El autor, un profesor de medicina, se encuentra con un ex alumno suyo que ahora es residente de cirugía. El profesor nota que el ex alumno camina de forma arrogante y con la barbilla levantada, lo que le recuerda a líderes históricos como Alejandro Magno, Napoleón y Mussolini. El profesor le escribe una carta al ex alumno señalando que todavía no ha logrado ningún triunfo real y le aconseja que vuelva a los ideales con los que ingresó a la
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Una reflexión sobre la pedantería | 06 JUN 16
¡Apenas ayer fuiste alumno mío!
La medicina y la arrogancia, una combinación absurda y peligrosa
Autor: Ricardo Teodoro Ricci Fuente: IntraMed
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Hola Ramiro:
Acabo de cruzarme contigo en la esquina de La Rioja y Lamadrid. Sí, en la esquina de atrás del Padilla. No es, por cierto, la
primera oportunidad; en lo que va de este año ya nos encontramos varias veces sólo que a algunos metros de distancia. Me
pareció que no me viste, lo dejé pasar. Hoy casi chocamos y aun así no advertiste mi presencia, o por lo menos eso me pareció.
Mantuviste esa apostura médica con tu ambo celeste y el delantal desabrochado, ondulante a merced de la brisa de la mañana
que lo hacía flamear libremente. Sí, no me viste; ¿o sólo me pareció?
Recuerdo que en el 2006 o 2007 entraste al aula con toda tu camada de compañeros del segundo año de la carrera de médico.
Venían a participar de la clase inaugural de Antropología Médica en el aula que antes era de Anatomía, la que tiene esa tan
acogedora disposición en semicírculo. Siempre me ha maravillado esa multitud bullanguera que reboza de juventud y
entusiasmo. Me encanta observar las posturas y los gestos, ellos hablan de sus almas. Las miradas francas y curiosas, la
actitud corporal entre el respeto y el desafío adolescente, la atención despierta, vigilante. ¿Para qué ingresaron a medicina?
“Para servir a la gente”, “para paliar el sufrimiento en el mundo”, “para luchar por una sociedad más sana, justa y equitativa”. Las
respuestas de siempre. Convencidas, mayoritarias, contundentes. Idealismo en su grado más puro. Es posible que siempre
haya excepciones, lo cierto es que habitualmente estas se refugian en el silencio. No se expresan con la vehemencia de
aquellas que denotan altruismo, compromiso social y amor por la humanidad. Es claro, se muestra la adolescencia a pleno,
soñadora, ilimitada, arriesgada y sin temores. Durante el tiempo de cursado advertí tu interés en los temas que tratábamos en
las teóricas y en los trabajos prácticos. No eras para nada el único, la mayoría de tus compañeros compartían contigo esas
características que nos resultan tan estimulantes a los docentes. El respeto en el trato con los profesores, la solicitud para
encarar las diversas tareas, la sorpresa y la devoción con la que escuchabas vos y los otros a los que también recuerdo – las
experiencias médicas de tus profesores. El agradecimiento luego del examen final, las despedidas en tono amistoso, la
disposición a continuar avanzando en tu aventura. Tengo en mi memoria cientos de rostros iluminados por la ilusión, entre ellos
está el tuyo.
Sé que ya hace un tiempo has obtenido tu título y que continúas tu etapa formativa en la residencia de cirugía, si no me equivoco.
Al verte caminar tan orgullosamente se me presentaron algunas imágenes que deseo compartir contigo.
Me hiciste acordar a algunos grandes hombres de la historia, aquellos que conquistaron inmensos territorios, que fundaron
imperios, que impusieron su grandeza y su poder a grandes masas de hombres y mujeres que acataron sus designios. ¿Viste
ilustraciones de Alejandro Magno montando a Bucéfalo por las planicies de Asia Menor? Un muchacho elegante, educado, un
gran líder. La mirada en el vasto horizonte a conquistar. El rostro despejado, el cabello enrulado mecido por el viento y la
mandíbula levantada, paralela al suelo. Los músculos del cuello exagerando la lordosis cervical de modo que toda la cara se
eleva y la mandíbula apunta desafiante hacia adelante.
¿Viste los retratos de Napoleón cuando es coronado como emperador de Francia? La cara despejada, la incipiente calva que
pronuncia el volumen de su cabeza tocada con una corona de laureles. Es cierto, un tanto petizo y ligeramente obeso pero…con
esa capa de armiño, ¡cuánta prestancia! Todos a su alrededor lo miran con admiración, todos un escalón más abajo, la viva
imagen del poder. Había conquistado Europa, había vencido en Austerlitz en la Batalla de los Tres Emperadores, pronto estaría a
las puertas de Moscú. El mundo, sí, el mundo rendido a sus pies. Su voluntad estaba por sobre la voluntad de todos aquellos a
los que sólo les cabía obedecer, admirar o temer.
¿Viste las fotos del Duce? Sí, de Benito Mussolini el dictador fascista que se alió con Alemania para emprender la locura de la
Segunda Guerra Mundial. Su poder le permitía decidir sobre la vida y la muerte de los simples ciudadanos de una Italia víctima de
su locura. Si tienes la oportunidad de ver una foto, fíjate en la mandíbula. Exageradamente apunta al cielo que está por delante,
más allá del horizonte, más allá de las cabezas de los simples mortales.
Alejandro murió a los treinta y tres años en circunstancias dudosas y aún no bien determinadas. Sus amigos macedonios se
repartieron su enorme imperio. Napoleón murió en la solitaria isla de Santa Elena lugar al que lo confinaron sus vencedores de
Waterloo. Tampoco se sabe si murió a causa de sus múltiples enfermedades o por otras causas no tan claras. Il Duce fue
ejecutado y su cadáver expuesto colgado de una soga en una plaza pública para escarnio de todos.
Evoqué estos personajes al verte caminar displicente, ajeno, inalcanzable y sobre todo tu mandíbula… Esa barbilla elevada,
orgullosa y dominante, me impactó, me dio bronca. A ciencia cierta sé que lo que uno ve en los otros, habla más de uno que de
los otros. En ese momento recordé también mis primeros años de médico. Estaba convencido de que me las sabía todas; cuán
equivocado estaba. No había ganado ninguna batalla importante, no había conquistado territorios, no era el dirigente de
multitudes, sin embargo caminaba por la calle como si lo fuera. En realidad no había ganado nada, ni a nadie. Simplemente me
había recibido de médico.
Apenas ayer fuiste mi alumno, apenas ayer soñabas con serle útil a la gente, servir a la sociedad. ¿Qué pasó? ¿Acaso la
facultad te transformó? Más me inclino a creer que son las interacciones humanas las que nos moldean, son los ejemplos de
nuestros docentes los que nos promueven a adoptar modos de vida altaneros, los que nos predisponen a pensar que el paciente
nos miente o nos quiere hacer daño, los que nos animan para enfrentarnos a una sociedad que a la vez nos idolatra y nos trata
como basura. Mi experiencia me dice que hay que volver cuanto antes a las fuentes, a los sueños y a los ideales. La mía eh,…
no la de muchos colegas que transitan entre el hartazgo, la ambición desmedida, y la frustración sin esperanza.
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