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UNIVERSIDAD DEL VALLE DE MÉXICO CAMPUS HISPANO RÉGULO VÁZQUEZ ISAURA ISABEL SEMINARIO DE FORMACIÓN EN HABILIDADES CLÍNICAS‏ FACILITADORES: MTRO. JUAN ELÍAS CAMPOS GARCÍA MTRO. JOSÉ MANUEL BEZANILLA SÁNCHEZ  Psicoanálisis y psiquiatría
Historia clínica  Un joven oficial pidió se tomará bajo tratamiento a su suegra, que, viviendo en las más dichosas condiciones, se amargaba la vida y la amargaba a los suyos a causa de una idea disparatada.
Dama de unos 53 años, bien conservada, de naturaleza simple y afable.  Vive en el campo en feliz matrimonio con su marido, quien dirige una gran fábrica.  Casada por amor treinta años antes, desde entonces ninguna nube, ni querella, ni ocasión de celos.  Tiene dos hijos casados.  La dama tenía una mucama con quien conversaba demasiado de cosas íntimas. Esta muchacha perseguía a otra con una hostilidad animada directamente por el odio; ello se debía a que esta última había progresado mucho más en la vida, sin ser de mejor cuna. Hace un año a la dama le llegó una carta anónima donde se le denunciaba que su virtuoso marido mantenía relaciones amorosas con una muchacha joven, y ella le prestó crédito en el acto; desde entonces quedó destruida su dicha.
La dama extrajo la conclusión -probablemente acertada- de que la carta era obra de su maligna mucama, pues señalaba como la amada del marido precisamente a esa señorita a quien la sirvienta perseguía con su odio.  Presa de una terrible emoción, envió de inmediato por su marido para hacerle los más acerbos reproches.  La mucama fue despedida, pero la supuesta rival no. Desde entonces, una y otra vez, la enferma pareció tranquilizarse a punto tal de no dar más crédito al contenido de la carta anónima, pero nunca radicalmente ni por mucho tiempo. Bastaba que oyera nombrar a esa señorita o que la encontrara por la calle para que se le desencadenase un nuevo ataque de desconfianza, dolor y reproches.
¿Qué aptitud opta el psiquiatra?  La declara una contingencia sin interés psicológico, y no le da más importancia. De esta conducta ya no es viable en el caso patológico de la señora celosa. La acción sintomática parece ser algo indiferente, pero el síntoma se impone como importante.  Va conectado a un intenso sufrimiento subjetivo, y objetivamente amenaza la convivencia de una familia El psiquiatra intenta primero caracterizar el síntoma mediante una propiedad esencial. La idea con que esta mujer se martiriza no ha de llamarse disparatada en sí misma.
 El único fundamento que tiene la paciente para creer que esposo pertenece a esa categoría de hombres es la aseveración de la carta anónima. Sabe que ese escrito no posee fuerza probatoria alguna, puede esclarecerse satisfactoriamente su origen; debería poder decirse, entonces, que no tiene fundamento para sus celos, y así se lo dice; no obstante, sufre como si admitiera la total justificación de esos celos.  A ideas de este tipo, inaccesibles a argumentos lógicos y tomados de la realidad, se ha convenido en llamarlas ideas delirantes.  La buena señora padece, pues, de un delirio de celos.  Si una idea delirante no puede ser desarraigada refiriéndola a la realidad, no ha de provenir de esta ¿Y de dónde vendría entonces?  Para el psiquiatra esta señora ha desarrollado una idea delirante porque estaba predispuesta a causa de una trasmisión hereditaria El psiquiatra no conoce ningún camino que lo haga avanzar más en el esclarecimiento de un caso de esta índole. Tiene que conformarse con el diagnóstico y una prognosis del desarrollo ulterior, prognosis insegura por rica que sea su experiencia.
Psicoanálisis Fue la propia paciente quien provocó esa carta anónima que sirve de apoyo a su idea delirante, cuando, el día anterior, dijo a la intrigante muchacha que su máxima desventura sería que su marido mantuviera una relación amorosa con una muchacha joven.  La idea delirante cobra así una cierta independencia de la carta; ya antes había estado presente como temor -¿o como deseo?- en la enferma.  La paciente se comportó con mucha renuencia cuando se la exhortó a comunicar, tras el relato de su historia, sus ulteriores pensamientos, ocurrencias y recuerdos. Aseveró que nada se le ocurría, lo había dicho todo, y transcurridas dos sesiones ella había proclamado que ya se sentía sana y estaba segura de que la idea enfermiza no reaparecería. Lo dijo, desde luego, sólo por resistencia y por angustia frente a la prosecución del análisis.  Pero en esas dos sesiones había dejado caer algunas observaciones que permitieron una interpretación determinada, y aun la hicieron inevitable; y esta interpretación echa una luz fulgurante sobre la génesis de su delirio de celos.
Había dentro de ella un intenso enamoramiento por un hombre joven de este enamoramiento, ella no sabía nada o quizá muy poco; dada la relación de parentesco existente, esta amorosa inclinación podía enmascararse fácilmente como una ternura inocente.  Un enamoramiento así, que sería algo monstruoso, imposible, no pudo devenir conciente; no obstante, persistió y, en calidad de inconsciente, ejerció una seria presión.  Alguna cosa tenía que acontecer con él y el alivio inmediato lo ofreció sin duda el mecanismo del desplazamiento, que con tanta regularidad toma parte en la génesis de los celos delirantes. Si no sólo ella, una señora mayor, se había enamorado de un hombre joven, sino también su anciano marido mantenía una relación amorosa con una joven muchacha, entonces su conciencia moral se descargaba del peso de la infidelidad. La fantasía de la infidelidad del marido fue entonces un paño frío sobre su llaga ardiente. Su propio amor no le había devenido conciente, pero el reflejo de él, que le aportaba esa ventaja, ahora se le hizo conciente de manera obsesiva, delirante. Todos los argumentos en contra no podían dar fruto alguno, pues sólo se dirigían a la imagen reflejada, no al modelo a que aquella debía su poder y que acechaba inatacable en lo inconsciente.
Aportación psicoanalítica  La idea delirante ha dejado de ser algo disparatado o incomprensible, posee pleno sentido, tiene sus buenos motivos, pertenece a la trama de una vivencia, rica en afectos, de la enferma.  Es necesaria como reacción frente a un proceso anímico inconsciente colegido por otros indicios, y precisamente a esta dependencia debe su carácter delirante, su resistencia a los ataques basados en la lógica y la realidad. Es a su vez algo deseado, una suerte de consuelo. La vivencia que hay tras la contracción de la enfermedad determina unívocamente que habría de engendrarse una idea de celos delirantes y ninguna otra cosa.
¿Por qué se enamora de su yerno? Esta señora se encuentra en la edad crítica que trae a la necesidad sexual femenina una intensificación indeseada y repentina su marido, bueno y fiel, desde hace muchos años ya no posee aquella capacidad de rendimiento sexual que esta señora bien conservada necesitaría para satisfacerse.
Conclusiones La psiquiatría no aplica los métodos técnicos del psicoanálisis, omite todo otro anudamiento con el contenido de la idea delirante y, al remitirnos a la herencia, nos proporciona una etiología muy general y remota, en vez de poner de manifiesto primero la causación más particular y próxima. En la naturaleza del trabajo psiquiátrico no hay nada que pudiera rebelarse contra la investigación psicoanalítica. Son entonces los psiquiatras los que se resisten al psicoanálisis, no la psiquiatría.  El psicoanálisis es a la psiquiatría.  Es inconcebible una contradicción entre estas dos modalidades de estudio, una de las cuales continúa a la otra.

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  • 1. UNIVERSIDAD DEL VALLE DE MÉXICO CAMPUS HISPANO RÉGULO VÁZQUEZ ISAURA ISABEL SEMINARIO DE FORMACIÓN EN HABILIDADES CLÍNICAS‏ FACILITADORES: MTRO. JUAN ELÍAS CAMPOS GARCÍA MTRO. JOSÉ MANUEL BEZANILLA SÁNCHEZ Psicoanálisis y psiquiatría
  • 2. Historia clínica Un joven oficial pidió se tomará bajo tratamiento a su suegra, que, viviendo en las más dichosas condiciones, se amargaba la vida y la amargaba a los suyos a causa de una idea disparatada.
  • 3. Dama de unos 53 años, bien conservada, de naturaleza simple y afable. Vive en el campo en feliz matrimonio con su marido, quien dirige una gran fábrica. Casada por amor treinta años antes, desde entonces ninguna nube, ni querella, ni ocasión de celos. Tiene dos hijos casados. La dama tenía una mucama con quien conversaba demasiado de cosas íntimas. Esta muchacha perseguía a otra con una hostilidad animada directamente por el odio; ello se debía a que esta última había progresado mucho más en la vida, sin ser de mejor cuna. Hace un año a la dama le llegó una carta anónima donde se le denunciaba que su virtuoso marido mantenía relaciones amorosas con una muchacha joven, y ella le prestó crédito en el acto; desde entonces quedó destruida su dicha.
  • 4. La dama extrajo la conclusión -probablemente acertada- de que la carta era obra de su maligna mucama, pues señalaba como la amada del marido precisamente a esa señorita a quien la sirvienta perseguía con su odio. Presa de una terrible emoción, envió de inmediato por su marido para hacerle los más acerbos reproches. La mucama fue despedida, pero la supuesta rival no. Desde entonces, una y otra vez, la enferma pareció tranquilizarse a punto tal de no dar más crédito al contenido de la carta anónima, pero nunca radicalmente ni por mucho tiempo. Bastaba que oyera nombrar a esa señorita o que la encontrara por la calle para que se le desencadenase un nuevo ataque de desconfianza, dolor y reproches.
  • 5. ¿Qué aptitud opta el psiquiatra? La declara una contingencia sin interés psicológico, y no le da más importancia. De esta conducta ya no es viable en el caso patológico de la señora celosa. La acción sintomática parece ser algo indiferente, pero el síntoma se impone como importante. Va conectado a un intenso sufrimiento subjetivo, y objetivamente amenaza la convivencia de una familia El psiquiatra intenta primero caracterizar el síntoma mediante una propiedad esencial. La idea con que esta mujer se martiriza no ha de llamarse disparatada en sí misma.
  • 6. El único fundamento que tiene la paciente para creer que esposo pertenece a esa categoría de hombres es la aseveración de la carta anónima. Sabe que ese escrito no posee fuerza probatoria alguna, puede esclarecerse satisfactoriamente su origen; debería poder decirse, entonces, que no tiene fundamento para sus celos, y así se lo dice; no obstante, sufre como si admitiera la total justificación de esos celos. A ideas de este tipo, inaccesibles a argumentos lógicos y tomados de la realidad, se ha convenido en llamarlas ideas delirantes. La buena señora padece, pues, de un delirio de celos. Si una idea delirante no puede ser desarraigada refiriéndola a la realidad, no ha de provenir de esta ¿Y de dónde vendría entonces? Para el psiquiatra esta señora ha desarrollado una idea delirante porque estaba predispuesta a causa de una trasmisión hereditaria El psiquiatra no conoce ningún camino que lo haga avanzar más en el esclarecimiento de un caso de esta índole. Tiene que conformarse con el diagnóstico y una prognosis del desarrollo ulterior, prognosis insegura por rica que sea su experiencia.
  • 7. Psicoanálisis Fue la propia paciente quien provocó esa carta anónima que sirve de apoyo a su idea delirante, cuando, el día anterior, dijo a la intrigante muchacha que su máxima desventura sería que su marido mantuviera una relación amorosa con una muchacha joven. La idea delirante cobra así una cierta independencia de la carta; ya antes había estado presente como temor -¿o como deseo?- en la enferma. La paciente se comportó con mucha renuencia cuando se la exhortó a comunicar, tras el relato de su historia, sus ulteriores pensamientos, ocurrencias y recuerdos. Aseveró que nada se le ocurría, lo había dicho todo, y transcurridas dos sesiones ella había proclamado que ya se sentía sana y estaba segura de que la idea enfermiza no reaparecería. Lo dijo, desde luego, sólo por resistencia y por angustia frente a la prosecución del análisis. Pero en esas dos sesiones había dejado caer algunas observaciones que permitieron una interpretación determinada, y aun la hicieron inevitable; y esta interpretación echa una luz fulgurante sobre la génesis de su delirio de celos.
  • 8. Había dentro de ella un intenso enamoramiento por un hombre joven de este enamoramiento, ella no sabía nada o quizá muy poco; dada la relación de parentesco existente, esta amorosa inclinación podía enmascararse fácilmente como una ternura inocente. Un enamoramiento así, que sería algo monstruoso, imposible, no pudo devenir conciente; no obstante, persistió y, en calidad de inconsciente, ejerció una seria presión. Alguna cosa tenía que acontecer con él y el alivio inmediato lo ofreció sin duda el mecanismo del desplazamiento, que con tanta regularidad toma parte en la génesis de los celos delirantes. Si no sólo ella, una señora mayor, se había enamorado de un hombre joven, sino también su anciano marido mantenía una relación amorosa con una joven muchacha, entonces su conciencia moral se descargaba del peso de la infidelidad. La fantasía de la infidelidad del marido fue entonces un paño frío sobre su llaga ardiente. Su propio amor no le había devenido conciente, pero el reflejo de él, que le aportaba esa ventaja, ahora se le hizo conciente de manera obsesiva, delirante. Todos los argumentos en contra no podían dar fruto alguno, pues sólo se dirigían a la imagen reflejada, no al modelo a que aquella debía su poder y que acechaba inatacable en lo inconsciente.
  • 9. Aportación psicoanalítica La idea delirante ha dejado de ser algo disparatado o incomprensible, posee pleno sentido, tiene sus buenos motivos, pertenece a la trama de una vivencia, rica en afectos, de la enferma. Es necesaria como reacción frente a un proceso anímico inconsciente colegido por otros indicios, y precisamente a esta dependencia debe su carácter delirante, su resistencia a los ataques basados en la lógica y la realidad. Es a su vez algo deseado, una suerte de consuelo. La vivencia que hay tras la contracción de la enfermedad determina unívocamente que habría de engendrarse una idea de celos delirantes y ninguna otra cosa.
  • 10. ¿Por qué se enamora de su yerno? Esta señora se encuentra en la edad crítica que trae a la necesidad sexual femenina una intensificación indeseada y repentina su marido, bueno y fiel, desde hace muchos años ya no posee aquella capacidad de rendimiento sexual que esta señora bien conservada necesitaría para satisfacerse.
  • 11. Conclusiones La psiquiatría no aplica los métodos técnicos del psicoanálisis, omite todo otro anudamiento con el contenido de la idea delirante y, al remitirnos a la herencia, nos proporciona una etiología muy general y remota, en vez de poner de manifiesto primero la causación más particular y próxima. En la naturaleza del trabajo psiquiátrico no hay nada que pudiera rebelarse contra la investigación psicoanalítica. Son entonces los psiquiatras los que se resisten al psicoanálisis, no la psiquiatría. El psicoanálisis es a la psiquiatría. Es inconcebible una contradicción entre estas dos modalidades de estudio, una de las cuales continúa a la otra.