1. EL ZORRITO DE PAMPA A FUERA
Un viejo zorro, de barbas muy largas, decía con su voz ronca en el penumbroso ambiente
de las amplias pampas: “Yo conozco cada rincón de esta inmensa arena. Cuando joven he
recorrido todo, y he vuelto”.
Y en el rincón donde se encontraba se movía de un lado a otro contoneandose
orgullosamente. Los zorritos niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración.
“Ese viejo conoce toda la pampa”.
Tanto oírlo, un zorrito se le acercó una noche de luna y le dijo: “Abuelo, yo también quiero
recorrer la arena”.
-¿Tú?
-Sí, abuelo.
-Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.
Vivían en la falda de un cerro de piedra y arena. Esa noche, en ese lugar iluminado
tenuemente por la luna, el viejo zorro enseñó al zorrito como debía llevar a cabo su viaje
por toda la extensa pampa.
Y cuando las sombras se estremecían con el amanecer el zorrito partió para cumplir lo que
más ansiaba. “Tienes que volver”, le dijo despidiéndolo, el viejo zorro, quién era el único
que sabía de aquella aventura.
El zorrito sentía pena por su madre. Ella, preocupada por que no lo había visto todo el día,
anduvo buscándolo. “¿Qué te sucede?”, le preguntó el anciano zorro con la cabeza afuera
de un hueco en la arena.
-¿Usted sabe donde está mi hijo?
No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. EL muchacho ha de volver.
Seguramente ha salido a conocer el mundo.
-¿Y si alguien lo caza?
-No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el tiempo en la
falda de la madre. Torna a tu casa... El muchacho ha de volver.
La madre del zorrito, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó
a su casa.
El zorrito, mientras tanto, continuaba su viaje. Después de dos horas y media entró por
entre dos pequeños cerros hacia una pampa más grande.
La nueva pampa terminaba en las faldas de unos cerros inmensos y de color negruzco. Esto
desconcertó al zorrito, pero seguía su caminata con cautela y los ojos bién abiertos.
Se imaginaba, conforme avanzaba en la arena, que había crecido, sentía su pecho recio, que
tenía barbas.
Así convencido de su fuerza y sabiduría, prosiguió el viaje...
Sin embargo, no muy lejos, por poco, concluye sin pena ni gloria.
Estaban a escasos cien metros una multitud de personas. Hombres, mujeres y niños,
plantaban palos, amarraban esteras con alambres, pero algo los unía: unas caras donde se
reflejaba la misma esperanza.
Estos al darse cuenta del zorrito, empezaron a correr en busca de cazarlo.
Para su desgracia, para evitar ser cogido, se alejó más de donde había venido, hasta
encontrar un refugio donde se sintió seguro.
Así pasaron días y noches, desde donde veía el ir y venir de ese gentío que trataba de ver
realizado su sueño de tener un terreno propio. Hasta que una noche se armó de valor y con
grandes sobresaltos inició el camino de retorno.
2. Sin embargo, en su madriguera ya no encontró a su madre ni al abuelo. Nadie lo conocía.
Todo era nuevo. Se dio cuenta, entonces, de que era anciano.
En el fondo de su guarida, con su voz ronca solía decir, contoneándose orgullosamente:
“Yo conozco la pampa. Cuándo joven lo he recorrido, y he vuelto”.
Los zorritos niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración.
Un zorrito, tanto oírlo, se le acercó una noche de luna y le dijo: “Abuelo, yo también quiero
conocer la pampa”.
-¿Tú?
-Sí, abuelo.
-Bién, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.