2. Historia del Señor de los
Milagros
A mediados del siglo XVII, un negro angola
llamado Benito pintó una imagen de Cristo
crucificado en una pared del barrio de Pachacamilla,
en el Centro de Lima. Hacia 1650 se construyó una
ermita y se formó una cofradía para rendirle culto.
En 1655, ocurrió un terremoto en Lima, pero la
pared del Cristo de Pachacamilla se salvó del
derrumbe, lo que fue tomado como un milagro. Al
poco tiempo, los negros empezaron a atribuirle
curaciones y otros favores, lo que hizo aumentar el
número de devotos. Pasaron los años y el culto al
ahora llamado Señor de Milagros se propagó a
todas las razas y clases sociales del Virreinato del
Perú.
Entre 1766 y 1771, el virrey Manuel Amat y Juniet
construyó la Iglesia de las Nazarenas, adonde hasta
hoy acuden miles de devotos, sobre todo en las
multitudinarias procesiones del mes de octubre.
3. Milagros
Entre los años de 1670, 16 años después del fatídico terremoto aparece un hombre:
Andrés de León, hombre sencillo y piadoso de escasos recursos que en su
diario caminar contemplaba el solitario descuidado muro donde años antes el
angoleño habría pintado al Cristo Crucificado. Fue así como despertó en el la
devoción que le llevó a reforzar el leve muro con sus propios recursos así como
también ciertos arreglos que dieron mayor comodidad para rendirle culto.
Andrés de León víctima de un penoso mal incurable comenzó a pedirle al Cristo de
Pachacamilla que le devuelva la salud. Tanto fue su fe que poco a poco el mal
desapareció.
Rosa Angélica Castro, una pobre tullida de modesta familia, que había pasado por
dos operaciones y que por causas desconocidas por los médicos, había quedado
inmovilizada en ambas piernas.
Llegó octubre y con él la procesión del Señor de los Milagros. En el segundo día de
andas, Rosa Angélica y su madre ingresaron al Templo de la Encarnación y al ver la
imagen, suplicaron la salud que la joven tullida tanto deseaba. Apenas la multitud
había abandonado el templo, la enferma sintió una conmoción que la hizo dejar la
silla, se levantó y caminó presa de un gozo indescriptible, superando sus males y
agradeciendo al Cristo Moreno por su misericordia.