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El escritor vanguardista
Por Rodrigo Antezana Patton
Todo espacio en blanco es un espacio
sobre el que no se ha escrito.
José E.

Él fue un escritor de vanguardia.
Se llamaba José Erralón, y siempre estuvo por delante de sus contemporáneos. A
sus dieciocho años escribió un cuento sin final, para otorgar esta libertad al lector. Los
revisionistas de la biografía de este autor comentan que se trató de un accidente y el mérito
pertenece al profesor que perdió ese pedazo, pero estos detalles—para la observación y
apreciación de un artista consagrado—carecen de importancia. Por afecto le llamaban Pepe
y el diminutivo le acompañó en toda nota coloquial que escribieran sobre su persona,
comenzando por aquélla, redactada cuando él contaba con apenas veintiún años. Esa nota
halagaba su recientemente publicada novela: “Los senderos del Minotauro”, obra escrita de
tal forma que se podía leer de atrás para adelante, o al revés, saltando un capítulo, o de dos
en dos, y llevaba no una, sino cinco sugerencias de cómo leer el libro. Más de un crítico
dijo que este libro se podía leer de muchas maneras distintas, pero que todas daban como
resultado una mala historia. El tiempo se encargaría de probar que estas vituperaciones eran
los inevitables reproches en contra de alguien que estaba muy por delante de su época.
Pepe, tan sólo un año más tarde, sorprendió nuevamente al mundo publicando la edición
femenina de su libro. Era exactamente el mismo, pero con los nombres de los capítulos
impresos en color rosado. “Es que en el fondo somos lo mismo”, se defendió él, y su obra
se convirtió en pendón de las feministas.
Pero cuando se está adelante hay que caminar más rápido, el próximo libro de Pepe
lo consagró a escala mundial. Le tomó cuatro años escribirlo, no era solamente una obra
escrita con los tres tiempos entremezclados: el pasado, el presente y el futuro, también
incluía dimensiones paralelas, sin tiempo. Las voces detractoras de su obra ya no pudieron
hacerse escuchar, el clamor por su libro, titulado „Esto está muy confuso‟, las calló a todas.
Un Pepe reconocido y halagado por todo el orbe, hizo una sencilla declaración para que
todos comprendieran que la madurez le había llegado: “llámenme José” dijo y no fue
necesario añadir más palabras. Sin embargo, el diminutivo permaneció con él debido al
profundo cariño de sus seguidores y al desdén con que le contemplaban sus enemigos.
A partir de „Esto está muy confuso‟, Pepe no dejó de sorprender al mundo literario.
Primero vino su libro „Sustantivos‟, escrito únicamente con sustantivos. “Se lee como un
telegrama”, dijeron los conservadores, los rancios, pero los progresistas, las avanzadillas de
la cultura, corearon su apoyo al nuevo aporte de este ya gran escritor a los veintisiete años.
En una impresionante racha creativa, Pepe presentó en poco tiempo sus obras: „Adverbio‟,
„Adjetivo‟ y, la más dinámica de este grupo, „Verbo‟. Llorando confesó a sus seguidores
que no podría hacer „Artículo‟, como habían anunciado sus editores. “Es demasiado
difícil”, se excusó él, sintiéndose muy compungido, a la vez que presentaba el cuento largo
del mismo título, como consuelo para la copiosa bandada de seguidores que Pepe se había
ganado.
La reaccionaria crítica repitió sus monótonas quejas, cada palabra suya confirmaba
su rezague ante la avasalladora y trepidante evolución de este pináculo de la obra escrita.
Esos, sus detractores, sobre „Adverbio‟ y los otros escritos dijeron lo mismo que habían
declarado respecto a „Sustantivo‟, la defensa, en cambio, planteaba nuevos y creativos
comentarios a cada volumen y al extenso cuento. De „Sustantivo‟ se dijo “resume lo que
existe” (exquisito juego de palabras, ya que „existe‟ es verbo), de „Adverbio‟, que
“modifica”, de „Adjetivo‟, que “califica”, y de „Verbo‟, que era pura acción. Los
especialistas tardaron en pronunciarse respecto al cuento largo, „Artículo‟, debido a que era
una lectura difícil en exceso. “Me duele la cabeza cuando leo”, declaró uno. “Abordo un
párrafo por semana”, dijo otro, pero el consenso a favor era claro, se trataba de una obra
excepcional, magnífico fruto de un esfuerzo monumental. Los añejos, por supuesto,
desacreditaron la historia narrada: “no existe” decían, mas sus palabras ya no importaban,
la sentencia pública era clara: éxito.
Finalizado „Artículo‟ llegó para Pepe un duro periodo experimental. Esta época
culmina con su libro construido en base a crucigramas, sin indicaciones para llenar las
casillas, el lector tan sólo tenía como guía el número de cuadrados en blanco. Esta última
creación dejó pasmadas a las bibliófilas masas cultas que le adoraban y es ésta,
innegablemente, su obra maestra de este período. Pero no debemos olvidar la sensibilidad
que reflejaban sus otras creaciones, como “Fragilidad”, rudo poemario impreso sobre hojas
secas de palmera, edición limitada. Y es imposible dejar a un lado, sin mencionar, su
colaboración con el ingeniero de sistemas, Miguel Certera. Guiado por Pepe, Certera
desarrolló un programa que buscaba palabras en internet y de forma aleatoria construía un
texto. „Encuentros‟ denominaron al programa y ambos reclamaron como suyos los derechos
de autor de cada historia desarrollada por este medio. Poco después, Certera, reconociendo
el genio del autor literario, cedió los derechos de esos escritos a Pepe, “cualquiera podría
haber escrito el programa”, declaró Certera. También pertenecen a este período:
„Reproducción‟ y „Reciclemos o morimos‟, pero debemos lamentar la imposibilidad de
discutir los méritos y aportes de cada una de estas obras maestras para concentrarnos no en
ese magnífico producto al que se referían como „Casillas‟ (ya que en verdad no tenía
nombre, aunque sí presentaba en la tapa una hilera con ocho pequeños cuadrados en
blanco), porque esta obra ya fue ampliamente discutida. No, la prisa se debe al ansia por
abordar esa obra infinita y totalizadora, que Pepe abordaría en su próxima intervención
pública: la obra no escrita.
Podemos presentar al libro crucigrama (una obra borrada y encasillada) como un
adelanto de lo que él propondría a continuación en su perenne ascenso literario. Un día
como cualquier otro—como suelen ser los grandes días—Pepe convocó a la prensa literaria
para hacer el anuncio más revolucionario en la historia de este noble arte, el autor comunicó
que a su próxima obra no la escribiría. Hubo sorpresa y confusión, todavía nadie
comprendía la idea. Surgieron las preguntas: “¿Escribiría otro autor su próxima obra?”,
“Pensaba empezar por el último libro de una serie, o sea, ¿escribiría su pos próxima obra?”
No y no. Prosiguió el interrogatorio y poco a poco la imagen se fue formando, completa,
total, revolucionaria. La obra no sería escrita y ésa era la obra. La idea golpeó las
vanguardias literarias de todo el mundo con la fuerza de un enfurecido tsunami, todos
quedaron paralizados, reconociendo que el genio de José, el gran Pepe, les había
adelantado. Él había llegado a la meta antes que cualquiera, él había ganado, nadie podía
ser más vanguardista. A medida que la idea se introducía en las aturdidas mentes escritoras,
comenzaron a llegar los aplausos y la aclamación. Eruditos se dispusieron a releer los
clásicos a través de la mirada provista por esta genial innovación (años después, todavía
esperamos sus conclusiones, que seguramente serán iluminadoras).
Pepe se embarcó en un ciclo de conferencias por todo el mundo para explicar y
presentar la belleza de esta idea, cuya concreción era invisible y omnipresente, a la vez. De
otros puntos del globo llegaban los comentarios de sus colegas, todos reconociendo el
genio, la inventiva, del gran Pepe. “Muy por delante de nosotros”, dijo uno. “José siempre
se mantuvo en la cabecera por dos pasos, era imposible alcanzarlo”, expreso otro (Respecto
a la ausencia del diminutivo, esto se debe a que en otros idiomas éste jamás fue adoptado)
y, el más osado, declaró: “Llegar donde está él (Pepe) es muy difícil, se requiere mucho
coraje. Yo tal vez no escriba mi próxima obra, pero todavía dudo, ¿soy tan vanguardista?
No lo sé”. La crítica, que siempre acecha a las personas con verdadera importancia, no
esperó para manifestar sus apreciaciones. “No hay nada a lo que criticar”, “menos malos
libros que leer”, “Pepe siempre fue un regalo para nosotros, éste es tan sólo su obsequio
final”, fueron algunos de sus ponzoñosos comentarios, pero tan sólo en esta muestra de
opiniones ya se vislumbra con claridad la incomprensión sobre esta última aportación suya,
la obra ausente, ya que ésta se encontraba en todas partes.
Pepe explicó en sus conferencias que debido a que se trataba de una obra literaria no
escrita, ésta solamente se podía apreciar cuando no se leía un libro pero existía la voluntad
de hacerlo. O sea, la obra no escrita estaba ahí en todo lugar donde el libro concreto no
estaba, en todos los espacios en blanco, ahí. Tan sólo se podía tener contacto con la obra no
escrita, no se podía leerla, y uno estaba en permanente contacto con ella, entre cada línea sí
escrita. A medida que se iniciaba la discusión sobre este gran tema, llegaban las historias
que la obra no escrita había provocado. Un autor decidió hacer desaparecer toda prueba de
la existencia de su más reciente novela, a punto de ser publicada, borró el archivo que la
contenía en su computadora, después sumergió el disco duro en ácido y quemó todas las
copias que tenía de su escrito, incluyendo sus borradores. Pepe, con mucho pesar,
comunicó a ese autor que su obra no estaba no escrita, sino tan sólo destruida y eso había
sucedido desde el principio de los tiempos y no podía calificarse como movimiento
vanguardista. El autor incinerador debió reconocer su torpeza y comenzó, nuevamente, a
escribir esa novela destruida.
Del lejano y exótico oriente nos llegó una historia más triste, a la vez que se
publicaba en nuestra lengua, con traducciones inmediatas a muchas otras, el manual sobre
la creación y naturaleza de la obra no escrita (Volumen trabajado por Pepe y un destacado
literato, profesor de una de las más prestigiosas universidades de nuestro país. Todo un
capítulo estaba dedicado a la confusión que puede provocar la obra destruida). Suplico al
público, se me permita hacer un paréntesis para hablar de otro autor, por dos motivos: uno,
para redundar en la habilidad del gran Pepe a través de la comparación y dos, para recordar
una brillante figura de la palabra escrita; aunque lo fuese a través de ideogramas. Cuando le
llegó la noticia de la obra no escrita, en las lejanas tierras hacia el este, un autor declaró
compungido que él también había sido siempre un vanguardista. El oriental había creado
obras tan ejemplares como „Pictograma‟, en cuatro volúmenes, donde sólo trabajaba con un
tipo de carácter (o sea, un solo símbolo) de acuerdo con la clasificación de Tsu Chen.
Podríamos decir que era equivalente a la serie de „Sustantivo‟, creada por Pepe (respecto a
la cual es contemporánea; aunque independiente), pero a un nivel conceptual muy distinto.
El primer volumen del autor oriental estaba construido por cosas, tsiantsin, el segundo por
ideas y conceptos, Chitsi, y así. Este escritor también creó un libro que se debía leer de
izquierda a derecha y de adelante hacia atrás, algo único en estas regiones.
También vale la pena recordar otra obra, donde se nos narra las diferentes
reencarnaciones de un grupo de personajes y donde el pasado será el futuro. Finalmente
mencionaré aquella donde todo sucede entre un conjunto de demonios que se
transformaban en el personaje de turno, uno por vez, y asumían su personalidad y objetivos,
dando la impresión de que nada cambiaba, pero el contexto nos permitía saber que era
completamente distinto, al final parece que ganan los buenos y pierden los malos, pero los
buenos; aunque hicieron el bien, eran en verdad los malos y el fracaso; a pesar de la
victoria, alcanza niveles épicos. Pero cuando se le presentó el desafío de Pepe, con la obra
no escrita, el oriental no pudo ponerse a la altura. El asiático escribía para expresarse;
siempre innovando sobre esas aventajadas obras suyas, el no escribir, para permanecer a la
vanguardia, le era algo inimaginable. Sin embargo, firme y decidido a permanecer en ella
no escribió su próxima obra y no escribiría las próximas y cometió suicidio ritual para
evitarse el dolor que la no escritura le provocaba.
Pepe, en su grandeza, otorgó al oriental el honor de ser el otro autor de la obra no
escrita, la de éste, por supuesto, en su propio idioma; en cambio, el resto de los idiomas
tuvieron que contentarse con traducciones. Fue esta idea, la de las traducciones, la que
incentivaría el último aporte de éste, el autor inmortal, el gran Pepe. A medida que se
iniciaba la última discusión importante sobre la obra no escrita. El argumento que
planteaban los obsoletos opositores al contacto con la obra no escrita, decía que estos
espacios siempre existieron en todas las obras, en todos los tiempos y, por lo tanto, no
podía reclamarse como contacto con la obra no escrita. Pepe tenía una respuesta breve pero
clara: “Sin la existencia del concepto de la obra no escrita, todo espacio en blanco es tan
sólo un vacío, la existencia del concepto de la obra no escrita permite llenar ese espacio con
mi creación”. Contundente, claro, indiscutible. La obra de Pepe había llenado lo que
previamente fueron tan sólo espacios vacíos.
Las traducciones de la obra no escrita se habían negociado en todos los idiomas y la
editorial más importante de nuestra lengua compró los derechos de la misma, pero ¿cómo
podían cobrar o vender algo que no existía? La compra y los pagos se habían hecho por
prestigio, para tener el catálogo completo de este autor revolucionario, pero ellos no
contaban con el favor que la prodigiosa inventiva de él, el gran autor, les haría. Pepe aportó
el concepto, y así la obra, de la historia vivida o imaginada no escrita, entre las obras suyas.
Así, toda persona que había vivido una historia o había imaginado una y no deseaba
escribirla, debía pagar los derechos de autor a José, si eran tan sólo un poco honestos,
porque era suya la obra no escrita. El amor al arte no se hizo esperar y un continuo
manantial de dinero comenzó a fluir hacia las arcas de las editoriales que ostentaban los
derechos de autor de Pepe (en el caso del mencionado autor oriental, estas ganancias iban a
los herederos). Pepe se hacía rico. Los envidiosos, porque ya no podemos otorgarles el
rango de críticos, decían que sólo los impresionables o las personas menos interesantes,
para ufanarse de haber tenido una historia, pagaban por esas supuestas historias vividas o
imaginadas. Debieron tragarse sus palabras cuando se supo que una reina compraba
periódicamente las historias no escritas de y sobre su familia, para evitarse escándalos, “Y
también pagando a los posibles autores” dijeron con menosprecio, pero a esas voces ya no
vale la pena prestar atención.
Ahora, entramos al período más trágico en la vida de él, el inimitable. Todo
comenzó cuando unos ladinos productores de cine decidieron adaptar la obra no escrita al
cine, el proyecto contaba con un presupuesto modesto pero consiguieron a un excelente y
renombrado director. También se decían loas sobre el agente de mercadeo. Durante el
proyecto, y aún después del avasallador éxito de este filme no filmado entre la gente culta,
Pepe, con la entereza que lo caracterizaba, no protestó, esperando con dignidad que se le
pagaran los derechos de autor por adaptar su obra, pero este importe no llegó. Muy a pesar
suyo, Pepe inició el juicio. El gran autor trabajó concienzudamente en la defensa, se llenó
de argumentos y dio ejemplares discursos en cada uno de los tribunales. Los productores se
defendieron diciendo que la obra de José tan sólo fue una fuente de inspiración, ya que el
no filmado filme se basaba en un no escrito guión original, y no en una adaptación.
Absurdamente, le pidieron al gran autor que presentara al guionista que había adaptado su
obra, pero Pepe no ingresó en juegos tontos, se asió a la lógica. Su obra no podía ser tan
sólo fuente de inspiración, eso ya significaba una adaptación y la idea original le pertenecía.
Desfilaron los testigos convocados por la defensa y el demandante. Los seguidores
del gran autor estaban mejor organizados y la chapucería de la defensa se hacía patente a
cada paso; incluso, uno de sus declarantes llegó a decir: “¿Qué? Yo no entiendo nada”.
Pero la distancia entre ambos medios, el cine y la literatura, más la ceguera de los hombres
de ley ante las reglas del arte, impidieron un feliz desenlace. Pepe declaró en más de una
ocasión que no lo hacía por dinero, si no por reconocimiento a su arte, a su obra, ya que
cuando no está escrita se torna muy frágil. Las apelaciones no sirvieron de nada, a medida
que el escándalo generaba interés tanto en el filme no filmado como en la obra no escrita, y
aunque Pepe contaba con los recursos, la impotencia ante la afrenta que sufría cobró su
precio en la salud del gran autor. Murió pocos meses después del fallo en contra de la corte
suprema. Intentaron consolarlo con la victoria moral; reivindicada inclusive en algunas
revistas de cine y compartida por todos los respetables literatos de la Academia. “La
literatura siempre abarca más que el cine”, decían para animarlo, renombrados profesores,
pero ya era demasiado tarde, los cuatro años de juicios habían drenado sus fuerzas. Ahora
su cuerpo inerte desaparece poco a poco en un cementerio, el lugar de su entierro señalado
por la ausencia de una lápida no escrita que tampoco fue hecha.
Un hombre tan grande obtuvo muchos enemigos entre los mediocres. “Y le quedaba
tanto por no escribir”, comentaron con sorna tras su muerte, pero su mayor defensa es esa
obra mayúscula, imperecedera y omnipresente, la obra vivida o imaginada no escrita, suya.
Y tú, estimado lector que me acompañaste a través de esta breve biografía, estuviste en
contacto con ella a través de cada uno y todos los espacios vacíos, desde que leíste el
concepto. “A quién diablos le importa”, exclamaron los censores de su obra, pero eso dicen
porque saben que no pueden evitar mirarla y su críptico y permanente silencio les grita la
gloria de él, el mayor autor vanguardista: el gran Pepe.
Rodrigo Antezana Patton © 2008 Reservados todos los derechos. (Escribí este cuento hace
muchos años, probablemente por el 2002, 2003 o antes).

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El escritor vanguardista Pepe

  • 1. El escritor vanguardista Por Rodrigo Antezana Patton Todo espacio en blanco es un espacio sobre el que no se ha escrito. José E. Él fue un escritor de vanguardia. Se llamaba José Erralón, y siempre estuvo por delante de sus contemporáneos. A sus dieciocho años escribió un cuento sin final, para otorgar esta libertad al lector. Los revisionistas de la biografía de este autor comentan que se trató de un accidente y el mérito pertenece al profesor que perdió ese pedazo, pero estos detalles—para la observación y apreciación de un artista consagrado—carecen de importancia. Por afecto le llamaban Pepe y el diminutivo le acompañó en toda nota coloquial que escribieran sobre su persona, comenzando por aquélla, redactada cuando él contaba con apenas veintiún años. Esa nota halagaba su recientemente publicada novela: “Los senderos del Minotauro”, obra escrita de tal forma que se podía leer de atrás para adelante, o al revés, saltando un capítulo, o de dos en dos, y llevaba no una, sino cinco sugerencias de cómo leer el libro. Más de un crítico dijo que este libro se podía leer de muchas maneras distintas, pero que todas daban como resultado una mala historia. El tiempo se encargaría de probar que estas vituperaciones eran los inevitables reproches en contra de alguien que estaba muy por delante de su época. Pepe, tan sólo un año más tarde, sorprendió nuevamente al mundo publicando la edición femenina de su libro. Era exactamente el mismo, pero con los nombres de los capítulos impresos en color rosado. “Es que en el fondo somos lo mismo”, se defendió él, y su obra se convirtió en pendón de las feministas. Pero cuando se está adelante hay que caminar más rápido, el próximo libro de Pepe lo consagró a escala mundial. Le tomó cuatro años escribirlo, no era solamente una obra escrita con los tres tiempos entremezclados: el pasado, el presente y el futuro, también incluía dimensiones paralelas, sin tiempo. Las voces detractoras de su obra ya no pudieron hacerse escuchar, el clamor por su libro, titulado „Esto está muy confuso‟, las calló a todas. Un Pepe reconocido y halagado por todo el orbe, hizo una sencilla declaración para que todos comprendieran que la madurez le había llegado: “llámenme José” dijo y no fue necesario añadir más palabras. Sin embargo, el diminutivo permaneció con él debido al profundo cariño de sus seguidores y al desdén con que le contemplaban sus enemigos. A partir de „Esto está muy confuso‟, Pepe no dejó de sorprender al mundo literario. Primero vino su libro „Sustantivos‟, escrito únicamente con sustantivos. “Se lee como un telegrama”, dijeron los conservadores, los rancios, pero los progresistas, las avanzadillas de la cultura, corearon su apoyo al nuevo aporte de este ya gran escritor a los veintisiete años. En una impresionante racha creativa, Pepe presentó en poco tiempo sus obras: „Adverbio‟, „Adjetivo‟ y, la más dinámica de este grupo, „Verbo‟. Llorando confesó a sus seguidores que no podría hacer „Artículo‟, como habían anunciado sus editores. “Es demasiado difícil”, se excusó él, sintiéndose muy compungido, a la vez que presentaba el cuento largo del mismo título, como consuelo para la copiosa bandada de seguidores que Pepe se había ganado. La reaccionaria crítica repitió sus monótonas quejas, cada palabra suya confirmaba su rezague ante la avasalladora y trepidante evolución de este pináculo de la obra escrita.
  • 2. Esos, sus detractores, sobre „Adverbio‟ y los otros escritos dijeron lo mismo que habían declarado respecto a „Sustantivo‟, la defensa, en cambio, planteaba nuevos y creativos comentarios a cada volumen y al extenso cuento. De „Sustantivo‟ se dijo “resume lo que existe” (exquisito juego de palabras, ya que „existe‟ es verbo), de „Adverbio‟, que “modifica”, de „Adjetivo‟, que “califica”, y de „Verbo‟, que era pura acción. Los especialistas tardaron en pronunciarse respecto al cuento largo, „Artículo‟, debido a que era una lectura difícil en exceso. “Me duele la cabeza cuando leo”, declaró uno. “Abordo un párrafo por semana”, dijo otro, pero el consenso a favor era claro, se trataba de una obra excepcional, magnífico fruto de un esfuerzo monumental. Los añejos, por supuesto, desacreditaron la historia narrada: “no existe” decían, mas sus palabras ya no importaban, la sentencia pública era clara: éxito. Finalizado „Artículo‟ llegó para Pepe un duro periodo experimental. Esta época culmina con su libro construido en base a crucigramas, sin indicaciones para llenar las casillas, el lector tan sólo tenía como guía el número de cuadrados en blanco. Esta última creación dejó pasmadas a las bibliófilas masas cultas que le adoraban y es ésta, innegablemente, su obra maestra de este período. Pero no debemos olvidar la sensibilidad que reflejaban sus otras creaciones, como “Fragilidad”, rudo poemario impreso sobre hojas secas de palmera, edición limitada. Y es imposible dejar a un lado, sin mencionar, su colaboración con el ingeniero de sistemas, Miguel Certera. Guiado por Pepe, Certera desarrolló un programa que buscaba palabras en internet y de forma aleatoria construía un texto. „Encuentros‟ denominaron al programa y ambos reclamaron como suyos los derechos de autor de cada historia desarrollada por este medio. Poco después, Certera, reconociendo el genio del autor literario, cedió los derechos de esos escritos a Pepe, “cualquiera podría haber escrito el programa”, declaró Certera. También pertenecen a este período: „Reproducción‟ y „Reciclemos o morimos‟, pero debemos lamentar la imposibilidad de discutir los méritos y aportes de cada una de estas obras maestras para concentrarnos no en ese magnífico producto al que se referían como „Casillas‟ (ya que en verdad no tenía nombre, aunque sí presentaba en la tapa una hilera con ocho pequeños cuadrados en blanco), porque esta obra ya fue ampliamente discutida. No, la prisa se debe al ansia por abordar esa obra infinita y totalizadora, que Pepe abordaría en su próxima intervención pública: la obra no escrita. Podemos presentar al libro crucigrama (una obra borrada y encasillada) como un adelanto de lo que él propondría a continuación en su perenne ascenso literario. Un día como cualquier otro—como suelen ser los grandes días—Pepe convocó a la prensa literaria para hacer el anuncio más revolucionario en la historia de este noble arte, el autor comunicó que a su próxima obra no la escribiría. Hubo sorpresa y confusión, todavía nadie comprendía la idea. Surgieron las preguntas: “¿Escribiría otro autor su próxima obra?”, “Pensaba empezar por el último libro de una serie, o sea, ¿escribiría su pos próxima obra?” No y no. Prosiguió el interrogatorio y poco a poco la imagen se fue formando, completa, total, revolucionaria. La obra no sería escrita y ésa era la obra. La idea golpeó las vanguardias literarias de todo el mundo con la fuerza de un enfurecido tsunami, todos quedaron paralizados, reconociendo que el genio de José, el gran Pepe, les había adelantado. Él había llegado a la meta antes que cualquiera, él había ganado, nadie podía ser más vanguardista. A medida que la idea se introducía en las aturdidas mentes escritoras, comenzaron a llegar los aplausos y la aclamación. Eruditos se dispusieron a releer los clásicos a través de la mirada provista por esta genial innovación (años después, todavía esperamos sus conclusiones, que seguramente serán iluminadoras).
  • 3. Pepe se embarcó en un ciclo de conferencias por todo el mundo para explicar y presentar la belleza de esta idea, cuya concreción era invisible y omnipresente, a la vez. De otros puntos del globo llegaban los comentarios de sus colegas, todos reconociendo el genio, la inventiva, del gran Pepe. “Muy por delante de nosotros”, dijo uno. “José siempre se mantuvo en la cabecera por dos pasos, era imposible alcanzarlo”, expreso otro (Respecto a la ausencia del diminutivo, esto se debe a que en otros idiomas éste jamás fue adoptado) y, el más osado, declaró: “Llegar donde está él (Pepe) es muy difícil, se requiere mucho coraje. Yo tal vez no escriba mi próxima obra, pero todavía dudo, ¿soy tan vanguardista? No lo sé”. La crítica, que siempre acecha a las personas con verdadera importancia, no esperó para manifestar sus apreciaciones. “No hay nada a lo que criticar”, “menos malos libros que leer”, “Pepe siempre fue un regalo para nosotros, éste es tan sólo su obsequio final”, fueron algunos de sus ponzoñosos comentarios, pero tan sólo en esta muestra de opiniones ya se vislumbra con claridad la incomprensión sobre esta última aportación suya, la obra ausente, ya que ésta se encontraba en todas partes. Pepe explicó en sus conferencias que debido a que se trataba de una obra literaria no escrita, ésta solamente se podía apreciar cuando no se leía un libro pero existía la voluntad de hacerlo. O sea, la obra no escrita estaba ahí en todo lugar donde el libro concreto no estaba, en todos los espacios en blanco, ahí. Tan sólo se podía tener contacto con la obra no escrita, no se podía leerla, y uno estaba en permanente contacto con ella, entre cada línea sí escrita. A medida que se iniciaba la discusión sobre este gran tema, llegaban las historias que la obra no escrita había provocado. Un autor decidió hacer desaparecer toda prueba de la existencia de su más reciente novela, a punto de ser publicada, borró el archivo que la contenía en su computadora, después sumergió el disco duro en ácido y quemó todas las copias que tenía de su escrito, incluyendo sus borradores. Pepe, con mucho pesar, comunicó a ese autor que su obra no estaba no escrita, sino tan sólo destruida y eso había sucedido desde el principio de los tiempos y no podía calificarse como movimiento vanguardista. El autor incinerador debió reconocer su torpeza y comenzó, nuevamente, a escribir esa novela destruida. Del lejano y exótico oriente nos llegó una historia más triste, a la vez que se publicaba en nuestra lengua, con traducciones inmediatas a muchas otras, el manual sobre la creación y naturaleza de la obra no escrita (Volumen trabajado por Pepe y un destacado literato, profesor de una de las más prestigiosas universidades de nuestro país. Todo un capítulo estaba dedicado a la confusión que puede provocar la obra destruida). Suplico al público, se me permita hacer un paréntesis para hablar de otro autor, por dos motivos: uno, para redundar en la habilidad del gran Pepe a través de la comparación y dos, para recordar una brillante figura de la palabra escrita; aunque lo fuese a través de ideogramas. Cuando le llegó la noticia de la obra no escrita, en las lejanas tierras hacia el este, un autor declaró compungido que él también había sido siempre un vanguardista. El oriental había creado obras tan ejemplares como „Pictograma‟, en cuatro volúmenes, donde sólo trabajaba con un tipo de carácter (o sea, un solo símbolo) de acuerdo con la clasificación de Tsu Chen. Podríamos decir que era equivalente a la serie de „Sustantivo‟, creada por Pepe (respecto a la cual es contemporánea; aunque independiente), pero a un nivel conceptual muy distinto. El primer volumen del autor oriental estaba construido por cosas, tsiantsin, el segundo por ideas y conceptos, Chitsi, y así. Este escritor también creó un libro que se debía leer de izquierda a derecha y de adelante hacia atrás, algo único en estas regiones. También vale la pena recordar otra obra, donde se nos narra las diferentes reencarnaciones de un grupo de personajes y donde el pasado será el futuro. Finalmente
  • 4. mencionaré aquella donde todo sucede entre un conjunto de demonios que se transformaban en el personaje de turno, uno por vez, y asumían su personalidad y objetivos, dando la impresión de que nada cambiaba, pero el contexto nos permitía saber que era completamente distinto, al final parece que ganan los buenos y pierden los malos, pero los buenos; aunque hicieron el bien, eran en verdad los malos y el fracaso; a pesar de la victoria, alcanza niveles épicos. Pero cuando se le presentó el desafío de Pepe, con la obra no escrita, el oriental no pudo ponerse a la altura. El asiático escribía para expresarse; siempre innovando sobre esas aventajadas obras suyas, el no escribir, para permanecer a la vanguardia, le era algo inimaginable. Sin embargo, firme y decidido a permanecer en ella no escribió su próxima obra y no escribiría las próximas y cometió suicidio ritual para evitarse el dolor que la no escritura le provocaba. Pepe, en su grandeza, otorgó al oriental el honor de ser el otro autor de la obra no escrita, la de éste, por supuesto, en su propio idioma; en cambio, el resto de los idiomas tuvieron que contentarse con traducciones. Fue esta idea, la de las traducciones, la que incentivaría el último aporte de éste, el autor inmortal, el gran Pepe. A medida que se iniciaba la última discusión importante sobre la obra no escrita. El argumento que planteaban los obsoletos opositores al contacto con la obra no escrita, decía que estos espacios siempre existieron en todas las obras, en todos los tiempos y, por lo tanto, no podía reclamarse como contacto con la obra no escrita. Pepe tenía una respuesta breve pero clara: “Sin la existencia del concepto de la obra no escrita, todo espacio en blanco es tan sólo un vacío, la existencia del concepto de la obra no escrita permite llenar ese espacio con mi creación”. Contundente, claro, indiscutible. La obra de Pepe había llenado lo que previamente fueron tan sólo espacios vacíos. Las traducciones de la obra no escrita se habían negociado en todos los idiomas y la editorial más importante de nuestra lengua compró los derechos de la misma, pero ¿cómo podían cobrar o vender algo que no existía? La compra y los pagos se habían hecho por prestigio, para tener el catálogo completo de este autor revolucionario, pero ellos no contaban con el favor que la prodigiosa inventiva de él, el gran autor, les haría. Pepe aportó el concepto, y así la obra, de la historia vivida o imaginada no escrita, entre las obras suyas. Así, toda persona que había vivido una historia o había imaginado una y no deseaba escribirla, debía pagar los derechos de autor a José, si eran tan sólo un poco honestos, porque era suya la obra no escrita. El amor al arte no se hizo esperar y un continuo manantial de dinero comenzó a fluir hacia las arcas de las editoriales que ostentaban los derechos de autor de Pepe (en el caso del mencionado autor oriental, estas ganancias iban a los herederos). Pepe se hacía rico. Los envidiosos, porque ya no podemos otorgarles el rango de críticos, decían que sólo los impresionables o las personas menos interesantes, para ufanarse de haber tenido una historia, pagaban por esas supuestas historias vividas o imaginadas. Debieron tragarse sus palabras cuando se supo que una reina compraba periódicamente las historias no escritas de y sobre su familia, para evitarse escándalos, “Y también pagando a los posibles autores” dijeron con menosprecio, pero a esas voces ya no vale la pena prestar atención. Ahora, entramos al período más trágico en la vida de él, el inimitable. Todo comenzó cuando unos ladinos productores de cine decidieron adaptar la obra no escrita al cine, el proyecto contaba con un presupuesto modesto pero consiguieron a un excelente y renombrado director. También se decían loas sobre el agente de mercadeo. Durante el proyecto, y aún después del avasallador éxito de este filme no filmado entre la gente culta, Pepe, con la entereza que lo caracterizaba, no protestó, esperando con dignidad que se le
  • 5. pagaran los derechos de autor por adaptar su obra, pero este importe no llegó. Muy a pesar suyo, Pepe inició el juicio. El gran autor trabajó concienzudamente en la defensa, se llenó de argumentos y dio ejemplares discursos en cada uno de los tribunales. Los productores se defendieron diciendo que la obra de José tan sólo fue una fuente de inspiración, ya que el no filmado filme se basaba en un no escrito guión original, y no en una adaptación. Absurdamente, le pidieron al gran autor que presentara al guionista que había adaptado su obra, pero Pepe no ingresó en juegos tontos, se asió a la lógica. Su obra no podía ser tan sólo fuente de inspiración, eso ya significaba una adaptación y la idea original le pertenecía. Desfilaron los testigos convocados por la defensa y el demandante. Los seguidores del gran autor estaban mejor organizados y la chapucería de la defensa se hacía patente a cada paso; incluso, uno de sus declarantes llegó a decir: “¿Qué? Yo no entiendo nada”. Pero la distancia entre ambos medios, el cine y la literatura, más la ceguera de los hombres de ley ante las reglas del arte, impidieron un feliz desenlace. Pepe declaró en más de una ocasión que no lo hacía por dinero, si no por reconocimiento a su arte, a su obra, ya que cuando no está escrita se torna muy frágil. Las apelaciones no sirvieron de nada, a medida que el escándalo generaba interés tanto en el filme no filmado como en la obra no escrita, y aunque Pepe contaba con los recursos, la impotencia ante la afrenta que sufría cobró su precio en la salud del gran autor. Murió pocos meses después del fallo en contra de la corte suprema. Intentaron consolarlo con la victoria moral; reivindicada inclusive en algunas revistas de cine y compartida por todos los respetables literatos de la Academia. “La literatura siempre abarca más que el cine”, decían para animarlo, renombrados profesores, pero ya era demasiado tarde, los cuatro años de juicios habían drenado sus fuerzas. Ahora su cuerpo inerte desaparece poco a poco en un cementerio, el lugar de su entierro señalado por la ausencia de una lápida no escrita que tampoco fue hecha. Un hombre tan grande obtuvo muchos enemigos entre los mediocres. “Y le quedaba tanto por no escribir”, comentaron con sorna tras su muerte, pero su mayor defensa es esa obra mayúscula, imperecedera y omnipresente, la obra vivida o imaginada no escrita, suya. Y tú, estimado lector que me acompañaste a través de esta breve biografía, estuviste en contacto con ella a través de cada uno y todos los espacios vacíos, desde que leíste el concepto. “A quién diablos le importa”, exclamaron los censores de su obra, pero eso dicen porque saben que no pueden evitar mirarla y su críptico y permanente silencio les grita la gloria de él, el mayor autor vanguardista: el gran Pepe. Rodrigo Antezana Patton © 2008 Reservados todos los derechos. (Escribí este cuento hace muchos años, probablemente por el 2002, 2003 o antes).