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Cena de Emaus de Caravaggio (1600-1) — National Gallery (Londres)
Cena de Emaús de Caravaggio (1606) — Pinacoteca de Brera (Milán)
Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. Menos
                                   de seis años separan estas dos pinturas realizadas por Caravaggio. Entre
                                   ambas se extiende la distancia que hay entre Jerusalem y Emaus, entre
                                       los sueños de gloria y el fracaso, entre las expectativas y la realidad, en-
                                          tre los ideales y lo hechos que les acompañan. Basta comparar
                                            las dos representaciones de Jesús para comprender que al-
                                              go ha ocurrido no sólo en su técnica sino en su propia
                                              historia personal. El primero (derecha) es un Cristo
                                                luminoso, potente, vigoroso, juvenil. Representa
                                                un Cristo Resucitado, perenne juventud del Espíri-
                                                tu. El pintor ha elegido hacerlo imberbe para
                                                 resaltar esa juventud, a imitación de las re-
                                                 presentaciones de Jesús como buen pastor
                                                 existentes en las catacumbas. Y a la vez ins-
pirado por un mentor suyo, el cardenal Federico Borromeo que recomienda que el rostro de Jesús se pareciese al de la Virgen, su
madre. Lo pinta un Caravaggio en la cima de su carrera, ensalzado como pintor y con un futuro prometedor. Pero no es capaz de
gestionar su éxito y comienza a frecuentar los bajos fondos romanos, siendo protagonista de riñas, escándalos y denuncias. El 29 de
mayo de 1606 mata a un hombre y debe huir de Roma. La potente familia Colonna le da refugio cerca de Génova. Permanece allí
unos meses y antes de partir realiza este cuadro como regalo sin que nadie se lo encargue. Dibuja una escena más melancólica y
sombría. Cristo vuelve a ser la figura de siempre, con aire más cansado (su mano izquierda no se alza y la derecha apenas esboza la
bendición), menos luminoso...un Cristo más cercano al declinar del día que a la mañana de Resurrección. Caravaggio se identifica y
en cierta medida se retrata en ese Cristo: más cercano a la tristeza y la angustia, solitario, abandonado. Un Cristo que ha resucitado,
pero cuya resurrección es una resurrección sufrida. Caravaggio bebe de la devotio moderna (Tomas Kempis y su libro Imitación de
Cristo) que trata de identificarse con Cristo e imitarle. Como los discípulos de Emaus, desilusionados y decepcionados, Caravaggio
trata de encontrar un elemento para rearmar su espíritu, y parece encontrarle solo en la Pasión de Cristo. Trata de releer su vida des-
de la vida de Jesús. Sin Él, su vida, mi vida son versos sueltos, fragmentarios...
      Me recuerda Caravaggio esa necesidad que todos tenemos de encontrar un sentido a la propia vida. Si miramos las conversa-
ciones de cada día están llenas de deportes, de política, el trabajo, de la vida de los otros…. Pero alguna vez debemos pararnos y
hablar de nosotros mismos. Como los discípulos de Emaus. De lo que nos duele o decepciona. De lo que nos ilusiona y nos alegra.
De todo eso que hace que todo lo que hacemos, construimos, sembramos, apostamos tenga un sentido y una meta. A veces tam-
bién como los caminantes de Emaus nos sentimos hábiles en las cosas de cada día pero nos encontramos perdidos delante de las
grandes cuestiones de la vida, del mundo, de la sociedad…. Y casi siempre parece que Dios está mudo y distante. Caravaggio es cons-
ciente de que aún su fracaso (como lo había sido su éxito) tenía que tener algún sentido. La luz con la que inunda ambos cuadros
convierte una escena cotidiana , una comida entre amigos en una pensión cualquiera, en un aconteci-
                             miento especial. La luz que toca y acaricia a Cristo y desde éste se extiende al resto de los personajes,
                             desvela la presencia del Misterio de Dios en esas vidas. Caravaggio con la luz transforma un hecho coti-
                             diano en una experiencia de Salvación. Basta un poco de luz para transformar mi vida, mi mundo, la
                             historia para transformarlos en un Misterio que se va desvelando aún en la oscuridad, en una Salvación
                             presente operante aun en medio de las dificultades y contratiempos , en una Gracia regalada en medio
                             de las luchas y los esfuerzos. Esa luz para mi , para todos los cristianos, debería ser la Palabra de Dios. La
                             misma que explicó Jesús a los discípulos de Emaus e hizo que los rescoldos de su esperanza se reaviva-
                             ran. La Palabra de Dios me permite releer mi propia existencia no desde mi fragilidad o mi riqueza, des-
                             de mis urgencias o necesidades, sino desde algo más grande: la mirada amorosa de Dios. “Quien se mi-
                             ra con los ojos de Dios conseguirá mirar nuestra realidad más pura y esencial “ (Kahlil Gibran).
                                   Para muchos cristianos la Biblia es un libro que cuenta historias del pasado, es letra muerta., y
nada les dice de su vida. Se acercan con la cabeza o con lo ya oído, creen que es un discurso ya hecho y cerrado. No logran captar
como Caravaggio un Dios vivo, que se presenta de diversas formas a lo largo de la vida, que cada momento tiene una palabra
única y particular. La alternativa tampoco es mejor: recitar canciones que han compuesto otros, y que hacen que seamos “frases
hechas” en vez de lo que somos realmente: poesía de Dios. Parafraseando a Chesterton se podría decir que quien deja de escuchar
la Palabra de Dios acaba embaucado apor el primer charlatán que encuentre.. A veces como los discipulos de Emaus somos tardos
para entender. En parte el catolicismo ha dejado en segundo lugar la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad. En eso nos
llevan la delantera los protestantes. Y en parte se la ha dejado en manos de los expertos y entendidos. Animamos poco a leer la
palabra de Dios cada día. Quizás sea dificil en la cultura más audiovisual que nos ha tocado vivir. Quizás urge recuperar (antes o
despues , no lo sé) una capacidad perdida: la capacidad de escuchar. Escucharse a uno mismo, en sus deseos y aspiraciones más
profundas.Escuchar nuestro mundo, los signos de los tiempos, escuchar de corazón al otro. Y a la vez
escuchar la Palabra de Dios, como luz para mi vida y la historia que me ha tocado vivir. Karl Barth dijo que
el cristiano debería tener en una mano la Biblia y en otra el periódico. Porque la Palabra de Dios aunque
sea perfume del cielo, tiene sabor de tierra. Habla de mi, habla de ti, habla de nosotros. Yo experimento
que mi vida cotidiana me interroga cada día. A traves de las personas y sus vidas, de los acontecimientos,
de mi actividad o mis ausencias. Y me vienen dadas pocas respuestas. Y casi todas me enfrían el ánimo y el
corazón. O hace que me salgan callos. Necesito la voz de Otro. Distinta a la mia o a la que suena en la
gramola del mundo. La voz de Alguien que me abra caminos de vuelta a Jerusalem. Sólo su Palabra es la
que calienta, da color y contenido a mis palabras. A veces como respuesta, pero casi siempre como nueva
pregunta (y ¿tú, qué otra cosa mejor puedes hacer?) o dicho en cristiano, ¿ qué haría Jesús en tu lugar? )
que me devuleve a la vida cargado de fuerza y ánimo, y sobre todo “llevando clavado en el corazón la
meta de mi viaje” (Joan Escales) .
Y entró para quedarse con ellos . Caravaggio se centra en la escena de la cena, en parte porque la
Contrarreforma, en lucha con los protestantes está empeñada en recalcar el valor y significado de la Eu-
caristía,. No obstante Caravaggio sabe que un gesto sin una palabra que lo explique puede ser ambiguo
y sabe que una palabra sin gestos donde se encarne se queda en algo muerto. Por eso nos reserva
tres sorpresas. Una ya reseñada: el Cristo de la segunda Cena es un Cristo más cercano a la Cruz que
a la Resurrección. Una segunda: el apóstol de la derecha de la primera Cena extiende sus brazos, en
señal de admiración, y coloca sus brazos en cruz., haciendo que sus brazos “paren” las tinieblas del
fondo, dejando espacio a la claridad. Es decir ha comprendido en ese momento las explicaciones recibidas
durante el camino: que el Mesías tenía que padecer y morir, entregar su vida por amor. Es decir, lo que pri-
mero escucharon y no entendieron del todo mientras iban de camino, ahora lo comprenden en ese gesto
cotidiano de partir el pan. Cuando han aceptado e interiorizado la idea de un morir y un vivir por amor
han podido descubrir el misterio de la Pascua. Y tercero, la diferencia de lo que se hay encima de la me-
                          sa. En el cuadro primero Caravaggio coloca una mesa espléndida, llena de manjares.
                            Además de permitirle desarrollar sus dotes artísticas le permiten referir simbólicamente el hecho de la cena
                                         a la Pasión de Jesús: el pollo es símbolo del cuerpo muerto de Jesús, las frutas como las uvas
                                         o la granada hablan de su Cuerpo hecho pedazos, que se parte, la manzana hace referencia
                                         a la causa de la muerte (el pecado original)… incluso dibuja la sombra de un pez proyectada
                                         por el cesto de fruta, símbolo de Jesús. En cambio en el cuadro segundo aparece sólo el
pan, pero con un matiz importante: en este cuadro a diferencia del primero está ya partido,
roto. Caravaggio, dado a los simbolismos, refiere esa cena a la Pasión de Jesús.
      Me animan a entender el gesto Eucarístico como un gesto desbordante de amor. Papi-
ni lo dice gráficamente: “Cuando en la primera vida fue amigo, no lo habían comprendido;
cuando a lo largo del camino fue Maestro, no lo habían reconocido; más en el momento en que tuvo
el gesto afectuoso del que sirve a sus criados y brinda un trozo de pan que es vida y esperanza de vi-
da, entonces, por primera vez, lo vieron.” Los discípulos experimentan el gesto del amigo que se les acerca de nuevo brindándoles su
amistad. Jesús aparece como compañero ( en su expresión original: entre los soldados romanos compañero era el que compartía la
ración de pan que les correspondía, y no sólo la tarea o el camino ). Y los materiales que han amasado y hecho fermentar ese pan
no son otros que el amor desbordante, la ternura infinita, el perdón incondicional, la confianza absoluta. Los que estuvieron ya pre-
sentes en la vida de Jesús. Los que ha colocado Caravaggio en esa rica y abundante mesa. Jesús se hace Eucaristía para hacer pre-
sente en medio de nosotros ese Amor desbordante. No sólo unos momentos, sino de manera permanente. Se hace presente y com-
pañero en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestras calles… en nuestra vida cotidiana, en los acontecimientos y realidades de
nuestra historia. Como el que hace arder nuestro corazón por el amor. Somos compañeros: después de comulgar, de compartir el
pan, Él está en mí y yo en Él. Mi camino se convierte en el suyo y el suyo en el mío. El camino de mi vida se va trazando en el amor.
Mi corazón va latiendo en su Amor.
Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo
                      partió y se lo dio. Caravaggio debió pintar el segundo cuadro anhelante
                     de esa compañía y cercanía de Jesús en esos momentos que él estaba vi-
                     viendo. Se sentía maldito, partido y entregado a las circunstancias. Necesi-
                     taba sentir una mano amiga que lo bendijese, que diera sentido a su do-
                     lor e hiciera fecundo su existencia de nuevo. Nada distinto de mi. De cada
                     hombre. Caravaggio me anima a acercarme a la Eucaristía como aquellos
                     discípulos: hambriento (no solo de pan, sino de ilusión, de ánimo, de
                     paz ..¡ de amor autentico y profundo!).
                         Pero también Caravaggio me invita a fijarme en las manos de Jesús, ellas son el centro del cuadro. En sus
gestos me indica una manera de vivir mi relación con Dios. No la de aquel que se agarra a Dios como a su seguro temeroso o des-
encantado del mundo. Sino como aquel que se sabe pan y se coloca confiado en las manos de Jesús. Que se deja bendecir, partir
y ser entregado: “estas palabras resumen mi vida como ser humano porque en cada momento de la vida, en alguna parte, el to-
mar, el bendecir, el ser partido, el darse, son acontecimientos que suceden, estas palabras se convierten en las más importantes de
mi vida porque a través de ellas he entrado en contacto con el modo de convertirme en el Amado de Dios.” (Henri Nouwen).
      No obstante Caravaggio dibuja las manos de Jesús de manera distinta. En la primera versión bendice con la mano izquierda y
lo hace como imponiendo la mano sobre el pan. Es la bendición bíblica, la que derrama la gracia y hace bueno lo bendecido. En la
segunda versión Jesús bendice con la derecha y tiene el gesto de hacer la señal de la cruz, el símbolo del Amor infinito con el cual
Cristo nos ha amado hasta el final. En ambos casos me recuerda que en las manos de Dios no soy algo sino alguien, soy regalado,
donado, amado. Tú y yo. Nosotros. Somos bendecidos por Dios, Él me desea todo bien y hace lo posible para que alcance la pleni-
tud de lo que soy. Incluso con más obstinación quw yo. Nunca puedo sentirme maldito, castigado, golpeado por Dios. Los discípu-
los lo reconocieron por ese gesto. Él estaba ya allí. Sólo les hizo falta mirar con otros ojos — ojos bendecidos—, lo que les rodeaba
para descubrir la presencia del Amigo. Y bendecir la realidad que nos rodea. Una vez bendecido mi vida se convierte en palabra
que me dice bien, que me promete el bien del amor de Dios.
      Otra diferencia es el pan. En la primera versión aún no está partido. En la segunda está ya partido.
Quizás Caravaggio ha entendido otra lógica de nuestra vida: es el ser partido. El dolor , la enfermedad
nos parte en cuerpo y alma. Los contratiempos, el desamor, la soledad, el fracaso...nos parte el corazón.
Nuestro pecado, la incoherencia, el desánimo...nos hace sentirnos partidos y divididos. Podemos com-
                             prendernos como juguetes rotos o como granos que “la vida tritura con do-
                             lor, Dios nos hace Eucaristía en el amor”. Todo ese “partirnos-destrozarnos-
                                             dividirnos la vida “ nos habla de nuestras necesidades básicas, a veces desde la experien-
                                             cia de haberlas perdido: ser amados, sentirnos útiles, dignos, comprendidos, felices. Ama-
                                             mos y anhelamos esas realidades. No el dolor, el sufrimiento, la fragilidad. Pero estas reali-
                                             dades que nos visitan cada día no son obstáculos para la alegría, al contrario a veces son
el medio misterioso para alcanzarla. No son una maldición,. A mi a veces el dolor me ha servido para recordarme las cosas importan-
tes de la vida y otras veces poner al descubierto lo equivocado que está mi corazón por sufrir por tonterías, Es lo que Jesús dice a los
discípulos: ¿ No sabias que el Mesías debía sufrir para entrar en la gloria ? Forman parte de nuestra realización humana vivirlas de
manera humana, esto es, manteniendo nuestra capacidad de seguir creciendo y madurando como personas. Y ser pan partido pero
que sigue bendecido, lleno del amor y el don de Dios. Aún en ese partirse podemos bien intentar recomponernos nosotros mismos
y calmar nuestra propia hambre, o como Jesús aceptar ser partidos para darlo todo, aún la propia vida, para colmar el hambre de
otros hambrientos. Y esa es la paradoja del Evangelio: sirviendo el pan es como se colma la propia hambre, aceptando la propia fra-
gilidad es como nos hacemos fuertes, entregando la vida es como se gana ¡todo!. No basta con hacer sino con ser lo que ya soy:
                  pan amado de Dios. Pan amasado y partido por Dios. Pan repartido por Dios para calmar el hambre de los hombres
                    (su hambre, la misma que la nuestra). En manos de Jesús soy pan elegido, bendecido, partido y donado… ¡ soy —
                    somos pan vivo para el mundo !

                      ¿No ardía nuestro corazón …?. Acercarnos a la Eucaristía no es sólo cuestión de fe, sino de amor (la docta caritas
                    que decían en la época del pintor). Este lo sabe. Para recordarlo ha colocado un personaje extraño a la escena: el
                      posadero. En el segundo cuadro ha colocado además a una criada, trasunto de Marta, la mujer que se afana-
                      ba por servir, pero se olvidaba de lo esencial, dejarse amar, llenarse de amor. Este personaje es alguien que, a
                      diferencia de los discípulos más asombrados y gesticulantes, ve pero no entiende. Está preocupado por su la-
                      bor, pendiente más de que todo esté bien y en orden. Su relación con esos personajes es meramente comer-
cial. A lo sumo intenta agradarles pero no participa de la fiesta y de la amistad. Son clientes, no amigos. Su corazón se enciende al
sonar de las monedas, no la presencia del amigo. En cambio los discípulos porque son amigos — amados y amantes — de Jesús pue-
den reconocerle allí donde está. Y hace arder su corazón. Hoy nuestro mundo no necesita tanto medios para vivir, sino motivos para
vivir. Lo decía Madre Teresa de Calcuta al referirse a la pobreza del nuestro primer mundo: es una pobreza de espíritu, de tristeza, de
soledad, de desesperanza… más difícil de llenar porque ese pan no se compra. Se regala y se recibe. En Jesús Eucaristía no encuentro
medios para vivir (por eso algunos lo consideran prescindible o inútil ) sino motivos para vivir, para ser yo mismo más profunda y enri-
quecedoramente. Saberme amado y por ello habitado en lo más profundo por el amor.
       Por eso comulgar debería hacernos arder el corazón. No dejarnos insensibles como el posa-
dero. Comulgar me habilita para reconocer a Jesús allí donde está: en el amor, el servicio. En el
hombre partido por el dolor o en el que se parte para socorrerle. En la pareja que se rompe o
en aquella otra que lucha por su amor. En el joven que ha perdido el camino o en el otro que
le ayuda a volver a encontrarle. En las personas que mueren de hambre o en aquellas que
comparten su vida y dinero para que otros tengan pan, cultura y sanidad. Comulgar debe
hacerme arder el corazón con todo lo humano. Dejar de ser espectador y dejar entrar en
mi corazón todo lo que sucede a mi alrededor. El mundo se convierte en una Hostia
enorme. Cristo que se parte y comparte, que muere por amor a todos los hombres. Y me invita a compartir
ese abrazo y acercar su amor a cada hombre. Es una llamada a una comunión más plena con Dios en la
humanidad. Cuando comulgo entro en el corazón de Dios y en su amor arde mi corazón. Por cada ser
humano. Amo en y con el amor de Dios. Así cada gesto cotidiano hecho con amor puede convertirse en
manifestación de mi comunión con Dios. Pascal hace decir a Dios que “tú no me buscarías, si no me
hubieras encontrado “. Efectivamente, en cada Eucaristía encuentro, ¡ me dejo encontrar ! por el amor
desbordante de Dios. Y después lo busco presente. Y puedo vivirlo, identificarlo, animarlo, reavivarlo,
construirlo porque Él ya me ha encontrado.

    Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén … Caravaggio pinta ambos cuadros como
un espacio abierto. Es cierto que la centralidad la ocupa Jesús, pero desde Él, el pintor abre la pers-
pectiva hacia delante. Jesús en el primer cuadro extiende su mano en señal de querer marcar una dirección
y a la vez como oferta a ocupar un sitio, el que queda vacío justo delante de mí, que contemplo el cuadro.
Además dibuja la cesta de la fruta en una postura original: parece que está a punto de caerse de la mesa y espera
que alguien — yo — la recoja y ocupe el sitio vacío. Es una llamada a sentarme en la mesa vivir la comunión y la pre-
sencia constante con Jesús y con mis hermanos.
     Pero a la vez Caravaggio sabe que de esa mesa hay que levantarse una vez animados y alimentados, hay que levantarse. Co-
mo esos discípulos que ambos cuadros están a punto de alzarse de la mesa. Están llenos de admiración, de alegría y de energía.
                             Pero no están en la mesa para echarse la siesta o simplemente descansar. La mesa de la posada de
                             Emaus tiene una prolongación en los caminos de la vida. Es hermoso sentirse a gusto en la Iglesia o
                             en nuestra oración, pero es necesario desmigar ese amor en la vida ordinaria. Vivir en coherencia mi
                             fe en la vida cotidiana.
                                  El encuentro debe relanzarme a la vida, con ardor y alegría, lleno de fuerza y con la “meta den-
                             tro del corazón”. Encontrame con el Resucitado me anima a vivir otros encuentros:
                           conmigo mismo para vivirme en plenitud, con la comunidad para caminar codo con
                           codo, con el mundo para compartir la Buena Noticia. “ Nuestra misión ahora
                           es ésa: desandar el camino de Emaús, gritar la verdad de Cristo, decir a todos
                           los que buscan que El se deja encontrar, decir a todos los que se sienten solos
                              que El se deja invitar, decir a todos los que dudan que a Cristo se le recono-
                              ce en la palabra y en el partir el pan. “ (Pagola). Salir a los caminos de la vida,
                              que están llenos de gente que camina hacia Emaus o volver incluso a
                                     Jerusalem, allí donde nace la desilusión, el dolor, la muerte. Por-
                                     que allí — sobre todo allí — se necesita una palabra de aliento y
                                     un trozo de pan para reavivar muchos corazones.
Estamos hechos para partir,
                       para buscar siempre la fuente.
                   Para vivir en camino, como peregrinos
                        que se esfuerzan por seguir,
                   y como niños en la escuela de Jesús,
                       y que ... llegados a un punto ...
                             viven el pensamiento
                    que han escrito hasta ese momento,
                   sólo como una introducción al tema ...
                            y vuelven al principio ...
                         ¡ para continuar la historia !

                                           (Madre Teresa de Calcuta )




                           Camino de Emaus de Robert Zünd (1877)
Padnara@yahoo.es
                          Museo de las Bellas artes de St Gallen (Suiza)

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PASCUA 3 (A). DISCÍPULOS DE EMAÚS

  • 1. Cena de Emaus de Caravaggio (1600-1) — National Gallery (Londres)
  • 2. Cena de Emaús de Caravaggio (1606) — Pinacoteca de Brera (Milán)
  • 3. Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. Menos de seis años separan estas dos pinturas realizadas por Caravaggio. Entre ambas se extiende la distancia que hay entre Jerusalem y Emaus, entre los sueños de gloria y el fracaso, entre las expectativas y la realidad, en- tre los ideales y lo hechos que les acompañan. Basta comparar las dos representaciones de Jesús para comprender que al- go ha ocurrido no sólo en su técnica sino en su propia historia personal. El primero (derecha) es un Cristo luminoso, potente, vigoroso, juvenil. Representa un Cristo Resucitado, perenne juventud del Espíri- tu. El pintor ha elegido hacerlo imberbe para resaltar esa juventud, a imitación de las re- presentaciones de Jesús como buen pastor existentes en las catacumbas. Y a la vez ins- pirado por un mentor suyo, el cardenal Federico Borromeo que recomienda que el rostro de Jesús se pareciese al de la Virgen, su madre. Lo pinta un Caravaggio en la cima de su carrera, ensalzado como pintor y con un futuro prometedor. Pero no es capaz de gestionar su éxito y comienza a frecuentar los bajos fondos romanos, siendo protagonista de riñas, escándalos y denuncias. El 29 de mayo de 1606 mata a un hombre y debe huir de Roma. La potente familia Colonna le da refugio cerca de Génova. Permanece allí unos meses y antes de partir realiza este cuadro como regalo sin que nadie se lo encargue. Dibuja una escena más melancólica y sombría. Cristo vuelve a ser la figura de siempre, con aire más cansado (su mano izquierda no se alza y la derecha apenas esboza la bendición), menos luminoso...un Cristo más cercano al declinar del día que a la mañana de Resurrección. Caravaggio se identifica y en cierta medida se retrata en ese Cristo: más cercano a la tristeza y la angustia, solitario, abandonado. Un Cristo que ha resucitado, pero cuya resurrección es una resurrección sufrida. Caravaggio bebe de la devotio moderna (Tomas Kempis y su libro Imitación de Cristo) que trata de identificarse con Cristo e imitarle. Como los discípulos de Emaus, desilusionados y decepcionados, Caravaggio trata de encontrar un elemento para rearmar su espíritu, y parece encontrarle solo en la Pasión de Cristo. Trata de releer su vida des- de la vida de Jesús. Sin Él, su vida, mi vida son versos sueltos, fragmentarios... Me recuerda Caravaggio esa necesidad que todos tenemos de encontrar un sentido a la propia vida. Si miramos las conversa- ciones de cada día están llenas de deportes, de política, el trabajo, de la vida de los otros…. Pero alguna vez debemos pararnos y hablar de nosotros mismos. Como los discípulos de Emaus. De lo que nos duele o decepciona. De lo que nos ilusiona y nos alegra. De todo eso que hace que todo lo que hacemos, construimos, sembramos, apostamos tenga un sentido y una meta. A veces tam- bién como los caminantes de Emaus nos sentimos hábiles en las cosas de cada día pero nos encontramos perdidos delante de las grandes cuestiones de la vida, del mundo, de la sociedad…. Y casi siempre parece que Dios está mudo y distante. Caravaggio es cons- ciente de que aún su fracaso (como lo había sido su éxito) tenía que tener algún sentido. La luz con la que inunda ambos cuadros
  • 4. convierte una escena cotidiana , una comida entre amigos en una pensión cualquiera, en un aconteci- miento especial. La luz que toca y acaricia a Cristo y desde éste se extiende al resto de los personajes, desvela la presencia del Misterio de Dios en esas vidas. Caravaggio con la luz transforma un hecho coti- diano en una experiencia de Salvación. Basta un poco de luz para transformar mi vida, mi mundo, la historia para transformarlos en un Misterio que se va desvelando aún en la oscuridad, en una Salvación presente operante aun en medio de las dificultades y contratiempos , en una Gracia regalada en medio de las luchas y los esfuerzos. Esa luz para mi , para todos los cristianos, debería ser la Palabra de Dios. La misma que explicó Jesús a los discípulos de Emaus e hizo que los rescoldos de su esperanza se reaviva- ran. La Palabra de Dios me permite releer mi propia existencia no desde mi fragilidad o mi riqueza, des- de mis urgencias o necesidades, sino desde algo más grande: la mirada amorosa de Dios. “Quien se mi- ra con los ojos de Dios conseguirá mirar nuestra realidad más pura y esencial “ (Kahlil Gibran). Para muchos cristianos la Biblia es un libro que cuenta historias del pasado, es letra muerta., y nada les dice de su vida. Se acercan con la cabeza o con lo ya oído, creen que es un discurso ya hecho y cerrado. No logran captar como Caravaggio un Dios vivo, que se presenta de diversas formas a lo largo de la vida, que cada momento tiene una palabra única y particular. La alternativa tampoco es mejor: recitar canciones que han compuesto otros, y que hacen que seamos “frases hechas” en vez de lo que somos realmente: poesía de Dios. Parafraseando a Chesterton se podría decir que quien deja de escuchar la Palabra de Dios acaba embaucado apor el primer charlatán que encuentre.. A veces como los discipulos de Emaus somos tardos para entender. En parte el catolicismo ha dejado en segundo lugar la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad. En eso nos llevan la delantera los protestantes. Y en parte se la ha dejado en manos de los expertos y entendidos. Animamos poco a leer la palabra de Dios cada día. Quizás sea dificil en la cultura más audiovisual que nos ha tocado vivir. Quizás urge recuperar (antes o despues , no lo sé) una capacidad perdida: la capacidad de escuchar. Escucharse a uno mismo, en sus deseos y aspiraciones más profundas.Escuchar nuestro mundo, los signos de los tiempos, escuchar de corazón al otro. Y a la vez escuchar la Palabra de Dios, como luz para mi vida y la historia que me ha tocado vivir. Karl Barth dijo que el cristiano debería tener en una mano la Biblia y en otra el periódico. Porque la Palabra de Dios aunque sea perfume del cielo, tiene sabor de tierra. Habla de mi, habla de ti, habla de nosotros. Yo experimento que mi vida cotidiana me interroga cada día. A traves de las personas y sus vidas, de los acontecimientos, de mi actividad o mis ausencias. Y me vienen dadas pocas respuestas. Y casi todas me enfrían el ánimo y el corazón. O hace que me salgan callos. Necesito la voz de Otro. Distinta a la mia o a la que suena en la gramola del mundo. La voz de Alguien que me abra caminos de vuelta a Jerusalem. Sólo su Palabra es la que calienta, da color y contenido a mis palabras. A veces como respuesta, pero casi siempre como nueva pregunta (y ¿tú, qué otra cosa mejor puedes hacer?) o dicho en cristiano, ¿ qué haría Jesús en tu lugar? ) que me devuleve a la vida cargado de fuerza y ánimo, y sobre todo “llevando clavado en el corazón la meta de mi viaje” (Joan Escales) .
  • 5. Y entró para quedarse con ellos . Caravaggio se centra en la escena de la cena, en parte porque la Contrarreforma, en lucha con los protestantes está empeñada en recalcar el valor y significado de la Eu- caristía,. No obstante Caravaggio sabe que un gesto sin una palabra que lo explique puede ser ambiguo y sabe que una palabra sin gestos donde se encarne se queda en algo muerto. Por eso nos reserva tres sorpresas. Una ya reseñada: el Cristo de la segunda Cena es un Cristo más cercano a la Cruz que a la Resurrección. Una segunda: el apóstol de la derecha de la primera Cena extiende sus brazos, en señal de admiración, y coloca sus brazos en cruz., haciendo que sus brazos “paren” las tinieblas del fondo, dejando espacio a la claridad. Es decir ha comprendido en ese momento las explicaciones recibidas durante el camino: que el Mesías tenía que padecer y morir, entregar su vida por amor. Es decir, lo que pri- mero escucharon y no entendieron del todo mientras iban de camino, ahora lo comprenden en ese gesto cotidiano de partir el pan. Cuando han aceptado e interiorizado la idea de un morir y un vivir por amor han podido descubrir el misterio de la Pascua. Y tercero, la diferencia de lo que se hay encima de la me- sa. En el cuadro primero Caravaggio coloca una mesa espléndida, llena de manjares. Además de permitirle desarrollar sus dotes artísticas le permiten referir simbólicamente el hecho de la cena a la Pasión de Jesús: el pollo es símbolo del cuerpo muerto de Jesús, las frutas como las uvas o la granada hablan de su Cuerpo hecho pedazos, que se parte, la manzana hace referencia a la causa de la muerte (el pecado original)… incluso dibuja la sombra de un pez proyectada por el cesto de fruta, símbolo de Jesús. En cambio en el cuadro segundo aparece sólo el pan, pero con un matiz importante: en este cuadro a diferencia del primero está ya partido, roto. Caravaggio, dado a los simbolismos, refiere esa cena a la Pasión de Jesús. Me animan a entender el gesto Eucarístico como un gesto desbordante de amor. Papi- ni lo dice gráficamente: “Cuando en la primera vida fue amigo, no lo habían comprendido; cuando a lo largo del camino fue Maestro, no lo habían reconocido; más en el momento en que tuvo el gesto afectuoso del que sirve a sus criados y brinda un trozo de pan que es vida y esperanza de vi- da, entonces, por primera vez, lo vieron.” Los discípulos experimentan el gesto del amigo que se les acerca de nuevo brindándoles su amistad. Jesús aparece como compañero ( en su expresión original: entre los soldados romanos compañero era el que compartía la ración de pan que les correspondía, y no sólo la tarea o el camino ). Y los materiales que han amasado y hecho fermentar ese pan no son otros que el amor desbordante, la ternura infinita, el perdón incondicional, la confianza absoluta. Los que estuvieron ya pre- sentes en la vida de Jesús. Los que ha colocado Caravaggio en esa rica y abundante mesa. Jesús se hace Eucaristía para hacer pre- sente en medio de nosotros ese Amor desbordante. No sólo unos momentos, sino de manera permanente. Se hace presente y com- pañero en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestras calles… en nuestra vida cotidiana, en los acontecimientos y realidades de nuestra historia. Como el que hace arder nuestro corazón por el amor. Somos compañeros: después de comulgar, de compartir el pan, Él está en mí y yo en Él. Mi camino se convierte en el suyo y el suyo en el mío. El camino de mi vida se va trazando en el amor. Mi corazón va latiendo en su Amor.
  • 6. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Caravaggio debió pintar el segundo cuadro anhelante de esa compañía y cercanía de Jesús en esos momentos que él estaba vi- viendo. Se sentía maldito, partido y entregado a las circunstancias. Necesi- taba sentir una mano amiga que lo bendijese, que diera sentido a su do- lor e hiciera fecundo su existencia de nuevo. Nada distinto de mi. De cada hombre. Caravaggio me anima a acercarme a la Eucaristía como aquellos discípulos: hambriento (no solo de pan, sino de ilusión, de ánimo, de paz ..¡ de amor autentico y profundo!). Pero también Caravaggio me invita a fijarme en las manos de Jesús, ellas son el centro del cuadro. En sus gestos me indica una manera de vivir mi relación con Dios. No la de aquel que se agarra a Dios como a su seguro temeroso o des- encantado del mundo. Sino como aquel que se sabe pan y se coloca confiado en las manos de Jesús. Que se deja bendecir, partir y ser entregado: “estas palabras resumen mi vida como ser humano porque en cada momento de la vida, en alguna parte, el to- mar, el bendecir, el ser partido, el darse, son acontecimientos que suceden, estas palabras se convierten en las más importantes de mi vida porque a través de ellas he entrado en contacto con el modo de convertirme en el Amado de Dios.” (Henri Nouwen). No obstante Caravaggio dibuja las manos de Jesús de manera distinta. En la primera versión bendice con la mano izquierda y lo hace como imponiendo la mano sobre el pan. Es la bendición bíblica, la que derrama la gracia y hace bueno lo bendecido. En la segunda versión Jesús bendice con la derecha y tiene el gesto de hacer la señal de la cruz, el símbolo del Amor infinito con el cual Cristo nos ha amado hasta el final. En ambos casos me recuerda que en las manos de Dios no soy algo sino alguien, soy regalado, donado, amado. Tú y yo. Nosotros. Somos bendecidos por Dios, Él me desea todo bien y hace lo posible para que alcance la pleni- tud de lo que soy. Incluso con más obstinación quw yo. Nunca puedo sentirme maldito, castigado, golpeado por Dios. Los discípu- los lo reconocieron por ese gesto. Él estaba ya allí. Sólo les hizo falta mirar con otros ojos — ojos bendecidos—, lo que les rodeaba para descubrir la presencia del Amigo. Y bendecir la realidad que nos rodea. Una vez bendecido mi vida se convierte en palabra que me dice bien, que me promete el bien del amor de Dios. Otra diferencia es el pan. En la primera versión aún no está partido. En la segunda está ya partido. Quizás Caravaggio ha entendido otra lógica de nuestra vida: es el ser partido. El dolor , la enfermedad nos parte en cuerpo y alma. Los contratiempos, el desamor, la soledad, el fracaso...nos parte el corazón. Nuestro pecado, la incoherencia, el desánimo...nos hace sentirnos partidos y divididos. Podemos com- prendernos como juguetes rotos o como granos que “la vida tritura con do- lor, Dios nos hace Eucaristía en el amor”. Todo ese “partirnos-destrozarnos- dividirnos la vida “ nos habla de nuestras necesidades básicas, a veces desde la experien- cia de haberlas perdido: ser amados, sentirnos útiles, dignos, comprendidos, felices. Ama- mos y anhelamos esas realidades. No el dolor, el sufrimiento, la fragilidad. Pero estas reali- dades que nos visitan cada día no son obstáculos para la alegría, al contrario a veces son
  • 7. el medio misterioso para alcanzarla. No son una maldición,. A mi a veces el dolor me ha servido para recordarme las cosas importan- tes de la vida y otras veces poner al descubierto lo equivocado que está mi corazón por sufrir por tonterías, Es lo que Jesús dice a los discípulos: ¿ No sabias que el Mesías debía sufrir para entrar en la gloria ? Forman parte de nuestra realización humana vivirlas de manera humana, esto es, manteniendo nuestra capacidad de seguir creciendo y madurando como personas. Y ser pan partido pero que sigue bendecido, lleno del amor y el don de Dios. Aún en ese partirse podemos bien intentar recomponernos nosotros mismos y calmar nuestra propia hambre, o como Jesús aceptar ser partidos para darlo todo, aún la propia vida, para colmar el hambre de otros hambrientos. Y esa es la paradoja del Evangelio: sirviendo el pan es como se colma la propia hambre, aceptando la propia fra- gilidad es como nos hacemos fuertes, entregando la vida es como se gana ¡todo!. No basta con hacer sino con ser lo que ya soy: pan amado de Dios. Pan amasado y partido por Dios. Pan repartido por Dios para calmar el hambre de los hombres (su hambre, la misma que la nuestra). En manos de Jesús soy pan elegido, bendecido, partido y donado… ¡ soy — somos pan vivo para el mundo ! ¿No ardía nuestro corazón …?. Acercarnos a la Eucaristía no es sólo cuestión de fe, sino de amor (la docta caritas que decían en la época del pintor). Este lo sabe. Para recordarlo ha colocado un personaje extraño a la escena: el posadero. En el segundo cuadro ha colocado además a una criada, trasunto de Marta, la mujer que se afana- ba por servir, pero se olvidaba de lo esencial, dejarse amar, llenarse de amor. Este personaje es alguien que, a diferencia de los discípulos más asombrados y gesticulantes, ve pero no entiende. Está preocupado por su la- bor, pendiente más de que todo esté bien y en orden. Su relación con esos personajes es meramente comer- cial. A lo sumo intenta agradarles pero no participa de la fiesta y de la amistad. Son clientes, no amigos. Su corazón se enciende al sonar de las monedas, no la presencia del amigo. En cambio los discípulos porque son amigos — amados y amantes — de Jesús pue- den reconocerle allí donde está. Y hace arder su corazón. Hoy nuestro mundo no necesita tanto medios para vivir, sino motivos para vivir. Lo decía Madre Teresa de Calcuta al referirse a la pobreza del nuestro primer mundo: es una pobreza de espíritu, de tristeza, de soledad, de desesperanza… más difícil de llenar porque ese pan no se compra. Se regala y se recibe. En Jesús Eucaristía no encuentro medios para vivir (por eso algunos lo consideran prescindible o inútil ) sino motivos para vivir, para ser yo mismo más profunda y enri- quecedoramente. Saberme amado y por ello habitado en lo más profundo por el amor. Por eso comulgar debería hacernos arder el corazón. No dejarnos insensibles como el posa- dero. Comulgar me habilita para reconocer a Jesús allí donde está: en el amor, el servicio. En el hombre partido por el dolor o en el que se parte para socorrerle. En la pareja que se rompe o en aquella otra que lucha por su amor. En el joven que ha perdido el camino o en el otro que le ayuda a volver a encontrarle. En las personas que mueren de hambre o en aquellas que comparten su vida y dinero para que otros tengan pan, cultura y sanidad. Comulgar debe hacerme arder el corazón con todo lo humano. Dejar de ser espectador y dejar entrar en mi corazón todo lo que sucede a mi alrededor. El mundo se convierte en una Hostia
  • 8. enorme. Cristo que se parte y comparte, que muere por amor a todos los hombres. Y me invita a compartir ese abrazo y acercar su amor a cada hombre. Es una llamada a una comunión más plena con Dios en la humanidad. Cuando comulgo entro en el corazón de Dios y en su amor arde mi corazón. Por cada ser humano. Amo en y con el amor de Dios. Así cada gesto cotidiano hecho con amor puede convertirse en manifestación de mi comunión con Dios. Pascal hace decir a Dios que “tú no me buscarías, si no me hubieras encontrado “. Efectivamente, en cada Eucaristía encuentro, ¡ me dejo encontrar ! por el amor desbordante de Dios. Y después lo busco presente. Y puedo vivirlo, identificarlo, animarlo, reavivarlo, construirlo porque Él ya me ha encontrado. Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén … Caravaggio pinta ambos cuadros como un espacio abierto. Es cierto que la centralidad la ocupa Jesús, pero desde Él, el pintor abre la pers- pectiva hacia delante. Jesús en el primer cuadro extiende su mano en señal de querer marcar una dirección y a la vez como oferta a ocupar un sitio, el que queda vacío justo delante de mí, que contemplo el cuadro. Además dibuja la cesta de la fruta en una postura original: parece que está a punto de caerse de la mesa y espera que alguien — yo — la recoja y ocupe el sitio vacío. Es una llamada a sentarme en la mesa vivir la comunión y la pre- sencia constante con Jesús y con mis hermanos. Pero a la vez Caravaggio sabe que de esa mesa hay que levantarse una vez animados y alimentados, hay que levantarse. Co- mo esos discípulos que ambos cuadros están a punto de alzarse de la mesa. Están llenos de admiración, de alegría y de energía. Pero no están en la mesa para echarse la siesta o simplemente descansar. La mesa de la posada de Emaus tiene una prolongación en los caminos de la vida. Es hermoso sentirse a gusto en la Iglesia o en nuestra oración, pero es necesario desmigar ese amor en la vida ordinaria. Vivir en coherencia mi fe en la vida cotidiana. El encuentro debe relanzarme a la vida, con ardor y alegría, lleno de fuerza y con la “meta den- tro del corazón”. Encontrame con el Resucitado me anima a vivir otros encuentros: conmigo mismo para vivirme en plenitud, con la comunidad para caminar codo con codo, con el mundo para compartir la Buena Noticia. “ Nuestra misión ahora es ésa: desandar el camino de Emaús, gritar la verdad de Cristo, decir a todos los que buscan que El se deja encontrar, decir a todos los que se sienten solos que El se deja invitar, decir a todos los que dudan que a Cristo se le recono- ce en la palabra y en el partir el pan. “ (Pagola). Salir a los caminos de la vida, que están llenos de gente que camina hacia Emaus o volver incluso a Jerusalem, allí donde nace la desilusión, el dolor, la muerte. Por- que allí — sobre todo allí — se necesita una palabra de aliento y un trozo de pan para reavivar muchos corazones.
  • 9. Estamos hechos para partir, para buscar siempre la fuente. Para vivir en camino, como peregrinos que se esfuerzan por seguir, y como niños en la escuela de Jesús, y que ... llegados a un punto ... viven el pensamiento que han escrito hasta ese momento, sólo como una introducción al tema ... y vuelven al principio ... ¡ para continuar la historia ! (Madre Teresa de Calcuta ) Camino de Emaus de Robert Zünd (1877) Padnara@yahoo.es Museo de las Bellas artes de St Gallen (Suiza)