Jesucristo murió en la cruz para redimirnos de nuestros pecados. Al asumir voluntariamente el sufrimiento y la muerte, ofreció a Dios el Padre un sacrificio perfecto que tiene valor redentor, reparador, expiatorio y satisfactorio. Su muerte en la cruz y resurrección posibilitan que, a través de los sacramentos, cada persona pueda participar de los frutos de la redención.