1. Los ratones tragones
Desde hacía varios días en casa de Carmen estaban ocurriendo cosas muy
extrañas. Como era otoño, mamá había comprado frutos secos: almendras,
nueces, avellanas, piñones, castañas... También había comprado granadas. Entre
todos las pelaban, sacaban los granitos y, sin ningún trocito de piel, los iban
poniendo en una fuente. Cuando la fuente estaba llena, entre todos los comían
con una cuchara. La granada así estaba buenísima, debéis probarla.
Aquella tarde había pelado varias granadas y la fuente estaba llena, llena de
granitos.
-¡Esta noche nos vamos a poner las botas! -dijo Carmen.
- Sí, pero eso será después de cenar -dijo la mamá-. Así que no metas la mano,
que te estoy viendo.
2. Pero aquella noche papá trajo un enorme racimo de uvas. Eran grandes y de un
precioso color amarillo. Parecían decir ¡cómeme! y eso hicieron Carmen y su
familia, comérselas. Así que dejaron las granadas para el día siguiente.
Por la mañana, cuando mamá entró en la cocina se llevó un susto morrocotudo.
¡En la fuente no quedaba ni un solo granito de granada! La fuente que habían
dejado llena sobre la mesa, estaba vacía.
Mamá llamó a Carmen y a su hermano y les preguntó que por qué se habían
comido las granadas por la noche.
-Nosotros no hemos sido, hemos estado durmiendo toda la noche, mamá -
dijeron los niños.
Mamá los creyó porque sabía que ellos nunca decían mentiras. Entonces...
¿quién se las habría comido? ¡Qué extraño!, ¿no?
Pero no sólo fue esa cosa extraña la que ocurrió en casa de Carmen. En las
noches siguientes continuaron ocurriendo cosas: faltaban avellanas, almendras,
nueces... y en su lugar aparecían las cáscaras; el queso cada vez estaba más
pequeño, había menos terrones de azúcar en el bote, una mañana el tarro de
mermelada estaba volcado y casi vacío...
- Esto hay que resolverlo -dijo la mamá-. Así no podemos seguir.
Así que aquella noche la familia de Carmen decidió no dormir a ver si podían
descubrir al ladrón misterioso que se comía las cosas. Al llegar la medianoche
sintieron unos ruidos que venían de la cocina. La mamá de Carmen, sin hacer
ruido, descalza, se asomó por la rajita de la puerta y vio a tres ratoncillos
comiendo con una rapidez increíble; tanto que en un segundo se comieron varias
3. nueces, un trozo de queso y algunas almendras, e inmediatamente se dieron a la
fuga por un agujerillo, que casi no se veía, detrás de la lavadora.
Toda la familia se puso a pensar, buscando una idea para escarmentar a estos
ratones comilones y, entre todas, escogieron una.
Al día siguiente llenaron la cocina de muchísimas golosinas, frutos secos y
trocitos de queso, tanto había que parecía que quisieran dar una fiesta a los
ratones. Y así fue.
Los ratones al llegar la medianoche volvieron a entrar por el agujero y no se lo
podían creer: ¡había un montón de cosas para comer! Empezaron comiendo con
rapidez y siguieron, y siguieron... Por fin el jefe del grupo, que era el ratón
mayor, hizo una señal para marcharse y a regañadientes todos le siguieron hasta
el agujero.
4. Pero... ¡ay!, aquí vino la sorpresa, tanto habían comido que sus barriguitas
estaban gordas, a punto de explotar, tan gordas que por el agujero no podía pasar
ni uno.
En esto se encendió la luz y toda la familia apareció delante de la puerta,
asombrada de ver a unos ratones tan gordos y redondillos que parecían
baloncillos. No podían ni correr. Los cogieron por el rabillo y a la calle los
sacaron, advirtiéndoles que si volvían por allí llamarían al gato vagabundo para
que se los comiera de cena.
5. Taparon el agujero de la cocina y desde entonces no ha faltado queso ni
golosinas en la casa.