Este documento presenta un resumen de la obra "El Kempis del enfermo" de Juan Manuel Fernández Piera. En las primeras páginas se incluye la presentación del editor, Vicente Hernández Alonso, donde explica las modificaciones realizadas a la obra original para actualizarla y simplificarla. También incluye un prólogo y un epílogo tomados de la carta apostólica "Salvifici doloris" de Juan Pablo II sobre el sentido cristiano del sufrimiento. El cuerpo principal del documento contiene el índice y los capítulos de
3. CONTENIDO
Presentación ................................................................ 9
Prólogo. El evangelio del sufrimiento ................... 13
Introducción ................................................................ 21
I. ¿Tiene algún valor el sufrimiento? .................. 25
1. Llamada a la conversión .............................. 27
2. Camino de santificación ............................. 33
3. Obra de redención ........................................ 45
4. Para llegar a la meta ...................................... 55
II. ¿Cómopuedesobrellevarseelsufrimiento? ....... 69
5. Hacia la aceptación ....................................... 71
6. Con la oración ............................................... 95
Epílogo. El buen samaritano .................................... 105
Índice general .............................................................. 115
4.
5. PRESENTACIÓN
Vicente Hernández Alonso
La obra El Kempis del enfermo, editada por Sociedad de
educación Atenas, alcanzó en 1998 su vigésima edición. El au-
tor,JuanMaríaFernándezPiera,sacerdotecon larga experien-
cia de enfermedad, falleció en 1964. Ediciones Sígueme desea
ofrecer a sus lectores una versión actualizada de esta obra que
tan buen servicio ha prestado a quienes se han acercado a ella
estando enfermos, pero también a los familiares y amigos de
aquellos que sufren la enfermedad.
La Carta apostólica Salvifici doloris (1984), de Juan Pa-
blo II, ofreció una profunda reflexión sobre el sentido cris-
tiano del sufrimiento del hombre. Teniendo de fondo esta
doctrina, se ha realizado una amplia transformación de la
versión original de El Kempis del enfermo.
Permanecen sus dos partes iniciales, pero al mismo
tiempo se han suprimido bastantes apartados y retocado los
títulos. Algunos apartados se han fundido y aparecen con tí-
tulos nuevos. También se ha reorganizado el texto y, sobre
todo, se ha reducido de manera drástica, manteniendo no
obstante la literalidad y el estilo, así como su mensaje funda-
mental. Las abundantes citas de la sagrada Escritura, de los
santos y de otros pensadores, que el autor introducía original-
mente en su discurso, han sido entresacadas del mismo y se
presentanahoraagrupadasenlasegundaseccióndecadauno
de los apartados, convirtiéndose así en breves pensamientos
para la meditación.
6. Por otro lado, se ha considerado oportuno incorporar a la
obra dos fragmentos de Salvifici doloris. Del capítulo sexto,
que lleva por título «El evangelio del sufrimiento», han sido
seleccionados dos números que hacen las veces de prólogo y
epílogo. Su contenido viene a ser una especie de síntesis de la
carta del Papa y sirve al mismo tiempo de encuadre para to-
do el libro.
Finalmente, y teniendo en cuenta que la obra estaba dirigi-
daenprincipioalenfermo,ElKempisdelenfermosuscitarásin
dudaelinterésdefamiliares,amigosyprofesionalesdelasalud.
Para ellos se ha añadido como epílogo el último capítulo de la
mencionadacartaapostólica,titulado«Elbuensamaritano».Se
trata de un comentario a la parábola evangélica ofrecido a to-
dosaquellosque,bienporconsagraciónoprofesión,biendebi-
do a las circunstancias de la vida, se enfrentan a la noble tarea
de prestar su apoyo a quien está siendo probado por el sufri-
miento.
Creemos que de este modo la obra se actualiza, se simpli-
fica, y resulta mucho más fácil de leer; además, se mantiene
su finalidad original: ofrecer una ayuda al enfermo para que
pueda hallar un poco de luz, al menos, para sobrellevar dig-
namente su enfermedad.
Una última recomendación. El Kempis del enfermo es
uno de esos libros que han de leerse poco a poco, más con
intensidad que rápida y superficialmente. Cada pequeño
apartado invita a la interiorización de lo que allí se dice o se
sugiere. De hecho, podría ser considerado como una de
esas obras sin principio ni final; en nada semejante a una
novela, sino más bien como una guía breve que ayude a ilu-
minar –ojalá sea así– el misterio de nuestro sufrimiento y
nuestra enfermedad.
10 Presentación
7. PRÓLOGO
Juan Pablo II,
Salvifici doloris, 26-27.
El evangelio del sufrimiento
Si el primer gran capítulo del evangelio del sufrimiento lo
han escrito desde siempre aquellos que sufren persecuciones
por Cristo, sin embargo, no es menos verdadera la participa-
ción en la escritura de dicho capítulo de todos los que sufren
con Cristo, uniendo los propios sufrimientos humanos a su
sufrimiento salvador. En ellos se realiza lo que los primeros
testigos de la pasión y resurrección han dicho y escrito sobre
la participación en los padecimientos de Cristo. Por consi-
guiente, en ellos se cumple el evangelio del sufrimiento y, a la
vez, cada uno de ellos continúa en cierto modo escribiéndolo;
lo escribe y lo proclama al mundo, lo anuncia en su ambiente
y a los hombres contemporáneos.
A través de los siglos y generaciones se ha constatado que
en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca
interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella
deben su profunda conversión muchos santos, como por
ejemplo Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, etc. Fruto de
esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descu-
bre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que
en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nue-
vo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su
vocación. Este descubrimiento es una confirmación particu-
8. lar de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuer-
po de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo
está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se
siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen
en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual,
constituyendo una lección conmovedora para los hombres
sanos y normales.
Esta madurez interior y grandeza espiritual ante el sufri-
miento ciertamente son fruto de una particular conversión y
cooperación con la gracia del Redentor crucificado. Él mis-
mo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos
por medio de su Espíritu de verdad, por medio del Espíritu
consolador. Él es quien transforma, en cierto sentido, la esen-
cia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que su-
fre un lugar cercano a sí. Él es –como maestro y guía interior–
quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este in-
tercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio
de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal.
Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien defini-
tivo, o sea, del bien de la salvación eterna. Cristo con su sufri-
miento en la cruz ha tocado las raíces mismas del mal: las del
pecado y las de la muerte. Ha vencido al artífice del mal, que
es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador. Ante
el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega
gradualmente los horizontes del reino de Dios, de un mundo
convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado,
que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de
una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo,
en este reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a
través de lo íntimo de su sufrimiento. En efecto, el sufrimien-
to no puede ser transformado y cambiado con una gracia ex-
terior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento
salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento hu-
12 El Kempis del enfermo
9. mano y puede actuar desde el interior del mismo con el po-
der de su Espíritu de verdad, de su Espíritu consolador.
Pero no basta esto sólo. El divino Redentor quiere pene-
trar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su
Madre santísima, primicia y vértice de todos los redimidos.
Como continuación de la maternidad que por obra del Espí-
ritu santo le había dado la vida, Cristo moribundo confirió a
la siempre Virgen María una nueva maternidad –espiritual y
universal– hacia todos los hombres, con el fin de que cada
uno, en la peregrinación de la fe, quedara junto con María es-
trechamente unido a él hasta la cruz, y cada sufrimiento, rege-
nerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la de-
bilidad del hombre, en fuerza de Dios.
Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de
igual manera. A menudo comienza y se instaura con dificul-
tad. El punto mismo de partida es ya distinto; diferente es la
disposición que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede
sin embargo decir que, en la mayoría de los casos, cada uno
llega al sufrimiento con una protesta típicamente humana y
con la pregunta del «porqué». Se interroga sobre el sentido
del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel
humano. Ciertamente dirige muchas veces esta pregunta
también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar
de notar que aquel a quien dirige su pregunta sufre él mismo,
y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el
centro de su propio sufrimiento. Sin embargo, a veces se re-
quiere tiempo, incluso mucho tiempo, para que esta respues-
ta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cris-
to no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta
humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe
su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en
partícipe de los sufrimientos de Cristo.
El evangelio del sufrimiento 13