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Aclaración
Terminé de escribir “Un sendero hacia el atardecer” hace muchos
años atrás. Ya no recuerdo cuánto, ¿17?, ¿15? Desórdenes propios y
ajenos me impidieron invertir en esta historia el tiempo que se
merece. El lenguaje, ciertas voces de personajes, el flujo de los
acontecimientos, todos requieren trabajo, y mucho. Debo limpiar el
texto, mejorarlo, añadir varias ‘escenas’, todo eso no es fácil. Y sobre
todo este porvenir de sudor se ciernen preguntas aniquiladoras: ¿para
qué?, ¿quién lo compraría?, ¿quién lo publicaría? Obvio, hay
posibilidades en cualquier dirección, pero también pocas
probabilidades a favor. Una apuesta de tiempo invertido requiere de
mejores porcentajes para acometer todo el trabajo demandado, así, el
borrador nunca pasa a limpio, y la historia no se cuenta, no tiene
público. Lo que es un flaco favor a los personajes.
Para evitar que esta historia quede en silencio, yo, Rodrigo Antezana
Patton, autorizo la distribución por cualquier medio, sin fines de
lucro, de esta versión de “Un sendero hacia el atardecer”, si no se
modifica el texto original, y se respeta la autoría. Veremos si así
despierta algo de interés y logra darme la energía requerida para
llevar esta narración a la cima prometida.
Si respetan todo lo estipulado, muchas gracias.
2
1
Un sendero hacia el atardecer
Por Rodrigo Antezana Patton
“Sólo somos seres humanos, permanezcamos así. La ingeniería
genética y la cibernética podrán otorgarnos poder, pero no nos darán
que no tengamos ya. Debemos tener cuidado. Jamás abandonemos
nuestra condición humana, es nuestra maldición y nuestro único
regalo.” Filósofo T.A., el unificador. Año 1
“Después de cien reyes filósofos, después de cien reinas guardianas,
después de cien reyes poetas, después de cien reinas cronistas, después
de cien reyes peregrinos, después de cien reinas mercantes, después de
cien reyes guerreros, después de cien reinas artífices, y cien reyes más,
y cien reinas más, entonces... llegó el gran colapso, para ti, para mí,
para ellos, para todos”. Estribillo utilizado por diversos tipos de narraciones populares,
a partir del año 14367 de la Era Unificada, momento en que aconteció el Gran Colapso.
3
Primera Parte
4
Índice
Primera Parte..............................................................................
Capítulo Uno. En casa de la dama..............................................
Capítulo Dos. Sangre entre las estrellas.....................................
Capítulo Tres. Vestir delirios mortales.......................................
Capítulo Cuatro. Memorias recientes.........................................
Capítulo Cinco. Y el camino se torne inclemente......................
Capítulo Seis. Una espada de madera.........................................
Capítulo Siete. Seres especiales..................................................
Segunda Parte.............................................................................
Capítulo Ocho. El saludo de los gigantes...................................
Capítulo Nueve. Poder reír.........................................................
Capítulo Diez. Ojos para ti.........................................................
Capítulo Once. Amigo escurridizo.............................................
Tercera Parte..............................................................................
Capítulo Doce. Contempla el atardecer......................................
Capítulo Trece. Despídete de todo, de todos..............................
Capítulo Catorce. La victoria de Jinaid......................................
Capítulo Quince. Un sendero hacia el atardecer........................
5
Capítulo Uno.
En casa de la dama
Un cuarto limpio. Todas las paredes, el piso y cada una de las máquinas, lucen un
cuidado higiénico absoluto. La luz, proveniente de una multitud de lámparas, rebota en toda
superficie, cada brillo alude a la pulcritud de la habitación. Sin desentonar con el ambiente,
una atractiva mujer desnuda luce su fina piel blanca. Ella se mueve confiada y segura, sólo la
tristeza en su rostro—parcialmente cubierto por largo pelo lacio y negro—revela que tiene un
problema. Sin vacilar, la mujer ingresa en un receptáculo de metal con forma de tina. La
cóncava superficie acerada exhibe una multitud de diminutos orificios, además de numerosas
aberturas largas y delgadas que lo recorren de un extremo a otro. La máquina recibe al cuerpo
con naturalidad, está diseñada para alojarlo, la mujer se echa y, suavemente, una plancha
transparente se desliza para cubrir su cuerpo acostado.
Sobre el panel de mandos que controla a la máquina se enciende una luz roja en señal
de alarma, ningún sonido acompaña a esta alerta, la sirena ha sido apagada. Un programa
bizarro comienza a funcionar dentro del cerebro electrónico del aparato, éste posee una
capacidad de razonamiento suficiente como para darse cuenta de su extraña naturaleza, y
busca prevenir a su usuaria mediante la luz roja y la estridente sirena, ahora silenciosa, pero
deberá cumplir las órdenes, no puede evitarlo. Debe obedecer al programa, bizarro o no.
Dentro del receptáculo ha comenzado a fluir un líquido azul desde los orificios, y de
las aberturas en forma de línea surgen filamentos acerados que se concentran en despedazar
el cuerpo de la mujer. Su rostro ya no refleja tristeza, ahora está contraído por gestos de dolor,
mientras sus miembros violentamente intentan escapar a la multitud de agresores. Brazos y
piernas golpean con intensidad la cubierta transparente, ésta se mantiene incólume e
indiferente al dolor que se padece en su interior. La mujer no grita, solloza, a medida que una
máquina diseñada para curar y devolver la vida, la arrebata.
Hay pocas nubes en el cielo, todas blancas y tenues. Ellas adoptan las formas
caprichosas que les dicta un viento suave, y se mueven lentamente en dirección al horizonte,
mientras el resto del firmamento presenta un celeste perfecto. El hombre delgado, volando
sobre el océano a unos quince metros de altitud, se detiene un momento para contemplar este
paisaje simple, de belleza perfecta, después retorna a su obra: un enorme castillo transparente,
construido con agua salada y coloreado en algunas secciones: como el marco de las falsas
ventanas, y el puntiagudo techo de las torres.
Un grueso chorro líquido surge del océano y se eleva por el aire. Se mueve con
violencia, dirigiéndose al castillo, no choca contra la construcción de agua, es absorbido por
ella. Con una fuerza invisible, el hombre delgado manipula la masa de agua y, como si de un
6
bloque de construcción se tratara, la transforma en parte del parapeto. Minutos más tarde, ha
terminado. El castillo líquido, solidificado mediante el hábil uso de energías y revestimientos,
se levanta completo ante su mirada. Impulsada por el viento, la fortaleza transparente
comienza a navegar sin rumbo. La luz del día choca con sus paredes, se dispersa,
fraccionándose en caprichosos tonos. En sus muros acuáticos danzan mil colores, nunca los
mismos. La fortaleza de agua juega con la luz, la lleva por senderos caprichosos, y la utiliza
para pintarse de infinitos matices.
El hombre delgado observa la fortaleza con un dejo de melancolía. Ráfagas de aire
juegan con su cabello hirsuto, color castaño oscuro, y su barba desordenada. Su holgada ropa
de bellos colores también se mueve al ritmo designado por la brisa. Sin embargo, una tela de
color plateado, visible sólo por la abertura de su cuello, se mantiene firme, sin movimiento,
como pegada a la piel del hombre. Finalmente, él sonríe, no sin algo de tristeza, y se aleja,
primero lentamente, volando de espaldas, todavía con sus ojos puestos en su navegante
construcción, después, gira, aumentando su velocidad hasta el máximo del que es capaz. Hay
un asunto muy urgente que debe atender, castillos y otras actividades, tendrán que esperar.
El golpe de aire, generado por la velocidad con que vuela el hombre delgado, produce
una violenta estela de pequeñas y rápidas olas sobre la vasta superficie del océano.
Una mujer ingresa en la habitación limpia, su pelo es de color castaño claro, su ropa
holgada de bellos colores y con esforzados diseños, su rostro joven y su piel tersa, contrastan
con sus ojos, que delatan madurez de muchos años. Su mirada recorre el lugar con la agilidad
de aquel que desea encontrar algo o alguien. La expresión de su semblante revela un
nerviosismo que se acrecienta, sus ojos no encuentran nada, decide buscar con su voz:
—¿Rima? —grita, sin mucha convicción, observa el cuarto, revisando el lugar
mecánicamente— ¿Rima, estás aquí?
La mujer espera por una respuesta, una voz que surja de cualquier punto oculto a su
mirada, pero, nada. El único sonido es un leve murmullo que proviene del receptáculo, la
mujer se acerca hacia él, está tapado, lleno de un líquido de profundo color azul. Enérgicas y
diminutas olas recorren la superficie añil del fluido. La alerta roja, en silencio, todavía tintinea,
advirtiendo sobre la existencia de un problema, es suficiente para la mujer. Inquietada por la
señal, revisa el panel de control de la máquina. La información provista por los indicadores la
sobrecoge, en un instante comprende qué sucedió y—como una fugaz llamarada—un ligero
temblor nervioso recorre toda su espalda. Desea no creer lo que ha sucedido, busca eludir la
realidad de cualquier manera, para así escapar al dolor que llega, la atrapa, recorre todo su
cuerpo con fuerza, silenciosas lágrimas comienzan a recorrer su rostro, mientras el aire dentro
de su pecho parece desear convertirse en sollozos desesperados.
Es un impulso automático e irracional lo que la empuja a levantar la tapa transparente.
En el líquido azul contempla su reflejo, deformado por el temblor que afecta al fluido. Un
solitario y cercenado dedo humano asoma a la superficie, flota, la vibración del fluido cesa.
La luz roja de la alarma parece gritar más fuerte que nunca, su giro llamativo se acelera. Con
delicadeza, y por acto reflejo, la mujer coge el dedo índice y lo atrae hacia ella, la solución
añil se adhiere al pedazo humano, como si intentara recuperarlo. La resistencia del fluido azul
despierta a la mujer de su abstraer y su involuntario, mas peligroso acto. Ella recobra el control
sobre sí y, con celeridad, aunque cuidadosa, deposita el dedo en el líquido, cerrando el
receptáculo. La vibración se reanuda y las diminutas olas vuelven a poblar la superficie. La
luz de alarma retorna a su ritmo previo.
7
Con apremio, la mujer hace algunos ajustes con el panel de control. Una sonora alarma
invade el recinto. El poderoso sonido rebota en cada pared, velozmente, ella reduce el volumen
del ruido al mínimo permitido. Revisa la modalidad actual del funcionamiento de la máquina.
Finalizado el proceso, la mujer se sienta en el suelo y, con tristeza, se apoya en el receptáculo.
Cierra los ojos. Las lágrimas vivas retornan a su rostro, recorriendo los mismos senderos de
su rostro. Ella extiende un brazo sobre la tapa transparente del receptáculo, e inicia un
movimiento que imita la acción de acariciar, como si intentara arrullar a la persona destruida
que se halla en el interior de la máquina. —¿Por qué? — pregunta con voz muy suave
—. ¿Por qué no hablas conmigo?
Una voz impersonal, proveniente de un parlante, con un simulado timbre humano,
interrumpe su aflicción:
—Dama Pademar, el señor Kane Cefaz ha llegado, las espera a usted, y a la señorita
Rima, en el cuarto de hologramas.
Haciendo un esfuerzo por recobrar el autocontrol, todavía apesadumbrada, la mujer se
pone de pie. Se dirige hacia la puerta mientras habla en voz alta:
—Comunica al señor Kane que estoy en camino —Se detiene un momento y, con
tristeza, contempla el receptáculo cerrado —. Cuando mi hija reviva, dile que la estamos
esperando en el cuarto de hologramas.
—Como usted diga —. Responde la voz impersonal, indiferente y mecánica.
La puerta del cuarto de hologramas se abre con un bufido, es una habitación oscura,
dominada por una gran mesa con proyectora hologramática, y varias sillas a su alrededor. Un
hombre se encuentra dentro, ensimismado, de pie, observa con atención una proyección
tridimensional de la galaxia humana, la luz proveniente de esta imagen ilumina su persona. Él
reacciona al ingreso de la mujer, su mirada cambia de objetivo, se alegra por su nueva
compañía, y se acerca a ella con los brazos abiertos, la abraza y besa con ternura. Al tocarla
percibe la tensión de su cuerpo.
—¿Es por el viaje? —pregunta Kane—. Nodeberías preocuparte así, Lizbeth... — Ella
niega con la cabeza antes de que él pueda proseguir. Él piensa por un instante, deduce:—. Es
Rima, ¿verdad? —Lizbeth asiente y él emite una profunda y duradera exhalación—. Creo
que...
Lizbeth gira para ocultar su rostro a Kane. De espaldas a él, se limpia las lágrimas
mientras habla con una voz quebrada:
—Ella tardará en llegar... y soy yo quien debe lidiar con sus problemas— Lentamente
su voz adquiere un poco de fuerza —. Tú le agradas, pero es mejor que no interfieras,
prométeme que no dirás nada— Lizbeth gira y le enfrenta, Kane concede con renuencia—.
¿No puedes alejar de mi mente esta impotencia de madre? Prefiero pensar en otras cosas,
atender otros asuntos… Tenías algo que decirme.
Con gentileza, Kane lleva a Lizbeth hacia uno de los asientos que rodean la mesa de
hologramas. Los centenares de puntos de luz en la proyección tridimensional tienen tres
colores: blancos, señalando los sistemas estelares no explorados; rojos, sistemas solares
explorados y, finalmente; amarillos, sistemas estelares con población humana. Los puntos
luminosos, amarillos y rojos, forman una caprichosa mancha en medio del pequeño pedazo
proyectado de un brazo de la Vía Láctea. Esa mancha rojo amarilla es conocida como la
Galaxia Humana. Una de las luces amarillas tintinea, para Kane y Lizbeth es su principal
punto de referencia, señala el sistema solar en el que se encuentran: Recdán (en una galaxia
8
habitada por seres humanos, el nombre del planeta habitable bautiza a la estrella; con una sola
excepción: el Sol y la Tierra). Ambos saben que este sistema está en el borde derecho del
brazo galáctico, siguiendo las convenciones para la lectura de cualquier mapa hologramático
de la Galaxia Humana. Hacia adelante, el final del brazo galáctico, por detrás, el centro de la
galaxia, la gran acumulación estelar. El nivel, o altura, del sistema estelar, se mide de acuerdo
a un segundo punto de referencia: una luz amarilla más grande que las demás, situada en lo
que podría ser el caprichoso centro de la mancha ambarinocarmesí, ésta señala al Sistema
Solar, a la Tierra, Recdán se encuentra un poco por encima de su nivel. Así que,
aproximadamente, siguiendo las convenciones, Recdán es uno de los sistemas en el extremo
derecho de la galaxia humana, en el nivel más uno.
—La última noticia es que no hay novedades, y eso es preocupante—dice Kane,
manipulando los controles de la mesa de hologramas. Amplía el mapa, moviéndolo hasta el
borde superior, el que mira hacia el final del brazo galáctico. Ahora sólo se puede observar
una docena de puntos amarillos y rojos, ninguno blanco. Uno de los puntos amarillos
comienza a parpadear, está en un nivel más tres y muy cerca al borde absoluto superior de la
galaxia humana, sólo existen unos tres sistemas más allá—. Sigue el silencio, ya son 48 horas
desde que cesaron las emisiones desde Redas.
—¿Nada?
—Nada. Y ninguno de los sistemas cercanos ha decidido enviar una nave. Dicen que
es muy arriesgado. Los ermitaños son los únicos que se están movilizando, se preparan para
enviar una sonda robot desde Maryana. Sus motivaciones son económicas; pero de seguro
también están curiosos, serlo es parte de su cultura.
—¿Ya tienes la respuesta del Ejecutivo?, ¿qué opinan ellos de tus propuestas?
—Muchos insisten en que mi hipótesis es rebuscada; innegable, pero sigue siendo la
más verosímil. Creo que me apoya una mayoría. Sólo un grupo de unos cinco senadores se
opondrán a mis sugerencias.
—Pero todos tus colegas militares te apoyarán, ¿no es así?
—Confían en mí, más que en mis razones.
Hay un momento de silencio mientras Kane observa el conjunto de puntos luminosos,
ella; en cambio, lo observa a él.
—Me gustaría que no te dejen ir—comenta Lizbeth, melancólica.
—Me gustaría no tener que ir—declara Kane—. No sabes cuánto, pero los hechos de
Redas confirman lo sucedido en Bénotter y se producen de la misma manera. Primero
desaparece la señal del teletransportador, situado en una orbita alejada de la estrella del
sistema—Kane repasa los detalles mecánicamente, en una parte de su mente se prepara para
hablar con el consejo—, después se pierde la señal de las bases y estaciones en órbita a media
distancia. Finalmente, desaparece la señal de la estación de comunicaciones interestelares en
órbita alrededor del planeta principal. Un movimiento de afuera del sistema hacia adentro...
El teletransportador, en toda la Galaxia Humana, se encuentra alejado de la estrella, en
el borde magnético de un sistema estelar.
—Invasión—completa Lizbeth, que ya conoce el argumento, y sabe que tiene sentido.
—Sí, no hay otra explicación. Al revés de lo que aconteció en Sirania.
—Lo recuerdo bien, primero dejaron de transmitir información, después su
teletransportador se volvió inaccesible—dice ella, recordando lo que Kane suele repetir
cuando se habla del tema. Es su principal argumento para sospechar de ese sistema estelar
como la fuente del problema que ya afecta a otros dos—. Un movimiento de adentro hacia
9
afuera—suspira—. Me gustaría creer que no tienes razón, que tu tesis es la equivocada—
comenta con un dejo de tristeza.
—Yo también, despierto cada mañana con la esperanza de que se comunique la
coincidencia de una serie de desperfectos, pero esa información nunca llega—Kane le dirige
una mirada inquisitiva—. ¿Sabes cuáles fueron las últimas palabras de Redas? — Lizbeth
niega con la cabeza, en silencio—. Que un par de naves de su flota principal se dirigían a
examinar una nave carguero. Eso fue todo. Una comunicación aparentemente de rutina.
—No comprendo, ¿significa algo para ti?
Kane se pone de pie, y comienza un lento caminar alrededor de la mesa.
—Creo que ya tengo mi propia idea tan insertada, que sólo puedo pensar con ella como
trasfondo. Desde mi punto de vista, la última señal de Redas sólo me repite lo que me dijeron
todas las otras: el aislamiento de Sirania, y los acontecimientos en Bénotter.
Lizbeth pregunta con la mirada a Kane.
—Sirania es un planeta muy pequeño—prosigue él—, ni siquiera está contabilizado
entre los 876 sistemas habitados. Es casi un mundo colonia, y todavía depende mucho de las
importaciones de su antigua metrópoli, Bénotter, y para ese gran flujo de mercancías disponen
de 3 enormes carracas.
Lizbeth observa el punto de luz que parpadea, a pesar de que esos acontecimientos
suceden a años luz de distancia, ahora la afectan directamente. La extraña esa sensación, esa
incapacidad para sentir empatía por un incidente tan alejado, a ella la preocupan Kane, su
pareja, y Rima, su hija. Reconoce su egoísmo, mas no se avergüenza, es un noble sentimiento
el amor que siente por ambos, sólo lamenta no poder superarlo.
—Para mí la imagen es clara. Una vez más. Si una carraca es lo último que han visto
los de Redas, esa carraca es el problema, y es una que puede venir de Sirania—Kane suspira,
como cansado—. Pero no sé si eso será suficiente para todos los otros.
—Creerán en ti, Kane, como yo creo en ti—le consuela Lizbeth—. El alto mando te
tiene confianza. Sólo tendrán miedo de perderte.
Kane, que estaba de pie, toma un asiento próximo a ella. Sostiene su mano con ternura
y comienza a acariciarla.
—Entonces, se equivocan. No me perderán, yo regresaría, aunque me tomase mil años.
Para mí, éste es el mejor mundo posible—dice Kane, mirándola fijamente a los ojos. Son
palabras para ella, no para el consejo—. Espero estar equivocado, total y absolutamente
equivocado, deseo encontrarme con mi error, y regresar. Regresar a ti, regresar aquí. Pero si
tengo razón, también tengo un deber que cumplir. Déjame mostrarte algo—Kane comienza a
introducir órdenes en la mesa de hologramas. El mapa vuelve a ampliarse, es toda la Galaxia
Humana otra vez. Todos los puntos de luz no-amarillos desaparecen, y los ambarinos cambian
de color. Ahora hay una mancha multicolor, hay casi 780 colores diferentes—. Éste es el mapa
político de la Galaxia Humana, yo tuve que introducir a Sirania. No estaba ahí antes. Casi un
tercio de todos los sistemas estelares son dictaduras, orgánicas o metálicas, y sólo existe ‘una’
entidad política que tiene una afiliación de más de tres sistemas—Kane amplia la sección que
contiene a esa entidad, una nube deforme de color verde comienza a parpadear, está situada
en la llamada Esfera Intermedia, la región de la galaxia humana entre los mundos del núcleo
y los del borde exterior, todo con el sistema estelar como punto de referencia—. Éstos son los
83 sistemas estelares que conforman la confederación Gadariana—dice Kane, refiriéndose a
la nube verde—. Ellos son la única fuerza que busca reunificar la galaxia desde el colapso del
gobierno central terrestre, han estado combatiendo desde hace más de doscientos años y
10
tuvieron que conquistar 17 mundos de manera directa. Ahora puedes ver la historia de su
desarrollo de manera acelerada—La nube de puntos verdes desaparece, sólo queda una luz
esmeralda, parpadeando, es Gadaria, después son tres, cuatro, cinco... hasta ser 83, medio
minuto más tarde—. He utilizado todos los programas a mi disposición, todos los modelos
militares de los que dispongo y la estimación del avance de la nueva fuerza que surge desde
Sirania es la siguiente:—. Un punto de luz azul parpadea, es Sirania, en un pestañeo son cuatro
mundos, otro, y son diez. Los puntos azules se expanden por la galaxia humana como una ola
imparable, veinte segundos más tarde toda la nube multicolor se ha tornado añil—. Las
simulaciones no aceptan una equivalencia directa. Nunca antes ha sucedido algo igual, nos
falta información. Tal vez Bénotter y Redas están luchando por su libertad, y el invasor, sea
quien fuere, sólo está ahí, para los programas simuladores el mínimo es cincuenta años para
ocupar y derrotar todo un sistema, el máximo es 78. Incluso así, en el tiempo que Gadaria
logró obtener el relativo control de 83 sistemas, la fuerza de Sirania habría conquistado la
totalidad de la Galaxia Humana. Deduciendo esto por la velocidad con que se movió contra
los dos sistemas más cercanos. No existen las invasiones en paralelo, no las hubo nunca antes.
Esta es la primera vez. Ese factor es suficiente para generar la simulación que viste.
—Debe haber un error—exclama Lizbeth.
—Por supuesto que sí. Es demasiado pronto, apenas tenemos información sobre el
nuevo fenómeno, los datos utilizados provienen de comparaciones: otras guerras, otras
conquistas, otros conflictos. El punto; sin embargo, es que se trata de un acontecimiento
inaudito, que no podemos comprender con la información a nuestra disposición. Algo viene
de Sirania. Algo nuevo.
La puerta se abre, de pie en el umbral, aparece la figura de Rima, vestida con la
hermosa y holgada vestimenta de su mundo. Su rostro muestra confusión y cansancio.
—La máquina... —levanta la mano para indicar el techo—, dijo que... me indicó que
me estarían esperando aquí... ¿es verdad? No comprendí muy bien sus palabras... lo repitió
muchas veces... ¿me necesitan? —Toda conversación entre Kane y Lizbeth se dió tácitamente
por terminada, ella corrió a abrazar a su hija, Rima retrocedió, dando a entender que no
necesitaba ayuda—. Estoy bien—se tambaleó—, sólo necesito descansar... ¿me necesitan?
—No es urgente, Rima, ya sabes, es sobre el viaje, puede esperar—Declara Lizbeth
con gentileza.
—Bueno... entonces... entonces, con su permiso, yo me voy—lentamente, insegura,
Rima gira y comienza a caminar, se detiene un par de pasos más adelante—. ¿Por dónde está
mi cuarto? —pregunta.
Lizbeth se acerca a Rima, suavemente la abraza y comienza a guiarla con delicadeza,
como si ella se estuviese apoyando en Rima, y no viceversa— Yo te llevaré—le dice, y su hija
es incapaz de oponerse. Lizbeth no puede evitar algunas lágrimas, mientras lleva a Rima hacia
su habitación. Rara vez se puede ayudar nuevamente a los muertos, y Lizbeth agradece la
oportunidad de poder hacerlo, una vez más. Rima se acaricia el dedo índice de la mano
derecha, por alguna razón le pica.
El hombre recorre el pasillo, apenas iluminado por luces muy débiles, sólo algunos
puntos de iluminación funcionan, la mayor parte del lugar está sumido en suave penumbra. El
brillo de las estrellas ingresa en el corredor a través de lumbreras circulares en el techo, o
desde los alejados ventanales al principio y al final de la galería. El satélite local, Hermione,
se encuentra en su fase de cuarto creciente, cuelga en el cielo como una lámpara maravillosa,
11
aunque no posee suficiente luz para disipar las sombras del ancho pasillo. Una mayor claridad
permitiría observar las bellas decoraciones de los altos muros, o identificar los muchos objetos
desparramados desordenadamente por el suelo, ninguno pertenece ahí, ahora son obstáculos,
muebles caídos, cosas que antes colgaban de otros muros, o estaban en otra habitación. Al
hombre, alto y delgado, que atraviesa el pasillo, parece no importarle ni la falta de luz, ni los
objetos destruidos, tampoco le interesan los vestigios de fuego, lucha y muerte, que marcan el
pasillo de un extremo a otro, desluciendo todo lo que alguna vez fue muy hermoso. Los muros
tienen algunos huecos y manchas ennegrecidas, producto de armas de rayos y los pequeños
fuegos que su calor iniciara. También hay marcas de otro tipo, de un rojo profundo, antes
tenían un color de vivo rubí, son de sangre. La violencia que alguna vez invadió este recinto
ahora está tapada por un ligero velo de oscuridad. Pronto desaparecerán todas esas señales,
pronto todo estará arreglado, renovado. Él ya lo ha decidido.
El hombre no interrumpe su andar y evita sin dificultad los ocasionales estorbos en el
suelo. Viste un traje de color azul y negro, muy elegante. En la débil iluminación resalta una
prenda casi oculta por el resto de su ropa, apenas es visible una porción de la misma: por la
apertura alrededor de su cuello y algunos brillos, por los orificios de las mangas. Se trata de
algo de color plateado, está pegado a su piel, cubre parte de su cuello hasta casi cubrir su nuez,
y también se extiende hasta la muñeca de sus brazos, por lo que se puede adivinar su forma
de camisa, la viste por debajo de sus otras prendas. Su cabeza sin cabello, también reluce
débiles destellos por el reflejo de la luz a su alrededor, mas las facciones de su rostro están
ensombrecidas, cubiertas por una oscuridad propia, añadida a la casi ausencia de luz del
pasillo. Él camina con seguridad. Lleva los brazos relajados, con las manos abiertas. En ambas
falta el dedo índice y no los reemplaza una herida, ni un muñón, simplemente están ausentes.
El hombre habla en voz alta, mientras avanza, no hay un interlocutor visible, sus palabras
parecen provenir de su rostro, ahora casi invisible, o de sus manos, aparentemente tullidas.
—Sí, había uno en Bénotter. Sabes, te sorprenderá... Pude obtenerlo. In-tac-to. Ahora
lo tiene Samdor. Deberías verlo, todavía sufre la conmoción perceptiva. Pero estará listo para
cuando lleguen a Kitsma, aunque será sólo un primerizo—dice el hombre. Apenas puede
observarse movimiento alguno en su faz. Su rostro parece un montón de franjas negras, sin
luz.
—¡Increíble!, qué magnífica adquisición. Se supone que es casi imposible quitar el
traje a un usuario. Especialmente si se trata de una persona entrenada —comenta una voz con
un timbre muy distinto, aunque su sonido también proviene de una parte del inexistente rostro
del mismo hombre y de su mano izquierda. No hay otra persona en el pasillo.
—La verdad es que no fue difícil. Todavía me sorprende lo fácil que fue todo. Todos
ustedes se equivocaron... —resuena el eco de sus pasos en la solitaria galería. El hombre
mantiene su andar firme, pausado—¿Qué dices ahora, Lorder? —una pregunta como una
orden.
Por un momento, el silencio sólo es interrumpido por el movimiento del hombre,
después, la voz del timbre distinto, habla:
—Eran flotas pequeñas, soldados de provincia. No tenían experiencia en luchar contra
naves de carga. No puedes culparles, la sorpresa debió ser mayúscula—las palabras son dichas
en un tono juguetón, mas tienen una sombra de duda, una vacilación al final, como si la
segunda voz recién considerara el impacto de sus palabras, después de haberlas pronunciado.
El hombre se detiene. Ríe con todo el cuerpo, los brazos sueltos vibran al ritmo de su
carcajada, su cabeza, inclinada hacia atrás, también. Su risotada invade el pasillo y rebota en
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los muros. La fuente del sonido es confusa, proviene del rostro, pero también de las manos
con los dedos ausentes.
—¿Te burlas de mí o dices la verdad? Me alegra saber que no has cambiado, mi buen
amigo —dice el hombre.
—Todos hemos cambiado, Jinaid. Todos. No te olvides de eso, y eres tú el que más ha
cambiado.
El hombre, llamado Jinaid, reanuda su lento andar.
—Hiciste un buen trabajo. Pero tienes que redoblar esfuerzos, necesito el sistema
Bénotter funcionando con todo su potencial. No debemos retrasarnos... no podemos —
exhortó Jinaid—. La galaxia ya lo sabe, vendrán. Alguien. Algo.
Apenas audible, se escucha un suspiro de derrota.
—Hay demasiados muertos. Demasiada destrucción... será difícil, tomará tiempo—
protesta la voz llamada Lorder.
—Utiliza el poder de tu traje, no sólo sirve para destruir —Jinaid se detiene una vez
más—. ¿Puedes ver el edificio derruido a tu izquierda? Ése... El que era de color ambarino.
—Sí, lo veo.
Jinaid, solo en el corredor, estira sus manos hacia adelante, resaltan sus índices
ausentes. Mueve las manos un poco y se escucha el crujir de paredes y la ahogada vibración
de gruesas barras de metal que se doblan. Surgen poderosos gemidos de grandes cantidades
de material, pero ni el más mínimo movimiento molesta la quietud del oscuro y solitario
corredor, ahora que el hombre está casi quieto, hasta que el brutal ruido comienza a afectar al
pasillo, haciendo vibrar a los objetos más sensibles y pequeños.
—Eso es tan sólo un ejemplo de lo que puedes hacer... —dice Jinaid —. Puedes
construir... aunque...
—Pero... yo... yo no tengo tanto poder —balbucea la voz del timbre distinto. Se
escucha el sonido de un derrumbe, como si enormes pedazos de un edificio se golpearan entre
sí hasta chocar contra la superficie. En el pasillo, hay diversas vibraciones, debido al golpe de
sonido. Jinaid retoma su camino, sosegado.
—Sólo fue un ejemplo, Lorder. Nada podría reparar ese edificio. Te pido que pienses,
con tus posibilidades: ¿cómo puedes utilizar tu poder? ¡Sé creativo con la respuesta!... Nada
más. Utiliza el traje para solucionar problemas. Ahora ve, nuestra gente te espera.
Jinaid, el hombre delgado y alto, llega al final del corredor. Ante él se abre un amplio
mirador techado que se extiende de un extremo a otro del edificio, mide unos cuarenta metros.
Desde el cielo nocturno saludan las estrellas y Hermione parece sonreír horizontalmente.
Opacados reflectores dentro del corredor, buscan competir con la débil luz natural que invade
el lugar. Situados frente al ventanal, para aprovechar la vista, se encuentran una serie de
bancos; algunos están rotos o en malas condiciones. Sentada sobre uno en buen estado, se
encuentra una mujer sin cabello, abraza sus piernas y contempla el horizonte con el mentón
apoyado en sus rodillas, ella viste ropa muy hermosa, pero su rostro está melancólico. La
mujer ignora el ingreso de Jinaid, y no le presta atención mientras se acerca a ella.
La luz, más fuerte en este pabellón, revela los detalles en el rostro del hombre: él no
tiene ojos ni boca, ambos están reemplazados por oscuros y profundos rectángulos de vacío.
Los espacios brunos casi destruyen la humanidad en la faz de Jinaid. Sigue avanzando, con
seguridad y calma, acercándose a la dama. Repentinamente, aparece la mitad de su ojo
izquierdo, el pedazo observa a la mujer fijamente.
13
—Te estuve buscando, Carolina, caminé por todo el edificio para encontrarte —
declara Jinaid, la voz proviene de su cara sin boca.
Ella no se inmuta, no abandona su contemplación de las estrellas.
—¿Por qué te molestas? No tienes nada que decirme —dice Carolina.
Jinaid frunce las cejas sobre órganos visuales casi ausentes, la mitad de su ojo
izquierdo expresa molestia, pero esa reconocible parte humana es menos extraña que el resto
de su faz ausente.
—¿En verdad piensas eso?, ¿eres capaz? —Jinaid se interpone entre la mujer y sus
estrellas. Extiende sus brazos y éstos, a partir del codo, se separan de su cuerpo. Siguen una
trayectoria circular, volando libremente alrededor de Carolina. Ella no evita mirar, no parece
sorprendida por el espectáculo, su rostro permanece inmerso en una cansada tristeza, el
ocasional movimiento de sus pupilas y párpados es su única reacción. La cabeza de Jinaid se
separa de su torso, ésta se eleva y flota por el aire, después baja hasta situarse frente al rostro
de Carolina. El cráneo del hombre se divide en cuatro pedazos, cada trozo exhibe oscuras y
planas superficies en el interior de cada vacío. Cada porción comienza a girar sobre sí misma,
alrededor de un eje invisible, situado detrás de cada una de ellas— Todos los días tengo un
encuentro con nuestras fuerzas, estoy al tanto de nuestro avance. Estoy en todas partes... Y tú
dices que no tengo nada que decirte—la voz proviene de cada sección—. Estoy en Sirania,
estoy en Bénotter, estoy en Redas, estoy en camino a Kitsma.
Carolina no puede sostener la mirada en movimiento del cráneo despedazado, inclina
su cabeza hacia un lado.
—Nada de eso me concierne—sentencia Carolina.
Jinaid, instantáneamente, vuelve; en apariencia, a estar completo. Extiende su brazo
hacia el ventanal. En un abrir y cerrar de ojos, con una velocidad sorprendente, una diminuta;
pero visible, partícula oscura se materializa a un par de centímetros delante de su mano (que
ahora incluye su dedo índice), otra partícula surge por delante de la otra, así hasta un número
de ocho, entonces la primera partícula desaparece y otra surge delante del grupo, manteniendo
el número estable de ocho. Apareciendo y desapareciendo, las partículas se alejan de Jinaid
en un destello, en menos de un segundo se encuentran fuera del recinto. Con el brazo aún
extendido, el rostro de Jinaid gira un poco para enfrentarse a la indiferente Carolina.
—¿Y qué te concierne? —ella no da ninguna respuesta—. Aaaaah... ya sé... tal vez te
interesan tus amigos —especula Jinaid, burlón y gesticulando con furia.
Ella reacciona ante la mención de esa palabra. Se pone de pie de un salto.
—Por favor no lo hagas —suplica.
—¿Qué? —se burla Jinaid—, ¿te interesa?... ¿te interesa saber que uno de ellos ha
sufrido un terrible corte?... y se encuentra muy mal —comenta con escarnio.
—¡Por favor! —implora Carolina, sollozando.
Jinaid extiende su brazo derecho hacia ella, en su mano vuelve a faltar el dedo índice,
desde ese punto ausente fluye sangre en abundancia. No es una herida, el líquido simplemente
parece materializarse al final de su extremidad.
—¿Tal vez quieres saludarle?—inquiere Jinaid, cínico. Su mano se convierte en el
origen de un grito desesperado; y esa voz no le pertenece a él. Un alarido retumba en el
pabellón, golpeando con su dolor los oídos de las únicas dos personas presentes en el mirador.
Carolina derrama lágrimas, suplica de rodillas, y, aunque le es difícil, sostiene la mirada con
esa mitad de ojo de Jinaid. Una furia brutal todavía posee al rostro del hombre. Llega el sonido
de huesos rompiéndose, es breve, después, el silencio. Del grito sólo queda su memoria. Los
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gemidos de Carolina, en espasmos, ganan prominencia, sus ojos están cerrados y no espera la
compasión de nadie, se entrega a su dolor—. Carolina —dice Jinaid, su tono y expresión
cambian, ahora expresa una fría profesionalidad—. Carolina, tus amigos están intactos, ha
muerto alguien anónimo para ti. Pero no me olvido de ellos, así que llévales un ultimátum:
estoy cansado de esperar. Ya sabes cuál puede ser su final, sé elocuente, debes convencerles—
Carolina se pone de pie y empieza a caminar, se dirige a la puerta, hacia su izquierda,
alejándose de Jinaid. El hombre comienza a materializar un chorro de agua que le limpia el
brazo y la mano, el líquido no cae en el pabellón, desaparece unos centímetros antes de tocar
el suelo.
Carolina, poco antes de alcanzar la puerta, escucha un murmullo que la acompaña,
muy cerca de su oído: —Recuerda que ser displicente para conmigo no te ayudará, y siempre
habrán consecuencias—reconoce la voz de Jinaid, ella asiente, desconociendo si él la observa.
Un dejo de tristeza recorre la porción de rostro presente de Jinaid, su medio ojo
contempla fijamente la puerta por donde salió Carolina.
—¿Qué sucedió? Señor, ¿pasa algo? —pregunta una insegura voz, que surge del rostro
de Jinaid.
—Tranquilo, Búmar. Uno de los soldados enemigos ha dejado de existir, fue su grito
lo que escuchaste. Eso fue todo. Su moral estará más baja el día de mañana. Han sido testigos
de algo inexplicable para sus mentes; aunque han probado ser gente bien templada, les di algo
en qué pensar.
—Su temor, su temor se incrementará, y eso es útil, siempre es útil el miedo en los
enemigos, señor—declara sumisamente la voz del llamado Búmar.
Jinaid fuerza una sonrisa, mientras su medio ojo sigue contemplando la puerta.
—Podemos desear que así sea, mi fiel Búmar. Que así sea —comenta Jinaid ausente,
poco interesado en ese posible futuro acontecimiento. Los ojos de Jinaid aparecen completos
mientras dirige su mirada hacia las estrellas. Intenta imaginarse una constelación con su rostro,
no lo consigue. Las partículas, que teatralmente surgieron de su brazo, reaparecen,
parpadeando hasta unirse a él—. Agradece la distancia que me separa de ti, Nador, agradece
—comenta para sí mismo.
Rima ya ha escuchado este discurso antes. Le gusta, era bueno y es bueno ahora, pero
también es lo mismo, y ella ya ha escuchado ese discurso antes. Se encuentra aburrida, aunque
intenta disimular lo mejor que puede ese aburrimiento. Por suerte no debe hacer un gran
esfuerzo, casi se encuentra sola en la amplia tribuna para ‘Observadores’ del parlamento de
Recdán, ahí apenas hay un par de personas más, y ellos (ambos son hombres) sí parecen estar
interesados en las palabras que pronuncia el orador, no prestan ninguna atención a la casi
bicentenaria joven.
Desde el estrado, ante una sesión conjunta de los representantes políticos y militares
del gobierno del planeta, Kane Cefaz; padrastro de Rima, explica porqué debe él abandonar
su puesto como Director de Inteligencia Exterior, porqué debe partir de inmediato, porqué
desea llevar a su hijastra; una genuina ciudadana de Recdán, porqué ha recibido la ayuda de
los Espartanos; cuyo nombre verdadero es Gadarianos, y muchas otras explicaciones más, sin
olvidar mencionar a la que levanta un mayor número de dudas: porqué se le debe permitir
llevar su Traje de Poder o TPPN (Traje Perceptor de la Partícula Nula). Rima, además de
conocer los principales argumentos de su padrastro, también está al tanto de que Kane cuenta
con el apoyo de la mayoría, e incluso le informaron sobre la firme oposición que plantearían
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algunos de los que se opondrán. Toda la sesión se le antoja como un teatro político, no por
parte de Kane o sus colaboradores, sino por aquellos decididos a oponérsele.
Rima simpatiza con su padre adoptivo; aunque todavía no comprende muy bien porqué
se le ocurrió a él que ella, Rima, sería una buena escudo. Sin embargo, confía en Kane y
considera que sus razones deben ser las correctas. Para Rima, la posibilidad de un viaje,
sobretodo a lugares tan distantes, le ofrece una buena distracción, no le preocupa si será útil o
no, prefiere no pensar en ello. Su mente ha decidido evitar el tema, ella hará lo mejor que
pueda, eso es todo. Lo principal, lo que desea, es distraer su mente, sabe que Kane, y no ella,
es el componente substancial de este plan, que apenas conoce.
Su ignorancia del plan, junto a un preocupante número de asuntos asimismo ignorados,
se deben a que Rima ha perdido gran parte de su curiosidad por la existencia de los otros, así
como ha perdido el interés en su propia existencia. A veces sucede. Debería estar más
involucrada con cualquier proyecto que contará con su participación, pero le es difícil
interesarse por un asunto que acontece en un mundo tan lejano, en eso se parece a su madre,
y muchos en el planeta, con la diferencia que a ella ya le es difícil interesarse por casi cualquier
problema. Rima sabe que casi todo existió antes de que ella nazca, y mucho seguirá existiendo
después de su muerte. Su vida es una lucha continua en contra de un nihilismo que a veces
busca invadirla y dominarla. Por eso prefiere dejarse llevar, y abordar toda distracción que
encuentra, para así huir de aquello que busca enterrarla.
Ahora, no sabe cuanto tiempo más podrá aguantar sentada en la tribuna. Son pocas las
palabras de su padrastro que consiguen todavía mantenerla en su asiento. Le gusta cuando
habla del deber y del valor, Kane llega a su audiencia con las mismas palabras con que llegó
a su madre y a ella, y Rima puede observar en el público una reacción positiva cuando él habla
de asumir la responsabilidad que se pueda y llevar la iniciativa cuando otros no están
dispuestos a hacerlo. Recdán es un mundo del borde exterior, pertenece al margen de la
Galaxia Humana, aunque goza de uno de los mejores niveles de vida, como ciudadanos de un
mundo provinciano se sienten orgullosos de poder participar en un evento que está afectando
a una porción de la galaxia, aunque éste se encuentre casi al otro extremo, y se trate de sistemas
estelares con una importancia política tangencial para el resto de la Galaxia Humana.
“Si esperamos, el poder que surge de Sirania se hará más fuerte. Si esperamos, su amenaza
crecerá y el frágil balance que mantiene la paz en la mayor parte del borde exterior podría
colapsar. Aquello que no nos afecta ahora, puede afectarnos el día de mañana. Prefiero evitar
ese día, prefiero alejar al enemigo del mundo que es refugio de los míos.” Suena bien, piensa
Rima, y conocido. Son palabras sinceras, la preocupación puede sentirse en la voz de Kane.
Ella, cuando la invade la indiferencia; como ahora, desearía poder compartir ese
compromiso—por alguien o por algo—que reflejan las palabras del terrestre adoptado.
Rima, la dama menor de la familia Pádemar, la hija, ha estado pensando en algunos
argumentos del discurso de su padrastro. Por momentos le hacen recuerdo a sus propias
palabras, aquellas que debe utilizar para defenderse de sus debilidades, para impulsarse a
seguir adelante, y no quedarse en ningún lugar, en ningún tiempo. Son temas recurrentes en
su mente, es un problema que le viene de manera constante, ha aprendido a protegerse, ha
aprendido a argumentar, pero todavía cae, y siempre tiene miedo de ese instante: la caída, de
la que es tan difícil librarse. Sacude la cabeza, prefiere no pensar en ello, y sus ojos distraídos
recaen sobre una persona de la audiencia, ella reconoce el rostro y la actitud. Rima debió servir
en dos sendas ocasiones términos de cinco años como representante al Parlamento de su
provincia y familia, hace ya décadas, separadas entre sí por cuarenta años. La persona que ella
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había encontrado en la audiencia siempre fue parte de los otros, aquellos que se opusieron a
las propuestas del grupo al que Rima pertenecía y pertenece, la oligarquía terrateniente.
Ella sabe que ese hombre también será parte de aquellos que se opongan a la iniciativa
de Kane y—aun si no lo supiera—vasta una mirada para darse cuenta que escucha con
escepticismo cada palabra que proviene del terrestre adoptado por Recdán. Rima mira su reloj,
falta poco para el final del discurso de Kane, pronto llegará el momento que la involucra a
ella, el pedido de un extranjero naturalizado para llevar a un ciudadano del sistema a arriesgar
su vida en otro. Aunque Rima ya es mayor de edad para su gente, desde hace mucho más de
un siglo, su vida también pertenece a la comunidad, su presencia la enriquece y fortalece, su
ausencia la debilita. Ella debería escuchar, debería quedarse, pero después vendrán los turnos
de las otras voces, de aquellas que no desean otorgar ninguna autorización de las requeridas
por el señor Director de Inteligencia Exterior y ella no está dispuesta a tener paciencia con
esas voces, ni siquiera con las importantes. Sin preocuparse por dar alguna señal a su madre,
también presente aunque en otra plataforma, o a Kane, Rima abandona la tribuna de
observadores. Interesados en el discurso, el par de personas presentes cerca suyo ignora su
salida.
Sumergida en su propia mente, la dama menor Pádemar recorre los pasillos y baja las
gradas del Parlamento, indiferente a la bella arquitectura del edificio. Desea no encontrarse
con nadie conocido (una posibilidad real a pesar de la distancia que la separa de su hogar) y
se mueve con rapidez. Corredores y puertas parecen complotar contra su deseo de encontrarse
en el exterior, por un momento teme haberse perdido cuando recibe en su rostro desnudo la
luz del sol de la tarde. Observa el limpio cielo celeste y se distrae con la belleza de las nubes
antes de abordar la pregunta de a dónde irá ahora.
Rima baja un par de gradas lentamente. Frente a ella se extiende una de las enormes y
hermosas plazas de la ciudad capital. A través de sus angostas vías se mueven varias centenas
de vehículos robot, con pocos o muchos pasajeros, en el fondo del horizonte se divisa un
inmenso aerostato de carga, empequeñecido por la distancia. A Rima, que siempre le gustaron
los bosques, le llama la atención el hermoso parque en frente del parlamento, lleno de árboles,
maduros y, por la primavera, muchos en flor, pero no desea pasear y exponerse a la presencia
de los otros. Podría visitar la ludoteca y disfrutar de cualquiera de sus juegos virtuales, pero
los buenos juegos toman mucho tiempo y los breves le parecen algo tontos. Podría visitar a
alguno de sus amigas, mas no desea responder a ninguna pregunta. Biblioteca, no. Museos,
no. Restaurantes, no. Archivos de diversa información, no. Variados centros de placer, no. La
ciudad capital tiene todo lo que su mundo puede ofrecer, y no. La dama se detiene en medio
de la gradería frontal del Parlamento, hay muchos lugares a los cuales podría ir, ninguno que
le gustaría visitar ahora. Decide cambiar de estrategia y comienza a pensar en qué necesita en
este momento, no tiene hambre, no está cansada, no se siente mal, sólo desearía divertirse
pasivamente... necesita reír. Considerando que es la mejor opción, se dirige a un cercano poste
de servicio, una columna metálica de metro y medio de alto coronada por una pantalla, y lo
utiliza para llamar a un vehículo robot que la llevará a la Cinemateca más cercana.
Mientras espera por su transporte, observa a su alrededor contenta de que no tendrá
que ocuparse de su existencia por las próximas horas. Otras personas decidirán el rumbo que
tomará su vida.
Sentada en un extremo de la terraza de su casa, Lizbeth contempla el ocaso. El
maravilloso espectáculo la conforta un poco, aunque no es suficiente para hacerla olvidar la
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realidad que la rodea. Ellos se iban, la dejaban sola. Kane había logrado conseguir el apoyo
del gobierno y su autorización para hacer todo lo que debía hacer y llevar lo necesario,
incluyendo a la ciudadana de Recdán, Rima Pádemar, que lo acompañaría por voluntad propia.
Para Lizbeth eso significaba que dos de las personas más cercanas a su persona, se marcharían.
Sabía porqué, y no sólo comprendía las razones, las consideraba dignas. Sin embargo, la
naturaleza de las causas no cambiaba el resultado, ellos se iban, y ella no podía evitar
lamentarlo.
Una mano se posó gentilmente sobre su hombro, Lizbeth reconoció el calor de Kane.
Él se sentó junto a ella.
—Abrázame —pidió Lizbeth, reclinándose en el cuerpo de su compañero, Kane le dio
la bienvenida a su forma. Ella cerró los ojos, concentrando el resto de sus sentidos en percibir
la presencia de él.
—¿Porqué no estás con los demás? Todos están abajo y Rima se está divirtiendo como
pocas veces. Ven. Qué clase de fiesta de despedida puede ser, si la anfitriona se encuentra
ausente—comentó Kane.
—Me es difícil pretender estar feliz—dijo ella.
—Entonces no lo hagas, la gente comprenderá tú tristeza, pero el estar con ellos será
reconfortante. Nos marchamos nosotros pero tú comunidad permanece, no lo olvides... Son
personas gentiles y te están buscando. Sabes que no es un viaje de placer, aquí están todos
para desearnos buena suerte y apoyarte a ti durante nuestra ausencia. Vamos.
Sin ánimos para decir algo más, Lizbeth simplemente se arrima a él con más fuerza.
Kane señala el atardecer:
—¿No te parece hermoso? Esos celajes, esa escala cromática perfecta. Es magnífico...
Tan sólo en Recdán pude percibir esa belleza nuevamente. Tú naciste en este mundo
maravilloso, yo tuve que encontrarlo, y pienso hacer todo lo posible por mantenerlo así, para
ti y los tuyos.
—Lo sé. No tengo nada en contra de ti, pero sí en contra de tu ausencia...
—Tienes que ser fuerte, para que yo sea fuerte. Verte así no me reconforta. Me hace
pensar que no comprendes mis razones.
—¿No puedo ser egoísta? Siquiera un poco—dijo Lizbeth, mientras se ponía de pie—
. Comprendo Kane, comprendo. Comprende tú también.
Ambos comenzaron a caminar en dirección a la puerta de entrada.
—¿Regresarás a mí? —preguntó Lizbeth, un instante antes de ingresar.
Él quisiera responder con una afirmación contundente, pero hacerlo ya no depende de
su voluntad. Afirmar con seguridad sería mentir.
—Para mí no hay un hogar donde tú no te encuentres, Lizbeth. Si puedo, nada impedirá
mi retorno.
“Si puedo”, la condicional resuena en la mente de ambos: “Si puedo”.
A Rima le da la impresión de que no puede escuchar muy bien. Los sonidos le llegan
con un timbre extraño, le parecen ecos. Ecos de voces, ecos de pasos. Le llegan como rodeados
de algo que amortigua su nitidez, se pregunta si el problema es su oído. Algo que colabora
con su confusión es la multitud de fuentes, el ruido aparentemente provocado por la puerta
parece también provenir de los muros y del suelo, y, a veces, hasta parece revolotear por el
mismo aire. También tiene la impresión de que no puede ver muy bien, las imágenes —de eso
está segura— aparecen difusas, cubiertas por un velo, no sabe si es de luz u oscuridad, sólo
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que se encuentra en todas partes. Cierra los ojos y nada cambia, el manto permanece, también
las cosas, los muebles, están presentes cuando cierra los ojos, los abre y siente que tan sólo
contempla las sombras de lo que la rodea. ¿Y por qué ese extraño sentimiento de que puede
ver a sus espaldas?
Rima se encontró girando muchas veces, mientras buscaba el camino hacia adelante,
siempre le daba la impresión de que éste permanecía a sus espaldas. En un par de ocasiones,
perdió el equilibrio y alguien impidió su caída. ¿Fue Kane?, ¿fue su madre? Su madre estaba
mucho más cerca, pero Kane sólo se encontraba a unos metros de distancia. En su actual
estado de confusión, cree que podría haber sido cualquiera.
—Es la conmoción perceptiva, Liz, no hay de qué preocuparse. Puedo notar que está
reaccionando bien —¿dijo Kane? —. Recriminaría a tu hija el esperar al último momento para
ponerse el traje, pero en este instante cualquier recriminación sería en vano.
Las palabras parecen repetirse un montón de veces. “No hay de que... preocuparse”.
“Hay. Preocuparse. Que. No”. “Hay. No. Hay. De. Hay. Preocuparse. Hay. No. Que. De”. Las
palabras están en todas partes, vienen de su izquierda, derecha, de arriba y abajo. Rebotan en
las paredes, las habitan y, por un momento, parecen vibrar en ellas.
—Siempre es así. Cuando un cuerpo no acepta el traje es fácil notarlo, la persona
comienza a desaparecer, literalmente. Esta confusión, en cambio, es señal de que el traje ha
sido aceptado y el cerebro está adaptándose a su nueva percepción—Risita. ¿Es la risa de
Kane? —. No te rías, Liz, no es gracioso.
¿Rías? ¿Alguien ríe? ¿Liz? ¿Lizbeth? Su madre está cerca, puede verla, confusamente,
cubierta por esa sombra, sombra de luces, pero su madre llora, puede sentir sus lágrimas.
¿También ríe? Sí, ríe. Sí, llora. Rima siente la risa, choca con ella y ésta la hace vibrar, la risa
también está dentro de ella, en su ropa, en el piso, en la alfombra, en Kane, está en todas partes
mientras caminan casi juntos. Rima sonríe, siente que sonríe, contagiada, y porque la risa
presente en la alfombra le hace cosquillas en los pies.
Rima recuerda: su madre tuvo que vestirla, como no lo había hecho desde hacia más
de un siglo. Kane le entregó el traje de poder: un par de piezas de extraña tela plateada, un
pantalón y otra, similar a una blusa de manga larga. Ella logró ponerse el pantalón sola, pero
el efecto de la conmoción perceptiva le impidió proseguir con comodidad, Lizbeth tuvo que
ayudarla. Después: todo. Le pareció sentir todo. La parte que era ella, su cabeza, sus manos,
sus pies, parecían estar encenagados en una masa de luz. Por un momento le dio la impresión
de que se ahogaría en ese todo, fue un sentimiento inquietante, tuvo miedo, sin saberlo abrazó
a su madre y permaneció quieta mientras, sobre la ajustada ropa plateada, Lizbeth la vestía
con la colorida y hermosa ropa holgada de su planeta. Rima recuerda.
Ahora se encuentra lejos de la casa de su madre, el pequeño grupo: Lizbeth, Kane y
Rima. Poco antes, estaban en un vehículo, parece que volaba, por un momento sintió que la
tierra estaba abajo, o encima, o a la izquierda, pero lejos. Probablemente estábamos en un
transporte aéreo, deduce su mente con dificultad. Le es muy difícil pensar en estos momentos,
todos sus sentidos parecen estar gritando en su cabeza al mismo tiempo: percibe sabores,
olores, sonidos y luces, todo a la vez. Cualquier razonamiento debe atravesar una viscosa masa
de impresiones, y apenas logran conseguirlo. ¿Camina? No lo sabe, no está segura, siente que
se mueve y alguien la ayuda, ¿su madre? Kane también está cerca, y ahora hay más gente,
todos parecen estar próximos a ella, todos: personas, su madre, Kane, la tierra, las aves
cercanas, algún roedor que salta por el césped. Todo está cerca, el transbordador en el
astropuerto y el mismo aire que la rodea, que la rodea por decenas de metros. Le parece que
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si ella extiende su mano podría tocarlos a todos y a todo, están tan cerca, ¿cómo pueden estar
tan cerca?
Rima tiene la impresión de que se han detenido, pero no está segura, todavía puede
sentir el movimiento de cosas, animales y atmósfera. ¿Ya están dentro de la nave? Da la
impresión de que no, pero ella ya puede sentir el interior del transbordador y el calor de sus
motores.
—Kane, ¿deben partir tan pronto?, Rima ni siquiera... —¿dijo un amigo? Rima
reconoce su presencia, pero no puede verle bien, parece que su carne está entremezclada con
sonidos, con voces, y con luces. Sus huesos también hablan, y eso deforma su imagen.
Pareciera que la mandíbula del amigo también tiene una opinión, que coincide
sorprendentemente con la del resto de su cuerpo y su propia voz. Todo el amigo habla, y el
aire que le rodea. Y sus palabras rebotan, en ella, en Kane, en todos los demás.
—La verdadera urgencia es llegar hasta el comandante Tordán. Los espartanos están
combatiendo en muchos lugares, incluyendo el sistema Dónarek. Él me pidió apresurarme,
debemos hacer muchos preparativos, Tordán no puede atender esta expedición y combatir a
los Un-dedo a la vez —¿dijo Kane?, ¿un dedo?, ¿quién tiene sólo un dedo? Pobrecito, piensa
Rima.
—Dedo —¿habló Rima?, ¿o es el eco? Podría ser el eco. De cualquier manera, todas
las voces parecen estar en el aire. Como una cacofonía de resonancias hablando entre sí, sin
comprenderse o escucharse. “Rima. Urgencia. Pronto. Dedo. Dónarek. Él. Dedo”. Los sonidos
están ahí, allí, y a través. La joven escucha que su madre habla con el gobernador de la
provincia, esta vez es ella quién explica la condición de Rima, algo sobre la conmoción
perceptiva, y una bicentenaria testaruda que sólo se puso el traje de poder a último momento.
La hija centra su atención en su dedo, la palabra le hizo recordar su índice, aquel que le dolía,
ahora puede ver el problema: tiene una mínima herida interna, aunque ésta atraviesa todos sus
tejidos, casi se encuentra completamente cicatrizada — Dedo —¿repite? Sólo sabe que es otro
dedo, ahora la palabra se refiere a ‘su’ dedo, deduce que fue ella quien dijo eso, los otros no
podrían saber que era su dedo del cual se hablaba.
—Hiciste muchos amigos aquí, Kane, hiciste mucho por nosotros. Que el caos se
incline a tu favor, mi buen amigo —¿palabras del gobernador? Se sienten, escuchan, más
sólidas, cercanas.
Todos parecen estar emocionados, ella no sabe muy bien cómo sentirse, una parte suya
lamenta mucho dejar a todos los amigos y a su familia detrás, pero también existe el deseo de
distraer su mente conociendo otros lugares, de romper con su particular cotidianidad, de un
poco de aventura. Esa otra parte está muy feliz. Sus propios sentimientos la confunden, en su
estado actual jamás podría explicarse con palabras. Como las que en este momento dice su
madre, ¿dice? Puede notar que se dirige sólo a ella, de no ser así el movimiento en el aire sería
diferente, Rima sonríe, orgullosa de su deducción, aunque no comprende las palabras, sólo
sabe que su madre está triste. Probablemente ella repite lo que le dijo ya varias veces, que
debe cuidarse, prestar atención a lo que diga Kane y disfrutar del viaje. Rima no sabe como
consolar a Lizbeth. No sabe qué decir, y ni siquiera está muy segura de poder hablar. Le es
difícil recordar cómo habló hace tan sólo un momento. ¿Qué hizo? Pareció ser algo tan
complicado. Se movían tantas cosas. Vibraba todo.
—Dedo —vuelve a decir, para recordar la compleja mecánica, el acto representa un
considerable esfuerzo. Rima desearía decirle muchas cosas a su madre, pero no puede y
comienza a lamentar el no poder comunicarse. Siente lágrimas, muy próximas, tan cerca que
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podrían estar en sus mejillas, también están ahí y en lo que parece ser, se siente como, el rostro
de Lizbeth. ¿Está siendo abrazada por su madre? Sus mejillas parecen estar cerca.
Mientras lamenta su inhabilidad para comunicar sus sentimientos, Rima pierde la
noción del tiempo, no sabe si es mucho, o apenas unos segundos, la cercanía de su madre
termina, ahora es Kane quien está más cerca, él y la nave. ¿Caminan hacia ella?, ¿suben? Rima
debe despedirse, desea confortar a su madre, debe decir algo más que “dedo”, debe calmar de
alguna manera el dolor de Lizbeth, no puede, lo lamenta, ha olvidado cómo hablar y tiene
miedo de que salga una vez más esa palabra, que por alguna razón se le antoja muy tonta.
¿Qué hacer? Por qué no pedir al aire que hable, ¿acaso no están ahí todas las palabras
revoloteando? Y ella sólo necesita unas pocas. Tan pocas. Un par.
A Rima le parece que cerca de Lizbeth el aire vibra y de él surgen sonidos: “Estaré
bien”, dice una extraña pero familiar voz, su emisor es invisible. Su madre parece sorprendida.
Rima sonríe.
—Muy bien, Rima, muy bien—le parece escuchar la voz de Kane. A lo lejos, su madre
agita las manos. Rima ingresa al transbordador, no sabe si por su propia voluntad, asume,
deduce, la ayuda de Kane. En este momento no sabe muy bien si desea irse.
—Estaré bien —dice en voz demasiado baja para ser escuchada por alguien, Rima cree
que son los ecos de sus palabras, moviéndose muy cerca. Ella está sola en una habitación
dentro de la nave, Kane, en los controles. Abajo, cada vez más lejos, Lizbeth, algunos amigos
y su planeta—Estaré bien —repite, esta vez para confortarse a sí misma.
Capítulo Dos.
Sangre entre las estrellas
El sistema de transporte ermitaño, también llamado de relevos, es parte del
conglomerado comercial de Filomena. Éste consiste en una serie de estaciones espaciales con
capacidad de teletransportación, y están presentes en cada uno de los sistemas estelares de la
Galaxia Humana, con una sola excepción: Késmit. La principal actividad de estas estaciones
automáticas es la transferencia de información en grandes cantidades, aunque, con menor
frecuencia, también ofrece sus servicios para transportar cosas o personas, por lo general en
cantidades reducidas y pequeños tamaños. El número de destinos posibles a los que se puede
llegar utilizando este transporte es mucho mayor al total oficial de 876 sistemas estelares con
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vida humana, ya que existe una gran cantidad de estrellas, sin planetas aptos para su
colonización, donde pequeñas y grandes estaciones científicas o de explotación minera,
operaban en alguno de los planetas inhabitables que acompañan a casi todas las estrellas.
Nunca antes en la historia del sistema de relevos hubo una reducción tan grande de
sistemas estelares accesibles. Todo transporte a Sirania, Bénotter y Redas, había sido
suspendido. Las razones son técnicas: los relevos no responden, su causa: desconocida.
Utilizando sondas automáticas, los ermitaños fueron los primeros en intentar averiguar qué
sucedía en el sistema del borde exterior. Algunas sondas destruidas más tarde, desistieron.
Después de un corto viaje, Kane se acerca a la enorme estación de relevo, en el linde
del sistema estelar de Recdán, varios centenares de miles de kilómetros más allá de la órbita
del último planeta.
—Erel, erel. Ésta es la nave recdaniana 0-4-0. Nos acercamos al relevo de Recdán,
código 8-1-3, cambio —El longevo terrestre esperaba una respuesta con impaciencia. A lo
lejos ya se podía divisar el gigantesco cubo de gruesas paredes, hueco en su interior; ahora
vacío, es la estación de relevo local. Abordo, Rima se encontraba en una de las habitaciones
del transbordador, todavía sufriendo la conmoción perceptiva.
Kane comenzó a disminuir la velocidad, no podía acoplarse a la estación hasta recibir
una respuesta —Erel, erel. Ésta es la nave recdaniana 0-4-0, pedimos permiso para atracar en
la estación relevo de Recdán, cambio —silencio. Estaba a punto de hablar nuevamente,
cuando en el hueco se materializó instantáneamente una voluminosa nave con forma de cruz,
conectada a la estación por sus cuatro extremos. Las palabras del piloto ermitaño llegaron un
pestañeo más tarde:
—Habla el erel. Relevo de Recdán, código 8-1-3. Permiso concedido, los estoy
esperando. ¿Cuántos pasajeros?
—Sólo dos —respondió Kane, conforme —. Estaremos dentro en unos cinco minutos.
—Vaya, ¿tanto? Bueno, espero.
Kane confirió el control del atraque al piloto automático, mientras iba en busca de
Rima y el equipaje. La nave recdaniana, a pesar de su mediano tamaño, se veía diminuta en
comparación al descomunal cubo. Terminada la unión entre ambas, la nave y la estación, Kane
y Rima ingresaron en el transporte ermitaño. Ella todavía tenía dificultades para mantenerse
en pie, por lo que debió apoyarse en Kane durante el corto trayecto hacia el interior de la nave
teletransportadora.
El cerebro de la dama Pádemar seguía estando abrumado por la cantidad de
información que le llegaba. Percibía la realidad de la estación: todo era maquinaria y energía;
a excepción del angosto pasillo que permitía ingresar en la nave. La cápsula de relevo tenía
una composición similar al cubo, las mismas fuerzas estaban ahí. En el centro de la nave
cruciforme existía un pequeño salón para alojar a los pasajeros.
Para Rima, la presencia más extraña dentro del transporte ermitaño se encontraba
varios niveles por encima del par que caminaba hacia el salón: el piloto, parecía estar en parte
conectado a la maquinaria. Un metálico parcial, dedujo la mente de Rima casi como reflejo,
no había otra explicación para esa extraña mezcla de lo sintético con lo vivo.
La dama Pádemar se derrumbó sobre un sofá circular en el centro del salón, Kane, de
pie, habló en voz alta:
—Erel, estamos dentro.
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—Por fin, los escucho y los veo, viajeros. Su equipaje ha sido transferido.
Confirmamos destino: ¿sistema Dónarek? —preguntó una voz humana, provenía desde varios
parlantes.
Mientras tanto, afuera, en el espacio, la nave recdaniana, guiada por impulsos
automáticos, se desprendía del cubo para regresar a Recdán.
Los ojos de Rima vagaron por el lugar. La multitud de emisores para una sola voz, la
confundían. Por un momento, sus fuentes se distinguían con claridad, después el sonido
reverberaba en muros y suelo: provenía de todas partes. Confuso, muy confuso.
—Confirmado —respondió Kane.
—Ese sistema se encuentra en guerra. ¿Aun así desean partir?
—Sí, si usted lo considera seguro.
—El conflicto se limita al planeta principal, por lo tanto es seguro. Vamos... y estamos
ahí.
Rima cayó de bruces como empujada violentamente. Sintió como si le fuera despojado
el aire de sus pulmones, desapareció el mundo, alguien había arrancado el espacio que la
rodeaba. Kane la ayudó a levantarse— ¿Estás bien? —le preguntó. Ella sólo atinó a negar con
la cabeza, queriendo decir que ‘no estaba mal’. El instante de silencio que ahogó su mente
daba lugar a otra realidad de nuevos y múltiples sonidos y fuentes. Otros estaban ahí. Ahora
se encontraban en la estación de Dónarek, aunque ellos, viajeros y piloto, más la nave de
relevo, seguían siendo los mismos, inclusive a un nivel atómico. —Una fragata gadariana les
espera afuera. Está atracando —informó la voz del piloto ermitaño.
—Muchas gracias por el servicio, erel, nos dirigimos hacia la esclusa—dijo Kane
mientras conducía a la desconcertada Rima hacia la salida.
—He comunicado su presencia a los gadarianos, los aguardan y su equipaje está siendo
descargado—por protocolo, el ermitaño añadió: —Por nada, cumplimos con nuestro deber.
Kane también se despidió.
—Rá-pi-do —murmuró la desorientada Rima, que apenas podía avanzar apoyada en
Kane, él comprendió mal lo que ella quiso decir con esas sílabas y redujo la velocidad de sus
pasos. Ella se refería al viaje en el transporte ermitaño, había hecho una observación. Hacían
muchas décadas desde la última vez que ella viajó por el sistema de relevos.
Después de unos breves saludos formales entre los oficiales de la fragata y sus dos
nuevos pasajeros, los gadarianos condujeron a Rima hacia una cómoda—aunque austera—
habitación, para que descansara. Mientras, Kane entabló una informativa conversación con la
tripulación. La nave se dirigió a los alrededores del planeta habitable, Dónarek, desde donde
el cuerpo principal de la flota espartana, sitiaba al planeta principal.
Poder, fue la primera impresión de Rima cuando descendió de la fragata al crucero
estandarte gadariano, el Sócrates. Sentía la presencia de poderosas máquinas en todas las
direcciones. La fuerza de sus flujos eléctricos, o de energía, opacaban, en la realidad sensorial
de la dama recdaniana, a las muchas personas que se encontraban trabajando en los numerosos
ambientes de la nave. Ellos y ellas recibían órdenes o las emitían, obtenían información o
diseñaban planes de acción, la gente estaba ocupada en cada uno de los recintos mientras
Rima, Kane y su guía; un gentil oficial gadariano, atravesaban los amplios corredores de la
nave. Rima podía percibir la actividad detrás de puertas y paredes, pero la mente de la dama
Pádemar todavía no se había acostumbrado a esta condición, y era casi incapaz de discriminar
dónde estaba quién, seguía inmersa en la conmoción perceptiva. Para ella, todo era un enorme
mejunje indescifrable de información.
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La febril actividad que la rodeaba, sumada a la poderosa presencia de múltiples canales
de energía circulando por doquier, confundían a Rima aun más. Ella se esforzaba mucho,
intentando aparentar que tenía el control de sus sentidos, su actual condición le impedía darse
cuenta de que fracasaba por completo. Caminaba apoyada en Kane y su mirada era incapaz
de enfocarse en algún punto, además su mano libre se movía como tocando algo a cada paso.
Sentía sonidos y flujos, objetos invisibles, e intocables, un reflejo mental la impulsaba a
intentar tocar a estas fuerzas impalpables.
La nave Sócrates medía más de 400 metros de largo. Unos cien de ancho en su sección
más amplia, lo que puede traducirse como un distancia considerable entre la esclusa de ingreso
y el centro de mando, destino del trío. Kane y el oficial conversaban mientras recorrían el
largo camino, el terrestre seguía acumulando datos sobre los acontecimientos en el sistema
Dónarek. La mente de Rima no llegaba a asimilar la mayor parte de la información que ellos
intercambiaban, ésta se perdía, mezclada con las conversaciones en otros cuartos. Su única
respuesta era una ligera sonrisita cada que escuchaba las palabras ‘Un-dedo’, apelativo
coloquial utilizado por los espartanos para referirse a los habitantes de este sistema. ‘Los un-
dedo pelean muy bien’, decía el oficial gadariano, sonrisita, ‘los undedo’, sonrisita, ‘son un
pueblo valiente, no sólo cruel’.
Finalmente, el pequeño grupo llegó a su destino, ingresaron en una sala muy amplia,
el puente de mando. Éste tenía dos niveles: uno inferior, a nivel de la entrada, lleno de gente
y diversos medios de comunicación, y otro más elevado, al fondo, se llegaba a él a través de
unas gradas. Al centro del nivel superior, entre cuatro columnas decorativas y rodeada por
centros de información, pantallas y operadores, había una mesa de hologramas en
funcionamiento mostrando la imagen de un sistema estelar, que estaba siendo observada por
unos siete oficiales de alto rango acompañados por algunos edecanes.
Los tres atravesaron las hileras de mesas y oficiales de enlace, siendo ignorados por
los presentes, quienes estaban demasiado ocupados en sus respectivos quehaceres, hasta llegar
a la plataforma superior. Nadie pareció notar la confundida actitud de Rima. Después de subir
las gradas, el militar espartano, que escoltaba al par recdaniano, se adelantó, dirigiéndose hacia
el grupo de oficiales que observaban la proyección holográfica. Rima y Kane esperaron detrás,
apoyados en una baranda que rodeaba el borde del nivel superior con el inferior. El militar
saludó marcialmente al grupo presente y entabló una muy breve conversación con un hombre
alto y grueso, Kane reconoció el rostro del Comandante Tordan. Instantes después, ambos
gadarianos se acercaron a la dama de Recdán y al terrestre adoptado.
Tordan tenía una formal sonrisa cómplice en su barbado rostro, la inteligencia brillaba
en su mirada, al igual que el peso de la responsabilidad. En un par de zancadas se encontró
frente a Kane.
—Señor Kane Cefaz, dama Rima Pádemar, bienvenidos al Sócrates, la nave insignia
de la flota gadariana apostada en este sistema, aunque supongo que todo eso ya se los dijeron
—dijo el Comandante Tordán.
Aunque Rima apenas podía mantenerse de pie, intentaba saludar y actuar
normalmente, al igual que lo hacía Kane, pero las palabras no parecían estar dispuestas a salir
de su boca, sólo rebotaban dentro de su mente.
—Ella todavía sufre la conmoción perceptiva —indicó Kane.
—Bueno, eso explica esa expresión tan particular —comentó Tordán con humor.
Rima se molestó por esas palabras, mas sólo ella pudo notar esa molestia,
internamente, ni siquiera su rostro adoptó una expresión congruente con sus sentimientos.
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—No —balbuceó ella, pensando que con eso había aclarado todo.
—Yo desearía que Rima descanse, mientras usted y yo conversamos —sugirió Kane
—. Ella todavía necesita reposo.
—Estoy seguro de que es así, señor Kane, créame que todo estará dispuesto, insistí en
que vinieran al puente de mando por una razón importante, en estos momentos está ocurriendo
algo que usted debe escuchar. Por favor —pidió, a la vez que guiaba a los recién llegados
hacia la mesa.
Al acercarse a la proyección holográfica, Kane y Rima comenzaron a escuchar una voz
electrónica impersonal, provenía de unos parlantes. Era una transmisión tomada directamente
del sistema de comunicación por relevos:
“Ayuda. Estamos siendo atacados. Enemigo no identificado. Número y fuerza,
desconocidos. Sistema externo de defensas: Inhabilitado. Flota principal en camino,
trayectoria de intercepción con las fuerzas invasoras. Primera línea de defensas. Puesto
externo de defensa uno: no responde. Puesto externo de defensa dos: no responde. Segunda
línea de defensas, puesto uno: inhabilitado...”
Kane parecía no comprender por qué el comandante deseaba que él escuche esa
información. A pesar del respeto que tenía por ellos, los asuntos espartanos no eran de su
interés en este momento. Él asumía, incorrectamente, que los datos provenían de lo que
acontecía en Dónarek. Comenzó a prestar atención, la imagen descrita por las palabras de la
voz no podía ser algo que estuviese aconteciendo en el sistema estelar en el que se
encontraban, en éste, los espartanos ya sitiaban el planeta principal, desde hace ya varias
jornadas que habían destruido u ocupado cualquier defensa primaria o secundaria del sistema
de Dónarek. En un par de segundos, Kane dedujo que se trataba de otro sistema estelar, mas
para él ésta seguía siendo información irrelevante. La imagen de la proyección holográfica
cambiaba cada vez que se actualizaba con nueva información, puntos de luz verdes se tornaban
rojos, estos representaban a las defensas que habían sido inhabilitadas. Las coordenadas
recibidas sobre la trayectoria de lo que la voz denominaba “flota principal” permitían observar
una representación de su movimiento en el holograma. La información, aunque escasa, era
suficiente para transmitir con claridad que la amenaza provenía desde afuera y se dirigía hacia
el interior del sistema estelar: una invasión.
—¿Dónde está ocurriendo esto? —preguntó Kane a Tordán, en voz baja, cansado de
especular, en su mente había muchas posibilidades.
En cambio, en la mente de Rima no había preguntas, todo estaba muy claro: los
diversos acontecimientos de hologramas, sonidos, vibraciones, energías, electricidad, flujos y
voces, choques y rebotes, ocurrían a su alrededor, y cada uno tenía su punto de origen, aunque
éste fuese muy difícil de hallar. Por ejemplo, Rima no estaba segura si la imagen holográfica
surgía de la propia mesa, o de la energía que alimentaba a ésta. Su razonamiento le pareció el
correcto, mas su inseguridad del momento le impidió compartir su recientemente encontrada
sabiduría.
—No es el sistema Dónarek y tampoco se trata de alguna operación de las fuerzas
gadarianas. Esos deberían ser suficientes datos para que usted deduzca de qué sistema nos
llega esta información. Un lugar que nos concierne a ambos particularmente—, observó
Tordan.
Por un instante, el terrestre adoptado no encontró ese lugar. La Galaxia Humana era
un océano de conflictos, acontecían invasiones todos los años, y en este momento a Kane sólo
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le preocupaba un reducido número de sistemas y, de acuerdo a su conocimiento, ninguno de
ellos estaba siendo invadido. Entonces lo supo.
—No —dijo Kane. Había deducido el sistema, la palabra sólo era una respuesta
inconsciente que intentaba negar esa realidad. Tordán no pasó por alto el destello de
compresión en los ojos de Kane y captó el verdadero significado de su negativa.
—Así es —afirmó el comandante supremo —, esta información proviene de Kitsma,
el tercer sistema más cercano a Sirania. Sucede ahora. Está siendo invadido.
El comandante Nidas había luchado durante casi doscientos años terrestres, pero hace
ya más de cien que esas guerras de baja intensidad habían terminado. Cuando cayó la
Federación Humana, dirigida disolutamente desde la Tierra, en el año 14367 de la Unificación,
el caos y los conflictos cundieron por la Galaxia Humana. En el borde exterior apenas hubo
enfrentamientos hasta casi un par de siglos más tarde, sólo entonces la región se contagió de
la violencia que sacudía al resto de los sistemas estelares, aunque a una escala mucho menor
debido a sus limitados recursos industriales.
La riqueza y relativa debilidad militar, convirtieron a los ricos sistemas del borde en
botín de sociedades menos pudientes, aunque con mayor poder bélico. En el año 14859, la
guerra había llegado a la mayor parte de estos sistemas, incluyendo a Kitsma y —en el otro
lado de la galaxia— a Recdán. Mal preparados para el combate, muchos de estos sistemas
cayeron en manos de sus enemigos. Kitsma, gracias a Nidas y otros militares, logró mantener
su independencia e incluso fue capaz de ayudar a sistemas estelares vecinos como Redas o
Jifur.
Ahora, año 15483 d.U.1, a pesar de que el vecindario era muy estable, el gobierno de
Kitsma, al igual que el de los sistemas cercanos, había decidido mantener una flota
suficientemente grande como para desanimar el ataque de cualquier potencia de mediano
poder. Nidas estaba a cargo de esa armada. Él tenía 400 años exactos y se encontraba cerca
del límite de la esperanza de vida de su sistema. Siempre había confiado en la flota que ayudó
a construir y mantener. La armada espacial contaba con un crucero, dos destructores, cinco
fragatas, siete corbetas, más varias docenas de cazadores, mono y biplaza. Era una fuerza
formidable para los patrones de la región, tal vez la mayor del sector, según algunos informes
de inteligencia. Todas las naves se encontraban en buen estado, relucientes, y sus tripulaciones
estaban bien entrenadas, pero, durante el último siglo, el único combate que habían visto fue
contra políticos decididos a reducir el presupuesto militar. La crisis de Bénotter y la caída de
Redas, él lo sabía, garantizarían el financiamiento de su flota por los próximos doscientos
años, una interesante nueva situación, esto es, si es que lograba obtener una victoria, él dudaba
de que fuera posible. Lo supo por instinto, al contemplar a su débil enemigo invasor: una
carraca y un hombre que vestía un Traje de Poder, un TPPN.
Nidas avanzaba con precaución. Había logrado mantener a su flota unida, no intentó
dividir sus fuerzas, a pesar de la multitud de alarmas que convocaban su atención, prefirió
1 Existe una gran variedad de siglas para esta misma cronología. La más común: d.U., significa “después de la
Unificación”. También son muy utilizados: N.E. (Nueva Era), y T.U. (Tiempo del Unificador). Existen muchas
otras siglas más, pero todas utilizan el mismo referente: la fecha en que el planeta tierra se convirtió en una
unidad política. La formula extensa para referirse a esta cronología es “de la Unificación”. En cambio, en Késmit,
existe otra cronología con la misma sigla, d.U., en su caso quiere decir “después de la Unión”, y se refiere a un
acontecimiento exclusivo a este sistema estelar y su particular sociedad.En este planeta están en el año 1023.
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dejar caer a los sistemas de defensa exteriores antes que dejar adelantarse a sus corbetas y
fragatas, más rápidas pero con menor rango y poder. Esta táctica era muy conservadora,
algunos, del alto mando, estaban en desacuerdo con su excesivamente cauteloso avance, mas
Nidas no estaba dispuesto a arriesgarse después de la caída de Redas. La flota de ese sistema
había sido sólo un poco más pequeña, sólo un poco, y ahora—todo parecía indicarlo—estaba
derrotada. La tensión provocada por el silencio de Redas todavía afectaba a la tripulación, ya
que éste llegaba después del inexplicable silencio de Bénotter. El hecho de encontrar sólo a
una carraca y a un hombre vistiendo un TPPN como la supuesta flota invasora, tranquilizó a
la gran mayoría, si ellos eran el enemigo, no serían un rival para la flota kitsmaciana. Al menos
eso creían muchos, Nidas; en cambio, estaba aun más nervioso.
Algunos oficiales no comprendieron la ansiedad del veterano comandante, de igual
manera, a él le sorprendió comprobar que a nadie más parecía preocuparle el hecho de que esa
fuerza insignificante, en vez de huir o mostrarse temerosa, les había pedido que se rindan.
Ahora repetían su arrogante demanda, podían escucharla una vez más:
“Gente de Kitsma, ríndanse...”
“... y únanse a nosotros. Somos el amanecer de una nueva fuerza. No podrán
derrotarnos. Por favor, escúchenme, abandonen su actitud hostil y ríndanse. Yo soy tan sólo
un representante del poder que me envía. No midan nuestra fuerza basándose en la mía.”
Samdor nunca fue bueno a la hora de dar un discurso, en las conversaciones se caracterizaba
por ir directo al nudo del asunto, no por su fluida retórica. En este momento no sabía cómo
amenazar, peor aun, él mismo sentía temor.
—¿Crees en tus palabras? Si tú crees en tus palabras, ellos acabarán por creerte a ti.
No necesitas inspiración, Samdor, sólo necesitas estar convencido. ¿Estás convencido? —
preguntó la voz de Jinaid.
A miles de kilómetros de la flota kitsmaciana, Samdor flotaba en el espacio, varias
docenas de metros por delante de la enorme carraca siraniana: una voluminosa nave con más
de 600 metros de largo y unos cincuenta de alto y de ancho, no era un diseño elegante, si bien
no carecía de atractivo, sus grandes dimensiones le permitían ser una presencia amenazadora,
aunque su poder ofensivo era nulo, incluso en contra de la más pequeña nave de Kitsma. Las
carracas no llevaban ningún arma. Ambos, la nave y el hombre, avanzaban en dirección al
planeta principal del sistema: Kitsma. Él estaba cubierto por una armadura, pero la abertura
del cuello permitía ver la tela plateada de un traje, pegada a su cuerpo, vestía un TPPN. Su
corto cabello negro estaba despeinado, su reducida barba, descuidada. Samdor parecía
encontrarse muy cansado.
—Se puede decir que es una declaración clara y sincera —observó la voz de Jinaid —
, pero ellos no apreciarán esas cualidades. Necesitas estar convencido.
Jinaid Dézanar no se encontraba presente del todo, en este momento era sólo una
partícula desde la cual transmitía sus palabras a los oídos del hombre.
—Gracias, doctor —replicó Samdor —, pero debo insistir: creo que sería mucho más
útil si usted se mostrara a ellos.
—¿Tú crees?, ¿así de fácil? —preguntó la voz de Jinaid con sorna —. Te olvidas de
nuestras discusiones con sus representantes. Ellos rechazaron todas nuestras ofertas.
—Eran ignorantes de la situación, su decisión se basaba en el desconocimiento.
—Pero no desearon averiguar más. No hicieron preguntas. Ahora no será distinto.
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—Tiene la prueba final en sus manos. Nadie tiene un poder como el suyo, una
demostración sería suficiente. Puede ingresar al puente del crucero insignia, eliminar a unos
cuantos y apoderarse de la flota.
El rostro de Jinaid apareció delante de Samdor, igualando su velocidad de viaje, era
una cara sin profundidad, como una máscara. Era imposible sostener la mirada del rostro
flotante, un vacío rodeaba la parte presente de sus pupilas, las estrellas detrás eran visibles.
—Samdor —dijo Jinaid —, ¿eres ingenuo o un verdadero optimista?
—¿Doctor? —preguntó Samdor, algo confundido. El rostro de Jinaid volvía a
desaparecer.
—¿En verdad crees que eliminar a unos pocos sería suficiente?
—¿Yo? Sí, pero...
—No, el resto de la flota no acataría la decisión con la misma voluntad. Buscarían
hacernos daño, aprovechar la oportunidad de un descuido...
—Ellos no tienen ninguna oportunidad contra usted.
—Contra mí, pero… y ¿la carraca?
Samdor permaneció callado por un momento. En la distancia, veía la flota del sistema,
parecían estar acercándose lentamente, apenas podía divisarlos, no parecían muy ansiosos por
encontrarse con la inofensiva nave carguero y el usuario del traje, supuso que el comandante
sospechaba algo. Ojalá su recelo fuera el suficiente.
—En estos momentos no creo que podría ser muy eficaz en un combate —comentó
Samdor —, prefiero evitarlo —Pausa. Miró a su alrededor, tratando de encontrar la partícula
que es Jinaid, añadió:— Estoy seguro de que ellos también.
—Si supieran que no tienen una sola oportunidad de obtener la victoria, supongo que
estarían muy dispuestos a darse por vencidos. Tal es su situación, sólo que la desconocen —
se materializó el ojo izquierdo de Jinaid y la mitad de su boca—. Subestimas a su humanidad,
Samdor, ellos pelearán. No tengo tiempo para dictarles un curso de realismo para después
graduarles en impotencia. Esa es una situación difícil de aceptar, recuerda cuan difícil fue
convencerles en Sirania —un tenso momento de silencio, recuerdos —, la gente es muy capaz
de enfrentarse a la muerte por la esperanza de una victoria, no importa cuantas veces les digas
que se trata de una ilusión. Tendremos que hacer un esfuerzo, mi buen Samdor... Debo
reconocer que una parte de mi hasta lo celebra —el fragmento de boca construye una sonrisa
inacabada, el resto de la alegría se encuentra a varios años luz de distancia, en otro sistema
estelar, tal vez Sirania, quizás Redas.
Samdor escuchó a Jinaid sin prestar mucha atención a las comunicaciones provenientes
de la flota kitsmaciana, no decían nada esperanzador, simplemente manifestaban no estar
dispuestos a acatar las demandas emitidas por él (que en su mundo era un simple benotteriano
adoptado por Sirania), a la vez que ellos hacían su propio pedido de rendición. Ahora todos
se encontraban en silencio, esperaban la respuesta de Samdor. Él, flotaba delante de la carraca,
se encontraba todavía cansado, había superado la conmoción perceptiva hacia poco tiempo y
no estaba preparado para la presión de un momento como éste.
—Recuerda, Samdor, seguridad, no tengas dudas —murmuró la voz de Jinaid, su
presencia, una pequeña partícula, tan sólo era apreciable al benotteriano por la capacidad
perceptiva que el traje le otorgaba—. Podrías salvar sus vidas.
—Flota de Kitsma, ríndanse... —comenzó Samdor, nuevamente.
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Desde un pequeño altavoz cercano a él, Nidas escuchó con mucha atención la misiva
del hombre con traje. El comandante intentó deducir el carácter de la persona que decía esas
palabras, prestando particular atención al tono con que usaba el lenguaje. Poco después, el
veterano general dedujo tres cosas: primero, el hombre estaba fatigado y era muy probable
que actuaba por obligación, segundo, había un dejo de temor en sus palabras; pero, ¿era éste
provocado por la flota de Kitsma? Tercero, una carga de congoja podía percibirse en él, ésta
era difícil de advertir, debido a que la piedad se mezclaba con ella, la piedad por ellos. El
invasor parecía sentir lástima por la flota de Kitsma.
El rango de las armas, la velocidad, la capacidad de los sensores y el poder de los
escudos, más el número de naves, eran los principales factores externos a tomar en cuenta en
una confrontación entre flotas. El comandante Nidas lo sabía, había dedicado su vida a
manejar ese tipo de información. Utilizando todo ese conocimiento se debía planificar la
táctica y ésta consistía en: distraer/engañar/desviar al enemigo hacia la parte más resistente de
las fuerzas propias o introducirse en él a través de su punto, o flanco, más vulnerable. El
comandante Nidas había hecho eso en muchas ocasiones. Conocía el método y los trucos,
lograba percibir las fintas del enemigo e identificar las falsas retiradas. En su mente era capaz
de idear una buena estrategia para atacar o defenderse de cualquier enemigo, lo hacía todo el
tiempo en simulaciones de entrenamiento, o revisando batallas reales. Trampas, fintas y
amagues, todas estas palabras eran parte del lenguaje utilizado en las batallas entre flotas.
Exhibición y trayectoria llana, básica y predecible, eran expresiones que él no había escuchado
antes. Nidas comenzaba a ponerse muy nervioso, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. El
enemigo no tenía un flanco débil, era débil en su totalidad. No amenazaba con su fuerza un
punto frágil de su flota, no tenía ninguna fuerza con la que amenazar. El comandante no estaba
preparado para esta ausencia de táctica.
Nidas había hecho un buen trabajo a lo largo de toda su carrera. Kitsma era libre y esa
libertad era la mayor prueba de su éxito. Él había encontrado muchas veces al gigante que
deseaba ocultar su tamaño y fuerza o al enano que pretendía reclamar tú atención con su
sombra. Ahora buscaba una celada y no podía encontrarla. Todos los magníficos sensores de
la flota indicaban que la pesada y gigantesca carraca (como las que necesitaba un planeta como
Sirania, poco habitado y semi-independiente) más un traje, ese extraño par, eran la “flota”
enemiga, la “flota” invasora. El carguero era una nave de gran tamaño, pero no poseía ningún
arma visible en su exterior y sus escudos no tenían una capacidad mayor a la del promedio
comercial, defensas diseñadas para proteger al carguero de las radiaciones solares y los
micrometeoritos. Nada en la actitud del par parecía indicar que ocultaban algo. Por lo tanto
no tuvo otra opción que aceptar como certeza la única posibilidad que restaba: un arma secreta,
algo desconocido que podía derrotar a flotas interestelares, dos nombres resonaban en su
mente confirmando su razonamiento: Redas y Bénotter. El instinto de Nidas le repetía las
mismas palabras que la voz del hombre: “ríndanse”, pero también sabía cuál sería el resultado,
por una vez se encontraría confrontado con el límite de los demás. Decidió postergar un poco
ese momento.
—Observación final, ¿Sensores? —preguntó, intentando parecer sereno.
—Sensor Uno. Una carraca modelo ITR-SE. Múltiples señales de personas dentro,
probablemente unos 10.000, todos parecen armados. Un número aproximado de cien
vehículos dentro. No se puede determinar el tipo. Una persona usuario de traje PPN, viaja
delante de ellos.
—Sensor dos. Confirmamos observación.
29
—Sepro2 uno. No hay más naves o usuarios a 100 kilokilos.
—Sepro dos. Confirmamos observación.
—Escrutinio detallado —pidió Nidas.
Los operadores del Sensor uno y dos, asumieron el trabajo. Pocos minutos después
comunicaron sus escasos hallazgos:
—Sensor uno. Única diferencia, una diminuta anomalía magnética cerca del usuario
de traje.
Sensor dos confirmó la observación. No había nada más. Nidas no podría defender su
posición, su deducción se basaba estrictamente en su conocimiento de la psicología utilizada
en las tácticas de guerra y sus 200 años de veteranía, no había un peligro concreto al cual
señalar. Ni siquiera él podía inventarse la amenaza que el hombre con traje y la carraca
ocultaban, ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo? No lo sabía. Tan sólo estaba seguro de que se encontraba
ahí, por el silencio de Bénotter y el de Redas.
El comandante en jefe se puso de pie y en voz alta se dirigió al estado mayor presente
en el puente:
—Deseo que conste en el acta de que en este momento sugiero a la flota rendirse a la
fuerza agresora identificada como: una carraca, un hombre usuario de traje y una diminuta
anomalía magnética.
El incrédulo silencio fue la primera respuesta, la segunda fue más contundente:
—Si decides hacer eso, Nidas, no tendré más opción que declararte incompetente y
relevarte del cargo —sentenció Kelos, el segundo al mando, inconsciente de que rompía el
protocolo al referirse a su comandante por su primer nombre. No lo hizo por rebeldía, sino por
el desconcierto que le provocó las palabras de su superior—. Si ese grupo no se rinde, serán
vapor en cuestión de nanosegundos.
Nidas suspiró, conocía el buen juicio de su subordinado mejor que nadie y sabía que
podría contar con su respaldo en cualquier otra situación, no ahora. El comandante observó la
sala, a las personas dentro de ella. El silencio de los demás oficiales parecía respaldar la
opinión de Kelos. No habría discusiones ni debates, existía un consenso: atacar si esos
enemigos no se rendían.
—Tan sólo deseo incluir esa información en el acta, Kelos. Nada más. La plana mayor
sólo debe rechazar mi sugerencia... y el resto puedes imaginarlo.
Por un momento, la mirada de Kelos pareció dudar de la cordura de su superior,
segundos después declaró para el acta que rechazaba la sugerencia del comandante en jefe, el
resto de los oficiales principales hizo lo propio con diligencia. Nidas no se sorprendió, sabía
que el enemigo no intimidaría a su tripulación; aunque por un breve momento no pudo evitar
una falsa esperanza, que tal vez algunos le apoyarían. Por lo tanto, con la decisión tomada, a
él sólo le quedaba la opción de ordenar un detalle.
—Comunicación visual, corbeta Forlin —en una pantalla próxima a Nidas apareció la
imagen de Ceoceste, el curtido rostro del valiente hombre lucía la obediente mirada de un
veterano. La expresión de Nidas le tomó por sorpresa, aún así, disciplinado, esperó las
órdenes—. ¿Crees que este grupo de Sirania va a ser un problema? —preguntó el comandante
sin mucho interés.
—No, señor —replicó Ceoceste, desde la pantalla, mecánicamente.
2 Sepro, sensorprofundo.
30
—Debido a que el poder de nuestra flota es suficiente para acabar con ellos, a no ser
que nuestros enemigos tengan un arma desconocida y no podamos derrotarlos, creo que puedo
prescindir de una corbeta, cualquiera sea el caso. ¿Está usted de acuerdo?
Acostumbrado a seguir órdenes en el campo de batalla, a Ceoceste le sorprendió que
se le sometiera a este pequeño interrogatorio. Comprendió que algo sucedía en el puente de la
nave insignia, o la mente de Nidas.
—Sí, señor.
—Entonces, usted abandonará la formación y se dirigirá en dirección al sistema aliado
más cercano, haciendo uso de sus quemadores.
—¿Quemadores?, ¿señor?, ¿dentro del sistema?
Nidas ignoró la pregunta.
—Deberá observar la confrontación contra esta extraña ‘flota invasora’ y grabar todos
los datos que los sensores de su nave sean capaces de percibir. Si capitulamos, todo lo que
obtenga podrá ser de utilidad para alguien, si el enemigo es destruido, se reunirá con la flota
de inmediato, a velocidad de crucero. ¿Ha comprendido sus órdenes? —Ceoceste asintió en
la pantalla—. ¿Cuánto tiempo necesita para llegar a un punto desde el cual podrá dirigirse al
próximo sistema?
El oficial conversó con los navegadores de su corbeta. Minutos más tarde informó
sobre su órbita, el sistema que había elegido y cuánto tiempo les tomaría llegar a un punto
apropiado para su partida. Nidas comunicó a la flota la razón para las maniobras de la Forlin,
su alejamiento sería la señal para atacar a la carraca y al usuario. Nadie objetó la decisión del
comandante, comprendían la razón, mas no había nada que pudiera disuadirlos de un ataque.
La batalla era ya inevitable.
Minutos más tarde, la corbeta de Ceoceste estaba en posición. Sus órdenes eran muy
sencillas, debía alejarse, iniciando el combate, huir sin mirar atrás, para llevar a otros la
información que obtendría. Mientras Forline se preparaba para utilizar sus quemadores, el
cuerpo principal maniobraba, habían dado un ultimátum al enemigo, al no recibir ninguna
respuesta se aprestaban a utilizar sus armas.
Samdor sentía que había fracasado. Tal vez, si hubiese estado menos agotado, menos
confundido, habría tenido una posibilidad de éxito. Se cuestionaba a sí mismo: ¿Debió
enojarse más?, ¿debió suplicar más? A Jinaid no pareció importarle qué actitud adoptaba él,
se veía entretenido por cualquiera de ellas. Ya era tarde para asir las oportunidades que
quedaban atrás, en el pasado, debía concentrarse en el ahora, en la defensa de la vulnerable
carraca.
Forlin se aleja.
El crucero insignia de la flota kitsmaciana disparó su cañón principal. El haz de energía
estalló en violentos destellos de luz azul.
Samdor tuvo que cerrar los ojos y bloquear sus oídos, para protegerlos de la luz y el
atronador sonido, él estaba rodeado de aire respirable y transmisor de vibraciones, el único
sentido que le permitió comprender lo que sucedía a su alrededor era la percepción otorgada
por el traje de poder, el vacío del espacio le permitía sentir hasta una gran distancia: a un
centenar de metros por delante de él, una fuente de poder había detenido el ataque del crucero
creando un escudo lo suficientemente poderoso como para rechazar su disparo. Esa fuente era
la mano derecha de Jinaid, sólo su mano. Muñeca y dedos, nada más suyo estaba presente en
Un sendero hacia el atardecer
Un sendero hacia el atardecer
Un sendero hacia el atardecer
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Un sendero hacia el atardecer
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Un sendero hacia el atardecer

  • 1. Aclaración Terminé de escribir “Un sendero hacia el atardecer” hace muchos años atrás. Ya no recuerdo cuánto, ¿17?, ¿15? Desórdenes propios y ajenos me impidieron invertir en esta historia el tiempo que se merece. El lenguaje, ciertas voces de personajes, el flujo de los acontecimientos, todos requieren trabajo, y mucho. Debo limpiar el texto, mejorarlo, añadir varias ‘escenas’, todo eso no es fácil. Y sobre todo este porvenir de sudor se ciernen preguntas aniquiladoras: ¿para qué?, ¿quién lo compraría?, ¿quién lo publicaría? Obvio, hay posibilidades en cualquier dirección, pero también pocas probabilidades a favor. Una apuesta de tiempo invertido requiere de mejores porcentajes para acometer todo el trabajo demandado, así, el borrador nunca pasa a limpio, y la historia no se cuenta, no tiene público. Lo que es un flaco favor a los personajes. Para evitar que esta historia quede en silencio, yo, Rodrigo Antezana Patton, autorizo la distribución por cualquier medio, sin fines de lucro, de esta versión de “Un sendero hacia el atardecer”, si no se modifica el texto original, y se respeta la autoría. Veremos si así despierta algo de interés y logra darme la energía requerida para llevar esta narración a la cima prometida. Si respetan todo lo estipulado, muchas gracias.
  • 2. 2 1 Un sendero hacia el atardecer Por Rodrigo Antezana Patton
  • 3. “Sólo somos seres humanos, permanezcamos así. La ingeniería genética y la cibernética podrán otorgarnos poder, pero no nos darán que no tengamos ya. Debemos tener cuidado. Jamás abandonemos nuestra condición humana, es nuestra maldición y nuestro único regalo.” Filósofo T.A., el unificador. Año 1 “Después de cien reyes filósofos, después de cien reinas guardianas, después de cien reyes poetas, después de cien reinas cronistas, después de cien reyes peregrinos, después de cien reinas mercantes, después de cien reyes guerreros, después de cien reinas artífices, y cien reyes más, y cien reinas más, entonces... llegó el gran colapso, para ti, para mí, para ellos, para todos”. Estribillo utilizado por diversos tipos de narraciones populares, a partir del año 14367 de la Era Unificada, momento en que aconteció el Gran Colapso. 3 Primera Parte
  • 4. 4 Índice Primera Parte.............................................................................. Capítulo Uno. En casa de la dama.............................................. Capítulo Dos. Sangre entre las estrellas..................................... Capítulo Tres. Vestir delirios mortales....................................... Capítulo Cuatro. Memorias recientes......................................... Capítulo Cinco. Y el camino se torne inclemente...................... Capítulo Seis. Una espada de madera......................................... Capítulo Siete. Seres especiales.................................................. Segunda Parte............................................................................. Capítulo Ocho. El saludo de los gigantes................................... Capítulo Nueve. Poder reír......................................................... Capítulo Diez. Ojos para ti......................................................... Capítulo Once. Amigo escurridizo............................................. Tercera Parte.............................................................................. Capítulo Doce. Contempla el atardecer...................................... Capítulo Trece. Despídete de todo, de todos.............................. Capítulo Catorce. La victoria de Jinaid...................................... Capítulo Quince. Un sendero hacia el atardecer........................
  • 5. 5 Capítulo Uno. En casa de la dama Un cuarto limpio. Todas las paredes, el piso y cada una de las máquinas, lucen un cuidado higiénico absoluto. La luz, proveniente de una multitud de lámparas, rebota en toda superficie, cada brillo alude a la pulcritud de la habitación. Sin desentonar con el ambiente, una atractiva mujer desnuda luce su fina piel blanca. Ella se mueve confiada y segura, sólo la tristeza en su rostro—parcialmente cubierto por largo pelo lacio y negro—revela que tiene un problema. Sin vacilar, la mujer ingresa en un receptáculo de metal con forma de tina. La cóncava superficie acerada exhibe una multitud de diminutos orificios, además de numerosas aberturas largas y delgadas que lo recorren de un extremo a otro. La máquina recibe al cuerpo con naturalidad, está diseñada para alojarlo, la mujer se echa y, suavemente, una plancha transparente se desliza para cubrir su cuerpo acostado. Sobre el panel de mandos que controla a la máquina se enciende una luz roja en señal de alarma, ningún sonido acompaña a esta alerta, la sirena ha sido apagada. Un programa bizarro comienza a funcionar dentro del cerebro electrónico del aparato, éste posee una capacidad de razonamiento suficiente como para darse cuenta de su extraña naturaleza, y busca prevenir a su usuaria mediante la luz roja y la estridente sirena, ahora silenciosa, pero deberá cumplir las órdenes, no puede evitarlo. Debe obedecer al programa, bizarro o no. Dentro del receptáculo ha comenzado a fluir un líquido azul desde los orificios, y de las aberturas en forma de línea surgen filamentos acerados que se concentran en despedazar el cuerpo de la mujer. Su rostro ya no refleja tristeza, ahora está contraído por gestos de dolor, mientras sus miembros violentamente intentan escapar a la multitud de agresores. Brazos y piernas golpean con intensidad la cubierta transparente, ésta se mantiene incólume e indiferente al dolor que se padece en su interior. La mujer no grita, solloza, a medida que una máquina diseñada para curar y devolver la vida, la arrebata. Hay pocas nubes en el cielo, todas blancas y tenues. Ellas adoptan las formas caprichosas que les dicta un viento suave, y se mueven lentamente en dirección al horizonte, mientras el resto del firmamento presenta un celeste perfecto. El hombre delgado, volando sobre el océano a unos quince metros de altitud, se detiene un momento para contemplar este paisaje simple, de belleza perfecta, después retorna a su obra: un enorme castillo transparente, construido con agua salada y coloreado en algunas secciones: como el marco de las falsas ventanas, y el puntiagudo techo de las torres. Un grueso chorro líquido surge del océano y se eleva por el aire. Se mueve con violencia, dirigiéndose al castillo, no choca contra la construcción de agua, es absorbido por ella. Con una fuerza invisible, el hombre delgado manipula la masa de agua y, como si de un
  • 6. 6 bloque de construcción se tratara, la transforma en parte del parapeto. Minutos más tarde, ha terminado. El castillo líquido, solidificado mediante el hábil uso de energías y revestimientos, se levanta completo ante su mirada. Impulsada por el viento, la fortaleza transparente comienza a navegar sin rumbo. La luz del día choca con sus paredes, se dispersa, fraccionándose en caprichosos tonos. En sus muros acuáticos danzan mil colores, nunca los mismos. La fortaleza de agua juega con la luz, la lleva por senderos caprichosos, y la utiliza para pintarse de infinitos matices. El hombre delgado observa la fortaleza con un dejo de melancolía. Ráfagas de aire juegan con su cabello hirsuto, color castaño oscuro, y su barba desordenada. Su holgada ropa de bellos colores también se mueve al ritmo designado por la brisa. Sin embargo, una tela de color plateado, visible sólo por la abertura de su cuello, se mantiene firme, sin movimiento, como pegada a la piel del hombre. Finalmente, él sonríe, no sin algo de tristeza, y se aleja, primero lentamente, volando de espaldas, todavía con sus ojos puestos en su navegante construcción, después, gira, aumentando su velocidad hasta el máximo del que es capaz. Hay un asunto muy urgente que debe atender, castillos y otras actividades, tendrán que esperar. El golpe de aire, generado por la velocidad con que vuela el hombre delgado, produce una violenta estela de pequeñas y rápidas olas sobre la vasta superficie del océano. Una mujer ingresa en la habitación limpia, su pelo es de color castaño claro, su ropa holgada de bellos colores y con esforzados diseños, su rostro joven y su piel tersa, contrastan con sus ojos, que delatan madurez de muchos años. Su mirada recorre el lugar con la agilidad de aquel que desea encontrar algo o alguien. La expresión de su semblante revela un nerviosismo que se acrecienta, sus ojos no encuentran nada, decide buscar con su voz: —¿Rima? —grita, sin mucha convicción, observa el cuarto, revisando el lugar mecánicamente— ¿Rima, estás aquí? La mujer espera por una respuesta, una voz que surja de cualquier punto oculto a su mirada, pero, nada. El único sonido es un leve murmullo que proviene del receptáculo, la mujer se acerca hacia él, está tapado, lleno de un líquido de profundo color azul. Enérgicas y diminutas olas recorren la superficie añil del fluido. La alerta roja, en silencio, todavía tintinea, advirtiendo sobre la existencia de un problema, es suficiente para la mujer. Inquietada por la señal, revisa el panel de control de la máquina. La información provista por los indicadores la sobrecoge, en un instante comprende qué sucedió y—como una fugaz llamarada—un ligero temblor nervioso recorre toda su espalda. Desea no creer lo que ha sucedido, busca eludir la realidad de cualquier manera, para así escapar al dolor que llega, la atrapa, recorre todo su cuerpo con fuerza, silenciosas lágrimas comienzan a recorrer su rostro, mientras el aire dentro de su pecho parece desear convertirse en sollozos desesperados. Es un impulso automático e irracional lo que la empuja a levantar la tapa transparente. En el líquido azul contempla su reflejo, deformado por el temblor que afecta al fluido. Un solitario y cercenado dedo humano asoma a la superficie, flota, la vibración del fluido cesa. La luz roja de la alarma parece gritar más fuerte que nunca, su giro llamativo se acelera. Con delicadeza, y por acto reflejo, la mujer coge el dedo índice y lo atrae hacia ella, la solución añil se adhiere al pedazo humano, como si intentara recuperarlo. La resistencia del fluido azul despierta a la mujer de su abstraer y su involuntario, mas peligroso acto. Ella recobra el control sobre sí y, con celeridad, aunque cuidadosa, deposita el dedo en el líquido, cerrando el receptáculo. La vibración se reanuda y las diminutas olas vuelven a poblar la superficie. La luz de alarma retorna a su ritmo previo.
  • 7. 7 Con apremio, la mujer hace algunos ajustes con el panel de control. Una sonora alarma invade el recinto. El poderoso sonido rebota en cada pared, velozmente, ella reduce el volumen del ruido al mínimo permitido. Revisa la modalidad actual del funcionamiento de la máquina. Finalizado el proceso, la mujer se sienta en el suelo y, con tristeza, se apoya en el receptáculo. Cierra los ojos. Las lágrimas vivas retornan a su rostro, recorriendo los mismos senderos de su rostro. Ella extiende un brazo sobre la tapa transparente del receptáculo, e inicia un movimiento que imita la acción de acariciar, como si intentara arrullar a la persona destruida que se halla en el interior de la máquina. —¿Por qué? — pregunta con voz muy suave —. ¿Por qué no hablas conmigo? Una voz impersonal, proveniente de un parlante, con un simulado timbre humano, interrumpe su aflicción: —Dama Pademar, el señor Kane Cefaz ha llegado, las espera a usted, y a la señorita Rima, en el cuarto de hologramas. Haciendo un esfuerzo por recobrar el autocontrol, todavía apesadumbrada, la mujer se pone de pie. Se dirige hacia la puerta mientras habla en voz alta: —Comunica al señor Kane que estoy en camino —Se detiene un momento y, con tristeza, contempla el receptáculo cerrado —. Cuando mi hija reviva, dile que la estamos esperando en el cuarto de hologramas. —Como usted diga —. Responde la voz impersonal, indiferente y mecánica. La puerta del cuarto de hologramas se abre con un bufido, es una habitación oscura, dominada por una gran mesa con proyectora hologramática, y varias sillas a su alrededor. Un hombre se encuentra dentro, ensimismado, de pie, observa con atención una proyección tridimensional de la galaxia humana, la luz proveniente de esta imagen ilumina su persona. Él reacciona al ingreso de la mujer, su mirada cambia de objetivo, se alegra por su nueva compañía, y se acerca a ella con los brazos abiertos, la abraza y besa con ternura. Al tocarla percibe la tensión de su cuerpo. —¿Es por el viaje? —pregunta Kane—. Nodeberías preocuparte así, Lizbeth... — Ella niega con la cabeza antes de que él pueda proseguir. Él piensa por un instante, deduce:—. Es Rima, ¿verdad? —Lizbeth asiente y él emite una profunda y duradera exhalación—. Creo que... Lizbeth gira para ocultar su rostro a Kane. De espaldas a él, se limpia las lágrimas mientras habla con una voz quebrada: —Ella tardará en llegar... y soy yo quien debe lidiar con sus problemas— Lentamente su voz adquiere un poco de fuerza —. Tú le agradas, pero es mejor que no interfieras, prométeme que no dirás nada— Lizbeth gira y le enfrenta, Kane concede con renuencia—. ¿No puedes alejar de mi mente esta impotencia de madre? Prefiero pensar en otras cosas, atender otros asuntos… Tenías algo que decirme. Con gentileza, Kane lleva a Lizbeth hacia uno de los asientos que rodean la mesa de hologramas. Los centenares de puntos de luz en la proyección tridimensional tienen tres colores: blancos, señalando los sistemas estelares no explorados; rojos, sistemas solares explorados y, finalmente; amarillos, sistemas estelares con población humana. Los puntos luminosos, amarillos y rojos, forman una caprichosa mancha en medio del pequeño pedazo proyectado de un brazo de la Vía Láctea. Esa mancha rojo amarilla es conocida como la Galaxia Humana. Una de las luces amarillas tintinea, para Kane y Lizbeth es su principal punto de referencia, señala el sistema solar en el que se encuentran: Recdán (en una galaxia
  • 8. 8 habitada por seres humanos, el nombre del planeta habitable bautiza a la estrella; con una sola excepción: el Sol y la Tierra). Ambos saben que este sistema está en el borde derecho del brazo galáctico, siguiendo las convenciones para la lectura de cualquier mapa hologramático de la Galaxia Humana. Hacia adelante, el final del brazo galáctico, por detrás, el centro de la galaxia, la gran acumulación estelar. El nivel, o altura, del sistema estelar, se mide de acuerdo a un segundo punto de referencia: una luz amarilla más grande que las demás, situada en lo que podría ser el caprichoso centro de la mancha ambarinocarmesí, ésta señala al Sistema Solar, a la Tierra, Recdán se encuentra un poco por encima de su nivel. Así que, aproximadamente, siguiendo las convenciones, Recdán es uno de los sistemas en el extremo derecho de la galaxia humana, en el nivel más uno. —La última noticia es que no hay novedades, y eso es preocupante—dice Kane, manipulando los controles de la mesa de hologramas. Amplía el mapa, moviéndolo hasta el borde superior, el que mira hacia el final del brazo galáctico. Ahora sólo se puede observar una docena de puntos amarillos y rojos, ninguno blanco. Uno de los puntos amarillos comienza a parpadear, está en un nivel más tres y muy cerca al borde absoluto superior de la galaxia humana, sólo existen unos tres sistemas más allá—. Sigue el silencio, ya son 48 horas desde que cesaron las emisiones desde Redas. —¿Nada? —Nada. Y ninguno de los sistemas cercanos ha decidido enviar una nave. Dicen que es muy arriesgado. Los ermitaños son los únicos que se están movilizando, se preparan para enviar una sonda robot desde Maryana. Sus motivaciones son económicas; pero de seguro también están curiosos, serlo es parte de su cultura. —¿Ya tienes la respuesta del Ejecutivo?, ¿qué opinan ellos de tus propuestas? —Muchos insisten en que mi hipótesis es rebuscada; innegable, pero sigue siendo la más verosímil. Creo que me apoya una mayoría. Sólo un grupo de unos cinco senadores se opondrán a mis sugerencias. —Pero todos tus colegas militares te apoyarán, ¿no es así? —Confían en mí, más que en mis razones. Hay un momento de silencio mientras Kane observa el conjunto de puntos luminosos, ella; en cambio, lo observa a él. —Me gustaría que no te dejen ir—comenta Lizbeth, melancólica. —Me gustaría no tener que ir—declara Kane—. No sabes cuánto, pero los hechos de Redas confirman lo sucedido en Bénotter y se producen de la misma manera. Primero desaparece la señal del teletransportador, situado en una orbita alejada de la estrella del sistema—Kane repasa los detalles mecánicamente, en una parte de su mente se prepara para hablar con el consejo—, después se pierde la señal de las bases y estaciones en órbita a media distancia. Finalmente, desaparece la señal de la estación de comunicaciones interestelares en órbita alrededor del planeta principal. Un movimiento de afuera del sistema hacia adentro... El teletransportador, en toda la Galaxia Humana, se encuentra alejado de la estrella, en el borde magnético de un sistema estelar. —Invasión—completa Lizbeth, que ya conoce el argumento, y sabe que tiene sentido. —Sí, no hay otra explicación. Al revés de lo que aconteció en Sirania. —Lo recuerdo bien, primero dejaron de transmitir información, después su teletransportador se volvió inaccesible—dice ella, recordando lo que Kane suele repetir cuando se habla del tema. Es su principal argumento para sospechar de ese sistema estelar como la fuente del problema que ya afecta a otros dos—. Un movimiento de adentro hacia
  • 9. 9 afuera—suspira—. Me gustaría creer que no tienes razón, que tu tesis es la equivocada— comenta con un dejo de tristeza. —Yo también, despierto cada mañana con la esperanza de que se comunique la coincidencia de una serie de desperfectos, pero esa información nunca llega—Kane le dirige una mirada inquisitiva—. ¿Sabes cuáles fueron las últimas palabras de Redas? — Lizbeth niega con la cabeza, en silencio—. Que un par de naves de su flota principal se dirigían a examinar una nave carguero. Eso fue todo. Una comunicación aparentemente de rutina. —No comprendo, ¿significa algo para ti? Kane se pone de pie, y comienza un lento caminar alrededor de la mesa. —Creo que ya tengo mi propia idea tan insertada, que sólo puedo pensar con ella como trasfondo. Desde mi punto de vista, la última señal de Redas sólo me repite lo que me dijeron todas las otras: el aislamiento de Sirania, y los acontecimientos en Bénotter. Lizbeth pregunta con la mirada a Kane. —Sirania es un planeta muy pequeño—prosigue él—, ni siquiera está contabilizado entre los 876 sistemas habitados. Es casi un mundo colonia, y todavía depende mucho de las importaciones de su antigua metrópoli, Bénotter, y para ese gran flujo de mercancías disponen de 3 enormes carracas. Lizbeth observa el punto de luz que parpadea, a pesar de que esos acontecimientos suceden a años luz de distancia, ahora la afectan directamente. La extraña esa sensación, esa incapacidad para sentir empatía por un incidente tan alejado, a ella la preocupan Kane, su pareja, y Rima, su hija. Reconoce su egoísmo, mas no se avergüenza, es un noble sentimiento el amor que siente por ambos, sólo lamenta no poder superarlo. —Para mí la imagen es clara. Una vez más. Si una carraca es lo último que han visto los de Redas, esa carraca es el problema, y es una que puede venir de Sirania—Kane suspira, como cansado—. Pero no sé si eso será suficiente para todos los otros. —Creerán en ti, Kane, como yo creo en ti—le consuela Lizbeth—. El alto mando te tiene confianza. Sólo tendrán miedo de perderte. Kane, que estaba de pie, toma un asiento próximo a ella. Sostiene su mano con ternura y comienza a acariciarla. —Entonces, se equivocan. No me perderán, yo regresaría, aunque me tomase mil años. Para mí, éste es el mejor mundo posible—dice Kane, mirándola fijamente a los ojos. Son palabras para ella, no para el consejo—. Espero estar equivocado, total y absolutamente equivocado, deseo encontrarme con mi error, y regresar. Regresar a ti, regresar aquí. Pero si tengo razón, también tengo un deber que cumplir. Déjame mostrarte algo—Kane comienza a introducir órdenes en la mesa de hologramas. El mapa vuelve a ampliarse, es toda la Galaxia Humana otra vez. Todos los puntos de luz no-amarillos desaparecen, y los ambarinos cambian de color. Ahora hay una mancha multicolor, hay casi 780 colores diferentes—. Éste es el mapa político de la Galaxia Humana, yo tuve que introducir a Sirania. No estaba ahí antes. Casi un tercio de todos los sistemas estelares son dictaduras, orgánicas o metálicas, y sólo existe ‘una’ entidad política que tiene una afiliación de más de tres sistemas—Kane amplia la sección que contiene a esa entidad, una nube deforme de color verde comienza a parpadear, está situada en la llamada Esfera Intermedia, la región de la galaxia humana entre los mundos del núcleo y los del borde exterior, todo con el sistema estelar como punto de referencia—. Éstos son los 83 sistemas estelares que conforman la confederación Gadariana—dice Kane, refiriéndose a la nube verde—. Ellos son la única fuerza que busca reunificar la galaxia desde el colapso del gobierno central terrestre, han estado combatiendo desde hace más de doscientos años y
  • 10. 10 tuvieron que conquistar 17 mundos de manera directa. Ahora puedes ver la historia de su desarrollo de manera acelerada—La nube de puntos verdes desaparece, sólo queda una luz esmeralda, parpadeando, es Gadaria, después son tres, cuatro, cinco... hasta ser 83, medio minuto más tarde—. He utilizado todos los programas a mi disposición, todos los modelos militares de los que dispongo y la estimación del avance de la nueva fuerza que surge desde Sirania es la siguiente:—. Un punto de luz azul parpadea, es Sirania, en un pestañeo son cuatro mundos, otro, y son diez. Los puntos azules se expanden por la galaxia humana como una ola imparable, veinte segundos más tarde toda la nube multicolor se ha tornado añil—. Las simulaciones no aceptan una equivalencia directa. Nunca antes ha sucedido algo igual, nos falta información. Tal vez Bénotter y Redas están luchando por su libertad, y el invasor, sea quien fuere, sólo está ahí, para los programas simuladores el mínimo es cincuenta años para ocupar y derrotar todo un sistema, el máximo es 78. Incluso así, en el tiempo que Gadaria logró obtener el relativo control de 83 sistemas, la fuerza de Sirania habría conquistado la totalidad de la Galaxia Humana. Deduciendo esto por la velocidad con que se movió contra los dos sistemas más cercanos. No existen las invasiones en paralelo, no las hubo nunca antes. Esta es la primera vez. Ese factor es suficiente para generar la simulación que viste. —Debe haber un error—exclama Lizbeth. —Por supuesto que sí. Es demasiado pronto, apenas tenemos información sobre el nuevo fenómeno, los datos utilizados provienen de comparaciones: otras guerras, otras conquistas, otros conflictos. El punto; sin embargo, es que se trata de un acontecimiento inaudito, que no podemos comprender con la información a nuestra disposición. Algo viene de Sirania. Algo nuevo. La puerta se abre, de pie en el umbral, aparece la figura de Rima, vestida con la hermosa y holgada vestimenta de su mundo. Su rostro muestra confusión y cansancio. —La máquina... —levanta la mano para indicar el techo—, dijo que... me indicó que me estarían esperando aquí... ¿es verdad? No comprendí muy bien sus palabras... lo repitió muchas veces... ¿me necesitan? —Toda conversación entre Kane y Lizbeth se dió tácitamente por terminada, ella corrió a abrazar a su hija, Rima retrocedió, dando a entender que no necesitaba ayuda—. Estoy bien—se tambaleó—, sólo necesito descansar... ¿me necesitan? —No es urgente, Rima, ya sabes, es sobre el viaje, puede esperar—Declara Lizbeth con gentileza. —Bueno... entonces... entonces, con su permiso, yo me voy—lentamente, insegura, Rima gira y comienza a caminar, se detiene un par de pasos más adelante—. ¿Por dónde está mi cuarto? —pregunta. Lizbeth se acerca a Rima, suavemente la abraza y comienza a guiarla con delicadeza, como si ella se estuviese apoyando en Rima, y no viceversa— Yo te llevaré—le dice, y su hija es incapaz de oponerse. Lizbeth no puede evitar algunas lágrimas, mientras lleva a Rima hacia su habitación. Rara vez se puede ayudar nuevamente a los muertos, y Lizbeth agradece la oportunidad de poder hacerlo, una vez más. Rima se acaricia el dedo índice de la mano derecha, por alguna razón le pica. El hombre recorre el pasillo, apenas iluminado por luces muy débiles, sólo algunos puntos de iluminación funcionan, la mayor parte del lugar está sumido en suave penumbra. El brillo de las estrellas ingresa en el corredor a través de lumbreras circulares en el techo, o desde los alejados ventanales al principio y al final de la galería. El satélite local, Hermione, se encuentra en su fase de cuarto creciente, cuelga en el cielo como una lámpara maravillosa,
  • 11. 11 aunque no posee suficiente luz para disipar las sombras del ancho pasillo. Una mayor claridad permitiría observar las bellas decoraciones de los altos muros, o identificar los muchos objetos desparramados desordenadamente por el suelo, ninguno pertenece ahí, ahora son obstáculos, muebles caídos, cosas que antes colgaban de otros muros, o estaban en otra habitación. Al hombre, alto y delgado, que atraviesa el pasillo, parece no importarle ni la falta de luz, ni los objetos destruidos, tampoco le interesan los vestigios de fuego, lucha y muerte, que marcan el pasillo de un extremo a otro, desluciendo todo lo que alguna vez fue muy hermoso. Los muros tienen algunos huecos y manchas ennegrecidas, producto de armas de rayos y los pequeños fuegos que su calor iniciara. También hay marcas de otro tipo, de un rojo profundo, antes tenían un color de vivo rubí, son de sangre. La violencia que alguna vez invadió este recinto ahora está tapada por un ligero velo de oscuridad. Pronto desaparecerán todas esas señales, pronto todo estará arreglado, renovado. Él ya lo ha decidido. El hombre no interrumpe su andar y evita sin dificultad los ocasionales estorbos en el suelo. Viste un traje de color azul y negro, muy elegante. En la débil iluminación resalta una prenda casi oculta por el resto de su ropa, apenas es visible una porción de la misma: por la apertura alrededor de su cuello y algunos brillos, por los orificios de las mangas. Se trata de algo de color plateado, está pegado a su piel, cubre parte de su cuello hasta casi cubrir su nuez, y también se extiende hasta la muñeca de sus brazos, por lo que se puede adivinar su forma de camisa, la viste por debajo de sus otras prendas. Su cabeza sin cabello, también reluce débiles destellos por el reflejo de la luz a su alrededor, mas las facciones de su rostro están ensombrecidas, cubiertas por una oscuridad propia, añadida a la casi ausencia de luz del pasillo. Él camina con seguridad. Lleva los brazos relajados, con las manos abiertas. En ambas falta el dedo índice y no los reemplaza una herida, ni un muñón, simplemente están ausentes. El hombre habla en voz alta, mientras avanza, no hay un interlocutor visible, sus palabras parecen provenir de su rostro, ahora casi invisible, o de sus manos, aparentemente tullidas. —Sí, había uno en Bénotter. Sabes, te sorprenderá... Pude obtenerlo. In-tac-to. Ahora lo tiene Samdor. Deberías verlo, todavía sufre la conmoción perceptiva. Pero estará listo para cuando lleguen a Kitsma, aunque será sólo un primerizo—dice el hombre. Apenas puede observarse movimiento alguno en su faz. Su rostro parece un montón de franjas negras, sin luz. —¡Increíble!, qué magnífica adquisición. Se supone que es casi imposible quitar el traje a un usuario. Especialmente si se trata de una persona entrenada —comenta una voz con un timbre muy distinto, aunque su sonido también proviene de una parte del inexistente rostro del mismo hombre y de su mano izquierda. No hay otra persona en el pasillo. —La verdad es que no fue difícil. Todavía me sorprende lo fácil que fue todo. Todos ustedes se equivocaron... —resuena el eco de sus pasos en la solitaria galería. El hombre mantiene su andar firme, pausado—¿Qué dices ahora, Lorder? —una pregunta como una orden. Por un momento, el silencio sólo es interrumpido por el movimiento del hombre, después, la voz del timbre distinto, habla: —Eran flotas pequeñas, soldados de provincia. No tenían experiencia en luchar contra naves de carga. No puedes culparles, la sorpresa debió ser mayúscula—las palabras son dichas en un tono juguetón, mas tienen una sombra de duda, una vacilación al final, como si la segunda voz recién considerara el impacto de sus palabras, después de haberlas pronunciado. El hombre se detiene. Ríe con todo el cuerpo, los brazos sueltos vibran al ritmo de su carcajada, su cabeza, inclinada hacia atrás, también. Su risotada invade el pasillo y rebota en
  • 12. 12 los muros. La fuente del sonido es confusa, proviene del rostro, pero también de las manos con los dedos ausentes. —¿Te burlas de mí o dices la verdad? Me alegra saber que no has cambiado, mi buen amigo —dice el hombre. —Todos hemos cambiado, Jinaid. Todos. No te olvides de eso, y eres tú el que más ha cambiado. El hombre, llamado Jinaid, reanuda su lento andar. —Hiciste un buen trabajo. Pero tienes que redoblar esfuerzos, necesito el sistema Bénotter funcionando con todo su potencial. No debemos retrasarnos... no podemos — exhortó Jinaid—. La galaxia ya lo sabe, vendrán. Alguien. Algo. Apenas audible, se escucha un suspiro de derrota. —Hay demasiados muertos. Demasiada destrucción... será difícil, tomará tiempo— protesta la voz llamada Lorder. —Utiliza el poder de tu traje, no sólo sirve para destruir —Jinaid se detiene una vez más—. ¿Puedes ver el edificio derruido a tu izquierda? Ése... El que era de color ambarino. —Sí, lo veo. Jinaid, solo en el corredor, estira sus manos hacia adelante, resaltan sus índices ausentes. Mueve las manos un poco y se escucha el crujir de paredes y la ahogada vibración de gruesas barras de metal que se doblan. Surgen poderosos gemidos de grandes cantidades de material, pero ni el más mínimo movimiento molesta la quietud del oscuro y solitario corredor, ahora que el hombre está casi quieto, hasta que el brutal ruido comienza a afectar al pasillo, haciendo vibrar a los objetos más sensibles y pequeños. —Eso es tan sólo un ejemplo de lo que puedes hacer... —dice Jinaid —. Puedes construir... aunque... —Pero... yo... yo no tengo tanto poder —balbucea la voz del timbre distinto. Se escucha el sonido de un derrumbe, como si enormes pedazos de un edificio se golpearan entre sí hasta chocar contra la superficie. En el pasillo, hay diversas vibraciones, debido al golpe de sonido. Jinaid retoma su camino, sosegado. —Sólo fue un ejemplo, Lorder. Nada podría reparar ese edificio. Te pido que pienses, con tus posibilidades: ¿cómo puedes utilizar tu poder? ¡Sé creativo con la respuesta!... Nada más. Utiliza el traje para solucionar problemas. Ahora ve, nuestra gente te espera. Jinaid, el hombre delgado y alto, llega al final del corredor. Ante él se abre un amplio mirador techado que se extiende de un extremo a otro del edificio, mide unos cuarenta metros. Desde el cielo nocturno saludan las estrellas y Hermione parece sonreír horizontalmente. Opacados reflectores dentro del corredor, buscan competir con la débil luz natural que invade el lugar. Situados frente al ventanal, para aprovechar la vista, se encuentran una serie de bancos; algunos están rotos o en malas condiciones. Sentada sobre uno en buen estado, se encuentra una mujer sin cabello, abraza sus piernas y contempla el horizonte con el mentón apoyado en sus rodillas, ella viste ropa muy hermosa, pero su rostro está melancólico. La mujer ignora el ingreso de Jinaid, y no le presta atención mientras se acerca a ella. La luz, más fuerte en este pabellón, revela los detalles en el rostro del hombre: él no tiene ojos ni boca, ambos están reemplazados por oscuros y profundos rectángulos de vacío. Los espacios brunos casi destruyen la humanidad en la faz de Jinaid. Sigue avanzando, con seguridad y calma, acercándose a la dama. Repentinamente, aparece la mitad de su ojo izquierdo, el pedazo observa a la mujer fijamente.
  • 13. 13 —Te estuve buscando, Carolina, caminé por todo el edificio para encontrarte — declara Jinaid, la voz proviene de su cara sin boca. Ella no se inmuta, no abandona su contemplación de las estrellas. —¿Por qué te molestas? No tienes nada que decirme —dice Carolina. Jinaid frunce las cejas sobre órganos visuales casi ausentes, la mitad de su ojo izquierdo expresa molestia, pero esa reconocible parte humana es menos extraña que el resto de su faz ausente. —¿En verdad piensas eso?, ¿eres capaz? —Jinaid se interpone entre la mujer y sus estrellas. Extiende sus brazos y éstos, a partir del codo, se separan de su cuerpo. Siguen una trayectoria circular, volando libremente alrededor de Carolina. Ella no evita mirar, no parece sorprendida por el espectáculo, su rostro permanece inmerso en una cansada tristeza, el ocasional movimiento de sus pupilas y párpados es su única reacción. La cabeza de Jinaid se separa de su torso, ésta se eleva y flota por el aire, después baja hasta situarse frente al rostro de Carolina. El cráneo del hombre se divide en cuatro pedazos, cada trozo exhibe oscuras y planas superficies en el interior de cada vacío. Cada porción comienza a girar sobre sí misma, alrededor de un eje invisible, situado detrás de cada una de ellas— Todos los días tengo un encuentro con nuestras fuerzas, estoy al tanto de nuestro avance. Estoy en todas partes... Y tú dices que no tengo nada que decirte—la voz proviene de cada sección—. Estoy en Sirania, estoy en Bénotter, estoy en Redas, estoy en camino a Kitsma. Carolina no puede sostener la mirada en movimiento del cráneo despedazado, inclina su cabeza hacia un lado. —Nada de eso me concierne—sentencia Carolina. Jinaid, instantáneamente, vuelve; en apariencia, a estar completo. Extiende su brazo hacia el ventanal. En un abrir y cerrar de ojos, con una velocidad sorprendente, una diminuta; pero visible, partícula oscura se materializa a un par de centímetros delante de su mano (que ahora incluye su dedo índice), otra partícula surge por delante de la otra, así hasta un número de ocho, entonces la primera partícula desaparece y otra surge delante del grupo, manteniendo el número estable de ocho. Apareciendo y desapareciendo, las partículas se alejan de Jinaid en un destello, en menos de un segundo se encuentran fuera del recinto. Con el brazo aún extendido, el rostro de Jinaid gira un poco para enfrentarse a la indiferente Carolina. —¿Y qué te concierne? —ella no da ninguna respuesta—. Aaaaah... ya sé... tal vez te interesan tus amigos —especula Jinaid, burlón y gesticulando con furia. Ella reacciona ante la mención de esa palabra. Se pone de pie de un salto. —Por favor no lo hagas —suplica. —¿Qué? —se burla Jinaid—, ¿te interesa?... ¿te interesa saber que uno de ellos ha sufrido un terrible corte?... y se encuentra muy mal —comenta con escarnio. —¡Por favor! —implora Carolina, sollozando. Jinaid extiende su brazo derecho hacia ella, en su mano vuelve a faltar el dedo índice, desde ese punto ausente fluye sangre en abundancia. No es una herida, el líquido simplemente parece materializarse al final de su extremidad. —¿Tal vez quieres saludarle?—inquiere Jinaid, cínico. Su mano se convierte en el origen de un grito desesperado; y esa voz no le pertenece a él. Un alarido retumba en el pabellón, golpeando con su dolor los oídos de las únicas dos personas presentes en el mirador. Carolina derrama lágrimas, suplica de rodillas, y, aunque le es difícil, sostiene la mirada con esa mitad de ojo de Jinaid. Una furia brutal todavía posee al rostro del hombre. Llega el sonido de huesos rompiéndose, es breve, después, el silencio. Del grito sólo queda su memoria. Los
  • 14. 14 gemidos de Carolina, en espasmos, ganan prominencia, sus ojos están cerrados y no espera la compasión de nadie, se entrega a su dolor—. Carolina —dice Jinaid, su tono y expresión cambian, ahora expresa una fría profesionalidad—. Carolina, tus amigos están intactos, ha muerto alguien anónimo para ti. Pero no me olvido de ellos, así que llévales un ultimátum: estoy cansado de esperar. Ya sabes cuál puede ser su final, sé elocuente, debes convencerles— Carolina se pone de pie y empieza a caminar, se dirige a la puerta, hacia su izquierda, alejándose de Jinaid. El hombre comienza a materializar un chorro de agua que le limpia el brazo y la mano, el líquido no cae en el pabellón, desaparece unos centímetros antes de tocar el suelo. Carolina, poco antes de alcanzar la puerta, escucha un murmullo que la acompaña, muy cerca de su oído: —Recuerda que ser displicente para conmigo no te ayudará, y siempre habrán consecuencias—reconoce la voz de Jinaid, ella asiente, desconociendo si él la observa. Un dejo de tristeza recorre la porción de rostro presente de Jinaid, su medio ojo contempla fijamente la puerta por donde salió Carolina. —¿Qué sucedió? Señor, ¿pasa algo? —pregunta una insegura voz, que surge del rostro de Jinaid. —Tranquilo, Búmar. Uno de los soldados enemigos ha dejado de existir, fue su grito lo que escuchaste. Eso fue todo. Su moral estará más baja el día de mañana. Han sido testigos de algo inexplicable para sus mentes; aunque han probado ser gente bien templada, les di algo en qué pensar. —Su temor, su temor se incrementará, y eso es útil, siempre es útil el miedo en los enemigos, señor—declara sumisamente la voz del llamado Búmar. Jinaid fuerza una sonrisa, mientras su medio ojo sigue contemplando la puerta. —Podemos desear que así sea, mi fiel Búmar. Que así sea —comenta Jinaid ausente, poco interesado en ese posible futuro acontecimiento. Los ojos de Jinaid aparecen completos mientras dirige su mirada hacia las estrellas. Intenta imaginarse una constelación con su rostro, no lo consigue. Las partículas, que teatralmente surgieron de su brazo, reaparecen, parpadeando hasta unirse a él—. Agradece la distancia que me separa de ti, Nador, agradece —comenta para sí mismo. Rima ya ha escuchado este discurso antes. Le gusta, era bueno y es bueno ahora, pero también es lo mismo, y ella ya ha escuchado ese discurso antes. Se encuentra aburrida, aunque intenta disimular lo mejor que puede ese aburrimiento. Por suerte no debe hacer un gran esfuerzo, casi se encuentra sola en la amplia tribuna para ‘Observadores’ del parlamento de Recdán, ahí apenas hay un par de personas más, y ellos (ambos son hombres) sí parecen estar interesados en las palabras que pronuncia el orador, no prestan ninguna atención a la casi bicentenaria joven. Desde el estrado, ante una sesión conjunta de los representantes políticos y militares del gobierno del planeta, Kane Cefaz; padrastro de Rima, explica porqué debe él abandonar su puesto como Director de Inteligencia Exterior, porqué debe partir de inmediato, porqué desea llevar a su hijastra; una genuina ciudadana de Recdán, porqué ha recibido la ayuda de los Espartanos; cuyo nombre verdadero es Gadarianos, y muchas otras explicaciones más, sin olvidar mencionar a la que levanta un mayor número de dudas: porqué se le debe permitir llevar su Traje de Poder o TPPN (Traje Perceptor de la Partícula Nula). Rima, además de conocer los principales argumentos de su padrastro, también está al tanto de que Kane cuenta con el apoyo de la mayoría, e incluso le informaron sobre la firme oposición que plantearían
  • 15. 15 algunos de los que se opondrán. Toda la sesión se le antoja como un teatro político, no por parte de Kane o sus colaboradores, sino por aquellos decididos a oponérsele. Rima simpatiza con su padre adoptivo; aunque todavía no comprende muy bien porqué se le ocurrió a él que ella, Rima, sería una buena escudo. Sin embargo, confía en Kane y considera que sus razones deben ser las correctas. Para Rima, la posibilidad de un viaje, sobretodo a lugares tan distantes, le ofrece una buena distracción, no le preocupa si será útil o no, prefiere no pensar en ello. Su mente ha decidido evitar el tema, ella hará lo mejor que pueda, eso es todo. Lo principal, lo que desea, es distraer su mente, sabe que Kane, y no ella, es el componente substancial de este plan, que apenas conoce. Su ignorancia del plan, junto a un preocupante número de asuntos asimismo ignorados, se deben a que Rima ha perdido gran parte de su curiosidad por la existencia de los otros, así como ha perdido el interés en su propia existencia. A veces sucede. Debería estar más involucrada con cualquier proyecto que contará con su participación, pero le es difícil interesarse por un asunto que acontece en un mundo tan lejano, en eso se parece a su madre, y muchos en el planeta, con la diferencia que a ella ya le es difícil interesarse por casi cualquier problema. Rima sabe que casi todo existió antes de que ella nazca, y mucho seguirá existiendo después de su muerte. Su vida es una lucha continua en contra de un nihilismo que a veces busca invadirla y dominarla. Por eso prefiere dejarse llevar, y abordar toda distracción que encuentra, para así huir de aquello que busca enterrarla. Ahora, no sabe cuanto tiempo más podrá aguantar sentada en la tribuna. Son pocas las palabras de su padrastro que consiguen todavía mantenerla en su asiento. Le gusta cuando habla del deber y del valor, Kane llega a su audiencia con las mismas palabras con que llegó a su madre y a ella, y Rima puede observar en el público una reacción positiva cuando él habla de asumir la responsabilidad que se pueda y llevar la iniciativa cuando otros no están dispuestos a hacerlo. Recdán es un mundo del borde exterior, pertenece al margen de la Galaxia Humana, aunque goza de uno de los mejores niveles de vida, como ciudadanos de un mundo provinciano se sienten orgullosos de poder participar en un evento que está afectando a una porción de la galaxia, aunque éste se encuentre casi al otro extremo, y se trate de sistemas estelares con una importancia política tangencial para el resto de la Galaxia Humana. “Si esperamos, el poder que surge de Sirania se hará más fuerte. Si esperamos, su amenaza crecerá y el frágil balance que mantiene la paz en la mayor parte del borde exterior podría colapsar. Aquello que no nos afecta ahora, puede afectarnos el día de mañana. Prefiero evitar ese día, prefiero alejar al enemigo del mundo que es refugio de los míos.” Suena bien, piensa Rima, y conocido. Son palabras sinceras, la preocupación puede sentirse en la voz de Kane. Ella, cuando la invade la indiferencia; como ahora, desearía poder compartir ese compromiso—por alguien o por algo—que reflejan las palabras del terrestre adoptado. Rima, la dama menor de la familia Pádemar, la hija, ha estado pensando en algunos argumentos del discurso de su padrastro. Por momentos le hacen recuerdo a sus propias palabras, aquellas que debe utilizar para defenderse de sus debilidades, para impulsarse a seguir adelante, y no quedarse en ningún lugar, en ningún tiempo. Son temas recurrentes en su mente, es un problema que le viene de manera constante, ha aprendido a protegerse, ha aprendido a argumentar, pero todavía cae, y siempre tiene miedo de ese instante: la caída, de la que es tan difícil librarse. Sacude la cabeza, prefiere no pensar en ello, y sus ojos distraídos recaen sobre una persona de la audiencia, ella reconoce el rostro y la actitud. Rima debió servir en dos sendas ocasiones términos de cinco años como representante al Parlamento de su provincia y familia, hace ya décadas, separadas entre sí por cuarenta años. La persona que ella
  • 16. 16 había encontrado en la audiencia siempre fue parte de los otros, aquellos que se opusieron a las propuestas del grupo al que Rima pertenecía y pertenece, la oligarquía terrateniente. Ella sabe que ese hombre también será parte de aquellos que se opongan a la iniciativa de Kane y—aun si no lo supiera—vasta una mirada para darse cuenta que escucha con escepticismo cada palabra que proviene del terrestre adoptado por Recdán. Rima mira su reloj, falta poco para el final del discurso de Kane, pronto llegará el momento que la involucra a ella, el pedido de un extranjero naturalizado para llevar a un ciudadano del sistema a arriesgar su vida en otro. Aunque Rima ya es mayor de edad para su gente, desde hace mucho más de un siglo, su vida también pertenece a la comunidad, su presencia la enriquece y fortalece, su ausencia la debilita. Ella debería escuchar, debería quedarse, pero después vendrán los turnos de las otras voces, de aquellas que no desean otorgar ninguna autorización de las requeridas por el señor Director de Inteligencia Exterior y ella no está dispuesta a tener paciencia con esas voces, ni siquiera con las importantes. Sin preocuparse por dar alguna señal a su madre, también presente aunque en otra plataforma, o a Kane, Rima abandona la tribuna de observadores. Interesados en el discurso, el par de personas presentes cerca suyo ignora su salida. Sumergida en su propia mente, la dama menor Pádemar recorre los pasillos y baja las gradas del Parlamento, indiferente a la bella arquitectura del edificio. Desea no encontrarse con nadie conocido (una posibilidad real a pesar de la distancia que la separa de su hogar) y se mueve con rapidez. Corredores y puertas parecen complotar contra su deseo de encontrarse en el exterior, por un momento teme haberse perdido cuando recibe en su rostro desnudo la luz del sol de la tarde. Observa el limpio cielo celeste y se distrae con la belleza de las nubes antes de abordar la pregunta de a dónde irá ahora. Rima baja un par de gradas lentamente. Frente a ella se extiende una de las enormes y hermosas plazas de la ciudad capital. A través de sus angostas vías se mueven varias centenas de vehículos robot, con pocos o muchos pasajeros, en el fondo del horizonte se divisa un inmenso aerostato de carga, empequeñecido por la distancia. A Rima, que siempre le gustaron los bosques, le llama la atención el hermoso parque en frente del parlamento, lleno de árboles, maduros y, por la primavera, muchos en flor, pero no desea pasear y exponerse a la presencia de los otros. Podría visitar la ludoteca y disfrutar de cualquiera de sus juegos virtuales, pero los buenos juegos toman mucho tiempo y los breves le parecen algo tontos. Podría visitar a alguno de sus amigas, mas no desea responder a ninguna pregunta. Biblioteca, no. Museos, no. Restaurantes, no. Archivos de diversa información, no. Variados centros de placer, no. La ciudad capital tiene todo lo que su mundo puede ofrecer, y no. La dama se detiene en medio de la gradería frontal del Parlamento, hay muchos lugares a los cuales podría ir, ninguno que le gustaría visitar ahora. Decide cambiar de estrategia y comienza a pensar en qué necesita en este momento, no tiene hambre, no está cansada, no se siente mal, sólo desearía divertirse pasivamente... necesita reír. Considerando que es la mejor opción, se dirige a un cercano poste de servicio, una columna metálica de metro y medio de alto coronada por una pantalla, y lo utiliza para llamar a un vehículo robot que la llevará a la Cinemateca más cercana. Mientras espera por su transporte, observa a su alrededor contenta de que no tendrá que ocuparse de su existencia por las próximas horas. Otras personas decidirán el rumbo que tomará su vida. Sentada en un extremo de la terraza de su casa, Lizbeth contempla el ocaso. El maravilloso espectáculo la conforta un poco, aunque no es suficiente para hacerla olvidar la
  • 17. 17 realidad que la rodea. Ellos se iban, la dejaban sola. Kane había logrado conseguir el apoyo del gobierno y su autorización para hacer todo lo que debía hacer y llevar lo necesario, incluyendo a la ciudadana de Recdán, Rima Pádemar, que lo acompañaría por voluntad propia. Para Lizbeth eso significaba que dos de las personas más cercanas a su persona, se marcharían. Sabía porqué, y no sólo comprendía las razones, las consideraba dignas. Sin embargo, la naturaleza de las causas no cambiaba el resultado, ellos se iban, y ella no podía evitar lamentarlo. Una mano se posó gentilmente sobre su hombro, Lizbeth reconoció el calor de Kane. Él se sentó junto a ella. —Abrázame —pidió Lizbeth, reclinándose en el cuerpo de su compañero, Kane le dio la bienvenida a su forma. Ella cerró los ojos, concentrando el resto de sus sentidos en percibir la presencia de él. —¿Porqué no estás con los demás? Todos están abajo y Rima se está divirtiendo como pocas veces. Ven. Qué clase de fiesta de despedida puede ser, si la anfitriona se encuentra ausente—comentó Kane. —Me es difícil pretender estar feliz—dijo ella. —Entonces no lo hagas, la gente comprenderá tú tristeza, pero el estar con ellos será reconfortante. Nos marchamos nosotros pero tú comunidad permanece, no lo olvides... Son personas gentiles y te están buscando. Sabes que no es un viaje de placer, aquí están todos para desearnos buena suerte y apoyarte a ti durante nuestra ausencia. Vamos. Sin ánimos para decir algo más, Lizbeth simplemente se arrima a él con más fuerza. Kane señala el atardecer: —¿No te parece hermoso? Esos celajes, esa escala cromática perfecta. Es magnífico... Tan sólo en Recdán pude percibir esa belleza nuevamente. Tú naciste en este mundo maravilloso, yo tuve que encontrarlo, y pienso hacer todo lo posible por mantenerlo así, para ti y los tuyos. —Lo sé. No tengo nada en contra de ti, pero sí en contra de tu ausencia... —Tienes que ser fuerte, para que yo sea fuerte. Verte así no me reconforta. Me hace pensar que no comprendes mis razones. —¿No puedo ser egoísta? Siquiera un poco—dijo Lizbeth, mientras se ponía de pie— . Comprendo Kane, comprendo. Comprende tú también. Ambos comenzaron a caminar en dirección a la puerta de entrada. —¿Regresarás a mí? —preguntó Lizbeth, un instante antes de ingresar. Él quisiera responder con una afirmación contundente, pero hacerlo ya no depende de su voluntad. Afirmar con seguridad sería mentir. —Para mí no hay un hogar donde tú no te encuentres, Lizbeth. Si puedo, nada impedirá mi retorno. “Si puedo”, la condicional resuena en la mente de ambos: “Si puedo”. A Rima le da la impresión de que no puede escuchar muy bien. Los sonidos le llegan con un timbre extraño, le parecen ecos. Ecos de voces, ecos de pasos. Le llegan como rodeados de algo que amortigua su nitidez, se pregunta si el problema es su oído. Algo que colabora con su confusión es la multitud de fuentes, el ruido aparentemente provocado por la puerta parece también provenir de los muros y del suelo, y, a veces, hasta parece revolotear por el mismo aire. También tiene la impresión de que no puede ver muy bien, las imágenes —de eso está segura— aparecen difusas, cubiertas por un velo, no sabe si es de luz u oscuridad, sólo
  • 18. 18 que se encuentra en todas partes. Cierra los ojos y nada cambia, el manto permanece, también las cosas, los muebles, están presentes cuando cierra los ojos, los abre y siente que tan sólo contempla las sombras de lo que la rodea. ¿Y por qué ese extraño sentimiento de que puede ver a sus espaldas? Rima se encontró girando muchas veces, mientras buscaba el camino hacia adelante, siempre le daba la impresión de que éste permanecía a sus espaldas. En un par de ocasiones, perdió el equilibrio y alguien impidió su caída. ¿Fue Kane?, ¿fue su madre? Su madre estaba mucho más cerca, pero Kane sólo se encontraba a unos metros de distancia. En su actual estado de confusión, cree que podría haber sido cualquiera. —Es la conmoción perceptiva, Liz, no hay de qué preocuparse. Puedo notar que está reaccionando bien —¿dijo Kane? —. Recriminaría a tu hija el esperar al último momento para ponerse el traje, pero en este instante cualquier recriminación sería en vano. Las palabras parecen repetirse un montón de veces. “No hay de que... preocuparse”. “Hay. Preocuparse. Que. No”. “Hay. No. Hay. De. Hay. Preocuparse. Hay. No. Que. De”. Las palabras están en todas partes, vienen de su izquierda, derecha, de arriba y abajo. Rebotan en las paredes, las habitan y, por un momento, parecen vibrar en ellas. —Siempre es así. Cuando un cuerpo no acepta el traje es fácil notarlo, la persona comienza a desaparecer, literalmente. Esta confusión, en cambio, es señal de que el traje ha sido aceptado y el cerebro está adaptándose a su nueva percepción—Risita. ¿Es la risa de Kane? —. No te rías, Liz, no es gracioso. ¿Rías? ¿Alguien ríe? ¿Liz? ¿Lizbeth? Su madre está cerca, puede verla, confusamente, cubierta por esa sombra, sombra de luces, pero su madre llora, puede sentir sus lágrimas. ¿También ríe? Sí, ríe. Sí, llora. Rima siente la risa, choca con ella y ésta la hace vibrar, la risa también está dentro de ella, en su ropa, en el piso, en la alfombra, en Kane, está en todas partes mientras caminan casi juntos. Rima sonríe, siente que sonríe, contagiada, y porque la risa presente en la alfombra le hace cosquillas en los pies. Rima recuerda: su madre tuvo que vestirla, como no lo había hecho desde hacia más de un siglo. Kane le entregó el traje de poder: un par de piezas de extraña tela plateada, un pantalón y otra, similar a una blusa de manga larga. Ella logró ponerse el pantalón sola, pero el efecto de la conmoción perceptiva le impidió proseguir con comodidad, Lizbeth tuvo que ayudarla. Después: todo. Le pareció sentir todo. La parte que era ella, su cabeza, sus manos, sus pies, parecían estar encenagados en una masa de luz. Por un momento le dio la impresión de que se ahogaría en ese todo, fue un sentimiento inquietante, tuvo miedo, sin saberlo abrazó a su madre y permaneció quieta mientras, sobre la ajustada ropa plateada, Lizbeth la vestía con la colorida y hermosa ropa holgada de su planeta. Rima recuerda. Ahora se encuentra lejos de la casa de su madre, el pequeño grupo: Lizbeth, Kane y Rima. Poco antes, estaban en un vehículo, parece que volaba, por un momento sintió que la tierra estaba abajo, o encima, o a la izquierda, pero lejos. Probablemente estábamos en un transporte aéreo, deduce su mente con dificultad. Le es muy difícil pensar en estos momentos, todos sus sentidos parecen estar gritando en su cabeza al mismo tiempo: percibe sabores, olores, sonidos y luces, todo a la vez. Cualquier razonamiento debe atravesar una viscosa masa de impresiones, y apenas logran conseguirlo. ¿Camina? No lo sabe, no está segura, siente que se mueve y alguien la ayuda, ¿su madre? Kane también está cerca, y ahora hay más gente, todos parecen estar próximos a ella, todos: personas, su madre, Kane, la tierra, las aves cercanas, algún roedor que salta por el césped. Todo está cerca, el transbordador en el astropuerto y el mismo aire que la rodea, que la rodea por decenas de metros. Le parece que
  • 19. 19 si ella extiende su mano podría tocarlos a todos y a todo, están tan cerca, ¿cómo pueden estar tan cerca? Rima tiene la impresión de que se han detenido, pero no está segura, todavía puede sentir el movimiento de cosas, animales y atmósfera. ¿Ya están dentro de la nave? Da la impresión de que no, pero ella ya puede sentir el interior del transbordador y el calor de sus motores. —Kane, ¿deben partir tan pronto?, Rima ni siquiera... —¿dijo un amigo? Rima reconoce su presencia, pero no puede verle bien, parece que su carne está entremezclada con sonidos, con voces, y con luces. Sus huesos también hablan, y eso deforma su imagen. Pareciera que la mandíbula del amigo también tiene una opinión, que coincide sorprendentemente con la del resto de su cuerpo y su propia voz. Todo el amigo habla, y el aire que le rodea. Y sus palabras rebotan, en ella, en Kane, en todos los demás. —La verdadera urgencia es llegar hasta el comandante Tordán. Los espartanos están combatiendo en muchos lugares, incluyendo el sistema Dónarek. Él me pidió apresurarme, debemos hacer muchos preparativos, Tordán no puede atender esta expedición y combatir a los Un-dedo a la vez —¿dijo Kane?, ¿un dedo?, ¿quién tiene sólo un dedo? Pobrecito, piensa Rima. —Dedo —¿habló Rima?, ¿o es el eco? Podría ser el eco. De cualquier manera, todas las voces parecen estar en el aire. Como una cacofonía de resonancias hablando entre sí, sin comprenderse o escucharse. “Rima. Urgencia. Pronto. Dedo. Dónarek. Él. Dedo”. Los sonidos están ahí, allí, y a través. La joven escucha que su madre habla con el gobernador de la provincia, esta vez es ella quién explica la condición de Rima, algo sobre la conmoción perceptiva, y una bicentenaria testaruda que sólo se puso el traje de poder a último momento. La hija centra su atención en su dedo, la palabra le hizo recordar su índice, aquel que le dolía, ahora puede ver el problema: tiene una mínima herida interna, aunque ésta atraviesa todos sus tejidos, casi se encuentra completamente cicatrizada — Dedo —¿repite? Sólo sabe que es otro dedo, ahora la palabra se refiere a ‘su’ dedo, deduce que fue ella quien dijo eso, los otros no podrían saber que era su dedo del cual se hablaba. —Hiciste muchos amigos aquí, Kane, hiciste mucho por nosotros. Que el caos se incline a tu favor, mi buen amigo —¿palabras del gobernador? Se sienten, escuchan, más sólidas, cercanas. Todos parecen estar emocionados, ella no sabe muy bien cómo sentirse, una parte suya lamenta mucho dejar a todos los amigos y a su familia detrás, pero también existe el deseo de distraer su mente conociendo otros lugares, de romper con su particular cotidianidad, de un poco de aventura. Esa otra parte está muy feliz. Sus propios sentimientos la confunden, en su estado actual jamás podría explicarse con palabras. Como las que en este momento dice su madre, ¿dice? Puede notar que se dirige sólo a ella, de no ser así el movimiento en el aire sería diferente, Rima sonríe, orgullosa de su deducción, aunque no comprende las palabras, sólo sabe que su madre está triste. Probablemente ella repite lo que le dijo ya varias veces, que debe cuidarse, prestar atención a lo que diga Kane y disfrutar del viaje. Rima no sabe como consolar a Lizbeth. No sabe qué decir, y ni siquiera está muy segura de poder hablar. Le es difícil recordar cómo habló hace tan sólo un momento. ¿Qué hizo? Pareció ser algo tan complicado. Se movían tantas cosas. Vibraba todo. —Dedo —vuelve a decir, para recordar la compleja mecánica, el acto representa un considerable esfuerzo. Rima desearía decirle muchas cosas a su madre, pero no puede y comienza a lamentar el no poder comunicarse. Siente lágrimas, muy próximas, tan cerca que
  • 20. 20 podrían estar en sus mejillas, también están ahí y en lo que parece ser, se siente como, el rostro de Lizbeth. ¿Está siendo abrazada por su madre? Sus mejillas parecen estar cerca. Mientras lamenta su inhabilidad para comunicar sus sentimientos, Rima pierde la noción del tiempo, no sabe si es mucho, o apenas unos segundos, la cercanía de su madre termina, ahora es Kane quien está más cerca, él y la nave. ¿Caminan hacia ella?, ¿suben? Rima debe despedirse, desea confortar a su madre, debe decir algo más que “dedo”, debe calmar de alguna manera el dolor de Lizbeth, no puede, lo lamenta, ha olvidado cómo hablar y tiene miedo de que salga una vez más esa palabra, que por alguna razón se le antoja muy tonta. ¿Qué hacer? Por qué no pedir al aire que hable, ¿acaso no están ahí todas las palabras revoloteando? Y ella sólo necesita unas pocas. Tan pocas. Un par. A Rima le parece que cerca de Lizbeth el aire vibra y de él surgen sonidos: “Estaré bien”, dice una extraña pero familiar voz, su emisor es invisible. Su madre parece sorprendida. Rima sonríe. —Muy bien, Rima, muy bien—le parece escuchar la voz de Kane. A lo lejos, su madre agita las manos. Rima ingresa al transbordador, no sabe si por su propia voluntad, asume, deduce, la ayuda de Kane. En este momento no sabe muy bien si desea irse. —Estaré bien —dice en voz demasiado baja para ser escuchada por alguien, Rima cree que son los ecos de sus palabras, moviéndose muy cerca. Ella está sola en una habitación dentro de la nave, Kane, en los controles. Abajo, cada vez más lejos, Lizbeth, algunos amigos y su planeta—Estaré bien —repite, esta vez para confortarse a sí misma. Capítulo Dos. Sangre entre las estrellas El sistema de transporte ermitaño, también llamado de relevos, es parte del conglomerado comercial de Filomena. Éste consiste en una serie de estaciones espaciales con capacidad de teletransportación, y están presentes en cada uno de los sistemas estelares de la Galaxia Humana, con una sola excepción: Késmit. La principal actividad de estas estaciones automáticas es la transferencia de información en grandes cantidades, aunque, con menor frecuencia, también ofrece sus servicios para transportar cosas o personas, por lo general en cantidades reducidas y pequeños tamaños. El número de destinos posibles a los que se puede llegar utilizando este transporte es mucho mayor al total oficial de 876 sistemas estelares con
  • 21. 21 vida humana, ya que existe una gran cantidad de estrellas, sin planetas aptos para su colonización, donde pequeñas y grandes estaciones científicas o de explotación minera, operaban en alguno de los planetas inhabitables que acompañan a casi todas las estrellas. Nunca antes en la historia del sistema de relevos hubo una reducción tan grande de sistemas estelares accesibles. Todo transporte a Sirania, Bénotter y Redas, había sido suspendido. Las razones son técnicas: los relevos no responden, su causa: desconocida. Utilizando sondas automáticas, los ermitaños fueron los primeros en intentar averiguar qué sucedía en el sistema del borde exterior. Algunas sondas destruidas más tarde, desistieron. Después de un corto viaje, Kane se acerca a la enorme estación de relevo, en el linde del sistema estelar de Recdán, varios centenares de miles de kilómetros más allá de la órbita del último planeta. —Erel, erel. Ésta es la nave recdaniana 0-4-0. Nos acercamos al relevo de Recdán, código 8-1-3, cambio —El longevo terrestre esperaba una respuesta con impaciencia. A lo lejos ya se podía divisar el gigantesco cubo de gruesas paredes, hueco en su interior; ahora vacío, es la estación de relevo local. Abordo, Rima se encontraba en una de las habitaciones del transbordador, todavía sufriendo la conmoción perceptiva. Kane comenzó a disminuir la velocidad, no podía acoplarse a la estación hasta recibir una respuesta —Erel, erel. Ésta es la nave recdaniana 0-4-0, pedimos permiso para atracar en la estación relevo de Recdán, cambio —silencio. Estaba a punto de hablar nuevamente, cuando en el hueco se materializó instantáneamente una voluminosa nave con forma de cruz, conectada a la estación por sus cuatro extremos. Las palabras del piloto ermitaño llegaron un pestañeo más tarde: —Habla el erel. Relevo de Recdán, código 8-1-3. Permiso concedido, los estoy esperando. ¿Cuántos pasajeros? —Sólo dos —respondió Kane, conforme —. Estaremos dentro en unos cinco minutos. —Vaya, ¿tanto? Bueno, espero. Kane confirió el control del atraque al piloto automático, mientras iba en busca de Rima y el equipaje. La nave recdaniana, a pesar de su mediano tamaño, se veía diminuta en comparación al descomunal cubo. Terminada la unión entre ambas, la nave y la estación, Kane y Rima ingresaron en el transporte ermitaño. Ella todavía tenía dificultades para mantenerse en pie, por lo que debió apoyarse en Kane durante el corto trayecto hacia el interior de la nave teletransportadora. El cerebro de la dama Pádemar seguía estando abrumado por la cantidad de información que le llegaba. Percibía la realidad de la estación: todo era maquinaria y energía; a excepción del angosto pasillo que permitía ingresar en la nave. La cápsula de relevo tenía una composición similar al cubo, las mismas fuerzas estaban ahí. En el centro de la nave cruciforme existía un pequeño salón para alojar a los pasajeros. Para Rima, la presencia más extraña dentro del transporte ermitaño se encontraba varios niveles por encima del par que caminaba hacia el salón: el piloto, parecía estar en parte conectado a la maquinaria. Un metálico parcial, dedujo la mente de Rima casi como reflejo, no había otra explicación para esa extraña mezcla de lo sintético con lo vivo. La dama Pádemar se derrumbó sobre un sofá circular en el centro del salón, Kane, de pie, habló en voz alta: —Erel, estamos dentro.
  • 22. 22 —Por fin, los escucho y los veo, viajeros. Su equipaje ha sido transferido. Confirmamos destino: ¿sistema Dónarek? —preguntó una voz humana, provenía desde varios parlantes. Mientras tanto, afuera, en el espacio, la nave recdaniana, guiada por impulsos automáticos, se desprendía del cubo para regresar a Recdán. Los ojos de Rima vagaron por el lugar. La multitud de emisores para una sola voz, la confundían. Por un momento, sus fuentes se distinguían con claridad, después el sonido reverberaba en muros y suelo: provenía de todas partes. Confuso, muy confuso. —Confirmado —respondió Kane. —Ese sistema se encuentra en guerra. ¿Aun así desean partir? —Sí, si usted lo considera seguro. —El conflicto se limita al planeta principal, por lo tanto es seguro. Vamos... y estamos ahí. Rima cayó de bruces como empujada violentamente. Sintió como si le fuera despojado el aire de sus pulmones, desapareció el mundo, alguien había arrancado el espacio que la rodeaba. Kane la ayudó a levantarse— ¿Estás bien? —le preguntó. Ella sólo atinó a negar con la cabeza, queriendo decir que ‘no estaba mal’. El instante de silencio que ahogó su mente daba lugar a otra realidad de nuevos y múltiples sonidos y fuentes. Otros estaban ahí. Ahora se encontraban en la estación de Dónarek, aunque ellos, viajeros y piloto, más la nave de relevo, seguían siendo los mismos, inclusive a un nivel atómico. —Una fragata gadariana les espera afuera. Está atracando —informó la voz del piloto ermitaño. —Muchas gracias por el servicio, erel, nos dirigimos hacia la esclusa—dijo Kane mientras conducía a la desconcertada Rima hacia la salida. —He comunicado su presencia a los gadarianos, los aguardan y su equipaje está siendo descargado—por protocolo, el ermitaño añadió: —Por nada, cumplimos con nuestro deber. Kane también se despidió. —Rá-pi-do —murmuró la desorientada Rima, que apenas podía avanzar apoyada en Kane, él comprendió mal lo que ella quiso decir con esas sílabas y redujo la velocidad de sus pasos. Ella se refería al viaje en el transporte ermitaño, había hecho una observación. Hacían muchas décadas desde la última vez que ella viajó por el sistema de relevos. Después de unos breves saludos formales entre los oficiales de la fragata y sus dos nuevos pasajeros, los gadarianos condujeron a Rima hacia una cómoda—aunque austera— habitación, para que descansara. Mientras, Kane entabló una informativa conversación con la tripulación. La nave se dirigió a los alrededores del planeta habitable, Dónarek, desde donde el cuerpo principal de la flota espartana, sitiaba al planeta principal. Poder, fue la primera impresión de Rima cuando descendió de la fragata al crucero estandarte gadariano, el Sócrates. Sentía la presencia de poderosas máquinas en todas las direcciones. La fuerza de sus flujos eléctricos, o de energía, opacaban, en la realidad sensorial de la dama recdaniana, a las muchas personas que se encontraban trabajando en los numerosos ambientes de la nave. Ellos y ellas recibían órdenes o las emitían, obtenían información o diseñaban planes de acción, la gente estaba ocupada en cada uno de los recintos mientras Rima, Kane y su guía; un gentil oficial gadariano, atravesaban los amplios corredores de la nave. Rima podía percibir la actividad detrás de puertas y paredes, pero la mente de la dama Pádemar todavía no se había acostumbrado a esta condición, y era casi incapaz de discriminar dónde estaba quién, seguía inmersa en la conmoción perceptiva. Para ella, todo era un enorme mejunje indescifrable de información.
  • 23. 23 La febril actividad que la rodeaba, sumada a la poderosa presencia de múltiples canales de energía circulando por doquier, confundían a Rima aun más. Ella se esforzaba mucho, intentando aparentar que tenía el control de sus sentidos, su actual condición le impedía darse cuenta de que fracasaba por completo. Caminaba apoyada en Kane y su mirada era incapaz de enfocarse en algún punto, además su mano libre se movía como tocando algo a cada paso. Sentía sonidos y flujos, objetos invisibles, e intocables, un reflejo mental la impulsaba a intentar tocar a estas fuerzas impalpables. La nave Sócrates medía más de 400 metros de largo. Unos cien de ancho en su sección más amplia, lo que puede traducirse como un distancia considerable entre la esclusa de ingreso y el centro de mando, destino del trío. Kane y el oficial conversaban mientras recorrían el largo camino, el terrestre seguía acumulando datos sobre los acontecimientos en el sistema Dónarek. La mente de Rima no llegaba a asimilar la mayor parte de la información que ellos intercambiaban, ésta se perdía, mezclada con las conversaciones en otros cuartos. Su única respuesta era una ligera sonrisita cada que escuchaba las palabras ‘Un-dedo’, apelativo coloquial utilizado por los espartanos para referirse a los habitantes de este sistema. ‘Los un- dedo pelean muy bien’, decía el oficial gadariano, sonrisita, ‘los undedo’, sonrisita, ‘son un pueblo valiente, no sólo cruel’. Finalmente, el pequeño grupo llegó a su destino, ingresaron en una sala muy amplia, el puente de mando. Éste tenía dos niveles: uno inferior, a nivel de la entrada, lleno de gente y diversos medios de comunicación, y otro más elevado, al fondo, se llegaba a él a través de unas gradas. Al centro del nivel superior, entre cuatro columnas decorativas y rodeada por centros de información, pantallas y operadores, había una mesa de hologramas en funcionamiento mostrando la imagen de un sistema estelar, que estaba siendo observada por unos siete oficiales de alto rango acompañados por algunos edecanes. Los tres atravesaron las hileras de mesas y oficiales de enlace, siendo ignorados por los presentes, quienes estaban demasiado ocupados en sus respectivos quehaceres, hasta llegar a la plataforma superior. Nadie pareció notar la confundida actitud de Rima. Después de subir las gradas, el militar espartano, que escoltaba al par recdaniano, se adelantó, dirigiéndose hacia el grupo de oficiales que observaban la proyección holográfica. Rima y Kane esperaron detrás, apoyados en una baranda que rodeaba el borde del nivel superior con el inferior. El militar saludó marcialmente al grupo presente y entabló una muy breve conversación con un hombre alto y grueso, Kane reconoció el rostro del Comandante Tordan. Instantes después, ambos gadarianos se acercaron a la dama de Recdán y al terrestre adoptado. Tordan tenía una formal sonrisa cómplice en su barbado rostro, la inteligencia brillaba en su mirada, al igual que el peso de la responsabilidad. En un par de zancadas se encontró frente a Kane. —Señor Kane Cefaz, dama Rima Pádemar, bienvenidos al Sócrates, la nave insignia de la flota gadariana apostada en este sistema, aunque supongo que todo eso ya se los dijeron —dijo el Comandante Tordán. Aunque Rima apenas podía mantenerse de pie, intentaba saludar y actuar normalmente, al igual que lo hacía Kane, pero las palabras no parecían estar dispuestas a salir de su boca, sólo rebotaban dentro de su mente. —Ella todavía sufre la conmoción perceptiva —indicó Kane. —Bueno, eso explica esa expresión tan particular —comentó Tordán con humor. Rima se molestó por esas palabras, mas sólo ella pudo notar esa molestia, internamente, ni siquiera su rostro adoptó una expresión congruente con sus sentimientos.
  • 24. 24 —No —balbuceó ella, pensando que con eso había aclarado todo. —Yo desearía que Rima descanse, mientras usted y yo conversamos —sugirió Kane —. Ella todavía necesita reposo. —Estoy seguro de que es así, señor Kane, créame que todo estará dispuesto, insistí en que vinieran al puente de mando por una razón importante, en estos momentos está ocurriendo algo que usted debe escuchar. Por favor —pidió, a la vez que guiaba a los recién llegados hacia la mesa. Al acercarse a la proyección holográfica, Kane y Rima comenzaron a escuchar una voz electrónica impersonal, provenía de unos parlantes. Era una transmisión tomada directamente del sistema de comunicación por relevos: “Ayuda. Estamos siendo atacados. Enemigo no identificado. Número y fuerza, desconocidos. Sistema externo de defensas: Inhabilitado. Flota principal en camino, trayectoria de intercepción con las fuerzas invasoras. Primera línea de defensas. Puesto externo de defensa uno: no responde. Puesto externo de defensa dos: no responde. Segunda línea de defensas, puesto uno: inhabilitado...” Kane parecía no comprender por qué el comandante deseaba que él escuche esa información. A pesar del respeto que tenía por ellos, los asuntos espartanos no eran de su interés en este momento. Él asumía, incorrectamente, que los datos provenían de lo que acontecía en Dónarek. Comenzó a prestar atención, la imagen descrita por las palabras de la voz no podía ser algo que estuviese aconteciendo en el sistema estelar en el que se encontraban, en éste, los espartanos ya sitiaban el planeta principal, desde hace ya varias jornadas que habían destruido u ocupado cualquier defensa primaria o secundaria del sistema de Dónarek. En un par de segundos, Kane dedujo que se trataba de otro sistema estelar, mas para él ésta seguía siendo información irrelevante. La imagen de la proyección holográfica cambiaba cada vez que se actualizaba con nueva información, puntos de luz verdes se tornaban rojos, estos representaban a las defensas que habían sido inhabilitadas. Las coordenadas recibidas sobre la trayectoria de lo que la voz denominaba “flota principal” permitían observar una representación de su movimiento en el holograma. La información, aunque escasa, era suficiente para transmitir con claridad que la amenaza provenía desde afuera y se dirigía hacia el interior del sistema estelar: una invasión. —¿Dónde está ocurriendo esto? —preguntó Kane a Tordán, en voz baja, cansado de especular, en su mente había muchas posibilidades. En cambio, en la mente de Rima no había preguntas, todo estaba muy claro: los diversos acontecimientos de hologramas, sonidos, vibraciones, energías, electricidad, flujos y voces, choques y rebotes, ocurrían a su alrededor, y cada uno tenía su punto de origen, aunque éste fuese muy difícil de hallar. Por ejemplo, Rima no estaba segura si la imagen holográfica surgía de la propia mesa, o de la energía que alimentaba a ésta. Su razonamiento le pareció el correcto, mas su inseguridad del momento le impidió compartir su recientemente encontrada sabiduría. —No es el sistema Dónarek y tampoco se trata de alguna operación de las fuerzas gadarianas. Esos deberían ser suficientes datos para que usted deduzca de qué sistema nos llega esta información. Un lugar que nos concierne a ambos particularmente—, observó Tordan. Por un instante, el terrestre adoptado no encontró ese lugar. La Galaxia Humana era un océano de conflictos, acontecían invasiones todos los años, y en este momento a Kane sólo
  • 25. 25 le preocupaba un reducido número de sistemas y, de acuerdo a su conocimiento, ninguno de ellos estaba siendo invadido. Entonces lo supo. —No —dijo Kane. Había deducido el sistema, la palabra sólo era una respuesta inconsciente que intentaba negar esa realidad. Tordán no pasó por alto el destello de compresión en los ojos de Kane y captó el verdadero significado de su negativa. —Así es —afirmó el comandante supremo —, esta información proviene de Kitsma, el tercer sistema más cercano a Sirania. Sucede ahora. Está siendo invadido. El comandante Nidas había luchado durante casi doscientos años terrestres, pero hace ya más de cien que esas guerras de baja intensidad habían terminado. Cuando cayó la Federación Humana, dirigida disolutamente desde la Tierra, en el año 14367 de la Unificación, el caos y los conflictos cundieron por la Galaxia Humana. En el borde exterior apenas hubo enfrentamientos hasta casi un par de siglos más tarde, sólo entonces la región se contagió de la violencia que sacudía al resto de los sistemas estelares, aunque a una escala mucho menor debido a sus limitados recursos industriales. La riqueza y relativa debilidad militar, convirtieron a los ricos sistemas del borde en botín de sociedades menos pudientes, aunque con mayor poder bélico. En el año 14859, la guerra había llegado a la mayor parte de estos sistemas, incluyendo a Kitsma y —en el otro lado de la galaxia— a Recdán. Mal preparados para el combate, muchos de estos sistemas cayeron en manos de sus enemigos. Kitsma, gracias a Nidas y otros militares, logró mantener su independencia e incluso fue capaz de ayudar a sistemas estelares vecinos como Redas o Jifur. Ahora, año 15483 d.U.1, a pesar de que el vecindario era muy estable, el gobierno de Kitsma, al igual que el de los sistemas cercanos, había decidido mantener una flota suficientemente grande como para desanimar el ataque de cualquier potencia de mediano poder. Nidas estaba a cargo de esa armada. Él tenía 400 años exactos y se encontraba cerca del límite de la esperanza de vida de su sistema. Siempre había confiado en la flota que ayudó a construir y mantener. La armada espacial contaba con un crucero, dos destructores, cinco fragatas, siete corbetas, más varias docenas de cazadores, mono y biplaza. Era una fuerza formidable para los patrones de la región, tal vez la mayor del sector, según algunos informes de inteligencia. Todas las naves se encontraban en buen estado, relucientes, y sus tripulaciones estaban bien entrenadas, pero, durante el último siglo, el único combate que habían visto fue contra políticos decididos a reducir el presupuesto militar. La crisis de Bénotter y la caída de Redas, él lo sabía, garantizarían el financiamiento de su flota por los próximos doscientos años, una interesante nueva situación, esto es, si es que lograba obtener una victoria, él dudaba de que fuera posible. Lo supo por instinto, al contemplar a su débil enemigo invasor: una carraca y un hombre que vestía un Traje de Poder, un TPPN. Nidas avanzaba con precaución. Había logrado mantener a su flota unida, no intentó dividir sus fuerzas, a pesar de la multitud de alarmas que convocaban su atención, prefirió 1 Existe una gran variedad de siglas para esta misma cronología. La más común: d.U., significa “después de la Unificación”. También son muy utilizados: N.E. (Nueva Era), y T.U. (Tiempo del Unificador). Existen muchas otras siglas más, pero todas utilizan el mismo referente: la fecha en que el planeta tierra se convirtió en una unidad política. La formula extensa para referirse a esta cronología es “de la Unificación”. En cambio, en Késmit, existe otra cronología con la misma sigla, d.U., en su caso quiere decir “después de la Unión”, y se refiere a un acontecimiento exclusivo a este sistema estelar y su particular sociedad.En este planeta están en el año 1023.
  • 26. 26 dejar caer a los sistemas de defensa exteriores antes que dejar adelantarse a sus corbetas y fragatas, más rápidas pero con menor rango y poder. Esta táctica era muy conservadora, algunos, del alto mando, estaban en desacuerdo con su excesivamente cauteloso avance, mas Nidas no estaba dispuesto a arriesgarse después de la caída de Redas. La flota de ese sistema había sido sólo un poco más pequeña, sólo un poco, y ahora—todo parecía indicarlo—estaba derrotada. La tensión provocada por el silencio de Redas todavía afectaba a la tripulación, ya que éste llegaba después del inexplicable silencio de Bénotter. El hecho de encontrar sólo a una carraca y a un hombre vistiendo un TPPN como la supuesta flota invasora, tranquilizó a la gran mayoría, si ellos eran el enemigo, no serían un rival para la flota kitsmaciana. Al menos eso creían muchos, Nidas; en cambio, estaba aun más nervioso. Algunos oficiales no comprendieron la ansiedad del veterano comandante, de igual manera, a él le sorprendió comprobar que a nadie más parecía preocuparle el hecho de que esa fuerza insignificante, en vez de huir o mostrarse temerosa, les había pedido que se rindan. Ahora repetían su arrogante demanda, podían escucharla una vez más: “Gente de Kitsma, ríndanse...” “... y únanse a nosotros. Somos el amanecer de una nueva fuerza. No podrán derrotarnos. Por favor, escúchenme, abandonen su actitud hostil y ríndanse. Yo soy tan sólo un representante del poder que me envía. No midan nuestra fuerza basándose en la mía.” Samdor nunca fue bueno a la hora de dar un discurso, en las conversaciones se caracterizaba por ir directo al nudo del asunto, no por su fluida retórica. En este momento no sabía cómo amenazar, peor aun, él mismo sentía temor. —¿Crees en tus palabras? Si tú crees en tus palabras, ellos acabarán por creerte a ti. No necesitas inspiración, Samdor, sólo necesitas estar convencido. ¿Estás convencido? — preguntó la voz de Jinaid. A miles de kilómetros de la flota kitsmaciana, Samdor flotaba en el espacio, varias docenas de metros por delante de la enorme carraca siraniana: una voluminosa nave con más de 600 metros de largo y unos cincuenta de alto y de ancho, no era un diseño elegante, si bien no carecía de atractivo, sus grandes dimensiones le permitían ser una presencia amenazadora, aunque su poder ofensivo era nulo, incluso en contra de la más pequeña nave de Kitsma. Las carracas no llevaban ningún arma. Ambos, la nave y el hombre, avanzaban en dirección al planeta principal del sistema: Kitsma. Él estaba cubierto por una armadura, pero la abertura del cuello permitía ver la tela plateada de un traje, pegada a su cuerpo, vestía un TPPN. Su corto cabello negro estaba despeinado, su reducida barba, descuidada. Samdor parecía encontrarse muy cansado. —Se puede decir que es una declaración clara y sincera —observó la voz de Jinaid — , pero ellos no apreciarán esas cualidades. Necesitas estar convencido. Jinaid Dézanar no se encontraba presente del todo, en este momento era sólo una partícula desde la cual transmitía sus palabras a los oídos del hombre. —Gracias, doctor —replicó Samdor —, pero debo insistir: creo que sería mucho más útil si usted se mostrara a ellos. —¿Tú crees?, ¿así de fácil? —preguntó la voz de Jinaid con sorna —. Te olvidas de nuestras discusiones con sus representantes. Ellos rechazaron todas nuestras ofertas. —Eran ignorantes de la situación, su decisión se basaba en el desconocimiento. —Pero no desearon averiguar más. No hicieron preguntas. Ahora no será distinto.
  • 27. 27 —Tiene la prueba final en sus manos. Nadie tiene un poder como el suyo, una demostración sería suficiente. Puede ingresar al puente del crucero insignia, eliminar a unos cuantos y apoderarse de la flota. El rostro de Jinaid apareció delante de Samdor, igualando su velocidad de viaje, era una cara sin profundidad, como una máscara. Era imposible sostener la mirada del rostro flotante, un vacío rodeaba la parte presente de sus pupilas, las estrellas detrás eran visibles. —Samdor —dijo Jinaid —, ¿eres ingenuo o un verdadero optimista? —¿Doctor? —preguntó Samdor, algo confundido. El rostro de Jinaid volvía a desaparecer. —¿En verdad crees que eliminar a unos pocos sería suficiente? —¿Yo? Sí, pero... —No, el resto de la flota no acataría la decisión con la misma voluntad. Buscarían hacernos daño, aprovechar la oportunidad de un descuido... —Ellos no tienen ninguna oportunidad contra usted. —Contra mí, pero… y ¿la carraca? Samdor permaneció callado por un momento. En la distancia, veía la flota del sistema, parecían estar acercándose lentamente, apenas podía divisarlos, no parecían muy ansiosos por encontrarse con la inofensiva nave carguero y el usuario del traje, supuso que el comandante sospechaba algo. Ojalá su recelo fuera el suficiente. —En estos momentos no creo que podría ser muy eficaz en un combate —comentó Samdor —, prefiero evitarlo —Pausa. Miró a su alrededor, tratando de encontrar la partícula que es Jinaid, añadió:— Estoy seguro de que ellos también. —Si supieran que no tienen una sola oportunidad de obtener la victoria, supongo que estarían muy dispuestos a darse por vencidos. Tal es su situación, sólo que la desconocen — se materializó el ojo izquierdo de Jinaid y la mitad de su boca—. Subestimas a su humanidad, Samdor, ellos pelearán. No tengo tiempo para dictarles un curso de realismo para después graduarles en impotencia. Esa es una situación difícil de aceptar, recuerda cuan difícil fue convencerles en Sirania —un tenso momento de silencio, recuerdos —, la gente es muy capaz de enfrentarse a la muerte por la esperanza de una victoria, no importa cuantas veces les digas que se trata de una ilusión. Tendremos que hacer un esfuerzo, mi buen Samdor... Debo reconocer que una parte de mi hasta lo celebra —el fragmento de boca construye una sonrisa inacabada, el resto de la alegría se encuentra a varios años luz de distancia, en otro sistema estelar, tal vez Sirania, quizás Redas. Samdor escuchó a Jinaid sin prestar mucha atención a las comunicaciones provenientes de la flota kitsmaciana, no decían nada esperanzador, simplemente manifestaban no estar dispuestos a acatar las demandas emitidas por él (que en su mundo era un simple benotteriano adoptado por Sirania), a la vez que ellos hacían su propio pedido de rendición. Ahora todos se encontraban en silencio, esperaban la respuesta de Samdor. Él, flotaba delante de la carraca, se encontraba todavía cansado, había superado la conmoción perceptiva hacia poco tiempo y no estaba preparado para la presión de un momento como éste. —Recuerda, Samdor, seguridad, no tengas dudas —murmuró la voz de Jinaid, su presencia, una pequeña partícula, tan sólo era apreciable al benotteriano por la capacidad perceptiva que el traje le otorgaba—. Podrías salvar sus vidas. —Flota de Kitsma, ríndanse... —comenzó Samdor, nuevamente.
  • 28. 28 Desde un pequeño altavoz cercano a él, Nidas escuchó con mucha atención la misiva del hombre con traje. El comandante intentó deducir el carácter de la persona que decía esas palabras, prestando particular atención al tono con que usaba el lenguaje. Poco después, el veterano general dedujo tres cosas: primero, el hombre estaba fatigado y era muy probable que actuaba por obligación, segundo, había un dejo de temor en sus palabras; pero, ¿era éste provocado por la flota de Kitsma? Tercero, una carga de congoja podía percibirse en él, ésta era difícil de advertir, debido a que la piedad se mezclaba con ella, la piedad por ellos. El invasor parecía sentir lástima por la flota de Kitsma. El rango de las armas, la velocidad, la capacidad de los sensores y el poder de los escudos, más el número de naves, eran los principales factores externos a tomar en cuenta en una confrontación entre flotas. El comandante Nidas lo sabía, había dedicado su vida a manejar ese tipo de información. Utilizando todo ese conocimiento se debía planificar la táctica y ésta consistía en: distraer/engañar/desviar al enemigo hacia la parte más resistente de las fuerzas propias o introducirse en él a través de su punto, o flanco, más vulnerable. El comandante Nidas había hecho eso en muchas ocasiones. Conocía el método y los trucos, lograba percibir las fintas del enemigo e identificar las falsas retiradas. En su mente era capaz de idear una buena estrategia para atacar o defenderse de cualquier enemigo, lo hacía todo el tiempo en simulaciones de entrenamiento, o revisando batallas reales. Trampas, fintas y amagues, todas estas palabras eran parte del lenguaje utilizado en las batallas entre flotas. Exhibición y trayectoria llana, básica y predecible, eran expresiones que él no había escuchado antes. Nidas comenzaba a ponerse muy nervioso, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. El enemigo no tenía un flanco débil, era débil en su totalidad. No amenazaba con su fuerza un punto frágil de su flota, no tenía ninguna fuerza con la que amenazar. El comandante no estaba preparado para esta ausencia de táctica. Nidas había hecho un buen trabajo a lo largo de toda su carrera. Kitsma era libre y esa libertad era la mayor prueba de su éxito. Él había encontrado muchas veces al gigante que deseaba ocultar su tamaño y fuerza o al enano que pretendía reclamar tú atención con su sombra. Ahora buscaba una celada y no podía encontrarla. Todos los magníficos sensores de la flota indicaban que la pesada y gigantesca carraca (como las que necesitaba un planeta como Sirania, poco habitado y semi-independiente) más un traje, ese extraño par, eran la “flota” enemiga, la “flota” invasora. El carguero era una nave de gran tamaño, pero no poseía ningún arma visible en su exterior y sus escudos no tenían una capacidad mayor a la del promedio comercial, defensas diseñadas para proteger al carguero de las radiaciones solares y los micrometeoritos. Nada en la actitud del par parecía indicar que ocultaban algo. Por lo tanto no tuvo otra opción que aceptar como certeza la única posibilidad que restaba: un arma secreta, algo desconocido que podía derrotar a flotas interestelares, dos nombres resonaban en su mente confirmando su razonamiento: Redas y Bénotter. El instinto de Nidas le repetía las mismas palabras que la voz del hombre: “ríndanse”, pero también sabía cuál sería el resultado, por una vez se encontraría confrontado con el límite de los demás. Decidió postergar un poco ese momento. —Observación final, ¿Sensores? —preguntó, intentando parecer sereno. —Sensor Uno. Una carraca modelo ITR-SE. Múltiples señales de personas dentro, probablemente unos 10.000, todos parecen armados. Un número aproximado de cien vehículos dentro. No se puede determinar el tipo. Una persona usuario de traje PPN, viaja delante de ellos. —Sensor dos. Confirmamos observación.
  • 29. 29 —Sepro2 uno. No hay más naves o usuarios a 100 kilokilos. —Sepro dos. Confirmamos observación. —Escrutinio detallado —pidió Nidas. Los operadores del Sensor uno y dos, asumieron el trabajo. Pocos minutos después comunicaron sus escasos hallazgos: —Sensor uno. Única diferencia, una diminuta anomalía magnética cerca del usuario de traje. Sensor dos confirmó la observación. No había nada más. Nidas no podría defender su posición, su deducción se basaba estrictamente en su conocimiento de la psicología utilizada en las tácticas de guerra y sus 200 años de veteranía, no había un peligro concreto al cual señalar. Ni siquiera él podía inventarse la amenaza que el hombre con traje y la carraca ocultaban, ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo? No lo sabía. Tan sólo estaba seguro de que se encontraba ahí, por el silencio de Bénotter y el de Redas. El comandante en jefe se puso de pie y en voz alta se dirigió al estado mayor presente en el puente: —Deseo que conste en el acta de que en este momento sugiero a la flota rendirse a la fuerza agresora identificada como: una carraca, un hombre usuario de traje y una diminuta anomalía magnética. El incrédulo silencio fue la primera respuesta, la segunda fue más contundente: —Si decides hacer eso, Nidas, no tendré más opción que declararte incompetente y relevarte del cargo —sentenció Kelos, el segundo al mando, inconsciente de que rompía el protocolo al referirse a su comandante por su primer nombre. No lo hizo por rebeldía, sino por el desconcierto que le provocó las palabras de su superior—. Si ese grupo no se rinde, serán vapor en cuestión de nanosegundos. Nidas suspiró, conocía el buen juicio de su subordinado mejor que nadie y sabía que podría contar con su respaldo en cualquier otra situación, no ahora. El comandante observó la sala, a las personas dentro de ella. El silencio de los demás oficiales parecía respaldar la opinión de Kelos. No habría discusiones ni debates, existía un consenso: atacar si esos enemigos no se rendían. —Tan sólo deseo incluir esa información en el acta, Kelos. Nada más. La plana mayor sólo debe rechazar mi sugerencia... y el resto puedes imaginarlo. Por un momento, la mirada de Kelos pareció dudar de la cordura de su superior, segundos después declaró para el acta que rechazaba la sugerencia del comandante en jefe, el resto de los oficiales principales hizo lo propio con diligencia. Nidas no se sorprendió, sabía que el enemigo no intimidaría a su tripulación; aunque por un breve momento no pudo evitar una falsa esperanza, que tal vez algunos le apoyarían. Por lo tanto, con la decisión tomada, a él sólo le quedaba la opción de ordenar un detalle. —Comunicación visual, corbeta Forlin —en una pantalla próxima a Nidas apareció la imagen de Ceoceste, el curtido rostro del valiente hombre lucía la obediente mirada de un veterano. La expresión de Nidas le tomó por sorpresa, aún así, disciplinado, esperó las órdenes—. ¿Crees que este grupo de Sirania va a ser un problema? —preguntó el comandante sin mucho interés. —No, señor —replicó Ceoceste, desde la pantalla, mecánicamente. 2 Sepro, sensorprofundo.
  • 30. 30 —Debido a que el poder de nuestra flota es suficiente para acabar con ellos, a no ser que nuestros enemigos tengan un arma desconocida y no podamos derrotarlos, creo que puedo prescindir de una corbeta, cualquiera sea el caso. ¿Está usted de acuerdo? Acostumbrado a seguir órdenes en el campo de batalla, a Ceoceste le sorprendió que se le sometiera a este pequeño interrogatorio. Comprendió que algo sucedía en el puente de la nave insignia, o la mente de Nidas. —Sí, señor. —Entonces, usted abandonará la formación y se dirigirá en dirección al sistema aliado más cercano, haciendo uso de sus quemadores. —¿Quemadores?, ¿señor?, ¿dentro del sistema? Nidas ignoró la pregunta. —Deberá observar la confrontación contra esta extraña ‘flota invasora’ y grabar todos los datos que los sensores de su nave sean capaces de percibir. Si capitulamos, todo lo que obtenga podrá ser de utilidad para alguien, si el enemigo es destruido, se reunirá con la flota de inmediato, a velocidad de crucero. ¿Ha comprendido sus órdenes? —Ceoceste asintió en la pantalla—. ¿Cuánto tiempo necesita para llegar a un punto desde el cual podrá dirigirse al próximo sistema? El oficial conversó con los navegadores de su corbeta. Minutos más tarde informó sobre su órbita, el sistema que había elegido y cuánto tiempo les tomaría llegar a un punto apropiado para su partida. Nidas comunicó a la flota la razón para las maniobras de la Forlin, su alejamiento sería la señal para atacar a la carraca y al usuario. Nadie objetó la decisión del comandante, comprendían la razón, mas no había nada que pudiera disuadirlos de un ataque. La batalla era ya inevitable. Minutos más tarde, la corbeta de Ceoceste estaba en posición. Sus órdenes eran muy sencillas, debía alejarse, iniciando el combate, huir sin mirar atrás, para llevar a otros la información que obtendría. Mientras Forline se preparaba para utilizar sus quemadores, el cuerpo principal maniobraba, habían dado un ultimátum al enemigo, al no recibir ninguna respuesta se aprestaban a utilizar sus armas. Samdor sentía que había fracasado. Tal vez, si hubiese estado menos agotado, menos confundido, habría tenido una posibilidad de éxito. Se cuestionaba a sí mismo: ¿Debió enojarse más?, ¿debió suplicar más? A Jinaid no pareció importarle qué actitud adoptaba él, se veía entretenido por cualquiera de ellas. Ya era tarde para asir las oportunidades que quedaban atrás, en el pasado, debía concentrarse en el ahora, en la defensa de la vulnerable carraca. Forlin se aleja. El crucero insignia de la flota kitsmaciana disparó su cañón principal. El haz de energía estalló en violentos destellos de luz azul. Samdor tuvo que cerrar los ojos y bloquear sus oídos, para protegerlos de la luz y el atronador sonido, él estaba rodeado de aire respirable y transmisor de vibraciones, el único sentido que le permitió comprender lo que sucedía a su alrededor era la percepción otorgada por el traje de poder, el vacío del espacio le permitía sentir hasta una gran distancia: a un centenar de metros por delante de él, una fuente de poder había detenido el ataque del crucero creando un escudo lo suficientemente poderoso como para rechazar su disparo. Esa fuente era la mano derecha de Jinaid, sólo su mano. Muñeca y dedos, nada más suyo estaba presente en