1. El humor de
la lectura
De Bolaño a Fresán
Julio Ort e g a
“Los libros son los fantasmas de los escritores vivos y los es-
c r i t o res muertos son los fantasmas de los libros”. En esta
nota, Julio Ortega nos re c rea el tema y concluye con la dedi-
catoria de Rodrigo Fresán a su amigo recientemente muert o :
“A Roberto Bolaño, siempre aquí”.
Jardines de Kensington (2003) no es la biografía de James lo la vida propia sino la ajena, todo depende de la licen-
Matthew Barrie, nos advierte su autor, Rodrigo Fresán cia adscrita al acto de ser leyendo. Porque ser no es una
(Buenos Aires, 1963), aunque glosa libre y festivamente condición esencial o metafísica sino una instancia del
la vida del creador de Peter Pan, contada aquí por un na- viaje del lenguaje entre los libros, propios y ajenos. Es-
rrador/autor (voz postautorial), que luego será un perso- cribe Fresán: “Los libros son los fantasmas de los escri-
naje en busca del lector que comparta su juego radical de t o res vivos y los escritores muertos son los fantasmas
reescritura. Pero, advierte Fresán, tampoco es la autobio- de los libro s”. Y tal vez eso sea la inmortalidad, el no
grafía de Rodrigo Fresán, por mucho que coincida él con envejecer, se dice Barrie, perpetuado por su personaje
su personaje en más de un punto. Fresán, al revés de inm o rtal, Peter Pan, quien le fue inspirado por la apari-
Flaubert, podría declarar “Peter Pan no soy yo”. Más bien, ción de un chico vivaracho en el jardín y de quien, vic -
ha dicho: “Estoy harto de Peter Pan”, tal como Borges torianamente, se disfrazó. Y comenta Fresán: “La tinta
dijo estar harto de Borges, aunque no se sabe cuál de los como el elixir de la vida eterna que se bebe a través de
dos no firmó esa frase. Pero, entonces, ¿quién es quién? los ojos, y Barrie piensa que si hay algo mejor que ser
Quisiera proponer que Ro b e rto Bolaño (Sa n t i a- escritor, ese algo es ser personaje”. Este uso de s e r, son
go de Chile, 1953-Barcelona, 2003) es Peter Hook, uno y es declara el drama de la identidad trashumante, me-
de los nombres que adopta el narrador de Jardines de jor tolerada como ficticia. El lector es la realización su-
Kensington. Pero no porque lo represente, sino porque perior del ser porque puede ser hoy Barrie y ayer Peter
a posteriori, en el destiempo de la lectura, es casi inevi- Pan, cuyo nombre, después de todo, implica “piedra”
table que el chileno intervenga anacrónicamente en la (fundadora) del “todo” (virtual). Roberto Bolaño, que
narración (la lectura) de esta novela. En la lógica de en su libro Los detectives salvajes (1998) se bautizó co-
Fresán/Bolaño, cómplices de convertir en relato no só- mo Arturo Belano, jugó el papel de Capitán Hook en
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 9
2. August Macke, View of an Alley, 1914 August Macke, Merchant with Jugs, 1914
la literatura latinoamericana (personaje travieso y mali- Bolaño había buscado subvertir desde un biografismo
cioso, verdadera máscara de Barrie, según anota Fresán); irrestricto (cuyo primer modelo son las vidas imagina-
y presupuso Bolaño un lector peterpanesco, dispuesto a rias de Marcel Schwob); desbordado, en su caso, por la
p rolongar la juventud. Se puede, por ello, adelantar que piedra de escándalo que para él fue la realidad, o aquello
el Peter Pan de Rodrigo Fresán ha leído a Ro b e rto Bola- que redunda en su nombre. Este biografismo inmedia-
ño. Su historia en Jardines de Kensington postula la bi- to remite también a la estética vitalista beatnik y al re-
blioteca tiovivo o carrusel, que gira entre el perverso gistro del pop art, que incluyen la prosodia de Kerouac,
Barrie, el insidioso Hook, y el “trotalibros” Fresán. Re- la notación de Burroughs, el presentismo de Warhol. En
partiendo roles de lectura, busca en el lector el tiempo ese escenario parece abrirse la inmediata puesta en acto
presente que cambia en cada voz para seguir ocupando de la subjetividad, allí donde Bolaño subsumió toda re-
la enunciación, el acto de hablar donde la charla lleva la ferencia en la fluidez cambiante de las versiones, de lo
fuerza y la vulnerabilidad de lo vivo. El lector, postu- real como interpretación sin código, como aporía. Esa
la Fresán, no conoce la muerte porque no cesa de leer. lectura es descarnada (hiriente) y su testimonio es deli-
“Los seres más amados son y serán siempre, aquellos que b e r a t i vo(herido); y de allí el tono recusado y autorre c u-
no crecen, que nunca crecerán…”, concluye; aunque só- sador, que se turnan inculpándose. Las voces se hacen en
lo los muertos dejan de crecer. el arbitrio y en la arbitrariedad, en un duelo sin reglas,
“Los muertos son, siempre, obras maestras de la li- a p remiadas por el testimonio. En esa intersección de es-
teratura”, sentencia Fresán. Y es sólo una licencia de la crituras desplegadas como un contrasistema, Bolaño y
lectura el que en esta novela Jim Yang (máscara del autor) Fresán se cruzan a cien citas por página, pero cada quien
se encuentre con Peter Pan, gracias a la “cronocicleta”, en su “cronocicleta” y en su propio camino.
bicicleta de la lectura, máquina del tiempo vencido por En esta práctica rodrigofresaniana (de lo que él llama
la lectura. su “Frikario”) los libros que hay en un libro terminan
Roberto Bolaño murió cuando Rodrigo Fresán ter- siendo uno del otro, y los lectores acaban en actores li-
minaba Jardines de Kensington; aunque no sabemos berados de la anacrónica “muerte del autor”, gracias a
cuánto, sí algo llegó su enfermedad a proyectarse en la que no hay en la literatura una muerte del lector. Será
novela, no es vano considerar que ya Barrie/Peter Pan por eso que Peter Pan no comprende el paso de las es-
alegorizan en ella la figura del autor/narrador/lector que taciones: “Sólo hay primavera” —dice.
10 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO
3. DE BOLAÑO A FRESÁN
Que yo sepa, la muerte fue lo único
que no volvió literatura, aunque la asumió
estoicamente, desde la literatura.
En la máquina de la lectura —donde todas las pági- de sus últimos años de vida en Barcelona. De su larga
nas se leen en un solo libro— imposible no leer a Barrie época mexicana sólo menciona a uno, “Mi mejor ami-
(desde la lectura de Fresán) como si leyéramos a Bola- go fue el poeta Mario Santiago”, muerto, recuperado
ño (desde la lectura de Barrie). Leemos: en Los detectives salvajes. “Actualmente” ocupa lo inme-
diato, la inmediatez decisiva de su escritura, a la que se
Se necesitan muertos para fabricar fantasmas. aferra. En su reseña de esta compilación de crónicas
[…] p eriodísticas, Fresán observa que se puede leer
Barrie siempre lo ha sabido, desde el principio, des-
de la muerte de su hermano David: hasta que no tienes Como una suerte de summa ética y estética. Como una
fantasmas no puedes considerarte un hombre verdadera- especie de manual de instrucciones. Como un atlas de lo
mente rico. que Bolaño entendía por patria: ese animal de tres cuer-
Si tienes fantasmas lo tienes todo. pos —Chile y México y España— con las mil cabezas de
los libros leídos y los libros escritos.
Y ya liberados por la lectura, Fresán nos aconseja:
“Siembra muertos y cosecharás fantasmas”. La hipérbole no es gratuita: esa patria es ligeramen-
Quizá, por eso, en “Siempre jamás: una nota de agra- te monstruosa.
decimiento” con que termina Jardines de Kensington, an- Todo indica que Chile fue una patria amarga para
tes del último agradecimiento, que es a su mujer, Fresán Bolaño. Diez años más joven, Fresán es más irónico y
escribe: “Y a Roberto Bolaño, siempre aquí”. Y fecha: revisa la memoria en Historias argentinas sin sucumbir
“Ba rcelona, marzo 2000-1 de enero 2002-15 de Julio a su dominante lectura traumática, quizá preservado por
2003”. Estas fechas de escritura y re e s c r i t ura inc l u yen su ludismo. El exilio, aun si resuelto en la patria literaria
también la muerte reciente del escritor amigo. que Fresán señala, debe haberle costado a Bolaño mu-
Bolaño padecía un malestar hepático mortal. Los mé- cho más de lo que narró. Ese costo no es un desmedro
dicos le habían dicho que sólo un transplante de híga- sino una experiencia irresuelta, no ajena al exiliado, re-
do podría salvarlo. Que yo sepa, la muerte fue lo único
que no volvió literatura, aunque la asumió estoicamen-
te, desde la literatura. Y no dejó de escribir, polemizar,
viajar, como si convirtiese el punto final en suspensivos,
casi como si la muerte fuese una novela verista, debida
a la crudeza de lo literal.
“Y a Roberto Bolaño, siempre aquí.”
O sea: vivo en este lugar y tiempo. Pero también,
para siempre en esta novela, aquí en esta página de agra-
decimientos que no cesan y que trazan la genealogía de
la lectura a partir de la sección referencias de la Biblio-
teca, pasando por Amazon, hasta el editor mismo que
recibe este manuscrito para la imprenta. En ese espacio
inmediato, apenas separados del autor por una página
nunca en blanco, todos estamos siempre aquí, leyendo
una relectura de la lectura, de pronto, interrumpida. Co-
mo si el nombre emblemático de Peter Pan se quebra-
ra en dos.
“Actualmente, mis mejores amigos son Ignacio Eche-
varría, Rodrigo Fresán y A. G. Porta,” declaró Bolaño
en su última entrevista (recogida por Echevarría en su
compilación Entre paréntesis, Anagrama, Barcelona,
2004). Es sintomático que se trate de amigos recientes,
August Macke, Man with Donkey, 1914
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 11
4. August Macke, Landscape by the Sea, 1914
veladora de cuánto del juicio del escritor se debía a sus terna, que lo reconcilie con el hogar negado, el escritor
pasiones mayores y menores. confirma la cicatriz del rechazo. Aunque esa lectura es
Su regreso a Chile en 1998 ha sido documentado por de orden clínica, hay otra, de orden político. La obra de
él mismo, sin inhibiciones. Es una historia de desen- Diamela Eltit (a la que Bolaño insiste, defensivamente,
cuentros que descubren las heridas del origen; Bolaño, en calificar de lectura difícil) le demuestra que se podía
se diría, necesitó conflictuar su retorno para confirmar su vivir y escribir en Chile a pesar de la dictadura, dispu-
desapego. Sintomáticamente, dedicó más espacio en sus tándole a los militares salvajes los nombres de “patria”,
crónicas de ese viaje a la cena de bienvenida que le ofre- “familia” y “política”; esto es, la reapropiación simbólica
c i e ro Diamela Eltit, la escritora más relevante de Chile,
n de la territorialidad ocupada. Todo el proyecto de Bo-
y su marido, Jorge Arrate, que como ministro de Allen- laño se estremece ante esa poderosa realización de una
de había nacionalizado el cobre, y es una de las figuras alternativa de vida que le excede.
políticamente más decentes de la transición chilena. Pa rece haberse sentido ajeno a las zo zobras de la
Vista hoy, la crónica de Bolaño es perturbadora: el es- transición chilena a la democracia, que fue, en efecto,
critor que vuelve a casa en pos de sí mismo, se queja de de trámite negociado y complicado; y prefirió confir-
la comida que le dan. Observa que no hay carne en la mar su estirpe anárquica visitando al gran poeta Ni-
cena y la califica de vegetariana. Para colmo, no la ha canor Parra, de quien creía provenir (aunque Parra es
preparado Eltit sino Arrate. En lugar de la cocina ma- un padre literario indistinto y prefería al poeta Raúl
12 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO
5. DE BOLAÑO A FRESÁN
August Macke, Lady in a Green Jacket, 1913
Zurita, otra de las víctimas del sarcasmo art u ro b e l a- Por lo mismo, no es casual que viva luego otro con-
nosco). Se identificó también con la marginalidad flicto público a propósito del premio Rómulo Gallegos
i r re ve rente de Pe d ro Lemebel (aunque Pe d ro ese mis- en Caracas. Había ganado ese importante premio en
mo año empezaba su carrera de éxito literario, como 1999 por Los detectives salvajes, y según las reglas del
el propio Bolaño). Al año siguiente, vuelve a Chile y concurso debía ser jurado en la edición siguiente. A con-
confirma su desapego, renunciando a ser parte de esa secuencia de su enfermedad, no viaja a Caracas pero
actualidad. No es insólito: buena parte del exilio chi- pide participar en las deliberaciones desde Barcelona,
leno no supo dialogar con la literatura que se hizo aunque el protocolo establece que si un miembro del
d e n t ro. Le quedó el exilio como patria, esa tierra de jurado no puede estar en el debate renuncia a serlo o se
nadie donde situar su alegato de desarraigo. Pe ro to- suma al desenlace. Tratándose, en este caso, del ante-
davía en 2001, en su crónica “Cocina literaria,” escri- rior autor premiado, sólo le quedaba lo segundo. Pero
be: “Si tuviera que escoger una cocina literaria para Bolaño desencadenó un escándalo. Propuso su propia
instalarme allí durante una semana, escogería la de selección de finalistas e insultó a los miembros del ju-
una escritora, con la salvedad de que esa escritora no rado, acusándolos de conspirar por otros candidatos.
fuera chilena”. Había sido muchísimo más violento Esta pequeña historia sólo tiene interés porque ilustra
con Isabel Allende y Ma rcela Serrano, pero esa decla- la paradoja del lector radical sometido a los límites de su
ración humorística no oculta la mano. propia lectura. Recibiría del jurado una lección: el pre-
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 13
6. en la contradicción. Es interesante que le gustaran, a la
par, las novelas de Mario Vargas Llosa y Jaime Bayly.
Tal vez Bolaño padeció su propio éxito y peleó con
su sombra para exo rcizar la mala conciencia (el mal
humor) y las fobias maternas. Su visión del mundo
desde el prisma de la experiencia más personal, esa ra-
dical subjetividad, se exacerbó en sus últimos años. El
autor se ha hecho personaje central de su obra, exas-
perado por ese costo protagónico. Quizá fue la pri-
mera víctima del sistema español de re p roducción la-
tinoamericana.
Cuando tiene que elegir una imagen de sí mismo, al
final de su vida, opta por la del “guerrero”. Todo indi-
ca que, en efecto, vivió en guerra con la escritura y con
la muerte, pero también consigo mismo. Quizá por ello
su obra es una summa de derrotados, de jóvenes en ba-
talla, cuyas biografías son, en verdad, obituarios. Así, su
voz discurre como una herida en el lenguaje: el habla
del yo es la libertad de opinar irrestrictamente. Siem-
p re con ingenio y brío, pero también con irritación y, al
final, sin experiencia propia de la justicia. A pesar de su
agudeza y desenfado, se percibe la melancolía que en-
tinta su rebeldía de causa propia. Esa perspectiva perte-
nece, otra vez, a la de sus viejos maestros, no al humor
(nada visceral) de Nicanor Parra, sino a la “épica del
ego” proclamada por Pound (personaje también de Los
detectives salvajes); a ese culto típicamente modernista de
una lectura autorizada por el trayecto vital del yo, por
su libertad y su soledad. Al final, Bolaño adquirió su
identidad trashumante en este ejercicio de inclusiones
August Macke, Turkish Café, 1914
alegres y de exclusiones culpables, allí donde una página
le descubre el lugar de su peregrinaje creador, esa vida
prestada por sus lectores.
miado fue Enrique Vila-Matas, uno de los novelistas de Cabe creer que Ja rdines de K nsington es la novela don-
e
su lista. El escándalo difundido por la prensa pareció, de otro Bolaño, el debido a la benevolencia de la lectu-
otra vez, suscitado contra él mismo. Insultó gratuita- ra, pedalea en el sentido contrario de las deudas impa-
mente a un jurado impecable que premiaba al mejor gables, en el de la gratuidad salvada por Rodrigo Fresán
escritor joven español. Ésa es una lectura, otra es que para un relato sin norma ni sanción, afort u n a d a m e n-
Bolaño vivía la contradicción del novelista latinoa- te libre .
mericano actual: entre su vocación marginal y su éxito El mismo Bolaño parece haberlo sabido muy bien.
público, entre su lector gratuito y el mercado omnipre- En su nota “Todos los temas con Fresán” escribió (En -
sente, entre sus límites regionales y sus límites globali- tre paréntesis): “Me río mucho cuando hablo con Fre-
zados, este escritor agoniza en la nueva economía de los sán. Raras veces hablamos de la muerte”.
poderes en juego. Mientras que los novelistas del boom En esta magnífica novela, en efecto, Rodrigo Fresán
latinoamericano podían, al mismo tiempo, ser benefi- libera a la literatura latinoamericana de sus saldos lite-
ciados por una época de ideas revolucionarias y de ex- rales y sus cuentas de fracaso. Y en el horizonte de la
pansión económica liberal, sin excusar la coincidencia, n u e vageotextualidad se proyecta cre a t i va ente, con fer-
m
los más recientes narradores terminan escribiendo para vor y talento, gracias a las transformaciones de lo uno
el mercado, conve rtidos a veces en latinoamericanos pro- en lo otro.
fesionales, que proveen lo que el lector metropolitano
espera de América Latina y les demanda violencia, pro s-
titución, autoescarnio. Algunos pocos resisten este ni- Roberto Bolaño, Los detectives salva j e s, Anagrama, Ba rcelona, 1988.
vel mercantil del oficio; y otros, como Bolaño, agonizan Rodrigo Fresán, Ja rdines de Ke n s i n g t o n, Mondadori, Ba rcelona, 2003.
14 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO