Un niño pequeño que quería conocer a Dios emprendió un largo viaje. En el camino se encontró con una anciana en el parque y compartieron una merienda juntos. Al regresar a casa, tanto el niño como la anciana estaban felices y dijeron que habían "almorzado con Dios". La moraleja es que pequeños actos de bondad como compartir una comida o dar un abrazo pueden cambiar la vida de las personas y llenarlas de felicidad.