo se empuña cuando ya no
se tiene ningún arma, llegó Sócrates, llegó el principio de degeneración de la raza. No era griego
sino un cruce, no era aristócrata sino plebe, no era fuerte, hermoso sino débil, feo, un payaso cuyo
único mérito fue el de hacerse tomar en serio por sus contemporáneos después de idiotizarlos a to-
dos con la sarta de invenciones, las famosas ideas , de las que vivirán durante generaciones como
triunfo de los espíritus débiles, huidizos de la realidad que debieran arrostrar. Las ideas platónicas,
inmóviles, eternas, realidades inventadas que nada tienen que ver con la vida, y que a sí mismas se
otorgan realidad robándosela a la vida, como si fuera solo una sombra de ellas, montajes conceptua-
les que serán luego cada vez mas complicados, edificios de la razón con los que ésta escapa a la
vida, y que el pueblo alemán habrá de sufrir en la forma de Manuel Kant y sus increíbles invencio-
nes.

 Filosofía , diálogo, razón, son el último arma de los débiles, lo único que pueden inventar para con-
tener el imperio de los hombres fuertes, de los héroes, de los individuos superiores de la especie.
Pues en el plano práctico esa razón la traducen la moral: la ridícula ecuación socrática "inteligen-
cia=virtud" (racionalismo moral, característico, en efecto, de Sócrates) Con las virtudes morales,
humildad, resignación, caridad, misericordia se defienden los débiles de los fuertes porque fomentan
el gregarismo, la unión entre los individuos, desideratum popio de los débiles, puesto que solo su
unión como plebe les da fuerza ante los mejores. Solo así, pueden imponerse a ellos, hacerlos des-
aparecer afeminando la especie, quitándole s fuerza con máximas morales amordazan la vida y con-
vierten en seres humildes apocados a individuos naturalmente llamados a ser héroes.

 A este desastre se añadió la hibridación cultural de una Grecia ya degradada con la tradición judía
que llegó a sus puertos del mundo helenizado bajo forma de cristianismo, una moral de la humildad,
de la resignación, de la caridad, del servicio a los demás, de la misericordia, en suma una moral ser-
vil, moral de esclavos y para esclavos, y con esa moral los esclavos se han hecho con el mundo con-
virtiendo a nuestra civilización en una raza de esclavos, de timoratos de Dios, de hombres que no
son hombres, afeminados. Y si no se cree, juzguemos del pueblo alemán, un pueblo de hombres
fuertes, rubios, un gran pueblo al que hoy vemos humillado, adormecido por los cuentos de predica-
dores que llegaron de esa civilización mediterránea totalmente degenerada, y que les han hecho
creer que son pecadores. Y hemos de soportar el espectáculo de ver al hombre rubio, arrodillados
ante un cura al que pide perdón, siempre temerosos, siempre culpables, siempre pecadores. Ha lle-
gado el momento de decir que no, que basta ya, que toda esa moral es un invento, una artimaña de
los hombres esclavos. Y con la moral, toda la filosofía que la sustenta, toda es un invento, la causa-
lidad, el sujeto, el yo, la conciencia, todas las historias con las que se nos ha hecho creer que éramos
la "causa" de nuestros actos, que éramos responsables, total para concluir que éramos pecadores. Es
lo de siempre: se trata de "buscar a un culpable". Es el momento de decir bien alto que no hay mo-
ral, que no hay Dios, que no hemos de dar cuentas a nadie, y que por eso yo soy creador. A los que
hablan de razón, hay que contestar que soy yo quien crea la verdad , porque en mí está la vida; y a
los que hablan de moral, hay que contestar que no hay más discurso práctico que lo que yo quiero
hacer, y que si nos quitamos toda máscara espúrea, añadida, descubriremos en nosotros la verdad
incontestable de que todo hombre bien constituido quiere imponerse a los demás. No hay Dios, ni
otra vida, ni un mundo utópico de ideas inmóviles. Lo único real y eterno es la vida, eterno movi-
miento de muerte y vida que renace , para nunca desaparecer. Es ésta la que se manifiesta en el
hombre como voluntad de poder, como voluntad de imponerme a los demás. ¿y quiénes lograrán
imponerse? Los más fuertes, esa es la vida. Ese es el destino de la especie. Esto es la cría de la espe-
cie, como se crían los toros bravos, el modo en que perdurarán en ella sus individuos mejores.

 Contrapone Nietzsche el concepto de cría de animales al de doma de animales. Observa que en am-
bos casos se habla de mejorarlos. Y es cierto, también hablan los cristianos de mejorar. Pero para
ellos la mejora de la especie no es sino "doma": domar los instintos, domar las pasiones, castrar a
los individuos, como se hace con los bueyes (lo que él llama la "elección de la Trapa", es decir el
celibato) Domar al individuo que estaba llamado a ser héroe para que sea esclavo, como se doma al
caballo que iba a ser cimarrón, como se castra a un toro para que sea buey, en vez de criarlo para
que se perpetúe en su bravura. A eso es a lo que llaman los cristianos mejorar los individuos.

                                             CRÍTICA
 Hasta aquí he seguido lo más fielmente que he podido a Nietzsche, y hasta he intentado mantener
un poco de su vibración, y aunque no he sido textual -he escrito de memoria- sí he procurado serlo
en espíritu, tomando los mismos ejemplos con que él ilustra su pensamiento. Lo que sigue en ade-
lante puede considerarse mi reflexión sobre ese pensamiento, o si se quiere mi crítica.

 A veces se ha criticado de este autor su idea de voluntad de poder, encontrando en ella un sinsenti-
do, pues poder es poder para algo, y esto no queda aclarado en Nietzsche, de modo que el discurso
de Nietzsche se presenta como un discurso ciego, sin finalidad. Yo creo que el autor se merece más,
y que la crítica ha de hacerse en su lenguaje. No es cierto que el autor no diga el "para qué" de su
voluntad de poder, lo que pasa es que hay que saber leerlo.. Dice por ejemplo cómo hay que tratar la
cuestión obrera (¡los famosos esclavos!), tan acuciante en el momento en que escribe. En su opinión
no podemos lamentarnos ahora de los problemas que los obreros nos ponen, pues nosotros nos los
hemos buscado al darles el voto, al darles derechos propios, al darles una cierta cultura en las escue-
las. Veamos, dice, ¿qué es lo que queremos de ellos? ¿no es acaso que sean esclavos, que nos sir-
van? Pues entonces sobraba todo eso. Hay que hacerlos ignorantes, sin derechos, sin concesiones,
solo así serán esclavos.

 En definitiva, después de leer ha Nietzsche no hace falta mucha imaginación para saber lo que hará
con su voluntad de poder el superhombre (especie de restauración del héroe griego, el individuo
vital, fuerte, poseído del espíritu dionisiaco, sin moral, sin filosofía, sin creencias, sin ningún rasgo
de esclavo). Se impondrá a los débiles, esclavizará a los útiles y eliminará a los inútiles, y así mejo-
rará la raza. Ese es el imperativo de la vida que empuja en él. Pongamos por ejemplo los gitanos. No
hacen más que holgazanear, vivir de los demás, robando o mendigando, y no parece que haya modo
de que eso cambie, de hacer de ellos algo útil. Pues sí lo hay. Se puede hacer de ellos, por ejemplo,
jabón. Jabón para que se laven con jabón los hombres rubios, los hombres fuertes, los hombres de la
raza alemana, esa raza de hombres esforzados, que Nietzsche tan bien describe con las únicas pala-
bras líricas de su obra. Nadie se escandalice por esto, pues no supondrá un cambio excesivo para los
gitanos, ya que ha quedado claro y explícito en "el crepúsculo de los ídolos" que el hombre no es
sino materia y nada más que materia. Tan solo se tratará de transformar la materia un poco, con
ayuda de unos hornos crematorios, tratando luego con bases sus ácidos grasos para producir el ja-
bón.

 Lo mismo quede dicho de los locos, pues tampoco sirven para nada. No parece que pueda decirse
de ellos que sean precisamente el superhombre. Pues también jabón. Se habría sacado así algo útil,
por ejemplo , de Friederich Nietzschequien en sus diez últimos años, pocos meses después de termi-
nar esta obra quedó en estado de demencia, recluido en un hospital psiquiátrico hasta fallecer en el
año 1900. Pero no, esto de sacar jabón de locos y gitanos no fue práctica común en Alemania hasta
cuarenta años después, cuando ya los valores de su obra habían calado: de hecho él se consideró
siempre un autor "póstumo", el promotor de una revolución como la historia jamás ha conocido. En
esto no se equivocó. Las páginas de la historia de siglos anteriores están plagadas de crueldades
pero no del tamaño de las crueldades del siglo que comenzaba.

 Realmente ¿hará falta una crítica? Quizá en los años veinte sí hiciera falta, pero ¿ahora, después de
visto lo que hemos visto? Los frutos a la vista están. Es innegable que son los frutos de aquel árbol.
Lo dice la derivación de la idea, y lo dice la historia que puede ser seguida de modo pormenorizado
desde la obra de Nietzsche hasta el Mein Kampf de Hitler, en cuyas páginas no se sabe a veces si
está hablando el filósofo prusiano o el líder nazi. El pueblo alemán estaba preparado, el terreno es-
taba abonado , para aceptar el discurso de Hitler de justificación del asesinato de los dirigentes de
las SA , en la noche de los cuchillos largos (algunos de ellos asesinados por Hitler personalmente,
mientras dormían, a punta de pistola) No habían sido asesinados, habían sido ajusticiado por ser
homosexuales, afeminados, lo cual no es un delito perseguido por la ley alemana, pero es que la ley
es para los hombres normales, y ellos no eran hombres normales. Estaban llamados a ser hombres
superiores, se les pedía una hazaña superior. Aceptado esto, el pueblo alemán aceptó todo lo que
siguió.

Así pues, los frutos a la vista están. No hace falta crítica. El árbol se conoce por sus frutos.

 La aventura racionalista ha terminado en el antiracionalismo de Nietzsche , y en el antiracionalismo
de Marx (el mundo no hay que explicarlo, hay que transformarlo). El espíritu subjetivo se hace obje-
tivo en el estado, imponiendo sus leyes. La voluntad de poder que es voluntad de dominio --la
praxis que Nietzsche opone a la moral-- viene a ser la plasmación de esta idea hegeliana. El ateísmo
de Nietzsche , como el de los otros posthegelianos es el panteísmo de Hegel. Eso Nietzsche lo deja
explícito y claro. Panteísmo es equivalente a ateismo: si el mundo lo es todo, no hay nada más que
el mundo. Su materialismo es también una versión del idealismo de Hegel: Si todo es lo mismo -
todo es "espíritu" en la filosofía de Hegel-, por la misma cuenta podemos llamarlo a todo "materia".
Ideas eternas, espíritu, alma, son pues invenciones , una mera degeneración del pensamiento huma-
no. Como las ideas son pura invención, el discurso eidético al que llamamos razón no tiene sentido,
y solo se da sentido en la praxis, reducida esta a lo que yo quiero hacer, de ningún modo lo que yo
debo hacer, pues no hay dios que me imponga a mí norma alguna: es mi voluntad la que crea la ver-
dad. ¿Y cual es mi voluntad? Mi voluntad es voluntad de poder, voluntad de de imponerme a los
demás .

 Puede argüirse que Nietzsche reniega del idealismo racionalista de Hegel , pero esta es una obje-
ción superficial: también reniega Marx, y en todos estos puntos --y en muchos mas-- es idéntico a
Nietzsche: es el parecido que delata a los hermanos. Y los Gulag rusos y las cámaras de gas alema-
nas son primos hermanos, y aun de sorprendente semejanza.

 Podría argüirse que se distancia de Hegel en que la razón totalitaria ha sido sustituída aquí por la
voluntad. Pero esto nada tiene de nuevo, en realidad, pues ya en Hegel la razón subjetiva del indivi-
duo tenía que imponerse como razón objetiva del estado.

 Así, el nihilismo y el escepticismo --y consecuente huida a la praxis--, que parecerían en principio
la antítesis del sueño racionalista, son en realidad su consecuencia natural y también la más habitual,
puesto que el racionalismo pedía a la razón más de lo que la razón puede dar. El escepticismo surge
cuando el sueño de que la razón lo había de explicar todo (la "science universelle" de Descartes), se
ha revelado al fin como una quimera. Para ser más explícitos: La razón puede demostrar muchas
verdades, pero no todas las verdades, al menos porque, en su ejercicio, forzosamente ha de partir de
unas " primeras", a las que, obviamente, no se llega por un raciocinio, simplemente se observan: Res
Sunt.

 El germen de la autodestrucción de la razón y del consecuente escepticismo, nihilismo, pragmatis-
mo voluntarismo, consistió en que la razón, hinchada por su éxito en la ciencia, quiso constituirse en
tribunal de toda verdad. Se formulo entonces a si misma, como un reto, la pregunta universal, cuya
respuesta había de suponer la primera verdad, aquella de la que deducir todas las demás como en
una ciencia universal: ¿Existe verdaderamente, fuera de nosotros, la realidad que aparece en nuestro
conocimiento o se trata mas bien de un engaño, como los engaños de los sueños? Esta fue la pregun-
ta fatal, la pregunta autodestructiva, como un virus introducido en un ordenador que lo sitúa en un
loop del que ya no podrá salir. Esta fue la pregunta que jamás encontrará contestación, sometiendo a
la filosofía a un circulo vicioso, sin salida, con el que esta ha cesado desde hace tiempo como cien-
cia sapiencial.

 ¿Qué diremos de esta pregunta? En primer lugar, que está mal formulada pues supone que los entes
reales existen necesariamente, ya que se intenta en ella deducir su existencia desde la misma duda
acerca de ella, en vez de limitarse a registrarla, que es la actitud natural del hombre que conoce seres
que son contingentes. En segundo lugar, la pregunta no puede alcanzar jamás contestación, pues
siempre cabrá preguntar a continuación cómo se ha llegado a conocer con certeza a la respuesta, ya
que era precisamente de nuestro conocimiento de quien se dudaba. En consecuencia , el ser , cuyo
conocimiento es en realidad inmediato, una vez que ha sido en duda desaparecerá del horizonte de
la filosofía para no volver jamás, y con el ser la gran noticia de que nos habla el ser: Dios, causa
incausada del mundo (Nietzsche, por cierto atribuye a la filosofía cristiana la noción de Dios como
causa de sí mismo. El problema es que lo que sabe Nietzsche del cristianismo está casi siempre de-
formado, y muchas veces la causa es su propia educación, la educación luterana, extremadamente
rigorista, deforme, que recibió de su padre, pastor protestante) .
Hemos visto que el panteísmo se halla latente en el planteamiento de esta pregunta (al tomar a to-
dos los seres por necesarios, como si fuesen Dios). Como era de esperar, el panteísmo idealista o
materialista (vienen a ser lo mismo), en definitiva el ateísmo --y consecuente nihilismo y volunta-
rismo-- será explícito en la respuesta final, una vez superados los prejuicios mas o menos religiosos
de los primeros filósofos que la formularon: El tiempo se encargó de hacerlo. Más tarde el tiempo se
encargó también de derivar de esas consecuencias teóricas (filosofía del siglo XIX) las consecuen-
cias practicas implícitas en ellas (historia del siglo XX). Ha sido extremadamente doloroso, patético,
pero al final, por lo menos, podemos ver bien.

 Sí, la historia ha sacado ya sus consecuencias, un rastro de odio y de dolor de unas magnitudes co-
mo jamás la humanidad había conocido. Al menos ha servido de orientación para el filosofo perple-
jo que ha de elegir entre ambas posturas filosóficas, radicalmente irreductibles: o el ser, o el idea-
lismo. "O lo uno o lo otro", por citar el título de la obra de Kierkegaard. No hay posibles compo-
nendas.

 No hay duda de que ambas posturas son irreductibles, pues ¿qué discurso las podrá conciliar si es
de la posibilidad misma de conocer, de la posibilidad de llegar a la verdad, de lo que se está tratan-
do? Lo repito. El error fatal estuvo en haber admitido la pregunta, en vez de declararla antinatural,
en vez de afirmar con vigor, como naturalmente hace el intelecto humano (en el ejercicio de todos y
cada uno de sus actos): ¡res sunt!

¿Que la postura es dogmática? Sí, lo es. Obviamente, una verdad al menos tiene que ser dogmática,
así es como procede la razón demostrativa, y si alguna ha de serlo ¿cómo no esta verdad que apare-
ce "quasi notisima" y sin la cual no puede enunciarse siquiera ninguna otra verdad?

Res Sunt. Esto es verdad y no llegamos a ello por razonamiento alguno, pues en él habríamos de
partir de una situación en la que este dato certísimo del conocimiento se pusiese en duda, y de ahí ya
nada podríamos deducir, ya no saldríamos jamás. (cuantas veces se ha creído salir adelante ha sido
de modo espúreo, dejándose llevar de un modo o por otro del sofisma que conlleva algún oculto
prejuicio) Solo Hegel ha sido valiente y coherente, y ha llevado el punto de partida hasta su final .

 Termino: Quien empieza poniendo en duda la posibilidad de conocer, ya nunca llegará a ella, está
abocado al escepticismo. Debería decírsele: Usted ha negado la posibilidad misma de conocer. Us-
ted no puede conocer ya nunca nada, es imposible para usted la filosofía. Es incoherente que se haga
llamar aún filósofo y que ocupe un puesto de maestro de filosofía, en vez de estar callado a un lado
como una planta que es lo que coherentemente debe hacer el escéptico (Aristóteles) Usted niega la
posibilidad de conocer la verdad, y por tanto ninguna verdad tiene ya que enseñar, ni siquiera la
verdad de su escepticismo, pues ¿cómo puede saber que es verdad?

 Pero lo más común es que estos hombres mantengan el prestigioso nombre de filósofos, el nombre
de tan digna actividad sapiencial de los hombres, para aplicarlo a cualquier versión rebajada de la
misma: filosofía como limpiabotas de la ciencia, filosofía como analista del lenguaje, filosofía como
analista de programas de ordenador.

 Pero se equivoca Aristóteles. El escéptico puede decir algo. Quizá no puede decir “esto es verdad”
pero si “ quiero hacer esto”. La aventura racionalista ha llevado a la desconfianza de la razón, al
escepticismo, al nihilismo. Pero tiene su salida en la praxis. Sin razonamiento alguno que la justifi-
que (¿hay un solo razonamiento en la filosofía de Nietzsche? No lo hay, ni puede haberlo, pues se
autodestruiría puesta que presenta a la razón como una degeneración en la especie humana).

Este es el resumen de la nefasta aventura racionalista que empezó con el cógito del bienintenciona-
do Descartes, y terminó en las cámaras de gas y en los Gulag de hombres tornados en criminales.
Afortunadamente, ya en el siglo XIX había comenzado a fraguarse la reacción existencial que ini-
ciándose en un filósofo del siglo anterior, Soren Kierkegaard, recuperará el ser con Heideger y con
el existencialismo y con cierto realismo esperanzador al final de nuestro siglo. No podía ser de otra
manera. La aventura había llegado a su fin teórico con Hegel y a su fin practico con las filosofías
políticas del estado totalitario del siglo veinte. Afortunadamente el siglo veinte es, en parte, una bo-
canada de aire fresco en filosofía. Convenía. El ambiente estaba, desde hacía dos siglos, cargado,
irrespirable. De una filosofía nacida en las playas soleadas del Egeo, una filosofía abierta al ser, se
había pasado a una filosofía nórdica, nacida de un hombre solitario, de una meditación de estufa
encerrado en su cubil.

 En fin, debía hacer una crítica de Nietzsche y la he hecho solo por sus consecuencias y en la crítica
de su raíz, porque en lo que se refiere a las propias afirmaciones de Nietzsche ¿podrá un hombre
cabal, bien formado, equilibrado, tomar en serio cualquiera de sus boutades de inmaduro, de enfant
terrible, de hombre no hombre, que no ha superado el vocerío panfletario de la juventud, siquiera la
adolescencia? Su aproximación a cualquier aspecto del espíritu es la aproximación deforme de un
niño atormentado por la religión extraordinariamente rigorista de su padre, trauma de niñez que ja-
más superó. Para Nietzsche, el cristiano piensa siempre en el pecado, como la muchacha enamorada
piensa siempre en su joven amado. Qué poco sabe Nietzsche que el alma del cristiano es precisa-
mente la muchacha enamorada.

 Según Nietzsche, el cristiano intenta llegar a la felicidad mediante el esfuerzo, en vez de ser feliz, y
dejar entonces que el esfuerzo aparezca como fruto de la felicidad. Este es su gran revolución ascé-
tica en contra el cristianismo, ignorante de que es este precisamente el programa enunciado explíci-
tamente por el principal padre de la Iglesia, San Agustín: "ama y haz lo que quieras" Podríamos
seguir con ejemplos sin cuento. Su irracionalidad declarada, su inmoralidad declarada, lleva a un
discurso en el que nada esta razonado, ni mínimamente demostrado, con citas del sermón de la mon-
taña que no son del sermon de la montaña. Su filosofía trata principalmente del cristianismo, y del
cristianismo no sabe nada, no demuestra nada, no conecta nada. Todos los filósofos, desde "el gran
payaso " (Sócrates) han sido pobres desgraciados, engañados y engañadores menos los sofistas y
Maquiavelo él mismo (también salva con reparos a Heráclito, cómo no, aunque otra cosa es que
pudiera agradar a Herálicto andar en esta compañía). No es de extrañar que escribiese “el crepúsculo
de los ídolos” con un pie en el manicomio, o al menos a eso apunta la visión deforme , delirante,
paranoica de la realidad, a lo largo de toda esta obra.
 En resumen, aunque él se creyó un gran hombre, un hombre "póstumo", Nietzsche fue en realidad
un eterno niño, un inmaduro digamos un pobre hombre, un mal bicho. Lo sintomático de una socie-
dad es que no haya pasado desapercibido, que lo haya erigido en maestro, dejándose guiar por el
corrosivo discurso de una mente enferma, en el que amor es la palabra menos familiar.

                                "El amor es el nombre menos familiar
                                       en las manos que tejieron
                                    la intolerable camisa de llama
                               que el poder humano no puede apartar.
                                    Solo vivimos , solo suspiramos
                               consumidos por un fuego u otro fuego"

Es decir el fuego del amor, el de Cristo, o el fuego del odio, el que escupían los bombarderos sobre
el cielo de Londres cuando T.S. Eliot escribía estos versos, la mejor crítica a la filosofía que inspiró
aquella locura colectiva, la filosofía en que el amor es el nombre menos familiar... O perdemos la
vida consumiéndola por amor, o la perdemos porque nos matamos todos consumidos por el odio.

                          "La única esperanza, o en otro caso desesperanza
                           yace en una elección entre hoguera y hoguera."

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El crepúsculo de los ídolos y la crítica nietzscheana a la moral cristiana

  • 1. EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS de Friedrich NIETZSCHE No comparte Nietzsche en esta obra el punto de vista de Spencer de la selección natural en la evolución de las especies, pues la historia muestra que no siempre los individuos superiores lo- gran imponerse a los débiles, ya que estos son más en número y tienden a oponer virtudes que son modos de actuar gregarios que fomentan la cohesión de la comunidad, única defensa de la cantidad contra la calidad, de los individuos débiles contra los individuos superiores. El triunfo de los débiles es pues posible y puede perpetuarse, y así es posible en una especie una evolución a peor, al menos durante un periodo de su historia. Esto es lo que ha pasado con nuestra especie, como se demuestra con una rápida ojeada a nuestra actual cultura, la cual, no cabe duda, arranca de los griegos y no ha hecho sino degenerar desde sus orígenes que conocemos por la primera obra escrita que los primeros griegos nos han legado (las epopeyas homéricas y las formidables tragedias de Esquilo, Eurípides, Sófocles que se representa- ban en el teatro y conformaban la cultura de aquel pueblo) Los héroes griegos encarnaban al hombre fuerte. Arrostraban los duros golpes de la vida sin inven- tar consuelos propios de hombres débiles, incapaces de encarar su fatum, sin recurrir a providencias imaginarias, ni compensaciones prometidas en cielo alguno, sin engañarse con encontrar sentido alguno a su dolor. No actuaban por la razón, sino que en ellos pujaba la vida, el espíritu de Dionisios que inspira la primera cultura griega, el dios de los placeres, Dios de la vida, pasional, desnudo, que encarna para Nietzsche esta civilización fuerte, natural, antes de ser contaminada. Por eso sus héroes eran libres, porque conocían la necesidad de su fatum (idea hegeliana, como recordaremos) y eran creadores de la verdad, porque la creaban con sus actos, de los que no tenían que dar cuenta a nadie, porque nadie estaba por encima de ellos. En esos héroes no se manifestaba la razón sino la vida, y su única verdadera creencia era la permanencia de la vida, no como eternidad inmutable de un Dios inventado, sino como continuo movimiento, como eterno retorno. Esta vida simplemente la experimentaban en sí mismos, no necesitaban para ello en modo alguno de la razón, simplemente la vivían, entregándose a sus placeres, sin ninguna sujeción moral. No vivían atormen- tados por sentimiento alguno de culpa, no sentían arrepentimiento, pues no se sentían responsables de sus actos, simplemente no eran causa de ellos- no hay causa, solo hay fatum. Eran grandes, como grandes son las tragedias que narran sus vidas, las epopeyas que de generación en generación se repiten recordando sus hazañas. Pero llegó la dialéctica, la razón, el arma de los débiles, el arma que solo se empuña cuando ya no se tiene ningún arma, llegó Sócrates, llegó el principio de degeneración de la raza. No era griego sino un cruce, no era aristócrata sino plebe, no era fuerte, hermoso sino débil, feo, un payaso cuyo único mérito fue el de hacerse tomar en serio por sus contemporáneos después de idiotizarlos a to- dos con la sarta de invenciones, las famosas ideas , de las que vivirán durante generaciones como triunfo de los espíritus débiles, huidizos de la realidad que debieran arrostrar. Las ideas platónicas, inmóviles, eternas, realidades inventadas que nada tienen que ver con la vida, y que a sí mismas se otorgan realidad robándosela a la vida, como si fuera solo una sombra de ellas, montajes conceptua- les que serán luego cada vez mas complicados, edificios de la razón con los que ésta escapa a la vida, y que el pueblo alemán habrá de sufrir en la forma de Manuel Kant y sus increíbles invencio- nes. Filosofía , diálogo, razón, son el último arma de los débiles, lo único que pueden inventar para con- tener el imperio de los hombres fuertes, de los héroes, de los individuos superiores de la especie. Pues en el plano práctico esa razón la traducen la moral: la ridícula ecuación socrática "inteligen- cia=virtud" (racionalismo moral, característico, en efecto, de Sócrates) Con las virtudes morales,
  • 2. humildad, resignación, caridad, misericordia se defienden los débiles de los fuertes porque fomentan el gregarismo, la unión entre los individuos, desideratum popio de los débiles, puesto que solo su unión como plebe les da fuerza ante los mejores. Solo así, pueden imponerse a ellos, hacerlos des- aparecer afeminando la especie, quitándole s fuerza con máximas morales amordazan la vida y con- vierten en seres humildes apocados a individuos naturalmente llamados a ser héroes. A este desastre se añadió la hibridación cultural de una Grecia ya degradada con la tradición judía que llegó a sus puertos del mundo helenizado bajo forma de cristianismo, una moral de la humildad, de la resignación, de la caridad, del servicio a los demás, de la misericordia, en suma una moral ser- vil, moral de esclavos y para esclavos, y con esa moral los esclavos se han hecho con el mundo con- virtiendo a nuestra civilización en una raza de esclavos, de timoratos de Dios, de hombres que no son hombres, afeminados. Y si no se cree, juzguemos del pueblo alemán, un pueblo de hombres fuertes, rubios, un gran pueblo al que hoy vemos humillado, adormecido por los cuentos de predica- dores que llegaron de esa civilización mediterránea totalmente degenerada, y que les han hecho creer que son pecadores. Y hemos de soportar el espectáculo de ver al hombre rubio, arrodillados ante un cura al que pide perdón, siempre temerosos, siempre culpables, siempre pecadores. Ha lle- gado el momento de decir que no, que basta ya, que toda esa moral es un invento, una artimaña de los hombres esclavos. Y con la moral, toda la filosofía que la sustenta, toda es un invento, la causa- lidad, el sujeto, el yo, la conciencia, todas las historias con las que se nos ha hecho creer que éramos la "causa" de nuestros actos, que éramos responsables, total para concluir que éramos pecadores. Es lo de siempre: se trata de "buscar a un culpable". Es el momento de decir bien alto que no hay mo- ral, que no hay Dios, que no hemos de dar cuentas a nadie, y que por eso yo soy creador. A los que hablan de razón, hay que contestar que soy yo quien crea la verdad , porque en mí está la vida; y a los que hablan de moral, hay que contestar que no hay más discurso práctico que lo que yo quiero hacer, y que si nos quitamos toda máscara espúrea, añadida, descubriremos en nosotros la verdad incontestable de que todo hombre bien constituido quiere imponerse a los demás. No hay Dios, ni otra vida, ni un mundo utópico de ideas inmóviles. Lo único real y eterno es la vida, eterno movi- miento de muerte y vida que renace , para nunca desaparecer. Es ésta la que se manifiesta en el hombre como voluntad de poder, como voluntad de imponerme a los demás. ¿y quiénes lograrán imponerse? Los más fuertes, esa es la vida. Ese es el destino de la especie. Esto es la cría de la espe- cie, como se crían los toros bravos, el modo en que perdurarán en ella sus individuos mejores. Contrapone Nietzsche el concepto de cría de animales al de doma de animales. Observa que en am- bos casos se habla de mejorarlos. Y es cierto, también hablan los cristianos de mejorar. Pero para ellos la mejora de la especie no es sino "doma": domar los instintos, domar las pasiones, castrar a los individuos, como se hace con los bueyes (lo que él llama la "elección de la Trapa", es decir el celibato) Domar al individuo que estaba llamado a ser héroe para que sea esclavo, como se doma al caballo que iba a ser cimarrón, como se castra a un toro para que sea buey, en vez de criarlo para que se perpetúe en su bravura. A eso es a lo que llaman los cristianos mejorar los individuos. CRÍTICA Hasta aquí he seguido lo más fielmente que he podido a Nietzsche, y hasta he intentado mantener un poco de su vibración, y aunque no he sido textual -he escrito de memoria- sí he procurado serlo en espíritu, tomando los mismos ejemplos con que él ilustra su pensamiento. Lo que sigue en ade- lante puede considerarse mi reflexión sobre ese pensamiento, o si se quiere mi crítica. A veces se ha criticado de este autor su idea de voluntad de poder, encontrando en ella un sinsenti- do, pues poder es poder para algo, y esto no queda aclarado en Nietzsche, de modo que el discurso de Nietzsche se presenta como un discurso ciego, sin finalidad. Yo creo que el autor se merece más, y que la crítica ha de hacerse en su lenguaje. No es cierto que el autor no diga el "para qué" de su voluntad de poder, lo que pasa es que hay que saber leerlo.. Dice por ejemplo cómo hay que tratar la
  • 3. cuestión obrera (¡los famosos esclavos!), tan acuciante en el momento en que escribe. En su opinión no podemos lamentarnos ahora de los problemas que los obreros nos ponen, pues nosotros nos los hemos buscado al darles el voto, al darles derechos propios, al darles una cierta cultura en las escue- las. Veamos, dice, ¿qué es lo que queremos de ellos? ¿no es acaso que sean esclavos, que nos sir- van? Pues entonces sobraba todo eso. Hay que hacerlos ignorantes, sin derechos, sin concesiones, solo así serán esclavos. En definitiva, después de leer ha Nietzsche no hace falta mucha imaginación para saber lo que hará con su voluntad de poder el superhombre (especie de restauración del héroe griego, el individuo vital, fuerte, poseído del espíritu dionisiaco, sin moral, sin filosofía, sin creencias, sin ningún rasgo de esclavo). Se impondrá a los débiles, esclavizará a los útiles y eliminará a los inútiles, y así mejo- rará la raza. Ese es el imperativo de la vida que empuja en él. Pongamos por ejemplo los gitanos. No hacen más que holgazanear, vivir de los demás, robando o mendigando, y no parece que haya modo de que eso cambie, de hacer de ellos algo útil. Pues sí lo hay. Se puede hacer de ellos, por ejemplo, jabón. Jabón para que se laven con jabón los hombres rubios, los hombres fuertes, los hombres de la raza alemana, esa raza de hombres esforzados, que Nietzsche tan bien describe con las únicas pala- bras líricas de su obra. Nadie se escandalice por esto, pues no supondrá un cambio excesivo para los gitanos, ya que ha quedado claro y explícito en "el crepúsculo de los ídolos" que el hombre no es sino materia y nada más que materia. Tan solo se tratará de transformar la materia un poco, con ayuda de unos hornos crematorios, tratando luego con bases sus ácidos grasos para producir el ja- bón. Lo mismo quede dicho de los locos, pues tampoco sirven para nada. No parece que pueda decirse de ellos que sean precisamente el superhombre. Pues también jabón. Se habría sacado así algo útil, por ejemplo , de Friederich Nietzschequien en sus diez últimos años, pocos meses después de termi- nar esta obra quedó en estado de demencia, recluido en un hospital psiquiátrico hasta fallecer en el año 1900. Pero no, esto de sacar jabón de locos y gitanos no fue práctica común en Alemania hasta cuarenta años después, cuando ya los valores de su obra habían calado: de hecho él se consideró siempre un autor "póstumo", el promotor de una revolución como la historia jamás ha conocido. En esto no se equivocó. Las páginas de la historia de siglos anteriores están plagadas de crueldades pero no del tamaño de las crueldades del siglo que comenzaba. Realmente ¿hará falta una crítica? Quizá en los años veinte sí hiciera falta, pero ¿ahora, después de visto lo que hemos visto? Los frutos a la vista están. Es innegable que son los frutos de aquel árbol. Lo dice la derivación de la idea, y lo dice la historia que puede ser seguida de modo pormenorizado desde la obra de Nietzsche hasta el Mein Kampf de Hitler, en cuyas páginas no se sabe a veces si está hablando el filósofo prusiano o el líder nazi. El pueblo alemán estaba preparado, el terreno es- taba abonado , para aceptar el discurso de Hitler de justificación del asesinato de los dirigentes de las SA , en la noche de los cuchillos largos (algunos de ellos asesinados por Hitler personalmente, mientras dormían, a punta de pistola) No habían sido asesinados, habían sido ajusticiado por ser homosexuales, afeminados, lo cual no es un delito perseguido por la ley alemana, pero es que la ley es para los hombres normales, y ellos no eran hombres normales. Estaban llamados a ser hombres superiores, se les pedía una hazaña superior. Aceptado esto, el pueblo alemán aceptó todo lo que siguió. Así pues, los frutos a la vista están. No hace falta crítica. El árbol se conoce por sus frutos. La aventura racionalista ha terminado en el antiracionalismo de Nietzsche , y en el antiracionalismo de Marx (el mundo no hay que explicarlo, hay que transformarlo). El espíritu subjetivo se hace obje- tivo en el estado, imponiendo sus leyes. La voluntad de poder que es voluntad de dominio --la praxis que Nietzsche opone a la moral-- viene a ser la plasmación de esta idea hegeliana. El ateísmo de Nietzsche , como el de los otros posthegelianos es el panteísmo de Hegel. Eso Nietzsche lo deja
  • 4. explícito y claro. Panteísmo es equivalente a ateismo: si el mundo lo es todo, no hay nada más que el mundo. Su materialismo es también una versión del idealismo de Hegel: Si todo es lo mismo - todo es "espíritu" en la filosofía de Hegel-, por la misma cuenta podemos llamarlo a todo "materia". Ideas eternas, espíritu, alma, son pues invenciones , una mera degeneración del pensamiento huma- no. Como las ideas son pura invención, el discurso eidético al que llamamos razón no tiene sentido, y solo se da sentido en la praxis, reducida esta a lo que yo quiero hacer, de ningún modo lo que yo debo hacer, pues no hay dios que me imponga a mí norma alguna: es mi voluntad la que crea la ver- dad. ¿Y cual es mi voluntad? Mi voluntad es voluntad de poder, voluntad de de imponerme a los demás . Puede argüirse que Nietzsche reniega del idealismo racionalista de Hegel , pero esta es una obje- ción superficial: también reniega Marx, y en todos estos puntos --y en muchos mas-- es idéntico a Nietzsche: es el parecido que delata a los hermanos. Y los Gulag rusos y las cámaras de gas alema- nas son primos hermanos, y aun de sorprendente semejanza. Podría argüirse que se distancia de Hegel en que la razón totalitaria ha sido sustituída aquí por la voluntad. Pero esto nada tiene de nuevo, en realidad, pues ya en Hegel la razón subjetiva del indivi- duo tenía que imponerse como razón objetiva del estado. Así, el nihilismo y el escepticismo --y consecuente huida a la praxis--, que parecerían en principio la antítesis del sueño racionalista, son en realidad su consecuencia natural y también la más habitual, puesto que el racionalismo pedía a la razón más de lo que la razón puede dar. El escepticismo surge cuando el sueño de que la razón lo había de explicar todo (la "science universelle" de Descartes), se ha revelado al fin como una quimera. Para ser más explícitos: La razón puede demostrar muchas verdades, pero no todas las verdades, al menos porque, en su ejercicio, forzosamente ha de partir de unas " primeras", a las que, obviamente, no se llega por un raciocinio, simplemente se observan: Res Sunt. El germen de la autodestrucción de la razón y del consecuente escepticismo, nihilismo, pragmatis- mo voluntarismo, consistió en que la razón, hinchada por su éxito en la ciencia, quiso constituirse en tribunal de toda verdad. Se formulo entonces a si misma, como un reto, la pregunta universal, cuya respuesta había de suponer la primera verdad, aquella de la que deducir todas las demás como en una ciencia universal: ¿Existe verdaderamente, fuera de nosotros, la realidad que aparece en nuestro conocimiento o se trata mas bien de un engaño, como los engaños de los sueños? Esta fue la pregun- ta fatal, la pregunta autodestructiva, como un virus introducido en un ordenador que lo sitúa en un loop del que ya no podrá salir. Esta fue la pregunta que jamás encontrará contestación, sometiendo a la filosofía a un circulo vicioso, sin salida, con el que esta ha cesado desde hace tiempo como cien- cia sapiencial. ¿Qué diremos de esta pregunta? En primer lugar, que está mal formulada pues supone que los entes reales existen necesariamente, ya que se intenta en ella deducir su existencia desde la misma duda acerca de ella, en vez de limitarse a registrarla, que es la actitud natural del hombre que conoce seres que son contingentes. En segundo lugar, la pregunta no puede alcanzar jamás contestación, pues siempre cabrá preguntar a continuación cómo se ha llegado a conocer con certeza a la respuesta, ya que era precisamente de nuestro conocimiento de quien se dudaba. En consecuencia , el ser , cuyo conocimiento es en realidad inmediato, una vez que ha sido en duda desaparecerá del horizonte de la filosofía para no volver jamás, y con el ser la gran noticia de que nos habla el ser: Dios, causa incausada del mundo (Nietzsche, por cierto atribuye a la filosofía cristiana la noción de Dios como causa de sí mismo. El problema es que lo que sabe Nietzsche del cristianismo está casi siempre de- formado, y muchas veces la causa es su propia educación, la educación luterana, extremadamente rigorista, deforme, que recibió de su padre, pastor protestante) .
  • 5. Hemos visto que el panteísmo se halla latente en el planteamiento de esta pregunta (al tomar a to- dos los seres por necesarios, como si fuesen Dios). Como era de esperar, el panteísmo idealista o materialista (vienen a ser lo mismo), en definitiva el ateísmo --y consecuente nihilismo y volunta- rismo-- será explícito en la respuesta final, una vez superados los prejuicios mas o menos religiosos de los primeros filósofos que la formularon: El tiempo se encargó de hacerlo. Más tarde el tiempo se encargó también de derivar de esas consecuencias teóricas (filosofía del siglo XIX) las consecuen- cias practicas implícitas en ellas (historia del siglo XX). Ha sido extremadamente doloroso, patético, pero al final, por lo menos, podemos ver bien. Sí, la historia ha sacado ya sus consecuencias, un rastro de odio y de dolor de unas magnitudes co- mo jamás la humanidad había conocido. Al menos ha servido de orientación para el filosofo perple- jo que ha de elegir entre ambas posturas filosóficas, radicalmente irreductibles: o el ser, o el idea- lismo. "O lo uno o lo otro", por citar el título de la obra de Kierkegaard. No hay posibles compo- nendas. No hay duda de que ambas posturas son irreductibles, pues ¿qué discurso las podrá conciliar si es de la posibilidad misma de conocer, de la posibilidad de llegar a la verdad, de lo que se está tratan- do? Lo repito. El error fatal estuvo en haber admitido la pregunta, en vez de declararla antinatural, en vez de afirmar con vigor, como naturalmente hace el intelecto humano (en el ejercicio de todos y cada uno de sus actos): ¡res sunt! ¿Que la postura es dogmática? Sí, lo es. Obviamente, una verdad al menos tiene que ser dogmática, así es como procede la razón demostrativa, y si alguna ha de serlo ¿cómo no esta verdad que apare- ce "quasi notisima" y sin la cual no puede enunciarse siquiera ninguna otra verdad? Res Sunt. Esto es verdad y no llegamos a ello por razonamiento alguno, pues en él habríamos de partir de una situación en la que este dato certísimo del conocimiento se pusiese en duda, y de ahí ya nada podríamos deducir, ya no saldríamos jamás. (cuantas veces se ha creído salir adelante ha sido de modo espúreo, dejándose llevar de un modo o por otro del sofisma que conlleva algún oculto prejuicio) Solo Hegel ha sido valiente y coherente, y ha llevado el punto de partida hasta su final . Termino: Quien empieza poniendo en duda la posibilidad de conocer, ya nunca llegará a ella, está abocado al escepticismo. Debería decírsele: Usted ha negado la posibilidad misma de conocer. Us- ted no puede conocer ya nunca nada, es imposible para usted la filosofía. Es incoherente que se haga llamar aún filósofo y que ocupe un puesto de maestro de filosofía, en vez de estar callado a un lado como una planta que es lo que coherentemente debe hacer el escéptico (Aristóteles) Usted niega la posibilidad de conocer la verdad, y por tanto ninguna verdad tiene ya que enseñar, ni siquiera la verdad de su escepticismo, pues ¿cómo puede saber que es verdad? Pero lo más común es que estos hombres mantengan el prestigioso nombre de filósofos, el nombre de tan digna actividad sapiencial de los hombres, para aplicarlo a cualquier versión rebajada de la misma: filosofía como limpiabotas de la ciencia, filosofía como analista del lenguaje, filosofía como analista de programas de ordenador. Pero se equivoca Aristóteles. El escéptico puede decir algo. Quizá no puede decir “esto es verdad” pero si “ quiero hacer esto”. La aventura racionalista ha llevado a la desconfianza de la razón, al escepticismo, al nihilismo. Pero tiene su salida en la praxis. Sin razonamiento alguno que la justifi- que (¿hay un solo razonamiento en la filosofía de Nietzsche? No lo hay, ni puede haberlo, pues se autodestruiría puesta que presenta a la razón como una degeneración en la especie humana). Este es el resumen de la nefasta aventura racionalista que empezó con el cógito del bienintenciona- do Descartes, y terminó en las cámaras de gas y en los Gulag de hombres tornados en criminales.
  • 6. Afortunadamente, ya en el siglo XIX había comenzado a fraguarse la reacción existencial que ini- ciándose en un filósofo del siglo anterior, Soren Kierkegaard, recuperará el ser con Heideger y con el existencialismo y con cierto realismo esperanzador al final de nuestro siglo. No podía ser de otra manera. La aventura había llegado a su fin teórico con Hegel y a su fin practico con las filosofías políticas del estado totalitario del siglo veinte. Afortunadamente el siglo veinte es, en parte, una bo- canada de aire fresco en filosofía. Convenía. El ambiente estaba, desde hacía dos siglos, cargado, irrespirable. De una filosofía nacida en las playas soleadas del Egeo, una filosofía abierta al ser, se había pasado a una filosofía nórdica, nacida de un hombre solitario, de una meditación de estufa encerrado en su cubil. En fin, debía hacer una crítica de Nietzsche y la he hecho solo por sus consecuencias y en la crítica de su raíz, porque en lo que se refiere a las propias afirmaciones de Nietzsche ¿podrá un hombre cabal, bien formado, equilibrado, tomar en serio cualquiera de sus boutades de inmaduro, de enfant terrible, de hombre no hombre, que no ha superado el vocerío panfletario de la juventud, siquiera la adolescencia? Su aproximación a cualquier aspecto del espíritu es la aproximación deforme de un niño atormentado por la religión extraordinariamente rigorista de su padre, trauma de niñez que ja- más superó. Para Nietzsche, el cristiano piensa siempre en el pecado, como la muchacha enamorada piensa siempre en su joven amado. Qué poco sabe Nietzsche que el alma del cristiano es precisa- mente la muchacha enamorada. Según Nietzsche, el cristiano intenta llegar a la felicidad mediante el esfuerzo, en vez de ser feliz, y dejar entonces que el esfuerzo aparezca como fruto de la felicidad. Este es su gran revolución ascé- tica en contra el cristianismo, ignorante de que es este precisamente el programa enunciado explíci- tamente por el principal padre de la Iglesia, San Agustín: "ama y haz lo que quieras" Podríamos seguir con ejemplos sin cuento. Su irracionalidad declarada, su inmoralidad declarada, lleva a un discurso en el que nada esta razonado, ni mínimamente demostrado, con citas del sermón de la mon- taña que no son del sermon de la montaña. Su filosofía trata principalmente del cristianismo, y del cristianismo no sabe nada, no demuestra nada, no conecta nada. Todos los filósofos, desde "el gran payaso " (Sócrates) han sido pobres desgraciados, engañados y engañadores menos los sofistas y Maquiavelo él mismo (también salva con reparos a Heráclito, cómo no, aunque otra cosa es que pudiera agradar a Herálicto andar en esta compañía). No es de extrañar que escribiese “el crepúsculo de los ídolos” con un pie en el manicomio, o al menos a eso apunta la visión deforme , delirante, paranoica de la realidad, a lo largo de toda esta obra. En resumen, aunque él se creyó un gran hombre, un hombre "póstumo", Nietzsche fue en realidad un eterno niño, un inmaduro digamos un pobre hombre, un mal bicho. Lo sintomático de una socie- dad es que no haya pasado desapercibido, que lo haya erigido en maestro, dejándose guiar por el corrosivo discurso de una mente enferma, en el que amor es la palabra menos familiar. "El amor es el nombre menos familiar en las manos que tejieron la intolerable camisa de llama que el poder humano no puede apartar. Solo vivimos , solo suspiramos consumidos por un fuego u otro fuego" Es decir el fuego del amor, el de Cristo, o el fuego del odio, el que escupían los bombarderos sobre el cielo de Londres cuando T.S. Eliot escribía estos versos, la mejor crítica a la filosofía que inspiró aquella locura colectiva, la filosofía en que el amor es el nombre menos familiar... O perdemos la vida consumiéndola por amor, o la perdemos porque nos matamos todos consumidos por el odio. "La única esperanza, o en otro caso desesperanza yace en una elección entre hoguera y hoguera."