La abuela de Florencio ha muerto hace un tiempo y él quiere entender a dónde ha ido a parar: ¿estará en el cielo, como dice su mamá, o en la tierra, como dice la Martuca? Un libro emotivo que nos muestra que las personas que amamos pueden vivir eternamente en nuestro corazón.
1. Me estabatomandouna taza de té con leche.La leche estaba muy caliente. Por eso, sin pensarlo
mucho puse un poco de ella en el platillo y luego el platillo sobre la taza, formando una torre; la
deliciosa leche quedaba así a la altura de mi boca Eso es mala educación me dijo Martuca, la
señora que me cuida cuando no está mi mamá. Pero no le hice caso. Mi abuela me enfriaba la
leche así.Y si lo hacía ella,estababienhecho.Mi abuelahabíamuerto hacía tiempo, pero ella aún
me dolía. Claro que yo continuaba haciendo mis cosas: Iba a la escuela, jugaba con mis primos,
acompañaba a mi mamá a hacer las compras y cuidaba a mi hermana chica mientras mamá
cocinaba. Pero bastaba que alguien mencionara el nombre de mi abuela, para que a mí se me
paralizara el corazón; como si al nombrarla tocaran un botón que me dejaba congelado. Yo me
preguntaba qué sería de ella, ahora que estaba muerta: si estaría en el cielo, como decía mi
mamá,o estaríadurmiendoenlatierra,comodecía Martuca. NiñoFlorencio,serámejor que haga
sus tareas me dijo Martuca, poniendo la cara de mala que no le resulta
. Mire que parece leso mirando pa’ la loma. A Julio, mi mejor amigo, le decían que se quedaba
mirando pa’ los tomates, aunque no hubiera tomates. Bueno tampoco había loma.
2. Julio y yo nos quedábamos pensando en mi abuela, pero nadie lo sabía, porque nadie podía
meterse dentrode nosotros.Ni dentrode Julio,porque nadiepodíaverlo;ni dentrode mí, por eso
de ser cabeza dura. Martuca se dio vuelta y siguió lavando los platos. Tenía puesto un chaleco
negro que se parecía a uno de mi abuela. El de mi abuela era un chaleco de lana angora muy
peludo, que no podía ponerse sin que yo terminara riéndome a carcajadas.
“¿Y a ti que te pasa?”, me preguntaba mi abuela, c
con su dulce y simpática sonrisa. Le gustaba tanto su chaleco negro y peludo, tejido por ella
misma, que yo nunca tuve corazón para confesarle que parecía disfraz de gorila. No sé adónde
habrá ido a parar el chaleco. Ni ella. Como castigo por estar distraído en clases, yo tenía que
escribirveinte vecesMi mamáme mima,yseñalar cuál era el adjetivo, el verbo y no sé qué cosas
más de esa oración.
Julio me decía “vámonos mejor a jugar a la calle”, pero yo le contestaba que primero tenía que
terminar mi tarea, porque si no la Martuca me iba a acusar a mi mamá y ¡Ahí te quiero ver! En el
tercer renglón de Mi mamá me mima me equivoqué y Julio dale con que me apurara, pero yo
había dejadolagoma de borrar en laescuela. -Si serás tarado, FLO dijo Julio. Entonces le pegué a
la mesa para que Julio se callara y se calló. Enseguida me acordé y sonreí; saqué un pedazo de
miga de pan que me había dejado Martuca junto a la leche e hice una bolita.
-Eso es mala educación dijo Martuca. Pero no le hice caso. Mi abuela me hacía gomas de borrar
con miga de pan. Y si lo hacía ella estaba bien hecho. Lo malo es que de nuevo me acordé de mi
abuela y me vino la pena y me pregunté qué sería de ella: ¿Estará en el cielo o en la tierra?
-¿Le cambiará la cara si le hago un queque?
Me preguntó de repente la Martuca, que creía que comiendo se quitaba la tristeza. Su
ofrecimientome pusofeliz,asíesque parece que tiene unpocode razón Y me acordé que cuando
mi abuela preparaba un queque batía la masa con tanta energía que le quedaban los lentes
salpicadosde masa.Apenasse le veíanlosojos detrás de los vidrios llenos de puntitos de batido,
cosa que a Julio y a mí nos provocaba un ataque de risa. Además, su queque era el mejor del
mundo,esponjosoyconlacorteza crujiente.Me gustaba comérmelo todavía caliente; cortaba un
pedazoy salíahumitoy el queque tiritabacaminoami boca; y era tan blandito,que nonecesitaba
masticarlo, porque lo deshacía con solo presionar mi lengua contra el paladar. El queque de
Martuca no era el queque de mi abuela, pero lo raro es que no me puse triste como otras veces,
porque mientrasmasticabael queque de Martuca,que noera como el de mi abuela, me di cuenta
que mi abuelano estabaenel cieloni enla tierra.MI abuelaestabacuandome tomaba la leche en
el platillo, estaba cuando hacía mis tareas, estaba cuando me reía de los chalecos negros y
peludos, estaba cuando comía queque…
O sea, igual que Julio, a nadie veía, mi abuela estaba siempre conmigo.
Fin.